martes, 29 de abril de 2008

RadarLibros, domingo 27 de abril de 2008

Carne

Pocos autores han recibido tanta atención de parte de la crítica (de Barthes a Deleuze, pasando por Simone de Beauvoir) como el marqués de Sade. Pocos libertinos han sido tomados tan en serio aunque sus recetas para la carne no hayan podido ser mayormente llevadas a la práctica. La publicación de Sade de Annie Le Brun, editora de sus obras completas en Francia, recupera la figura de Sade como escritor y recrea el gran mito que comenzó a gestarse en plena Revolución Francesa.

ESCENA DE QUILLS DE PHILIP KAUFMAN SOBRE LOS ULTIMOS AÑOS DEL MARQUES DE SADE EN EL ASILO DE CHARETON, CON GEOFFREY RUSH Y KATE WINSLET.

Por Patricio Lennard

ESCENA DE QUILLS DE PHILIP KAUFMAN SOBRE LOS ULTIMOS AÑOS DEL MARQUES DE SADE EN EL ASILO DE CHARETON, CON GEOFFREY RUSH Y KATE WINSLET.
28 de noviembre de 1785. En la soledad de la mazmorra, se oye el garrapateo de la pluma sobre el papel y la respiración dificultosa del hombre obeso. Los huesos de pollo han quedado en el plato de la cena. La mano engrasada, manchada de tinta, hurguetea un resto de comida entre los dientes. En el texto que hace días escribe con letra microscópica, en un rollo de papel que ya tiene doce metros de largo, compuesto por hojas que ha ido pegando una atrás de otra, el infierno acontece en un castillo. Pero la tinta nunca llega a tener el olor de la sangre. Ni la vela que le permite escribir en la oscuridad es la misma que hace un rato le servía a un fustigador para quemarle el clítoris y los pezones a una mujer en su libro.
Falta poco para las diez cuando el marqués de Sade consigna al pie del manuscrito la cantidad de días que le ha llevado escribir Las ciento veinte jornadas de Sodoma. Enrolla la banda de papel, se acomoda en el camastro y apaga el candelero. Por la ventanita el claro de luna se filtra junto con el aire gélido de finales de otoño. Ha concluido su primera novela y una dulce agitación lo embarga de repente. Por eso le costará conciliar el sueño aquella noche. Contará atrocidades como ovejas hasta quedarse dormido.
Que “las huellas de mi tumba desaparezcan de la superficie de la tierra, como me enorgullezco de que mi recuerdo desaparezca de la memoria de los hombres”. En su testamento, el marqués de Sade pide que lo sepulten en su propiedad de Malmaison, sin ninguna ceremonia, pero lo terminan enterrando en el manicomio de Charenton, donde él pasa internado varios años de su vida (en 1803, a instancias de su familia, es declarado loco) y muere el 2 de diciembre de 1814.
Con el fin de disipar algo de la heredada ignominia, su hijo quema entonces sus manuscritos inéditos. Así es que de Les Journées de Florbelle, una ambiciosa novela en varios tomos, sólo ha perdurado el nombre. Los diarios íntimos se pierden. Sus libros son prohibidos. El fuego busca ser la maleza de su tumba. Y el ocultamiento es efectivo: casi olvidado durante el siglo XIX, Sade será redescubierto en los años ’30 del siglo XX, tras la sorpresiva publicación de Las ciento veinte jornadas de Sodoma.
Esa curiosa novela él la escribe cuando está preso en La Bastilla. Y es parte de la leyenda que su manuscrito se pierde en medio de la célebre toma de la prisión, de la que Sade es trasladado unos días antes. Durante toda su vida el marqués se lamenta profundamente por el extravío de ese libro, del que no se supo nada hasta que en 1904 comenzó a circular en Alemania una edición semiclandestina. Recién en 1931 es publicado en Francia, en medio del entusiasmo de los surrealistas, quienes celebran en Sade al rebelde por antonomasia frente al orden burgués, al precursor de Freud en el develamiento de la perversidad de la mente humana.
Las ciento veinte jornadas... es sin duda su obra más brutal, epítome de su concepción olímpica de la lascivia y el crimen. En ella, cuatro libertinos, encerrados en un castillo inexpugnable, con un séquito de sirvientes que son a la vez sus cómplices, urden un plan para ocupar cuatro meses en los más inimaginables desenfrenos sexuales, valiéndose de un grupo de hermosos jovencitos que han sido secuestrados y tomados prisioneros. Pero no todo está librado allí a las vicisitudes de la carne, ya que el relato de las cuatro narradoras, que hacen las veces de calenturientos juglares, arma en la novela un catálogo de “pasiones” que, además de inspirar a los libertinos, le permite llevar a Sade su imaginación al límite. Es en el crescendo mediante el cual la truculencia de las perversiones y los horrores relatados y practicados en el castillo de Silling aumenta con el paso de los días, donde la erótica de los cuerpos y los suplicios de la carne llegan a un punto de virtual agotamiento. El colmo es la figura que persigue la literatura de Sade. Por eso es casi imposible intentar superarlo sin evitar repetirlo: si algo deja en claro su literatura es que no se le puede hacer mucho más a un cuerpo.
Se entiende así que el eterno problema de sus libertinos (y el de él como escritor) sea la inadecuación entre sus más extremas fantasías y los medios a su alcance para materializarlas. Tal como lo plantea Dolmancé en La filosofía en el tocador: “No siempre se puede hacer el mal. Privados del placer que éste nos produce, compensemos al menos esta sensación con la excitante maldad de no hacer nunca el bien”. Es en los tiempos muertos, en los intervalos ociosos (los libertinos también duermen), donde la maldad se choca, abstraída de su sentido metafísico, con sus propios límites. Y algo de razón tiene George Steiner cuando habla de lo escasas que son, en el fondo, las modalidades de placer y dolor sexuales que Sade describe “con el furor pedante de un hombre que trata de obtener el último decimal de pi”.
Pero es en ese afán de absoluto (“la ley de gravedad es un estorbo”, ironiza Steiner) donde comprendemos que la literatura sólo vive si se traza objetivos desmesurados. ¿En quién sino en Sade hallar el ejemplo de ese exceso que hace que aún tenga sentido escribir?
Que para Sade el infierno no sea obra de Dios sino del hombre explica las imperfecciones de su funcionamiento. Si el placer de matar a un individuo es una sensación que pasa de inmediato (¿es preferible matar por mucho tiempo a alguien o asesinar a muchos en el menor tiempo posible?), lo que siempre queda, como un regusto amargo, es la desazón de no poder acabar con la humanidad entera. El genocidio como fantasía voluptuosa (el personaje de Saint-Fond soñando ser él mismo la Caja de Pandora, “a fin de que todos los males salidos de mi seno destruyeran a todos los seres individualmente”); la utopía de provocar un cataclismo adrede, de tan siquiera encender la mecha del Apocalipsis, lleva la noción de crimen hasta sus últimas consecuencias.
Si Dios no existe (y esa es la premisa de la que parte Sade), la megalomanía que anida en el corazón de sus libertinos, el superpoder que hace del mero libertinaje la más monstruosa de las monstruosidades (la redundancia, claro está, es otro de sus fetiches), tiene como efecto inmediato trivializar el crimen. Por eso el accionar criminal es entendido en Sade como un simple movimiento regulador de la naturaleza; por eso, a la manera de Malthus, “los asesinos son en la naturaleza como la guerra, la peste, la carestía; son uno de los medios de la naturaleza, como todas las plagas con que nos agobia”.
Pero una cosa es la suma de los actos criminales y su incidencia en el control demográfico, si se quiere, y otra es que alguien pretenda arrogarse para sí, aunque más no sea imaginariamente, el poder destructivo de Natura. Reducido a la muerte en tanto fenómeno físico, el crimen es deslindado así de sus consecuencias morales, y visto como mero engranaje del ciclo vital, inclusive. “El asesinato no es una destrucción”, dice Dolmancé, “el que lo comete no hace más que modificar las formas, devolviendo a la naturaleza unos elementos de los que luego se servirá hábilmente para recompensar a otros seres”. Sin el alma de por medio, sin que el alma sea algo a tener en cuenta, cuerpo y cadáver –carne el uno para el otro– constituyen apenas dos estados, diferentes, de la materia. De ahí que no haya nada trascendental en el hecho de morir para los personajes de Sade: lo único que se constata en el crimen es la muerte.
Esa coartada se contradice, sin embargo, con la teatralidad de la violencia. Si asesinar equivale a transformar una materia viva en inerte, el ensañamiento y la experiencia del dolor deberían ser, en algún punto, irrelevantes. Pero ¿cómo se explica que esa naturalización del crimen, esa banalidad del mal, sea funcional a un pensamiento que ve en el asesinato la vía de acceso a la mayor satisfacción voluptuosa? Allí es donde la apatía evidencia su real importancia. Tal la ascesis del libertino sadiano: la indiferencia más imperturbable como coronación del furor más indecente.
Poder llegar a matar como mata la naturaleza, anhelar convertirnos en la propia Muerte (ser la Muerte), es la utopía más desmesurada que se plantea Sade. El grado más alto de abstracción del asesinato en cuanto práctica. La instancia en que se le quita toda criminalidad al crimen.
En ese extremo el Mal deja, por supuesto, de tener sentido, y el pensamiento de Sade se toca, provocativamente, con la metafísica. Más allá de la fatigosa enumeración de todas las formas por las que un ser humano puede ser destruido, en la variante conceptual del crimen está el punto de fuga de su filosofía. Así Clairwil, uno de sus personajes, imagina un procedimiento por el que el mal pudiera hacerse solo. “Querría encontrar un crimen cuyo efecto perpetuo actuase aun cuando yo dejase de actuar, de modo que no hubiera un solo instante de mi vida en el que, aun durmiendo, no fuera yo causa de un desorden cualquiera, y que ese desorden pudiera extenderse al punto de arrastrar una corrupción general, o un disturbio tan terminante que su efecto se prolongara más allá de mi propia vida”.
En la idea de “crimen infinito”, en esa forma radical del mal que emerge de la impersonalidad y el automatismo (el crimen como efecto dominó, como happening), Sade brinda el más perturbador ejemplo de apatía. ¿Cómo asesinar a pesar mío, sin percatarme, desinteresadamente? ¿De qué modo puedo convertirme, incluso sin saberlo, en el más consumado genocida?
Escribe Barthes en Sade, Fourier, Loyola: “La mierda escrita no huele; Sade puede inundar con ella a sus personajes, y nosotros no recibimos ningún efluvio, sólo el signo abstracto de una desazón”. Ciertamente...
Saber que en Saló, la película de Pasolini basada en Las ciento veinte jornadas de Sodoma, la mierda que tragan algunas de las víctimas está hecha con salsa de chocolate y mermelada de naranja, nos evita, siquiera en parte, la repugnancia de ver lo que habíamos leído.
Pero ¿es concebible una literatura que nos obligase a leer apartando la mirada? ¿Puede el horror ser un efecto de lectura?
En la noche 493 del Libro de las Mil y Una Noches, se dice que Alá fundó un infierno de siete pisos, el primero de los cuales está destinado al castigo de los musulmanes que han muerto sin arrepentirse de sus pecados. A Sade sin duda le hubiera gustado mucho la descripción de ese infierno, “el más tolerable de todos”, el cual contiene: “mil montañas de fuego, en cada montaña, setenta mil ciudades de fuego, en cada ciudad, setenta mil castillos de fuego, en cada castillo, setenta mil casas de fuego, en cada casa, setenta mil lechos de fuego, y en cada lecho setenta mil formas de tortura”.
La hipérbole es uno de los recursos primordiales del humor sadiano. En las metódicas vueltas de tuerca a la atrocidad y el sacrilegio, en sus grotescas refracciones, la risa es lo que emerge de las profundidades del espanto. Ya sea en el arquetipo del “duro de matar” que encarna Justine, o en el vértigo de acumulación de la aprendiz de libertina de La filosofía en el tocador (“¡Ah, gritas, madre, gritas cuando tu hija te coge!... ¡Y tú, Dolmancé, me enculas!... ¡Soy entonces a la vez incestuosa, adúltera, sodomita, y todo en una chica que apenas fue desvirgada hoy!... ¡Qué progresos, amigos míos!”), la heroicidad del mal, leída desde hoy, es regida por la lógica del record Guinness. El crimen hojaldrado, la superposición de capas de malignidad, e incluso el esteticismo con que Sade compone algunas de sus viñetas (“Coloca a una muchacha desnuda a caballo sobre un gran crucifijo, y en esta pose la coge por la concha, pero por detrás, de modo que la cabeza del Cristo masturbe el clítoris de la puta”; “Da por el culo a un cisne, metiéndole una hostia en el culo, y él mismo estrangula al animal cuando acaba”; “Corta los cuatro miembros de un chiquillo, encula el tronco, lo alimenta bien, y lo deja vivir así; ahora bien, como los miembros no han sido cortados muy cerca del tronco, vive largo tiempo. Lo encula así durante más de un año”); es en este exceso, decíamos, por el que los malabares de la imaginación, lejos de horrorizar, provocan risa, donde Sade invita a ser leído libertinamente. A reemplazar el subrayado del lápiz negro por las más propicias y gustosas anotaciones del látigo.
“Ah, en Sade, al menos, respetad el escándalo”, declamaba Blanchot. “La figura enorme y siniestra de Sade”, evocaba Swinburne.
El marqués funda y agota de un plumazo el género de horror en la literatura, y por eso aún sigue atemorizándonos. No en vano se lo ha leído tantas veces con el miedo propio de quien se predispone a tener pesadillas a la noche, o con la tonta añoranza de que nuestros padres no hayan querido asustarnos alguna vez de chicos con las cuatro letras lacerantes de su nombre.
La mitología de Sade se complace en confundirlo con sus personajes, en construir una imagen sadiana de Sade. No en vano tanto él como Sacher-Masoch son quizá los únicos enfermos típicos que le han dado su nombre a una patología, cuando son los médicos, en general, los que lo hacen.
Sabemos, no obstante, que el marqués ni de lejos tuvo la audacia de acceder a los abismos que describe en su obra. Sabemos también que hirió a navajazos a una joven mendiga, y que ésta, en un testimonio oficial, habló de los abominables gritos que el goce de lastimarla le arrancaba. Si bien “estuvo a menudo –como certifica Bataille– en problemas con la policía, que desconfiaba de él, pero que no pudo acusarlo de ningún verdadero crimen”, en una época en que era habitual que los aristócratas maltrataran en sus juegos eróticos a cuanta campesina y prostituta engatusaban, el marqués se agenció su reputación por su empecinada negativa a considerarse inocente.
Sin haber predicado con el ejemplo, sin embargo, Sade nos enseña que un crimen puede ser una obra de arte.
Pasiones encontradas
Hace años que Jean-Jacques Pauvert y Annie Le Brun vienen llevando a cabo la empresa de editar en Francia las Obras completas del marqués de Sade. Tarea de dimensiones titánicas, si se tiene en cuenta las miles y miles de páginas que comprenden sus novelas, sus piezas teatrales, sus panfletos políticos, sus ensayos, sus notas personales y su correspondencia, sin contar, por supuesto, la cantidad de textos que se saben extraviados o han sido destruidos.
Escrito como Introducción a las Obras completas, el libro de Annie Le Brun Sade. De pronto un bloque de abismo... es el fruto de años de investigación que han hecho de su autora una de las principales especialistas francesas en la obra de Sade. Credenciales que ella expone en su libro con la virulencia de quien pretende legitimar su lectura cuestionando a mucha de la palabra autorizada existente sobre Sade. En ese afán revisionista, Le Brun acierta, por ejemplo, cuando enfatiza la centralidad de Las ciento veinte jornadas de Sodoma y marca lo desatenta que parte de la crítica ha estado (el ejemplo es Blanchot) ante el carácter programático de esa obra maestra. También cuando desacredita, siguiendo en ello a Lacan, la idea de que Sade anticipa a Krafft-Ebing y a Freud en la confección del catálogo de las perversiones sexuales. En este punto, Le Brun argumenta: “Si bien los especialistas reconocen la exactitud casi clínica de sus cuadros de las pasiones, Sade no se atiene en él ni se acerca a la estricta objetividad científica: sin discusión, unos personajes llenos de maldad, un decorado que pervierte el espacio como máquina de placer, unos comentarios voluntariamente escandalosos hacen que el proyecto se deslice hacia la ficción”.
Diferente es el caso cuando Le Brun se mete con Barthes para criticar “la ligereza de hablar de literatura con respecto a Sade”. Un error que ella comete malinterpretando la hipótesis de que parte de la originalidad de Sade residiría en la novedad de su escritura, en su carácter de instaurador de lenguaje. Algo en lo que Le Brun detecta una licuefacción del potencial subversivo de su pensamiento en pro de la celebración de sus virtudes literarias, cuando de lo que se trata es de situar al marqués en el durante tanto tiempo vedado panteón de los escritores. Un acto de justicia, según Barthes, que para Le Brun apenas disimula la intención de asimilar lo inasimilable (¿pero acaso ella no es la editora de sus Obras?). “No hay que suponer que haya algún tipo de voluntad literaria o estética de parte de Sade”, escribe Le Brun, y no es difícil ver allí un exceso que no tiene otro objeto que avivar un malditismo que –a fuerza de ser un lugar común– en Francia jamás ha dejado de avivarse.
Más allá del mayormente inmoderado apoyo que la argumentación del libro de Le Brun tiene en citas de textos de Sade, su afán por cumplir un recorrido integral por su obra la lleva a iluminar zonas laterales como el teatro, de gran importancia para el marqués, y a establecer novedosas conexiones con la obra de autores como Maquiavelo, Rimbaud y Jarry. Su sugestiva hipótesis de que Las ciento veinte jornadas de Sodoma es un libro terminado, y no una novela que Sade habría dejado inacabada involuntariamente (cualquier lector sabe que tres de sus cuatro partes se reducen a enumerar las pasiones que en la primera parte tienen desarrollo narrativo, lo que les da el aspecto de esbozos o planes), se ampara en la certificación de que Sade tuvo cuatro años, desde el otoño de 1785 hasta julio de 1789, antes de su traslado de La Bastilla a Charenton, para terminar ese libro. “Podemos suponer, sin demasiada inverosimilitud, que si Sade no se tomó el trabajo de corregirlo en el curso de esos cuatro años durante los cuales escribió Los infortunios de la virtud, Eugénie de Franval, Aline y Valcour, fue porque, más o menos conscientemente, consideraba que había concluido ese proyecto”.
Quizá la idea más poderosa del libro de Le Brun sea la que postula la más completa gratuidad como única justificación de los horrores que cometen los personajes de Sade. “Siempre es mucho más cómodo considerar el crimen como el resultado de una opción ideológica aberrante que como la expresión de la naturaleza humana”, sostiene la autora. Y de allí se desprende su acertada crítica a aquellas interpretaciones que asimilan a Sade (basta pensar en Saló de Pasolini) con algún tipo de ideología totalitaria.
De ahí que Le Brun denuncie el reduccionismo que establece afinidades entre la criminalidad en Sade y el mal histórico absoluto encarnado en el nazismo, dejando en claro que “la menor justificación ideológica de que puede valerse el crimen siempre presenta la ventaja de remitir la responsabilidad a un conjunto psicosocial más o menos vago”.
Mientras que el crimen en Sade, el verdadero fondo de su horror, queda bajo la exclusiva responsabilidad de los señores libertinos.






Personajes > Charles Manson difunde su musica por internet
Influencia
Cuando los miembros de la secta que dirigía asesinaron de manera sangrienta a Sharon Tate y a sus amigos en agosto de 1969, Charles Manson se convirtió en el icono maldito de los ’60: hippismo, psicodelia, belleza, Beatles, política y mística mostraban su lado más negro. Para algunos, los motivos detrás del crimen (amén de una infancia atroz) fueron concretos: la presencia de un productor musical que lo privaba de la oportunidad que creía merecer. Casi cuarenta años después, Manson se vale de Internet para difundir masivamente su música por primera vez. Radar lo bajó, lo escuchó y así quedó.
Por Mariana Enriquez

Hace años que graba canciones desde su encierro aunque desde diferentes cárceles. Y pasó por muchas: se puede arriesgar que Charles Manson es una de las personas que más tiempo de vida han pasado tras las rejas: lleva 56 años preso, y tiene 73. Ya puede quedar libre, pero en 2007 asistió a su audiencia de libertad condicional Nº 11, y la salida le fue negada una vez más –se cree que él mismo boicotea su liberación, que quiere quedarse adentro porque a esta altura es casi el único mundo que conoce–. Ya está viejo, y afuera lo espera una fama desproporcionada de asesino célebre, a él que, hasta donde la Justicia pudo probar, nunca mató a nadie. Según se desprendió del juicio y la investigación, Charles Manson mandó matar por medio de su Familia; de todos modos, fue encontrado culpable de asesinato por conspiración e instigación, y sólo se salvó de la silla eléctrica gracias a que en 1969, el año de su condena, se prohibió la pena de muerte en el estado de California.
Se le permitió vivir, y la mayor parte del tiempo se le permitió tener una guitarra. No es un secreto que Charles Manson quería ser una estrella de rock, y para muchos, incluso los policías de
Los Angeles que lo investigaron, y el célebre fiscal que logró su condena, Vincent Bugliosi, ese deseo no cumplido fue la motivación tras al menos su primer crimen. Simplificando un caso policial tan famoso como lleno de detalles, podríamos resumir aquella masacre más o menos así: el 10 de agosto de 1969, un grupo de miembros de la Familia Manson liderado por Susan Atkins, alias “Sadie”, de 21 años, entró en la mansión de la calle Cielo Drive Nº 10050. Una vez adentro, asesinaron a Steve Parent, un chico de 18 años que oficiaba de cuidador, y después a Sharon Tate (actriz, esposa de Roman Polanski, embarazada de ocho meses), a su peluquero y amigo Jay Sebring, y a la pareja formada por Abigail Folger (heredera de una fortuna cafetera) y Voytek Frykowski (escenógrafo), que estaban de visita. Usaron cuchillos y armas de fuego. Pintaron las paredes con sangre, y escribieron algunas palabras que luego se cargarían de significado, como “PIG”.
La casa estaba siendo alquilada por Polanski –que se encontraba en Europa– y su esposa. En realidad su propietario era Terry Melcher, productor musical e hijo de Doris Day, que le había prometido a Charles Manson un contrato discográfico. La relación entre ambos había sido facilitada por Dennis Wilson, de los Beach Boys, amigo de Manson; y había llegado bastante lejos, incluso hasta la grabación de algunos demos y la aprobación del ya entonces muy respetado Neil Young. Pero por distintos motivos, entre ellos que Melcher no estaba tan convencido del talento de Charlie como el resto de su grupo de amigos, y que Dennis Wilson tuvo una fuerte pelea con Manson porque modificó una de sus letras (de la canción “Cease To Exist”, que los Beach Boys grabaron como “Never Learn To Love” en su disco 20/20), la carrera musical del futuro asesino más famoso del mundo se estancó. Se cree que la matanza en la casa de Melcher fue una venganza, o más bien un ataque de perro rabioso –Manson sabía que el dueño no vivía ahí– efectuado por terceros pero con órdenes claras. La noche siguiente, otro grupo también bajo órdenes de Manson asesinó al matrimonio de Leno y Rosemary LaBianca, dueños de una cadena de supermercados, en el barrio de Los Feliz. Aquí dejaron pistas más claras aún: la sangre en las paredes decía “Death to pigs”, “Rise” y “Helter Skelter”, el título de la canción de Los Beatles incluida en el Album Blanco que, para Manson, era una auténtica revelación.
FIN DE FIESTA
Charles Manson nació en Ohio. Su madre tenía 16 años cuando lo parió. Ella estuvo presa por unos años y cuando salió, vivió con su hijo en hoteles. Una vez lo vendió por unas latas de cerveza. En 1947 no lo aguantó más y lo abandonó en un orfanato. Charles se escapó, la buscó, la encontró, y ella lo rechazó. A los 13 entró a otro instituto de menores, donde abusaron sexualmente de él, además de castigarlo física y mentalmente. En 1952, cuando volvió a caer preso a los 18, todavía era analfabeto. Ya estaba escolarizado en su última salida antes de los crímenes: lo soltaron en 1967, se fue directo a Haight Ashbury, y en cuestión de horas se puso al día con la música y la onda. En meses, era íntimo de Dennis Wilson. El Beach Boy decía: “Charlie es cósmico. Es profundo. Escucha los discos de Los Beatles y encuentra mensajes allí que le indican qué hacer a continuación”. Deslumbrado por sus canciones de folk excéntrico y por las chicas hermosas y tan jóvenes que lo seguían a todas partes, Dennis invitó a Manson a su casa de veinte habitaciones y una pileta de natación con la forma del estado de California. La pasaron muy bien juntos hasta el temita de la letra cambiada: Manson, furioso, le envió a modo de amenaza una bala de plata, y Dennis, que no estaba muy bien de la cabeza, se andaba escondiendo en su propia casa, aterrado cuando no había electricidad, sólo para descubrir más tarde que no había pagado la cuenta. Y eso que Charlie no le había contado su teoría sobre el Album Blanco.
Se la contó a David Dalton, amigo de Wilson y autor de un mítico artículo sobre Manson que fue tapa de Rolling Stone en 1969. Dalton era uno de los que no quería creer en la culpabilidad de Manson, convencido de que el Sistema y la CIA habían elegido a un hippie como chivo expiatorio para frenar la Revolución y acabar con la Contracultura. Lo entrevistó en la cárcel, y escuchó acerca de “Revolution Nº 9” como la canción que predecía la caída del establishment, sobre “Blackbird” como el renacimiento de los negros y su imposición triunfal sobre los blancos (también de eso se trataba “Rocky Raccoon”), de “Helter Skelter” como grito de guerra y de “Piggies” como denuncia de los cerdos burgueses. Dalton salió de la charla un poco impresionado –Manson siempre fue raro–, pero todavía seguro de que el acusado era inofensivo. Horas después se entrevistó con un oficial de la policía de Los Angeles. El le mostró fotos de la escena del crimen. Cuando vio “Helter Skelter” escrito con sangre en la pared se conmocionó. “Supe entonces que la policía tenía razón. Que Manson y su gente eran culpables. Al establishment nunca se le hubiera ocurrido usar una canción de Los Beatles recién editada. Y Charlie tenía esta elaboradísima teoría.” Dalton, asustado, fue en busca de su novia, a la que había dejado en la comuna hippie de la Familia en Spahn Ranch –tan confiado estaba–; la guarida era un set de filmación abandonado en el Valle de la Muerte, donde se habían filmado episodios de Bonanza y El Gran Chaparral; su dueño, George Spahn, vivía allí, era ciego y dependía para todo de las chicas de Charlie, que le pagaban el alquiler con favores sexuales. Días después, el 16 de agosto, el lugar fue allanado, y la Familia se mudó a su otro escondite, otro set abandonado, llamado Barker Ranch, también en el desierto.
“Cuando se necesita un monstruo, el monstruo aparece”, diría Dalton años después. “Lo que determina el modo en que pensamos en Manson es su timing. Es un demonio del zeitgeist, inmaculado en su terror y confusión. Apareció con una precisión casi sobrenatural en los últimos meses de los años ’60, y pareció cuestionar la totalidad de la contracultura. Su maligna llegada sincronizaba tan bien con la crisis nerviosa y cultural de Estados Unidos que era difícil no dotarla de significados ocultos.” Charles Manson, en efecto, escupió el asado, organizó un final de la fiesta atroz que volvía en contra de los jóvenes de los ’60 lo mismo que defendían: las drogas psicodélicas, la politización radicalizada, las aspiraciones místicas, las puertas de la percepción, los Beatles, la música folk, los Beach Boys, la vida en comunidad, el amor libre, las bellas chicas californianas convertidas por sus palabras en asesinas posesas. Incluso ensució a la nueva aristocracia de celebridades e intelectuales que habían sido sus víctimas: poco después de los crímenes, Roman Polanski abusó de una menor, y trascendió que proyectaba películas de sí mismo teniendo sexo con menores cuando se acostaba con su esposa, la difunta Sharon.
Como si hubiera querido demostrar, en fin, que los jóvenes de la contracultura nada cambiarían; que no eran mejores que sus padres; que nada tenía sentido, que se engañaban. Dijo en su alegato después de escuchar la condena: “Señor y Señora Estados Unidos: están equivocados. No soy el rey de los judíos ni soy el líder de un culto hippie. Soy lo que hicieron de mí, y este perro loco demonio monstruo asesino leproso es un reflejo de su sociedad. Lo que sea que resulte de este juicio que ustedes llaman justo, sepan algo: en el ojo de mi mente, mi pensamiento les prende fuego a sus ciudades”.
MANSON, TROVADOR MASIVO
Por estos días, desde la cárcel de Corcoran (California), Charles Manson es noticia. Acaba de poner su disco One Mind bajo licencia de Creative Commons. ¿Qué significa esto? Que puede bajarse gratis de internet, se puede compartir y hasta usar para mezclas, siempre que se le dé el crédito al autor. Algunos artistas como Nine Inch Nails ya están haciendo uso de este sistema con éxito, pero en el caso de Manson sólo puede salir bien: como es un convicto, no puede ganar dinero con sus discos –la plata va para organizaciones de víctimas de la violencia, o familiares de los asesinados–. De modo que ningún sello discográfico, por más under que sea, suele editarlo, salvo como una excentricidad, porque con Manson no se gana plata (los distribuidores de su música tampoco pueden cobrar). Por primera vez la tecnología le permite dar a conocer su música: la publicidad, siendo quien es, la tiene asegurada. Es posible que pronto ponga bajo el mismo sistema otras grabaciones famosas, como Live at San Quentin de 1993 (que incluye canciones grabadas originalmente en 1983, pero con mejor sonido) o All The Way Alive, editado en 2003, grabaciones de estudio de 1967 que en su momento tuvo una edición de apenas 100 copias. Y hay muchos más, claro, como LIE: The Love & Terror Cult, editado en 1970 que incluye “Look At Your Game, Girl”, la canción que le grabó Guns n’Roses en 1993 para su disco de covers The Spaghetti Incident.
¿Cómo es One Mind? En primer lugar, está claro que lo que impulsa a escucharlo es el puro morbo. Manson es un músico folk muy interesante, pero como él hay muchos. Negar que el máximo interés es escuchar qué hace este demente y decir que uno aprecia la música es una estupidez mayor, además de una mentira. El disco abre con un tema francamente precioso de un minuto y medio llamado “I Can See You” y en seguida se pone rarísimo –y sube de calidad– con “Angels Fear To Tread”, que Manson presenta diciendo: “Esta es una canción acerca de algo en lo que ni siquiera estoy pensando”. Canta muy bien en este tema, con una voz plena (distinta a la muy nasal que exhibía en grabaciones anteriores), y hace gala de un costado canchero, casi crooner. Pero todo se pone definitivamente extraño en lo que sigue, “Riding On Your Fears”, donde vuelve a su monotema –”soy un espejo de la sociedad”, cosa que viene diciendo desde hace cuarenta años– y hace voces satánicas mientras murmura “no sé mucho, pero digo la verdad”. Habla de rutas y mar y caballos, y la pregunta flota en el aire: ¿se acordará de todo eso? Mientras se queda en las canciones, está claro que Manson es un compositor de raro talento (como en la muy Costa Oeste “So We Go Again” o “The Black Pirate”). Pero cuando se le da por recitar en trance, sus infames spoken words, no sólo espanta, sino que aburre. Son derivas de un loco, y resultan insoportables. El ejemplo más claro en este disco son los 12 minutos de asociación libre de “Sweet Words”, o la ineficaz “Self Is Eternal”, donde se lo escucha como un hippie demoníaco. En One Mind, además, se escuchan todo el tiempo, de fondo, los ruidos de sus compañeros de cárcel, y en una parte el ruido de la cadena del baño, que quizás esté usado como efecto sonoro (todo es posible).
Y las noticias sobre Manson no se terminan en el lanzamiento masivo de uno de sus discos. El año que viene, la joven diva Lindsay Lohan protagonizará Manson Girls, una película sobre las chicas de Charlie. Y en el rancho Baker, donde la Familia vivió, policías y aficionados locales están buscando restos humanos de asesinados que estarían enterrados allí, en el desierto, desde hace más de 40 años. Si aparecieran, y se probara la mano de la Familia, Manson podría volver a ser juzgado y seguramente el mundo podría volver a verlo. Aunque, en rigor, se lo puede ver en imágenes bien recientes: junto con One Mind se vende un DVD de su audiencia para libertad condicional de 2007, en la que, como de costumbre, hizo su número de enemigo público. Si no, habrá que esperar hasta el 2012, cuando tendrá una nueva audiencia para obtener su libertad condicional. Quizás entonces el éxito de su música lo tiente a volver al mundo y presentarla en vivo. Quizá todavía Charles Manson sueña con eso.






Plastica > Hace 200 años, Goya pintaba los horrores de la guerra
El horror, el horror
El 2 de mayo de 1808, con sus reyes semiprisioneros y sus tropas obedientes del invasor, el pueblo de Madrid se alzó contra la ocupación napoleónica. Armados apenas con navajas y sevillanas, a los franceses les llevó todo el día restituir el orden. Pero esa noche, la represión fue bestial: violaciones, torturas, atrocidades, fusilamientos. Entre los testigos, estaba un pintor de la corte cincuentón, camuflado en su ambigüedad política, que registró los hechos con una crudeza y sensibilidad hasta entonces desconocidas en la pintura. Goya se convirtió así en el primer pintor en ver a las víctimas y convertirlas en justas protagonistas de la Historia.



Por Sergio Kiernan




Las imágenes de Goya inspiradas en los hechos del 2 y 3 de mayo han dejado una huella profunda en el arte que intentó representar a las víctimas a lo largo de los siguientes dos siglos. En 1994, Jake y Dinos Chapman presentaron una obra de la colección Saatchi: Gran hazaña con muertos, inspirada en la plancha 39 de Los Desastres de la Guerra. En 1936, ya Dalí había utilizado la misma referencia para su Premonición de la Guerra Civil.
Guerras hubo muchas, como crueldades y olvidos. Pero a Napoleón le tocó crear un estilo nuevo, el de las guerras nacionales con vastas movilizaciones, millones de conscriptos, escenarios continentales. Es una escala que se hace abstracta, como terminamos de aprender cuando caían bombas en Berlín, Londres, Tokio y Montecassino, el mismo día y a la misma hora. Con el francés petiso no era el rey el que hacía la guerra, sino Francia. Se acababan los civiles y los inocentes. Todo esto le terminó cayendo encima a la pobre España y a un pintor ennoblecido, en el umbral del genio, cincuentón sordo y espinudo, ya consagrado. Paco Goya se encontró en medio de un horror pocas veces visto y lo que hizo con eso fue liminar, fundante, porque fue el primero en pintarlo, retratarlo y grabarlo. Le alcanzó con dos telas, El 2 de mayo y El 3 de mayo, y una carpeta de 82 grabados, Los desastres de la guerra, para prácticamente fundar el arte moderno. Fue hace exactamente dos siglos, porque ese 2 de mayo fue el de 1808, cuando Madrid se alzó a navaja contra los franceses, y ese 3 de mayo fue el de los fusilamientos que dispararon una guerra de crueldades nunca vistas.
Francia era la única república de Europa y casi la única del mundo, y le había presentado un ultimátum de lo más raro al continente: aliarse o desaparecer conquistado por un ejército irresistible que funcionaba como demostración fierrera de la superioridad del sistema. Gran Bretaña resistía, Portugal caía, Alemania era un juguete, Italia un trofeo, las batallas ganadas eran tantas que el Arco del Triunfo todavía asombra de tanto nombre grabado. España vacilaba y terminó en una alianza de sobrino bobo, con la familia real semiprisionera “para su propia protección” y el país explotado para el esfuerzo de guerra.
Todo ocupante es un guarango, pero si es francés te lo refriega en la cara. España primero perdió el control de los mares, con la flota destruida en Trafalgar. Luego perdió sus rentas imperiales, transferidas a París. Y al final perdió sus calles, controladas por grenadiers cancheros y violentos. El 2 de mayo de 1808, un rumor y un incidente ramplón dispararon una pueblada: chulos, majos y otros matones de avería, con sus mujeres, algún farmacéutico y exactamente dos oficiales todavía con honor, se levantaron contra la guarnición militar francesa. Los regimientos españoles se quedaron en sus cuarteles, el gobierno condenó a la plebe, los franceses combatieron calle por calle.
Fue un día sórdido y glorioso, de navajas sevillanas de las de siete resortes y hoja de treinta centímetros, contra coraceros a caballo y los 96 mamelucos de la Guardia Imperial, mercenarios turcos contratados como tropa de elite y vestidos a la morisca. A los franceses les tomó todo el día controlar la aldea que todavía era Madrid, y también decenas de muertos. Furiosos, humillados, reprimieron disparando contra todo lo que se moviera y, al caer la noche, arrancaron una orgía de violencia: violaciones, asesinatos, incendios, saqueos, torturas. La madrugada del 3 de mayo vio una procesión de condenados marchados a la sierras de la ciudad para ser fusilados bajo un cielo sucio. Se fusilaron los mancebos de taberna convertidos en héroes, se fusilaron madres con sus bebés en brazos, una bala para dos.
Así empezó lo que los libros llaman la Guerra de la Península y los españoles la de Independencia, nombre raro para una potencia colonial. Los ingleses desembarcaron con el duque de Wellington a la cabeza, las Cortes declararon una Constitución en nombre de Fernando VII, el Deseado, y las guerrillas florecieron por todo el país. Los franceses respondieron con la misma técnica que les iba a fallar en Indochina y Argelia, masacrando y torturando para dar el ejemplo.






Arriba, los trístemente célebres fusilamientos en El 3 de Mayo de 1808. Y abajo, una de las tantas obras posteriores que reconocen el poder icónico del cuadro de Goya: la acuarela de Edouard Manet La Barricada (1871).

Goya fue un monumento a la ambigüedad pública. Era el pintor de la corte, condecorado y consagrado, con lo que retrató a cuanto jerarca francés se le puso adelante. Pero al mismo tiempo pintaba a los líderes de la revuelta, como el general Palafox, y luego cubrió de óleos a Wellington, a quien le encajó un retrato ecuestre magnífico pero de segunda mano, ya que pintó la cara del inglés encima de la de algún francés ya escapado. Pero en secreto, Goya dibujaba el horror de las mujeres trastornadas apuñalando franceses, de lanza en un brazo y crío en el otro, de ojos desmesurados por las violaciones, de brazos cortados al morir mutiladas. Las líneas nerviosas exhiben sobre fondos casi en blanco a un hombre que vomita de tanto cadáver, árboles tronchados y cubiertos de cadáveres desnudos y tajeados, suelos violentados por el saqueo de los muertos. Hay cadalsos, hay viejos tratando heridos, hay escenas que siguen siendo demasiado horribles, como las de las ejecuciones por ahorcamiento en las que te cuelgan bajito y te tiran de las piernas, para ahogarte de a poco, mientras un granadero se ríe. Nadie nunca había hecho algo así.
Este aquelarre es hijo directo de los Caprichos, que muestran que el Goya de los retratos gentiles, las majas y los frescos religiosos es la preparación del Goya de las pinturas negras –humo, carmín y oliva para esos tonos mortuorios– y los grabados. Esta obra tan terrible fue editada completa sólo medio siglo después de que Goya repujara las chapas.
A dos siglos, lo que más llama la atención es la absoluta modernidad de las imágenes, que no necesitan ningún contexto histórico para ser entendidas. La técnica brutal de Goya, las líneas violentas, las caras grotescas y los cuerpos biológicos, desnudos que se despegan del ideal clásico, son una sensibilidad nueva, fundadora. Lo que vio el artista era de doler y así como le amargó sus últimos años, amarga el papel en que se imprime.
En su vida, Goya sólo circuló unos pocos grabados y en tiradas casi clandestinas. Sus dos cuadros de Mayo, uno mostrando los combates y el otro el inmortal, simbólico, de los fusilamientos, sirvieron de memorial casi oficial y tuvieron una influencia profunda.
Irónicamente, más que nada entre franceses: Gericault, Manet y Delacroix juraban sobre el nombre de Goya.

lunes, 28 de abril de 2008

Domingo, 27 de Abril de 2008
DIALOGO EN MADRID CON JUAN GELMAN
Del amor y la guerra

Juan Gelman recibió el premio Cervantes en una España que se apresta a conmemorar el bicentenario de la guerra de la independencia, que es uno de los capítulos menos conocidos de la historia argentina. Así lo exponen dos muestras descomunales de sus genios, Goya y Picasso, cuya afinidad con la obra de Gelman es sobrecogedora. Ese es el contexto del diálogo sobre la poesía y el periodismo, sobre el amor y la guerra, que se transcribe aquí.

Por Horacio Verbitsky
Desde Madrid



Gelman y Verbitsky en Madrid, durante la entrevista.

El azar hizo que la entrega del premio Cervantes a Juan Gelman coincidiera con dos muestras descomunales de los genios del arte español de los últimos dos siglos, Goya y Picasso. La afinidad de su visión del mundo con la del poeta argentino es sobrecogedora: ahí están las heridas incurables de la guerra, que marcaron para siempre a los tres, pero también las minucias de la vida cotidiana y, en Picasso y Gelman, las delicias y la exuberancia gozosa del amor, que a Goya le fueron negadas. El diálogo comienza con un poema en el que Juan decía que por escribirlo no tomaría el poder, no haría la revolución, no le darían ropa ni tabaco ni vino.
–¿Y qué pasó?
–No hice la Revolución.
–Pero has invitado a comer a muchos amigos con el premio que te otorgó el rey de España.
–El rey no. El gobierno español. El premio de literatura en lengua castellana Miguel de Cervantes lo otorga el gobierno español, auspiciado por la monarquía.
–¿Sos consciente de cuántas cosas contribuiste a cambiar con tu escritura, en la Argentina y en otros lugares?
–Contámelo vos.
–Por un lado me impresiona tu influencia en los poetas jóvenes, tal vez inconsciente pero que se percibe hasta en cómo entonan cuando leen.
–Hay algunos a los que les gusta imitarme, tal vez en broma.
–Pero otros, sobre todo muy jóvenes, no lo hacen ni en broma ni a propósito.
–No sé si es bueno para ellos. Es como decía Basho, el poeta japonés del 1600: no hay que imitar a los antiguos, hay que buscar lo mismo que ellos buscaban. Y todos buscamos la poesía.
–Pero además, tu trabajo como periodista, la investigación que hiciste en busca de tu nieta, limpió la cúpula militar argentina, cuando identificaste a uno de los cinco generales más poderosos en actividad como partícipe mediato; desenmascaró a varios presidentes uruguayos complacientes con la dictadura y permitió alguna medida de renovación política en ese país.
–La investigación propiamente dicha la dirigió Mara, con mi ayuda (Mara es el desmesurado torbellino de mujer con que Gelman vive desde hace dos décadas, hija del poeta Juan Carlos La Madrid). Todas las noches después del trabajo analizábamos el peso de los indicios, de todo lo que pudiese ser falso. Contamos con la ayuda de sobrevivientes uruguayos. Mara leyó miles de documentos, libros. Yo tenía una dificultad: también leía pero se me olvidaba. Creo que es una limitación del familiar próximo. Mara lo hizo como ciudadana, además del cariño que me tiene. Lo que resultó muy importante para encontrar a mi nieta fue la campaña periodística, con ayuda de mucha gente. Se reunieron más de cien mil firmas de más de cuarenta países, de escritores, artistas, pintores, gente de a pie. A eso contribuyeron cartas como las de Saramago, Chico Buarque y muchos otros. La carta de Günther Grass provocó una respuesta de(l ex presidente uruguago Julio) Sanguinetti que le costó el doctorado honoris causa que estaba buscando de una universidad alemana. Esto permitió que se cumpliera lo que siempre esperamos: que un vecino, una vecina, que presenció la llegada de un bebé a una casa donde no había hijos, lo asociara con lo que se publicaba. Esto provocó un gran sacudón en el Uruguay.
–Esta campaña militante reprodujo la que organizaste para denunciar a la dictadura argentina.
–Es cierto. La primera declaración contra la dictadura la firmaron Willy Brandt, François Mitterrand, varios jefes laboristas de Gran Bretaña, los primer ministros de Portugal, Mário Soares; de Suecia, Olof Palme; de Dinamarca, Anker Jorgensen...
–También firmaron muchos intelectuales y artistas, y ahí aparece otra faceta tuya, porque quien pedía esa adhesión además de ser un militante era un poeta conocido y querido.
–Creo que sí. Con el primer ministro austríaco Bruno Kreisky ocurrió una historia muy curiosa. El encargado de relaciones exteriores de los socialdemócratas me citó en la sede del partido, del que Kreisky era secretario general. Kreisky leyó la declaración y me dijo que no podía firmarla, porque dada su investidura infringiría principios internacionales. Le dije que no le pedía la firma como primer ministro sino como líder del partido. El se rió y dijo, “pero señor Gelman, por favor”. Le dije, está bien señor primer ministro, sólo le quiero recordar lo que pasó con León Blum y la guerra civil española. Me levanté, me llevé el impermeable que había colgado en una percha y con una bronca bárbara llamé al ascensor. Detrás mío salió corriendo el responsable de relaciones exteriores del partido y me dijo: Kreisky va a firmar.
–Blum era el primer ministro del Frente Popular en Francia cuando comenzó la guerra en España.
–Declaró la neutralidad. La República, que hubiera podido recibir mucha ayuda de Francia y vía Francia, quedó aislada en la Península. Esa era una memoria que Kreisky seguramente tenía, porque era un hombre ya de edad. Pude sumar a la campaña por mi nieta a todos los contactos que hice en razón de la denuncia contra la dictadura. Y ocurrió lo que deseábamos. Una vecina consiguió mi teléfono, me llamó y me dijo: al lado mío, pasó esto. Cotejamos las fechas y los demás elementos y coincidían. La única pieza que faltaba era el ADN. Fuimos al Uruguay en forma discreta y cubrimos el encuentro con mi nieta con un homenaje que me hacían.
–¿Cómo llegaste a encontrarte con Macarena?
–A través de un intermediario, que fue el obispo Pablo Galimberti. Era obispo de San José, donde el hombre que funcionó como padre de Maca fue jefe de policía. Este hombre murió cuatro días después de la publicación de mi primera carta abierta a Sanguinetti, con quien tenía amistad personal. Quien lo confesó fue el obispo Galimberti. Le mandé una carta de seis páginas resumiendo la investigación y pidiéndole que intermediara con la señora que crió a Macarena. Así lo hizo, sin preguntarme nada, como si conociera la historia.
–Como confesor del comisario.
–Todo esto lo imagino. No es que me conste. Quince días después, como un gesto de amor, la señora le contó todo a mi nieta. Ella la sigue llamando mamá, cosa que entendemos perfectamente. Macarena quiso ver a Galimberti y a través de él tener un puente con nosotros. Fue muy valiente mi nieta. Cuando fuimos a Montevideo para verla, (el presidente Jorge) Batlle quiso convertir eso en un hecho político y armó la barahúnda que armó.
–Y se ligó las cartas que se ligó. Voy a cometer una infidencia, si te molesta la omito: fue muy hermoso verte junto con Mara, la hija de ella y los cuatro nietos de ambos, mezclados como en una familia amorosa. Después de todo lo que sufrieron es conmovedor verlos tan aptos para gozar de la vida. Con tanto humor y amor y alegría.
–Ponelo. Esa no es una infidencia, apenas si es cierto.
–Escribís periodismo y poesía en forma distinta. Sos minucioso y obsesivo en tus artículos, o cuando editabas el diario Noticias o los suplementos culturales de La Opinión y de Página/12. En cambio la poesía llega cuando menos lo esperás y es un torrente. Cuando viene tenés que ponerte a escribir, de un tirón, porque si no te poemás encima.
–Efectivamente, te poemás encima. Eso sí que está bueno. Ja, ja.
–¿Escribís poesía a mano o a máquina?
–A máquina. A eso me acostumbró el periodismo. Me costó mucho pasar del lápiz a la tinta. Trabajaba en una casa de venta de repuestos de automóviles donde hacía facturas a máquina. Un día me asaltó la Señora, así que fingiendo que hacía una factura escribí un poema. Ahí se me fue el miedo a la máquina de escribir. En la revista Panorama, cuando trabajaba con Paco Urondo, con el Moro Edgardo Da Mommio, con Pablo Piacentini me pasaba lo mismo. De repente, en medio del trabajo de la redacción tenía que fingir que estaba escribiendo un artículo. En esa redacción escribí la mayoría de los poemas de Sidney West. Con ese libro me pasó una cosa muy graciosa. En la revista Confirmado trabajaba Luis Alberto Murray, que siempre sabía todo sobre todo. Cuando aparecieron Traducciones. Los poemas de Sidney West, me dijo que la traducción era impecable.
–Aclaración imprescindible para lectores que no saben todo de todo: Sidney West es el nombre imaginario que eligió Gelman para firmar esos poemas.
–Y ahora se cierra el círculo: se va a publicar en Gran Bretaña, traducido al inglés. Para los actos paralelos al premio Cervantes, Menchi Sábat hizo un dibujo de Sidney West joven, atribuido a Frank Howard Lindsay, con una leyenda extraordinaria: “Esta imagen de Sidney West ha generado discusiones entre estudiosos, que la consideran falsa, y críticos de arte, cuyos juicios oscilan entre la mediocridad y el rechazo. Conservado en una vitrina del Museo de Peterbourough (New Hampsire), el dibujo fue reconocido por un nieto de Frank Howard Lindsay, que perdió sus manos en un accidente hípico”.
–¿Escribiste algún libro en los meses de Noticias?
–Poemas sí, un libro creo que no. Sólo algunas de esas cosas se publicaron. En ese momento la cabeza y el corazón estaban puestos en otra cosa. Trabajábamos con una pistola en el cajón del escritorio. Los fondos del diario se tocaban con el museo del traje, donde habían nombrado directora a la mujer de Lorenzo Miguel. Enfrente teníamos un local de la Juventud Sindical. Estábamos lujosamente rodeados. Cuando pusieron la bomba en el diario los inspectores policiales miraron los escombros y dijeron que había sido una obra de arte.
–Hacían un doble juego. Si nos limitábamos a nuestro trabajo periodístico y no tomábamos ninguna previsión, venía la Triple A y nos volaba el edificio o nos tiroteaban los autos que iban con el material a la imprenta. Si tomábamos recaudos defensivos, caía la policía y nos procesaban por portación de armas. Nuestros problemas periodísticos eran distintos a los de hoy.
–Ese diario fue una hazaña. Había que cerrar un matutino a las ocho de la noche. Componíamos en una imprenta e imprimíamos en otras dos, porque el tiraje crecía y no bastaba con una sola porque se perdían los recorridos. Se convirtió en un diario popular.
–Ese fue un mérito tuyo.
–Mío no, por favor. De muchos.
–Pero el jefe de redacción eras vos.
–Vos sabés que lo dirigía un grupo: Paco (Urondo), Rodolfo (Walsh), vos y yo. No era unipersonal la organización del diario.
–Pero vos aportaste mucho a ese toque popular. Me acuerdo cuando pusiste como segundo título que habíamos acertado seis de las ocho carreras de Palermo.
–Eramos todos.
–Cuando nos citamos en París luego de la dictadura...
–... en aquella estación de subte...
–... a la que llegaste con un impermeable de novela negra, me impresionó verte tan joven y vital después de todo lo que pasaste. Pero me preguntaba entonces y te lo pregunto ahora cómo sería el regreso a ese país donde desaparecieron a Marcelo y a todas nuestras ilusiones y proyectos. Volviste a la Argentina en 1988.
–Me pasaron cosas muy buenas, como el reencuentro con amigos-hermanos. Y otras no tan buenas. Entré a comer un sandwich en un bar al paso de la calle Lavalle, de esos con taburetes en la barra. Delante mío había un tipo con todo el aspecto de un cana o un milico, el corte de pelo, la cara, la forma de vestir. Me asaltó un pensamiento que no podía evitar. ¿No habrá tenido que ver con la muerte de Marcelo? Por supuesto no tenía ningún elemento para afirmarlo pero la pregunta estaba ahí. No hice peregrinaciones para recordar nada pero pasaba por lugares y decía, aquí me vi con Rodolfo la última vez, aquí estaba con Marcelo y (mi hija) Nora, y comimos en un restaurante y Marcelo escribió un poema en el mantel de estraza.
–¿El de la oveja negra?
–Sí.
–¿Es el único poema que tenés de Marcelo?
–No. En un libro que acaba de editar la otra sociedad de escritores, no la SADE, hay más de cien poetas desaparecidos, entre ellos Marcelo. Algunos fueron traducidos al francés.
–¿Cómo los tenés?
–Cuando volví a la Argentina mi ex me dio una copia. Hay poemas acojonantes, parecen auto profecías. Auto profecías cumplidas.
–¿Te referís al que escribió en el mantel del restaurante?
–Sí. Decía
“la oveja negrapace en el campo negrosobre la nieve negrabajo la noche negrajunto a la ciudad negradonde lloro vestido de rojo”.
–¿De qué época son?
–Cuando me separé de la madre de Marcelo y Nora, yo vivía solo en un departamento en la calle Jean Jaurès. Ellos venían los fines de semana. En ese momento él ya escribía.
–¿Qué edad tenía?
–Quince o dieciséis. Hacíamos ediciones caseras de lo que escribía a máquina. Lo encuadernábamos. Además yo les grababa los sueños. Me contaban qué habían soñado y yo los grababa, como decían los surrealistas, que los hijos les cuenten los sueños a los padres.
–¿Conservás esos sueños grabados?
–Desgraciadamente no. Pero me los acuerdo muy bien. Marcelo siempre tuvo una gran inclinación por la lectura. A sus doce años y once de la nena nos fuimos a pasar vacaciones en Córdoba. Tengo las fotos, con ellos a caballo. Fue muy poco después de la muerte del Che. Marcelo decía que el Che se equivocó y que no consiguió el apoyo de los campesinos bolivianos. Yo se lo discutía. Pero con el tiempo se vio que no era tan errónea su teoría. Su interés político fue muy temprano.
–Cuando decidiste trasterrarte a México los amigos lo sentimos mucho, pero me pareció muy lógico. Se que te fuiste para seguir a Mara, que fue una decisión por amor...
–... en el ínterin me morí cuatro veces (el número de paros cardíacos que el poeta sufrió en 1989)... Con los años creo que hice muy bien. Había gente muy enojada conmigo porque me fui, y algunos siguen enojados. Otros en cambio me ayudaron mucho, apoyando esa decisión. Vos sabés quiénes son.
–Mi impresión es que no pudiste soportar el encuentro con un país que había cambiado tanto. Hoy podés decir “País que fue será” (el título de uno de sus últimos libros). Pero hace veinte años veías un país que fue y ya no era y tal vez con el temor de que nunca volviera a ser. Habías idealizado tu regreso. Ése sería el momento de la verdad y de la justicia, ibas a descubrir quiénes mataron a Marcelo. Y te encontraste con una realidad muy gris. Sin embargo, a lo largo de muchos años lograste desde México una incidencia en la vida argentina tanto o más grande de lo que idealizabas cuando estabas en París. Sólo alguien capaz de generar una realidad a partir de sí mismo puede conseguirlo, alguien muy grande.
–Mirá si soy grande que me falta poquito para cumplir 78.
–¿Cómo has vivido a la distancia los distintos momentos recientes del país?
–Algunos testimonios han quedado en las columnas que escribo. Lo de Menem fue terrible, la venta del país, además de la impunidad de los indultos; el desastre de De la Rúa; la recuperación que comenzó con Néstor Kirchner. Lo viví de lejos pero de cerca. Todos los días sigo la prensa argentina y me interesa profundamente todo lo que ocurre. La distancia me permitió reflexionar sobre el pasado anterior al exilio. Siempre he creído que lo peor del exilio, aparte de las desgracias personales, fue la derrota. Porque aparte de los 30 mil también desapareció un proyecto, que no ha vuelto a aparecer. Y tal vez tarde décadas en aparecer algo que se le parezca.
–Ese fue uno de los temas de nuestra correspondencia.
–Vos me decías que nuestro mejor destino era ser Neanderthales.
–Fósiles para que haya combustible en algún lejano futuro.
–Lo de los fósiles está muy bien, porque nunca cambian.
–Veinte años no es nada, y cuarenta...
–... es el doble de nada...
–... cuando hay gente que sigue siendo la que era.
–Como fósil no podes envejecer más. Ya te quedás en ese estado.
–Pero al mismo tiempo siento que cambiás mucho, que sos un fósil muy plástico. En tu poesía y también en tu prosa, en tu visión política se ve una evolución permanente. Fuiste muy dogmático y ya no lo sos. ¿Cómo ves el panorama latinoamericano actual?
–Hay cambios de signo progresista en distintos países. Pero me pregunto en qué va a terminar todo eso, porque hay cosas muy contradictorias, como en Uruguay o en Chile, con el ALCA. Hay cuestiones que no están claras. El Frente manifestó públicamente un programa que no se cumple. Una cosa que nos pasó a nosotros es que subestimamos al enemigo.
El alma desgarrada
Por Horacio Verbitsky

En el museo Reina Sofía, además de la colección propia, cuya joya ensangrentada es el Guernica (incluidos todos los ensayos y postcriptos del autor Picasso), se abrió por tres meses el más completo fondo picasiano del mundo, inaugurado en 1985 en el Museo Nacional de París, con donaciones del artista y de sus herederos, organizadas según las épocas de su pintura inconmensurable, y asegurado para la exposición aquí en 2.900 millones de euros. El exhaustivo repaso a la obra de Goya que ofrece el museo del Prado incluye los Caprichos, los Disparates, la Tauromaquia, los Desastres de la Guerra y la recién concluida restauración de los monumentales óleos El dos de mayo de 1808 y El 3 de mayo de 1808. Esas son las fechas del alzamiento popular madrileño contra la ocupación napoleónica. Otras muestras de documentos, libros, carteles, cañones, sables, espadas, pistolas, fusiles, bayonetas, impedimenta militar y uniformes (La Nación en Armas y Miradas sobre la guerra de la Independencia) conmemoran en el teatro Fernán-Gómez y en la Biblioteca Nacional el bicentenario de aquella insurrección popular que, bien leída, es un episodio mayor de la historia argentina. La sustitución del monarca Fernando VII por el hermano de Bonaparte, coronado como José I y rebautizado por el pueblo como Pepe Botella, justificó la formación de la primera junta de gobierno en Buenos Aires, al estilo de las que se establecieron en toda España en desconocimiento del título del invasor. También dio origen a la Constitución de Cádiz, la famosa Pepa, que en 1812 exaltó la soberanía nacional y los principios de la libertad. Además dividió a la Madre Patria entre los liberales, que combatían al ocupante francés pero se apropiaban de los principios de su revolución de 1789, y los absolutistas o serviles que, entre nubes de incienso y al grito sombrío de ¡Vivan las cadenas!, sólo aceptaban la soberanía divina delegada en Fernando, El Deseado, que trajo de vuelta la Inquisición y reunió al trono y el altar. Por si faltara algo, participaron en la guerra más de 50.000 voluntarios y guerrilleros como El Empecinado que inmortalizó Pérez Galdós pero también mujeres que empuñaron las armas tras el ejemplo de Agustina de Aragón. Las Provincias Unidas del Río de la Plata no habían nacido como entidad independiente, pero ya tenían un alma, dividida con ferocidad en dos bandos inconciliables. Cuando San Martín y La Serna negocian el fin de la guerra en las afueras de Lima, se reconocen como dos compañeros del partido liberal.
Dos siglos después la mitad más uno de las carteras del gabinete español son ocupadas por mujeres. La ministra de Defensa, Carme Chacón, acaba de cumplir 37 años y con su embarazo de siete meses el viernes presidió la primera reunión con todos los tenientes generales de España, que tienen la edad de su padre. En cambio, la derecha pura y dura retrocede a los baños. En el del restaurante gallego de Madrid O Caldinho una consigna con marcador proclama: “Nada sin Dios/Todo por la Patria/ Por una España católica, social y participativa”. Firma el movimiento carlista, que se despide con admiración: “¡Viva Don Sixto!”. Se trata del líder de Comunión Tradicionalista, Sixto Borbón y Parma, lisiado desde un accidente automovilístico que sufrió en la Argentina, donde mantiene relación con el cura francés Georges Grasset y con los integristas del difunto obispo cismático francés Marcel Lefébvre. En la década del 70 encabezó un disparatado intento de toma del poder, con el que comulgaron argentinos de la Triple A de López Rega. Las dos Españas perduran, pero una se degradó, a puertas cerradas y con olor a orines.
Durante la entrega del premio Cervantes a Juan Gelman, el recién reelecto presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero asintió ante los elogios del poeta argentino a la España actual que se esfuerza por rescatar su memoria histórica. Y hasta el rey Juan Carlos hizo una referencia crítica a la dictadura militar argentina y alabó la lucha del premiado por los derechos humanos, la verdad y la justicia. Sólo la sobredosis de frivolidad que nutre a la envejecida izquierda caviar puede prescindir de este riquísimo contexto, el lejano y el próximo, para regodearse en la obviedad del frac que el laureado vistió en Alcalá de Henares al recibir la medalla de un rey de la dinastía restaurada por el alzamiento de Franco o en el encuentro protocolar que en 1978 el borbón Juan Carlos mantuvo con el dictador Videla, tres años antes de frustrar en España un golpe igual al argentino. El joven Gelman, que el 3 de mayo cumplirá 78 años en vuelo hacia México en el bicentenario de la guerra de la Independencia de España, sonríe.

viernes, 25 de abril de 2008

Crónica
Viaje al corazón de los gauchos judíos
Quien visite en Entre Ríos las colonias levantadas en las tierras del barón Hirsch, a fi nes del siglo XIX, encontrará sinagogas,casas y estaciones de trenes convertidas en museos y cuidadas por descendientes de quienes llegaron huyendo de pogromos

Sentía mucha curiosidad por recorrer las huellas de las colonias judías de Entre Ríos, inmortalizadas por Alberto Gerchunoff en el célebre libro Los gauchos judíos . Ya no hay rastros de Rajil, la aldea en que situó su relato, pero de otros pueblos quedan numerosos y valiosos vestigios. El de Gerchunoff fue un texto de gran impacto en el siglo XX, al punto de convertirse en una exitosa película de la mano de Juan José Jusid, en 1975. "Los judíos sembraron trigo y cosecharon doctores", dice Nito Gorskin con una sonrisa, para explicar por qué las colonias fueron desapareciendo progresivamente durante el siglo pasado. Nito es hijo y nieto de colonos, y hoy está dedicado a mantener viva la memoria desde el Museo Judío de Concordia.
Los gauchos judíos fue un texto elaborado en tiempos del Centenario con la idea de proyectar la asimilación del inmigrante judío en la cultura nacional. Su recorrido idealiza la gesta de aquellos colonos que, escapando de las agresiones (pogromos) en la Rusia zarista de fines de siglo XIX, crearon de cero sus aldeas en tierra entrerriana. En el libro de Gerchunoff las miserias se sobrellevan con hidalguía y el resultado del esfuerzo es la argentinización del colono. En cambio, existen otros textos sobre el mismo tema que develan el costado traumático de la experiencia, que no tuvo un tránsito ni un final necesariamente felices. Los tres volúmenes del libro de Marcos Alpersohn, Colonia Mauricio son un ejemplo de esto.
Con estos textos en mente, el plan era aprovechar la última Semana Santa -en familia y con amigos-, para recorrer las colonias y hablar con la gente que conoce aquella historia de primera mano. Villa Clara, Villa Domínguez y Basavilbaso son los tres ejes principales de un recorrido por el centro rural de la provincia de Entre Ríos. Allí compró el barón Mauricio de Hirsch unas 270.000 hectáreas para su emprendimiento colonizador.
Solo calificaban para convertirse en colonas las familias con dos hijos varones, aunque muchos se sacaban años o anotaban como varón a una hija mujer para poder ingresar. Se les entregaba un terreno para una casa, más una parcela de campo sin ningún tipo de infraestructura (desde 50 a 150 hectáreas, según la conformación familiar). Al comienzo la obtención de tierras fue sencilla, pero con la muerte de Hirsch y de su mujer, Clara Bischoffsheim, en 1896 y 1899 respectivamente, las condiciones establecidas por los administradores de la Jewish Colonization Agency se endurecieron.
Concordia
La primera escala de nuestro periplo fue Concordia, donde se erige el Museo Judío de Entre Ríos. Es jueves por la tarde y Nito Gorskin nos recibe con la calidez del hombre de campo. Nacido y criado en la colonia Santa Isabel, autor de un texto de historia oral ( Querencia ), es hijo y nieto de colonos judíos; su padre David Gorskin escribió -en idish - el libro Memorias de Santa Isabel . Recorremos con su ayuda el museo, una casona restaurada que perteneció a Víctor Oppel, un sobreviviente del Holocausto. Fotos, objetos, documentos y otros materiales nos permiten acercarnos a la historia de aquella colonización que empezó con la llegada de un grupo de familias originarias de Rusia en el vapor Pampa en 1891. Nito nos explica por qué los judíos vinieron a esta tierra: debido a los acosos y persecuciones que sufrían en "La Zona" que el Zar destinaba para aislar a los judíos, y gracias al apoyo del Estado argentino, ávido de capitales y de inmigrantes.
Es viernes por la mañana y vamos hacia Villa Clara, que fue la mayor de las colonias con sus 80 mil hectáreas, y cuyo nombre es un homenaje a la mujer del barón Hirsch. Los primeros judíos llegaron en 1892 y hoy quedan allí unos treinta hogares de la colectividad. Rápidamente comprobamos que en el pueblo -una de las aldeas de la antigua Colonia Clara- se cruzan las calles barón Hirsch y San Martín, simbólicamente los próceres de la nación y de la patria chica de aquellos gauchos judíos . Marta Muchinik nos acompaña sumando comentarios reveladores. Visitamos el cementerio, a unos kilómetros por un camino de tierra, y luego la joya del lugar, la sinagoga Beth Jacob, construida entre 1911 y 1917. Es un templo reformista -restaurado en 2004- en el que las mujeres tienen una participación dominante.
Unas cuadras más allá vemos cómo han convertido la vieja sinagoga del pueblo (de 1905) en un shule o escuela hebrea, al que concurren unos diez niños. Es una construcción modesta con canchita de fútbol. Nos reciben con amabilidad y pasión a la hora de contar el pasado. Almorzamos unos espléndidos varenikes de papa con salsa de tomate, mientras se cuentan historias de la colonización condimentadas por los chistes de Abraham, el carnicero del pueblo desde hace veintitrés años.
El Museo Histórico de Villa Clara está en la estación ferroviaria, casi abandonada a pesar de que últimamente ha pasado el célebre tren Gran Capitán. Cuando se acerca, dos veces por semana, hay que avisarle al maquinista con la mano para que se detenga. Allí vimos que un joven de Buenos Aires contemplaba el vestido de novia de su abuela, expuesto en el Museo. Cuentan los pobladores que para mantener el edificio en condiciones no reciben ayuda de las instituciones comunitarias y que dependen del turismo cultural como fuente de ingresos. Por ello dudan del sostenimiento del museo en el futuro.
Seguimos por el camino de ripio custodiado por la soja rumbo a Villa Domínguez. Es notable el contraste entre bonanza y atraso: el precio del cultivo por las nubes y caminos que se parecen demasiado a los del siglo XIX.
Villa Domínguez
Las distancias son cortas pero es necesario conducir con cuidado. El ripio es traicionero. Pasamos por otro cementerio judío (Colonia Carmel) y cruzamos el pueblo que lleva el nombre del ingeniero Miguel Sajaroff, en el que destaca la sinagoga. Unos kilómetros más y llegamos a destino. A diferencia de muchos pueblos del interior, en Villa Domínguez la iglesia católica está en las afueras y la sinagoga, frente a la plaza principal, junto al Hospital Noé Yarcho (el llamado médico de los pobres, pionero del cooperativismo). El pueblo está estrenando su primera calle asfaltada, la avenida San Martín, sobre la que se encuentra el galpón de los inmigrantes y el museo.
La vieja farmacia de la aldea convertida en Museo y Archivo Histórico cuenta la historia de todas las colonias judías del país. Osvaldo Quiroga, quien lo dirige en solitario, nos cuenta que un día se estacionó un auto y bajó un hombre con una señora mayor. Era un argentino residente en Estados Unidos, Gabriel Butensky, acompañado de su madre, quien se encontró en el museo con las fotos de sus abuelos colgadas en la pared. Ese hecho llevó a Butensky a convertirse en mecenas del museo. Quiroga es el hacedor de este reservorio de memoria: hace veintitrés años que junta material sobre las colonias. Si alguien pregunta por los orígenes de su apellido, le dedica tiempo a hurgar en los registros hasta encontrar a los colonos. "Cuando alguien distinguido se aparecía en el pueblo -nos relata Osvaldo-, todos pensaban que era Hirsch. Esa fantasía los acompañó siempre, hasta la muerte del barón, que nunca vino."
Domínguez fue zona fértil para las ideas socialistas y cuna del cooperativismo, que se desarrollaron para combatir los manejos de las empresas cerealeras y a los contratos leoninos. Los intelectuales en Villa Domínguez dejaron huella, como César Tiempo, Samuel Eichelbaum o Alberto Gerchunoff. Las tres hermanas Chertkoff se casaron con notorios dirigentes del socialismo (Justo, Dickman y Repetto). Al salir, pasamos por la pequeña casa en la que vivió sus últimos años el máximo impulsor del cooperativismo en la zona, el ingeniero Miguel Sarajoff.
Basavilbaso
Luego de hacer noche en Villaguay, el accidentado camino nos propone una imagen de otro tiempo, salvo por alguna pick-up que se cruza en el camino. De paso hacia Basavilbaso encontramos a la Colonia San Gregorio, con su sinagoga y el cementerio donde yacen los restos de Sajaroff.
El tren llegó en 1887 y las primeras familias judías en 1894. El pueblo tiene una particularidad: no cuenta con una plaza principal alrededor de la cual se organiza la vida comunitaria; el centro es la estación del ferrocarril y los edificios públicos se encuentran desperdigados. "Baso", como le dicen sus habitantes, fue un centro crucial en materia ferroviaria, por donde pasaban vías de norte a sur y de este a oeste (del Uruguay al Paraná). Hoy cuenta con unos diez mil habitantes y "vive de la soja", según explican los lugareños.
Este lugar fue epicentro de la Colonia Lucienville, bautizada así como homenaje al hijo de Hirsch, Lucien. Aquí se fundó la primera cooperativa agrícola del país, en 1900. En la ciudad hay dos sinagogas importantes, una de ellas fundada por artesanos y trabajadores con la idea de diferenciarse de los que iban al templo original.
Nos reciben en la Asociación Israelita con knishes y gefilte fish , y comprobamos que en estos pagos se veneran mucho más que en Domínguez la historia del Estado de Israel y el sionismo. En sus paredes conviven retratos de Urquiza y Sarmiento con imágenes de líderes israelíes. Nora Fistein es profesora de historia y directora de una escuela secundaria: sus comentarios nos permiten interpretar los matices entre las colonias.
Domínguez tenía la impronta de los judíos intelectuales que adhirieron a las ideas socialistas; Basavilbaso aparece más conservadora. "En Domínguez se leía más el Zaitung ; en cambio, en Baso predominaba el Di Presse ", explica Nora, haciendo referencia a dos periódicos escritos en idish de distinta orientación ideológica que se editaban en Buenos Aires y de los que se imprimían boletines en las colonias. En la actualidad existen unas cien familias judías en la ciudad y, en general, los jóvenes emigran una vez que terminan el secundario.
Lucienville tenía cuarenta mil hectáreas de campo y cuatro aldeas, todas con similar conformación: una calle principal, y sobre ella las casas de los colonos, la escuela, la sinagoga y más allá el cementerio. Una de ellas, Novibuco 1, se conserva casi con su configuración original. Se trata realmente de un sitio imperdible: puede visitarse la única sinagoga rural que queda en pie -construida en 1895, con un sector separado para las mujeres-, la escuela, el cementerio y una casa de la época de los colonos que perteneció a las familias Efron y Borodovsky. En ese lugar vivió de niña Paloma Efron, más conocida como Blackie, la animadora y productora de televisión, oriunda de Basavilbaso y cuyo padre fue el director de la escuela de la colonia.
"Mi lema es solo de rodillas ante la inteligencia." Son palabras de Blackie, que se leen en un cartel colocado en la entrada de la modesta construcción. Se conservan la estructura original de la casa, sus muebles,libros escolares en idish , fotos de sus propietarios, documentos, vajilla y utensilios de cocina, incluso la mesa puesta. Salomón Borodovsky se ocupó de preservareste valioso patrimonio. A partir de los años cincuenta y especialmente luego de los sesenta la colonia languidece y Basavilbaso emerge sobre los restos de Lucienville. Más de 30 mil colonos vivían en estas aldeas entrerrianas hacia 1910. Sus huellas están ahí, a la mano de cualquier viajero curioso.

Por Diego Valenzuela

Para LA NACION - Buenos Aires, 2008
Cervantes y Shakespeare: ni se vieron, ni se copiaron ni murieron el mismo día

El Día Internacional del Libro, que se celebra cada 23 de abril, conmemora el día de 1616 en que murieron Cervantes y Shakespeare. Pero ahora parece que esa coincidencia es tan errónea como la mayoría de las teorías sobre los paralelismos entre su vida y obra.


Por: Alicia García de Francisco

El Día Internacional del Libro se conmemora este miércoles 23 porque ese día, pero de 1616, murieron los dos más grandes escritores de la literatura universal: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Muchos expertos a lo largo de la historia han comparado y encontrado similitudes entre Don Quijote y Hamlet o entre Sancho y Falstaff, y abundaron en la novedosa mezcla de géneros que utilizaron los dos genios o, simplemente, en su contemporaneidad de vida y de muerte.Pero, en realidad, las semejanzas entre ambos genios son escasas. El error más difundido es el de la fecha de su muerte. Siempre se ha sostenido que ambos murieron el 23 de abril de 1616, pero no ocurrió así.Cervantes falleció el 22 y fue enterrado el 23, mientras que la diferencia de fechas es aún mayor con Shakespeare, ya que en aquella época Inglaterra se regía por el calendario juliano, por lo que en realidad su muerte se produjo un 3 de mayo.Nunca se encontraron; Cervantes nunca oyó hablar del genio de Stratford-upon-Avon; Shakespeare puede que ni siquiera leyera El Quijote; sus vidas son totalmente opuestas; uno es novelista y el otro dramaturgo; drama frente a comedia; no hay influencias directas del uno en el otro. Más diferencias que semejanzas."Las coincidencias son mínimas. El único dato seguro es que Shakespeare leyó la primera parte del Quijote y que hay una obra perdida de la que se conserva un resumen en la que el inglés -junto a un colaborador- retoma el personaje de Cardenio, que aparece en un episodio de la principal obra de Cervantes. Todo lo demás son conjeturas", afirmó el director del Departamento de Filología Española y sus didácticas de la Universidad de Huelva, Luis Gómez Canseco, autor, junto a Zenón Luis-Martínez, de Entre Cervantes y Shakespeare: Sendas del Renacimiento.Incluso más escéptico se mostró el profesor Michael Bell, del departamento de Literatura inglesa y comparada de la Universidad de Warwick (centro de Inglaterra), que aseguró que "sería muy complicado" probar que el genio inglés leyera la obra del español.Pero la realidad no ha desalentado la imaginación de otros escritores que en los tiempos actuales han tratado de buscar o inventar relaciones, encuentros o influencias entre los dos genios. Carlos Fuentes, por ejemplo, recogió en un libro de ensayos publicado en 1988 una teoría bastante extendida que afirma que "quizás ambos fueran la misma persona".El británico Anthony Burguess, por su parte, reflejó en su cuento Encuentro de Valladolid su visión de una hipotética reunión entre los dos escritores. También el dramaturgo inglés Tom Stoppard recreó la conversación que podrían haber sostenido Shakespeare y Cervantes si el español hubiera formado parte de la delegación de su país que acudió a Sommerset House entre mayo y agosto de 1604 para negociar la paz entre los dos países.La película española Miguel y William fantasea, en tono de comedia, con un encuentro de Miguel de Cervantes y William Shakespeare, en la España de finales del siglo XVI.Estas fantasías tienen una base, para algunos excesiva, y es el hecho de que en la biografía de Shakespeare existe un periodo, en la década de 1590, en el que no se sabe qué hacía ni dónde se encontraba.Frente a estos datos que forman parte de la fantasía, el profesor Bell considera que lo verdaderamente importante es la coincidencia en los estilos y contenidos de las obras de ambos escritores. "Ambos produjeron figuras que en cierta manera sentaron las bases fundacionales de los iconos", como es el caso de Hamlet o Don Quijote, y además lo hicieron "con apenas unos años de diferencia". Y los dos utilizaron una estructura de tramas y subtramas, en las que siempre incluían partes de comedia.Pero esas similitudes de estilo se debieron probablemente al simple motivo de que los dos escritores coincidieron en una época y tuvieron "influencias culturales parecidas", además de las mismas "lecturas", lo que les llevó a ofrecer "soluciones literarias paralelas", según Gómez Canseco. A su juicio eso es lo importante y no el hecho de que Shakespeare pudiera haber leído el Quijote, lo que "no es especialmente significativo".Tampoco es especialmente significativo que el Día del Libro se fijara sobre una premisa errónea porque, aunque el 23 de abril de 1616 no murieron ni Cervantes ni Shakespeare, sí lo hizo el Inca Garcilaso de la Vega y también en esa fecha nacieron Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Razones suficientes para que mañana se celebre un día en honor a los libros y a los escritores.

Fuente: EFE

Juan Gelman deposita un legado para los futuros poetas en la "Caja de las Letras"

El poeta y flamante Premio Cervantes, escribió un mensaje en un pergamino antiguo envuelto en satén rojo, que no se podrá leer hasta el 3 de mayo del año 2050 y que "servirá para futuros poetas". Además, en el acto se anunció que la Biblioteca del Instituto Cervantes en Viena llevará su nombre.

HASTA EL 2050. Juan Gelman, Premio Cervantes 2007, deposita un legado personal en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes que sólo podrá leerse a mediados de este siglo.
Juan Gelman, quien recibió esta semana el Premio Cervantes de manos del Rey Juan Carlos de España, cerró con la entrega de un mensaje la semana de celebraciones y actos que han tenido lugar en España con motivo del galardón.El escritor explicó que espera que este legado "sirva a los jóvenes poetas, a los que vendrán, porque aunque algún día, tal vez, no se pueda hacer poesía, siempre habrá poetas".Acompañado por su mujer, Mara Lamadrid, y dos de sus nietos, entre ellos Macarena, -la nieta que el poeta recuperó hace siete años y cuyos padres fueron asesinados por la dictadura militar argentina-, Gelman ha querido poner día, mes y año para que se pueda leer este legado. Y es que el 3 de mayo, recordó el poeta, es el día de su cumpleaños, y con humor dijo que espera "poder estar vivo para el 2050".El legado, que incluye el antiguo pergamino, está depositado en la caja de seguridad número 1.028 de la antigua cámara acorazada del edificio que alberga el Cervantes, hoy convertida en "capilla de la cultura, no del dinero", ya que durante décadas esta sede funcionó como Banco Español del Río de la Plata, primero, y como Banco Central, después.Ahora, en sus más de 1.800 cajas de seguridad, se depositan los textos y documentos que quieran aportar escritores, cineastas, músicos, artistas, científicos y arquitectos.Gelman comparte tesoro escondido con otros autores que ya han depositado su legado como el escritor Francisco Ayala, el poeta y premio Cervantes Antonio Gamoneda, el pintor Antoni Tapies, el poeta Carlos Edmundo de Ory, la investigadora Margarita Salas y la bailarina Alicia Alonso.La directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel, que le entregó al autor de Violín y otras cuestiones una llave simbólica como recordatorio y un certificado acreditativo, anunció que la Biblioteca del Instituto Cervantes en Viena llevará el nombre de Juan Gelman, quien firmó en el libro de honor del Instituto.Cafarell elogió la vida y obra del poeta, a quien recordó que a partir de ahora también tendrá que viajar por las sedes del Cervantes de todo el mundo para participar "en la vida cotidiana" de los centros.
Fuente: EFE

miércoles, 23 de abril de 2008

Miércoles, 23 de Abril de 2008

Gelman recibió el premio Cervantes 2007
El poeta argentino Juan Gelman recibió hoy el Premio Cervantes 2007 de manos del rey Juan Carlos de Borbón, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. En su discurso, Gelman afirmó que "hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad, Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero".




El poeta recibió el galardón, en una ceremonia en la que estuvo también presente José Luis Rodríguez Zapatero.


En el transcurso de un solemne acto, presidido por los reyes Juan Carlos y Sofía en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares -que este año conmemora su quinto centenario-, Gelman profundizó al afirmar que "las heridas aún no están cerradas".
"Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad", indicó el poeta argentino tras recibir la medalla y la escultura que lo acreditan como ganador del galardón, informó la agencia de noticias Europa Press.
"Hoy celebro una España que no acepta las aventuras bélicas y rompe clausuras sociales que hieren en la intimidad de las personas. Hoy celebro una España empeñada en rescatar su memoria histórica como único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro", sostuvo Gelman.
"Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en el Cono Sur", agregó.
Acompañado por el presidente de Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro de Cultura, César Antonio Molina, y numerosas personalidades del mundo de la cultura y la política, Gelman habló también de la muerte en Occidente y de la aparición del concepto de "muerte a distancia".
Fue, explicó, "en lugares como Hiroshima, cuando el coronel Paul Tobbets apretó un botón y aniquiló a 200.000 civiles".
El Premio Cervantes lo relacionó en la actualidad con Irak al afirmar que "la muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak".
Para el poeta argentino, Don Quijote supo ver esta "muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere" y la muerte llega hoy también "hospitalizada con un cortejo de silencios y mentiras".
En su discurso el poeta argentino, que sufrió en carne propia la tragedia durante la última dictadura militar argentina, recordó la desaparición de 30.000 personas durante la dictadura militar.
"Cabe señalar que la palabra desaparecido es una sola pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanos y ciudadanas inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en el suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelos", recordó.
En otro párrafo de su discurso, Gelman se confesó devoto de Cervantes, quien, aseguró, "inventó la primera novela moderna que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce".
También se describió como un devoto de la poesía, "hoy premiada" y calificó este género de "doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en 'Viaje al Parnaso', puede pintar en la mitad del día, la noche y en la noche más oscura el alba bella que perlas cría...".


El discurso completo de Juan Gelman

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Cultura, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señoras y señores:
Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, "que es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa" para don Quijote, doncella que, dice Cervantes en "Viaje del Parnaso",
"puede pintar en la mitad del día la noche, y en la noche más oscura
el alba bella que las perlas cría...
Es de ingenio tan vivo y admirable que a veces toca en puntos que suspenden, por tener no se qué de inescrutable".
A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aun antes en este histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo verdaderamente admirable en estos "Dürftiger Zeite", estos tiempos mezquinos, estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderin preguntándose "Wozu Dichter", para qué poetas. ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte.
Safo habló del bello huerto en el que "un agua fresca rumorea entre las ramas de los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el sueño descendía", Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos, San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de másvida causa el temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?
Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino "que no es sino morir muchas veces", comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a 30.000 personas y cabe señalar que la palabra "desaparecido" es una sola, pero encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.
Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos fallidos de mejorar su suerte. Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las Novelas Ejemplares: "Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada", que nada me decía, salvo la mención de sus "alegres ojos". Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro de la tragedia cuando se mira a sí misma.
Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene lugar en "Viaje del Parnaso" y en el que cualquier buen poeta podía caer herido por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su fulgor.
Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.
Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía, recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna, éstas: "el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto", uno se pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?
Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice Don Quijote: "Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos".
Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia, cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere. Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos, el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo. Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.
Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto, el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿"En este valle de lágrimas, en este mal mundo que tenemos -dice Sancho-, donde apenas se halla cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería"?
He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas. Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica, único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe cuándo comenzó a regir. "¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!", exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras militares que devastaron nuestros países. Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el canto.
Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.
Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo. Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas, porque "esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el uso". Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado, como si los pueblos no vinieran "lastimándolo" desde que empezaron a nombrar. Cuando Lope dice "siempre mañana y nunca mañanamos" agranda el lenguaje y muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.
Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.
Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la intemperie. Aunque bien decía Rilke: "[...] lo que finalmente nos resguarda/es nuestra desprotección". Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para escribir. Escribe para vivir.