El Balzac del siglo XX
La profusa obra del creador del inspector Maigret, menospreciada en su momento por los círculos académicos, revela a un artista cabal, difícil de clasificar, talentoso e inagotable, que cultivó una enrarecida veta existencial y tuvo buen olfato para lo que quería el público
Por Paul Theroux
adn*THEROUX Es uno de los escritores más reconocidos en el mundo por sus relatos de viajes y sus galardonadas novelas, muchas de ellas llevadas al cine como La costa de los mosquitos y La calle de la media luna. Nació en Massachusetts en 1941 y alcanzó notoriedad con El gran bazar del ferrocarril (1975), un clásico del género, en el que narra su viaje entre Gran Bretaña y Japón
Simenon consideraba sus novelas una Comedia humana moderna Foto: AFP
Georges Simenon
La improvisación de los días
El singular método de escritura del autor belga alentó una obra prolífica, pero también fue la causa de su originalidad
Por Pedro B. Rey/De la Redacción de LA NACION
En cierta ocasión, entrevistado por The Paris Review , George Steiner definió a Simenon como "el autor más extraordinario de nuestro tiempo". Después de pedirle a su interlocutor que no se burlara de él, el ensayista respaldó esa contundente opinión desatendida con un ejemplo. Una de las novelas del inspector Maigret comienza con el estruendo de una cortina metálica. A las tres de la madrugada, el dueño cierra su local nocturno. De fondo, los que se dirigen a dormir y los que comienzan la jornada (los carros que se dirigen al mercado de Les Halles, ya trabajan los repartidores de leche) cruzan la delgada línea que separa un día del otro. En apenas un par de párrafos, sostiene Steiner, Simenon retrata las actividades de la ciudad mejor que cualquier historiador y, con un par de indicios, resuelve "el mysterium tremendum de la creación de personajes autónomos". Los protagonistas ya están ahí, frente al lector. Son ellos los que ponen la novela en movimiento. Esa mezcla de ligereza, profundidad y clima ominoso que el autor de Por si algo me ocurriera controlaba con inimitable eficacia no hay que buscarla en la casualidad, sino en el original método a través del que encaraba la composición de sus ficciones. Nada más distante de Simenon que el sueño kafkiano de encontrarse encerrado en las profundidades de un sótano para dedicarse únicamente a llenar cuadernos. La ejecución de sus novelas no le consumían, en realidad, más que un puñado de meses distribuidos a lo largo del año. Ni los temas, ni los personajes (extraídos de la más crasa realidad), ni los conflictos, ni la neutra sequedad de su estilo vinculan a Simenon con la literatura experimental, pero, pasado el tiempo, establecido el mito del escritor, su mecánica se parece mucho más a un raro avatar de la vanguardia que a un producto de la manufactura industrial. El mismo se encargaba de divulgar (y acaso exagerar) la forma en que componía sus novelas: las escribía de un tirón, un capítulo por día, de siete a nueve y media de la mañana. Después, las sometía a un rápido y variable proceso de revisión que, por lo demás, no afectaba el desarrollo del argumento. Esta suerte de frenética tarea -que lo llevaba a encerrarse en su estudio con un imperativo cartel de Do not disturb colgado de su puerta- no era consecuencia de una súbita visita de las musas. Había un momento en que Simenon intuía que se encontraba "en estado de novela". El disparador inicial podía ser un paisaje, una noticia, la sombra de un personaje. A partir de allí comenzaba a tomar notas. Trazaba rasgos de carácter de los potenciales protagonistas, imaginaba nombres (como para otros escritores, entre ellos Proust, esa elección era crucial), determinaba oficios, profesiones. No era infrecuente que les creara un linaje de antepasados, con sus propias historias, aunque esa parte del iceberg no cumpliera luego ninguna función en la historia. También se documentaba sobre otros elementos plausibles de integrar la novela (una zona geográfica particular, una enfermedad, una actividad especializada). Todos esos datos iban siendo acumulados en un "sobre amarillo", fuente de consulta que sería indispensable durante la escritura. El paso siguiente consistía en decidir alrededor de cuál de los personajes orbitaría la obra y -punto clave- qué acontecimiento sería el que, ya en las primeras páginas, trastornaría para siempre la existencia del protagonista. Solo después de este trabajo preparatorio, Simenon se lanzaba a escribir con la concentración de un ajedrecista que se atiene, por decisión propia, al plazo que estipula el reloj al lado del tablero. Planteadas aquellas coordenadas, capítulo a capítulo, día a día, el escritor improvisaba. En "Los rituales de la escritura", incluido en el catálogo de la exposición Tout Simenon , Claudine Gothot-Mersche agregó otros elementos que facilitaban la proeza. La acción, en la mayoría de los casos, era contemporánea del momento en que se estaba escribiendo la novela, lo que ahorraba verificar detalles de época que atentaran contra la verosimilitud. Puestos ante una situación límite, sin marcha atrás, a los personajes los acosaba su propio pasado. El fluir de los recuerdos (con la colaboración de los datos incluidos en el famoso "sobre amarillo") permitía sutiles desvíos o sortear la amenaza de estancamiento. A veces, esa indeterminación afecta de manera visible una historia. La muerte de Belle (1952) -como recuerda Gothot-Mersche- comienza como un clásico misterio de cuarto cerrado, pero el enigma pronto termina en el olvido frente a los nuevos giros argumentales que va proponiendo la escritura. Simenon explicaba la adopción de este sistema por una simple razón temperamental: a partir del sexto día, las novelas se le volvían intolerables. Es notable que su procedimiento no difiera de las prácticas vanguardistas actuales, que combinan imaginación y espontaneidad. A pesar de sus ínfulas balzacianas, en Simenon no hay proyecto. La impasible sucesión de sus novelas, a pesar de su aparente variedad, es una monocorde fuga hacia adelante. Tal vez no haya escritores más disímiles en sus contenidos que Simenon y el también prolífico César Aira. Es casi seguro, sin embargo, que el belga habría adherido a la idea de que la literatura no debe significar el sacrificio, en cuotas, de una vida.
CALENDARIO. Cuando escribía una novela, el escritor iba tachando cada jornada de trabajo
Perlas en la Red
net.art
Por Carlos Guyot/De la Redacción de LA NACION
Un poema-manifiesto con tipografía en movimiento que se lee al ritmo de un groove-jazz hipnótico; una serie de figuras geométricas cuyo comportamiento es en parte aleatorio y en parte determinado por los movimientos del mouse; una obra conceptual basada en los fotogramas del film La batalla de Argelia (1965), de Gillo Pontecorvo son algunas de las obras de net.art que se encuentran en la página web de la londinense Tate Gallery. El net.art nació en los países de Europa del Este a principios de los años 90 como un movimiento crítico que compartía una visión: la obra de arte como proceso y no como objeto, y cierta intromisión perturbadora al estilo hacker, con la que se ganó la etiqueta de arte hacktivista. Está formado por una serie heterogénea de obras creadas especialmente para Internet, y por ese motivo solo puede existir allí. Aprovecha la capacidad interactiva del medio y su poder de comunicación a partir de la construcción de estructuras complejas en las que conviven textos, audios, fotos y videos. Son trabajos experimentales cuya materia pueden ser los mensajes de error de los servidores, textos de e-mails y hasta el código Ascii, uno de los lenguajes básicos de las computadoras. "El net.art no es un movimiento de programadores -explicó la net.artista moscovita Olia Lialina en la revista digital artmargins.com- y aunque hay proyectos muy diferentes entre sí, yo me concentro en hacer trabajos narrativos sobre la estética, las ideas, los héroes y las historias de la Web." El net.art plantea las preguntas de siempre: si la obra se reinventa cada vez que el espectador (o el usuario) la mira (o la recrea), ¿cuál es el original?, ¿quién es el autor?, ¿cómo sobrevive en el tiempo? A los net.artistas estos interrogantes parecen no preocuparlos, ellos simplemente se concentran en construir su arte con una estética propia que bucea en el lenguaje de Internet. Lo que no es poco.
http://www.tate.org.uk/netart/
Literatura Chejov inmortal
Un legado de extraordinaria riqueza
Los apuntes que el gran escritor ruso tomó en los últimos años de vida son los únicos en su género. Reunidos en Cuadernos de notas (La Compañía), libro del que ofrecemos un anticipo, revelan matices ocultos de una personalidad lúcida y sensible
Por Leopoldo Brizuela/Para LA NACION
Quizá porque su obra logró ser una casi perfecta "imitación de la vida", pocas cosas se recuerdan de la historia de Anton Chejov como dos o tres secuencias ligadas a su muerte en 1904. Y a su inmortalidad. Los últimos días en el sanatorio alemán de Baden Wailer, que inspiraron a escritores tan lejanos y diversos como Irène Némirovsky, Raymond Carver o Griselda Gambaro. La leyenda de la llegada de sus restos a una gran estación rusa atestada de lectores devotos, en un vagón frigorífico donde, por lo común, se transportaban ostras. Y, por fin, el hallazgo de unos cuantos cuadernos torrenciales, titulados, sin ningún rigor, "Pensamientos, "Imágenes", "Anécdotas", de apariencia humildísima y caótica, de cuya importancia nunca cupo duda. Pero cuya edición ha venido corriendo, también, las suertes más diversas. En 1921, dos intelectuales tan honestos y admirables como Leonard y Virginia Woolf encargaron a un cierto señor Skotelianski una primera selección de esta obra, que se publicó en Londres, en la Hogarth Press; la selección es a tal punto económica, que no solo descarta "entradas" nimias o repetidas, sino que mutila frases y despoja al estilo de Chejov de todo tipo de sugerencia o ambigüedad. Setenta años más tarde, un editor de Moscú, en un afán de hacer justicia que seguramente excedía los "crímenes" del señor Skotelianski, decidió publicar los cuadernos en su abrumadora totalidad: no solo incluye las observaciones de Chejov sobre la vida cotidiana, sus reflexiones y los apuntes para futuras obras, sino también las listas de compras y de gastos diarios, los fragmentos de cuentos que ya habían aparecido publicados en vida de Chejov, recetas médicas copiadas textualmente de los manuales. Juzgándolas poco interesantes aun para el más exhaustivo de los críticos -aunque nunca se sabe-, La Compañía, en esta edición porteña, ha optado por un criterio intermedio que pone de relieve la riqueza y originalidad del legado chejoviano. Escritos durante los últimos trece años de vida de Chejov, al pie o al margen de sus grandes cuentos y piezas teatrales, estos Cuadernos de notas son, en verdad, únicos en su género. No se trata de un "diario íntimo": los pasajes autobiográficos o confesionales son escasísimos y, por lo común, están velados por el uso de una tercera persona y de iniciales, que vuelven casi imposible afirmar la identidad. El lector encontrará a Chejov mucho menos en los deliciosos hechos narrados que en la mirada que supo entender su importancia más allá de la nimiedad aparente, y en la voz -ese tono inconfundible- que los pone en palabras. Por lo demás -¡qué diferencia con el diario de Bioy Casares!- a Chejov no le interesa revelar secretos, sino aludir a misterios literalmente inaprensibles por las palabras y, por eso, capaces de generar más y más obras de arte. No confundir con ningún "pudor" de época: se trata, más bien, de una desconfianza, adelantada a su tiempo, de la noción de personalidad. El "yo", para Chejov, su propio "yo", es menos una "fuente inagotable de imágenes" que una especie de máquina de percepción, reelaboración y conexión, de manera siempre desconcertante, de imágenes externas. Y el único rasgo permanente de cada personalidad es, salvo en el caso de los locos, su constante metamorfosis. Del mismo modo, nada más lejano de estos Cuadernos de notas que los "apuntes de escritor", verdaderas antologías de "microensayos" que compusieron escritores como Julien Gracq o Ricardo Piglia. Acerca de sus lecturas, copiosas y variadísimas, Chejov no hace más que citar los libros que compra; y es solo la reincidencia, por ejemplo, lo que nos revela su pasión por Molière. De la vida literaria, solo nos deja entrever su respeto casi filial por el conde Tolstoi, cuando retrata con tierna ironía una visita a su "familia disfuncional", o deja constancia, con la parquedad de las grandes emociones, que "hoy le he hablado por teléfono". En cuanto a su escritura, el silencio es aun mayor. Considerado el padre del cuento contemporáneo, el creador de un modo de "imitación de la vida" que logra pulverizar los rígidos preceptos de la narración a lo Edgar Allan Poe; revolucionario también del teatro, sobre todo en términos de estructura, Chejov no hace aquí una sola alusión a sus técnicas, que sí describe, brevemente pero con precisión indudable, en ciertas cartas, como las que dirige a su sobrino escritor. ¿A qué se deben estos silencios? ¿Por qué estos Cuadernos de notas consisten, casi exclusivamente, en narraciones brevísimas, realmente acontecidas a gente que lo rodea, y solo a veces imaginarias, tan extrañas todas como para que casi ningún escritor de la época fuera capaz de concebirlas? ¿Por qué sus reflexiones son escasas, incompletas y bellísimas, como revelaciones? Ninguna candidez. En varios pasajes demoledores, Chejov defiende la "literatura revolucionaria", de la que se considera parte, aunque solo la defina por oposición a ciertos rasgos de la literatura burguesa; la totalidad de los Cuadernos permiten deducir hasta qué punto esta concepción de la "vanguardia" es radical, cómo para Chejov ser un "vanguardista" es, en fin, mucho más que descubrir ciertos malabares técnicos. Marguerite Duras, en un texto inolvidable, cuenta como, en los días en que escribía verdaderamente, el mundo todo parecía escribir con ella, es decir, como toda percepción era elaborada por su mente narradora en provecho de la obra. En cierto modo, los Cuadernos de Chejov, aunque lo muestran en un permanente "estado de gracia" (al que alude Duras), testimonian un proceso inverso. Para él, la escritura no es más que una de las facetas de una búsqueda mucho más total, en la que están comprometidos cada segundo y cada aspecto de la vida: la búsqueda de una manera distinta de entender el mundo. La novedad, rasgo imprescindible de la literatura, no es algo que se busque separada o específicamente, sino la característica naturalmente derivada de una personalidad que logra, gracias a ese esfuerzo monumental, ubicarse en otro sitio virgen, nunca antes ocupado, desde donde todo se mira y se refleja de otra manera. De ahí que los Cuadernos de notas de Chejov, con su aparente levedad, su falta de pretensión y ese humor que es solo suyo, tierno y cáustico a la vez, sean uno de los más extraordinarios y conmovedores reflejos de su época; o, mejor dicho, del final de una época, cuando esa necesidad de encontrar de un nuevo sentido se hace, en los sujetos, cuestión de vida o muerte. Y en verdad, casi todos los relatos y los personajes de este Cuaderno son ejemplos que permitirían rebatir los paradigmas ideológicos y literarios que habían dominado el siglo XIX, y que solemos llamar modernidad. Por supuesto, estas "pruebas" que aporta Chejov nunca tienen ni la extensión ni el aire definitivo de un teorema; como en los cuentos, su herramienta son los pequeños detalles de la naturaleza y la vida cotidiana, las frases "incorrectas" con que ciertas personas consiguen expresarse mejor que si hubieran seguido las reglas de la lengua común. Y, sobre todo, esas historias que la realidad ofrece a quien sabe mirarlas, y que encuentran, para conflictos universales, secuencias que la literatura convencional nunca hubiera imaginado. "Siempre he despreciado esa línea recta entre dos puntos", escribió otra gran discípula de Chejov, Grace Paley, en uno de sus propios cuentos, refiriéndose a la vieja noción de trama. "No por razones literarias, sino porque desvanece toda esperanza. Todos los seres, reales o inventados, merecen el destino abierto de la vida." A esta sensación de estar "haciendo justicia" poética se debe quizás el sentimiento más hondo del Chejov de los Cuadernos : la felicidad, tan profunda como para convivir con el dolor y la enfermedad y para "ponerlos a trabajar" en beneficio de la poesía. La felicidad: base de su fabulosa capacidad de amor, de compasión, por la criatura humana.
Observaciones sobre la vida cotidiana
Los textos reunidos en Cuadernos de notas, algunos de los cuales se publican a continuación, están lejos del tono propio de un diario íntimo: los pasajes autobiográficos o confesionales son escasísimos y, por lo común, aparecen velados
Si la humanidad ha llegado a concebir la historia como una serie de batallas, es porque antes consideró que la lucha era esencial para la vida. Iván no respeta a las mujeres: espontáneo por naturaleza, las toma como son. Si uno escribe sobre las mujeres, quiéralo o no, está obligado a escribir también sobre el amor. El deseo de servir al bien común debe ser también una necesidad del corazón, una condición de la felicidad personal; si no proviene de allí, si nace solo de consideraciones teóricas o de otro tipo, no sirve. Los hipócritas ordinarios aparentan ser palomas; los hipócritas de la política y de la literatura, águilas. Que su aire aquilino no te intimide. No son águilas, solo ratas, o perros. Siendo la diferencia entre los climas, las mentalidades, las energías, los gustos, las edades y los puntos de vista, un dato incontestable, la igualdad de los hombres jamás será posible. La desigualdad debe considerarse, por tanto, como una ley inmodificable de la naturaleza. Pero nosotros somos capaces de volver inocua esta desigualdad, como lo hacemos con la lluvia o con los osos. A este respecto, la educación y la cultura harán grandes conquistas. Un científico ha podido lograr, de manera excelente, que un gato, una rata, un halcón y un gorrión coman de la misma escudilla. El pueblo son aquellos más brutos y más sucios que nosotros; y nosotros, nosotros jamás somos el pueblo. La dirección general de impuestos nos divide en simples contribuyentes y en privilegiados... Pero ningún distingo es válido: pueblo somos todos, y nuestras mejores obras son las obras del pueblo. Ahora la gente se vuela la tapa de los sesos porque está harta de la vida o por razones semejantes; en otra época, por haber malgastado dinero del erario público. ¿Por qué a Hamlet lo obsesionan tanto las visiones del más allá, cuando nuestra vida real está presa de imágenes mucho más horribles? Pedí a un músico muy conocido una entrada para un joven; me respondió: "Se ve que usted no es músico". Le respondí: "Se ve que usted es rico". Envidia tanto que bizquea. El perro del hijo del diácono se llamaba "Sintaxis". Alabamos todo aquello que tememos. El padre y los hermanos consideran que su hijo y hermano no se ha casado con la mujer que más le convenía. Siempre es así. No nos gustan las cuñadas ni las nueras. Lo que sentimos cuando estamos enamorados es, probablemente, normal. El estado amoroso indica a cada persona cómo debe ser. Los viejos son voraces. Cuando, junto a su esposa vestida toda de negro, tan graciosa, él dijo adiós a su hermana, la idea de que debería viajar en el mismo compartimiento de su mujer comenzó a pesarle e inquietarlo. El cuñado, después de la cena: "Todo llega a su fin en este mundo. Recuérdenlo: quien se enamora, sufre, se equivoca, se arrepiente; y quien deja de amar, recuérdenlo también, comprende que ha llegado el fin de todo". La amante del cuñado encanecía. El cuñado aún era muy bello. El cuñado bebía poco, o nada en absoluto. Esa vez no bebió, pero se comió una fortuna. Una familia de comerciantes honorables, eso es. ¡Una familia de harapientos, de palurdos...! No soy sutil ni soy audaz, siento miedo a cada paso que doy como si fueran a darme con un látigo, me pongo tímida ante los idiotas y ante los hijos de puta... Kirch pertenece al tipo del fracasado bondadoso. Un hombre incapaz de todo. Cumple negligentemente las misiones que se le encomiendan. Él piensa que comprende el arte y el estilo antiguos... Con aire de connoisseur , mira los cuadros, y el anticuario, aunque lo alaba, en secreto se asquea de su ignorancia y termina haciéndole pagar lo que él quiere. Visita exposiciones, a los grandes marchands ... Por momentos, se queda contemplando largamente las pinturas, los grabados, los bibelots ... y al final compra una chuchería, un cuadrito de pacotilla. Así revela su verdadero rostro. Kostia, borrachísimo, en Sokólniki: "¡Abrázame, Naturaleza!". Todo el mundo estaba de buen humor. Descartando la idea de volver en coche, esperaron exaltados una diligencia. Le ordenamos a la gobernanta que se ocupara de la biblioteca. Escribió sobre cada libro: "Este libro pertenece a Fulano". Imbécil. No sabía enseñarle a dividir al pobre Sacha. Kirch, durante una discusión sobre el problema social: "Pero entonces, si ya no hay dinero, ¿todo el mundo comprará a crédito?". Cuando lo enviamos a buscar dos sillones, vuelve con una cuchara, vaya uno a saber por qué; cuando lo mandamos a comprar comida para el primer plato, pide que le corten en pedacitos el queso y el salchichón. Él aprobaba que su novia fuera devota, le complacía que tuviera ideas y convicciones rigurosas. Desde que se convirtió en su mujer, en cambio, este mismo rigor lo indignó. El cuñado corteja a la joven esposa. "Lo que usted necesita es un amante."
[Traducción: Leopoldo Brizuela]
Anton Chejov, en 1901
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