domingo, 27 de agosto de 2017

Maldonado - Mapuches

Las cosas por su nombre: terrorismo de Estado
De Trelew a Santiago Maldonado
Escribe Daniel Cecchini | Ago 22, 2017 | 
De Trelew a Santiago Maldonado
Entre el 22 de agosto de 1972 y este agosto con un desaparecido por la Gendarmería la historia pareció avanzar, pero en realidad apenas dio una vuelta. De aquellos fusilamientos disfrazados de “intento de fuga” a esta desaparición forzada que el gobierno nacional quiere hacer pasar como “extravío de persona”.
Veinte años no es nada, dice el tango. Cuarenta y cinco tampoco si se observa la construcción político-mediática del imaginario social del argentino medio, esa cosa. Y se la compara con la realidad de los hechos.
La tapa de la revista Gente del 24 de agosto de 1972 exhibía la foto de una más de sus chicas de (valga redundar) tapa. Se trataba, en ese número, de Gloria Furtado, una más de las olvidables;  pero su foto, que la mostraba simpática, elegante y casi hippie de collares aunque no tanto, era la tapa. Era tapa, incluso, sobre una victoria de Carlos Monzón en Dinamarca. “Monzón otra vez”, era el segundo título, con foto en blanco y negro de un golpe de zurda que Carlitos- cuando todavía no era un femicida – le propinaba a Tom Bogs.
Recién debajo del golpe de Monzón, en la banda de la izquierda de la tapa, viene el tercer título. La volanta es vendedora, como debe serlo: “Revelaciones exclusivas”. El título termina siendo viejo ese 24 de agosto de 1972, porque viene de casi una semana antes (les llegó tarde para el cierre): “La fuga de Rawson”. Y la bajada vuelve a vender: “Segundo a segundo, todo lo que pasó. Los detalles. Los testigos. Los protagonistas”.
Les llegó tarde para el cierre, o casi. Pero ni para cambiar la tapa les dio. Entonces, adentro, la revista Gente de la familia Vigil cuenta: “Trelew. Rawson. La fuga, primero. Después el sangriento motín. Primeras horas de la mañana del martes. La nota de la fuga y el posterior secuestro del avión ya está casi lista para ser mandada al taller. El trabajo de Luis Mas, Ki Chul-Bae y el dibujante Abel Guibe, que fueron enviados por GENTE a Trelew, de pronto queda a mitad de camino. Llega la noticia del motín y de los 15 muertos. Nuevamente hay que ponerse en marcha. Luis Mas y Ki Chul-Bae parten hacia Trelew en un avión privado. El cierre queda postergado hasta la medianoche y una solapa se agrega a nuestra tapa que ya estaba impresa. Se amplía el espacio y se dejan notas afuera. La revista nunca se termina, nunca”.
“La noticia del motín y de los 15 muertos”, repite en su tapa Gente el parte de guerra de la dictadura de Lanusse. De fusilamientos, ni una palabra. Lo mismo hacen La Prensa y el resto de los grandes medios. Siempre es necesario recordar los nombres, los de los periodistas también, siempre.
Es verdad, la revista nunca se termina, nunca. Por eso Gente hará una edición especial de urgencia donde dirá lo que debía decir para engañar a todo el país: “Fue un intento de fuga”.
(Breve paréntesis del cronista, que por entonces cursaba Cuarto Año en el Colegio Nacional “Rafael Hernández”, de la Universidad Nacional de La Plata. El cronista cree recordar que fue apenas al día siguiente – o quizás el otro, apenas uno más – cuando se encontró coreando en el patio del Colegio: “La prensa prensa burguesa/ dice fue intento de fuga/ pero nosotros sabemos/ que allá en Trelew fusilaron / a dieciséis compañeros”).
Los fusilados fueron 19 y de ellos 16 murieron: Alejandro Ulla (PRT-ERP), Alfredo Kohan (FAR), Ana María Villarreal de Santucho (PRT-ERP), Carlos Alberto del Rey (PRT-ERP), Carlos Astudillo (FAR), Clarisa Lea Place (PRT-ERP), Eduardo Capello (PRT-ERP), Humberto Suárez (PRT-ERP), Humberto Toschi (PRT-ERP), José Ricardo Mena (PRT-ERP), María Angélica Sabelli (FAR), Mariano Pujadas (Montoneros), Mario Emilio Delfino (PRT-ERP), Miguel Ángel Polti (PRT-ERP), Rubén Pedro Bonnet (PRT-ERP) y Susana Lesgart (Montoneros).
Los tres sobrevivientes fueron Alberto Miguel Camps (FAR), María Antonia Berger (FAR) y Ricardo René Haidar (Montoneros). Ninguno de ellos pudo sobrevivir, después, a la dictadura genocida. Pero antes – más precisamente entre el 24 y el 25 de mayo de 1973, en una Cárcel de Devoto a punto de abrirse – dejaron sus testimonios de aquella masacre en el grabador de Paco Urondo, hablando durante horas dentro de una celda. Y, por si hacía falta, terminó de quedar claro que en la Base Almirante Zar de Trelew nunca hubo un intento de fuga. Lo que hubo fue un fusilamiento.
Por entonces no se hablaba todavía de terrorismo de Estado, pero la historia resignifica y pone las cosas en su lugar: los fusilamientos de Trelew fueron un acto de terrorismo de Estado, un crimen de lesa humanidad. Así también lo entendió la Justicia, que décadas después juzgo a los responsables.
(Nuevo paréntesis del cronista: esta nota articula dos fechas, o dos agostos – el de 1972 y el del 2017 -. El cronista, que abre este paréntesis precisamente por eso, sabe lo que hubo en el medio y no olvida el terrorismo de Estado del gobierno peronista previo al golpe; tampoco el plan sistemático de desaparición de personas y las muertes en falsos enfrentamientos de la última dictadura cívico-militar, ni a Miguel Bru, ni a Jorge Julio López, ni a Luciano Arruga. No olvida, pero en esta nota quiere hablar de dos fechas).
Cuarenta y cinco años después de los fusilamientos de Trelew, del terrorismo de Estado que ya actuaba antes de la dictadura cívico-militar genocida, la historia parece haber dado la vuelta a una circunferencia fatal.
El 1° de agosto de este año, en la lof en Resistencia Cushamen, una comunidad mapuche que reclama por los derechos ancestrales y constitucionales que tiene sobre su tierra, la Gendarmería Nacional, por orden del jefe de gabinete del Ministerio de Seguridad a cargo de Patricia Bullrich, irrumpió ilegalmente y a los tiros en esas tierras y secuestró a Santiago Maldonado.
En estas tres semanas que Santiago Maldonado lleva desaparecido en manos del Estado, los testimonios y las pruebas sobre su secuestro se suman hasta ser abrumadoras, incuestionables. El gobierno nacional, sin embargo, las niega y las operaciones de prensa –como aquella de la revista Gente que se menciona al principio de esta nota – se multiplican.
Hace 45 años, en Trelew, hubo una masacre disfrazada de intento de fuga.
Hoy, el gobierno nacional y los medios hegemónicos siguen diciendo que Santiago Maldonado está “extraviado” (pero también, por las dudas, dicen que en la biblioteca a la que concurría había libros extremistas; pero también, por las dudas, dicen que quizás atacó a un puestero de Benetton y terminó acuchillado; y también, por las dudas, dicen que quizás sea un terrorista mapuche-kurdo-argentino-chileno. O sea, si está desaparecido, por algo será, algo habrá hecho: repetición en la eficaz construcción político-mediática de un mediocre imaginario social).
Hoy, el gobierno nacional, que lo secuestró, intenta disfrazar su responsabilidad y los grandes medios lo encubren.
En uno y otro caso, hace 45 años y ahora, lo ocurrido tiene un solo nombre: Terrorismo de Estado.




Qué hay detrás de la represión a los mapuches
La campaña del desierto no terminó
Escribe Bruno Carpinetti | Ago 5, 2017 

La campaña del desierto no terminó
En pleno Siglo XXI una batería de prejuicios y mentiras sigue estigmatizando al pueblo mapuche como “extranjero” e “invasor” para justificar la negación de sus derechos constitucionales y la represión del Estado para defender los intereses de terratenientes que en la mayoría de los casos sí son extranjeros.
La brutal represión desatada durante las primeras horas del martes 10 de enero de 2017 en  la provincia de Chubut sobre una comunidad mapuche que reivindica tierras actualmente en poder de Benetton, reavivó en los medios nacionales de comunicación el viejo debate sobre el origen geográfico del pueblo mapuche y sobre los derechos que en consecuencia los asistirían.
A lo largo del año, otros acontecimientos, como el recrudecimiento del conflicto por el yacimiento neuquino de Vaca Muerta o la detención y juicio de extradición a Chile del líder mapuche Facundo Jones Huala, estimularon a nivel nacional el resurgimiento de esta controversia.

Facundo Jones Huala.
Aun hoy en día, en el imaginario social de las elites urbanas Argentina proyecta la fantasía de ser un país blanco y europeo. Tan es así, que desde las usinas intelectuales de ese imaginario se sigue aspirando, a través de la educación, la historia nacional, los medios de comunicación y la política, a hacer realidad esa fantasía. La negación de la relevancia del mundo indígena en el país es especialmente eficaz en el exterior: Buenos Aires se vende a sí misma como la “París del Sur”. Por otra parte, internamente, los mapuches que permanecen en su tierra son frecuentemente estigmatizados como “invasores” y “extranjeros” que, a diferencia de los terratenientes blancos o las corporaciones multinacionales, carecen de derechos legítimos sobre las tierras.
Esta negación se agudizó desde 1994, cuando a partir de la incorporación del artículo 75 inciso 17 en la Constitución Nacional se consagra el reconocimiento a la “preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos”.
Si bien la fórmula elegida por los constituyentes en oportunidad de la reforma – “pueblos indígenas argentinos” – resultó poco feliz, y en alguna medida alimentó la “extranjerización” conceptual de muchos pueblos a fines de negar el acceso al derecho,  este cambio radical en la ley madre, marcó un antes y un después en la relación entre el Estado argentino y los pueblos preexistentes a su creación. El reconocimiento con rango constitucional del derecho a “la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan”  y de la obligación del estado de “regular la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano;” definiendo que  “ninguna de ellas será enajenable, transmisible, ni susceptible de gravámenes o embargos.” constituyeron un gran logro para los pueblos originarios en su extenso camino de reivindicación territorial.

Mapuches, Siglo XIX.
Esta innovación legal, aparece como la clave del asunto. Así como los intelectuales decimonónicos tuvieron que construir en la opinión pública argentina una justificación ética que avalara el despojo que se materializó con la eufemísticamente llamada “conquista del desierto” – resulta una verdad de Perogrullo que la Patagonia no era un desierto ni geográfica ni socialmente-, en los albores del siglo XXI se insiste con el mismo objetivo, con una hipótesis que niega o relativiza al mapuche su condición de pueblo originario.
A lo largo de la historia argentina, los intelectuales al servicio del poder hegemónico, generaron una taxonomía funcional a los intereses de las elites de gobierno, cristalizando diferencias de grupo en el sentido común general. Tal es el caso de la dicotomía entre Mapuches y Tehuelches, que desde la temprana ocupación de la Patagonia por el naciente estado argentino, el gobierno construyó a través del discurso y la cartografía. En este nuevo ideario nacional, que surgió en el siglo XIX y que es sostenido hasta la actualidad por importantes sectores de poder e intelectuales del “establishment”, “mapuche”, es equivalente a “chileno”.

Sin embargo, más allá del uso distorsionado de las fuentes a fines de construir el argumento extranjerizante del pueblo mapuche, las múltiples crónicas – que incluyen desde militares a científicos al servicio del proyecto roquista, como el Perito Moreno – indican que la cordillera de los Andes jamás funcionó como un límite para las comunidades mapuche que acostumbrarban a desplazarse de manera corriente a través de los numerosos boquetes y pasos bajos de la cadena montañosa, tal como sigue sucediendo en la actualidad. Fueron los gobiernos de Argentina y Chile, asistidos por sus intelectuales orgánicos, quienes consolidaron la idea de la cordillera como frontera.

Mapuches, 1890.
El territorio patagónico tuvo durante mucho tiempo un carácter fronterizo para la administración colonial, y marginal en relación a las áreas centrales para los nacientes estados argentino y chileno. Este carácter marginal estimuló tempranos procesos y dinámicas de mestizaje y etnogénesis, entre los que el más destacado resulta el surgimiento de la actual sociedad Mapuche durante el siglo XVII, sobre la base de la propia reconfiguración política, territorial y social de un conjunto de pueblos dispersos y culturalmente heterogéneos en el extremo sur del continente americano. Sin embargo, las profusas descripciones de este complejo mundo social plasmadas en las crónicas de expedicionarios militares, naturalistas, religiosos y aventureros de toda laya, han sido simplificadas y utilizadas como fuente para la construcción de una territorialidad y un panorama etnohistórico y etnográfico funcional a los intereses territoriales en disputa.
A lo largo del siglo XX, tanto el paternalismo, como el populismo, el desarrollismo, el militarismo o las vacilantes políticas democráticas impulsadas desde los distintos gobiernos, se basaron en un mismo principio explícito o implícito: para ser argentinos de pleno derecho los mapuches debían renunciar a su condición étnica y asumir el modelo cultural que le ofrecía la sociedad hegemónica que controlaba al Estado. De esta manera, ese estado, que había sido su antagonista y verdugo, les sugería la promesa de aceptarlos si abdicaban de la posibilidad de seguir siendo ellos mismos.
Asimismo, desde la mitología nacional consagrada a partir de la Conquista del Desierto y repetida como discurso fundacional del país en las escuelas, la literatura, el cine e incluso las historietas (recuérdese al Cacique Patoruzú) se proponía y propone indirectamente que los indios verdaderos o argentinos – generalmente los Tehuelches – han muerto, formando parte de la “utopía arcaica” de la patria del criollo cuyos antepasados son los gauchos.
Hoy, al igual que la gran mayoría de las comunidades indígenas de Argentina, los mapuches ocupan tierras productivamente marginales, soportando la injusticia cotidiana de una pobreza racializada. La ideología racista derivada de la guerra de conquista permanece en buena medida, instalada entre los descendientes de los inmigrantes internos y europeos que colonizaron la Patagonia, configurando así un imaginario en el cual la presencia de los indígenas no sólo sigue siendo despreciada, sino también considerada un arcaísmo relictual y prescindible. Los mapuches sobrevivientes se han visto arrinconados en  reservas territoriales adjudicadas – en general de manera precaria o provisoria – por el Estado, la mayor parte de las cuales son de baja capacidad productiva y se encuentran ubicadas en los inhóspitos contrafuertes andinos o en la estepa patagónica donde el clima es extremadamente riguroso. Estas restricciones en la productividad de sus territorios obligó a buena parte de las poblaciones a migrar, temporaria o definitivamente, hacia centros urbanos donde existe demanda de mano de obra no especializada, y de manera más reciente, a organizarse en novedosas estructuras supra comunitarias y disputar la propiedad de la tierra con actores tan poderosos como las multinacionales del petroleo y los terratenientes extranjeros.

Protestas contra Benetton.
Sin embargo, para comprender la dinámica de estos procesos, y no caer en formas tan cristalizadas de analizar la identidad como las sostenidas desde el establishment intelectual, se debe recordar que estos nuevos sujetos colectivos supracomunitarios no son políticamente preexistentes.  Tal como señala el antropólogo Miguel Ángel Bartolome, la lógica socio-organizativa tradicional de estas sociedades, basada en los procesos de fisión y de fusión de bandas de caza y recolección, no determinaba el desarrollo de identificaciones colectivas mucho mayores que las generadas por los grupos parentales extendidos en un ámbito territorial. En las sociedades genéricamente identificadas como mapuches, cuya tradición de sociedad de linajes asociados en clanes territoriales ha sido parcialmente sustituida por el desarrollo de colectividades residenciales, no existía tampoco una identificación colectiva más allá de las jefaturas y de los lazos lingüísticos y culturales compartidos.

En defensa de los derechos ancestrales.
Es decir, que son sociedades segmentarias, las que tienden a no desarrollar sistemas políticos generalizados que incluyan a todos los miembros de un grupo. Y es que la mutua identificación de una serie de colectividades, aunque sean lingüística y culturalmente afines, es siempre el resultado de la presencia de una organización política unificadora. No existían entonces en el pasado las “naciones” tehuelche o mapuche, sino grupos etnolingüísticos internamente diferenciados en grupos étnicos organizacionales, que podían relacionarse o no entre sí. Es por ello que los rótulos étnicos generalizantes, tales como tehuelches o mapuches, son más adjudicaciones identitarias externas que etnónimos propios, aunque ahora se recurra a ellos para designarse como colectividades inclusivas y exclusivas.
Esto no influye en lo más mínimo, en el derecho que estos grupos tienen a acceder al reconocimiento plasmado en el texto constitucional argentino, sino más bien todo lo contrario, ya que existen sobradas pruebas materiales y culturales de los entrecruzamientos y de la preexistencia y la continuidad en la ocupación del territorio por estos diferentes linajes y sociedades.
Las culturas del presente luchan entonces – de manera absolutamente legítima – por constituirse como colectividades y pueblos, como sujetos colectivos supracomunitarios , para poder articularse o confrontar con un Estado en mejores condiciones políticas, ya que la organización de mayor escala y las demandas compartidas incrementan las posibilidades de éxito en sus distintas reivindicaciones. Se trata de la creación – o recreación – de un nuevo sujeto histórico al que llamamos Pueblos Originarios, entendiéndolos como naciones preexistentes sin Estado.