viernes, 23 de mayo de 2008

Levi-Strauss
Elogio del trabajo manual

En un brillante discurso inédito hasta ahora en castellano, Lévi-Strauss reivindicó la labor manual como uno de los medios que le permitieron a la humanidad entender el conjunto de la naturaleza. Además, dos de sus colegas explican las teorías del "último de los grandes clásicos".


LEVI-STRAUSS, y su elogio del trabajo manual.“Constituye un aspecto del inmenso esfuerzo desplegado por la humanidad para entender el mundo”.

En Italia existe al parecer una expresión: "Tener más deudas que la liebre". ¿Por qué la liebre? Quizá porque, como dice nuestro La Fontaine, es un animal preocupado. Pues bien, aunque me siento cargado de deudas y por ende "liebre" hacia ustedes, tengan la certeza (...) de que ninguna preocupación me abruma, sino sólo una sensación de confusión y de gratitud por el honor que hoy me hacen.Vaya también mi gratitud a los fundadores del Premio Internacional Nonino, puesto que nada me gratifica tanto como un premio relacionado en el pensamiento de sus creadores con otros –los premios Risit d'Aur– concebidos para honrar a agricultores e investigadores dedicados a defender e ilustrar las tradiciones campesinas.¿Me permiten una confidencia? A lo largo de mi vida, he recibido una buena cantidad de honores, que me fueron conferidos no tanto por mis modestos méritos como por la extrema longitud de una carrera activa, que duró medio siglo (...) Ninguno me enorgulleció tanto como la medalla (...) al "Mejor Obrero de Francia". Me gusta, por cierto, el trabajo manual, y sólo por haberlo practicado con frecuencia he podido, en uno de mis libros, elaborar la teoría de lo que en francés llamamos "bricolage".En realidad, me alegraría que un intelectual, una vez jubilado, se viera obligado por ley a ponerse a prueba en otra actividad; en ese caso, habría elegido sin vacilar un oficio manual.¿Por qué digo esto? Desde el advenimiento de la civilización industrial, el trabajo pasó a ser una operación en un sentido único, donde el hombre –sólo él, siendo activo – modela una materia inerte, y le impone soberanamente las formas que le convienen.Las sociedades estudiadas por los etnólogos tienen del trabajo una idea muy distinta. Lo asocian a menudo al ritual, al acto religioso, como si en ambos casos el fin fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual naturaleza y hombre pueden colaborar: concediendo ésta al otro lo que espera, a cambio de los signos de respeto, o de piedad incluso, con los cuales el hombre se obliga ante una realidad vinculada al orden sobrenatural.El campo y la ciudad Subsiste aún hoy una complicidad entre esa visión de las cosas y la sensibilidad del campesino y el artesano tradicionales. Estos, efectivamente, por seguir manteniendo un contacto directo con la naturaleza y con la materia, saben que no tienen derecho a violentarlas, sino que deben tratar pacientemente de comprenderlas, de atenderlas con cautela, diría casi de seducirlas, a través de la demostración permanentemente renovada de una familiaridad ancestral hecha de cogniciones, de recetas y de habilidades manuales transmitidas de generación en generación.Por eso el trabajo manual, menos alejado de lo que parece del pensador y del científico, constituye asimismo un aspecto del inmenso esfuerzo desplegado por la humanidad para entender el mundo: probablemente el aspecto más antiguo y perdurable, el cual, más próximo a las cosas, es también el más apto para hacernos captar concretamente la riqueza de éstas, y para nutrir el asombro que experimentamos ante el espectáculo de su diversidad.En la actualidad, nos dedicamos a organizar bancos de genes para preservar lo poco que sobrevive de las especies vegetales originales creadas a lo largo de los siglos por modos de producción totalmente distintos de los practicados ahora. Esperamos también eludir los peligros de la llamada "revolución verde", vale decir, una agricultura reducida a pocas especies vegetales de gran rendimiento, pero tributarias de sustancias químicas y cada vez más vulnerables a los agentes patógenos.¿No deberíamos ir más lejos, quizá, y, no contentos con conservar los resultados de esos modos de producción arcaicos, esforzarnos además por tutelar los conocimientos insustituibles gracias a los cuales esos resultados fueron adquiridos? Quién sabe, efectivamente, si las amenazas que pesan actualmente sobre la civilización occidental no los volverán, algún día, providenciales para los que vendrán después de nosotros.La filosofía en el origen Tal es, me parece, la filosofía que inspiró a los fundadores de los premios a cuyo grupo pertenece el que recibo hoy. Y si este año se lo dieron a un etnólogo, me parece que la razón es que esta disciplina se propone también preservar la memoria de los géneros de vida y de nociones que, en los países exóticos y en los nuestros, se mantuvieron mejor entre grupos humanos pequeños que permanecieron en contacto directo con la naturaleza. Ya lo decía Jean-Jacques Rousseau en Emilio o de la educación: "A las provincias más alejadas, donde el movimiento y el comercio son menores, donde los extranjeros transitan menos, y menos se desplazan los nativos, precisamente allí es necesario ir para estudiar el genio y las costumbres de una nación. (...) Estudiar un pueblo fuera de sus ciudades, porque no es en las ciudades donde se los conocerá. (...) al país lo constituye el campo".Pues bien, los investigadores italianos figuran entre los primeros que pusieron en práctica esta doctrina. Hacia mediados del siglo XVIII, uno de ellos, Giuseppe Baretti, indagaba acerca de los usos y costumbres populares. Curiosidad que el racionalismo romántico desarrollaría en el transcurso del siglo XIX y que, en el último cuarto, da lugar a la creación de esa fuente documental prodigiosa que es (...) el Archivo para el estudio de las tradiciones populares y la Revista de las tradiciones populares italianas, que compilan los trabajos de una pléyade de estudiosos entre los cuales me limitaré a citar el nombre justificadamente célebre de Giuseppe Pitrè.Con frecuencia me he preguntado por qué Italia es uno de los primeros países de los cuales me llegaron señales de atención. En ningún otro se manifestó tanta solicitud para traducirme. Entre la publicación francesa y la italiana de algunos de mis libros, aun voluminosos, transcurrieron tres años, o dos, o incluso apenas uno. Paolo Caruso, que entre otros tradujo con talento Antropología estructural y pensamiento salvaje, recordará sin duda nuestras viejas conversaciones: fueron, creo, mis primeras conversaciones con un escritor extranjero publicadas por la prensa. Y recordará también que con la RAI, hace más de veinte años, trabajamos en el primer programa televisivo, en las galerías del Musée de l'Homme y en los jardines zoológicos parisinos, donde él me hacía contar ciertos mitos sudamericanos frente a las jaulas de los animales que son sus protagonistas. (...) Es probable que esos testimonios de interés se expliquen en razón de dos tradiciones intelectuales en las que su país destaca particularmente. En primer lugar, como recordaba recientemente, por una curiosidad apasionada por las usanzas y las costumbres populares consideradas desde la perspectiva más concreta; y luego, otra muy diferente, florecida hacia fines del siglo XIX, por las investigaciones de orden formal, que dieron origen a la escuela italiana de lógica matemática.Tal vez sea una ilusión, pero me gusta imaginar que han podido reconocer en mis trabajos una tentativa, por cierto rústica y torpe, de tender un puente entre los dos ámbitos. Pues partiendo de las creencias y las representaciones de los pueblos que viven en estrecha colaboración con la naturaleza y que piensan en términos de colores, ruidos, olores, texturas y sabores, he intentado extender los confines de nuestra lógica para asir mejor ciertos mecanismos hereditarios que preceden la actividad intelectual. Giuseppe Peano, genial fundador de la escuela matemática italiana, se había enamorado de la lingüística y de la historia de las ideas: tradición que se remonta a Vico, en cuya estela algunas veces me han colocado.En la tradición de Vico Sería el último en pensar que a partir de los resultados que creí alcanzar he conseguido algo definitivo. Las disciplinas sociales y humanas no entran dentro de las llamadas "duras", donde las hipótesis pueden ser refutables. No hemos llegado aún a ese estadio, y dudo que se pueda llegar algún día. En efecto, detrás de la cultura material, las costumbres, las creencias y las instituciones, intentamos comprender qué ocurre en la conciencia de los hombres y más allá de ésta. Ninguno de nosotros podrá afirmar nunca que el nivel en el cual eligió colocarse es el último; y tampoco que, por debajo de ese nivel, se puede alcanzar otro, y así sucesivamente en forma indefinida. (...) Simplemente he aspirado a dar cuenta de fenómenos múltiples y complicadísimos de una manera más económica, y más satisfactoria para el intelecto que todo lo hecho anteriormente. Pero con la certeza de que este estadio es provisorio y que otros, mejores, lo sucederán.Me basta saber que el trabajo de toda una vida no ha sido completamente inútil y que puede servir de trampolín desde el cual otros tomarán impulso para catapultarse más adelante. Para un hombre que ha llegado al ocaso de su carrera, es reconfortante, incluso exultante, recibir muestras de que su enseñanza y sus escritos ofrecen todavía un tema de reflexión. (...) Este texto, hasta ahora inédito, fue leido por Claude Levi-Strauss en la ceremonia de entrega del prestigioso Premio Internacional Nonino, el 1° de febrero de 1986, en Percoto, provincia de Udine, italia.

(c) La Repubblica y Clarín
Traducción de Cristina Sardoy.


Levi-Strauss Básico
Bruselas, 1908 Junto con Roman Jakobson, es considerado el padre del estructuralismo antropológico, que entiende las civilizaciones estructuradas como un lenguaje. Lévi-Strauss plantea asimismo que ciertas estructuras constituyen el bagaje común de la mente humana. Realizó su primer gran trabajo de campo en Brasil y perfeccionó su perspectiva teórica en los años de la Segunda Guerra Mundial. Escribió, entre otros libros, con estilo de gran literato, Razas e historia, Tristes trópicos, El pensamiento salvaje, Lo crudo y lo cocido, De la miel a las cenizas, El origen de las maneras en la mesa, La ruta de las máscaras, La mirada alejada y Mirar, escuchar, leer.


El antropólogo, entre el tiempo y la historia
Estudioso de las prácticas políticas de diversas sociedades, Marc Abélès repasa las diversas críticas al estructuralismo y reivindica la concepción del tiempo de Lévi-Strauss.
Por: Marc Abeles
Una de las críticas que en su momento se hicieron a Claude Lévi-Strauss fue que miraba con nostalgia cierto tipo de sociedades: las sociedades que producen mitos, que tienen estructuras de parentesco sofisticadas pero totalmente ajenas al cambio, muy conservadoras y cerradas en sí mismas. En un momento se llegó a identificar la antropología con el estudio de ese tipo de sociedades. A menudo se utilizó este pensamiento para decir que la antropología debía dedicarse al estudio de sociedades primitivas, arcaicas, sin historia. Creo que es una mala interpretación del mucho más complejo pensamiento de Lévi-Strauss. Hoy trabajamos en la antropología de lo contemporáneo, sobre fenómenos muy actuales (yo trabajo sobre cuestiones políticas, otros sobre cómo funcionan las empresas, etc.). Las sociedades del porvenir constituyen la actualidad de la antropología y esto no es contradictorio con lo que intentó hacer Lévi-Strauss, quien siempre se interesó por la estructura en el porvenir. En el plano conceptual no es casual que dedique buena parte de su libro El pensamiento salvaje a una discusión con Jean-Paul Sastre y con la idea de razón dialéctica. Sartre objetaba que el pensamiento estructuralista fijaba el devenir en la estructura y terminaba por hacer de las estructuras coacciones a la libertad humana. Sastre acusaba a Lévi-Strauss de reducir lo social a un sistema de coacciones y le reprochaba el negar la omnipresencia de la Historia. Hoy, lo sorprendente no es que Lévi-Strauss defendiera este concepto de estructura, sino que cuestionara la concepción de la historia de Sartre. Sobre las llamadas sociedades primitivas, dice que obviamente están dentro de la historia pero en una posición diferente respecto de ella pues se representan de otra forma, tienen otra relación con el tiempo. La relación con el tiempo es muy importante. Cuando Lévi-Strauss habla de las sociedades "frías" opone su concepción del tiempo como algo mecánico y reversible a la nuestra, que es mecánica y estática. Nuestra concepción del tiempo se ubica en el horizonte del progreso, mientras que las sociedades que él estudia no. Eso lo lleva a pensar que esas sociedades conservaron una sabiduría particular que las incita a resistir cualquier modificación de su estructura resistiendo la idea de progreso. Por eso se le reprochó cierta nostalgia. Puede parecer una posición conservadora, idealista, pero sus efectos críticos son más importantes. Pues la crítica que se ocupa de nuestra concepción contemporánea de la historia no sólo revela otras concepciones del tiempo, sino que a la vez sostiene que la concepción del tiempo de los historiadores merecería un análisis etnográfico. El impacto del pensamiento crítico de Lévi-Strauss debe ser pensado en el marco de las grandes mutaciones de los años 60 en Francia, con la presencia central del marxismo. Ese impacto crítico se daba, por un lado, por el contraste entre la praxis y la estructura, y por otro lado por los antropólogos que procuraban conciliar antropología e historia. En su Sociología actual del Africa negra, George Balandier empleaba dos categorías, tradición y cambio, que podían remediar las debilidades del estructuralismo. Para antropología marxista, por su parte, bastaba con considerar que la antropología forma parte del "continente de la historia", como decía Louis Althusser. Pero así no se resolvía el problema: pues no siempre queda claro cómo se articulan tradición y cambio, y los marxistas terminan hablando también de una causalidad estructural.


El último de los grandes clásicos
Por: Marino Niola
"En el fondo, soy estructuralista desde que nací. Mi madre contaba que, antes de caminar y mucho antes de saber leer, un día grité desde mi cochecito que las primeras tres letras del cartel del carnicero (boucher) y del panadero (boulanger) debían significar 'bou' porque eran las mismas. A esa edad buscaba invariantes". Recordando ese episodio de su infancia, Claude Lévi-Strauss da una clave proustiana para explicar la génesis del estructuralismo que transformó el conocimiento del Otro, de las diferencias culturales, en la conciencia crítica de Occidente. Encarnó, más que Sartre, Nizan y Foucault, el ansia de destruir los esquemas eurocéntricos. Es, en este sentido, el Copérnico de las ciencias humanas. Ningún antropólogo ejerció una influencia tan vasta fuera de su propia disciplina: impactó en la filosofía, la historia, la política, la crítica literaria, la lingüística y la sociología, la poesía, el psicoanálisis y el arte. Su inmensa influencia se explica por el vasto objetivo de su proyecto antropológico, sus derivaciones especulativas, su erudición inmensa y su gran escritura. Lévi-Strauss pensó en grande sin perderse en la abstracción del Hombre con mayúscula ni en la selva de los localismos. Una antropología, sostuvo, no puede limitarse a un inventario notarial de usos y tradiciones; debe reunir lo que marca la diferencia entre las sociedades con lo que nos hace iguales. Su idea de fondo es que construcciones culturales como el lenguaje, la mitología, el matrimonio, el arte, la técnica tienen sólo en parte orígenes históricos, sociales y ambientales, pues obedecen a reglas universales inscritas en el funcionamiento de la mente. Por ello fue acusado de idealismo, antihistoricismo, anti-humanismo. El deber de las ciencias humanas –ha dicho– no es construir al hombre sino disolverlo. Analizando fenómenos particulares –los mitos de los indios de América, el matrimonio entre aborígenes australianos, la cocina en Francia, el turismo de masas, el ready-made de Marcel Duchamp, la religión consumista de Papá Noel, el culto a Lady Di y la música de Wagner– reveló cuánto hay en ellos de universalmente humano. Conjugó el rigor del análisis con la imaginación del escritor. Es por eso el último de los clásicos.

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