jueves, 29 de julio de 2010

Una lectura de las definiciones de modernidad y posmodernidad.

Categorías para pensar una época

Periodizar la historia cultural de una sociedad implica trabajar con convenciones establecidas, discutidas y reescritas.

Por: Marcelo Pisarro


CUESTION DE ESTILO. Modernismo y posmodernismo son, para el autor, conceptos que dependen de una cuestión de estilo.

La discusión se extendió durante años, y mientras duró, hubo un momento en que pareció que nunca acabaría, que todos los días emergería una nueva voz ofreciendo su opinión o sus obras o sólo material para que otros tomaran partido, para que dictaran sus posiciones, para que adoctrinaran sus berrinches, para que ganaran dinero y prestigio apuntalando aquello a lo que decían oponerse. Y durante todo ese tiempo se escribieron libros, publicaron artículos, organizaron seminarios, concedieron entrevistas.

Se desconoce cuál fue el resultado de esta rencilla intelectual (en el caso de que las rencillas intelectuales tengan resultados), disputada en todo el planeta y en innumerables ámbitos socio-profesionales, aunque puede suponerse que simplemente se agotó: los espectadores se aburrieron y cambiaron de canal en busca de mejores debates.

El interrogante que articulaba la disputa era: ¿Existe la posmodernidad? Para algunos estaba clarísimo, otros albergaban sus dudas, unos cuantos retrataban el debate desde una hipotética posición externa y muchos más retrataban a quienes estaban retratando el debate desde una hipotética posición externa. Cuatro sólidas décadas o casi de producción cultural explícita sobre el tema dejaron una bibliografía en principio extensa. Enumerarla didácticamente es prescindible; para eso están disponibles los varios trabajos que documentan las documentaciones sobre los documentos del debate.

La mejor manera de establecer una posición en la agotada polémica es ofreciendo un pasaje de Cuidado, un cuento de Raymond Carver: "Vio a la anciana tumbada de espaldas en la alfombra. Parecía dormida. Entonces se le ocurrió que podía estar muerta. Pero la televisión estaba puesta y prefirió pensar que estaba dormida".

Y si no quedara del todo claro, seguir con otro pasaje de Trainspotting, la novela de 1993 de Irvine Welsh: "Spud ­si en realidad es él el capullo­ sigue sin decir nada. Podría estar muerto, pero probablemente no, porque creo que tiene los ojos abiertos. Pero eso no significa una puta mierda".

Discutir si existe o no la posmodernidad, si la modernidad está muerta o sólo dormida, no es ­por emplear una expresión del historiador Eric Hobsbawm en Industria e imperio­ otra cosa que dar vueltas sobre el modo de volver el pájaro a la jaula. El pájaro ya ha volado bien lejos. Cuando se levanta la vista del discurso público donde otros han trazado sus conjeturas aisladas, donde han entablado sus conexiones y ratificado sus berrinches, es fácil encontrarse con que ni siquiera hay pájaro.

El pájaro, digámoslo así, es una propiedad de los enunciados.

Modernidad, posmodernidad, modernismo, posmodernismo.

Por tradición, el error más craso de muchas corrientes teóricas marxistas ha sido considerar que sus conceptos-comodines son entidades sustanciales, materiales, realidades hasta cierto punto palpables (la expresión es de Pierre Bourdieu). Aunque se ha repetido hasta el hartazgo que "las clases no existen como entidades separadas, que miran en derredor, encuentran una clase enemiga y empiezan luego a luchar", como bien explicó el historiador E. P.

Thompson en Tradición, revuelta y conciencia de clase, todavía persiste una inclinación a imaginarse que las clases (el proletariado, la burguesía, los capitalistas) surgen por combustión espontánea del sistema fabril, que existe "una fuerza externa ­la 'Revolución industrial'­ que opera sobre alguna materia prima de la humanidad, indeterminada y uniforme, y la transforma" (siguiendo con Thompson, ahora en La formación histórica de la clase obrera inglesa). Muchos teóricos marxistas, al menos los peores entre ellos, salen a la calle y ven clases sociales de la misma manera en que el resto observa nubes, edificios y árboles.


Categoría comodín

Esta operación cognoscitiva ­convertir las categorías conceptuales en realidades hasta cierto punto palpables­ no es exclusiva del marxismo. Los conceptos de modernidad y posmodernidad, más que como construcciones analíticas que sistematizan una amplia gama de artefactos, procesos y relaciones, parecen ser considerados con recurrente frecuencia como fuerzas externas que operan sobre la materia prima humana tras surgir por combustión espontánea, encontrarse y comenzar a luchar por el sentido de la vida.

Los enterados, que a esta altura son legión, dan por sentado que existe un arte posmoderno, un mercado posmoderno, ciudades posmodernas, modas posmodernas, actitudes posmodernas, relaciones sociales posmodernas.

Está en la televisión y en las revistas; los alumnos universitarios la mencionan en sus monografías y los funcionarios públicos la citan como variable a tener en cuenta en las condiciones de vida actuales.

Al igual que las nubes, los árboles y los edificios para el grueso de las personas, o que las clases sociales para los marxistas menos lúcidos, la posmodernidad se convirtió en una realidad hasta cierto punto palpable para cualquiera que haya estado atento al noticiero del mediodía. Si un automóvil costosísimo está pintado como si hubiese sido hecho a pedido de un circo, es a causa de la posmodernidad; si en un vagón de tren la mitad de los pasajeros van conversando, ninguno entre
sí, todos mediante teléfonos celulares, ya saben a quién culpar. La posmodernidad está en el aire. No se puede mirar hacia ningún lado sin respirar posmodernidad.

De cualquier manera, parafraseando al antropólogo Claude Lévi-Strauss, siguen siendo buenas categorías para pensar. En tanto conceptos periodizadores, "modernidad" y "posmodernidad" otorgan una plantilla sistemática a un número de fenómenos que tienen lugar en determinado espacio y tiempo, en determinado momento histórico, y que responden a determinadas condiciones de producción y de reconocimiento.

Estos fenómenos ­las relaciones que guardan entre sí, y con la totalidad de la que constituyen sus fragmentos­ admiten cierta unidad lógica, cierta coherencia que nuestra historia cultural ha legitimado; que vuelve, a estos fenómenos, inteligibles como conjunto, y es justamente este marco de inteligibilidad lo que "modernidad" y "posmodernidad" vienen a expresar. En tanto conceptos periodizadores, pues, su misma pertinencia está edificada sobre un efecto de correlación y oposición: cada uno se define y redefine en contraposición con el otro.

"Modernismo" y "posmodernismo" son conceptos de distinta índole; más que periodizadores, que no dejan de serlo, son conceptos estilísticos, modos de hacer.

Atraviesan la producción cultural de época como rasgo más o menos percibido, como marca restrictiva que genera discursos discernibles entre sí, discursos que pueden pertenecer a diferentes géneros o soportes, pero plausibles de ser agrupados en conjuntos diacrónicos estilísticamente coherentes a causa de una unidad de producción en común ("surrealistas" son las pinturas de Max Ernst, los manifiestos de André Breton, los poemas de Tristan Tzara, las películas de Luis Buñuel, la etnografía de Michel Leiris o Victor Segalen; el surrealismo no es un género, es un estilo, un "modo de hacer", y por eso puede encontrárselo en objetos culturales de diferentes géneros y soportes).

Estas clasificaciones conceptuales son acuerdos aceptados de época, convenciones menos o más estables que posibilitan un lenguaje en común para todos los participantes de la conversación y que establecen reglas para cualquier posible comunicación. No son categorías rígidas donde los fenómenos se amontonan como cachivaches a la espera de una interpretación, donde los compartimientos están tajantemente separados unos de otros.

El método de recortar-y-pegar que sigue asociándose al dadaísmo, por ejemplo, es una técnica característica del estilo posmodernista (puede encontrársela en fanzines punk, en publicidad, panfletos políticos, en el concepto mismo de un canal de televisión como MTV), y sin embargo, el dadaísmo es un movimiento modernista por excelencia. Las contradicciones temporales y estéticas saltan a la vista, o podrían hacerlo, si no se tuviesen en cuenta las propiedades mismas de los conceptos periodizadores que engloban, y presuponen ante los ojos del analista, estas prácticas.

Es ridículo sostener seriamente, o considerarlo más que una ironía o un juicio de valor, que la posmodernidad comenzó el 15 de julio de 1972 a las 15:32 horas, como señaló el arquitecto Charles Jencks, a propósito de la demolición final del Pruitt-Igoe, un complejo habitacional que encarnaba lo peor de la arquitectura moderna. Tomar esa afirmación de modo literal implicaría creer que la historia es "una línea de autobuses en la que el vehículo cambia a todos los pasajeros y al conductor cuando llega a la última parada", como escribió Hobsbawm en La era del imperio; o que sí, que experimentamos una "aceleración de la historia", como subrayó el antropólogo Marc Augé y otro medio millón de observadores, y que "cada mes, casi cada día vivimos acontecimientos 'históricos' de suerte que la frontera entre historia y actualidad se hace cada día más imprecisa".

Aún así, es inevitable marcar ­como convención, tan arbitraria como cualquier otra convención­ una disociación entre dos patrones de inteligibilidad a priori incompatibles, o por lo menos semánticamente diferentes; entre dos segmentos cuyos puntos pertenecen a semirrectas opuestas con un extremo en común.

Es en esos millares y millares de libros y artículos (como éste: señalar el juego no lo coloca fuera del mismo) que se han escrito al respecto donde la convención metodológica quedó establecida, aunque más no haya sido por reiteración y recurrencia conceptual, que es el procedimiento que tiene el género para condicionar y fijar el corpus subsiguiente.


Genealogía cultural

Modernidad y posmodernidad, entonces, más que como conceptos periodizadores históricos, deben tratarse y emplearse como conceptos de periodización cultural. Es probable que las fechas no coincidan con la categoría, o que la categoría deba adaptarse a cada nuevo fenómeno que se pretenda abarcar. No sería un inconveniente. La hipótesis es que lo que una categoría de periodización cultural organiza no es un hecho histórico sino un cronotopo, aunque se lo trate como si fuese palimpsesto o sinécdoque. Organiza discursos, configuraciones espaciotemporales de sentido.

Expresa una afinidad, correspondencia o conexión entre eventos culturales separados en el tiempo y en el espacio. Está dando a entender, inicialmente, una relación que nuestra tradición cultural ha legitimado. Un modelo explicativo, una categoría de periodización cultural, funciona de esa manera: estrechando relaciones entre fragmentos y encontrando una manera para que estos fragmentos, y estas relaciones, sean capaces de contar una historia en común, sean capaces de decirnos algo sobre alguna cosa.

Dibujar un árbol genealógico de la cultura tiene siempre algo de ilegítimo. Estrechar relaciones y oír su historia no es sólo proyectar una nueva convención; es más bien moverse entre viejas convenciones, desarmarlas y reacomodarlas en base a nuevas reglas de juego. Periodizar la historia cultural de un pueblo, una sociedad, una nación, una familia, un individuo o una civilización entera supone el intento de hacer malabarismos con trozos de convenciones establecidas y discutidas, atacadas y defendidas, con la manera en que esas convenciones han sido reescritas con cada nueva manifestación cultural.

Un poco a la manera del bricoleur de Lévi-Strauss, que cons- truye nuevas estructuras con los vestigios de viejos acontecimientos; o como la "arqueología del presente" que Paul Auster le endilgó a alguna desquiciada en alguna de sus novelas: "Un intento de reconstruir la esencia de algo partiendo únicamente de mínimos fragmentos: un trozo de un billete, una media rasgada, una mancha de sangre en el cuello de una camisa".

A propósito de los conceptos de denotación y connotación, el filósofo Jean Baudrillard observó a comienzos de la década de 1970 que esa dicotomía siempre había sido una quimera, un desastre epistemológico. "La denotación ­escribió Baudrillard­ no es nunca otra cosa que la más bella de las connotaciones".

También los conceptos de modernidad, posmodernidad, modernismo y posmodernismo están hechos de connotaciones.

Es trabajo del analista elegir la más bella entre ellas. Pues siguen siendo todavía, a falta de otras más precisas, buenas categorías para pensar.

Diana Bellessi, poeta

Dice que le gustaría que sus poemas fueran completamente claros, pero que lo que de verdad anhela es llegar al corazón de sus lectores. De sus propios recuerdos, gustos y sentimientos, habla a fondo aquí la escritora santafesina, muchas veces premiada y dueña de una obra tan interesante como fecunda.

Diana Bellessi, poeta

Por Rodolfo Braceli
Para LA NACION - Buenos Aires, 2010

Nuevamente, ¿qué es poesía? O, para decirlo urgente: ¿qué es poesía? ¡Pánica pregunta! Más fácil sería averiguar el dedondevenimos y adondevamos. Pero atrevámonos: ¿poesía es la sed hasta las últimas primeras consecuencias? ¿Es el verbo sin retorno, arrojándose sin red? ¿Es el marinero que quiebra adrede el eje de la brújula? ¿O, en una de ésas, es el perro que muerde la mano del amo -llorando el perro-? Por favor, ¿qué es, qués poesía? ¿Será la desesperación entusiasmada? ¿O tal vez el pensamiento menos pensado? Con estos interrogantes en la mollera llego a la casa de Diana Bellessi. Sembrado llego por la lectura de su reciente Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo). Y con el propósito, paradójico, de averiguar en qué consiste "ser Bellessi" sin incurrir en estas preguntas.

Ella me abre la puerta. Un largo pasillo, se adelanta. A ver, ¿cómo camina Bellessi?, ¿como una poeta temeraria capaz de tejer catorce sonetos endecasílabos sin rima? Tiene el andar de alguien que sabe de intemperies. Singular, gracioso, porque mueve sus hombros, anticipándolos a sus pasos. Caminar de compadrita, ¿acentuado por la timidez del encuentro? Su nuca está escuchando mi mirada, ¿por eso la timidez?

Sanguchitos, masas, yerba y agua a punto, habrá mate enseguida. Entre las naderías después del saludo nuevo ella ríe, tres, siete veces. En adelante indicaré su risa con un simple jaaaa, para no tropezarle de paréntesis el camino al lector. ¿Cómo definir esa risa-tos? Es un cordial revoltijo bronquial. Pero téngase presente: le marcará el compás a su sintaxis. Esa risa y el incesante cigarrillo.

Me miran desde un retrato una mujer y un hombre mayores: ella inclina su cabeza sobre el hombro de él.

-Mi mamá y mi papá, siempre tan enamorados...

-¿Tenían que ver con la literatura?

-Nada. Me crié en una familia ampliada con tíos, abuelos y trabajadores golondrina en una chacra de la pampa húmeda santafesina; ahora es pura soja. Familia de italianos, inquilinos, no dueños de la tierra. Por el hambre emigraron. Aquí tuvieron hijos, pero nunca una tierrita propia.

-¿Y tu relación con los libros?

-Nada. Pedro, el tío menor, el único que sabía leer, leía las cartas que venían de Italia. Mi papá, apenas tercer grado y mi mamá, la primaria sin terminar.

-Si te vieras la cara, te salió el sol.

-Es que estoy recordando una cosa bonita, con orgullo... cuando yo era chiquitita mi vieja fue a Santa Fe a rendir para terminar la primaria, y me llevó, y mi papá la acompañó. Tengo fotitos con palomas en una plaza, y mi mamá orgullosa con su diploma. Una vez por semana caía el diario en mi casa, y El Tony y D´Artagnan , mis primeros tesoros. Ellos me impulsaron a leer, a salir de la clase a la que pertenecía? bah, nunca salí de todo. Pero fui la primera en mi familia en ir a la secundaria. Cuando subió el onganiato quitó la protección del peronismo para los inquilinos. Toda mi familia se quedó con el culo al aire. Mi viejo salió a ganarse la vida como podía. Poquito después yo entré a la universidad, estatal. A mi mamá modista la recuerdo en largas noches cosiendo a la luz de la velita... la Singer... Mis viejos hasta me mandaron a estudiar piano como una niñita de clase pudiente. La pasé mal con las chicas ricas, me hacían el vacío.

-Ahora se te nubló la cara.

-Ahí adquirí un resentimiento de clase, fuerte. Me acompaña hasta hoy... y me hace acordar de dónde vengo... A propósito, fui a la Universidad del Litoral y estudié filosofía; fijate, sentí que letras lo podía hacer solita.

-¿En qué momento empezás a deletrear el mundo?

-Tempranito yo escribía versos. Me gustaba la hora de composición, con esas maestras rurales increíbles que iban con vos de segundo grado a sexto. Honro a doña Claribel Mastroberardino. Ella me enseñó el camino a la pequeña biblioteca. Pero ¿me habías preguntado?

-Tu nacimiento de poeta.

-A los 13. Me decía: ¡yo soy poeta! ¿Entendés? Ah, la mami a los 12 me dijo: "¿Qué querés ser?" "Escritora y actriz." Yo tengo como el recuerdo de un momento de intemperie cuando ella me dijo: "Pero hija, eso no es pa´ nosotros". Pero fue a contarle a Claribel; ella le preguntó a un profesor de literatura y le respondió: "Lo que tiene que hacer Diana es la secundaria".

-¿Te recordás en el acto de aprender a leer?

-No, me acuerdo de otro flash... todavía no iba a la escuela, en la chacra atardecía, pasaba un tren allá lejos, y yo sentí algo... como decía el maestro Juanele: la intemperie sin fin del mundo. Estaba al lado de una chata de maíz, ¿viste los parantes?, tenía unas pinturitas y dibujé un trencito naranja. Ése es el primer verso que escribí...

-Estás recordando "el día cuando" empezaste "a recordar los días".

-Lo que sentí dibujando aquel trencito era lo que he sentido toda la vida, que es que me quiero quedar me quiero ir me quiero quedar me... Me quiero ir en el sentido de conocer, de andar por ahí. Pero ahora ya sólo me quiero quedar.

-¿Quedarte significa cansancio, falta de sed?

-Quedarse es tan hondo como irse. Cuando me quería ir vivía en un mundo donde irse era algo remoto...

-Como ser escritor o poeta.

-Igual, igual... El papá, con su mansedumbre melancólica, y la mamá, con su gesto apasionado, también querían ampliar el mundo y me empujaron a que lo hiciera.

-Ignorantes, y tan sabios.

-Sí, es que ignorancia, nanai. Más rememoro mi infancia y más sabiduría encuentro. Si en la adolescencia me sentí desligada de mi clase, fue consecuencia de esa migración mía. Pero pronto hice un retorno interior. Sentí que las cosas fundamentales ¡ya estaban ahí! En la secundaria era una rara no sólo porque escribía versitos. Para no ser la tímida me convertí en la mala, peleaba con los profesores... pero ahí encontré gente que también me acompañó, ¿no? Desde mi querido hermano, el pintor Oscar Gabriel Martínez, hasta profesores que me pasaban libros. Y justito, me acuerdo: en segundo año, haciendo cola para el comedorcito, un profesor me toca el hombro: "¿Así que vo ecribí?" "Sí." "¿Y leíste los románticos alemanes?" "No." "Bueno, leélos eh." Y salí disparada y me topé con los románticos ingleses, y alemanes... Él profesor era uno de los poetas que más quiero, admiro, Aldo Oliva, de Rosario. Un maestro de café para mí.

-Claribel, Aldo... te fuiste buscando, te fuiste encontrando.

-Es más lo que te viene por donación que lo que vos buscás.

-Pero estabas a disposición de los milagros.

-Divino, precioso eso. Sí, sí.

-¿Fecha de tu primer nacimiento?

-En 1946, el 11 de febrero. No quiero hacer historieta pero soy hija del peronismo emergente... Nací con comadrona: pleno mediodía, atareadamente mi papá calentaba el agua. Fui la primera hija, deseada, querida.

-Otra vez sol en tu cara.

-Algo que ahora recuerdo... yo me crié con velas y faroles de querosén... Un día volvía de la escuela a la tardecita y mi mamá me esperaba en la puerta: "¡Mirá!" Hizo clic ¡y luz eléctrica por primera vez! Jaaaa... Por supuesto que los techos de nuestro ranchito eran un colador... En invierno nos bañábamos en un fuentón, con una regadera colgando con agua tibia.

-¿Algún olor sella esos recuerdos?

-Divina pregunta... ¡es el olor de las sandías! Mi abuelo tenía una huerta y mi mamá, limpiada la cocina, decía: "¡A buscar una buena sandía y a comerla!" Las rompíamos contra una piedra y le comíamos el corazón, así, ensuciándonos la cara... ahhh, ese olooor maravilloso.

-Un olor con color.

-¿Te hablo mucho? Es que me preguntás cosas que... Y sigo con otro recuerdo sagrado: un día mi madre me alzó de la cama y me sacó al patio de tierra: "Te voy a mostrar, esto es la primavera... Mirá qué lindo el olor de las flores de paraíso..." Creo que ahí nació la poesía.

-Tu segundo nacimiento.

-¡Nacimiento sin dolor de parto!

-¿Y el color de aquellos años?

-Ah, sí... a veces me dan vergüenza mis versitos, aparece mucho la palabra oro. Nada que ver con el oro de Lugones, ¿eh? Es como la reverberación de la luz en el campo, entre las hojitas, entre las nubes, oro y plata, el color como luz...

-...espumita del aire...

-...donde se hacen nítidas las cosas...

-Hablemos de las comidas.

-Disfruto comer. Me gusta hacer de comer. Las pastas me salen. Como buena tana.

-A ver, un tuco de los tuyos.

-Según lo que haiga en la cocina. Pasé por varias escuelas, la de la infancia es la más exigente; mi mamá, Elda Paván, gran cocinera. Ese tuco es con un buen estofado. Fijate que la cebollita esté a punto de dorarse, ponele la carnecita, agregale pimiento rojo, rallale un poquito de zanahoria que equilibra los gustos. El tomate, que sea natural, pimentear bien, especias, un poquito de ají molido... Bueno, después de este básico aprendí a hacer salsitas de los lugares por donde vagabundeé. Día por medio me hago una pastita yo, con tomate y ajo por ejemplo. Pero las hago incluso con repollo saltado, brócoli... Y siempre me queda rica. Dicen. Para el arroz tengo la escuela latinoamericana. Ah, y sé hacer buenos asados. Me enseñó un grande, mi papá.

-Vamos al secreto de tu asado.

-Paciencia y obsesión... Como escribir versos, jaaaa... ¡y disfrute!

-Arrimándole brasitas a la famosa página en blanco... Contame de tu condición de caminante.

-Yo era mochilera, me subía a los camiones, seguía en trenes, en autos. Así hice un viaje como de seis años, tenía 24. Llegué a Chile, me encontré con la campaña de alfabetización de Salvador Allende, me quedé un tiempo ahí y seguí, agarré los Andes por el Pacífico y no paré. Hice todo tipo de trabajos: obrera metalúrgica, ayudante de pintor, hasta contrabandear jaaaa...

-Qué bonito.

-... pilas Eveready, calzoncillos, el pequeño contrabando del "¿querés pasar con nosotros? Te forramos y pasás". Fui lavacopas, tiré la manga. En Ecuador conocí unos amigos geniales en eso. Pero nunca pude sola. La clave según ellos era ir a los profesionales con el cuento de "somos estudiantes argentinos". Los más generosos eran los arquitectos, seguían los abogados y los peores eran los contadores jaaaa... Cambiaba versitos por un sándwich. En Bogotá estuve una semana a café con leche. Ya vomitaba cuando sentía el olor, hasta que me dieron sopa de frijoles, ¡un banquete!... Ya en Perú, fui freelancera de El Expreso expropiado por los milicos progresistas del 70 y en México laburé para muchas publicaciones.

-Cerca del hambre estuviste.

-¡Uy sí! Cuando te duele el estómago de hambre es horrible. Pero hay una diferencia: estaba segura de que al día siguiente iba a comer. Que no es lo mismo que el hambre del que no sabe si al día siguiente va a comer. Además, ¡siempre se podía volver!... Recuerdo en Nueva York, yo paraba en el departamento de Jerome Badanes, novelista de culto, activista. No tenían plata para la celebración del pavo y me fui al supermercado y agarré una bandeja con el más grande y salí derechita, nadie me paró. ¡Y comimos pavo! ¡Y me convertí en una leyenda!

-De tiradora de manga a audaz afanadora.

-Ah no, pero eso es otra cosa: es expropiar, es más como los bandoleros anarquistas, viste.

("Che, ¿no te cansé, Rodolfo?", me dice, mientras hilvana un cigarrillo con otro. Su perra, Talita, nos mira muy quieta, economizando pulsaciones. Diana me pesca mironeando unos patines de aquéllos...)

-Entre las cosas a que me impulsaba mi mamá están esos patines, me los compró y me mandó con las chicas con plata a la Sociedad Italiana... Los tengo ahí para recordarme algunas cosas.

-¿Cómo es tu relación con tus pies?

-Me gusta muchísimo caminar. Le tengo cariño a esta casa, pero mi verdadera casa es mi ranchito del Delta. Allí pasé los años de la dictadura, allí paso los veranos enteros... Me gusta andar en pata, y siempre voy con la perra.

-Estábamos hablando de Diana vagabunda.

-Para mí viajar es afrontar ciertos momentos, mientras más salvajes las carreteras, más intensos... Un camión para, subís y avanzás con el sol golpeando en contra, ¡eso es para mí viajar! A dónde, no importa. Cuándo llego, tampoco. A qué voy, no sé.

-Viajar es como vivir.

-Como vivir. Y cuando tengo nostalgia es de eso, no de los viajes que hago ahora, uno los disfruta pero son con invitación y pasaje. Ahora estoy vieja y quiero más cuidado.

-Tus miedos, según pasan los años, ¿cuáles son?

-Mmm... seguramente que le tengo miedo a lo desconocido, y a la muerte, lo gran desconocido. A la partida de los seres que amo...

-¿Tenés a tu papá y a tu mamá vivos?

-Se murieron los dos.... Los tenía muy cerca del corazón, iba con frecuencia a visitarlos... Sí, le tengo miedo a la muerte, bueno, no sé, porque mucho no me la creo que me vaya a pasar. Pero ¿y si me pasara? Miedo tengo a no despertarme con alegría una mañana porque hay un día más pa´ vivir, viste.

-Diana, en un poema decís "si dejo la poesía agarro una escopeta"...

-Jaaa, es que de joven sentía que la vida estaba en otra parte. Ahora creo que la vida está en las rutinas más invisibles, abrir la ventana, preparar el mate, la perra que viene. La grandeza está ahí. Aunque a veces también siento que lo que vale es salir a la calle y cambiar el mundo ¡ya!... O veo una pareja besándose arriba de una moto y digo ¡ahí, ahí está la vida! Pero yo también he tenido esos momentos ¡qué me ando quejando!

-¿El pensamiento de la muerte te saca del vivir?

-El tema me viene asociado con el del sentido de la vida. ¿Por qué existe lo que existe? En esta escuelita maravillosa de la vida soy una hormiga invisible, yo y las grandes estrellas, todo, percibo, debe de tener un sentido. El miedo o la pena (más pena que miedo) es que nos salimos del concierto a cada rato... ¿Viste que lo viviente es como un concierto? Cuando miro fijo, me parece que todos están dentro del concierto, pero nosotros nos salimos. Estamos preocupados por si hay vida después de la muerte, por lo que pensará el otro, por el miedo a vivir abajo del puente... Constantemente nos salimos del concierto, de la belleza de la vida.

-Salirse, una manera de no vivir.

-Como cuando hay un día de sol maravilloso y vos decís "estuve metida entre cuatro paredes", ¡mirá, mirá los yuyos y los pajaritos y las plantas! En esos momentos siento no ser digna de la vida. Y me gustaría decirle: sí, ya está bien.

-Ese "está bien", ¿algo que ver con el suicidio?

-Me resulta completamente ajeno el suicidio. No tengo el dedo moral ahí y creo que todo el mundo tiene ese derecho.

-En algún poema aludís al "estrago de la distancia y de los días". La vejez, la humillación de los días, hacia adelante, ¿te preocupa?

-No la siento, todavía no. Siento el agradecimiento sin fin por estar viva... Mirá, yo la vi a mi mamá hasta el final en su camita de hospital, con sus 81. Antes de eso, ella se levantaba con gestos de dolor físico y salía pa´ afuera... "A ver hija -me decía- vamo a tomar un matecito y a mirar el jardincito. Yo ya no quiero más nada, sólo un poco más de esta belleza..."

(Silencio quieto. Diana sonríe desde sus ojos. Al mate lo rodea con las manos, como un cáliz...)

-...Tuvo un aneurisma en la aorta, con mi hermana le hablamos de hacer una cirugía. Hizo un silencio y nos dijo: "¿No hay otra opción? Bueno, hagamos la cirugía". Me quedé con ella hasta que la empezaron a preparar, y de pronto, mirando sus manitos, dijo: "¿De qué tengo miedo? De qué, si tuve una vida larga y hermosa". Así nos despedimos.

-Irse así es confortante. Pero muchas veces sucede que la última línea del último párrafo de la última página está atravesada por la humillación de la vejez y del dolor. Sin alejarnos de esas sombras, veamos un poco tu religiosidad.

-Tuve una niñez con una especie de cristianismo heterodoxo, con padres que te llevaban una o dos veces al año a la misa, a la comunión...

-Como para cumplir.

-Claro, bien, cumplían... sin demasiada devoción, pero con una cosa cariñosa, como si entendieran la Navidad y la Pascua. Pero mirá, acá, todos los años cuando se acerca el Día de la Virgen, voy por mis figuritas de yeso, prendo una velita... siempre me dio una ternurita eso del nacimiento. Eso hago, aunque he tenido mi pelea con la Iglesia y con todo lo que significa. Lo que nunca entendí fue la Pascua, la Pasión digamos. Me emocionaba pero la rechazaba. La muerte de mi viejo me hizo entender el largo calvario que está al final, para todos... Creí entender. Te lo digo y ya no sé si entiendo, porque viste que comprender es un sentimiento que cuando lo enunciás...

-Un relámpago.

-Y se te va y chau, ¿no? Pero ahí con el final de mi papá, sentí y dije: "Ah, era esto, al final hay esto, el calvario, el Gólgota de la enfermedad, el denigramiento, la intemperie... y te vas tan solo, papá".

-Así amasaste tu religiosidad.

-Sí, un día voy a la sinagoga, otro a la mezquita y otro hago meditación budista y otro voy a la iglesia... jaaaa, soy una excursionista. Hay mitos que tienen algo hermoso y algo atroz también. Suelo ir para la misa de resurrección: la iglesia cubierta de cortinas, luces apagadas, entra el cirio pascual y prendemos nuestra velita y la iglesia entera se ilumina y hay chispas, muchas. Y yo lloro. Por el cuerpo presente, como diría Ernesto Cardenal, de los seres que estamos ahí y que por un instante nos abrazamos. Como en las manifestaciones políticas, de pronto, como hermanitos, ¿no?

-Me quedó zumbando, qué sentido le damos a esa humillación sin retorno.

-Hay que ser un cordero... Yo creo que ha de venir algo... Pero no tengo certeza y fe en la vida después de la vida.

-Pero algo suponés.

-Supongo que hay un momento en que el dolor cesa, la hermana muerte llega y te lleva en sus brazos como tu mamá cuando naciste. Tiene que haber algo que lave el dolor, los errores, todo. Me gusta pensar que es así. Aunque es muy probable que no me toque ésa, ¿me entendés? Porque por lo general no te toca lo que más deseás. El resto... velatorios, la carne que se corrompe. Nosotros metemos los cuerpos en cofres; en cambio, la naturaleza los deja caer, los asimila al suelo para que alimente y transforme. En ella no hay suciedad, no hay asco. Pero te cuento: igual yo...

-¿Igual vos?...?

-...vestí a mi mamá y a mi papá cuando se murieron. Y lo hice porque me daba ¡tanto miedo! Y dije: un rito antiguo debe ser el correcto, y si yo atravieso este miedo, algo bueno va a haber detrás. Sí, cambiarles la ropita para el velatorio de pueblo, el cajón abierto, tocarlos... Una manera de acompañarlos hasta el fin, ¿no?

-¿Tu padre tuvo un final tan luminoso como tu mamá?

-Pobre, no le dieron la oportunidad, murió entubado, en esa máquina picadora que es la institución hospitalaria. Que hace todo tipo de cosas cuando te tienen que decir "llévenlo a casa, basta".

-Te propongo desquite, recordá alguna frase viva de tu papá.

-¡Uy, muchas! Pero te digo una: cuando aparecía una luciérnaga, la primera que veía, él decía: "¡Lucelle, ya viene el trigo!". Era muy bonito mi papá, sabía mucho de pájaros y de caballos y de plantas. Era precioso hablar con él. Cuando rompía el silencio, porque también era dueño de grandes silencios.

-Como la hija, Diana, en su poesía.

-¡Pero vos me estás haciendo hablar como una cotorrita!

-En tu habla y en tus poemas te animás a la ternura y a los diminutivos, que no tienen prestigio literario.

-Ah, sin duda, uno siempre está acusado de ser un sentimental al borde del abismo. Los diminutivos son como la dulzura andina que va bajando y llega hasta el Atlántico.

-Mirás mi bolso, curiosa... Traigo tu Tener lo que se tiene. ¿Qué sentiste al alzar tus 1200 páginas?

-Asombro, sí, y pudor también. Los poetas no estamos acostumbrados a la reedición, y menos a ver publicados todos nuestros libros al mismo tiempo. Fue como meter el pie en el zapatito de cristal. De inmediato me replegué a trabajar en el nuevo libro, como sortilegio frente a esa sensación de "obra completa" que les publican a los muertos.

-Para escribir, ¿te imponés una implacable rutina?

-Yo querría. Sentarme, esperar, me encantaría. Pero trabajo, tengo diecisiete alumnos que recibo de a uno. Los períodos en que más escribo son cuando me voy al ranchito, por eso la naturaleza está tan omnipresente.

-¿La poesía cómo te viene?

-¿Ahorita? Porque no ha sido igual siempre... A mí el poema me viene entero. Muchas veces estoy caminando a la tardecita, buena hora de resonancia, buena caja de guitarra, digamos, y viene el verso, portando algo, qué sé yo qué... Y yo lo escucho y me lo repito, anoto en papelitos. Es la materialidad del verso; el primero, el segundo, el tercero ¡signan todo el poema! Y por supuesto empiezan a irradiarse los sentidos, ¿no? Yo no trabajo tanto con una imagen, trabajo con la frase.

-¿Frase que marca la melodía?

-La melodía, la melodía. Viene el tono, algo que de entrada uno sabe que va a sostener el poema entero. Y lo sigo. Y empieza y termina. A posteriori mucho lo miro fijo al poema y puedo tocar detalles. Melodía y estructura me vienen de entrada y después un trabajo finito, así, donde un "allí" se transforma en una "y". No escribo a lo largo del tiempo yo, agregando. Ésa es una experiencia por la que no he pasado. Me viene el poema enterito, de un saque.

-Eso que se califica de poesía hermética se suele dar en tus libros. Hay momentos en los que uno se queda ahí, en el umbral, vislumbrando algo, sin apresarlo. Cuando te vienen poemas que podrían pescarlos unos pocos, ¿cuál es tu sentimiento?

-Que me gustaría que fueran completamente claros. Pero el ideal es el ideal y lo que uno puede es lo que uno puede. Girri decía una cosa bonita: un poema puede ser hermético pero siempre tiene llave y cerradura. Los poemas que no las tienen no son herméticos, son confusos, decía. En verdad a mí lo que me preocupa, ¡lo único que anhelo es el corazón del otro! Mi mayor alegría es cuando un lector común me dice: "Tal cosa me emocionó tanto, me hizo pensar en...". Ahí está: el momento de comunión es lo que me importa. Y por eso admiro hasta la devoción a un tipo como Atahualpa Yupanqui. Amor tengo por la copla. Escrita por muchos, es como un canto rodado que se va convirtiendo en un diamante.

-Inesperada tu alusión a Yupanqui.

-¿Por qué te sorprende? Tengo grandes pasiones por poetas que no están a la moda. Por ejemplo, Gabriela Mistral, manoseada por la escuela, grande entre las grandes, y aquí y allá, eh. En ella hay una parte de la poética de José Martí, al que amé enormemente.

-¿Y con la poesía de un Neruda?

-Una relación paradójica. Extravagario me parece maravilloso. Canto general , extraordinario sólo como proyecto. Pero me quedo con los Poemas andinos de Mistral. En Neruda, la ambición del proyecto hace que fracase en alto grado. La no ambición mistraleana, con sus poemas más breves, llega mucho más lejos.

-¿Sintonizás con Jorge Enrique Ramponi?

-Gran poeta. Anoche hablábamos de él, mirá, con Jorge Monteleone. El que me parece otro poeta descomunal es Ricardo Molinari, aquí y allá. Tengo la fortuna de tener un ejemplar de Las sombras del pájaro tostado , edición que después la dictadura arrasó. Y sin duda siento que nunca terminé de leer bien a César Vallejo. Adoro el Vallejo de Poemas humanos .

-El destripador de palabras... ¿Y por qué Poemas humanos?

-Porque ahí da la vuelta a casa. En Trilce hace lo que tiene que hacer para después poder escribir Poemas humanos . Es la plenitud, la impudicia de sus poderes, porque la poesía reclama eso, ¿no?, reclama impudicia lírica.

-A propósito, vos destripás los silencios. En tus poemas son como abismos... ¿Un abismo puede ser un puente?

-El lenguaje está hecho de palabras y de silencios. Es como la anotación musical: vale tanto la nota como el silencio. El sentido se organiza con el juego de ambos. Pero hay libros más astillados en la página en blanco. Me parece que en mis poemas de los últimos libros todo va más solito y natural, y quizás, lo que se sigue notando es el encabalgamiento que a mí me convoca, y que quiebra la sintaxis funcional de la lengua con un pequeño silencio y lo recompone a posteriori. ¿Por qué? ¡No tengo la menor idea!

-Todo sea por la impudicia lírica.

-Es mejor, ¿no? Porque uno lidia con el misterio.

-Entonces, la virginidad de la palabra.

-¿Te acordás de esa copla flamenca que dice: "Fui piedra, perdí mi centro y me tiraron al mar,/ pero al cabo de algún tiempo mi centro volví a encontrar"? Pienso que eso le pasa a uno en la vida, en la escritura: hay que perderse pa´ encontrarse... El fracaso es parte del movimiento de la creación y de la vida.

-El combustible.

-Exacto. Por eso creo que es necesario perderse pa´ encontrarse, aunque, claro, a veces no te encontrás, ni te perdés. Creo que pertenecemos a una cultura que delimita demasiado los opuestos, que componen el movimiento, el espiral. No como una concepción dialéctica, más como una concepción misteriosa, paradójica. ¿Viste que uno dice: "A menudo descubro en mi cara la cara del enemigo"? En ese sentido hablo. Perderse pa´ encontrarse, o para encontrar los seres con los que uno arma el concierto.

-Sin perderse, la vida no tiene sentido, otra paradoja.

-Por ejemplo, mis poemas voluntaristas son los de menos logro. Mientras más consigo perderme, sin saber adónde voy, avanzo mejor... Uno tiene ideología, conciencia, biografía y por supuesto que esto estalla en el poema ¡y está bien! Pero también está el accidente y está lo que descubrís. Y ésos son siempre momentos muy dichosos, cuando decís ¡qué bien, qué estoy diciendo!

-Arrojarse sin red, si no el salto qué gracia tiene.

-Es verdad, de chica me encantaba el circo. Una vez fui con mi abuelita a un circo, hacía tanto frío, nos tapábamos con frazada, y los trapecistas ¡qué cosa extraordinaria, Dios mío! Pero lo hacen solitos o de a dos. Entonces la historia no es la red, la historia es el otro. Ser preciso y rrriiiip. Ahí está el lector, sin el cual el poema no existiría.

-¿Tu relación con don Borges?

-Le tengo gran respeto. Pero no es mi patrono. No siento hacia él la admiración que siento hacia Francisco Madariaga, por nombrar uno de los muy caros a mi vida. O por momentos con Juanele, un poeta del que todavía me falta una lectura intensa, siendo, como dicen y como digo, próximo en muchos sentidos a mí.

-Parientes.

-Extraño, porque yo, si te tengo que citar un pariente o la poeta que yo hubiera querido ser, diría Madariaga. Ese criollo universal de los esteros correntinos como una sola naturaleza, una sola leyenda y relámpago.

-¿Y Cernuda? y Pablo de Rokha?

-De Rokha me cansó. Pero dijiste alguien más...

-Cernuda.

-Ah, tremendo respeto por Cernuda. Y por algunos poemas de Miguel Hernández también. Pero en cuanto a mi corazón, García Lorca, por su Romancero gitano ... Leyéndolo a veces digo: "¡Guacho de mierda, sos maravilloso!"

-¿Y qué te pasa con Teresa Cepeda?

-Nada. Es que nunca la leí.

-Saludable escuchar a alguien que declara a tal no lo leí.

-¡Pero ahora esa lectura me queda como un regalo ahí adelante!

(Con esa hospitalidad de quien se crió en el campo, Bellessi se inquieta porque apenas probé los sanguchitos. "¿Querés café, té, cerveza?" "Sigamos con el mate". Entonces se levanta para "arreglar el mate." Dos pasos y se vuelve y me dice: "¿Te puedo dar un beso?" Me agradece por haberla vuelto a colores y olores de su niñez. Mientras viene el mate, hojeo, ojeo, su obra completa, el azar me elige algunas hebras:

... "quedarse todo el día con la cabeza fuera de la ventana viendo reventar las flores de cerezo es un buen oficio Uli. Particularmente cuando se tienen tantas ganas de vivir que uno cree que va a morirse dentro de ellas..."

..."Pezón/ lengua/ diente apenas/ sensible succión que mueve/ la materia" ... "labios sobre el hueco// aquí fundo mi estirpe/ a favor del eterno// tramado del amor" ...

..." hay luz alrededor de los cuerpos..."

El mate otra vez es con nosotros:)

-Diana, en tu poesía atravesada por una metafísica de médula, de pronto la palabra "revolución". ¿En qué consiste esa revolución?

-En la distribución de la riqueza y de las responsabilidades; en la celebración de la diversidad; en el reconocimiento de la belleza de lo útil y de lo aparentemente inútil como alimento del alma humana; de darnos cuenta de que sólo en la relación nos expresamos, y que el cerrojo del sentido es el amor... La felicidad nos vuelve generosos; si tuviéramos vidas dignas y fuéramos educados en mecanismos de autorregulación donde halle su lugar el exceso liberador y la conciencia del cuidado, sería posible que ese mundo diferente adonde la continua revolución nos lleve se manifieste para volver a cambiar, una y otra vez.

-A esa revolución, ¿la creés posible o es una expresión, una desesperación de deseo?

-La creo realmente posible; más aún, diría que la sola existencia del anhelo le otorga ya su virtualidad posible.

-A la sangría de los años 70 se la suele archivar como fracaso sin retorno.

-Fracasar también significa aprender, mejorar los sueños y los caminos para acercárseles. Engorda la tierra, que siempre vuelve a brotar y nos asombra con sus creaciones, sus accidentes, como la historia.

-¿Soñás con un mundo mejor o con un mundo diferente?

-Sería fácil decir "diferente". Pero si "mejor" significa mejorar las vidas humanas y no empeorarlas de otra manera, si generaciones de niños no fueran sacrificadas día a día, le daría la bienvenida a un mundo mejor y guardaría en un escapulario, cerquita al pecho, el sueño de un mundo diferente, para que no se me olvide. A veces nos acercamos al sueño, y otras, las más, sólo a su pesadilla.

-Hijos no tenés. A propósito: ¿qué pensás del concepto según el cual la mujer alcanza la plenitud siendo madre?

-No creo en esa cualidad del instinto maternal. Pero sí creo que varones y mujeres tenemos a veces ese impulso tierno hacia lo necesitado, lo frágil. Como decía Lévinas, el ser quiere ser, pero lo que nos hace humanos es deponer un poco nuestra necesidad de ser frente al rostro recortado del otro. Todos somos madre de vez en cuando.

-Estamos hablando de amor. ¿Y el sexo sin amor qué?

-Puede disfrutarse, aunque lo prefiero con amor. No soy quién para alzar la vara sobre los misteriosos regímenes del deseo.

-¿A qué poetas te gustaría hacerles de comer?

-Seguro arruinaría la comida, sólo cocino bien en estado de total confianza... Puedo sí imaginar que Emily Dickinson me invitara a tomar el té, y que Tu Fu, de la dinastía Tang, cocinara para mí mientras ayudo en las tareas menores, en una larga noche de conversación y de silencio.

-Ahora hamacate, la pregunta más difícil: ¿sabés andar en bicicleta?

-Ah, sí. Nada más hermoso que andar en bicicleta por el campo, en mañana de primavera o tardecita de otoño. Mi amiga de toda la vida, la poeta cordobesa Niní Bernardello, solía decir que seguro la bicicleta la habían inventado los griegos. Yo creo que fueron los chinos, y puedo verme, ligera en el aire, rumbo a la casita de Tu Fu tras un predio de bambúes, para cenar con él.

-No irás con las manos vacías.

-Nooo, voy con unas botellas de buen vino.

-Ya que estamos jugando a suponer, después de la muerte, ¿qué?

-No pienso en después, pienso, sí, en el momento de su llegada. Me gustaría dejarme ir dulcemente hacia sus brazos, la hermanita muerte, la otra cara de la vida... No pienso en epitafios, me repelen; pienso en la tierra y en los yuyitos... en una bandada de pájaros, allá arriba, fuera de todo discurso, puro silencio, pura voz.

(Al despedirnos me dice: "Pero vamos, ¡dame un abrazo!". Ya en la vereda, me apoyo en el primer árbol. Acabo de estar con una poeta de corazón absoluto, poeta porque cuando mira se desmantela, poeta porque hasta escucha con la mirada. Apoyado en el árbol siento, como pocas veces, una demasiada vergüenza por haber incurrido en una sarta de preguntas. Quisiera volver y decirle: querida nueva amiga, disculpe tanto interrogatorio intruso, tanta jodienda. Y hondas gracias por recordarnos que "es bella la amenaza de la noche", y por hacernos saber que "abrir los ojos es dejar el aliento/ en amor de lo mirado", y que la "muerte preñada" busca "formas nuevas, de luz que no se cansa". Gracias por arrojarse de cuajo, en una frase desnuda de literatura: "Yo lo único que anhelo es el corazón del otro".)

© LA NACION

Argentina 2003

Qué mirás le digo
a la aparición esta
cruzando la esquina
mientras anochece

el torso ahí parado
rapada cabeza
y la cara intacta
mirándome fija

como niña o como
una enana esperando
no sé qué cosa
y cigarrillo en mano

le hablo yo si fuera
persona pero es
un pedazo nomás
de maniquí en la calle

del desamparo
vestida en harapos
se me hace un nudo
de lo no hablado

caricia o cobijo
en serio nunca dados
al que espera algo
ahí en la calle y

más vale no le hablo
por miedo a que conteste
pero con vos soy
cobarde y pregunto

quién sos total fantasma
vas a responderme
sólo si yo quiero
para armar mi frase

nada por aquí
ni por allá sálvenos
la campana último
round que ya anochece

No. Es el corazón

¿Qué es esta ola de amor
que me cierra a vos y me abre
a ese dolor de la muerte
como río en su boca
yéndose de madre al mar?

¿Qué, bellecita del alma
pequeña y perfecta, arqueo
de plumas, ala en veloz
movimiento inestable
en pos del rocío, el pan

de la vida, néctar y gracia?
¿Vos me escuchás?, ¿mi saludo
te roza como el tuyo a mí?
Mi bebé, madrecita qué
en tus formas recuerda

lo distinto, lo enemigo
que ante vos estaría
como flecha en deseo
tensada. La gatita,
sí, a ella traés a casa

Por qué efecto del amor
la más loca conexión
de esta dulzura siento,
soy en vos y soy en Humo
convocada. ¿Es la atención,

la presencia de una entrega
desbocada y sin tregua?
No. Es mi corazón, boca
de un infinito río
que el instante hermana,

celebración de las formas
donde el alma parece
madre. O soledad de Dios

Corazón absoluto

Por Jorge Fernández Díaz
Director de adncultura

A su cita puntual, el periodista Rodolfo Braceli llevaba una sola pregunta para hacer. Era una pregunta elemental y a la vez filosófica: ¿qué es la poesía? Lo demás sería fruto del difícil oficio de escuchar, del juego del pensamiento, del azar de la conversación y del arte de vivir. Diana Bellessi es una de las poetas más importantes de la Argentina. Publicó más de veinte poemarios; recibió las becas Guggenheim y Antorchas; los premios Konex, Fondo Nacional de las Artes y Fundación del Libro, y fue nombrada ciudadana ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La entrevista no pretendía hablar de teoría literaria. Mutó en charla y en confesión, y también en poesía oral improvisada.

Bellessi reveló allí el lago interior de su talento y admitió haber sido caminante continental, mochilera, lavacopas, "expropiadora" de supermercados y contrabandista, y también excursionista de una religión inarticulada que alterna catolicismo con budismo, mezquita y sinagoga. Al cabo de esa suerte de sesión de psicoterapia a la que fue sometida, la paciente trazó con ternura y entrega su autorretrato, la presencia de sus padres, el resentimiento de clase, la relación entre preparar un asado y escribir un poema y su vinculación con la muerte. Habló de lo que lleva verdaderamente en la mochila esta poeta de corazón absoluto. Tener lo que se tiene , la antología publicada por Adriana Hidalgo, es el resultado de lo que llevan esas retinas, esa memoria y esa mochila existencial. Y es además uno de los más grandes libros de poesía que haya escrito jamás un escritor argentino.

De regreso de aquel diálogo extenso, Braceli me recordó: "Sabés que me pasaron muchas cosas haciendo reportajes. García Márquez se volvió loco por saber qué llevaba en mi bolso, Borges me confesó que jamás había comido nueces, Fangio me juró que su animal predilecto era la tortuga, Lanza del Vasto se puso furioso porque le pregunté sobre Fidel Castro, Minguito Altavista se durmió y roncó mientras yo le preguntaba". "¿Qué te pasó con Bellessi?", quise saber. "De pronto me pidió permiso para darme un beso." Nos reímos. Estábamos hablando por teléfono pero sé que Rodolfo se ha puesto colorado. Hay algo en su manera de generar intimidad que da pudor. Pero sólo desde ese territorio es concebible conseguir verdades: "A mí el poema me viene entero -le dice Bellessi en voz baja-. Muchas veces estoy caminado a la tardecita, buena hora de resonancia, buena caja de guitarra, digamos, y viene el verso, portando algo, qué, qué, qué... Yo lo escucho y me lo repito, anoto en papelitos. Es la materialidad del verso, el primero el segundo, el tercero... ¡signan todo el poema! Yo no trabajo tanto con la imagen, trabajo con la frase. Viene el tono, algo que de entrada uno sabe que va a sostener el poema entero. Y empieza y termina. A posteriori mucho lo miro fijo al poema y puedo tocar detalles. Melodía y estructura vienen de entrada y después un trabajo finito, así, donde un ´allí´ se transforma en una ´y´. No escribo a lo largo del tiempo yo, agregando. Ésa es una experiencia por la que no he pasado. Me viene el poema enterito, de un saque".