lunes, 24 de octubre de 2016

Dylan

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Dylan puede conjugar dosis semejantes de iconoclasta y de constructor de la mitología biempensante occidental. Solitario y huraño, aún así contiene multitudes. Es un canon al que solo pueden aspirar viejos rockeros y ningún escritor que yo conozca. ¿Hubo algo de eso en la selección de los suecos antiborgeanos estos? Pregunto, porque la elección de Dylan invirtió la carga de la prueba, de culpabilidad: si con pasadas selecciones la cuestión a resolver era la motivación política o histórica que llevaba a la Academia a elegir anualmente, el debate actual pasa por los merecimientos o no de Dylan al premio. Quizás los suecos pretendan desafiar los límites de la literatura, o al concepto mismo de literatura. O tal vez la triste realidad sea que otorgar estatus Nobel a Dylan sea lo suficientemente cool y contestatario para esta época. Como el propio artista. O una reivindicación del espíritu de los '60, cuando la contribución musical de Dylan modeló parte del imaginario epocal.
Vay'uno a saber qué tienen en la cabeza los suecos estos; lo cierto es que es el primer Nobel de Literatura que trasciende los ghettos académicos para que el debate sobre lo que es arte se relacione con lo sensible más que con lo racional. Además, no jodamos: basta escuchar a Dylan, que aún en su tono monocorde extrae musicalidad de las palabras y sus encadenaciones, para comprender que la poesía es música despojada.
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Pero sí, reconocemos que en el storytelling, que en el ropaje rockero y que en la construcción de una obra que atraviese los límites de lo que la industria demanda, que prefiere decantar antes en la consecución de un público que de consumidores, y porque el tipo prefirió respetar al artista que habita en sí, es que celebramos este premio —por el que solemos dar dos mangos y nos encantaría recibir— para un tipo que diseñó versos como los que siguen:

“Ain't it just like the night to play tricks when you're tryin' to be so quiet?"(Visions of Johanna)

“'Twas in another lifetime, one of toil and blood
When blackness was a virtue the road was full of mud
I came in from the wilderness, a creature void of form
Come in, she said
I'll give ya shelter from the storm" (Shelter from the Storm).

No podemos finalizar esta semblanza sintética, este homenaje modesto, sin recordar que Bob tocó-con-George, tocó-con-Tom, tocó-con-Roy y con... bueno, ya vino Jeff Lynne a cagarnos la inmerecida ironía para con quien algunos sindican como el Dylan argento: León Gieco —pocas cosas más alejadas de la realidad en términos de prosodia—.
Ah, por supuesto: chupala, Georgie.

viernes, 22 de julio de 2016

Posted: 16 Jul 2016 09:55 PM PDT
El dibujante de cómics, guionista, realizador de cine de animación, pintor, escultor y escritor, Carlos Nine, falleció este sábado. Tenía 72 años.

Nine fue una de las de las grandes plumas que dibujaron la historia argentina y fue reconocido mundialmente ya que su obra fue publicada en varios idiomas y recibió importantes premios.

Con una mirada aguda de la realidad fue el ilustrador entre 1983 y 1990 de la tapa de la revista Humor Registrado, de Ediciones de la Urraca, que fundó otro gran dibujante fallecido, Andrés Cascioli.

También publicó en el semanario "El Periodistas de Buenos Aires", de la misma editorial, entre 1986 y 1989.

Nine mostró también su obra en la legendaria revista Fierro, entre otras de Argentina, Italia y España.
Nacido en Haedo, provincia de Buenos Aires, el 21 de febrero de 1944, Carlos Nine es, sin dudas, un referente ineludible del dibujo y el humor gráfico de nuestro país. Entre 1983 y 1990, dibujo innumerables tapas de la revista Humor, dirigida por su colega Andrés Cascioli. Dibujó en las revistas Fierro, Echo des Savannes, Il Grifo, Noticias y en las ediciones de la Playboy de Estados Unidos, Argentina e Italia. Sus dibujos aparecieron regularmente en los diarios Clarín y Le Monde. Ilustró las primeras ediciones de las Crónicas del Ángel Gris y El libro del fantasma, de Alejandro Dolina.

En Francia editó, entre otros, los libros Crímenes y Castigos (1991) y Fantagas (1995), con textos y dibujos propios. En 2005 vio publicada una adaptación del capítulo 16 de la primera parte de El Quijote en la obra colectiva Lanza en astillero.

En relación a un artículo que explora la naturaleza y particularidades de su obra, Nine observó a principios de 2009: Cuando uno dobla la esquina y se topa con un unicornio, no hay nada que se pueda hacer, es un unicornio. [...] Mi trabajo disfruta y padece de la misma singularidad que mi tierra. No nací de un repollo, soy el resultado de esta cultura particular. Soy tan original o detestable como mi país, y me hago cargo de esa amorosa responsabilidad.

Todo buen dibujante debe tener gatos, cree Carlos Nine. Su maestro, Alberto Breccia, tenía 14. Decía que cuantos más gatos tengas, mejor dibujás. Aún Nine no llega a esa cifra pero todos admiran su obra. Entre sus maestros también cuenta a Albino Fernández, Antonio Pujía y Aída Carballo. Egresado de “la vieja Belgrano” y de “la Pueyrredón” recuerda que la primera estaba en un edificio maravilloso, un palacete francés que tenía hasta un microcine. Y con decepción cuenta que lo demolieron para hacer un “anexo horripilante” de la embajada brasileña.

Carlos Nine hace dibujos, ilustraciones, esculturas, pinturas y películas de animación. Su trayectoria artística tiene el halo de lo mítico. Fue el dibujante de las tapas de Humor en los ochenta, publicó sus comics en la revista Fierro, hizo ilustraciones para múltiples publicidades, y dibujó historietas para medios de Europa, Estados Unidos y China. En Francia recibió el premio más importante de historieta, y fue ilustrador de la célebre The New Yorker. También fue colaborador de Art Spiegelman y en 2012 recibió el Premio Konex de Platino como el más destacado Ilustrador de la década en la Argentina.

Nine se ríe de la aristocracia del mundo del arte, sobre la que tiene varias anécdotas. Quizá por eso él nunca se consideró un artista. “Es mucha responsabilidad andar con ese mote sobre la espalda”, dice. Hace algunos años, en Barcelona, le preguntaron cómo se definiría. Y él contestó que como un trabajador.

“Comencé con optimismo el inevitable trabajo de amontonar y descartar, pero entonces sobrevino el desconcierto. Es que hacía mucho tiempo que no desplegaba tantos de mis trabajos en convivencia forzada y con una mirada abarcativa”, así relata Nine la dificultosa tarea de selección que se le presentó para una muestra en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa de Rosario. “Me vino la angustia, me vino, ante la posibilidad de que todo resultara un pastiche, un desatino.Cuando me acostumbré a verlos todos juntos empecé a detectar que mas allá de los propósitos temporales o anecdóticos con que estos trabajos fueron concebidos, surgían aquí y allá, gestos que se repetían una y otra vez, y esos rasgos me remitían inexorablemente a las criaturas que poblaban el Buenos Aires en el que me crié y donde aún sobrevuela la imagen espectral del atorrante”.

“Inútil que me encargaran ilustraciones sobre La Eneida, Robinson Crusoe o Mme. Bovary. Siempre termino mostrando la hilacha. Parece mentira, pero algunos tipos por más que caminen siempre están en el mismo lugar. Anclado en Buenos Aires, como quien dice”; así explica el propio autor el título de esta exposición, que además responde a una más que honesta confesión de parte.
En el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa de Rosario, junto a Rafael Ielpi
Nine y el Cine: La otra peregrinación a Ezeiza
Es un documental del dibujante e ilustrador, Carlos Nine (Aquel de las tapas de Humor), rescatado del olvido.

Nine, miembro de la Comisión de Dilettantes del PJ, en los 80, junto a Emilio Del Guercio, el Chango Farías Gómez,el Negro Dolina, el Gato Carbone, Cecilia Rossetto, Helenita Goñi, Pancho Muñoz, Martín García, Alfredo Moffat, Carlos Carella, Gerardo Vallejo, y otros reos.

La filmación es el único registro de la marcha que fue a recibir a Perón cuando volvió en 1972. Se hizo en Super 8 para pasarse en villas y barrios. Y no se volvió a ver desde 1973.

Carlos Nine cuando se hizo la película, tenía 29 años, militaba en la Juventud Peronista y junto al ya fallecido Enrique Garciarena cruzó no una, sino tres veces el río Matanza con la Súper 8, a cuestas.

Dice que había chicas muy monas y señoras de setenta y que no importaba el olor a podrido del río Matanza que se interponía como barrera natural, entre unos y otros, o los unía aún más, en la marcha sobre Ezeiza del 17 de noviembre de 1972, el regreso de Perón a la Argentina tras dieciocho años.

Así, La marcha sobre Ezeiza, que se llama el documental, tiene la peculiaridad de ser la única filmación de esa peregrinación espontánea acaso opacada —como manifestación masiva— por la masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973.

La película —que responde a la denominación técnica del material foto-sensible— se pasó en villas y barrios del Gran Buenos Aires como parte de la campaña que llevó a Cámpora al gobierno.

Después se guardó. Bajo tierra casi, en los años de la dictadura.

La proyección del lunes 28, en la habitual comida de la mesa de los sueños de los compañeros de utopías de la Agrupación Oesterheld, será entonces casi su segundo estreno como obra fílmica, a casi 35 años de su realización, después de ser exhibida por primera vez en la Biblioteca Nacional, durante el último Festival de Cine Independiente.

El film no tiene audio (salvo al final cuando la multitud saluda a Perón en la casa de Gaspar Campos en Vicente López) y ha sido musicalizado con un disco de percusión de Domingo Cura.

Lo que suena, entonces, es una sucesión de bombos acompasando una marcha farragosa a campo traviesa entre Liniers y Ezeiza.

Fueron tres días seguidos de lluvia, y los militantes-filmadores captaron con habilidad, el camino de los pies.

Largan con un chapoteo alegre de Pampero y Flecha y en las escenas finales los zapatos se clavan en el lodo como si fueran “souvenirs”.

Dice Carlos, que "mucha gente no podía caminar, dejaba los zapatos clavados en el barro y seguía descalza".

A diferencia de la masacre de 1973, esta peregrinación fue espontánea e inmediatamente cercada por la policía militar.

Nine y Garciarena llegaron a filmar las tanquetas arrinconando la marcha y casi pierden la película en manos de un soldado.

Las proyecciones posteriores se hicieron contra una gran sábana y Carlos Nine recuerda que, cuando aparecían los milicos, la gente apedreaba la pantalla. "Cuando volvíamos con la sábana muy agujereada sentíamos que la proyección había sido un éxito".
Octubre de 2014 
Quino y el Rey desnudo
Por: Carlos Nine
En un país como el nuestro, con una marcada debilidad por la crianza industrial de vacas sagradas, quisiera opinar con todo respeto acerca de un tema ciertamente controvertido, aunque soy consciente de los riesgos que corro.

Siempre miré con atención las páginas humorísticas de Quino, las dominicales, por su tratamiento del espacio, de los ambientes, de la escenografía. Me gustaba mucho la representación que él hacía de la arquitectura.

En una gran cantidad de casos, para reforzar su idea, Quino echaba mano a lugares imponentes (despachos oficiales, búnkers de empresarios, palacios, tribunales, etc.), lo cual insectificaba aún más a las patéticas criaturas que se veían allá abajo, bien abajo, pero eso sí, entre columnas y cortinados.

Ese contraste entre la magnificencia del ambiente y las míseras demostraciones de poder de los humanos era muy eficaz, porque Quino, como todos sabemos, es un pensador antes que humorista.

Por todas estas razones es que me asombró tanto la ceremonia de entrega de los premios denominados "Princesa de Asturias", a todas luces una de las tantas operaciones para reposicionar a una elite deleznable. Las fotos del evento publicadas por el diario del establishment, "El País", son para mi notables porque parecían haberse inspirado tanto coreográfica como visualmente, en una página dominical de Quino.

Ahí vemos a este personaje que ahora denominan "El Rey", cuya única tarea es pasear con su mujer y la niñas, siempre sonrientes, calmos y afables, atentos al único trabajo que conocen, el del ritual, entregando el premio. Es que su padre tuvo que "abdicar" para salvar el pellejo luego de chapotear durante decenios entre putas, negociados y cadáveres de elefantes, y su hermana y cuñado permanecen disimulados bajo la alfombra, por robar a cuatro manos. Que otro remedio que trabajar de "Rey" le quedaba al pobre tipo, alguien tenía que hacerlo.

Bueno, resulta que estos personajes deciden darte un premio en un ámbito de absoluta y real majestuosidad.

Una semana después, presidentes de partidos políticos, alcaldes, senadores, dirigentes empresarios, etc., son apresados por corrupción extrema, es decir, por ladrones. España está conmocionada, parece ser que la mayor parte de la dirigencia está compuesta por cleptómanos.

Mientras las colas de desocupados se extienden por toda la península, ellos robaban, se divertían, mataban elefantes.

Y es entonces que reparamos en la figura de Quino, que más allá de sus deseos y frente a un compromiso ineludible, quedó capturado dentro de uno de sus habituales chistes sobre la naturaleza del poder, en el otoño de la vida.

Caramba, ahora que lo pienso, quizá todos los que nos dedicamos a organizar alguna idea a través de dibujos quedemos finalmente atrapados dentro de ellos, tarde o temprano. Tal vez sea ése nuestro destino. Chicos, les sugiero que traten de dibujar lo mejor posible, que se esmeren, porque uno nunca sabe. Imaginate el infierno que le espera a Milo Lockett y a unos cuantos más que conozco, si esto llegara a ser cierto.

En fin, paradojas, parábolas, creo que era algo así. Buenas tardes.

Nine y la Rosario escondida
De visita por la ciudad envió un mensaje para habitantes de Rosario:
Encontré este edificio realmente increíble que aparentemente se encuentra en ésa ciudad. Alguien me podría desaznar un poco? Saben de qué se trata? Gracias de antemano. Buenas tardes.
Le respondieron y observó:
Así que era el edificio Minetti... Este remate asombroso, con dimensiones amplificadas y puesto en la entrada de cualquier puerto (Rosario o Buenos Aires) le rompe el traste 20 veces a la estatua de la libertad de USA. Mirá si llegás a Argentina y te reciben estas dos, mama mía...
Se quedó embelesado con las esculturas y propuso:
Habría que demoler toda la chatarra que lo rodea, 2 cuadras a la redonda...cuánta belleza escondida, que bronca que dá... El tema de las dos muchachas aparece en todos lados, sobre todo en la herrería, como motivo líder, es una idea tan compleja y sutil como la del Pasaje Barolo. Una última pregunta. las "chicas" se originan en unas "mellizas Minetti"?
Y siguió:
como el resultado final, es decididamente ambiguo y erótico, sugiere lecturas que se disparan en todas direcciones y le agregan un atractivo simbólico de final abierto que lo diferencia bastante de la metáfora cerrada, ingenua y triunfal de la estatua de la libertad de USA.
El dibujante Rosarino, Esteban Tolj, le dijó:
Siempre asocié a las Mellizas Minetti con ésta otra estatua en el Monumento a la Bandera, tal vez son parientes!
Y Carlos sugirió:
Si, puede ser, quizá por la noches, estas rosarinas de metal se juntan y se mandan flor de reuniones...
Palabras del maestro Carlos Nine
"Yo dibujo básicamente para mí. La mayor parte de los dibujos míos no se conocen. Creo que dibujar sirve para completarte como persona. La gente cree que uno tiene que dibujar para publicar, y sino no dibuja. Pero es lo mismo que ir a una oficina entonces. Digamos, vos dibujás porque tenés vocación. Si tenés vocación es independiente de si tenés éxito comercial, si triunfas en la vida, si te publican todos los diarios, si no te publica nadie. Uno dibuja porque le gusta.Ahora, si además podés vivir de eso, genial. Pero si no fuera así ¿entonces dejás de dibujar?, no. Si es sincero el sentimiento vocacional que tiene, lo hace más allá de que seas un fracasado económicamente. Sino quiere decir que el tipo que triunfa con la guita es un gran dibujante, y la mayor parte de los tipos que tienen mucha plata con el dibujo, son malos dibujantes".
Un indio, un pato y Dios
A comienzos de los ochenta saltó de la nada a dibujar las tapas de Humor y publicar historietas en Fierro. Durante los noventa, cuando desaparecieron los lugares en los que publicar, se refugió en la publicidad y las ilustraciones. Pero, mientras tanto, siguió dibujando historietas para Europa, Estados Unidos y hasta China. Consagrado en Francia con el premio más importante de historieta, ilustrador del New Yorker, colaborador de Art Spiegelman, autor de un Pato marxista heredero de Chandler, de una ópera ilustrada y de una trilogía gauchesca, este fin de semana inauguró muestra y estrena editorial. Carlos Nine está de vuelta
Por: Martín Pérez
Al lado de los cafés que se enfrían sobre la mesa del bar de Palermo, hay una pila de libros. Son volúmenes de historietas, y algún que otro libro con ilustraciones, que Carlos Nine ha ido editando en los últimos años, principalmente en Europa y también en China y en los Estados Unidos. La mesa está al lado de una de las ventanas del bar, y la gente que pasa por la calle no deja de mirar. Más allá de la inevitable tentación voyeurística que cualquier ventana franca ofrece incluso al peatón más ensimismado, lo que verdaderamente llama la atención a las anónimas miradas son los libros. Sus ojos se clavan en esta pila de libros a todo color, llenos de dibujos. “Ya sabemos dónde tenemos que poner un kiosco”, apunta Nine, que seguramente está orgulloso de que los dibujos sigan llamando la atención de la gente. “Antes al menos se veía a alguien en un colectivo o un tren leyendo El Tony. Pero ahora parece que nadie lee historietas. Sólo las de superhéroes y los mangas japoneses, pero ya no lo hacen por la calle”, apunta este dibujante que se reconoce como un nostálgico. “Pero nostálgico de un tiempo que nunca viví”, aclara con sentido del absurdo, pero también con orgullo.

La descripción de su arte no puede ser más exacta. Porque los trabajos de Nine parecen haber llegado al presente desde un pasado no tan lejano gracias a una máquina del tiempo algo descompuesta, que mezcló caprichosamente en el camino lo de antes con lo de ahora, dando como resultado un mundo imposible, contemporáneo pero de otra época. Allí es donde habitan sus personajes, entre los que están Keko el Mago –que publicó en Fierro–, ese revolucionario de colchón que es el Patito Saubón –su gran éxito en Francia– o el inspector Fantagás. Además del Pato, de la pila de libros que ocupan la mesa del bar asoma un indio, el de la portada del primer volumen de Pampa, una trilogía gauchesca con malón incluido que en sus cargados dibujos lleva cierto regusto a fresco de época. Nine la ideó caminando por La Coruña con el guionista entrerriano Jorge Zentner, con la idea de “venderles algún gaucho a los franceses, que sólo deben haber visto algo parecido con Gardel o con Valentino”.

También se distingue uno más voluminoso que los demás, titulado Gesta Dei, y cuyo dibujo de portada muestra a Dios jugando con su creación. “El título quiere decir Los trabajos de Dios, y está sacado de un texto de Borges sobre Marcel Schwob”, aclara Nine. El libro recopila dibujos de todas sus épocas, ordenándolos como si fuese una enciclopedia muy particular. “Es un álbum de garabatos y bocetos que se editó en Francia en el 2000, y con el que pienso comenzar una pequeña editorial. Mi sueño es editar tres libros por año, y no sólo de mi autoría”, explica Nine, que desde este viernes expone originales de sus últimos libros, los inéditos en Argentina, en el Espacio Historieta del Centro Cultural Recoleta. Y allí promete tener disponible el primer título de su editorial, cuya existencia comenzó a barruntar dos años atrás, pero quedó en el limbo luego de la debacle económica de De la Rúa. “Me dejaron en la lona”, explica con contundencia. Y cuenta que por aquellos meses sus preocupados editores europeos y norteamericanos, conscientes de sus problemas con los bancos, escondían billetes entre las páginas de los libros que le enviaban. “Una locura”, se ríe hoy Nine, recordando una colección de los primeros números de la revista Raw enviada por el mismísimo Art Spiegelman desde Nueva York, con sus páginas llenas de billetes de cien dólares.

Sexo a la izquierda
“Si yo dibujo es porque me falló la revolución”, recuerda Carlos Nine que le dijo alguna vez, medio en joda y medio en serio, al dibujante brasileño Ziraldo. Es que, a pesar de sus ocho años en el Bellas Artes, este padre de cuatro hijos aún asegura con orgullo que siempre fue un militante. “Cuando llegó el golpe de Estado, llegué a sacar unos pasajes para irme a Venezuela, pero al final decidí quedarme”, explica. Así fue cómo este dibujante educado de manera clásica peroalejado del circuito de sus colegas cayó en la historieta y el humor gráfico casi totalmente formado, sorprendiendo al medio. “Nine es un clásico argentino, una marca inconfundible”, escribió Juan Sasturain en el prólogo de la edición de Colihue de Keko el Mago (1996). “En realidad ya era un clásico de salida. Cuando apareció fuerte en los medios ya estaba (muy bien) hecho: donde lo pusieran –la ilustración, la caricatura, la historieta, las portadas de libros y revistas– lo suyo siempre fue impecable, maduro y diferente.”

Aunque en realidad lo primero que publicó Carlos fueron una ilustraciones para unos cuentos de Poldy Bird en alguna revista femenina, bien hacia fines de los setenta. “Los firmaba con seudónimo, porque me daba vergüenza. Firmaba como Lucas Yeite. Lucas terminó siendo el nombre de mi primer hijo, y El Yeite Ilustrado es como bauticé a mi editorial.” Su firma de Carlos Nine, con el tiempo, se fue haciendo conocida por sus múltiples trabajos en las revistas de la Editorial La Urraca, donde arrancó en El Péndulo y terminó haciendo las caricaturas de tapa de la revista Humor. “Siempre me interesó la gráfica popular”, dice este fanático de los caricaturistas de Caras y Caretas, legendaria revista humorística que le gustaba comprar a su abuelo. “Me fascinaban los trabajos de Zavattaro y Cao, y no iba al museo a verlos sino que los veía impresos. Así que yo quería que mis trabajos se imprimieran. Mi sueño no era exponer en una galería sino en el quiosco.” Hijo de un zapatero que también formaba parte de una orquesta de tango y de tíos ferroviarios, Nine cuenta con orgullo que esa es la cultura de la que siempre intentó nutrirse. “Aquel mundo de la peluquería del barrio, del cine antiguo, de aquellos bailes bravos en Haedo o Morón a los que acompañaba a mi viejo cuando iba a tocar con su orquesta los fines de semana.” Un mundo hecho de despojos y restos, pero que es un material que está siempre a mano. Y que también le interesa a una mirada ajena. “No puedo dejar de pensar en qué es lo que entenderán los franceses de lo que yo hago. Porque, ¿cuál es la materia que uno exporta? Son un montón de chifladuras. Y ellos las compran y las consumen.”

El salto a Europa de Nine llegó a fines de los ochenta. Recuerda que recortó las páginas de las historietas que publicaba acá y las envió a un editor francés. “Era un pegote que cualquier editor local te devuelve ofendido, pero que allá recibieron y me mandaron de vuelta un contrato”, cuenta. Así fue como se editó en Francia su primer álbum de historietas, Asesinatos y castigos (1991). Le siguió Fantagás (1995) y, finalmente, el que sería su gran éxito: El Patito Saubón (2000), subtitulado en Francia algo así como “El pato que amaba las gallinas”. “Porque allá gallinas se les dice a las prostitutas, y entonces jugaron con ese doble sentido.” La historia de Saubón es la de un militante comunista que se da cuenta de que cada vez es más difícil hacer la revolución, y por lo tanto se dedica a vender artículos puerta a puerta para seducir a las esposas de los burgueses y convertirlas sobre el lecho. “Si le tapás los dibujos es como una novela de Chandler marxista, de tono existencial y confesional”, explica Nine. “Reinventé a la izquierda a través del sexo”, se entusiasma. Con un trazo y unos colores que recuerdan algo a Krazy Kat, el álbum ganó el premio a la mejor obra extranjera en la edición 2001 del Festival de Angouleme, tal vez el más importante del mundo en lo que se refiere a la historieta. Y Nine sueña con editar al Pato después Dios en su Yeite Ilustrado.

La Fama del quiosco
Allá, en su casa de Olivos, Carlos Nine cuenta que todos los viernes recibe a los chicos que vienen con sus carpetas. Dibujantes que recién empiezan, que van a mostrar lo suyo, a buscar una opinión, a pedir consejos. “En Fierro lo hacíamos todos los miércoles”, recuerda. “Algunos de los chicos que vienen son buenísimos. Y uno no tiene mucho que decirles, porque desde que cerró Fierro acá no hay dónde publicar. Pero no deja de sorprenderme que, con toda la maquinaria que hay para que te desalientes y no hagas nada, los chicos van y dibujan igual”, asegura Nine, que tira un par de nombres por los que es capaz de jugarse. “Seguro que no escuchaste hablar nunca de Vladimiro Moreno, pero un día lo va a conocer todo el mundo”, dice. Tan sorprendente y prolífico es el semillero de dibujantes que hay por estos lares, que Nine asegura haber estado hace poco en una fiesta en París donde unos brasileños le reconocieron que la escuela argentina sin dudas era superior. “Los tipos tenían una teoría: decían que la clave estaba en la inmigración italiana, una sangre que siempre dio grandes artistas. Una idea ridícula, pero que sirve para confirmar lo convencidos que están de que acá salen los mejores dibujantes del mundo.”

Además de insistir con la historieta durante los noventa, incluso cuando no había ninguna revista local donde publicar sus trabajos, Nine no dejó nunca de hacer ilustraciones para diarios y revistas, así como algunos trabajos para publicidad. “Una vez hice unos bocetos sin terminar para una publicidad de gaseosas, y me los pagaron una fortuna. No podía creer que por algo que era apenas un boceto me pagaran tanto, pero que por lo que yo considero mi mejor trabajo apenas me diesen unas monedas.” Además de tener en su currículum sus ilustraciones para el New Yorker y una colaboración para un volumen editado por Art Spiegelman –en el que está acompañado por Basil Wolverton, Kaz, Gahan Wilson y Neil Gaiman y Patrick McDonell, entre otros–, Nine calcula que trabaja en cuatro álbumes de historieta por año. Además de la saga de Pampa, actualmente está dibujando un álbum para ese increíble fenómeno de ventas que es la serie de La Mazmorra, de Joann Sfar y Lewis Trondheim. “A Trondheim lo conocí hace diez años en Treviso, cuando aún tenía pelo”, precisa. Sus próximos trabajos serán la edición de Estampas del Oeste, aquella serie que publicaba en Fierro, y una ópera ilustrada llamada Vacas locas y argentinas.

“Tengo fama de francotirador y rompepelotas, y la quiero mantener”, asegura. No en vano su álbum europeo más interesante tal vez sea una alegoría política titulada Oh, mierda, los conejos (2002). Cuenta que a las grandes potencias continentales europeas se las denomina como Las Liebres, que aparecen personificadas como unos conejos que ocupan un muelle y no dejan que nadie se suba a él. “Una traducción posible del título sería Lo mismo de siempre, y cuando se publicó se armó un poco de polémica”, cuenta Nine, que además desliza que en España no lo quisieron editar porque ellos aparecen también en la historia. Y no salen muy bien parados. “Como tengo una formación académica, cuando arranqué los historietistas me hacían quilombo porque descubrían que era un infiltrado. Pero los pintores también me echaban del ghetto, porque descubrían que lo que quería era contar historias. El primero que me entendió cuando empecé con lo mío fue el viejo Breccia. Conocerlo a él fue como reencontrarme con mi viejo. Y fijate que terminó exponiendo su obra en galerías de Europa. No me extraña que cuando el Viejo hacía expresionismo y trabajaba con papeles y trapos, el que estaba haciendo justamente lo mismo entonces era Berni, tal vez el gran artista plástico local que tienen para presentar quienes defienden esa rama del arte”, dice Nine, el dibujante que eligió el quiosco antes que la galería. Y nunca se arrepintió.

La meca de la ilustración suele estar asociada a ciudades como Nueva York, Londres o Berlín, en donde la formación académica ayuda a que se genere tanto una comunidad activa de ilustradores como un mercado productivo para los mismos. Sin embargo, en Argentina, albergamos a uno de los mejores: Carlos Nine -nacido en el barrio de Haedo-, un referente nacional e internacional del dibujo, desde hace ya medio siglo.

La Academia
“Jamás me formé como ilustrador, estudié en la Escuela Nacional de Bellas Artes en Buenos Aires, y de allí egresé como Maestro Nacional de Artes Visuales, y eso es lo que soy”, me cuenta, sin balbucear, estableciendo desde el vamos un espectro artístico -sin dudas abarcativo- que es indiferente al destino final de la obra o a la técnica del artista… siempre y cuando se trate de artes visuales. Así empezó, dibujando exclusivamente por amor a su arte, a lo largo de siete años de estudios, que fueron interrumpidos por la muerte del Che Guevara, seguidos de un período de militancia política que culminó a principios de los 80, retornando al dibujo fortalecido, y aún convencido de que sólo tener una vocación era de por sí un gran regalo. “Hasta que un día, un vendedor de libros le mostró mis dibujos al director de la revista Humor, y así fue que me invitó a colaborar en su editorial. Yo estaba bien así, sin publicar nada. Hay gente que está más obsesionada por publicar que por dibujar; esos no son dibujantes, son publicantes”. De pronto, Nine se encontró dando sus primeros pasos en el mundo de la ilustración, donde muchas veces, su intercepción inherente con las Bellas Artes puede llevar una carga algo controversial, por definición. Cuando empezó, los historietistas lo consideraban un infiltrado y los pintores lo echaban del ghetto, porque descubrían que lo que quería era contar historias. Su reconocido estilo intercala principalmente, la acuarela con el pastel, el óleo, la tinta y la carbonilla, con una estética de época que data de la elegancia de los años 20, 30 y 50, que se caracteriza por revelar de manera innata su naturaleza 100% pictórica, a pesar de moverse al ritmo del motor de la comunicación, sea a través de historietas, tapas de libros o ilustraciones editoriales. “Lo primero que debe preguntarse alguien que se dedica a este trabajo, es cuál es su característica personal; mi trabajo siempre remite al volumen. Entonces, pasar a la escultura era inevitable. Además, la luz que utilizo para iluminar mis criaturas o mis situaciones es muy teatral; tiene alusiones tridimensionales. De esta manera, obtengo verosimilitud, que no es lo mismo que realismo”.

Como todo artista plástico, Nine siempre vuelve al nido: “Tener que publicar algo para que todos lo vieran, me provocó una crisis bastante grande, porque tuve que incorporar elementos desconocidos para mí hasta entonces: fechas de entrega y la opinión de la gente. Mis preferencias no se encuentran en el campo de la ilustración, sino en pintores como Velázquez, Goya, Monet, Daumier y Ensor, entre otros”. Es por eso que prefiere entrar y salir de diferentes territorios como el cine, la fotografía, la escultura y demás, para lograr explorar y capturar a su antojo, con la mira fija de un cazador y la determinación implacable de un detective. “Lo que pasa, es que para eso, tenés que tener cierto dominio del oficio, y ahí entra la escuela. Creo que ese espíritu renacentista hoy ya no está”.

Por algo se empieza
En la editorial La Urraca, responsable de editar la legendaria revista Humor por más de dos décadas, Nine encontró durante doce años un nicho que, a pesar de no adecuarse a su ideal artístico, le permitió desarrollar una voz propia y, por sobre todo, sumamente popular. Hablando de esta experiencia, me cuenta que “No lo pasé muy bien, ya que no compartía los presupuestos políticos de la dirección. Aunque debo reconocer que fue un entrenamiento formidable, era como si me pagaran por aprender. Hice muchas tapas, caricaturas (una especialidad que detesto). Algunos experimentos técnicos que descubrí allí, luego los apliqué para desarrollar lo que verdaderamente me interesaba, que era contar historias en otra publicación de la misma editorial, la revista Fierro. Ahí sí fui verdaderamente feliz”. De hacer un paralelismo de lo que simboliza la trayectoria artística de Nine como ilustrador en nuestro país, se podría decir que en Nueva York pertenecería a la escuela de Push Pin Studios, allá por los años 50, de la mano de Edward Sorel, Milton Glaser y Seymour Chwast. ¿Por qué? Porque fue uno de los pioneros al imponer el uso popular de la ilustración localmente con un estilo singular, una voz fuerte, y una visión sólida y propia. Pero el tiempo pasa, y la excepción, como lo es Nine, nunca puede transformarse en norma, por lo que es natural que desde su posición, sienta algo de frustración frente al mercado que hoy nos rodea: “La ilustración en Argentina fue reemplazada por la fotografía, y está refugiada casi exclusivamente en los libros infantiles, con imágenes rigurosamente digitales. Por otro lado, y ya hablando a nivel mundial, lo que veo no me entusiasma. Todos se parecen un poco, y casi nadie puede liberarse de las tendencias que se ponen de moda, y que son reemplazadas una tras otra, como las olas del mar. Estuve y estoy harto de Neodisneys, Frazettas, Crumbs, Greenaways, etc. En semejante desierto, un dibujante tan espantoso como el de Los Simpsons aporta una cierta novedad con su ineptitud explícita. Claro, siempre aparecen algunos salvajes que se apartan del rebaño, como Edward Gorey o Bill Plympton, pero son francotiradores, como actúo yo”.

Más que hablar, Nine grita sin pudor, de la única manera que uno se puede hacer escuchar cuando realmente se tiene algo trascendente que decir; lo que como consecuencia -y sumado a su impecable trayectoria-, lo transforma en un referente tanto para ilustradores establecidos como yo, como para ilustradores emergentes contemporáneos. Sus primeros pasos le entraron por los ojos , gracias al consumo de toda la gráfica popular impresa a la que pudiera acceder en sus comienzos. “Los artistas gráficos fueron mi primer estímulo, y por eso mi gratitud es enorme. Les agradezco que se hayan dirigido a la masa, al pueblo común del cual yo formaba parte, y no a un público especializado que concurre a las galerías de arte”.

Los pilares fundadores
Como quien no quiere la cosa, a fines de los 80 recortó una serie de publicaciones suyas locales que, más que un portfolio, conformaban una especie de pegote de un aspecto bastante amateur, y se las envió a un editor francés que supo ver más allá de la primera impresión. En poco tiempo, le había enviado un contrato por correo, que resultó en la edición de su primer álbum de historietas Asesinatos y Castigos (1991), seguido de Fantagás (1995) y, finalmente, su gran éxito El Patito Saubón (2000). Así y todo, sus ediciones preferidas son “Meurtres et Chatiments (1991) y Hommage a l’Arriére Cour (2008). También me gustan Gesta Dei (2001) y Prints of the West (2004), todos ellos posibles gracias a la mentalidad abierta de los editores franceses”. No me sorprende que el primero de los álbumes que menciona se refiera a uno de sus referentes propios más palpables de ese mundo que transcurre en un tiempo atemporal, liderado por hilos narrativos, de un carácter al borde de lo disparatado e irreverente, y rebalsado por una pizca de crueldad, que nos invita a jugar sin inhibiciones, como en los dibujitos animados de aquellos tiempos, cuando la prevención adulta no intercedía con la libertad más pura de nuestra niñez. Su segundo en preferencia, en cambio, Homenaje al Patio Trasero, se remite a un universo personal, que traduce la identidad del sello Carlos Nine, usando la herramienta más básica y vulnerable del lápiz sobre el papel, desde lo más fiel a sus raíces, resultando en algo así como un catálogo que abarca su ascendencia, su barrio y las influencias de sus alrededores, en un contexto gobernado por la rutina del verdadero sentido común.

Siempre digo que todo artista se destaca en expresar lo que mejor conoce, o sea, la composición de su propia vida. “Me interesan particularmente las imágenes que encierran algún contenido o relato, que es en lo que yo trabajo. Me gusta contar historias. Lo que quiero decir es que, además de los dibujos, traté de encontrar un estilo literario que se correspondiera con esas imágenes específicas. […] Es muy difícil detectar mensajes, por lo menos en forma clara, desde las imágenes, pero algunas personas reaccionan en forma que podríamos llamar `sentimental´ frente a determinados dibujos. A mí me pasa. Hay gente que es totalmente indiferente frente a lo que yo hago. Otros, en cambio -seguramente los menos-, se conmueven. Yo objetivo mi subjetividad (a través de un dibujo), para conectarme con la subjetividad del espectador”. El arte es un lujo subjetivo y, como tal, tiene un efecto tan humano y espontáneo, como el que produce que nos vaya a caer bien -o no- un perfecto extraño, independientemente de cuántas cualidades positivas pueda llegar a tener.

Como destaqué al principio, Nine percibe a las artes con la amplitud mental de quien lleva un camino recorrido en todos sus recovecos, comprendiendo que la definición del arte suele estar delimitada por la experiencia personal de quien lo describe. Esta es una percepción que se asimila a la libertad de expresión que distingue a la costa oeste de los Estados Unidos, en ciudades como Los Ángeles y San Francisco, donde el solo crear nos transforma en algún tipo de artista, sin necesidad de definición. Contrario a la costa este, como Nueva York, donde el arte está tan ramificado -y por ende, limitado-, como es muchas veces el caso en Buenos Aires. Nine coincide: “Tomo todas estas disciplinas en un sentido horizontal, democrático. En un sentido realista y práctico, nosotros somos simplemente trabajadores de la imagen, y ahí entra todo. Entre la historieta, la pintura, el cine, la animación, la ilustración, la escultura y hasta el teatro, no hay diferencia alguna.
La yapa
Entre historietas y libros editados -principalmente en Francia y Argentina-, Nine también hizo ilustración editorial para Clarín, La Nación, Noticias, Le Monde, The New Yorker y The New York Times, entre tantos. A su vez, tuvo la oportunidad de ilustrar para el ganador del premio Pulitzer y editor de la revista americana de vanguardia Raw, Art Spiegelman. Algunos de los premios que galardonan su trayectoria incluyen el Silver Clio internacional, el Caran D’Ache de Roma y el Premio al Mejor Libro de Autor Extranjero Traducido al Español del Festival d’Angoulême (Le Canard Qui Aimait Les Poules). Sin embargo, uno pensaría que el extenso material de semejante referente de la ilustración argentina -a quien recuerdo que hasta el mismísimo joven y venerado ilustrador americano James Jean quiso conocer puntualmente en 2007, cuando estuvo brevemente en Buenos Aires-, sería más fácil de acceder tanto en Argentina como en el exterior, sobre todo, con la inmensa ayuda de la globalización online. Pero no, la realidad es que, en mi opinión, Nine continúa siendo parcialmente un fenómeno del boca en boca que genera -gracias a la alta capacidad de impacto de sus imágenes-, que a esta altura, ya merecen un pedestal de difusión popular. Por eso es que sonreí con mucho orgullo cuando, hace un par de años, la Society of Illustrators of New York lo eligió para ilustrar el póster de su legendario concurso anual. Me sorprendí (ridículamente) de que un ilustrador argentino -y ¡viviendo en Argentina!- fuera reconocido por la institución de ilustración más prestigiosa del mundo. De todos modos, reconozco que esto implicaría la materialización de una utopía en sí: la apreciación de las masas de la sutileza brillante de pocos.

“Actualmente, estoy trabajando en tres libros al mismo tiempo: Barba Azul (Libros del Zorro Rojo, Barcelona), Cahiers de Buenos Aures (Rackham, París), e Informe Visual del Tango (Orsai, Barcelona/ Buenos Aires). Es un sistema interesante, porque permite entrar y salir de técnicas y contenidos diferentes, y entonces se activa la destreza, y se estimula la reflexión sobre el propio trabajo. Después de todo, el nuestro es un trabajo intelectual”. Nine disfruta del movimiento constante, inspirado por la creatividad inevitable que nace del cambio impredecible. La historia nos demuestra que, de toda crisis, surge un movimiento creativo, lo cual confirma la fuente de inspiración y entusiasmo artístico del que Nine habla: “Una cultura tan marcada por la inmigración como la nuestra, deja siempre intersticios por donde circulan ráfagas de aire muy parecidas a la creatividad, ya que las piezas nunca terminan de acomodarse y están en perpetuo movimiento. Esta situación, muy parecida al caos, es también una gran influencia, y yo le debo mucho porque provengo de ahí. La libertad nunca es tranquila, se mueve”. Nos deja algo en qué pensar o, mejor dicho, una cosa más que nos quita el sueño.+
Fotos: Guillermo Turín y Rafael Calviño
Fuentes: CCRF, Revista 90+10, Radar, TelAm, Señales

jueves, 16 de junio de 2016

EL BANDONEÓN


Heinrich Band, alemán nacido en 1821, creó un instrumento portátil inspirado en la concertina, con la intención de proveer de música a las pequeñas iglesias
que no podían comprar ni mantener órganos o siquiera armonios.
Jamás imaginó que su invento, al que con obviedad bautizó "Bandoneón", sería con el tiempo el símbolo máximo del tango.
El bandoneón llegó a América del Sud a principios del siglo XX, portado por humildes expatriados europeos, y fue rápidamente adoptado por los tangueros rioplatenses.
                                             
Un niño nacido en 1921 en Mar del Plata se alucinó con ese raro instrumento en Nueva York, donde su padre, Nonino, y su familia se habían radicado.
En el suburbio neoyorquino de Brooklyn, cerca de Little Italy y de Hoboken (...y de sus correspondientes gangsters), Astor Pantaleón Piazzolla convivía con todos los credos y razas inmigrantes. Cuando Nonino, ante la manifiesta capacidad de su hijo de diez años, le compró un bandoneón casi nuevo, estaba dando comienzo -sin saberlo- a una renovación tanguística fundamental.

Cerca de su casa, desde una pequeña sinagoga, requerían al pibe Piazzolla para que acompañara al jazán, el celebrante, cuando había un casamiento.
Al finalizar la ceremonia, Astor tocaba solito con su bandoneón los freilaj klezmer tradicionales que había aprendido. El ritmo vivaz y la síncopa de esas 'tijeras' fueron quedando indelebles en su memoria. Esa misma memoria gracias a la cual, además de su español nativo, hablaba correctamente inglés, italiano y, por supuesto, un poco del ídish de sus vecinos y del francés créole de los negros jazzeros venidos de New Orleans                                   

En 1934 el padre de Astor se enteró de que estaba en New York su admirado Carlos Gardel.
Talló en madera una pequeña estatuilla y se la envió con su hijo.
El cantante, agradecido, ofreció al gurrumín Piazzolla actuar en la película que estaba filmando, "El día que me quieras": le dieron un pequeño papel de canillita.
Gardel, impresionado por la desenvoltura del jovencito, unida a su habilidad musical y su dominio de varios idiomas, le ofreció un contrato para que lo acompañara en la continuación de su gira por América.
Don Nonino se opuso y, cosas del destino insondable, salvó así a su hijo del desastre aéreo de Medellín donde perdió la vida todo el grupo de artistas.