Cine > El documental sobre la tragica Puerta 12
Sin salida
Lo ocurrido a la salida del Boca-River del 23 de junio de 1968 entró rápidamente a la historia argentina como la mayor tragedia del fútbol nacional. Sin embargo, esa celeridad no fue tal al momento de la investigación de los hechos, que cayeron en una red de declaraciones contradictorias, explicaciones confusas y testigos olvidados. El documental Puerta 12, de Pablo Tesoriere, reconstruye a través de entrevistas e imágenes aquellos hechos e indaga en un misterio atravesado por la política, la policía y la dictadura de Onganía.
Sin salida
Lo ocurrido a la salida del Boca-River del 23 de junio de 1968 entró rápidamente a la historia argentina como la mayor tragedia del fútbol nacional. Sin embargo, esa celeridad no fue tal al momento de la investigación de los hechos, que cayeron en una red de declaraciones contradictorias, explicaciones confusas y testigos olvidados. El documental Puerta 12, de Pablo Tesoriere, reconstruye a través de entrevistas e imágenes aquellos hechos e indaga en un misterio atravesado por la política, la policía y la dictadura de Onganía.
Por Facundo Martínez
El 23 de junio de 1968, la tarde era gris y River, con aspiraciones de campeón, recibía a Boca en el Monumental. De aquel partido, un empate sin goles que había tenido su minuto de gloria cuando antes del inicio un pícaro Angel Clemente Rojas le robó la gorra a Amadeo Carrizo, importa sólo lo que sucedió al final, mientras los jugadores se retiraban del campo de juego hacia los vestuarios, en una de las salidas del estadio. La Puerta 12. La mayor tragedia del fútbol argentino. Esa tarde murieron aplastados y asfixiados entre la multitud 71 hinchas de Boca, la mayoría de los cuales eran chicos de entre 13 y 20 años.
A la tragedia le siguió un funeral masivo en las instalaciones de la Bombonera, donde los muertos recibieron tratamiento de héroes, y hasta una no menos conmovedora marcha de antorchas. Rendidos frente a la tragedia, los medios de prensa transmitieron cada una de las horas subsiguientes con muestras de dolor y resignación, pero sus gritos de justicia, que eran los gritos de las víctimas, quedaron atrapados en una red de presiones y complicidades hasta el silencio y el olvido. En el país mandaba el general golpista Juan Carlos Onganía. En pocas horas los argentinos ya conocían una buena cantidad de versiones contradictorias sobre lo ocurrido, las investigaciones se fueron ensuciando y la verdad fue barrida debajo de la alfombra.
Pasado el llanto de los deudos y a menos de un año de ocurrida la tragedia de la Puerta 12, presa de las presiones y de su ineficiencia, la Justicia dio por terminado el asunto. No hubo culpables. Se levantó el embargo económico contra River y se sobreseyó a los dos únicos imputados: el intendente del club, Américo Di Vietro, y un capataz, Marcelino Cabrera, los circunstanciales chivos expiatorios.
Todo lo que pasó entre aquella tarde trágica y el cierre de la investigación permite adivinar un complejo tejido de complicidades y ocultamientos. Los distintos actores se sumaron sin remordimientos a la hipótesis del establishment que culpaba a los propios espectadores, quienes, producto de su impaciencia por salir del estadio, se desbandaron y desataron la tragedia.
Lo que realmente sucedió aquella tarde gris en la Puerta 12 del estadio Monumental, que inmediatamente después fue rebautizada Puerta K, para comenzar a borrar las huellas del horror, sigue siendo un misterio. Según quién cuente la historia, las hipótesis saltan como las pulgas. Testigos presenciales que se contradicen, heridos que callaron indemnizados burda y miserablemente, responsables que jugaron al distraído, todos aportan su granito de arena para que la herida se cierre rápido, a la par de las investigaciones.
Sobre este contexto de miseria y olvido trabaja Pablo Tesoriere, director del documental Puerta 12, que está siendo exhibido en el Festival de Cine y Derechos Humanos. Apellido ilustre en el fútbol argentino –su tío abuelo, Américo, fue arquero de la Selección y de Boca durante la década del ’20–, Tesoriere recoge en su trabajo testimonios de distintos calibres que no hacen más que confirmar la amnesia generalizada de un país propenso a las arbitrariedades y a las resignaciones.
Uno de ellos es el ex abogado de River por esos años, Angel Dasso, quien se empeña en su descripción del paso de comedia del partido, el robo de la gorra a Carrizo, pero a la hora de señalar responsabilidades carga fríamente contra la “inconducta del público apurado por salir”. Otro, un ex inspector de la Policía Federal, Carlos López, que asegura que él mismo le informó a Onganía que “no hubo ningún inconveniente con la policía” y luego culpa a los empleados municipales, encargados de liberar las puertas del estadio, por olvidarse de abrir la puerta y retirar los molinetes. En cambio, la versión de los municipales señala que fue la propia policía la que dejó adrede los molinetes para poder peinar a la barra brava de Boca que había osado cantar la marcha peronista en la cancha y encima los había meado a gusto desde lo alto de las tribunas.
A estos testimonios se les suman los de algunos de los heridos, los de los familiares de las víctimas y los de los testigos presenciales que cuentan diferentes historias. El testimonio de los futbolistas que disputaron aquel partido, como Rojas, quien señala el horror del momento en que la policía comienza a apilar cadáveres sobre la pista de atletismo, y las opiniones de un puñado de especialistas y de celebridades que balbucean sobre los hechos y sobre la violencia en el fútbol en general. Sobresalen en el trabajo de Tesoriere las ilustraciones de Diego Lankes a propósito de la tragedia. Son como relámpagos y estremecen. Muestran la agonía de los hinchas en aquella trampa oscura y macabra, muestran también la conjunción de las responsabilidades.
Entre las imágenes más escalofriantes del documental se destacan, en cambio, las palabras de Julián William Kent, el entonces presidente de River, frente a los micrófonos gentiles: “Estamos apesadumbrados, todos somos culpables de la tragedia porque tenemos que aprender a quedarnos más tiempo en el estadio antes de salir”. También la visita de un par de obispos que muestran su pesar y reparten condolencias. O las recorridas de los dirigentes de River y la AFA por los hospitales atendiendo a la salud de centenares de heridos. Esas visitas perseguían un velado interés: buscaban comprarles a los heridos sus derechos sobre futuras acciones legales contra dichas instituciones. Buscaban que nadie se animara a desarticular la compleja red que, en medio de una dictadura sangrienta, los responsables tejieron para cubrir con engaños la realidad.
Puerta 12 es la única integrante argentina de la competencia internacional de largometrajes de la 10ª Edición del Festival de Cine y Derechos Humanos que termina el próximo miércoles 13. Para salas y horarios:
www.derhumalc.org.ar
A la tragedia le siguió un funeral masivo en las instalaciones de la Bombonera, donde los muertos recibieron tratamiento de héroes, y hasta una no menos conmovedora marcha de antorchas. Rendidos frente a la tragedia, los medios de prensa transmitieron cada una de las horas subsiguientes con muestras de dolor y resignación, pero sus gritos de justicia, que eran los gritos de las víctimas, quedaron atrapados en una red de presiones y complicidades hasta el silencio y el olvido. En el país mandaba el general golpista Juan Carlos Onganía. En pocas horas los argentinos ya conocían una buena cantidad de versiones contradictorias sobre lo ocurrido, las investigaciones se fueron ensuciando y la verdad fue barrida debajo de la alfombra.
Pasado el llanto de los deudos y a menos de un año de ocurrida la tragedia de la Puerta 12, presa de las presiones y de su ineficiencia, la Justicia dio por terminado el asunto. No hubo culpables. Se levantó el embargo económico contra River y se sobreseyó a los dos únicos imputados: el intendente del club, Américo Di Vietro, y un capataz, Marcelino Cabrera, los circunstanciales chivos expiatorios.
Todo lo que pasó entre aquella tarde trágica y el cierre de la investigación permite adivinar un complejo tejido de complicidades y ocultamientos. Los distintos actores se sumaron sin remordimientos a la hipótesis del establishment que culpaba a los propios espectadores, quienes, producto de su impaciencia por salir del estadio, se desbandaron y desataron la tragedia.
Lo que realmente sucedió aquella tarde gris en la Puerta 12 del estadio Monumental, que inmediatamente después fue rebautizada Puerta K, para comenzar a borrar las huellas del horror, sigue siendo un misterio. Según quién cuente la historia, las hipótesis saltan como las pulgas. Testigos presenciales que se contradicen, heridos que callaron indemnizados burda y miserablemente, responsables que jugaron al distraído, todos aportan su granito de arena para que la herida se cierre rápido, a la par de las investigaciones.
Sobre este contexto de miseria y olvido trabaja Pablo Tesoriere, director del documental Puerta 12, que está siendo exhibido en el Festival de Cine y Derechos Humanos. Apellido ilustre en el fútbol argentino –su tío abuelo, Américo, fue arquero de la Selección y de Boca durante la década del ’20–, Tesoriere recoge en su trabajo testimonios de distintos calibres que no hacen más que confirmar la amnesia generalizada de un país propenso a las arbitrariedades y a las resignaciones.
Uno de ellos es el ex abogado de River por esos años, Angel Dasso, quien se empeña en su descripción del paso de comedia del partido, el robo de la gorra a Carrizo, pero a la hora de señalar responsabilidades carga fríamente contra la “inconducta del público apurado por salir”. Otro, un ex inspector de la Policía Federal, Carlos López, que asegura que él mismo le informó a Onganía que “no hubo ningún inconveniente con la policía” y luego culpa a los empleados municipales, encargados de liberar las puertas del estadio, por olvidarse de abrir la puerta y retirar los molinetes. En cambio, la versión de los municipales señala que fue la propia policía la que dejó adrede los molinetes para poder peinar a la barra brava de Boca que había osado cantar la marcha peronista en la cancha y encima los había meado a gusto desde lo alto de las tribunas.
A estos testimonios se les suman los de algunos de los heridos, los de los familiares de las víctimas y los de los testigos presenciales que cuentan diferentes historias. El testimonio de los futbolistas que disputaron aquel partido, como Rojas, quien señala el horror del momento en que la policía comienza a apilar cadáveres sobre la pista de atletismo, y las opiniones de un puñado de especialistas y de celebridades que balbucean sobre los hechos y sobre la violencia en el fútbol en general. Sobresalen en el trabajo de Tesoriere las ilustraciones de Diego Lankes a propósito de la tragedia. Son como relámpagos y estremecen. Muestran la agonía de los hinchas en aquella trampa oscura y macabra, muestran también la conjunción de las responsabilidades.
Entre las imágenes más escalofriantes del documental se destacan, en cambio, las palabras de Julián William Kent, el entonces presidente de River, frente a los micrófonos gentiles: “Estamos apesadumbrados, todos somos culpables de la tragedia porque tenemos que aprender a quedarnos más tiempo en el estadio antes de salir”. También la visita de un par de obispos que muestran su pesar y reparten condolencias. O las recorridas de los dirigentes de River y la AFA por los hospitales atendiendo a la salud de centenares de heridos. Esas visitas perseguían un velado interés: buscaban comprarles a los heridos sus derechos sobre futuras acciones legales contra dichas instituciones. Buscaban que nadie se animara a desarticular la compleja red que, en medio de una dictadura sangrienta, los responsables tejieron para cubrir con engaños la realidad.
Puerta 12 es la única integrante argentina de la competencia internacional de largometrajes de la 10ª Edición del Festival de Cine y Derechos Humanos que termina el próximo miércoles 13. Para salas y horarios:
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