lunes, 30 de diciembre de 2013

Leonardo Padura: “No hay historia cubana sin Fidel”

Periodismo y literatura. El escritor cubano vuelve sobre sus textos de no ficción escritos en los 80. Allí se leen los trazos invisibles de la identidad nacional.


Desde la isla llega la voz de un hombre que es ícono de la cubanidad, y en particular, de la literatura y el periodismo de su país. Leonardo Padura acaba de publicar en la Argentina El viaje más largo (Capital intelectual y Futuro anterior) donde compila sus crónicas publicadas en el periódico Juventud Rebelde. Durante los años 80 el periódico dio lugar al vuelo poético de retratos y relatos que componían una serie de notas distintas para esos tiempos. Hoy Padura es un reconocido escritor que también tiene espacio para filmar. Acaba de finalizar el rodaje de una película que tiene como títuloRegreso a Itaka , una interpretación del exilio. Y en poco tiempo retomará el camino de la ficción escrita. Aquí habla el Padura periodista.
–¿Qué distancia existe entre el Padura de ficción y el que escribió estas crónicas en el diario Juventud Rebelde?
–Creo que el haber hecho este tipo de periodismo donde utilizo elementos, recursos, estrategias de la ficción para contar historias reales fue fundamental en mi desarrollo como escritor, en el uso de un lenguaje de experimentación, y el enriquecimiento del lenguaje literario. Tanto que entre mi primera novela, –que escribí antes de ingresar al periódico–Fiebre de caballos , y otra que escribí al salir del periódico, Pasado perfecto , se ve el salto de un escritor aprendiz a otro con recursos profesionales. Y eso se lo debo a esa etapa.
–¿Cómo fueron recibidos en los años 80 esos artículos? ¿Qué decían los lectores de Juventud Rebelde?
–Fue increíble. Tuvieron tanta repercusión que todavía hoy se me acercan y me dicen “Padura, cómo me gustaban aquellos trabajos que tú escribías en el periódico” y hace de eso más de 25 años en algunos casos. Fui conocido primero en Cuba como periodista antes que como escritor y durante muchos años seguí siendo el periodista que escribía estos largos reportajes para Juventud Rebelde. Fue una relación muy cercana con los lectores porque la gente estaba aburrida de un periodismo muy didáctico, político, ideológico y yo les estaba ofreciendo historias en las cuales se hablaba de personajes, lugares, la historia que todo el mundo conocía, pero desconocían cómo se habían desarrollado. Y fue una relación muy estrecha la que se estableció con los lectores.
–Finalizado ese ciclo, ese tipo de artículos ¿abrió el camino para que otros periodistas retomaran ese género?
–Lamentablemente no. Yo termino en el periódico a fines de los 80, cuando empieza la crisis económica en Cuba y prácticamente desaparecen los periódicos en el país. Juventud Rebelde pasó a ser un periódico semanal y no había espacio para estos reportajes. Además el ánimo de las cubanos no estaba para estos textos, fue una época en la que se luchaba por la supervivencia, por no morirte de hambre. Fue realmente terrible. Y después que pasó esa época tan dura, nunca el periodismo cubano volvió a ese camino y ha seguido siendo un periodismo más propagandístico y utilitario que literario y educativo.
–¿Cuándo fue la primera vez que oíste hablar de Rodolfo Walsh?
–Estando en la universidad leí Operación Masacre , se había hecho una o dos ediciones en Cuba, pero una de ellas fue muy masiva, era una colección de libros muy económicos que se llamaba Ediciones Huracán. Lamentablemente el papel con el que se hizo era tan barato que los libros de esa edición son ilegibles, pero deben haber circulado fácilmente 50, 60 mil ejemplares. Fue un libro que me marcó, porque pensé en algún momento que si alguna vez escribía periodismo iba a escribir un periodismo como el de Walsh; y que si alguna vez escribía novela también me hubiera gustado escribir algo como Operación... que parecía una novela.
–En tus textos hay fondo y figura, los protagonistas y los lugares donde desarrollan las historias lo cual le da una tensión y un interés que en otros textos no encontramos. ¿Cómo ves el panorama periodístico en ese sentido?
–Ese periodismo que yo pude hacer en los años 80 y que tres o cuatro periodistas cubanos practicaron en aquellos años de manera más notable, es un periodismo que es prácticamente imposible de hacer hoy. Recuerda que estamos hablando de una época en la que todavía los periódicos se hacían con recursos que venían desde el siglo XIX, la forma de componer los textos, los linotipos, las líneas de plomo, y ha habido una revolución tecnológica con la era digital, Internet, que cambió por completo la forma de hacer periodismo, de entender el periodismo, de concebir la noticia. Cada vez hay menos revistas, o son cada vez más superficiales, ya no hay esas grandes revistas periodísticas o quedan muy pocas de esas que existieron hasta los años 80 o 90. Los periódicos cada vez tienen menos páginas y luchan contra la rapidez de otros medios. Cuando escribo mis columnas para la agencia de prensa IPS en Roma no puedo excederme de las 50 líneas. Eso impide que el contexto esté presente en el texto periodístico, tanto que muchas veces tengo que buscar alternativas para poder explicar situaciones que fuera de Cuba no se entienden y que sin ese entendimiento lo que yo estoy explicando no tiene sentido. Yo añoro ese periodismo con historias contadas en la plenitud de sus posibilidades. Pero son cada vez menos los espacios y cada vez menos los lectores que tiene ese periodismo.
–¿Qué pasa con los lectores?
–Hay un lector nacido en la era digital, que ya es un lector importante, la generación que tiene entre 20 y 25 años, que se acostumbró a ese texto breve y estamos los lectores nostálgicos de mi generación, los que tenemos más de 40, 50 años, que crecimos con un periodismo mucho más analítico, más de fondo y añoramos esa lectura. Sin embargo, curiosamente ocurre esos lectores que quieren un periodismo muy sintético leen con mucha tranquilidad una novela de Harry Potter de 600 páginas y no resisten leer un reportaje largo. Sin embargo, en mi época, El Extranjero de Camus, que tenía apenas 100 páginas, era una novela de la cual creamos un culto literario; y al mismo tiempo también disfrutábamos de un reportaje de 15, 20 páginas en una revista...
–En el libro hay un texto sobre el ron Bacardi... ¿hablar de Bacardí es hablar de Cuba?
–En estos momentos la situación es completamente diferente. Bacardí ya no se fabrica en Cuba. Con esa tecnología se hacen rones que tienen otro nombre, el ron Santiago o una de las producciones de la línea Habana Club que se fabrica en Santiago de Cuba donde estaba la antigua fábrica Bacardí. Es difícil identificar hoy a Bacardí con Cuba pero durante casi un siglo fue una relación muy elemental el ron cubano por excelencia era el Bacardí, tanto que se creó una bebida internacional que todavía hoy se toma que es la mezcla del ron con el refresco de cola que se llama Cuba Libre, que se ha mitificado su origen y que identifica un poco lo que es Cuba. El Bacardi que hoy se bebe en el mundo no es de la misma calidad que el que se hacía en Cuba. Cuando en gastronomía elevas mucho la producción pues pierdes calidad.
–Teniendo en cuenta el subtítulo de tu libro: “Buscando una cubanía extraviada”, ¿qué imágenes constituyen la identidad cubana hoy?
–Cuba es un país que tuvo la fortuna de crear señas de identidad que muy pronto fueron reconocidas como símbolos de lo que era Cuba. La más importante es la música cubana, creo que es un elemento que desde el siglo XIX comenzó a recorrer el mundo y todavía hoy tiene esa presencia tremenda en el mundo, algo parecido al tango. Hablas de tango y estás hablando del Río de la Plata, hablas de son, de rumba y estás hablando de Cuba. La geografía cubana, el habano, el tabaco cubano, y el propio ron cubano siguen siendo marcas de identidad. Por supuesto indiscutiblemente se suma la Revolución Cubana. En América Latina tiene una presencia muy importante y el pensamiento y la iconografía guevarista, aunque tiene su origen en la Argentina, tiene su expresión en lo que significó el Che para Cuba, donde hizo su obra, la obra que lo convirtió en el Che. Tener una bailarina y una compañía como la de Alicia Alonso es un lujo; el Canon Occidental de Harold Bloom incluye entre 30 escritores de lengua española a cinco cubanos. Siempre digo que Cuba es un país más grande que la isla. La isla siempre nos ha quedado chiquita y por eso nos acusan de ser “los argentinos del Caribe”.
–¿Y a qué viene esa expresión?
–Nosotros tenemos la tendencia a magnificar, no sólo a creernos que somos diferentes, sino a tratar de demostrarlo filosóficamente y entonces en ese sentido un poco egocéntrico, creo que argentinos y cubanos nos damos la mano. Somos más pretenciosos que nuestros vecinos.
–Y en la lista de los íconos, ¿también está Fidel Castro?
–Fidel es una persona política que llena un espacio importante en el siglo XX, especialmente en América Latina, marcó la vida cubana durante 50 años y no se puede escribir la historia de América Latina y de Cuba sin la figura de Fidel; para bien o para mal. Desde el punto de vista que tú lo quieras analizar, tu perspectiva ideológica, tienes que contar con la figura de Fidel.
–Y a pesar de estar hoy en un segundo plano...
–Creo que la importancia política de Fidel se ha ido apagando y sobre todo en la medida en que se han ido introduciendo cambios en la sociedad cubana, esa importancia de Fidel ha ido disminuyendo, incluso el gobierno del propio Raúl Castro ha ido desmontando muchas de las estructuras que durante años Fidel creó para gobernar. Cuba no ha cambiado todo lo que debería haber cambiado en estos últimos seis años, pero ha cambiado muchísimo. Creo que estos cambios aunque lentos y fundamentalmente económicos y no políticos, han sido para bien y van a traer otros cambios, porque cuando empiezas a mover la estructura económica inmediatamente mueves la estructura social; y cuando mueves la estructura social al final mueves la estructura política.
–Obama y Raúl Castro se saludaron en el funeral de Mandela. ¿Qué te pareció esa actitud, cómo se vio en Cuba?
–Lo considero simplemente un gesto de cortesía entre dos personas, que actuaron como deben actuar los seres civilizados en un contexto tan especial como era el homenaje final que se le rendía a un hombre que había sido el gran maestro de la tolerancia y de las vías pacíficas, para conseguir objetivos políticos. Ojalá pudiera ser el principio de muchas cosas que se han especulado, de posibles acercamientos entre Cuba y EE.UU. Pienso que una de las pesadillas más terribles que hemos vivido en Cuba en estos años ha sido el diferendo con los EE.UU., la existencia del bloqueo, que es real y cómo ese embargo, ha servido a los intereses políticos de uno y el otro lado del estrecho de la Florida y cómo ha perjudicado sobre todo a los cubanos normales que vivimos del lado de acá o del lado de allá del estrecho.
–¿Qué continuidad hay entre el joven Padura y el actual desde los ideales políticos y culturales?
–Hoy soy muchísimo más escéptico, que tengo mucha menos fe en determinados proyectos colectivos, porque es lo que me ha enseñado la experiencia de estos años. Sigo pensando que muchas veces el objetivo de los políticos no es hacer el servicio público, sino tener una cuota de poder y todas esas experiencias me hacen ser bastante pesimista. De todos modos trato de buscar los lados buenos de los proyectos sociales, políticos, que existen. Con la muerte de Mandela creo que todos hemos pensado un poco en lo que puede ser un político realmente entregado a una causa, alguien que cumplió su misión y después salió de la escena política activa de una manera absolutamente en claro. Un ejemplo para muchos otros políticos sobre todo aquí en América Latina donde los políticos son tan adictos al poder.

CÓMO FESTEJA EL AÑO NUEVO CADA SIGNO

ARIES
Llega primero a la cena de año nuevo, termina de poner
la mesa y corta el pan para los chorizos. Se va a las
12 y un minuto porque lo esperan en una fiesta en Ramos
un sub grupo de un grupo de amigos de un amigo.

TAURO
Come pionono con ananá que le dá alergia. Se brota pero
 finge que no pasa nada, al igual que el resto de la familia.
Consulta la hora en el 113.

GÉMINIS
Le gusta la cena con la familia pero en realidad quisiera
estar con sus amigos que están San Bernardo y encima
alquilaron una carpa. Se va a dormir temprano porque al
otro día sale a correr a las 8 am.

CÁNCER
Cena con sus padres y hermanos aunque ellos no lo
invitaron. Propone juegos de mesa y conversaciones
sobre el nacimiento del hermano menor o un sobrino.
Se queda a dormir en lo de sus padres.

LEO
Leo llega tarde y hace comentarios sobre su vestuario y
su estado de ánimo. Hace un balance en voz alta de todo
lo que le pasó en este 2013. Cuando termina con el balance,
son las 12.

VIRGO
Se queda hasta las 2 am limpiando todos los tuppers
de comida. Quiere todo el tiempo contar cosas que le
pasaron, del orden de los emocional, pero nadie lo llega
escuchar.

LIBRA
Sonríe a todo el grupo familiar, media entre la relación tirante
de la nona y la tía con frases como "más contento que puto
con dos culos" o "sabés lo que es un asco? un sorete en
un frasco".

ESCORPIO
Es el hijo de puta que mete púa. Le recuerda a todos quién
le debe plata a quién. Critica la vajilla sin ironía.

SAGITARIO
A los gritos cuenta chistes de gallegos, se vuelca la fresita y
revolea al bebé por el aire muy cerca del ventilador. Es de
los que te explota el chasquibún en la espalda.

CAPRICORNIO
Llega solo y les cuenta a todos que tiene un pez gordo entre
las manos para el 2014, un proyecto que les va a dar a todos
de comer: quiere hacer tinturas para perros.

ACUARIO
Propone hacer un amigo invisible para Reyes y la foto grupal
tipo equipo de fútbol con los abuelos en los extremos. Nadie
acepta, se ofende y no habla más con nadie durante toda la
noche.

PISCIS
Llega solo y se va solo. Propone una oración para los espíritus
de año nuevo que dice que existen porque lo vió en un programa
en Infinito. Les cuenta a todos de su nueva religión y explica el
sentido de la vida en la tierra.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Nabokov

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Contratapa|Viernes, 6 de diciembre de 2013


El secreto del mundo

Por Juan Forn
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El acápite de novela más extraordinario que leí en mi vida dice: “El roble es un árbol. La rosa es una flor. El ciervo es un animal. La golondrina es un pájaro. Rusia es nuestra patria. La muerte es inevitable”. Son palabras de un tal Piotr Smirnovsky y, si le creemos a Nabokov, vienen de un manual de gramática rusa que se usaba para educar a los niños en Berlín durante la primera gran oleada de la emigración, después de la revolución bolchevique. Había muchos rusos que tomaban estas palabras como un dogma de fe en aquellos tiempos. Bajaban a caminar por la calle en Berlín y esperaban encontrarse con el otoño en San Petersburgo. Si se subían a un tranvía y se les caía un guante por la ventanilla, tiraban el otro para que quien lo encontrara tuviera el par, aunque no les quedara en los bolsillos ni una moneda para tabaco, carbón o té. Todos eran escritores, todos creían tener algo que decir porque les dolía Rusia. Leían los periódicos de la emigración como si leyeran a Tolstoi y los escribían como si fueran Pushkin. No sólo no entendían la revolución que los había expulsado de su mundo idílico; tampoco les entraba en la cabeza que la edad de oro de la literatura rusa (ese medio siglo de Pushkin a Tolstoi) hubiera dejado su lugar a la edad de plata (Ajmátova, Maiacovski, Blok). Para ellos no había terminado todavía: continuaba en ellos. Habían tenido delante de sus narices a los acmeístas y a los futuristas y a los imaginistas, antes de abandonar la patria, pero seguían pensando que la literatura rusa la hacían ellos, en salones prestados en Berlín.
Había un muchacho que iba a esos salones, uno de “esos jóvenes rusos en Berlín que vendían pobremente las sobras de su educación aristocrática dando lecciones particulares de inglés, boxeo y tenis”. El también llevaba a Rusia en el corazón. De hecho, se creía con más derecho que todos esos vejestorios de salón a sentir que Pushkin y Tolstoi corrían por su sangre, porque en su caso el parentesco no sólo era metafórico, sino sanguíneo: el joven Nabokov se creía el príncipe heredero de la literatura rusa, y un poco así lo trataban esos vejestorios (a fin de cuentas, su padre había muerto por la patria poco antes, poniéndole el pecho a las balas que pretendían asesinar a Kerensky a la salida de un mitín político en Berlín). El joven Nabokov asistía a aquellas veladas con el cuello de la camisa abierto y zapatillas de tenis sin medias, el rostro y las manos y los tobillos siempre bronceados y una inalterable indiferencia en su expresión helénica, pero por dentro se sentía “como una casa a la que han privado de su piano de cola”. En sus prolongados ratos libres entre clase y clase, leía a Pushkin como si lo inhalara (“El lector de Pushkin siente que su capacidad pulmonar crece”). Lo hacía como entrenamiento, pero no para escribir poemas: sabía ya que sus poemas podían engañar a otros pero a él no; necesitaba encontrar otro envase para la voz que tenía adentro. Y, así como descubrió temprano frente a un tablero de ajedrez que no tenía pasta de gran maestro pero sí tenía un talento tan endiablado como elegante para inventar problemas que vendía después a la revista 8x8, supo en aquellos tiempos en Berlín (cuando una muchacha hermosa que se convertiría en la mujer de su vida le dijo: “Me gustan tus poemas pero las palabras parecen un talle más pequeño de lo que deberían ser”) que la única manera que tenía de ser poeta era disfrazándose de novelista.
Años después, cuando ya había escrito todas sus fabulosas novelas en inglés, dijo que sólo se había limitado a aplicar la idea que se le ocurrió en ruso, en aquellos tiempos en Berlín: la de enmascarar la poesía en la prosa, la idea de que la gran narrativa es “poesía inadvertida”, opera sin hacerse evidente. Todos esos años de indolencia en Berlín, Nabokov estuvo en realidad entrenando el instrumento, escribió primero siete novelitas una tras otra para ir familiarizándose con el formato, y después puso sobre la mesa el libro que quería escribir desde un principio: la biografía de la mente de un escritor. Puso todo ahí: el Berlín opaco, la añoranza permanente de Rusia, las enfermas rivalidades literarias, las mujeres, las estrecheces económicas y también los delirios de grandeza de ese joven escritor, la manera en que va escribiendo su vida en la cabeza mientras tanto. Fue la última novela que escribió en ruso; después se pasó al inglés y, si se fijan un poco, repitió la táctica: un puñado de novelitas para ir tomándole el punto al idioma y entonces los grandes libros, Lolita, Pálido fuego, Habla memoria, Mira los arlequines.
Nina Berberova, que tenía la misma edad que Nabokov, dijo que cuando leyó La dádiva en París en 1939 sintió “que toda mi generación había sido justificada, estábamos salvados, teníamos sentido”. Pero el resto de la emigración detestó el libro y se sintió ultrajada. Nadie quiso pagarle la publicación, Nabokov terminó encontrando un editor alemán de poca monta que dejó morir al libro, y después, cuando logró cruzar a salvo hasta Estados Unidos huyendo de los nazis, no confiaba en nadie para que la tradujera, y él mismo no se decidía a hacerlo porque le resultaba demasiado doloroso tener que enfrentar en inglés los dilemas estilísticos que tan bien había sabido resolver en ruso, de manera que La dádiva (que en su lengua original se llama Dar, un título que habría sido perfecto para su traducción al castellano) durmió el sueño de los justos durante años y años, y todavía hoy es un libro semiolvidado: las editoriales que publican con pingües ganancias a Nabokov lo tienen fuera de catálogo, es una hazaña conseguir un ejemplar, sea en castellano o en inglés, para no hablar del ruso.
Había tanto que ofendía en La dádiva a los emigrados rusos en Berlín (y a los de Praga y a los de París, que participaban a la distancia), fue tal la catarata de cartas quejándose a los diarios sobre distintos momentos del libro, que nadie se sintió escarnecido por una escena en que el joven protagonista compara la vida de los rusos en Berlín con un cuento de los muchos que le hizo su padre (muerto, como el de Nabokov, e idealizado como el de Nabokov): en los confines de Chang, durante un incendio, un viejo chino tira agua sin cansarse al reflejo de las llamas en las ventanas de su casa, convencido de que la está salvando. Otro de los personajes de La dádiva dice en cierto momento: “La vida como viaje es una ilusión estúpida. No hay viaje, no vamos a ninguna parte, estamos sentados en casa y el otro mundo nos rodea, siempre”. Los rusos de Berlín evitaban en lo posible el trato con los “aborígenes” (ajj, krautz), desconfiaban y evitaban a los nuevos rusos que llegaban (espías, todos espías) y seguían tirando agua contra el reflejo de un fuego en el vidrio. No había mundo más pequeño. Y sin embargo, en el centro mismo de La dádiva una voz dice estas fabulosas palabras: “No es fácil de entender pero si lo entiendes lo entenderás todo y saldrás de la prisión de la lógica: el todo es igual a la más pequeña parte del todo, la suma de las partes es igual a una de las partes de la suma. Ese es el secreto del mundo”.

Tratado sobre las manos-Miguel Vitagliano

Domingo, 1 de diciembre de 2013
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ESCRITO EN EL MARGEN

El legado de un profesor de literatura está en sus manos: los subrayados que hizo en los márgenes de los libros que leyó, anotó, estudió y amó a lo largo de su vida. A partir de esta premisa, Miguel Vitagliano reconstruye en Tratado sobre las manos un camino emocional e íntimo en el que la reflexión sobre la literatura y su posible sentido encuentra un cauce afectivo que deposita en el corazón de los lectores.

Por Mara Laporte
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Algunos escritores tienen una historia para contar; otros prefieren salir a su encuentro. Miguel Vitagliano se encuentra, sin duda, entre estos últimos. Tratado sobre las manos, su última novela, probablemente sea menos una historia que una búsqueda, un recorrido que parecen transitar a la par el propio autor, cada uno de los personajes y, en consecuencia, el lector, que a lo largo del trayecto no puede sino agradecer el haber sido invitado a la aventura. Hacia dónde va esta historia lo iremos vislumbrando de la mano de Lidia, su protagonista, una maestra retirada que, a los 62 años, sufre la muerte de su marido, Víctor, un profesor de literatura latinoamericana a quien dedicó toda su existencia. En medio del duelo, Lidia comienza a recorrer la biblioteca de Víctor, y es allí donde empieza a mitigar su dolor, reencontrándose con su marido en los subrayados y comentarios al margen dejados por él en los miles de libros que ha leído a lo largo de su vida. Entonces, la idea que se le ocurre a Lidia alcanza la dimensión de su pena: transformar esas escrituras marginales en el último y verdadero libro de Víctor, el que él mismo fue escribiendo en los márgenes de otros, casi sin advertirlo, durante toda su vida. Porque “la muerte era estar quieta y ella estaba viva, y Víctor también, mientras mantuviera sus palabras en movimiento”. Y este proyecto, tan descomunal como maravilloso, acaba reencontrándola no sólo con Víctor, sino también con su propia familia, con quien comienza a reconstruir los lazos de un vínculo que parecía hasta entonces deshecho.
“Nada sucede de la nada: todo lo que es, antes dejó su huella”, se anima Lidia envuelta en las palabras de La eternidad de los astros, aquel fantástico ejemplar de Auguste Blanqui en cuyos márgenes Víctor había apuntado algunas de sus cavilaciones. Y aquí, como si se tratara de un juego de muñecas rusas, es probable que quienes tenemos la costumbre de leer “lápiz en mano” volvamos a agradecer al autor –por Blanqui y por la aventura– y nos encontremos de pronto, también, subrayando lo subrayado por Víctor en un libro que fue de otro pero que de algún modo es de todos. Porque si de algo trata este Tratado sobre las manos es precisamente del diálogo, de esa conversación absolutamente íntima que se establece entre el lector y aquello que lee, de la multitud de voces que dialogan o confrontan con otras voces a partir de un texto. Y de cómo, en una sucesión dialógica que nunca acaba del todo –qué otra cosa, si no, es la Literatura– cada texto viene a cuestionar o continuar a otros, abriendo a su vez siempre una pregunta que algún texto futuro tal vez se atreva a responder. Así, Lidia, en su papel de escriba del libro último de Víctor, no hace más que inscribirse en esta cadena de diálogos y conversaciones. Como ejemplo de este espíritu dialógico (en el sentido más bajtiniano del término) que atraviesa toda la novela, valga uno de sus primeros pasajes, en el que la protagonista se encuentra con un ejemplar de Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino, en el cual Víctor había subrayado una serie de palabras dispersas. Lidia las une y las transcribe en forma de versos, y de ese modo acaba escribiendo un poema: “... hace unas páginas/este fantasma femenino/forma la página escrita/yo me dejo encontrar/alejarme/desaparecer/tú querías unos pocos elementos/queda escondido qué hay que no sea”. ¿No representa este poema escrito con palabras ajenas la más profunda dimensión del diálogo literario? Es Calvino prestándole sus palabras a Víctor; es Víctor hablándole a Lidia, es Lidia respondiendo con la construcción de un nuevo texto.
De esta manera, de Blanqui a Calvino, pasando por Borges, Gombrowicz, Fogwill, Márai, William H. Hudson, o Novalis, entre las múltiples lecturas de Víctor cuyos márgenes va recorriendo Lidia, se va abriendo paso, paralelamente, otra historia. Una historia que comienza cuando la protagonista, empujada por una situación fortuita, acaba teniendo que pasar una temporada en la casa de su familia política. Allí, en el que supo ser el hogar familiar de Víctor y con el tiempo se convirtió tanto en un club de squash venido a menos como en la casa de su hermano Joaquín, su esposa y sus tres hijos, continúa Lidia con su colosal proyecto. Y así, mientras lee y transcribe acunada por el golpeteo anacrónico de las pelotas de squash, reconstruye los vínculos con su familia. Una familia en la que cada uno esconde un misterio o una herida: Joaquín, su cuñado; Elena, la esposa de Joaquín y, principalmente, sus sobrinos: Miranda, que todo lo mira; Joaco, que retoma como puede su vida tras un accidente y, especialmente, Vicky, que se siente segura en el dolor de los demás, y que acaba desempeñando un papel fundamental en la vida de Lidia y en la historia.
Y si Tratado sobre las manos es una novela dialógica, el tratamiento que Vitagliano hace de los personajes la vuelven una obra polifónica. Porque el autor, lejos de imponer su voz, permite que las conciencias y mundos de sus personajes se entrecrucen a través de sus propias voces, presentándose a sí mismos en sus actos y palabras. Es ésta una de las particularidades de esta novela: el lugar desde el que elige hacer oír su voz quien la escribe, jugando a esconderse por momentos, a reaparecer en alguna Nota de Autor, pero nunca por encima de sus personajes sino a su mismo nivel, en igualdad de condiciones.
Tratado sobre las manos. 
Miguel Vitagliano 
Eterna Cadencia Editora 
288 páginas

Cuenta Vitagliano una anécdota que, aun siendo un elemento extratextual, mucho tiene que ver con la génesis de su libro. Refiere el autor que un amigo le regaló una vez un libro de teoría literaria marcado en los márgenes por David Viñas, a quien había pertenecido el ejemplar. El amigo, al entregárselo, le comentó además que en su interior había un recorte de una publicación cuyo contenido ignoraba, ya que no había llegado a leerla. Cuando Vitagliano la abrió vio que se trataba, casualmente, de un artículo sobre Bajtin. Al terminar de leerlo, descubrió que quien firmaba el artículo era él mismo, Miguel Vitagliano. El episodio, que podría tener que ver con “la insolencia de lo aleatorio”, surca este Tratado sobre las manos en varias de sus coordenadas, y profundiza en una de las grandes preguntas que viene a plantear el libro: ¿existe realmente el azar, o las casualidades no son más que “invenciones fútiles o revelaciones que se cuelan desde alguna zona misteriosa”?
Tratado sobre las manos es un libro que viene a recordar de qué manera “cada uno de nosotros debe decidir cuál es el encuentro que define nuestras vidas”, qué parte de la vida merece ser subrayada y en cuál de sus márgenes tal vez tengamos algo por agregar. Y quizá la mejor definición posible de esta novela la haya proporcionado Lidia, al intentar explicar esa maravillosa hazaña suya que es el libro final de Víctor: “Es un libro complejo y amigable, como son las relaciones íntimas verdaderas”. Eso es Tratado sobre las manos: una novela que habla sobre Literatura, pero que no olvida que la Literatura –y ahí su lado íntimo y emocional– también puede ser acariciada con las manos.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Jack Kerouac

Tapa libros

Escenas de Nueva York

En 1960, Jack Kerouac publicó un libro donde se recopilaba una serie de artículos que daban cuenta de su pasión nómade y de alguna manera concluía una suerte de balance de los beatniks, de lo que había sido de ellos, incluyendo a Gregory Corso y Allen Ginsberg, entre otros. Viajero solitario se publica ahora en la Argentina (Caja Negra) después de una edición de Losada en los años ’60. Aquí se presentan fragmentos de uno de los textos en el que Kerouac hace una vital semblanza de una Nueva York plagada de jukeboxes y hot dogs, donde acaba de morir Lester Young, pero todavía se puede escuchar a John Coltrane, aburrirse con programas de Doris Day, comer comida étnica y vivir la vida nocturna en todo su esplendor extravagante.


 Por Jack Kerouac

Mi madre vivía sola en un departamentito en Jamaica, Long Island; trabajaba en una fábrica de zapatos y esperaba que yo volviera a casa para hacerle compañía e ir con ella al Radio City una vez al mes. Siempre tenía listo para mí un minúsculo dormitorio: ropa limpia en el armario, sábanas limpias en la cama. Era un alivio después de tantas bolsas de dormir, literas y tierras del ferrocarril. Y era también una oportunidad de quedarme en casa y escribir.
Yo siempre le daba a mi madre el dinero que me sobraba del sueldo. Entonces me instalaba, dormía mucho, meditaba todo el día en casa, escribía y daba largas caminatas por la amada Manhattan, que estaba a media hora de subte. Vagaba por las calles, los puentes, Time Square, las cafeterías, el puerto... Me juntaba con mis amigos, los poetas beatniks, y caminábamos juntos. Tenía romances con chicas que conocía en el Village. Todo lo hacía con esa alegría loca, algo delirante, que uno siente cuando vuelve a Nueva York.
En Nueva York, mis amigos y yo teníamos una estrategia especial para pasarla bien sin gastar mucho y, lo más importante, sin que nos molestaran algunos personajes con sus tediosos compromisos como, digamos, un baile en la casa del alcalde. No nos hace falta andar dando la mano como diplomáticos, no necesitamos citas de ningún tipo y nos sentimos muy bien. Damos vueltas por las calles como chicos. Vamos a las fiestas, contamos lo que hicimos y la gente cree que es pura jactancia. Dicen: “¡Los beatniks, los beatniks...!”.
Pensemos, por ejemplo, en una noche típica. Al salir del subte de la Séptima Avenida en la Calle 42, se pasa delante del baño de hombres, el baño más castigado de Nueva York –nunca se sabe si está abierto o no; por lo general hay una gruesa cadena con un cartel que dice “Clausurado”; otras veces se ve salir algún monstruo decadente de cabello blanco; es un baño por el que pasaron los 7 millones de habitantes de Nueva York–, se deja atrás el local nuevo de hamburguesas al carbón, los vendedores de Biblias, los jukeboxes, un puesto de revistas y libros usados pegado al negocio de maníes que les da su olor característico a las galerías del subterráneo –ahí se puede encontrar algún ejemplar usado de Plotino contrabandeado entre libros de textos de colegios secundarios alemanes–, se venden también hot dogs de aspecto dudoso (no, mentira, en realidad son excelentes, sobre todo si no se tienen los quince centavos que cuestan y se consigue alguien que los preste en la cafetería de Bickford).
En la tabaquería, con cantidad de teléfonos públicos, de la 42 y la Séptima, pueden hacerse innumerables llamadas mientras se mira el movimiento de la calle y uno se siente protegido ahí dentro cuando llueve y entonces la conversación se prolonga. ¿Y qué se ve? ¿Equipos de básquet? ¿Entrenadores de básquet? ¿Toda esa gente que anda en patines? ¿Muchachos del Bronx que buscan acción, un romance? ¿Extrañas parejas de chicas que salen de los cines porno? ¿Las viste? O más bien hombres de negocios un poco borrachos, con el sombrero ladeado en la cabeza encanecida, que miran las carteleras en el edificio del Times, frases sobre Khrushchev, el crecimiento demográfico en Asia, y siempre quinientos puntos después de cada oración. Hasta que aparece un policía patológicamente preocupado y les ordena a todos que se vayan. Este es el centro de la ciudad más grande que el mundo ha conocido jamás y esto es lo que los beatniks hacen aquí. “Quedarse parado en una esquina sin esperar a nadie, eso es el Poder”, dijo el poeta Gregory Corso.
Crucemos la calle para ir a lo de Grant, nuestro restaurante preferido. Por sesenta y cinco centavos ofrecen un enorme plato de almejas, papas fritas, una porción de ensalada de coliflor, salsa tártara, salsa para el pescado, una rodaja de limón, dos rebanadas de pan de centeno fresco, manteca y, por otros diez centavos, un vaso de rara cerveza de abedul. ¡Qué fiesta es comer ahí! Españoles que mastican hot dogs, de pie, un poco inclinados hacia los tarros de mostaza. Diez mostradores diferentes con diez especialidades distintas. Sandwiches de queso de diez centavos, dos bares apocalípticos de licores y mozos indiferentes. Y policías que comen gratis en la trastienda, saxofonistas borrachos, linyeras solitarios de la Calle Hudson que toman la sopa sin hablar con nadie. Veinte mil clientes diarios, cincuenta mil los días de lluvia, cien mil cuando nieva. Abierto las veinticuatro horas. Privacidad suprema al amparo de la luz roja que alumbra la conversación. Toulouse-Lautrec, deforme y con bastón, dibuja en un rincón. Uno puede engullir la comida en cinco minutos o demorarse cuatro horas en delirantes conversaciones filosóficas con los amigos. ¡Comamos un hot dog antes de ir al cine! Pero estamos fumados y no nos movemos de ahí porque es más divertido que un programa de televisión sobre Doris Day y sus vacaciones en el Caribe.
Hay en Times Square una considerable población flotante que convirtió a Bickford en su cuartel general, de día y de noche. En los viejos tiempos de la beat generation, algunos poetas se reunían ahí para encontrarse con Hunkey, personaje famoso que iba y venía con impermeable negro y boquilla a la caza de alguien que le diera un recibo de empeño –máquina de escribir Remington, radio portátil, impermeable negro– a cambio de una tostada (o dinero) para ir a los suburbios a enredarse en una pelea con la policía. También iban gangsters tarados de la Octava Avenida –y acaso vayan todavía–, aunque casi todos los de la primera época deben estar en la cárcel o muertos. Ahora los poetas van a fumar una pipa de la paz, persiguen el fantasma de Hunkey y sueñan delante de una taza de té.
Los beatniks aseguran que si uno va ahí noche tras noche, todas las noches, se puede empezar una temporada dostoievskiana en Times Square y se puede hablar con los canillitas sobre el trabajo, las familias y las penas, fanáticos religiosos que podrían llevarte a sus casas y, en la mesa de la cocina, darte un larguísimo sermón acerca del “nuevo Apocalipsis” e ideas semejantes: “Mi pastor bautista de Winston-Salem me dijo que la razón por la que Dios inventó la televisión fue porque cuando Cristo vuelva a la Tierra lo crucificarán aquí, en las calles de Babilonia, y tendrá las cámaras apuntándole a Él y todos verán la sangre que correrá por las calles”.
Si uno se quedó con hambre, puede ir a la Cafetería Oriental, también “lugar de elección para la cena” con vida nocturna –barato– en el sótano que hay enfrente de la terminal de ómnibus de la Calle 40, y comer por noventa centavos cabezas de cordero con arroz a la griega. Y escuchar melodías orientales en el jukebox.
Todo depende de lo fumado que uno esté, suponiendo que se haya optado por alguna de las esquinas, por ejemplo, la de la Calle 42 y la Octava, cerca de la gran farmacia de Whelan: hay allí otro lugar solitario apropiado para observar gente, prostitutas negras, damas que se quiebran por la psicosis de la benzedrina. Enfrente se puede ver el principio de las ruinas de Nueva York –el Hotel Globe ya demolido, un agujero en la Calle 44– y el edificio verde de McGraw-Hill que se eleva hacia el cielo, mucho más alto de lo que podría siquiera imaginarse, solitario, en las inmediaciones del río Hudson, donde los cargueros esperan bajo la lluvia la piedra caliza que llega de Montevideo.
Mejor volverse a casa. Se está haciendo tarde. O: “Vayamos al Village o a Lower East Side y escuchemos en la radio a Symphony Sid –o pongamos nuestros discos indios– y comamos bifes puertorriqueños –o bofe–, o veamos si Bruno anduvo rompiendo coches en Brooklyn; aunque Bruno se volvió afable, así que por ahí escribió algún poema nuevo”.
O miremos televisión. Programa de la noche: Oscar Levant habla sobre su melancolía en el show de Jack Paar.
El Five Spot, en la Calle 5 y Bowery, tiene al pianista Thelonious Monk y hay que ir. Si uno conoce al dueño, puede sentarse gratis en una mesa y tomar una cerveza; si no, no queda más remedio que colarse, quedarse parado al lado del ventilador y escuchar. El lugar está repleto los fines de semana. Monk medita en una fulminante abstracción, clonc, el pie gigantesco marca delicadamente el tempo en el suelo, la cabeza gira hacia un lado para escuchar y parece meterse en el piano.
Lester Young tocó ahí antes de morir, entre entrada y entrada; le gustaba sentarse en la cocina. Mi amigo el poeta Allen Ginsberg fue una vez a verlo, se arrodilló delante de él y le preguntó qué haría si cayera una bomba atómica en Nueva York. Lester le dijo que iría corriendo a romper la vidriera de Tiffany’s para llevarse algunas joyas. También preguntó: “¿Qué hace de rodillas?”. No se daba cuenta de que era el gran héroe de la generación beat y que conservamos ahora su memoria como una reliquia. El Five Spot está mal iluminado, tiene mozos extravagantes, siempre buena música; a veces John “Train” Coltrane inunda el recinto con el sonido erizado de su saxo tenor. Los fines de semana, la gente del suburbio organiza fiestas; no le importan a nadie.
O, durante un par de horas, en los Jardines Egipcios del West Side Chelsea, el distrito de los restaurantes griegos. Vasos de ouzo, licor griego y mujeres hermosas que bailan la danza del vientre con trajes de lentejuelas; Zara, la incomparable, sigue con su cuerpo en la pista los misterios de la flauta y el ritmo griego: cuando no baila, se sienta entre los músicos de la orquesta y toca el tambor contra su vientre; ojos soñadores. Multitudes de parejas de los suburbios aplauden sentados a sus mesas al ritmo oriental. Si uno llega tarde, tiene que quedarse de pie, cerca de la pared.
¿Ganas de bailar? El Garden Bar en la Tercera Avenida. Se arman ahí fantásticos bailes a la media luz del salón del jukebox, en el fondo; es barato y los mozos no molestan.
¿Ganas de conversar? El Cedar Bar de University Place, punto de encuentro de todos los pintores y el lugar en el que un muchacho de dieciséis años estuvo toda una tarde tratando de que un chorro de vino tinto saliera de una bota española y cayera en las bocas de sus amigos, y no lo logró...
Los boliches de Greenwich Village, el Half Note, el Village Vanguard, el Café Bohemia y el Village Gate también programan jazz (Lee Konitz, J. J. Johnson, Miles Davis), pero son muy caros, aunque lo peor no es que haya que pagar mucho sino que la atmósfera comercial está matando al jazz y el jazz se está matando a sí mismo, porque el jazz pertenece a locales alegres donde la cerveza vale diez centavos, como era al principio.
Hay una gran fiesta en el departamento de cierto pintor; el flamenco suena fortísimo en el fonógrafo; de pronto, las chicas son puras caderas y puros talones y el resto trata de bailar entre el revoleo de las cabelleras. Los hombres se enloquecen y empieza la pelea: vuelan objetos de una punta a otra de la habitación, algunos agarran a otros de las pantorrillas y los levantan un metro del suelo, pero nadie sale lastimado. Las chicas se sientan en las rodillas de los hombres, se les levantan las polleras y quedan a la vista los encajes sobre el muslo. Por fin todos se visten y se vuelven a casa y el anfitrión dice, perplejo: “Parecen todos tan respetables”.
O alguien tiene un estreno de algo, o hay una lectura de poesía en el Living Theater, o en el Gaslight Coffee, o en la Seven Arts Coffee Gallery, a la vuelta de Times Square (un lugar increíble, en la Novena Avenida y la Calle 43) (empieza los viernes a la medianoche), desde donde todos van después a algún barcito. O puede ser también una fiesta en la casa de Leroi Jones. Leroi tiene un nuevo número de la Yugen Magazine, que imprime él mismo en una máquina con manijas y palancas y que publica poemas de todo el mundo, de San Francisco a Gloucester, Mass, y cuesta nada más que cincuenta centavos. Editor histórico y hipster secreto del comercio, a Leroi lo cansan un poco las fiestas; muchos se sacan la camisa y bailan; tres chicas sentimentales canturrean algo encima del poeta Raymond Bremser; Gregory Corso, mi amigo, discute con un periodista del New York Post y le dice: “¡Usted no entiende el llanto del canguro! ¡Cambie de rubro! ¡Váyase a las islas Enchenedias!”.
Salgamos de ahí; es demasiado literario. Vamos a emborracharnos al Bowery o a comer esos fideos larguísimos y tomar té en vaso de vidrio en el Hong at de Chinatown. ¿Por qué estamos siempre comiendo? Caminemos por el Puente de Brooklyn para abrir el apetito. ¿Y qué te parece en Sands Street?
Sombras de Hart Crane.
Viajero solitario. Jack Kerouac Caja Negra 186 páginas
Pero volvamos al Village y quedémonos en la esquina de la Calle Ocho y la Sexta Avenida y miremos pasar a los intelectuales. Periodistas de AP que vuelven agitados a sus casas de los sótanos de Washington Square; las editorialistas que pasean con enormes perros de policía atados con cadena; anónimos expertos en Sherlock Holmes de uñas azuladas corren a sus habitaciones a tomar escopolamina; un joven musculoso en un traje gris barato de corte alemán le explica algo intrincado a la gordita que lo acompaña; importantes periodistas se inclinan educadamente para retirar la edición matutina del Times que acaban de comprar; robustos operarios de empresas de mudanza salidos de una película de Charlie Chaplin de 1910 vuelven a sus casas con bolsas llenas de chop suey (para alimentar a toda la familia); el arlequín melancólico de Picasso, que es ahora dueño de una imprenta y un taller de marcos, piensa en su esposa y en su hijo recién nacido mientras para un taxi; rollizos ingenieros de grabación circulan con sombreros de piel; artistas mujeres de Columbia con problemas típicos de D.H. Lawrence buscan algún viejo de cincuenta años; otros viejos metidos en otros problemas; y en el espectro melancólico de la cárcel de mujeres de Nueva York, que resplandece en la altura y se pliega al silencio de la noche –las ventanas parecen naranjas en el ocaso–, el poeta e.e. cummings compra pastillas para la tos a la sombra de esa monstruosidad. Si llueve, uno puede quedarse debajo del toldo del Howard Johnson y contemplar la calle desde la vereda de enfrente.
En el supermercado, que está cinco puertas más allá, el ángel beatnik Peter Orlovsky compra bizcochos Uneeda (el viernes pasado a la noche), helado, caviar, jamón, pretzels, gaseosas, TV Guide, vaselina, tres cepillos de dientes, leche chocolatada (sueños de un lechón asado), papas de Idaho, pan de pasas, repollo –aunque por error– y tomates frescos y estampillas violetas. Después se vuelve a casa sin un peso, pone todo sobre la mesa, saca un libro muy grueso con los poemas de Mayakovski, pone una película de terror en el televisor de 1949 y se va a dormir.
Y ésta es la vida nocturna beat en Nueva York.

Mi deber en la Tierra

Tuve una infancia hermosa: mi padre era imprentero en Lowell; vagué día y noche por los campos y las orillas del río; escribí novelitas en mi cuarto, la primera a los once años; llevé también un diario e inventé un “periódico” que cubría mis mundos imaginarios de carreras de caballos, béisbol y fútbol. En el Colegio Parroquial de San José recibí tempranamente una excelente educación de los jesuitas, que me permitió después saltar sin escalas al sexto grado de la escuela pública; cuando era chico, viajé con mi familia a Montreal, Quebec; el alcalde de Lawrence (Massachusetts), Billy White, me dio a los once años un caballo en el que pasearon todos los demás niños del vecindario; el caballo se escapó. Acompañado por mi madre y mi tía, hice largas caminatas nocturnas bajo los árboles añejos de Nueva Inglaterra. Escuchaba con atención los chismes que ellas contaban. A los diecisiete años y bajo el influjo de Sebastian Sampas, un joven poeta local que murió luego en la playa de Anzio, decidí ser escritor. A los dieciocho años leí la vida de Jack London y resolví ser también un aventurero, un viajero solitario. Las primeras influencias literarias fueron Saroyan y Hemingway; más tarde, Wolfe (después de romperme una pierna jugando al fútbol con los estudiantes del primer año de Columbia leí a Tom Wolfe y recorrí su Nueva York en muletas). Influido por mi hermano mayor, Gerald Kerouac, que murió a los nueve años en 1926, cuando yo tenía cuatro, durante la infancia pretendí ser un gran pintor y dibujante (él lo era) (y también un santo, según dijeron las monjas) (esto aparece en la próxima novela, Visions of Gerard). Mi padre era moralmente recto, muy alegre; en sus últimos años, lo amargaron Roosevelt y la Segunda Guerra; murió de cáncer de bazo. Mi madre todavía vive. Y yo vivo con ella en una especie de vida monástica que me permitió escribir todo lo que escribí. Pero también escribí en el camino, como vagabundo, ferroviario, exiliado mexicano y peregrino por Europa (como se lee en Viajero solitario). Mi hermana Caroline, casada con Paul E. Blake Jr., de Henderson, N.C, técnico del gobierno en protección antimisilística, tiene un hijo, Paul Jr., mi sobrino, que me llama tío Jack y me quiere mucho. Mi madre se llama Gabrielle; sus largos relatos acerca de Montreal y New Hampshire me enseñaron naturalmente el arte de contar historias. La genealogía de mi familia se remonta a Bretaña, Francia, y a mi primer ancestro norteamericano, el barón Alexandre Louis Lebris de Kérouac de Cornwall, Bretaña; alrededor de 1750 le cedieron tierras a lo largo de la Rivière du Loup después de la victoria de Wolfe sobre Montcalm; sus descendientes se casaron con indias (mohawacks y caughnawagas) y cultivaron papas. El primer descendiente en los Estados Unidos fue mi abuelo Jean-Baptiste Kerouac, carpintero de Nashua, N. H. La madre de mi padre era una Bernier de la familia del explotador Bernier. Todos bretones por el lado de mi padre. Mi madre tiene un nombre normando, L`Evesque.
Mi primera novela en sentido estricto fue The town and the city, escrita, en la tradición del trabajo minucioso y la corrección, en tres años, entre 1946 y 1948, y publicada en 1950 en Harcour Brace. Luego descubrí la prosa “espontánea” y escribí Los subterráneos en tres noches y En el camino en tres semanas.
Leí y estudié solo durante toda mi vida. En Columbia batí el record de inasistencia a las clases para quedarme en mi cuarto. Escribía una pieza teatral diaria y leía a, digamos, Louis-Ferdinand Céline en lugar de los “clásicos” del curso.
Tenía mis propias ideas. Se me conoce como “loco, vago y ángel” de “prosa perpetua y desnuda”. Soy también poeta en verso: Mexico City blues. Siempre entendí que la literatura era mi deber en la Tierra. También la prédica de la bondad universal, que los críticos histéricos no supieron advertir bajo la frenética actividad de mis novelas sobre la generación “beat”. No soy realmente un “beat” sino un solitario, lunático y extraño místico católico...
Planes últimos: eremita en los bosques, serena escritura de madurez, dulce insinuación del Paraíso (que nos llega a todos...)
Este texto, “Por favor, haga un breve resumen de su vida”, fue escrito por Jack Kerouac como introducción a los artículos de Viajero solitario, que Caja Negra distribuye esta semana.

viernes, 21 de junio de 2013

Keres cojer? = Guan tu fak

Por Daniel Link
Es difícil decidir si es mayor la audacia de Alejandro López, autor de Keres cojer? = Guan tu fak (Buenos Aires, interzona, 2005, 344 págs., ISBN 987.1180.09.8), su segunda novela y primera parte de una trilogía que continuará con (22 x 7) Flor de Chongo y Las aventuras de Vanessa en Amérika o la de la editorial que ha decidido publicar este libro modernísimo y extraño que seguramente se enfrentará con la incomprensión generalizada del mundillo literario y la crítica, últimamente abocados a discutir trivialidades (es decir: a aburrirnos) mientras la literatura argentina de verdad sigue dando saltos adelante, cosa que la segunda novela de López (Goya, 1968) no hace sino confirmar para felicidad de quienes amamos la literatura pero mucho más los riesgos que ella implica. En su género (el relato se desarrolla casi integramente a través de chats e incluye páginas del periodismo más trash), la novela no es la primera pero es la mejor, porque muestra a la perfección el delirio carnavalesco de las identidades, el problema de la distancia y la inmediatez del imaginario comunicacional (también su falsedad), el fundamento pulsional de la tecnología, la inestabilidad del presente, en fin: la vida entera. Pero además Keres cojer? continúa fuera del libro, porque Alejandro López ha querido que esta experiencia estética excediera los estatutos meramente literarios (lo mismo había sucedido con La asesina de Lady Di, a propósito de cuya presentación López montó una espléndida instalación de memorabilia): Keres cojer?, que viene de Internet, encuentra en ese espacio -objeto de todos los terrores, deseos y meditaciones- una forma de exceder el libro o de volverlo apenas una parte de otra cosa. En el sitio de Interzona pueden verse algunos videos que completan, comentan y potencian el escándalo de sentido al que Alejandro López (como los escritores de verdad) aspira. Novela de chongos, travestis, hermanos incestuosos, mafiosos de poca monta, estafadores, cafishos, traficantes de niños y chicas de provincia (¿es acaso otra cosa la Argentina?), Keres cojer? es uno de los acontecimientos literarios de este año y, seguramente, uno de los grandes objetos de pasión sobre los que nuestra voracidad deberá volver una y otra vez a buscar explicaciones. Si La asesina de Lady Di espera todavía su versión cinematográfica (porque era en relación con la cultura audiovisual que había sido pensada), Keres cojer? puede desprenderse definitivamente de esa esperanza: es literatura pura y sólo puede pensársela como literatura (precisamente porque interroga el estatuto mismo de la literatura). Dice Alejandro López que forma parte de una trilogía. Ojalá podamos convencerlo de que transforme este proyecto hermoso, desmesurado y necesario como pocos (como muy pocos), al menos en una heptalogía. Alguna vez dije que la literatura argentina es careta. Por suerte Alejandro López me obliga a una retractación.

jueves, 30 de mayo de 2013

Carmen

Personajes en Letra, Imagen y Sonido
Por: Profesora Estela Telerman, especial para Diario de Cultura.


Rita Hayworth en el film Los amores de Carmen (1948).

Quienes visiten Sevilla y dirijan sus pasos al Paseo de Colón frente a la Plaza de Toros de la Real Maestranza verán una escultura en bronce de Carmen la Cigarrera, de cuerpo entero , altiva, desafiante, obra de Sebastián Santos Rojas(1895-1977) que domina el parque desde 1973 .
Caminando por la ciudad podrán asimismo escuchar los sonidos de alguna banda de cornetas y tambores ejecutando la popular marcha ´Carmen La Cigarrera´ (http://www.youtube.com/watch?v=7DFwK2iwtqU ) del compositor sevillano Pedro Manuel Pacheco Palomo.
Carmen, fascinante mujer fatal andaluza, devastadora, sincera, instintiva, casi animal, es una de las más famosas figuras femeninas surgidas de la imaginación de un creador que, curiosamente no era español. El poeta Théophile Gautier (1811-1872), en su obra ‘Esmaltes y Camafeos’ (1852), así la describía: 'Carmen es delgada / de nobles rasgos./ Un rasgo sepia / tienen sus ojos de gitana./ Sus cabellos son de un negro siniestro. /Su piel la curtió un demonio’.
Por otra parte, la presencia casi simultánea de este personaje en los escenarios del Teatro Colón de Buenos Aires, el Auditorio Libertador de la ciudad de Córdoba y el Auditorio de San Juan nos ha llevado a desear recorrer nuestro camino en compañía de este símbolo andaluz que ha tomado carta de ciudadanía en el mundo, creado por el escritor y arqueólogo francés Prosper Mérimée (1803-1870)  y plasmado en Carmen, novela corta que publicó en el año 1847. Su protagonista estaría destinada a pasar a la posteridad gracias a una ópera compuesta cinco años después de la muerte del escritor.
Merimée se habría inspirado en el poema narrativo Los gitanos (1824) de Aleksander Pushkin(1799-1827). El escritor había leído el poema en ruso y lo tradujo al francés. Asimismo, a través de una carta que dirigió a María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo (madre de la emperatriz Eugenia de Montijo por su matrimonio con Napoleón III), nos enteramos de que el autor se inspiró en una historia que le había relatado la propia condesa durante una visita del escritor a España en 1830. En esta carta, escribe Mérimée: “Trata sobre aquel valentón de Málaga que había matado a su amada…
Como yo, durante un tiempo había estudiado a los gitanos, he convertido a mi heroína en gitana”.
La novela está dividida en tres partes. En la primera el narrador (precisamente, un arqueólogo francés) cuenta cómo conoció a don José. En la segunda, don José relata su historia y en la tercera el narrador presenta un ensayo sobre la cultura y el lenguaje de los gitanos. Durante un viaje por el Sur de España el narrador conoció a Don José Lizarrabengoa, ex militar de origen navarro que le narró la historia de sus amores con Carmen, una gitana sensual que se cruzó por su camino, lo apartó del Ejército y lo convirtió en un bandido. Carmen estaba casada con un bandolero llamado «El Tuerto», a cuya banda Don José se unió y con quien colaboró en emboscadas y crímenes hasta que, en un rapto de celosa furia, lo mató en una pelea de cuchillos. Luego, Carmen se unió a un torero llamado Lucas y Don José, incapaz de soportar su indiferencia, la acuchilló y sepultó su cadáver. Más tarde, arrepentido, se entregó y fue condenado a muerte.
Esta novela inspiró a Georges Bizet (1838-1875)  para la composición de Carmen  una “opéra comique”  (género lírico que alterna música y diálogos) con libreto de Ludovic Halévy (1834-1908) y Henri Meilhac (1831-1897). El libreto modifica el argumento de la novela con el agregado del personaje de Micaela (la novia de Don José) y la referencia a la madre del protagonista, otorgando además mayor importancia al personaje del torero.
La ópera se estrenó en un teatro parisino de segundo nivel. Los primeros fragmentos habrían sido recibidos con entusiasmo, en especial por sus melodías pegadizas y por el tema ambientado en Sevilla, ciudad exótica y atrayente para el público francés. Sin embargo, a medida que avanzaba la representación, la actitud atrevida de Carmen, el tono lúgubre del argumento y la descripción de una realidad social a la cual los franceses no estaban acostumbrados, provocaron rechazo. El estreno resultó ser un fracaso, lo cual sumió al compositor en una gran angustia. Tres meses después Bizet fallecía a causa de un ataque cardíaco, sin llegar a imaginar siquiera que su obra habría de sentar precedentes a un movimiento que ganaría tanto celebridad como notoriedad, primero en Italia y luego en el resto del mundo: el verismo
Otro detalle paradójico lo proporciona Operabase, el más completo archivo de datos relacionados con la ópera. En el “Top Ten” de las óperas más representadas a nivel mundial entre los años 2007/08 y 2011/12, Carmen ocupa el tercer lugar.
Temas de la ópera Carmen de Georges Bizet inspiraron un gran número de obras instrumentales de gran virtuosismo. El pianista Vladimir Horowitz (1903-1989) compuso sus Variaciones sobre un Tema de Carmen, obra que ejecutó y grabó por primera vez en 1927 y formó parte de su repertorio a lo largo de toda su vida , sometiendo la obra a una serie de modificaciones a través de los años.
El flautista y pedagogo francés François Borne (1840–1920), es hoy conocido como compositor por una sola obra, caballito de batalla del repertorio romántico para los intérpretes de flauta: la Fantasía Brillante sobre Temas de Carmen de Bizet.
El compositor y violinista español Pablo de Sarasate (1844-1908) compuso en 1883 su Fantasía Carmen, op. 25, obra de gran lucimiento para el violín. Asimismo, en 1946 Franz Waxman (1906-1967) compuso una obra con el mismo título como parte de la partitura para la película Humoreske (1946) de Jean Negulesco (1900-1993) en la que John Garfield (1913-1852) interpretaba a un virtuoso del violín, protegido por una mujer de gran fortuna: Joan Crawford (1905-19777). La obra debió ser grabada para la película por Jascha Heifetz (1901-1987) pero por problemas entre compositor e intérprete se optó por un joven violinista, Isaac Stern (1920-2001) , cuyas manos se ven en los primeros planos de la ejecución de la obra. La Fantasía Carmen de Waxman llegó a ser tan popular que de ella se hicieron versiones para trompeta y orquesta, violín y piano, viola y piano, etc.
Los coreógrafos no podían permanecer indiferentes a nuestro personaje.
En 1949 Roland Petit (1924-2011)  estrenó Carmen  en Londres con Les Ballets de Paris, ballet que llegó a formar parte del repertorio de las más importantes compañías del mundo. El compositor Tommy Desserre arregló y reorquestó fragmentos de la ópera de Bizet. El bailarín y coreógrafo interpretó el rol de Don José, mientras que su esposa Zizi Jeanmaire(1924) personificó a Carmen. http://www.youtube.com/watch?v=qhKpsmAFjzU
Carmen Suite es un ballet en un acto creado en 1967 por el coreógrafo cubano Alberto Alonso con música del ruso Rodion Schedrin. La obra, una recreación de fragmentos de la ópera de Bizet en arreglos para cuerdas y percusión, es, según su autor, ‘una creativa unión de mentes de las melodías de Bizet’. Schedrin exploró profundamente la ópera e hizo agregados a la acción dramática. Luego de su primera presentación fue prohibida por las autoridades, que la consideraron un insulto a la obra de Bizet y tuvo que intervenir Dmitri Shostakovich para lograr que la aprobaran. Con el correr de los años se convirtió en la obra más conocida de Schedrin , siendo calificada por el crítico James Sanderson como ‘ una reformulación de la ópera ‘iconoclástica aunque sumamente entretenida’.
Un dato curioso: Carmen ha sido la ópera más filmada de la historia del cine. No todos los films se han conservado y muchos se encuentran en archivos en diversas partes del mundo. Si bien se habían realizado numerosos estudios sobre Carmen como tema de films, la Universidad de Newcastle upon Tyne está llevando a cabo una voluminosa investigación que une información y crítica acerca del tema, proporcionando la lista más completa de películas basadas en Carmen. La misma se extiende a lo largo de cien años y cubre todos los estilos desde el cine artístico y las versiones hollywoodenses hasta los dibujos animados y los films pornográficos se confeccionó la lista más completa de películas basadas sobre el tema. Esto demuestra que la historia de Carmen (como lo son las obras de Shakespeare) es universal y atemporal, ya que trata de emociones y sentimientos que atraviesan la barrera del tiempo.

Cada década del siglo XX registra varias versiones de la historia de Carmen para la pantalla.
El personaje ha sido ha sido encarnado por personalidades tan diversas como Rita Hayworth (1918-1987),la estrella porno Uta Levka  y la cantante, compositora, productora discográfica, bailarina, modelo, diseñadora de moda y actriz Beyoncé (1981).Y paradójicamente, en la Alemania nazi, acérrima enemiga de las minorías, se coprodujo Carmen, la de Triana (1938) de Florián Rey (1894-1962)cuya protagonista era, precisamente, una gitana (muy estilizada pero gitana al fin) protagonizada por la cantante y actriz nacida en Buenos Aires Imperio Argentina (1910-2003). José Muñoz Molleda (1905-1988) y Juan Mostazo compusieron las canciones sin utilizar ningún elemento de la música de Georges Bizet. Varios fragmentos de esta película pueden ser vistos en youtube. Señalemos, además, que el periplo del director Florián Rey y la estrella Imperio Argentina para rodar la película Carmen la de Triana en la Alemania nazi inspiró La Niña de tus Ojos (1998) dirigida por Fernando Trueba (1955), con Penélope Cruz, Antonio Resines y Jorge Sanz.
El rodaje de la película de 1938 surgió de una situación concreta: la falta de medios en la España franquista dio lugar a la búsqueda de financiaciones en el exterior, resultado de lo cual fue la filmación de cinco coproducciones germano-españolas protagonizadas por las mismas estrellas y con el mismo argumento, pero realizadas por distintos equipos técnicos y con versiones en ambos idiomas. Ya en otro contexto histórico, en 1959 se hizo una ‘remake’ española de Carmen la de Triana: Carmen la de Ronda. Fue dirigida por Tulio Demicheli (1914–1992). En ella actuaron Sara Montiel (1928-2013), Jorge Mistral (1920-1972), Maurice Ronet (1927-1983), y Germán Cobos.
La investigación llevada a cabo por la Universidad de Newcastle upon Tyne sobre las versiones cinematográficas de la ópera más filmada de la historia registran más de setenta películas realizadas en los cinco continentes, incluyendo 40 films mudos anteriores a 1931. En la pantalla grande, Carmen ha sido representada como la primera vampiresa de la historia del cine, como negro bisexual, como personaje en los dibujos animados de Tom y Jerry, con vestuario urbano o campesino. Se la ha ubicado en los siglos XIX, XX y XIX e incluso se han hecho parodias de ella. Existe un curioso corto de Charles Chaplin (1889-1977), muy alejado del típico estilo del cineasta: ‘Burlesque on Carmen’ (1915), que se puede ver en http://www.youtube.com/watch?v=kqHrKIyW1741902-1977 . Asimismo Niní Marshall (1903-1996) la personificó humorísticamente en ‘Carmen’ (1943) de Luis César Amadori (1902-1977), que se puede ver en su totalidad en http://www.youtube.com/watch?v=zra5AM7M2RE
En la lista del proyecto auspiciado por la universidad inglesa se puede hallar información no sólo acerca de las películas clásicas sobre el tema sino también acerca de gran cantidad de obras desconocidas, como el film holandés mudo Carmen del Norte (1920) que narra la historia de un detective llamado Joz que, a punto de casarse con Maryam debe investigar el caso de una prostituta asesinada. Llevando a cabo su investigación conoce a Carmen, una bella joven irresistible, dando lugar al conocido desenlace.
Los cineastas no siempre se han ceñido totalmente a la narración original, aunque siempre aparecen los temas del argumento En esta entrega y en la próxima nos referiremos solamente a algunas de estas películas.
Curiosamente, la famosa soprano norteamericana Geraldine Farrar (1882–1967), famosa por el timbre de su voz y por su belleza, fue la protagonista de un famoso film mudo del prolífico Cecil B. De Mille (1881-1959): Carmen (1915) En 1928 Alfred J. Goulding (1896–1972) dirigió un gracioso film de 20 minutos llamado ‘The Campus Carmen’ (Carmen en la Universidad) que trata de la preparación y presentación de una obra teatral basada en nuestro personaje a cargo de jóvenes universitarias. En él actuaron Carole Lombard (1908-1942), Daphne Pollard y Johnny Burke. Podemos ver esta curiosa obra en el siguiente link: http://www.imdb.com/title/tt0018743/?ref_=fn_al_tt_1  En 1948 se estrenó Los amores de Carmen  dirigida por Charles Vidor(1900-1949) y protagonizada por Rita Hayworth y Glenn Ford en los papeles principales.
En 1954 Otto Preminger (1905–1986)  dirigió Carmen Jones, basada en el original de Broadway de 1943  que llevaba el mismo nombre, con libreto de Oscar Hammerstein II (1895-1960) y orquestaciones de Robert Russell Bennett (1894-1981). En la película actuó un elenco afroamericano encabezado por Dorothy Danridge (1922-1965)(doblada musicalmente por la mezzo soprano Marilyn Horne),Harry Belafonte(1927), Pearl Bailey y Joe Adams. Carmen, obrera de una fábrica de paracaídas, asedia al soldado Joe, comprometido con Cindy Lou, a quien abandona para ser luego abandonado por Carmen, que se había enamorado del boxeador Husky Miller.
En esta entrega haremos referencia a varios films basados en la historia del personaje creado por el escritor francés Merimée.

Un clásico de la cinematografía española es Carmen (1983) de Carlos Saura (1933). El film, junto con Bodas de Sangre (1981) y El Amor Brujo (1986), forma parte de la trilogía que unió tan exitosamente al director con el bailarín y coreógrafo Antonio Gades (1936-2004), con la participación de Cristina Hoyos (1946).  Con estas películas se creó una nueva fórmula que  revolucionó el concepto del musical español. La música  de ‘Carmen’ estuvo a cargo del guitarrista flamenco Paco de Lucía (1947), mientras que en las otras dos películas Saura  recurrió a las partituras de  Manuel de Falla (1876-1946). ‘Carmen’ nos muestra a grupo de artistas flamencos ensayando un ballet basado en la obra de Merimée.  En el transcurso de los ensayos, el coreógrafo Antonio (Antonio Gades) se enamora de la sensual y seductora  Carmen (Laura del Sol), que interpreta el rol principal. Incapaz de aceptar un amor posesivo, se enamora de otro bailarín, provocando los celos del coreógrafo.

El director francés Jean-Luc Godard (1930) también se sintió atraído por el personaje y en 1983 filmó ‘Prénom Carmen’ (Carmen, Pasión y Muerte)  actuando él mismo con la holandesa Maruschka Detmers (1962), Jacques Bonnaffé, Myriem Roussel y Christophe Odent. En esta versión, que abunda en escenas osadas,  nuestro personaje integra una banda de terroristas y se enamora de un oficial de policía que custodia un banco que ellos tratan de asaltar.  Curiosamente, en medio de la acción Godard introduce tomas de un cuarteto de cuerdas que ensaya una obra de Beethoven.

Una versión filmada de la ópera de Bizet es Carmen (1984), película dirigida por Francesco Rosi. Julia Migenes  protagoniza el rol titular, Plácido Domingo aparece como Don José, Ruggero Raimondi es Escamillo  y Faith Esham  es Micaela. La música fue grabada por estos cantantes con Lorin Maazel dirigiendo la Orquesta Nacional de Francia.  Rosi ubicó la acción en   Sevilla de  1875 y filmó la película en  escenarios exteriores de Andalucía (Ronda, Carmona y Sevilla).  El director, asimismo, reveló que su fuente de inspiración habían sido  unas ilustraciones de Gustave Doré  (1832-1883) publicadas en 1873.  Según  Francesco Rosi, Bizet, que nunca había visitado España, habría conocido  estos grabados. Varias escenas fueron rodadas en algunos de los lugares exactos que dibujó Doré.

En 2003 el director español Vicente Aranda (1926)  retomó el tema en otro film  que llevó el nombre de la protagonista .La actriz y modelo sevillana Paz Vega y el actor argentino Leonardo Sbaraglia interpretaron los roles principales. En un viaje a través de España, el escritor francés Prosper Merimée resulta ser testigo de la  historia  que ya conocemos de amores turbulentos, pasiones incontrolables, celos  y derramamiento de sangre.

‘Carmen, a Hip Opera´ es una película para televisión de 2001, cuya acción se ubica en Filadelfia y en Los Angeles, dirigida por Robert Townsend con adaptación al hip hop de la música de Bizet. Podemos ver un fragmento de la famosa Habanera en  http://www.youtube.com/watch?v=For2VLjjoHo
En el film actúa la multifacética Beyoncé (Beyoncé Giselle Knowles) (1981). Se trata de la segunda adaptación afroamericana de la ópera, después del musical de Broadway Carmen Jones (luego llevado al cine), acerca del cual nos habíamos referido en nuestra entrega anterior.

También en 2001 se rodó  Karmen Gei   http://www.youtube.com/watch?v=xWyOzZBAScY  curiosísimo film senegalés hablado en francés , escrito y dirigido por Joseph Gaï Ramaka (1952), un fragmento del cual  podemos ver al comienzo de esta entrega. El audaz Ramaka  lleva al extremo la sensualidad y el erotismo insatisfechos de Carmen, transformándola en un personaje bisexual.  La partitura  compuesta por el famoso saxofonista afroamericano David Murray (1955), junto con el senegalés  Doudou Ndiaye(1930)y Julien Jouga  y  contiene elementos de jazz y afro-pop. El personaje llamado  Karmen  es una prisionera en una cárcel de mujeres  de  Senegal. Lujuriosa, impulsiva, sensual, excita las pasiones lesbianas de la encargada de la prisión, Angélique, y la seduce. Al huir a la ciudad es capturada por el policía militar Lamine Diop, que también cae en las garras de Karmen, llegándose al ya conocido desenlace. Al final de la película una cantante ciega narra al público que asiste a un concierto la muerte de la muchacha, un público del que el espectador mismo forma parte.

El voluminoso número de recreaciones cinematográficas de nuestro personaje nos ha llevado a hacer una selección mínima. Y así  lo dejamos ahora en manos de Maximiliano Guerra y de Mauricio Wainrot. El primero con el Ballet del Mercosur una vez más repone en la Ciudad de Buenos Aires una versión del ballet, mientras que el segundo reestrenará en el Teatro Colón su versión creada para Royal Winnipeg Ballet de Canadá, en la que la pasional historia se enriquecerá  con una visión contemporánea  provista de  elementos multimedia.


ESTELA TELERMAN pianista, docente, difusora de la música argentina, es columnista en Diario de Cultura.