Autorretrato con libros
La biblioteca de la fundadora de Sur, integrada por once mil obras, revistas, cartas, fotografías, y documentos, vuelve a abrir sus puertas. Esos cuartos de San Isidro, poblados de volúmenes, permiten reconstruir parte de la historia cultural del siglo XX
Por Ernesto Montequin
Para LA NACION
Quien se proponga trazar una semblanza de Victoria Ocampo recurrirá acertadamente a sus Testimonios , a su Autobiografía , a sus ensayos y epistolarios, a sus objetos personales y a las evocaciones que encierra Villa Ocampo. Sin embargo, toda imagen de la fundadora de Sur sería incompleta si, además de la apasionada cronista de su tiempo y de la entusiasta forjadora de lazos culturales, no incluyera a la "lectora voraz e impetuosa" -como se definió a sí misma- que formó una imponente biblioteca personal de 11.000 volúmenes, hoy parte esencial de su legado. Conservada en las salas de Villa Ocampo, esta biblioteca refleja fielmente la educación literaria y aun sentimental de su dueña, las estrechas relaciones -no siempre apacibles- que mantuvo con obras y autores a lo largo de su vida. Sin duda, uno de los rasgos que definen a la lectora Victoria Ocampo fue su capacidad para combinar la cotidiana frecuentación de los clásicos franceses e ingleses iniciada en su infancia, con una curiosidad intelectual siempre renovada, gracias a la cual supo valorar tempranamente a escritores, filósofos y artistas cuya importancia luego se volvería indiscutible. Al igual que Borges, fue una lectora hedónica, omnívora. No es extraño entonces que en esos anaqueles convivan la más vasta recopilación de mitos, como los trece volúmenes de La rama dorada , de James Frazer, con más de noventa novelas policiales de Georges Simenon; los Seminarios de Jacques Lacan dedicados de puño y letra por su autor, con las obras completas de W. H. Hudson; la edición original del Manifiesto del surrealismo de André Breton con una nutrida colección de sherlockiana . Esta tumultuosa variedad revela un gusto independiente, desafiante en su singularidad, que procura formar su propio canon sin acatar jerarquías legisladas. En la adolescente que leía a escondidas el De profundis de Oscar Wilde, desafiando la prohibición de su madre, ya despuntaba "la formidable e inquietante mujer que nunca le pidió permiso a nadie para hacer lo que se le daba la gana: con su fortuna, con su persona, con sus sentimientos" (Edgardo Cozarinsky). En la biblioteca de Villa Ocampo se encuentran los volúmenes leídos a lo largo de los años, buena parte de ellos anotados y subrayados por su dueña, a partir de los cuales pueden reconstruirse las etapas de su itinerario intelectual. Ajena a las veleidades de la bibliofilia, los libros eran para Victoria Ocampo objetos serviciales que invitaban al diálogo, que se ofrecían a la admiración o a la censura, nunca a una contemplación reverencial. De ahí la abundancia de apuntes manuscritos en sus márgenes o en sus guardas. La índole de esos marginalia es variada: algunos se limitan a señalar la circunstancia en que fueron leídos; otros retoman una conversación interrumpida con el autor, rectifican un dato, matizan una opinión, dicen una palabra callada en otros ámbitos. Las dedicatorias que contienen muchos de esos volúmenes aportan información valiosa para interpretar desde una perspectiva más espontánea, más íntima, la relación personal entre Victoria Ocampo y los autores. Algunas adquieren, por su extensión y su tono, el rango de una carta -como las cuatro páginas autógrafas de Saint-John Perse en un ejemplar de ...loges , su primer libro de poemas-; otras son obras de arte en sí mismas, como las dibujadas por Rafael Alberti. No pocas de ellas, como las de Graham Greene, Roger Caillois, Albert Camus, o Pierre Drieu la Rochelle, contribuyen a iluminar el vínculo que los unió a Victoria Ocampo. Toda biblioteca personal es una forma de autobiografía que registra, simultáneamente, la evolución del gusto de su autor -con sus desvíos, con sus motivos recurrentes- y las transformaciones en la fisonomía intelectual de su época. En los anaqueles de Villa Ocampo pueden seguirse, como los hilos de un tapiz, las principales corrientes literarias, artísticas y filosóficas que forman la trama cultural del siglo XX. Sobre ese paisaje rico en matices y en escrúpulos, se recorta nítidamente la figura de Victoria Ocampo en todos sus avatares intelectuales, aun los menos visibles. Cada uno de esos autorretratos con libros tiene su tono dominante, su historial de lecturas emblemáticas, inseparables de la persona pública de la fundadora de Sur . Son los libros que ocupan el centro de la escena, en su mayoría en primeras ediciones, con dedicatorias autógrafas: Rabindranath Tagore, José Ortega y Gasset, Hermann von Keyserling, Virginia Woolf, Aldous Huxley, Paul Valéry, Albert Camus, André Malraux. Un lugar de pareja relevancia ocupa el microcosmos de Sur , con todas sus constelaciones: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, José Bianco, Eduardo Mallea, Ezequiel Martínez Estrada, H. A. Murena y muchos otros, a los que se suman los escritores latinoamericanos que gravitaron sobre la revista en diferentes momentos de su historia, como Gabriela Mistral, Alfonso Reyes u Octavio Paz. La penumbra de estantes menos visitados depara hallazgos que enriquecen decididamente el conjunto, como las primeras ediciones de La vida de Dominguito , de Sarmiento, y de Juvenilia y En viaje , de Miguel Cané, con sendas dedicatorias manuscritas de sus autores a las tías abuelas de Victoria Ocampo; o una serie de publicaciones dadaístas y surrealistas de considerable rareza. Asimismo, no deja de asombrar la presencia de obras que, independientemente de su mérito intrínseco, encarnan el zeitgeist cultural de una década que sería la última de Victoria Ocampo: Les mots et les choses (1966) de Michel Foucault; Language & Silence (1969), de George Steiner; Against Interpretation (1969), de Susan Sontag; Critique et Verité (1975) de Roland Barthes. Estos libros leídos en el tramo final de su existencia son prueba de una curiosidad vital que ni los años ni la adversidad lograron apagar. En julio de 1947 un incendio destruyó dos salas del primer piso de Villa Ocampo. "Todos los libros de mi padre y parte de los míos se han quemado -escribía Victoria en carta a José Bianco-. Mesure , Commerce , la N.R.F. , la Revista de Occidente . Pero son los Jules Verne los que más lamento y las enciclopedias." Sin embargo, un heterogéneo conjunto de alrededor de 150 libros publicados entre los siglos XVI y XIX fueron salvados de las llamas o incorporados posteriormente a la biblioteca. Entre ellos hay libros de viajes, misales, biografías, misceláneas. Los dos más antiguos son Medicorum omnium facile principis de Hipócrates, publicadas en 1596, y las Oeuvres (1558) del poeta Clement Marot, a quien se atribuye la escritura del primer soneto en lengua francesa. Cabe señalar, asimismo, la edición de Los seis libros de Galatea , de Cervantes, en la edición de 1784 publicada por Antonio Sancha, con ilustraciones de Ximeno; una edición completa de Las vidas de hombres ilustres , de Plutarco, en la célebre traducción francesa de Jacques Amyot publicada en 1580; ediciones de The Decline and Fall of the Roman Empire , de Edward Gibbon (1809) y del Dictionarie philosophique de Voltaire (1816). A lo largo del siglo XIX, el patriciado liberal rioplatense encontró en Francia a sus clásicos, a su magisterio de ideas y de gusto literario. En consecuencia, la literatura francesa ejerce una holgada preeminencia en la biblioteca de Villa Ocampo. Están presentes los clásicos de cuatro siglos -desde Montaigne hasta Baudelaire; desde Racine hasta Verlaine, desde Rabelais hasta Flaubert-; las lecturas de infancia -Perrault, la condesa de Ségur, Alejandro Dumas- y las de la adolescencia: Anatole France, Maurice Barrés, la condesa de Noailles, Léon Bloy, Remy de Gourmont. En cuanto a la literatura del siglo XX, es indudablemente la mejor representada. Dominan este panorama tres escritores que encarnan tres temperamentos diferentes: el clásico y protestante André Gide; el experimental y judío Marcel Proust; y el barroco y católico Paul Claudel. Los más importantes ensayistas, novelistas y poetas, y no solo los difundidos por Sur ,colman los anaqueles con primeras ediciones de sus obras más relevantes: Valery Larbaud, Jean Cocteau, Paul Morand, Henri Michaux, Saint-Exupèry, Etiemble, Jean Paulhan, François Mauriac, Henry de Montherlant, Francis Ponge, Denis de Rougemont, Julien Green, Marcel Jouhandeau, Simone de Beauvoir, Marguerite Yourcenar. El Nouveau Roman , último de los grandes movimientos literarios franceses del siglo XX, que conoció su apogeo en la década de 1960, cierra cronológica y estilísticamente el conjunto, con obras de Maurice Blanchot, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet y Nathalie Sarraute. Al igual que la francesa, la literatura inglesa formó parte de la cultura letrada que Victoria Ocampo recibió en su infancia. En la biblioteca de Villa Ocampo se puede constatar el imperio de un clásico excluyente -Shakespeare-, reconstruir las lecturas iniciáticas de su infancia -Walter Scott, Conan Doyle, Rider Haggard-, y de su adolescencia -Shelley, Keats, Wordsworth, Carlyle, Ruskin, Dickens, Wilde-. El interés por Oscar Wilde, "autor prohibido" de los años juveniles, no menguó con el paso del tiempo, como lo demuestra la cantidad de biografías y estudios críticos adquiridos posteriormente. La editorial Sur publicó a lo largo de la década de 1930 algunas de las obras capitales de los "maestros modernos" de la literatura inglesa en traducciones que muy pronto alcanzaron el estatuto de clásicas: Canguro , de D. H. Lawrence, y Contrapunto , de Aldous Huxley (ambas traducidas por el narrador cubano Lino Novás Calvo); Un cuarto propio y Orlando, de Virgina Woolf (traducidas por Borges). Este espontáneo programa de difusión provenía del indeclinable entusiasmo de su directora por una lengua y su cultura, que alcanzó su máxima expresión en el número triple (153-156) que Sur consagró a las letras inglesas en 1947 y que no ha agotado aún sus magias parciales. Muchos de los poetas, novelistas y ensayistas británicos "redescubiertos" en los últimos años en el ámbito hispanoamericano -Christopher Isherwood, Cyril Connolly, George Orwell, Evelyn Waugh, W. H. Auden, los hermanos Sitwell- fueron traducidos al español, en algunos casos por primera vez, en aquel voluminoso número de la revista cuyas tapas ostentaban la Union Jack, símbolo de un triunfo que, en esa inmediata posguerra, el gobierno argentino no había creído necesario celebrar. Desde Milton hasta Dante Gabriel Rossetti; desde James Joyce (de quien se conserva la primera edición de su Finnegans Wake ) hasta Kingsley Amis; desde George Eliot hasta Iris Murdoch; desde E. M. Forster hasta Harold Pinter, la biblioteca de Villa Ocampo es un homenaje a la vitalidad y a la riqueza de las letras inglesas de los últimos cinco siglos.
Jacques Lacan y una dedicatoria comprometedora
En sus últimos años, Victoria Ocampo recordaba a Jacques Lacan como un diminutivo atrapado en un triángulo amoroso: "Era el amantito de la mujer de Drieu". Así lo refiere Elisabeth Roudinesco en su sólida biografía de Lacan. Ambos se habían conocido en París en enero de 1930, en la casa de otra argentina, Josefina Atucha, marquesa de Jaucourt, donde confluían pintores y escritores surrealistas y miembros del smart set parisiense. La fundadora de Sur advirtió enseguida en el joven médico una "energía desaforada que lo devora física y moralmente -escribe Victoria a su hermana Angélica-. Con sueños napolénicos de poderío". Por entonces, Victoria Ocampo vivía una crispada relación sentimental con Pierre Drieu la Rochelle, que se había distanciado de su segunda esposa, Olesia Sienkewicz, para cortejar a su nueva mecenas. Paralelamente, Lacan mantenía un romance con Olesia bajo la mirada complaciente de su amigo Drieu. Según relata en sus cartas a Angélica, Victoria se sintió ligada a Lacan por una complicidad natural desde el primer encuentro. Que aquel hijo de un fabricante de vinagre se veía destinado a la gloria lo demuestra el ejemplar de su tesis de doctorado, De la psychose paranoïaque dans ses rapports avec la personnalité (1932), que envió a a su amiga con la siguiente dedicatoria manuscrita: "A Victoria, esta obra que no es más que una primera piedra, pero me gustaría que la recibiera con indulgencia en su jardín". El tono y la sustancia de esas palabras delatan el tamaño de su esperanza, pero también la ejercitada galantería de un hombre cubierto de mujeres. La tesis, redactada mientras cumplía su residencia en el hospital de Sainte-Anne, en las afueras de París, había sido dactilografiada por Olesia. Otra de sus amantes, Marie-Thérèse Bergerot, más de diez años mayor que él, al igual que la autora de Testimonios, pagó su publicación. Las décadas siguientes premiaron la ambición napoleónica de su autor. Todo parece indicar que su amiga no siguió de cerca esa apoteosis. La ausencia de Lacan en las páginas de Sur lo corroboran. Las dedicatorias a dos tomos del Seminario, fechadas el 21 de marzo de 1975, cierran el círculo trazado cuarenta y cinco años antes. Escribe Lacan en el ejemplar del Livre XX: Encore, "Qué raro que nos reencontremos hoy, Victoria"; y agrega, en la hoja de guarda del Livre I: Les écrits techniques de Freud: "Victoria, amor mío, te dedico esto..."
E.M.
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