viernes, 22 de octubre de 2010

17 de Octubre de 1945

Nadie hablaba de peronismo


Por Julia Mengolini

politica@miradasalsur.com





La movilización que cambió el curso de la historia: cuando los trabajadores se hicieron protagonistas.


Nadie hablaba de peronismo. Se hablaba de pesca con mosca y en el colegio, Perón había sido apenas un presidente algo autoritario. En la facultad, los grandes profesores de constitucional no daban cuenta de la Constitución del ’49 porque tampoco se hablaba de peronismo.
Nuestro espíritu de combate nos llevó a militar en una agrupación independiente, de esas surgidas al calor del “que se vayan todos”, donde nadie hablaba de peronismo. Sí hablábamos de las injusticias, de la desigualdad, de la importancia del Derecho y de la política como herramientas de transformación. Pero nadie hablaba de peronismo. Por lo bajo, algunos contaban las historias setentistas de sus viejos desaparecidos, otros que habían estado exiliados, resulta que todos eran peronistas, algunos ya lo sabían, otros sentíamos esa incomodidad adolescente de sospechar una identidad y no conocerla, eso de “no sé lo que quiero pero lo quiero ya”. Pero nadie hablaba de peronismo.


Hubo un tiempo en que los contestatarios nos encontrábamos molestos, desorientados, nos costaba asumir que había un gobierno que podía no molestarnos tanto, hasta agradar un poco, finalmente, apasionar. Ser oficialista para alguien que se considera a sí mismo contestatario es bastante traumático, sepan entender. Este nuevo gobierno al que nadie había votado porque nadie sabía ni dónde quedaba Santa Cruz, hizo realidad sueños que teníamos en el llano y era un gobierno peronista. Así se reincorporó el peronismo al vocabulario juvenil, algo que formaba parte de una leyenda subterránea, de un museo de lo que este país había sido pero que carecía de legitimidad. Se podía ser joven, seguir siendo rebelde y ser peronista sin tener que dar cuenta del menemismo ni de la Triple A. Era cuestión de que alguien se pusiera a hablar de peronismo y se pusiera a hacer peronismo. Entonces pudimos saberlo: éramos peronistas.
Los advenedizos tenemos mucho mérito. Hemos estado perdidos, asustados, buscando. Era cuestión de estudiar la historia argentina con criterio político y con el deseo en juego todo el tiempo para llegar a la simple conclusión: somos peronistas. Y podemos decirlo y serlo tanto como aquellos a los que años antes combatimos, y se llaman a sí mismos peronistas.
Pero hemos pasado por situaciones vergonzosas como cantar a viva voz la estrofa equivocada y que nos miren mal los peronistas de cuna. Los peronistas de cuna se ríen de nuestro asombro constante, se burlan de cómo devoramos libros prestados y nos emocionamos con la correspondencia Perón-Cooke.


La ventaja que tenemos los advenedizos es que siempre seremos jóvenes peronistas.



Entrevista a Alfredo Ferraresi, sindicato de Farmacia


Por Gabriela Juvenal Y Graciela Pérez

politica@miradasalsur.com


–¿En el 17 de octubre de 2010, ¿cuál sería el lugar de los cabecitas negras?


–Hay que decir que la última dictadura cívico-militar lo primero que hizo fue tomar el poder con un aparato genocida que hizo desaparecer todo el aparato productivo. Ahí es que se caen los mamelucos, los laburantes. Y así es que fue creciendo el sindicalismo de servicio. A partir de ahí surge la diferencia que hace a la actual composición social de la que hablábamos. Hoy la clase obrera no está tanto en las fábricas, sino en los movimientos. Como estructura particular participan con el movimiento obrero y con las organizaciones barriales. Pero ahí está todo mezclado. Algunos sectores del peronismo tienen su propio caudal de gente, se manejan muy bien. Y los municipios también manejan bien a los sectores populares, obreros, a los laburantes. También se ve un resurgimiento con la aparición de los jóvenes que cada vez es más importante. Hoy se está dando todo eso, otra vez, con gran sorpresa, esperanza y emoción para nosotros, que somos los veteranos.


–Qué tipo de acciones actuales le generan esa emoción?


–Por ejemplo la protesta de los chicos de la Capital. Ver a esos jóvenes de los colegios movilizándose por otros colegios. Imagínese lo que sentimos al ver a una chica de sólo 17 años, a quien le preguntan: “¿Qué problema tienen, ustedes?”. Y la chica responde: “Ninguno”. “¿Y por qué están marchando y haciendo tanto lío?”. Y la piba contesta: “Porque somos solidarios”. Esa palabra en los jóvenes es un avance brutal. Y nos llena de orgullo.


–El peronismo actual retomó luchas que al menos en los ’90 parecían olvidadas...


–El verdadero peronismo lo recupera este gobierno con el desafío al poder económico. Y se juega y redobla la apuesta, que es lo que nos gusta a nosotros. Lo reivindicativo es de todos los días: lo que se hace en los sindicatos en la defensa de los derechos, en las unidades básicas. Pero el objetivo es recuperar la política. Con esto fueron creciendo muchas cosas, hasta en los mismos dirigentes.


–¿Qué opina sobre el peronismo disidente?


–No son peronistas. Son los personajes que en cualquier momento negocian, aparecen en un lugar y de pronto aparecen en otro.




Entrevista a Héctor Recalde, diputado Nacional (FpV)


Por Gabriela Juvenal Y Graciela Pérez

politica@miradasalsur.com


–¿Qué significa la identidad peronista? ¿Hay una o varias?


–Todo el mundo aspira a que su peronismo sea el único. Por supuesto que cada uno defiende lo suyo. El peronismo es un movimiento muy grande. Y no hay que engañarse: el que no levanta las banderas de aquel peronismo que llegó por una sociedad más igualitaria y más justa no es peronista. Son datos concretos de la historia. Por eso lo que está sucediendo hoy es importante, porque se levantan nuevamente esas banderas. La oposición no tiene ideología.


–¿Qué aspecto histórico de la identidad peronista sigue vigente?


–El movimiento obrero, principalmente. La juventud es muy relevante hoy. Tiene que ver en estos los cambios estructurales que se ven. Uno tiene que combatir. Lo importante es la militancia para debatir y reflejar la realidad con los valores que uno cree.


–¿Qué transformaciones estructurales cree que impulsó el ciclo actual?


–La reconquista del salario minoritario y móvil. La nacionalización de empresas que habían sido enajenadas durante la década del ’90, la movilidad jubilatoria, la nacionalización de los recursos de previsión social que la manejaron para manejar sus bolsillos. Doy un ejemplo, un mal ejemplo de esa época del neoliberalismo. Cuando la Afjp Máxima hacia una publicidad para conseguir afiliados, era una oblea donde mostraban a un chico de 10 o 11 años que decía textual: “Cuando sea grande quiero ser rico”. Eso define todo.


–¿Cómo ve al sindicalismo hoy?


–El sindicalismo hoy está haciendo un trabajo extraordinario y el protagonismo en esto de Moyano es impresionante. Hay que observar bien. Cualquier ocasión es buena para pegarle a Moyano pero hay que advertir que el rol de Moyano es fundamental hoy en la defensa de los trabajadores, que les da participación en la cuestión pública. Hay distintos enfoques en cuanto a la profundización de las medidas. Esto es lo que ha fortalecido al peronismo, esta conjunción entre lo sindical y lo político. Estamos en un momento extraordinario. Yo estoy convencido de este proyecto. Y admito algo. Al principio a mí me daba calor decir que era kirchnerista. Y ahora estoy orgulloso de ser oficialista.

Víctor Laplace: “Hay mucha gente que es peronista, y no lo sabe”

El miércoles 24 se estrenará la adaptación que Víctor Laplace hizo de Borges y Perón, entrevista secreta, de Enrique Estrázulas. El actor y director cuenta la cocina de la obra que lo tendrá nuevamente en el rol del general. El debate se abre para analizar esa relación turbulenta entre dos símbolos ineludibles de la argentinidad y sus ecos actuales.

Víctor Laplace es un peronista visceral. De los que dicen “compañero” para referirse a otro peronista. Como cuando dice “el otro día, hablando con un compañero, le comenté que ésta es una obra que tiene que ver más con la conciliación que con la confrontación. Y él me contestó ‘ahora lo que nosotros queremos es confrontar’. Pensé mucho en eso, y dije qué lástima que siendo un tipo del palo crea eso. Después me puse a reflexionar, y armé esto de la confrontación de ideas para apuntar a la conciliación.” Esto de la confrontación de ideas es Borges y Perón, entrevista secreta, la obra de Enrique Estrázulas que Laplace montará el 24 en el Teatro Carlos Gardel, de Valentín Alsina. Y en la que, además de dirigir, representará, como ya hizo en varias películas y obras teatrales, a Perón. Es que, para Laplace, Perón es pasado, presente y futuro. Por eso, entre sus proyectos hay un guión que, filmado, se llamará Puerta de Hierro y tratará del exilio que vivió el general en ese barrio madrileño. Por eso, ahora, próximo a un estreno en el que pondrá sobre un escenario a Perón y a Borges diciéndose lo que nunca pudieron, Laplace asegura: “El peronismo es casi una carga. No para el obrero que yo era cuando tenía 14 años y trabajaba en Metalúrgica Tandil, pero sí para el muchacho sensible que también fui. Me pasé la vida explicando mi condición peronista. Pero llegó un punto en que no tengo ganas de explicar nada. Me remito a mis acciones, que son peronistas. Además, creo que hay mucha gente que es peronista, y no lo sabe”.

En 1998, en el Cervantes, Laplace como Perón y Duilio Marzio como Borges estrenaron Borges y Perón, entrevista secreta. Aquella versión incluía a otros personajes: la madre de Borges, Adolfo Bioy Casares, una secretaria. Esta vez, Laplace concentró el diálogo en los dos hombres-símbolo, con Jean Pierre Noher como Borges.

–¿Qué aporta presentar en la obra a un Perón irreal vinculado con Borges, tan talentoso como antiperonista?

–Por empezar, la confrontación de ideas. En la obra hay un apagón y Borges entra en pánico. Justo él, con su ceguera. Y Perón comienza a cuestionarlo muy duramente: “Dicen que usted no conoce la mayoría de las cosas sobre las que escribió; que fuera de sus libros, no conoció nada; que imagina a los malevos, que imagina a las mujeres. A usted le falta calle, Borges. Le falta haber vivido. Le falta todo lo que a mí me sobra.” Se arma una cosa muy interesante en cuanto a la capacidad de uno y del otro. Los dos se marcan mucho la cancha. Me gusta la idea de dos tipos que confrontan fuertemente sus ideas, pero no tengo la menor duda de que a Perón le hubiera gustado el poema de Borges sobre Malvinas, esa magnífica parábola sobre la estupidez bélica, Juan López y John Ward, soldados argentino y británico que combatieron en 1982.
Una vez Laplace dijo que “Perón es una necesidad para entender el sentimiento del pueblo argentino”. En esta ocasión agrega: “Perón hizo una transformación brutal entendiendo al mundo de hoy hace cincuenta años. Yo, como obrero, conocí las reivindicaciones que otorgó Perón a los trabajadores. Entendió el pensamiento del pueblo y lo puso en funcionamiento con un sentido social que nadie logró antes ni después... excepto este modelo de gobierno que estamos teniendo ahora”.

–¿Este Gobierno se acerca a la comprensión que tuvo Perón respecto del sentimiento popular?

–Yo creo que sí. Y creo que, de algún modo, la historia de amor entre Perón y Evita tiene que ver con algo que yo percibo en el matrimonio de Cristina y Néstor Kirchner.

–¿Sabe lo que está diciendo?

–Sí.

–¿Por qué será que aún hoy algunas personas creen necesario aclarar “yo soy peronista de Perón y Evita”?

–Todos los que somos peronistas de Perón y Evita hemos tenido que comernos algunas... galletitas. Y no sabrosas. Ha habido mucha sangre derramada. Hubo algunas peleas internas que a uno le hacen pensar ¿hasta cuándo? El peronismo tiene esa revolución interna constante. Tiene una cosa que no se puede terminar de juntar. En el peronismo hay mucho amor; y mucho odio, también. El exceso de pasión de los argentinos nos llevó siempre por caminos de desmesura. Cuando Perón vuelve y en la Plaza de Mayo les dice “imberbes” a los jóvenes, los jóvenes se van y cambia la historia. Por la política yo he dejado de hablar durante años con una hermana que es radical. Como artista, sin embargo, he tratado de ir conciliando. A mí me han dicho “vos fuiste menemista y ahora sos kirchnerista”. No: yo soy peronista. Y cuando aparecen las cuatro o cinco cosas fundamentales que ha levantado este Gobierno, yo estoy ahí. No estoy en otro lado. No puedo estar en otro lado.

A los 66 años, Laplace es la contrafigura de la crispación que la oposición le atribuye a lo que se relacione con el kirchnerismo. Es tanta su convicción partidaria que hasta se permite una suave autocrítica: “Si bien es cierto que tenemos un pensamiento que puede aparecer como totalizador, el peronismo explica el presente y habla de un proyecto para el futuro. En la Argentina no ha aparecido nada igual”. Y relata, entusiasta, cómo logró su propia transformación: “Yo era un pibe de 14 años y trabajaba con obreros metalúrgicos que eran hombres de 30 o más años. Pero también entonces tenía veleidades de actor y los invitaba al teatro. Algunos me decían lo consabido: ‘Ustedes, los actores, son medio raros’. Pero cuando conseguía que fueran al teatro quedaban fascinados. Yo modifiqué gente, antiguos compañeros de laburo que todavía hoy me dicen: ‘¿Te acordás, Víctor, cuando les recitabas a las fresadoras y al torno, y nosotros nos reíamos porque no entendíamos un carajo lo que estabas diciendo?’. Bueno, ahora todos saben qué era lo que yo quería decir. Yo crecí en medio de esa confrontación-conciliación con las que se construye cambio. Y el cambio es búsqueda de felicidad”.

–¿Qué le aporta Borges y Perón, entrevista secreta al peronismo de hoy?

–Una mirada sobre qué es el peronismo y qué es lo que está pasando en América latina. Y cómo ese hombre, Perón, entendió lo que ahora provoca mucha emoción: ver unidos a los presidentes latinoamericanos... a casi todos. A mí me conmovió cuando Cristina dijo que hoy como nunca los presidentes representaban a sus pueblos.

–¿Alguna vez odió a Borges?

–¡No, para nada! A mí me hubiera gustado mucho que Borges y Perón se conocieran realmente. Hay mucha gente dentro del peronismo que dice: “Es una pena que durante tantos años nos hayamos perdido a Borges”. Yo nunca hablé con él, pero lo admiro: me entrego a la belleza de su literatura. Yo tuve una formación que me permite elegir, y elijo una transformación que abra el juego. El pensamiento popular no se debe perder una poética como la de Borges.
La conclusión es Borges, Perón o, si se prefiere, Perón, Borges, dos figuras en una relación que podría definirse con lo que contaba el epistemólogo Mario Bunge: “Eramos tan apasionadamente antiperonistas que no fuimos capaces de hacer un análisis objetivo del peronismo. Más aún, usábamos categorías políticas europeas. Creíamos que el peronismo era una forma de fascismo. Y no lo es: es original, es un tipo de populismo. Creíamos también que Perón era bruto. Es falso. Era inteligente, no sólo habilidoso, y tenía cultura histórica. Al fin y al cabo fue profesor de historia militar en el Colegio Militar. Lo menospreciamos, y por eso no lo entendimos. Gino Germani, que fue el fundador de la sociología moderna en la Argentina, se fue del país en 1966 y al año siguiente me visitó en Montreal. Le pregunté: ¿Por qué te fuiste de la Argentina? ¿Por la persecución? ‘No –me dijo–. Me fui porque era incapaz de entender al peronismo’. Y quien no entiende al peronismo no entiende al país”.





Ganar para transformar la Argentina


Por José María Ottavis, militante de La Cámpora, presidente de la JP bonaerense.

politica@miradasalsur.com


La Juventud tiene una relación de glorias y fracasos con la historia argentina. De glorias: fue ella el motor de las transformaciones más importantes que marcaron a nuestro país. Desde las luchas por la independencia, pasando por las jornadas de octubre del ’45, los ’70, Malvinas, para terminar el 19 y 20 de diciembre de 2001. De fracasos: también eran jóvenes los perseguidos durante la resistencia peronista, los desaparecidos por la Dictadura y los excluidos y marginados en los ’90. Ese rol trascendente vuelve a la juventud en un acto imprescindible de la historia argentina.


A decirlo con claridad: la única demostración de que a la clase dirigente le importa el futuro la tenemos cuando escucha a los jóvenes o los incluye en la toma de las decisiones. Caso contrario, son palabras huecas, mentirosas; estrategias berretas de marketing. Un “plan” que no tiene plan.
El kirchnerismo ha renovado la relación de la dirigencia política con la juventud de su tiempo. ¿Qué ha ocurrido? Por un lado, ha tenido evidentes logros en su gestión que han repercutido en las nuevas generaciones: se crearon millones de empleos, se recupera el salario de los pibes, las familias mejoran sus perspectivas de cara al futuro, la asignación universal, el programa Conectar - Igualdad.


Pero la relación kirchnerismo / juventud no se asienta sólo en resultados materiales. Desde 2003 la Casa Rosada dejó de ser un lugar ocupado por sirvientes de las corporaciones, para ser un símbolo de la transformación argentina. La ley de medios, la política de DD.HH., el matrimonio igualitario, la estatización de las Afjp, por citar algunos casos, son decisiones que instituyen nuevos derechos, profundizan la democracia y rompen con el statu quo.


En ese contexto, los jóvenes no podemos menos que sentirnos interpelados. Los que venimos de una tradición militante, que somos peronistas, vemos en el kirchnerismo la expresión de nuestros anhelos. Con claridad: Néstor Kirchner y Cristina Fernández expresan la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. Como señalaba una editorial de La Cámpora: “Peronismo real, kirchnerismo al palo”. A nosotros no nos engañan ni Duhalde, ni De Narváez, ni Solá ni Macri: con ellos, el peronismo se vuelve inofensivo. Se convierte en una simple herramienta electoral, no en un movimiento revolucionario.


Argentina define a cada paso su destino. La elección del año próximo determinará hacia dónde queremos ir. En ese marco, el Gobierno Nacional deberá continuar alentando la participación de los jóvenes. Tiene que estar atento a nuestras múltiples y complejas demandas. Somos jóvenes los que pedimos más créditos hipotecarios para poder comprarnos una casa, y también lo somos los que muchas veces somos maltratados por la policía o morimos víctimas del gatillo fácil o mientras nos practicamos un aborto clandestino. Éstas son cosas inadmisibles en la Argentina que soñamos.


Los que tenemos responsabilidad como militantes juveniles debemos asumir también nuestro rol. La Juventud Peronista, La Cámpora, todas las juventudes, debemos actuar con voluntad política y la firme decisión de construir consensos. Tenemos que estar al lado de las necesidades y las injusticias que sufren los jóvenes para convertirnos en caja de resonancia de sus problemas y buscar soluciones en el accionar estatal.


Y lo más importante: desde la juventud peronista debemos decirles a nuestro pueblo y a nuestros dirigentes que no sirve ganar en un sálvese quien pueda electoral. No queremos ganar una elección para seguir en el poder. Queremos ganar para que el poder del peronismo transforme la Argentina. Queremos que Néstor y Cristina sean en 2011 lo primero de lo nuevo. Porque el peronismo se vuelve "hecho maldito incorregible" cuando estatiza YPF, cuando asume el control de los recursos naturales, cuando avanza sobre las rentas extraordinarias, cuando logra el fifty-fitfy. Cuando, como decía Evita, “será revolucionario, o no será”.







Todo ese tiempo


Por Aníbal Fernández. Jefe de Gabinete de ministros


No basta con narrar. Hay que entrar en la saga de hechos y hombres que organiza la Historia. Meter el cuchillo hasta el fondo. Dejar que la imagen amarillenta y añeja de pies cansados refrescándose en la fuente de Plaza de Mayo nos gane la memoria.


Son 65 años. Somos todo ese tiempo. El único movimiento político popular de América latina que ha sobrevivido a la ilegalidad, la persecución, la traición, la tortura, la muerte. Somos los únicos que, en 65 años, no hemos envejecido.


Y no hablo de la doctrina ni del legado. Ni siquiera digo del relato del peronismo, ese por el cual las fieras de la intelligentzia se pelean ahora a dentelladas, tratando de apropiarse del nuevo signo iconográfico de los intelectuales; esos mismos que intentan, a través de dicha apropiación, participar de un banquete al cual nunca estuvieron invitados… porque es una fiesta del Pueblo.


Digo de la vitalidad, de la emoción, de la pasión y la alegría que constituyen al Peronismo. De hombres y mujeres que no cejaron. Que no pidieron pido. Ni tregua. Ni cuartel… y renacieron. Prendidos a una flor de nomeolvides, renacieron. En la mirada transparente de pibes de 15, 18, 20 años, que retomaron las banderas, el trabajo en las villas, la militancia en la calle, la discusión en las escuelas y las universidades, el combate de ideas en un nuevo territorio: el territorio virtual. ¡¡¡Y ya lo ve… y ya lo ve… es la Gloriosa…!!!


Digo de lo que no vence. De lo que no caduca. De lo que perdura. De algunos compañeros que pasamos los cincuenta y sin embargo tenemos las mismas ganas y las mismas convicciones que hace 35 años. El mismo orgullo íntimo. La misma llama esencial. Y que no necesitamos andar explicando que somos peronistas… porque SOMOS PERONISTAS.
Digo de lo que duele. Reandar la muerte. Los ausentes. Enfrentar el vacío de los que sabemos que se han ido. Inexorablemente.


Pero también digo de lo que reconforta. De lo que perfuma. De Madres, de Abuelas. De familias encontrándose. De justicia y no de venganza. De todo lo recuperado en términos de reconciliación, de reconstrucción, de esperanza.


Y digo, finalmente, del orgullo de ser. Y de que mi Presidenta, Una mujer, un cuadro… sea PERONISTA.

Nabokov (cursos)

Master class

La publicación de Lolita en 1955 le cambiaría la vida por segunda o tercera vez. La Revolución Rusa lo había empujado al exilio de su San Petersburgo natal, y tras un periplo por Inglaterra, Alemania y Francia, la guerra lo llevó a Estados Unidos en 1940, donde pasaría las siguientes dos décadas dando clases en el Wellesley College y en la Universidad de Cornell. De esos cursos, se desprendieron tres volúmenes: el Curso de literatura europea y el Curso de literatura rusa (en Wellesley y Cornell) y el Curso sobre el Quijote (impartido en Harvard entre 1951 y 1952 y publicado póstumamente). La flamante reedición de los tres juntos sirve de excusa para volver sobre ellos y escuchar qué dicen del propio Nabokov: de la Rusia que debió dejar atrás, del sistema de enseñanza universitaria del siglo XX y del remoto Quijote que él mismo reinventaría en el libro que finalmente le permitió abandonar la docencia.

Por Guillermo Saccomanno
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El cazador de mariposas

“Es difícil abstenerse de ese respiro que es la ironía, de ese lujo que es el desprecio, cuando se pasa la vista por las ruinas a las que unas manos sumisas, tentáculos obedientes guiados por el abotargado pulpo del Estado, han conseguido reducir a cosa tan fiera, tan caprichosa y libre como es la literatura”, anota Vladimir Nabokov refiriéndose a las imposiciones del realismo socialista en el comienzo de sus Lecciones de literatura rusa. Dictadas durante la década del ’40 en las universidades de Stanford y Cornell, las clases pueden resultar orientadoras y sustanciosas para lectores neófitos, pedestres para los lectores informados y además estetizantes en su desconexión con las tensiones de la realidad. El aristócrata ruso venido a menos en el exilio tiene sus motivos para el resentimiento: en 1919 su familia dejó Rusia y partió al exilio huyendo del bolchevismo. En 1922 su padre fue presuntamente asesinado por una célula terrorista. Uno de sus hermanos murió en un campo de concentración nazi. Orgulloso de su linaje, mimado por nodrizas, educado en tres idiomas, el inglés, el francés y el ruso en menor grado, para Nabokov las buenas novelas son como las mariposas que caza y colecciona. Su análisis literario consiste en clasificar los ejemplares en especies y diseccionarlos. Nabokov no es un liberal como Isaiah Berlin, otro exiliado, cuyo ensayo sobre Tolstoi (El erizo y la zorra) es una muestra de amplitud de criterios. Nabokov más bien se presenta como un reaccionario fatuo que entiende la literatura como una orfebrería reservada a espíritus sublimes. Así Nabokov postula el valor de “los libros de verdad, escritos por hombres libres para que hombres libres los lean”. Pero la libertad no es una abstracción, como tampoco lo es la literatura. Y sus fichas resultan antes las de un coleccionista que se regocija en la contemplación de sus piezas que las de un crítico inquieto por tender conexiones entre el texto y el contexto.

Aunque celebra el flaubertiano bloqueo del yo narrador y, según recalca, lo que interesa no es la vida de un autor sino su obra, autárquica, inmanente, y en particular el estilo que la cincela, Nabokov comienza sus clases con una semblanza biográfica y luego con sus opiniones prejuiciosas sobre las defecciones, mezquindades y otras fallas existenciales de los autores “estudiados”. La detección de sus defectos “morales” no es gratuita. Porque los proyectará en la interpretación del relato y explicará de este modo mecánico formas y contenidos. Al internarse en una novela, como un detective aficionado (quizás un crítico no sea otra cosa) se concentra en donde puede haber un error de temporalidad, un leve desliz de trama, un furcio en una descripción. La inclusión de la biografía de cada autor en la apertura de cada clase tiene no obstante un objetivo: no implica una situación histórica, colectiva e individual, como la detección de pathos personales que puedan encontrarse proyectados luego en la obra analizada y explicarla. No se espere de sus análisis la búsqueda totalizadora de un Georg Lukács. Tampoco el lúcido rigor investigativo y teórico de George Steiner (“Tolstoi o Dostoievski”). A Nabokov no le importa la trama como forma, como si en ésta, en un malabar lúdico, se agotara su función en vez de proponerse una experiencia liberadora (en principio para quien la escribe, luego para quien la lee). En este sentido, Nabokov es un profesor presuntuoso y convencional con raptos de intuición a veces benévola, a veces sarcástica. Biografía escueta del autor, desarrollo de la trama de la obra analizada, lectura de fragmentos, una valoración que no titubea en armar ranking de preferencias y no hay más: como si la literatura fuera un derby. Sería necio negarles a sus opiniones caprichosas esa ironía de la que se precia y que, en ocasiones, deviene chicotazo humorístico que ilumina una obra con más sagacidad que una interdisciplinaria operación deconstructiva. Tampoco se puede negar: su pasión por la literatura es indiscutible y aun cuando no se comparta su dogmatismo esteticista, en más de una página induce con ingenio a una lectura antisolemne. Y son estas ocasiones donde baja la literatura a tierra y sus clases pueden transformarse en una lectura ilustrativa y amable en tono coloquial.

Curso de literatura rusa RBA, 486 páginas

Gogol no le parece tanto un observador social como un laboratorista próximo a la invención grotesca. Turgueniev, un prosista esforzado de sutileza lírica. Si su apreciación de Gogol y Turgueniev es un rescate de sus mejores relatos, en contraste está su encarnizamiento con Dostoievski como bestia satánica del mal gusto del que apenas valora su relato fantástico “El doble”. “Mi posición con respecto a Dostoievski es curiosa y difícil”, declara, como si fuera necesario, en sus lecciones de literatura rusa. “Tengo demasiado poco de profesor académico para dar clase sobre temas que no me gustan. Estoy deseoso de desmitificar a Dostoievski”, escribe. Queda claro a poco de adentrarse en esta lección: su fobia contra Dostoievski no es más que reivindicación de una literatura “elevada” y de una clase. Dostoievski proviene, en su formación y práctica novelesca, de novelistas populares: Sue, Radcliffe, Dickens y toda una ideología folletinesca imbuida de una cruza de redencionismo, denuncia y consolación. (Llama la atención el paralelo que puede establecerse entre su interpretación de Dostoievski y el rechazo que padeciera Arlt de los círculos egregios.) Para Nabokov el arte es otra cosa. Tiene más que ver con la elaboración formal que con el contenido. Si en Tolstoi celebra con melancolía de estirpe la recreación de los ambientes y las costumbres imperiales, por el contrario le recrimina con acritud esos instantes en que el autor pone en boca de su personajes sus ideas reformistas. Pero hay una anécdota que puede explicar su fobia contra Dostoievski y su ideología literaria impregnada por un cristianismo socializante.

Tras los levantamientos europeos de 1848, el zar decidió tomar precauciones y comenzó a perseguir a los socialistas. Dostoievski, lector de Fourier y Saint Simon, fue detenido junto con sus camaradas. Se lo halló culpable de difundir la carta de Belinski a Gogol, una radiografía de la injusticia con expresiones insolentes contra la Iglesia y la autoridad. “Dostoievski esperó el juicio en la fortaleza de San Pedro y San Pablo, cuyo comandante era un tal general Nabokov, antepasado mío. La correspondencia cruzada entre este general Nabokov y el zar Nicolás en relación con su detenido es bastante ‘entretenida’ (el entrecomillado me pertenece). La sentencia fue severa, ocho años de trabajos forzados en Siberia, que el zar luego reduciría a cuatro. Pero antes de leer la sentencia a los convictos se siguió con ellos un procedimiento de monstruosa crueldad. Se les dijo que iban a ser fusilados, se los llevó al lugar de la ejecución, se los dejó en camisa y se ató a los postes a la primera tanda. Entonces se les leyó la verdadera sentencia. Uno de ellos se volvió loco. La experiencia de aquel día dejó en el alma de Dostoievski una cicatriz profunda. Nunca la llegó a superar.” Que la correspondencia entre su antepasado y el zar (y Nabokov añora el zarismo) pueda resultar “entretenida” implica que en el empleo de esta calificación “entretenida” expresa un frívolo y típico juicio de clase acerca de lo que escriben un fusilador y su soberano sobre un condenado sometido a un simulacro de ejecución.

Sus lecciones de literatura, obsesivas, aunque sobrevaloradas, pueden resultar atractivas y útiles para un público tallerista. En ellas, aunque uno disienta con su concepción de la literatura, se advierte todo el tiempo la atención de un lector que se toma en serio la concentración que un texto exige. A favor: Nabokov plantea que la mejor estrategia de un escritor es convertirse en un lector alerta a los detalles. “Los detalles”, clamaba en sus clases. “Los divinos detalles.”

Sin embargo todo el snobismo, la inclinación aristocratizante y sus pretensiones ceden cuando arriba a Chéjov. Con Chéjov su arsenal de ocurrencias mordaces no puede. Chéjov, en su aparente sencillez, se le impone. Sin moraleja, sin mensajismo, sin hacer ruido, contando por lo bajo, Chéjov registra lo patético de la minucia cotidiana. Ya no se trata de si escribe Dios (como decía en la clase anterior, sobre Tolstoi, anticipándose a Harold Bloom). Se trata más bien de una literatura como oficio de humildad y comprensión. Por supuesto, acá también la biografía del doctor Antón Pavlovich Chéjov proporciona pistas sobre su producción literaria y teatral. Pero hay un aura: esa humildad chejoviana, humildad en la vida y en la creación, que le inhibe acá al profesor Nabokov esa superioridad de sabelotodo. Así Nabokov deberá admitir: “Chéjov fue el primer lector en apoyarse tanto en las corrientes subterráneas de la sugerencia para comunicar un contenido concreto”.

Su difusión de la literatura rusa era pasional y, en un sentido, se le agradece. Pero, como docente, sus prejuicios y dogmatismos lo encorsetan a menudo y lo privan del vuelo comparativo que una enseñanza de la literatura requiere. Durante bastante tiempo se lo consideró un importante difusor de la literatura rusa, pero en esto hubo –hay aún– bastante de mito. Como difusor, sin duda, fue superado, a su pesar, por Edmund Wilson, cuyos ensayos son imprescindibles a la hora de comprender no sólo la literatura norteamericana sino también la rusa. Sus artículos y ensayos sobre la literatura rusa van desde Pushkin hasta Solyenitzin. Marxista convencido en tiempos de la revolución y todavía más tarde, desencantado con el estalinismo, a pesar de su decepción con la URSS, Wilson (que fuera editor del New Yorker y compilador de El último magnate, la novela inconclusa de Scott Fitzgerald) no dejó nunca de preocuparse por una comprensión de la literatura que no dejara afuera la importancia de lo social. En su voluminosa correspondencia vale la pena detenerse en los cruces sutiles y no tanto que sostuvo con el aristócrata ruso nacionalizado norteamericano: “Apreciado Volodya”, encabeza siempre sus cartas. Wilson, estudioso del ruso, se permite discutirle a Nabokov la traducción de su Eugenio Oneguin, las alteraciones de significados en el traspaso de una lengua a otra. Wilson, introduciéndose en los vericuetos de la lengua eslava, le despedaza también su libro sobre Gogol: “Los principales defectos del libro de Gogol se deben a que él es un escritor de ficción y a que Gogol, que fue un hombre real, no se deja reducir tan fácilmente a la trabajada técnica de iluminaciones repentinas y fugaces miradas yuxtapuestas como si fuera un personaje creado por Nabokov”. En sus cartas Wilson le hace llegar a menudo un juicio crítico que, sin duda, hiere la vanidad acorazada de Nabokov. Cuando Wilson lo halaga: compara su inglés con el de Conrad. Y acá cabe preguntarse hasta dónde el halago no es una chicana, hasta dónde no le está cuestionando el reniegue del origen, la identidad, problemáticas que, obviamente, a Nabokov lo tienen sin cuidado. A Nabokov no le importa en absoluto “el alma rusa”. No cree en las circunstancias sociales que pueden generar el surgimiento de determinados artistas, ciertas voces. La geografía tampoco cuenta: y en este nivel un personaje de Flaubert no se diferencia de uno de Tolstoi. Siguiendo este criterio, esa literatura portentosa, la rusa, pudo haber sido escrita en cualquier otra parte. Lo que cuenta, según el profesor Nabokov, es el desarrollo ingenioso de los acontecimientos literarios, las pasiones de los personajes, pathos que pareciera ser no otra cosa que “universales categóricos” contra aquello que profesaba Tolstoi: “Describe tu aldea y serás universal”. El Tolstoi que, renegando del arte por el arte, del bello estilo, se impuso, es cierto; la literatura como una pedagogía. Antítesis, por cierto, de la razón nabokoviana: fruición personal, goce de cazador de mariposas.

El precursor de sí mismo

Por Luis Chitarroni
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Cuando Lecciones de literatura europea se publicó la primera vez en castellano, muchos de los intelectuales argentinos encontraron esta sopa de letras sosa. En plena efervescencia de las grandes imposturas, el didactismo pragmático de VN parecía pueril, insignificante. ¿Cómo comparar estos ejercicios de lectura de renglones sucesivos con las grandes hecatombes farmacopeicas de la diseminación y otras exploraciones? En tiempo de poses, devaneos y desplantes universitarios, el “descubrimiento” era un método o una tentación posible (aunque el más frecuente parecía ser la reiterada calvicie panóptica de Michel Foucault). El trabajo de un escritor con las palabras de otros adquiría el aspecto idealista de un sólido evanescente –especie de hrönir– al lado de impresiones digitales tan delictivas como las que producían luminarias de dedicación exclusiva después de vigilar y castigar, o de encontrar narcóticas tribulaciones entre el capitalismo y la esquizofrenia.

Hay que advertir que los últimos treinta o cuarenta años no han sido despiadados en el combate con los clisés, sino que a menudo han sido sólo obtusos. La frecuentación de la alta filosofía alemana y sus estribaciones en los barrios menos resistentes de Francia invadida dio como resultado una trascendencia metafísica habituada al estruendo ecoico en los grandes salones del Hotel Abismo. Un estruendo con una reputación no menos esponjosa y exasperante: es profundo lo que suena profundo. Y lo que suena profundo combina la prepotencia de los términos abstractos y el aplomo trivial de los aforismos edificantes, un compendio de recursos anquilosados de la sintaxis para imponer la dictadura de la nada. Cierta familiaridad con las dificultades de expresión unidas con el éxito fortuito de algún galimatías profesionalmente obtuso ante personas reverentes debe de haber garantizado la práctica. Lo cierto es que los tiempos no eran propicios para las lecciones de literatura de ningún tipo.

Dictadas en los cincuenta, después de un exilio en Berlín y París que dividió la guerra, las clases de Nabokov destilan algo de la crispada prosperidad de esos años. Hay que pensar en auditorios o elencos de lolitas tanto más atractivas en tanto que el modelo no había sido aún propuesto y en jóvenes de rebeldía apacible, amigos de los amigos que tendría, un proyecto de década después, Bob Dylan. Richard Fariña, por ejemplo, que murió de accidente en la carretera y dejó solo una novela, pero influyó en un discípulo identificado caligráficamente por la mujer de Nabokov: Thomas Pynchon.

Curso de literatura europea. Introducción de John Updike RBA, 556 páginas

Los temas de Lecciones de literatura europea son la conversación literaria obligatoria del siglo XX, que empieza nueve pasos después del diecinueve: Jane Austen, Dickens, Flaubert, Stevenson, Proust, Kafka, Joyce. De cada uno, Nabokov tiene algo que decir ajeno al territorio de las generalidades académicas. Paladea cada uno de los estremecimientos con que revelaron la importancia de un acto trivial o con que acumularon significación a fuerza de cadencias y repeticiones. Nombres y apellidos que se ajustan a las circunstancia de la ficción hasta volverse irremplazables.

Nabokov distribuyó en estas lecturas los énfasis de su temperamento y la debilidad de sus caprichos. Se consagró a la literatura europea en traducciones –Kafka, Proust– con el desdén aristocrático que lo caracterizaba y la avidez de un curioso que puede mostrarles a párvulos y sicofantes los hallazgos y las manías de los predecesores. Sin embargo, no era su asignatura. No era profesor de inglés sino víctima involuntaria de la aptitud docente de una empleada de la casa y la intolerable belleza de sus rodillas. La adquisición de un idioma implica muchas veces esa fruición doble, ese placer en la asimetría. Menos significativo que el valor del idioma inglés en la corte eslava de la pariente de la reina Victoria fue siempre para VN el hecho de que la lengua en la que hablaban sus primeros héroes de la ficción –Watson, Holmes, los pioneros y cowboys de Mayne Reid, los peatones interpolados en las fantasías de H. G. Wells– fuera la de su gobernanta favorita, Rachel Home.

Tal como se encargaría luego de recalcar su adversario más eficaz, su Moriarty privado, una cosa es escribir novelas y otra es enseñar cómo las hacen los otros. Por primera vez en su vida, desde la época en que lo abandonaron los instructores de tenis, VN tuvo que pedir auxilio. Con el consejo de Edmund Wilson aprendió a sumergirse en lo que los estudiantes norteamericanos consideraban “literatura europea”. Era una inmersión menos dolorosa que la que implicaba la conversación con señoras suscriptas al club del libro, con la obra de Hendrik Van Loon en sus pequeñas bibliotecas amenazada por el informe Kinsey. Concedió lo que pudo. Jane Austen, por ejemplo, que contrariaba una concepción homosexual, como reconocía, en la literatura. Terminó admirándola como una doncella: la fiereza del vello eréctil amansada por el talento de Jane para congeniar costumbres y alusiones literarias. Así y todo, ahorraría energía lingüística suficiente para dedicarle el insomnio ideal a la lengua materna en la traducción del Eugene Onegin y declarar la independencia de la única posesión que había atesorado: el tiempo haciendo de funámbulo entre las sílabas únicas de su memoria.

Para los elegidos de sus clases en Wellesley y Cornell le bastaba esa aptitud perceptiva única, el rigor de la ironía y un modo anticuado de resolver problemas que sus maestros del liceo Tenisev de San Petersburgo no le enseñaron de buenas a primeras. Mantengamos el suspenso. Algo raro e indefinido debían de transmitir los mistagogos, sin embargo, algo enseñaron esos esclavos del Zitgeist que estas Lecciones se encargaron luego de revelar. Nabokov habrá tenido que aprenderlo a tientas como su predecesor en la misma institución, Osip Mandelstam, autor de un breve ensayo sobre Dante capaz de iluminarnos todavía.

Esos maestros e instructores habían sido contemporáneos de los agentes secretos del saber literario –los formalistas de Opojaz–, con uno de los cuales, como en un western o en una versión diferida y pacífica de la vida cortesana de Pushkin, Nabokov tendría que batirse a duelo en América. Sí, mantengamos el suspenso. De modo que se consagró a entretener a su audiencia con trucos de magia ensayados y, dado que su balbuceo no hacía gracia, dictándoselos a Vera Slonim. Hay un matiz de humor involuntario en esta ficción trémula que el Gran Maestro ponía en escena; con el paso de los años, nos educa a los lectores en el arte de admirar menos a Vladimir Nabokov y quererlo un poco. En 1997, Galya Diment dio a conocer a un personaje que el autor de Lolita había conocido antes y a quien impuso papel protagónico en la más chejoviana de sus novelas. Se trataba de Marc Szeftel, un exiliado ruso de pasaporte belga, con partes de quien VN compuso, no sin autoflagelarse, Pnin.

Como Pnin, Marc Szeftel era pequeño, pelado, suave; como Pnin, distaba mucho de ser un burro. Nabokov lo había frecuentado, contertulio inevitable, en las reuniones de émigrés de la vida universitaria norteamericana. La timidez, la torpeza física y lingüística de Szeftel, el aspecto que Milton Glaser supo esquematizar para darle identidad gráfica al personaje conmovieron la imperturbable tolerancia de VN ante los espectáculos de la naturaleza visible. Sin embargo, Szeftel era algo más, el agente mediador ante el archienemigo, el moscovita Roman Jakobson, el hombre que hablaba todos los idiomas con acento, al punto de negar para siempre el orificio del origen, a punto de negar esa pasión con que VN iba a olvidar haber perdido una patria para atribuirse la conquista de un siglo. Jakobson estaba esperándolo en el lugar de la emboscada: el duelo a lengua armada por la cátedra de literatura rusa que Nabokov perdió. Y, no obstante, el vencedor magnánimo tenía además para humillarlo palabras de consuelo. “Aun admitiendo que Nabokov es un gran escritor –dicen que dijo una vez–, debemos considerar que no es un elefante el más apto para dictar la cátedra de zoología.” Cualquier criatura de este mundo está dispuesta a un cambio de apariencia; cualquier máscara o pretexto nos disimula: una escafandra, un barbijo, una crisis de identidad. En cambio, no debe de ser fácil la metamorfosis del entomólogo obligado a despertarse como animal relativo, a despecho del escarabajo –estercolero o no– en que –Nabokov nos enseña– se convirtió el Gregor Samsa. Las operaciones con el tiempo y el espacio son, siguen siendo, después de Proust y de Dunne, experimentos. Después de la experiencia universitaria, después de Jakobson, después de Lolita, el renegado Nabokov del exilio tenía que admitir finalmente la derrota, volver a sus lápices 2B, a su atril, a sus fichas. Renunciar a las lecciones, resignarse a la literatura. Volvía así también a preceder a Jakobson y a los formalistas. A integrar, con su amado Bieli, la comitiva admirable de los que precedieron su irrupción en la literatura. A convertirse, con toda la arrogancia del caso, en un precursor de sí mismo.

De Dulcinea a Lolita

Por Carlos Gamerro
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Fuente de irritación para muchos (sobre todo para los críticos ibéricos que suscriben a la definición del Quijote como Biblia española) y de deleite para muchos más, el Curso sobre el Quijote de Nabokov se ha vuelto una de las lecturas inevitables de esta novela: críticos y lectores pueden aplaudirla o rechazarla, pero no pueden darse el lujo de ignorarla. Nabokov se ha vuelto, como Flaubert (que lo recreó en su Madame Bovary y en Bouvard y Pécuchet), como Dostoievski, que en su príncipe Mishkin hizo realidad el proyecto de don Quijote santo, tantas veces esbozado en la novela de Cervantes, como Unamuno en su Vida de don Quijote y Sancho, como el imaginario Pierre Menard de Borges, uno de los autores del Quijote.

Las lecturas rusas, sobre todo en su etapa soviética, destacaron especialmente el realismo de la novela y el idealismo militante del caballero (basta ver la versión cinematográfica de 1957 de Grigori Kozintsev, donde el caballero salió igualito a Lenin); Nabokov, el último de los grandes aristócratas de la literatura rusa, reacciona contra estas dos idealizaciones caracterizando la novela de Cervantes como un cuento de hadas, una continuación, más que una refutación, de las novelas de caballerías que decía venir a combatir (y está claro que tiene razón: el ímpetu realista de Cervantes tiene muy poco del impulso balzaciano de reflejar la realidad de su tiempo: es un recurso artístico, un mecanismo para resaltar, por contraste, las ilusiones literarias del caballero).

De todas las afirmaciones controvertidas de Nabokov, la más discutida es la que define al Quijote como una “enciclopedia de la crueldad”. Indudablemente, si tanta polvareda levantó, debe haber tocado un punto sensible. Cervantes parece suscribir la idea de que no hay nada más cómico que la mala suerte (qué más gracioso, en este sentido, que su propia desdichada vida) y como el Dios de Job antes que él, y Voltaire después, echa mano sin asco al recurso de hacer reír haciendo llover calamidades sobre un inocente. Nabokov ignora, o prefiere ignorar, el fundamental aporte de su compatriota Mijail Bajtín, que lee Don Quijote en el contexto de la cultura popular y, más precisamente, dentro de la historia de la risa popular (que puede ser cruel, sin duda, pero es también liberadora, cuestionadora de jerarquías y certezas): para Nabokov, el concepto mismo de cultura popular es un oxímoron, su sensibilidad es aristocrática y decimonónica y juzga al Quijote tosco y falto de refinamiento por comparación con modelos como Flaubert –como si el refinamiento de Flaubert no fuera, justamente, un refinamiento del Quijote–. No repara en que el logro de Cervantes es hacer que nos riamos del viejo ridículo y demente, admiremos al justiciero idealista, y sintamos compasión por el buen hombre al que todo le sale mal, todo junto y a un mismo tiempo; esta complejidad de niveles de pensamiento y de sentimiento es –se me ocurre– más elaborada que cualquier refinamiento. La crítica de Nabokov es en esto injusta, pero en su misma injusticia (crueldad, casi) dice más y mejor de la novela que las empalagosas melazas prodigadas por la crítica española habitualmente.

Curso sobre el Quijote. RBA, 328 páginas

Más celebrado ha sido el capítulo sobre encantadores y encantamientos: los imaginarios de la primera parte, los muy reales de la segunda: los duques que montan complejos espectáculos caballerescos con el propósito declarado de burlarse de don Quijote; el bachiller Sansón Carrasco, que se viste de Caballero de los Espejos primero, de la Blanca Luna después, para ser derrotado y derrotar definitivamente, hacia el final de la novela, al caballero. Más extraño, más inesperado que todos éstos es el que acometió a Cervantes en la vida real: en 1614 un tal Avellaneda publicó una segunda parte de don Quijote antes de que Cervantes hubiera terminado la suya. En un momento memorablemente barroco de su novela, Cervantes hace que sus dos protagonistas se encuentren con un personaje de Avellaneda, quien se aviene a declarar ante escribano público que son falsos el don Quijote y Sancho que él ha conocido en la novela de su creador. Nabokov propone, con la inevitabilidad del escritor que descubre adónde lo llevaban todos los caminos de la novela que está escribiendo, que en la batalla final don Quijote debiera haber luchado no con Sansón Carrasco, sino con el don Quijote de Avellaneda: “¿Quién habría salido vencedor de esta batalla imaginada: el fantástico, el encantador loco genial, o el fraude, el símbolo de la robusta mediocridad? Yo apuesto por el hombre de Avellaneda, porque lo gracioso es que en la vida la mediocridad tiene más fuerza que el genio”. En este momento, más que en ningún otro, Nabokov se vuelve un autor del Quijote: cuando parece comprender, a pesar suyo, el misterio de la risa cervantina.

No podía ser de otra manera, porque él ya había creado, a su manera, su propia versión del caballero manchego. ¿Qué es Humbert Humbert, después de todo, sino un don Quijote que ve en la caprichosa, vulgar, mascadora de chicles, seguramente cubierta de acné y con aparatos, preadolescente Dolores Haze a la inmutable dama de sus sueños, su nínfula platónica, la eterna e incorruptible Lolita?

Gitanos en Europa/Wired/Víctor Hugo Viscarra

La construcción de lo indeseable

Procedentes de la India, los gitanos llegaron a Europa en 1312 y a París en 1427. Pero siguen siendo discriminados, como lo confirma la expulsión ordenada por el gobierno francés. Aquí, con ironía, el autor denuncia los siglos de prejuicios que alimentan el racismo de esa medida.

Por Jorge Emilio Nedich

Escritor, autor de “El pueblo rebelde. Crónica de una historia gitana”

Todo el mundo sabe que los gitanos son la escoria de la humanidad, son malos, antisociales, amigos de lo ajeno, robadores de niños, de caballos; en la modernidad, de autos. Brujos, practicantes de magia negra. Según sectores de la Iglesia Católica, caníbales que huelen a azufre. Son mentirosos, sucios, fabuladores, degenerados que no respetan la sangre y se casan entre parientes. Salvajes que no pueden vivir en sociedad, salteadores de sogas, de gallineros y de todo lo que puedan meter en sus mugrosos campamentos. Por éstas y muchas otras formas de rapiña, en los mejores hoteles de Europa recomiendan resguardar las pertenencias debido a la presencia gitana en las calles; en varios aeropuertos del viejo mundo se puede ver una fila aparte para los gitanos.

Estas personas procedentes del noroeste de la India, que hablan la lengua rom, llegaron a Europa en 1312 y a París en 1427. Desde entonces hasta el presente, han servido en los ejércitos europeos y por ello han obtenido títulos nobiliarios, tal es el caso del Duque Andrés y sus hombres en Inglaterra, aunque, a decir verdad, la mayoría de las veces fueron expuestos como carne de cañón, para que el enemigo gastara las balas en su molesta presencia. Siempre han vivido al margen de la sociedad, literalmente acampaban en las afueras de los poblados, tenían prohibido molestar a los habitantes con su osamenta llena de piojos, con niños gritones y mal educados que olían peor que los cerdos. Si tenían la osadía de entrar al pueblo, eran apaleados; si robaban algo para comer o para vestir, les cortaban una oreja; si volvían a robar, perdían las dos.

A fines del siglo XIX y comienzos del XX, cazar gitanos se había puesto de moda y las autoridades recompensaban al cazador con un cerdo y una caja de cartuchos (ver legislación antigitana en Europa: http://users.col.com/asglitum/gypsy.html). Sus mujeres eran y son bocas sucias, huelen a vagina, son brujas altamente peligrosas, robadoras de cuanto puedan tener a mano. Los hombres viven explotando a sus mujeres y a sus hijos, los mandan a mendigar, a vender baratijas y si al regresar no traen dinero, mujeres e hijos reciben una paliza formidable.

Por todos estos motivos la sociedad europea, en general, no los permite, desde que los vio por primera vez en el siglo XIV hasta el presente, formar parte de la ciudadanía. Estos gitanos ensucian París, no han sabido asimilarse en tiempo y forma al mundo moderno; no merecen ser educados, ni escolarizados, y pese al aporte económico de la Comunidad Económica Europea, no son tenidos en cuenta en los planes básicos de esos países, no los dejan ingresar por ultra marginales: es imposible censarlos, ordenarlos, alinearlos, registrarlos, convertirlos en ciudadanos.

Los millones de gitanos europeos que han sido expropiados de su patrimonio cultural y asimilados, están fuera de este conflicto (aunque sus vidas siempre corren peligro). Sólo son perseguidos los gitanos búlgaros y rumanos. Todos los gitanos sin excepción fueron esclavos de Europa durante cinco siglos; los últimos recuperaron su libertad en 1858 cuando Europa abolió la esclavitud; la libertad que no trajo bienestar, sino una vuelta a las persecuciones y a los asesinatos de siempre, que de manera reiterada son vendidos a la prensa como una reyerta entre gitanos. Y la prensa suele comprar.

Estos gitanos son perseguidos y asesinados a diario en Hungría, de donde proviene la familia de Sarkozy; las gitanas son cazadas en las calles y llevadas a los hospitales que tienen un sector exclusivo para gitanos. La población, en general, no quiere estar donde están ellos; y pese a que muchas gitanas son analfabetas, igualmente las obligan a firmar un papel donde dicen que aceptan ser esterilizadas. La Liga Magiar en Hungría dos por tres sale a matar gitanos; se forman comisiones investigadoras que nunca arriban a ninguna conclusión.

Las cárceles europeas están abarrotadas de gitanos sucios y ladrones; y los orfanatos llenos de niños mendigos, pero también robadores de todo. En estos lugares los gitanos también son discriminados y sufren agresiones físicas y contagios de infecciones terminales. La droga ingresa a los campamentos y los gitanos de cualquier edad consumen con una voracidad pocas veces vista y, al cabo de un tiempo corto, caen como moscas. No son pocos los políticos y ciudadanos que se alegran con estas muertes; la parca les saca trabajo de encima y el aire es más limpio y diáfano sin gitanos.

Recordemos que el Estado italiano, tanto como el rumano y el húngaro, fueron aliados del régimen nazi y tiene una historia negra con las minorías. También Francia, también Sarkozy. Rumania, desde que terminó la Segunda Guerra, intenta deshacerse de los gitanos; los propios rom afirman que les dan algo de dinero y pasaportes y los sacan de su territorio en vuelos hacia destinos preferentemente europeos. Otros gitanos, mafiosos verdaderos que regentean el delito de alto vuelo, no son molestados por autoridades a las que sobornan.

Después de cinco siglos de esclavitud, sólo puede haber, en lugar de un hombre, un ser animalizado; así, animalizado, el gitano recuperó su libertad para vivir dos siglos en la marginalidad más absoluta. La marginalidad destruye la cultura de un pueblo, y la autodestrucción pasa a ser su cultura: esto la sabe la Comunidad Económica Europea que hace importantes aportes económicos para que los países citados mejoren la calidad de vida para los gitanos y los instalen en una condición de existencia digna que nunca tuvieron. Como nos queda claro, la mejora en la calidad de vida para los gitanos no es posible, y parece que tampoco deseada por los gobiernos europeos, todos.

De hecho, Rumania se esfuerza por gastar los 32.000 millones de euros de fondos no reembolsables que le ha reservado la Comisión para la Integración de la Minorías en Riesgo, para el período 2007-2013. Y por lo visto ese dinero no luce en la miserable realidad gitana. Y aunque resulte increíble para los gitanos, impensable para muchos europeos y les cause dolor de estómago a otros tantos, las amenazas, la esclavitud y los delitos de lesa humanidad pasados, presentes y futuros, deberán pagarse en la justicia; si es así, será creíble que el poder desea combatir al racismo…

Entrevistas > Chris Anderson, el editor de Wired

La guerra invisible

Es editor de la revista Wired, el medio que más encima está del cambio tecnológico y sus incidencias en la cultura. Ha publicado dos libros sobre la nueva economía generada por Internet, es un ferviente defensor del software libre y un opositor a Microsoft y Apple, es considerado una de las personas más influyentes de Estados Unidos y hace unos meses anunció: “La web está muerta”. En una extensa entrevista en San Francisco, Chris Anderson recibió a Radar y habló de la guerra silenciosa debajo de su anuncio, de cómo el campo de batalla se amplía hacia el hardware y la robótica y de su inesperada historia personal, que incluye al punk, a la banda REM y a un abuelo que inventó el riego automático.

Por Mariano Blejman
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Desde San Francisco

En su número de agosto, la revista Wired salió con un título catástrofe: “The web is dead”. La web está muerta, sentenció. El artículo estaba firmado por su director, Chris Anderson. Y si algo pasa con las producciones de Anderson es que se pueden admirar o se pueden discutir, pero no se pueden evitar. Esa misma tapa impresa en gigantografía adorna ahora la entrada de la redacción de la revista, que –si bien su web es una vorágine de información que sube treinta artículos por día– por dentro pareciera permanecer en un mantra: la adrenalina está afuera. La tesis de la nota, basada en datos concretos, es que Internet se utiliza cada vez más para servicios no relacionados con la navegación: aplicaciones cerradas, las redes Facebook, Twitter, para los celulares, para los recién llegados iPads. Para Anderson, y para muchos como él que piensan que Internet debería permanecer “abierta”, el riesgo de que la web se use cada vez menos podría dar inicio a la monopolización de Internet. Es importante entender, en este caso, que Internet y la web no son lo mismo: mientras que internet es la estructura que permite que las computadoras se conecten entre sí, la web es apenas uno de los servicios que permiten la navegación de los usuarios por páginas y blogs. La nueva generación de teléfonos celulares inteligentes permitió que no hiciera falta la web para usar Twitter, Facebook, iTunes o radios a través de Podcasts. Esto es lo que hace, según el artículo de Anderson, que cada vez se navegue menos por la web.

Anderson es también considerado una de las diez personas más influyentes de los medios estadounidenses. La revista que edita imprime 800 mil ejemplares por mes en papel y tiene millones de visitas on-line. “Nunca hemos vendido tanto en papel”, replica Anderson, sentado en su cómodo sillón en la Third Street del corazón de San Francisco, a dos cuadras del South Park. Y no deja de ser desconcertante, porque en más de una ocasión ha reflexionado sobre la importancia de encontrar nuevas palabras para “medios” y para “periodistas”, dos nociones que están cambiando. ¿Si la revista va a dejar de imprimirse alguna vez? “Vamos a dejar de salir en papel... dentro de unos cien años”, sentencia.

Luego de una pequeña conversación sobre el rol de los medios en América latina (Anderson tuvo una visita fugaz a Buenos Aires a comienzos de septiembre para hablar en un panel organizado por el Consejo Federal de Inversiones), mientras detrás de su luminosa oficina se escuchan algunos pocos ruidos de San Francisco, Anderson dirá que es difícil hacer periodismo “cuando triunfa una revolución”.

¿Ustedes ganaron la revolución?

–Bueno, nosotros no, pero la cultura que creó Wired sí la ganó. La idea de que la tecnología podía ser una fuerza político-económica de cambio, una herramienta, un arma en la mano de la gente común, que le permitiría cambiar el mundo... esas ideas triunfaron. Eso que era radical en 1993 cuando se creó la revista, hoy resulta evidente.

Su primer libro, The Long Tail, salió en 2006. Y el segundo, Free, salió en 2009. Mientras que los libros fueron, en algún sentido, un llamado a la esperanza sobre Internet, la idea de que la web está “muerta” es más bien una advertencia. La teoría “long tail” (la larga cola) asegura que la economía está cambiando de manos: mientras antes unas pocas empresas concentraban sus ganancias en pocos productos, gracias a Internet el mercado estará dominado por millones de nuevos nichos. En Free, en tanto, Anderson desarrolla el concepto de que Internet produjo una nueva forma de hacer negocios basada en el costo cero, como los servicios de Google.

Anderson vive en Berkeley, a un kilómetro de donde se descubrieron los últimos elementos de la tabla periódica. Se había recibido de físico, realizó investigaciones en Los Alamos y luego pasó seis años en las dos prestigiosas revistas científicas Nature y Science. Antes de editar Wired, desde 2001, trabajó en The Economist durante siete años. Entre otras cosas, ahora trabaja en los proyectos BookTour, fundó las empresas DIY Drones y 3D Robotics, un emprendimiento para desarrollar hardware de código abierto. Es decir: los planos, los mapas, los bocetos de los robots que se construyen también son de dominio público. En 2007 fundó GeekDad, un blog que pasó a formar parte de Wired.com. Aun así, Anderson pareciera tener tiempo libre. Este hombre de hablar californiano, voz algo rasposa y mirada provocadora, está bastante lejos de aquella idea de la imparcialidad sobre la construcción de la noticia que enseñan las escuelas de periodismo.

Tus dos libros funcionaron como una clase de esperanza...

–Tal vez, pero traté de no hacerlo. Trato de no predecir, aunque a veces estoy forzado. Trato de escribir sobre datos, estadísticas, más que pensamientos o deseos. No niego tener algunas esperanzas y creencias, pero la información sugería que había una nueva cultura emergiendo con principios que daban el poder a la gente.

Sin embargo, el artículo “The web is dead” es más bien un aviso. ¿Vas a hacer un libro con él?

–No va a ser un libro. Mi nuevo libro será...

...entonces Anderson se levanta, busca una de sus revistas en la pila de su escritorio, y alza la tapa de enero de 2010 cuyo título es In The Next Industrial Revolution, Atoms are the New Bits (“En la nueva revolución industrial, los átomos son los nuevos bits”). Es un artículo sobre una nueva manera de crear equipos informáticos al que Anderson llama “hardware abierto”. Es decir, la posibilidad de estudiar, copiar y reproducir libremente piezas industriales. Ese libro saldrá en 2012.

Luego de publicar ese artículo sobre el final de la web, Anderson tuvo una larga serie de conversaciones electrónicas con el periodista Tim O’Reilly sobre el peligro que implicaba para la cultura digital el triunfo de un modelo cerrado, como el que proponen Apple o Microsoft. La idea del software libre nació a mediados de los ’80, cuando Richard Stallman creó la Free Software Foundation, para defender el uso libre del software. Mientras Microsoft proponía un sistema de códigos cerrados (no se puede ver cómo se programa y hay que pagar por la licencia), Stallman y más tarde Linus Torvalds proponían que el software fuera libre de uso, de ser estudiado, de ser copiado, de ser mejorado. El mayor producto comunitario de uso libre es GNU/Linux. Pero esa idea se expandió también a los derechos de autor: Creative Commons propone que los artistas ofrezcan derechos de reproducción libre.

Entonces, ¿se trata de una advertencia?

–Absolutamente. Hay una batalla en Internet entre el modelo abierto y el cerrado. El lado cerrado está ganando por el momento. Honestamente, espero que pierda. Espero que la web gane. Pero la tendencia no se ve bien. Yo vivo en los dos lados de la moneda. Durante el día uso el iPad de Apple y participo en sistemas cerrados porque es el mejor modelo de negocios. Por la noche, llevo adelante mi trabajo en las comunidades web, manejo un proyecto de código abierto. El personaje de día me hace tener mejores negocios. De noche, me siento mejor conmigo. Durante el día avalo el copyright, durante la noche peleo contra la propiedad intelectual. Vivimos en un mundo binario, contradictorio, de modelos que compiten. Esa es la historia de mi vida, me ha pasado constantemente en estos dos mundos. No es hipocresía la mía (se ríe). Hay un chiste que hacemos quienes venimos de la física. Es que formo parte de la dualidad onda-partícula. Hay una teoría que dice que una misma cosa puede ser una onda y también una partícula. Los dos modelos coexisten en Internet: el modelo abierto y el modelo cerrado.

En el artículo decís que el esfuerzo por terminar con la web tiene que ver con el capitalismo.

–El capitalismo es el esfuerzo de crear mercados, y trabajarlos en función del beneficio. La forma de crear beneficios es produciendo escasez y si no existe escasez hay que crearla. Si se produce mucho, hay que tirar algo, ganar consumidores, cambiar las reglas. Pero la esencia del negocio es vender escasez. Y en la web se trata claramente de tratar de mantenerla cerrada. Los mercados cerrados promueven la escasez, los sistemas abiertos tienen abundancia. Los mercados cerrados quieren mantener el poder y por eso el capitalismo ha ido monetarizando mercados como la web, principalmente un mercado no monetario. Por eso, la web, donde todos participan y comparten, no es un espacio natural para el desarrollo del capitalismo.

EL NACIMIENTO DEL WEBPUNK

Cuando James Truman de Conde Nast contarató a Anderson como editor de la revista, lo describió como “un poco geek, un poco rockero”. Tenía más razón de lo que creía. Un tiempo atrás, el sitio Gawker.com encontró una banda post punk asentada en Washington D.C. llamada Egoslavia. La banda tenía un integrante llamado Chris Anderson. Egoslavia grabó un disco con el mismo nombre en 1982 y la primera canción se llamaba “Lost Songs”. Cuando la noticia del rol de Anderson en el grupo punk comenzó a circular por Internet, el escritor contó la “verdadera historia” del nombre Egoslavia en su blog. Anderson aseguró que el nombre original de su banda era REM y que el dueño de un club inventó una forma de dirimir la contienda: las dos bandas llamadas REM compitieron una noche y el público votó quién debía quedarse con el nombre. Los actuales hiperconocidos REM se quedaron con el nombre y la banda de Anderson se convirtió en Egoslavia. Al poco tiempo, desapareció.

El punk no es un detalle menor en su historia. Buena parte de su convicción a favor de los sistemas abiertos proviene de aquella época en que tenía 20 años y pretendía mantenerse fuera del mercado tradicional. “Hacíamos álbumes, singles y fanzines gratis. Decíamos que no queríamos tener dueños, pero la verdad es que éramos muy malos y nadie se interesaba en nosotros. Queríamos romper las estructuras tradicionales de la música y defendíamos el ‘hazlo tú mismo’. Eso me hizo pensar que la gente normal podía hacer cosas extraordinarias si le daban las herramientas. Hacíamos música no para hacernos ricos, sino porque era divertido.” Anderson cree que muchas de las cosas que hace la gente en la web no tienen que ver con el dinero, sino con la reputación, la atención y la posibilidad de expresarse. Entre quienes más le influyeron a la hora de adoptar una postura por la web abierta está Lawrence Lessig, el creador de Creative Commons, un sistema de licencias donde los autores pueden liberar sus derechos para que sus obras sean usadas libremente. “Fue una gran influencia allá por el 2003. Era el comienzo del movimiento de código abierto. Lessig me ayudó a pensar en el modelo de propiedad intelectual, y ahora manejo una comunidad de código abierto. Ya no es sólo algo teórico.”

LOS CHICOS DE LA BAHIA

San Francisco se puede describir con facilidad. No tanto por la complejidad de sus intereses contrapuestos, sino por la hiperdigitalización de sus espacios abiertos. San Francisco se puede recorrer a través de Internet como ninguna otra ciudad del planeta: mapas virtuales, fotos de las calles, una ciudad que se autorreferencia en la web y que no se entiende sin el on-line. En esta bahía ondulante conviven una consolidada comunidad hippie, la calle Castro (que explota el estereotipo homosexual) y un espacio para el intercambio de ideas. Así creció en San Francisco un espacio para nuevas empresas, que quieren cambiar la forma en que se usa Internet. A estas nuevas empresas que “comienzan” se las llama “start-up”. Cuando una start-up que recién comienza cambia la forma de usar Internet se la llama “disruptiva”. Este es un momento único: la forma en que se distribuye la información quebró los sistemas tradicionales de poder.

¿Por qué se asentó en San Francisco la economía de las start-up?

–En San Francisco somos todos inmigrantes: hay latinos, asiáticos, indios. Mi familia vino de las clases más bajas de Suecia, si hubiesen sido personas ricas no se habrían ido de Suecia. San Francisco atrae gente interesada en vidas alternativas, donde convive la cultura con modelos de negocios. Aquí están las universidades de Stanford y Berkeley. Hay gente que quiere vivir y trabajar: de día son ingenieros y de noche son creadores. De día son empleados y de noche revolucionarios. Es una clase de cliché de San Francisco, una ciudad liberal abierta a las nuevas ideas.

Hablando de nuevas ideas, en una entrevista con la publicación alemana Der Spiegel, decías que la noción de “periodismo” había que redifinirla.

–Creo que palabras como “medio” o “periodismo” están un poco pasadas de moda. Cambió el significado, y es difícil saber quién es periodista y quién no, creo que hay que pensar nuevas palabras.

¿Pensaste en inventarlas?

–Ese no es nuestro trabajo.

¿Qué pasará con Wired? ¿Dejará de imprimirse en papel?

–Algún día... como en cien años. Vendemos 800 mil ejemplares por mes, nunca fuimos tan populares. Nunca tuvimos más ganancias en la historia de esta revista. Tenemos una versión para iPad, la primera vendió 100 mil copias. Estamos haciendo plata en todas las dimensiones. Tenemos una versión inglesa, una italiana y vamos a imprimir en papel por largo tiempo. Este fue el año del e-book de Amazon, que tuvo un crecimiento muy rápido, pero alguna gente todavía prefiere los libros impresos, como regalo, como objeto de lujo. Tal vez el libro en papel sea en el futuro un tercio del mercado y e-book dos tercios. Pero mientras el porcentaje sea cada vez más pequeño, el libro será más hermoso. Y tal vez eso pase con las revistas, que serán un tercio en papel y el resto digital.

Pero en Internet la publicidad está compitiendo con los medios tradicionales.

–La publicidad está cambiando. Los diarios compiten con la web, que es rápida y barata. Las revistas no compiten tanto con la web. Mientras en el modelo de revista impresa por suscripción perdemos dinero con la venta pero lo ganamos por la publicidad, en el iPad se hace plata con los dos modelos: con la venta y con la publicidad. Todavía no tenemos un sistema de suscripción por iPad, pero lo tendremos.

¿Hacia dónde van los medios cuando sitios como Twitter, Paper.li, los sitios agregadores están ganando tráfico? Ustedes compraron Reddit.com, un sitio agregador. Muchos piensan que será difícil mantener a la gente frente a los medios tradicionales por Internet.

–Hemos estado vendiendo revistas por iPad durante seis meses. Sabemos que la gente pasa cerca de una hora en promedio con la revista en su pantalla. En la web, la permanencia no dura más de tres minutos por artículo.

EL SISTEMA DE REGADO AUTOMATICO

Hay algo de linaje familiar cuando Chris Anderson cuenta la historia de su empresa 3D Robotics, ese proyecto de hardware abierto. El abuelo de Anderson, Fred Hause, inventó el sistema de riego automático, lo patentó hace unos cuantos años y le dio a la familia de Anderson una “modesta fortuna familiar”. “Creo en el código abierto, en el software libre, en los desarrollos comunitarios y mi cuestión particular es la robótica”, cuenta. Esta vez, a diferencia de la decisión de su abuelo de patentar el sistema de regado automático, sus inventos quedarán en “dominio público”, a través de lugares como HackerSpace.org. “Ahora hay una forma de hacerlo”, y refuerza: “Yo no patento mis inventos”. Hace un tiempo, Jon “Maddog” Hall, de Linux International, le decía a Página/12 que las patentes de software no deberían existir. “Yo no iría tan lejos. Sólo diría que no patentaría mis proyectos. Como lo pongo en el dominio público, ya no pueden patentarlo. No estoy contra las patentes, sólo que no me parece un modelo justo. Las drogas, las farmacias, algunas industrias sí deberían retener patentes. No soy un gran fan de las patentes de software, pero no iría tan lejos como para prohibirlas”, dice.

Anderson cree que el mundo es mucho mejor ahora que antes de Internet, que la sociedad ha progresado a una velocidad inédita, que la tecnología en manos de la gente les da más poder a las personas, que Internet es apenas “una herramienta” que se puede usar para el bien, que China e India han incorporado grandes franjas de población a las capas medias, que la gente está expuesta a la cultura global, pero que todavía hay pobreza, injusticia, aunque en general las herramientas para mejorar la calidad de vida están mejor distribuidas. “Pero si el modelo abierto falla como modelo de negocio habremos perdido algo como cultura. Podría ser bueno para el negocio, pero malo para la cultura”, dice.

¿Las nuevas empresas para Internet van a ser cada vez menos?

–Internet es sólo una herramienta. No fundamos una empresa para crear Internet sino para usarla. ¿Acaso dejaron de crear empresas que usan electricidad? Es sólo una herramienta, una herramienta poderosa. ¿Es el teléfono una herramienta? La analogía es similar. Hay infraestructura y contenido. La similitud de la web no es con el teléfono, es con la llamada telefónica.

¿Las decisiones políticas influirán en el desarrollo de Internet?

–Aunque empezó como un proyecto gubernamental, el desarrollo de Internet no ha tenido tanto que ver con los gobiernos.

–Venezuela y Ecuador exigen por ley el uso del software libre en sus administraciones. ¿Qué piensa?

–Eso me parece bárbaro. Soy un fan del software libre y del de código abierto. Trato de usarlo cuando puedo. Aunque no sé cuán efectivo es ponerlo en una ley, prefiero verlo en el mercado.

Pero la gente usa software propietario por cuestión de inercia.

–Exacto. El concepto de código abierto es realmente nuevo. Mucha gente recién está empezando a entender de qué se trata. Pero ahora todos usamos Firefox (el navegador de código abierto), yo uso un teléfono Android (el sistema operativo de Google que es abierto), y si estás navegando, seguramente estarás usando un servidor Apache (basado en GNU/Linux). Estamos muy cerca del código abierto diariamente. El concepto de hardware abierto es todavía más nuevo y radical. Pero en 20 años, claro, será más fácil de entender.

La última curda

Muerto en 2006 de una fulminante cirrosis, Víctor Hugo Viscarra es uno de los secretos mejor guardados y aún resistidos de la literatura boliviana. Ahora se publica por primera vez en la Argentina Borracho estaba, pero me acuerdo, obra de culto aparecida originalmente en 2002. Crónica, memorias y cuentos, sus descarnados relatos cruzan la autobiografía con la cartografía marginal de los habitantes del submundo boliviano.

Por Nicolas G. Recoaro
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“Soy antropólogo: soy experto en antros”, decía Víctor Hugo Viscarra para presentarse como relator del submundo boliviano. Viscarra escribió sobre lo que conocía: el laberinto de las calles, las cantinas de mala muerte, la cárcel, el alcohol barato, la delincuencia, la adicción al pegamento y la marginalidad. Borracho estaba, pero me acuerdo –su tercer libro de relatos ahora publicado por primera vez en la Argentina– recrea la vida de un hombre que pasó más de tres décadas viviendo a la deriva entre las ciudades de La Paz y Cochabamba. A mitad de camino entre la crónica, las memorias y el cuento corto, los cincuenta relatos reunidos en el volumen pintan un feroz fresco del bajo fondo andino. “Jamás podrán decir que Viscarra escribía sobre lo que no sabía, como ocurre con varios escritores borders de moda”, explica la escritora Virginia Ayllón, desde las alturas paceñas. Esas calles donde Viscarra no tenía nada que perder, donde caminar la noche con un escuálido abrigo y su botellita con alcohol puro a la espera de los salvadores rayos del alba fueron construyendo su universo. Delincuentes de prontuarios flacos que penan en granjas de rehabilitación; humildes emigrados del campo que subsisten a los tumbos cargando sus penas en los mercados populares; lustrabotas que vuelan entre vahos de thinner; viejos proxenetas venidos a menos; expertos en cuentos del tío y otras sableadas; voluptuosas cholitas dedicadas al strip-tease. Se puede pensar que la de Viscarra es una literatura menor que asume una doble marginalidad: desde lo que dice –sus personajes, sus escenarios– hasta cómo lo dice. Voces quechuas, aymaras, campesinas, lúmpenes y siempre explotadas. Sus memorias tejen, en primera persona, la política marginal de las urbes andinas.

Viscarra nació en 1958. Su madre era pobre, su padrastro era pobre, todo el mundo –salvo dos o tres familias dueñas de las minas de estaño– era pobre en la Bolivia de aquellos años. “Puedo decir que a los doce años me sumergía de cabeza en la noche. En sus oscuras entrañas aprendí cosas, buenas y malas. La noche de La Paz es un laberinto que, al no tener principio, tampoco tiene fin, y uno puede perderse para siempre”, escribe Viscarra en “Frío en el alma”, uno de los relatos de Borracho estaba... Desde aquella noche iniciática, las leyendas urbanas sobre las derivas del “Bukowski andino” lo transformaron en un auténtico mito dentro de las letras bolivianas: efímeros pasos por redacciones, algunas changas como escritor fantasma y otras fugaces intervenciones menores en diversos oficios terrestres con la omnipresente sombra del alcohol a cuestas. Su primer libro, que lo rescató del anonimato, fue Coba: lenguaje secreto del hampa boliviano (1981), un soberbio documento recopilatorio del lunfardo y el argot carcelario, que la policía nacional boliviana publicó sin siquiera mencionar al cronista. Luego de aquel primer mal trago llegaron Relatos de Víctor Hugo; Alcoholatum y otros drinks; Avisos Necrológicos y Ch’aqui fulero, que se han convertido en auténticos best sellers de la piratería librera boliviana.

Borracho estaba, pero me acuerdo. Víctor Hugo Viscarra Libros del Náufrago 240 páginas

Desde los callejones paceños y cochabambinos, Viscarra supo transformarse en la punta de lanza del grupo de narradores que comenzaron a gestar sus proyectos literarios algunas décadas después de que el cimbronazo político y social de la Revolución del ’52 haya quedado empantanado en reformismos tibios. Pero no tan alejados de la dura herencia de los gobiernos militares y los años dulces de la cocaína y el neoliberalismo. Los relatos de otros escritores paceños, como la extensa obra del maldito Jaime Sáenz, los cuentos de Adolfo Cárdenas, Wilmer Urrelo y William Camacho encuentran fuerte sintonía con la obra de Viscarra. Relatos urbanos, textos con un manejo erudito del argot callejero y sus códigos; historias autobiográficas donde el humor ácido y la ironía se beben de un saque. Cuentan que en varios de sus relatos, Viscarra vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años (“Nacionalizo una pistola y me pego un tiro”). El tiro del final se lo dio una cirrosis fulminante, que se lo llevó en mayo de 2006.

En su libro, Viscarra traza una cartografía marginal sobre mercados negros, comedores populares, basurales, puteros, comisarías, bares, cabarets y barriadas. Viscarra sobrevivía merodeando una ciudad de La Paz semiclandestina; la de antros fantasmagóricos como La Casa Blanca, La Curvita, Las Cadenas (con sus vasos y ceniceros encadenados a las mesas), El Pezón de la Mariposa, El Averno (con sus paredes decoradas con imágenes de La Divina Comedia), El Abismo y El Volcán; cuevas donde los tragos servidos en latas oxidadas cuestan centavos y la regla es amanecer muerto o, con suerte, desnudo. Con su especial manera de narrar su resistencia, Viscarra también luchaba por ser un extranjero en su propia lengua y construir un espacio al margen del canon literario boliviano que lo condenó a un frío ostracismo. En la última entrevista que dio, pocos meses antes de su muerte, Viscarra decía: “El mío es un trabajo contraliterario. Hay muchos que se sienten ofendidos con mi literatura. Con mi libro Borracho estaba, pero me acuerdo he tenido tres juicios por difamación. Pero como no tengo un lugar fijo donde vivir, no pasó nada. Además, todos los que me homenajean son unos hipócritas que viven en la porquería. El Apocalipsis dice que vendrá el Juicio Final y habrá gente que se irá al infierno por sus actos, pero yo digo: me da igual, porque he vivido toda mi vida en un infierno”.