lunes, 1 de septiembre de 2008

Osvaldo Lamborghini
Un genio exasperado
La próxima publicación de Osvaldo Lamborghini, una biografía (Mansalva), de Ricardo Strafacce, promete ser uno de los acontecimientos literarios del año. Este retrato, que desmitifica al autor de El fiord y al mismo tiempo confirma la leyenda de un escritor irrepetible, es también la crónica oblicua de una era.


Por Pedro B. Rey
De la Redacción de LA NACION

Hace tiempo que las vidas contadas dejaron de ser un sucedáneo de la nigromancia, tal vez desde que James Joyce acuñó aquel "biografiend" que sugiere la doble condición de adversario ( fiend ) y amigo ( friend ) del que indaga en detalle con el fin de condenar existencias ajenas a un libro. Una de las figuras maestras del género, Leon Edel, especialista en Henry James, señalaba que lo único que justifica una biografía es lograr explicar la brecha entre lo que el individuo hizo y la vida que hizo posible esa obra.

Osvaldo Lamborghini, una biografía , de Ricardo Strafacce, cumple con las consignas que hacen a una biografía notable y promete ser uno de los acontecimientos literarios del año. El libro, que con sus notas y material iconográfico supera las 1200 páginas, será publicado en septiembre por Mansalva, editorial independiente que ofrece desde hace unos meses una suscripción anticipada para ansiosos, previsores y ahorrativos (para solicitar información al respecto puede escribirse a: editorialmansalva@yahoo.com.ar).

Una de las razones de la importancia del libro radica en que, por algún pudor heredado, en la Argentina las biografías de escritores se han destacado por su pobreza o, lisa y llanamente, por su inexistencia. La otra se relaciona con su protagonista: Osvaldo Lamborghini (Buenos Aires, 1940 - Barcelona, 1985) tiene la ventaja de su relativa cercanía en el tiempo, pero también el inconveniente de encontrarse auroleado, desde antes incluso de su muerte, por las contradictorias versiones de un mito que él mismo alentó a construir. Ese mito personal se ve acompañado por la irradiación de una obra transgresora y radical, que todavía hoy parece anonadar a parte de la crítica. Ninguna de las asociaciones a mano, aquellas que para explicarlo lo vinculan a Sade o Jean Genet, a Macedonio o el Oliverio Girondo de En la masmédula (influencias seguras, pero parciales) alcanzan para reflejar la dureza (y la cruda belleza) de esos textos. En gran medida póstumos, aparecen atravesados por las tensiones políticas y las ideas de vanguardia que imperaban a fines de los años sesenta y los setenta, pero al mismo tiempo muestran un fraseo insobornable, una textura irreductible, una magnífica desconsideración por todo género. La actualidad de ese influjo se ve confirmada también por otros dos lanzamientos recientes: la publicación en España, por primera vez, del Teatro proletario de cámara (la obra en que Lamborghini trabajaba al morir, una original combinatoria de textos e imágenes) y la edición local de Y todo el resto es literatura (Interzona), que reúne artículos de varios especialistas dedicados al autor de El fiord.

La próxima aparición de Osvaldo Lamborghini, una vida coincidirá con un aniversario capital. Hace veinte años, en septiembre de 1988, las catalanas Ediciones del Serbal publicaron Novelas y cuentos , el volumen que prologado por César Aira, amigo y albacea de Lamborghini, agrupa los trabajos en prosa que el escritor había publicado en vida (El fiord , Sebregondi retrocede , además de unos pocos relatos dispersos en revistas) y aquellos hallados entre sus papeles. La bibliografía se completaría más tarde con una inesperada novela inconclusa (Tadeys , 1994) y su suma poética ( Poemas 1969-1985 , 2004), pero fue aquella edición la que puso al alcance textos que antes habían circulado en círculos restringidos. También dio lugar a una discusión bizantina sobre los mecanismos de consagración de esa obra, debate en que se olvida lo que de verdad importa: lo escrito.

La biografía realizada por Strafacce, al prestar una cercana atención a lo escrito, no evita el análisis textual ni la comparación de manuscritos. También, al indagar la vida que lo ocupa, va trazando una singular historia cultural. El sindicalismo de los años sesenta y la introducción del psicoanálisis lacaniano en los setenta conviven con un análisis de la influyente revista Literal (de la que Lamborghini formó parte junto al escritor y psicoanalista Germán García y el narrador Luis Gusmán) o con la descripción de los inicios literarios del propio Aira (del que se reproduce parte de Zilio, una novela inédita).

Pero la figura central es siempre Lamborghini. En su andar cronológico, la biografía desmitifica a su personaje para, al mismo tiempo, hacerlo ingresar en la leyenda viva. De la infancia en Villa del Parque y la admirativa relación con su hermano mayor (el poeta Leónidas Lamborghini), de la adolescencia en Necochea al casamiento en la juventud, del acercamiento al peronismo ortodoxo a la bohemia posterior a El fiord, de Mar del Plata y Pringles al último refugio en Barcelona, va surgiendo el perfil de un escritor convencido de su genialidad y, más tarde, de su inevitable destino póstumo, incapaz casi siempre de conservar un trabajo, ciclotímico en sus relaciones y con un eterno aire desamparado. Esa vida nómada y desordenada, agobiada por el alcohol, por el recurrente cambio de parejas (principalmente heterosexuales, a pesar de lo que podría sugerir parte de su literatura), está impregnada por una sensación de fracaso y esterilidad que recuerda una frase de su relato "El niño proletario": "La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra".

Por lo poco que se conocía de esos períodos, es imprescindible referirse a dos partes de esta monumental biografía. Por un lado, la estancia de Lamborghini en Mar del Plata, adonde fue tras el golpe de 1976 a refugiarse en su familia y donde se embarcó en la aventura de fundar la Escuela Freudiana local (compuesta por una única persona: él mismo). Esa estancia en "el páramo", como denominaba al balneario Atlántico por el aislamiento, lo convirtió en un compulsivo escritor de cartas (a Héctor Libertella, Tamara Kamenszain, César Aira, Fogwill). La reproducción de muchas de esas misivas incluidas en Osvaldo Lamborghini... , reveladoras pero también magníficamente escritas, representan, por sí mismas, un acontecimiento.




La otra sección, que conjuga alegrías y tristezas, es la última, en que se narra el exilio del escritor en Barcelona, a comienzos de los años 80. La muerte lo encontró allí, a los 45 años, con el cuerpo maltrecho, después de vivir los últimos meses recluido en un departamento. Antes, sin embargo, había podido tener un atisbo del paraíso. Fue en la capital catalana donde encontró, gracias a los buenos oficios de su pareja de entonces, Hanna Muck, las condiciones para dedicarse a escribir sin pensar en cómo ganarse la vida. Y escribió, por cierto. Que Strafacce termine su libro evocando esa circunstancia -y las despedidas que poco después publicarían algunos amigos cercanos- es un acto de justicia poética.



Buenos Aires, 1980. Ese año Lamborghini publicó "Poemas", que incluye el notable "Die Verneinung" (también conocido como "La negación") Foto: Beatriz Muicey/Gza editorial



Anticipo
Barcelona
Por Ricardo Strafacce


El 30 de noviembre de 1981, algo después del mediodía, Lamborghini llegó a Barcelona y con toda naturalidad, sin previo aviso, se dirigió a la casa que Germán García habitaba en la calle Copérnico donde su ex camarada lo recibió con la distanciada cortesía que la situación hace fácil imaginar, sobre todo si se tiene en cuenta que el bolso de mano en el que había trasladado sus cosas, aunque pequeño, indicaba unívocamente que aún no tenía resuelto dónde iba a alojarse. Sin embargo, conforme la conversación y los recuerdos comenzaron a fluir, alentados, tal vez, por alguna copa compartida, esa reticencia fue cediendo hasta que, en algún momento, la vieja amistad pareció resurgir como si nunca se hubiera interrumpido. O por lo menos es lo que debe de haber pensado Lamborghini que, después de haber pasado toda la tarde con su antiguo compinche, seguramente entendió, también con naturalidad, que podría alojarse "por algún tiempo" en la casa de García, quien no sólo pensaba exactamente lo contrario sino que incluso estaba prevenido contra esa posibilidad desde el mismo momento en que, unas horas atrás, había recibido esa visita no anunciada.


Sobre este punto preciso sobrevino entonces una discusión que de las palabras pasó a los hechos o, mejor dicho, a un único hecho aunque, es cierto, decisivo: harto de tantas expulsiones, Lamborghini probablemente no acatara las explícitas recomendaciones del dueño de casa y se rehusara a abandonar la silla en la que estaba sentado, lo que al parecer llevó a su anfitrión a intentar desalojarlo de esa posición de manera más expeditiva.


A pesar de su menor contextura física, García, que en el empeño se fracturó una mano, logró sin embargo el desahucio de su huésped, que se encontró, de golpe, solo en la noche española, con la evidencia de que no había aterrizado con buen pie en Europa: no habían pasado más que unas pocas horas desde su llegada y acababa de pelearse, esta vez, al parecer, para siempre, con la única persona que podía ayudarlo en todo el continente y cuya presencia en Barcelona había influido no poco en que fuera ése el destino elegido al momento de decidirse a viajar [...].


De esta nueva intemperie lo rescataría Amarú Oropesa, un ceramista boliviano -una vez más, y era la cuarta, Bolivia se cruzaba en su destino- que había vivido en Buenos Aires y se alojaba junto a un argelino dedicado a la reparación de electrodomésticos que no puso objeciones para recibirlo en su casa, donde Lamborghini permaneció hasta que, en los primeros días de enero de 1982, en una reunión en casa de argentinos que vendían ropa artesanal a la que lo arrastró el ceramista, conoció a Hanna Muck, una atractiva alemana de rostro anguloso y sonrisa franca que inmediatamente se enamoró de él.


Tres años mayor que Osvaldo, Hanna no había nacido estrictamente en Alemania sino en los Sudetes, al norte de Checoslovaquia, aunque la anexión de esta región al Tercer Reich en 1938 y el posterior reacomodamiento del mapa político, y de las minorías alemanas, en 1945, le habían deparado esa nacionalidad. Madre de tres hijos que vivían con su ex marido, trabajaba en la sucursal barcelonesa de la Agencia Literaria International Editors, cuya sede central estaba en Buenos Aires, empleo que le proporcionaba un pasar modesto y desahogado a la vez (no le faltaba ni le sobraba nada). Cultísima pero algo ingenua, infinitamente generosa, compartía con una amiga, que le subalquilaba una habitación, un agradable departamento en el nº 68 de la calle Tres Torres y cultivaba un feminismo sin crispaciones ni grandilocuencias que sería fácil, jocosa y complacida presa de los embates de Lamborghini, que al día siguiente de conocerla, a los dos días a lo sumo, la convenció de que, previo pago de la cuenta atrasada y consecuente rescate de la ropa, los libros y los manuscritos que habían quedado en cautiverio, se mudaran juntos al Hotel Vía Augusta (tal vez ya no soportara ni al ceramista boliviano ni al laborioso argelino o -esto es lo más probable- viceversa).


De estos días data "Aceite de colza", un poema fechado el 13 de enero de 1982 donde el autor daba cuenta, en el título, de su indignación ante las escandalosas muertes que había provocado la comercialización como aderezo comestible de un aceite industrial y, sobre todo, del temor que experimentaba ante la posibilidad de que el fatídico fluido apareciera en su ensalada, y al mismo tiempo, ya en el texto del poema, de la mala manera en la que se estaba llevando con la Madre Patria ("Jeta morada, culo verde / ¿Cómo dice el corazón, / esto dicho en Val, Valverde? / ¡Ostias! Estamos en España: / España, la imbécil. / Ahora, sólo poemas divertidos, ahora: / sólo el ridículo / -después de la terrorífica / pérdida de la lengua. / España: / España, la imbécil"). [...]


No habían pasado todavía dos meses de comenzada la aventura europea y ya se quería volver ("Buenos Aires. / España aquí. Es aquí: / la nostalgia del significante"). Y aunque intuía, con resignada desesperación, que ese regreso era, al menos de momento, imposible ("El océano Atlántico es una inmensidad irreversible"), debió de complacerse de que Hanna no fuera española ("España es una mentira, no un mito. / España es vil, como toda desgracia").


Y es que después del incidente con Germán García, al que no le guardó rencor (es más: enterado de su fractura se sintió algo culpable), recibido con indiferencia por López Guerrero (después de una nueva visita a la calle Granada, ya en compañía de Hanna, a la que probablemente le había referido, orgulloso, aquella mítica lectura de El fiord en las clases de Masotta junto a un hiperbólico panorama de los méritos del psicoanalista, y avergonzado de la actitud distante, casi hostil con la que los recibió López Guerrero, inventó para ella una excusa increíble: "Nunca le gustaron los alemanes" [Entrevista Hanna Muck], le dijo) y con compasión por Carlos Trías (que, saludable como nunca, lo encontró "acabado"), todos los planes, o toda la alucinación de que ese viaje respondía a algún plan, empezaron a derrumbarse. Al parecer, no iba a triunfar, tampoco en Barcelona, ni como psicoanalista, ni como escritor, ni como nada.



En su última época, cuando vivía prácticamente recluído trabajando en sus escritos.




Entrevista
"La literatura de verdad no es cosa de este mundo"

Por Pedro B. Rey
De la Redacción de LA NACION

Ricardo Strafacce dedicó diez años de trabajo a investigar y escribir sobre Osvaldo Lamborghini. Su oficio narrativo (publicó, entre otras novelas, El crimen de la negra Reguera y La boliviana ) se revela en la pericia con que construye, en más de un millar de páginas que nunca resultan maratónicas, el relato de una vida compleja; su profesión de abogado, en el métodico rigor con que usufructúa cartas, testimonios y documentos, y no en la fluidez de su prosa, afortunadamente desprovista de los gerundios leguleyos de los que abusan muchos de sus colegas.


Osvaldo Lamborghini, una biografía fue, además, realizada, algo infrecuente en estos tiempos, sin ninguna clase de beca o ayuda institucional.


-¿Fue un gesto de independencia?

-No, al menos no deliberadamente. Hace diez años se presentó una carpeta en alguna repartición oficial (no recuerdo cuál) pero nunca hubo respuesta. Quizá todavía haya un expediente en trámite con ese pedido en algún recoveco del Castillo.

-¿Retratar el mito Lamborghini es un modo de explicar o hacer más accesible la obra?

-Si no sonara demasiado tremebundo, diría que el libro no retrata el mito sino que "desmitifica", en fin, muchos aspectos de la vida y la obra de Osvaldo Lamborghini. Tampoco pretende explicar (sería impertinente de mi parte) al autor. Pero es cierto: al relacionar textos y reponer contextos, el libro permitiría, no digo entender mejor, pero sí disfrutar más de esa obra. O disfrutarla de otra manera por lo menos. En lo personal, la investigación me permitió mitigar una curiosidad que me asaltó desde que lo leí por primera vez: ¿cómo será -cómo habrá sido- una persona que escribe así?

-¿Con qué inconvenientes lidia un biógrafo de estos lares, donde el género biográfico es tan poco frecuentado?

-Más allá de los pudores lógicos con los que me topé al recoger testimonios, la mayor dificultad residió en la pobreza de nuestros archivos públicos. La Biblioteca Nacional, por ejemplo, es poco menos que inutilizable.

-A lo largo del relato, se hace referencia a un secreto de infancia que parece siempre a punto de ser revelado y nunca llega a resolverse...

-Aparentemente, todos tenemos un secreto de infancia. Quizá se trate de un efecto de lectura de distintos textos que cito, pero que no compuse yo.

-La obra de Lamborghini, a pesar de su influencia, ha sido objeto de escasos estudios críticos. ¿Cómo explicaría esa carencia?

-Bueno, Adriana Astutti le ha dedicado varios artículos. Nicolás Rosa también. Hay cosas de Tamara Kamenszain, Alan Pauls, Julio Premat y algunos otros, y ahora salió un volumen íntegro de estudios críticos sobre Lamborghini. De todos modos, es cierto que, como usted plantea, el interés de la crítica por esa obra no parece proporcional a su importancia. Supongo que el tiempo emparejará los tantos. A la literatura hay que darle tiempo.

-En el prólogo, figura una reminiscencia personal. La vez que leyó Novelas y cuentos, editado por Ediciones del Serbal. Pensó que eso era la literatura argentina, que así había que escribir. ¿Cómo definiría ese estilo? La consigna, ¿sigue siendo válida?

-Lo definiría, con alguna premura e inevitables generalizaciones, como una mezcla de la ironía y la opacidad macedonianas, los aires montaraces de la gauchesca y el aprovechamiento máximo de todo lo que aprendimos de Borges. Y mucho desparpajo. El mismo desparpajo que percibo en las obras de Gombrowicz, Copi, Aira, Zelarayán, Colautti, Laiseca, Libertella, Fogwill o el mejor Wilcock. Y creo que ahora, en medio de tanta "agenda" preestablecida por los sellos grandes y los premios literarios y tanta obsecuencia derivada de la voluntad -no siempre de mala fe- de ensanchar el público, la consigna es más válida que nunca. La literatura de verdad, creo, no es cosa de este mundo. Lamborghini la definía así: "Lugares vacíos y la interposición de la letra. La vida, nunca".



Anticipo
Mar del Plata
Por Ricardo Strafacce

En la Nochebuena de 1977, la casa de la calle Falkner apenas podía contener a los veinticinco comensales con los que una María Teresa singularmente expansiva había querido compartir la felicidad que le provocaba el hecho de que ningún miembro de la familia hubiera sido víctima del régimen (Leónidas y los suyos ya estaban a salvo en México) y también, aunque de manera más íntima, que, contra todos los pronósticos, Osvaldo, que había dejado nuevamente de beber, tuviera cada vez más trabajo y se mostrara particularmente sosegado y bien dispuesto.

Con los últimos días del año sus actividades habían cobrado un impulso inesperado: como algunos de sus alumnos -los más intrépidos- habían empezado a atender pacientes, a las clases se sumaban ahora los "controles" de esas terapias. Su economía en consecuencia mejoraba y ahora sí parecía que la enseñanza de Freud y todos sus subproductos podía ser una fuente de ingresos cierta y seria. Sobrio, previsor como nunca y, como siempre, exagerado, empezó a entregar a su padre todo lo que ganaba para que lo depositara a plazo fijo en la Caja de Ahorro, con lo cual a veces se encontraba tan impotente para afrontar los gastos más elementales y, en consecuencia, tan dependiente de la ayuda de Vilma, María Teresa o cualquier otro como cuando no trabajaba.


La excesiva -excesiva al menos para él- actividad laboral no sólo no interfería en la escritura sino que, incluso, la realimentaba:

He convertido los controles y didácticos en actos de escritura. Quiero decirte que no me limito a escuchar, desinterpretar y corregir lo incurablemente incorregible. Les entrego unos papelitos redactados en un estilo más o menos paradojal, siempre en sobre cerrado. Entienden, para mi sorpresa, y piden más. Uno de mis alumnos me ha planteado, muy seriamente, que me dedique a escribir además del psicoanálisis. Sin ironía: tiene razón. Escribir todo el tiempo... todo el tiempo... Tuve ganas de abrazarlo. [OL a CA del 31-12-77]

El nulo desarrollo que el psicoanálisis tenía en Mar del Plata en esos tiempos y el crecimiento exponencial que experimentaba en Buenos Aires, además, hicieron que cuando, sin pensarlo demasiado aunque en un tono inusualmente formal, se le ocurrió comunicar sus actividades docentes y clínicas a la Escuela Freudiana de Buenos Aires fuera recibido con deferencia y promesas de apoyo:


Establecí contacto con la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Me alientan, me aseguran que no estoy solo. Pero agregan que debería viajar a la capital (al castillo) para proveerme de material, tan difícil de hacerlo llegar por correo. Como leí la novela de Kafka, sé que el lugar del agrimensor es la aldea. [Íd.]

Tan bueno era el ánimo que tenía en esos días que ni siquiera lo desanimó un singular episodio que puso a su escritura psicoanalítica en una circulación enigmática y vertiginosa, aunque no deseada. Controlaba un caso que parecía hecho a su medida (tanto que pone en cuestión la verosimilitud de la anécdota): la paciente había tenido relaciones sexuales con un hermano durante años, las que interrumpió a partir del momento en que se casó. Tuvo entonces, casi inmediatamente a la boda, algunos encuentros íntimos con su cuñado. Más tarde, y mientras todavía duraba el matrimonio, en cuanto el marido salía a trabajar ella se metía en la cama y se masturbaba todo el día, casi sin interrupción. Fóbica, no podía salir a la calle, pero cuando lo hacía, invariablemente en taxi, la asaltaba la tentación -irresistible- de pedirle, exigirle casi al conductor que la condujera a un hotel, para acostarse con el taxista o para -en este punto dudaba la paciente- masturbarse sola (o acompañada por el taxista).

Aparentemente Lamborghini había escrito unas cincuenta páginas sobre el caso con el entusiasmo del género nuevo y ya empezaba a fantasear con que tal vez, más adelante, podría contactarse con alguna revista especializada para publicar -¡cuándo no!- su informe. Pero esta ilusión se derrumbó cuando la analista que "controlaba" con él olvidó el historial de la paciente... ¡en un taxi!:

Se trataba del primer análisis freudiano realizado en M/Plata, y, para mí, la pérdida de la carpeta equivale al naufragio del tratamiento: sin ninguna duda. [OL a CA de la primera semana de enero de 1978]

[...] Despreocupado de estas perplejidades, para fines de enero él sintió que atravesaba el mejor momento de su vida: seguía sin beber ("¡Qué burda fue la coartada alcohólica! ¡Cuántos escapes permitía!" [OL a Tamara Kamenszain y Héctor Libertella del 23-1-78]), continuaba ahorrando algún dinero con los depósitos de Leónidas Aniceto y ya empezaba a considerar seriamente la posibilidad de establecerse para siempre en Mar del Plata y viajar a Buenos Aires sólo de tanto en tanto, de visita. En el horizonte de sus lecturas, mientras tanto, se producía un retorno temido y esperado.

Apenas instalado en Mar del Plata había comprado todos los libros de Borges que encontró para releerlos con "pasión, alegría y repugnancia" [OL a CA del 8-1-78], hecho lo cual sintió que debía desembarazarse de ellos en forma urgente. Se encaminó entonces a una librería de viejo y los ofreció en canje por La muerte de Virgilio , de Hermann Broch, y cualquier otra cosa que el librero quisiera darle. Nunca supo por qué razón había quedado fuera del trueque el volumen que recopilaba la obra poética que, vuelta a leer dos años después, lo conmovió:

Estoy completamente borgizado. Ocurrió. Como recordarás, yo había pignorado todos sus libros, salvo la Obra Poética . Relectura apasionada, devoradora y conclusión: jamás escribí un poema. Peor: no sé qué es "eso" de la poesía y ni siquiera conozco el español. Otro descubrimiento: de pura suerte, en mis libros se han deslizado algunas frases bien hechas. Lo que me separa de Medina, Asís, García y Cía. es eso solamente: mi buena suerte. Pero ¿por qué publiqué? No lo entiendo. En la Argentina la literatura existe. Y yo lo sabía. Quiero decir que no tengo disculpas para mi irresponsabilidad [...] Lo mejor de "La Negación" es borgiano. [...] Es posible que en los años venideros empiece a escribir. [OL a CA del 28-1-78]



"El páramo". En Mar del Plata, Lamborghini se volvió un compulsivo escritor de cartas.



Anticipo
Infancia
Por Ricardo Strafacce


A pesar de que las enseñanzas de su profesora particular no lo hicieron descollar en la escuela, en esos años su entusiasmo por el dibujo tuvo cierta importancia e incluso lo llevó a exponer junto a otros niños en la Mutualidad de Estudiantes de Bellas Artes un trabajo (se trataba de un retrato al óleo de su hermano Leónidas). Esa exposición, que tuvo una moderada trascendencia al punto de que algún diario la reseñó, hizo que Teresa Galeano guardara con orgullo materno los recortes de la nota y colgara el retrato en los comedores de las sucesivas viviendas que fue habitando la familia.

La circunstancia de que hubiera sido su hermano mayor quien había sugerido a sus padres que le pusieran una profesora particular al pequeño no es la única vinculación de Leónidas con aquella temprana inclinación plástica de Osvaldo. Él mismo, cuando años después contara, sobredimensionándolas, sus experiencias con el dibujo y la pintura, las pondría en relación con su hermano ("Sencillamente hay un pacto entre Leónidas y yo. Hay un mutuo cheque en blanco firmado antes de tener la certidumbre de que ambos desembocaríamos en la literatura -yo pintaba: 1947!" [OL a Rodolfo Fogwill del 3-3-80]). En ocasiones, la evocación alcanzaría tintes tan exagerados que podría pensarse que se trataba de una excusa para hablar de Leónidas, del mismo modo que, tal vez, el entusiasmo por el dibujo haya constituido un pretexto para retratarlo:

Yo fui pintor. Expuse con éxito a los ocho años en la MEBA (Mutualidad Estudiantes de Bellas Artes). Mamá conserva todavía las críticas aparecidas en esos años en los diarios, con fotos del niño pintor "y todo". Diariamente, una profesora venía a darme clases particulares. Por eso no aprendí "lenguas" a la edad en la que tendría que haberlo hecho: me negué, mis padres tuvieron que destinarme una habitación especial para mi proyecto de embadurnar el mundo silenciosa y solitariamente. Después sobrevino el pánico, que se "resolvió" con el deseo de ganarle a Leónidas con sus propias armas. Pretencioso, el pibe: Leónidas tenía 21 años y ya escribía bellísimamente. Te estoy contando mi vida, me doy cuenta, y me produce un enorme placer hacerlo. Yo también tuve infancia. [OL a César Aira del 28-4-77]

Hay que señalar que los trece años de diferencia que le llevaba Leónidas a Osvaldo hacen tan improbable aquel "mutuo cheque en blanco" como esta supuesta decisión del hermano menor de competir con el mayor (antes bien, cabría pensar en un deseo de emulación). Y que esta inclinación plástica, que no duró mucho más allá de las fechas aludidas en las cartas transcriptas (1947 en la primera y 1948 en la segunda), sería retomada sobre el final, en Barcelona.

Volviendo a Leónidas, no cuesta imaginar la veneración que por él sentía su hermano menor, la que se iría acrecentando conforme Leónidas Aniceto [el padre] tuviera los primeros problemas laborales, frustración que no logró disimular ante los ojos de sus hijos, al tiempo que la figura de Poli, que enfrentaba al padre, trabajaba y además era escritor, iba tomando para el hermano menor contornos cada vez más inmensos. Seguramente fue el deseo de agradarle -y no el de "ganarle con sus propias armas"- lo que lo llevaron a desinteresarse tempranamente de la pintura y a fantasear con que él también sería escritor.

Si hubo en esos años algún tipo de "competencia" entre los hermanos ésta tuvo lugar en esas singulares partidas de ajedrez que durante algún tiempo disputaron cotidianamente en la casa de la calle Cuenca. Todas las noches, al regresar del trabajo, Poli se dirigía a la habitación donde su hermano lo esperaba con el tablero preparado y, antes de quitarse el abrigo, fingiendo una concentración excesiva, levantaba ampulosamente alguno de los peones centrales para asentarlo en el medio del tablero con un golpe que hacía temblar a las otras treinta y una piezas y dar comienzo a la partida.

En el Círculo de Ajedrez de Villa del Parque de la calle Álvarez Jonte, al igual que en las decenas de clubes de ajedrez que florecían por entonces en Buenos Aires, las celadas en las aperturas estaban severamente desaconsejadas. [...]

Leónidas, que llegaba cansado del trabajo, liquidaba sus partidas con Osvaldo en unas pocas jugadas. Para ello, recurría a un nutrido repertorio de celadas, sin renunciar siquiera a la más burda de todas, el "Mate de Pastor". En ella, el jugador inexperto que, intrigado por los extravagantes desplazamientos laterales de la dama y de uno de los alfiles adversarios, procura seguir una línea de juego ortodoxa moviendo sus dos peones centrales, asiste de pronto -azorado- a la captura de su rey, inmovilizado y ridículo, cuando todavía no se han realizado sino unos pocos movimientos.

"¡Melón!", reía Poli después de cada partida mientras el pequeño guardaba los trebejos en la caja, doblaba el tablero y empezaba a quitarse la ropa, rabioso y frustrado, no tanto por la derrota ni por el oprobio de haber caído en la celada sino por la brevedad de esa partida que, tal vez, había esperado con ansiedad durante todo el día.

Una noche, Osvaldo desmontó la trampa, explotó las debilidades que la celada había provocado en su adversario y venció a Poli. Al día siguiente volvió a caer en una nueva celada, que más tarde refutó para caer en otra, hasta que las partidas de ajedrez se fueron espaciando porque el hermano mayor empezó a concentrar casi todas sus energías en convencer a su padre de que no sería ingeniero sino, solamente, escritor, conflicto que, al crecer en intensidad, motivó que Poli dejara la casa.

Como si se tratara de un augurio, muy pronto toda la familia debería dejarla.



Villa del Parque. En ese barrio nació y se crió Osvaldo Lamborghini Foto: Gza Editorial


Anticipo
Bohemia en Buenos Aires
Por Ricardo Strafacce

Tras la muerte de Perón, anunciada oficialmente el 1º de julio de 1974, la crisis política del país empezó a tomar contornos de pesadilla. La asunción de la presidencia por parte de Isabel Martínez, cuyo desempeño habría tenido en otro contexto ciertos rasgos de comicidad, había otorgado poco menos que la suma del poder público a su ministro de Bienestar Social, José López Rega, y a las bandas que, comandadas por éste y bajo la denominación de Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), habían salido a forzar el exilio o, directamente, a asesinar a políticos, periodistas, intelectuales, sindicalistas, delegados de fábrica, opositores de todos los signos -aunque preferentemente de izquierda- y, en general, a cualquiera que el todopoderoso delfín de la presidenta, o algún allegado a su círculo íntimo, señalara. [...]

Como tantos otros que hacían las valijas, Tamara Kamenszain y Héctor Libertella habían decidido probar suerte en Nueva York, donde estimaban que, merced a algunos contactos en los medios académicos de los que disponían, podrían establecerse. Una noche afortunada que había tenido Héctor en el casino de Mar del Plata durante un corto viaje en esas vacaciones de invierno y la indemnización que percibió Tamara al cierre de la revista 2001 , pensaban, los ayudarían a instalarse. La partida, que se produjo en agosto de 1974, no era una buena noticia para Lamborghini puesto que lo privaba, además de la compañía de quienes, en menos de un año, se habían convertido en dos de sus mejores amigos, de una contención emocional y logística que le iba a ser difícil, si no imposible, de reemplazar.

La ausencia de "los Libertella" hizo que, de manera natural, se acercara todavía más a Arturo Carrera y, sobre todo, a César Aira, que en esos días se mostraba, contra su costumbre, particularmente ansioso porque, al fin, a partir de una gestión de Kamenszain, le había llegado la oportunidad de publicar su primer libro. [...]

Una vez instalado en el departamento de su nueva pareja [Susana Constante], con la avenida Corrientes nuevamente a un paso, durante muchas de esas noches en las que las costumbres moderadas de Aira, todavía soltero, las obligaciones familiares de Carrera, ya casado, los incipientes pero inocultables cortocircuitos que empezaban a distanciarlo de García y de Gusmán, la ausencia de "los Libertella" y los hábitos laborales de Susana Constante lo dejaban solo con su infatigable inclinación al vagabundeo, en algún lugar de la avenida, en el estimulante corredor que se extendía desde San Martín hasta Callao, encontraría en Jorge Di Paola ("Dipi") -a quien Ediciones de la Flor le había publicado en abril de ese año los cuentos de La virginidad es un tigre de papel , su primer libro- y en Miguel Briante -que daba los últimos retoques a Kincón , una nouvelle que al año siguiente sería finalista del premio Monte Ávila- dos bebedores, si no de su talla, a su medida, con los que iba a compartir interminables jornadas en las que, insomnes, rodarían "de boliche en boliche", como aturdía una letrilla de la época, por esa avenida que, se decía entonces, no dormía nunca.

En estas demoradas sesiones de conversación y de bebida, la literatura era tema principal pero no excluyente. Para divertimiento de Di Paola, para escándalo de Briante, Lamborghini solía emprender convencidos panegíricos de ese tipo de hampones a los que más o menos folklóricamente se denominaba "pesados" y cuya conducta sexual constituía para él un ejemplo a imitar. A pesar de tratarse de gentes cuya reciedumbre y hombría estaban fuera de discusión -argumentaba-, los "pesados" profesaban una suerte de homosexualidad preventiva destinada a que, en caso de caer en prisión, las desfloraciones que sin ninguna duda sufrirían no los hicieran, precisamente, sufrir e, incluso, una vez acostumbrados los tejidos pertinentes al coito por la vía irregular, tales efusiones carcelarias fueran motivo de disfrute y de consuelo y, a su modo, ayudaran a soportar un encierro que podía ser largo. Cuando Briante se decidiera, recordaba cada tanto, él mismo se ofrecía a iniciarlo en estas prácticas para cuya adopción -señalaba intencionadamente aludiendo al temperamento indómito y muchas veces pugilístico del autor de Kincón - había que ser muy guapo.

No es difícil imaginar las caras con las que se habrán mirado cuando, después de muchas noches de abordar la cuestión de la sexualidad carcelaria, les tocó compartir una celda de la comisaría 1ra que, el 27 de agosto de 1974, visitaron contra su voluntad. La noche anterior, Di Paola los había dejado alrededor de las doce en el bar Suárez y a la mañana siguiente, muy temprano, cuando pasó por la esquina de Corrientes y Maipú los divisó derrumbados sobre la misma mesa. Se detuvo entonces, entró en la confitería para convencer a sus amigos de la inconveniencia de permanecer allí y en ese estado y, cuando aún no había terminado de tomar el café que acababa de pedir, percibió con inquietud que el personal de un móvil policial estacionado a la vera del bar se interesaba por las muecas que, desde la ventana, les hacía Lamborghini. Los agentes, que por estadística o sincero convencimiento de que ese era su deber, decidieron trasladarlos a la comisaría no suponían que esa faena de pura rutina les demandaría el esfuerzo de llevar en vilo, desde la mesa del bar Suárez hasta el patrullero, a Lamborghini y a Briante, no porque les opusieran resistencia sino porque, literalmente, no se podían parar.




1973. Ese año Jorge Di Paola publicó en la revista Panorama una de las pocas entrevistas que se le hicieron.




Testimonio
Sintaxis mayor
El autor de esta nota, que fue amigo de Lamborghini y publicó su libro Poemas, devela los orígenes de la literatura del autor de El fiord y explica de qué modo entendía el oficio de escritor. Además, ataca ciertos olvidos de la crítica académica.


POR FOGWILL

Para LA NACION

BUENOS AIRES, 2008


Siempre había creído que la expresión era una metáfora privada de Lamborghini, limitada a esas cartas en las que reprochaba habernos transmitido o regalado "su sintaxis mayor". Recién ahora, leyendo las pruebas de galera del libro de Strafacce, entre tanta documentación descubro que la había usado en una de sus primeras intervenciones públicas.


Fue en el curso de un reportaje publicado en la revista Los Libros en 1970. Interrogado sobre los libros del año responde: "Sin ninguna duda, Boquitas pintadas . Con la obra de Manuel Puig, la supuesta función ´expresiva del lenguaje literario y la variada gama de ilusiones al respecto, sufre un golpe verdaderamente ´crítico . Boquitas... define un campo, señala un punto de ruptura: estamos ante un modelo de sintaxis mayor donde nada nos es ´comunicado , salvo nuestra propia presencia como soportes vacíos de todas las determinaciones que nos hablan".


Algunas gramáticas distinguen la sintaxis menor, que organiza las frases, de una sintaxis mayor, que rige la relación entre frases y fija reglas de subordinación, y las más laxas reglas discursivas de conexión entre ellas. Yo entendí que en aquellas cartas se refería a algo mayor que era la relación entre el texto y sus condiciones naturales de producción: la patria, el cuarto en el que se escribe, la memoria del mundo reflejada en la propia, el cuerpo -sus humores, sus ciclos y tormentos- la mano, el lápiz, el registro de su trazo.


Tiempo después recibí otra carta, donde sin preámbulos enunciaba: "Lo más inteligible de la lengua no es la palabra misma: es el tono, la intensidad, la modulación, el tempo con que se pronuncia una serie de palabras. En una palabra, la música detrás de las palabras, la pasión detrás de esa música, la persona detrás de esa pasión: todo lo que no puede escribirse, por lo tanto. Por eso el oficio de escritor no sirve". El uso de comillas sugiere que estaba citando un texto ajeno, probablemente de Nietzsche, que por esos días integraba sus lecturas de cabecera.


Que "el oficio de escritor no sirve", escrito o citado en aquellos días trágicos, como todos los de su vida, bien lo sabíamos los expuestos a la convulsa sintaxis de nuestros vínculos con él. Escribir no es servir, sino todo lo contrario. Pero al mismo tiempo, el oficio de escritor nunca servirá como instrumento para poder escribir. De una mujer que publicaba y no escribía mal pero desesperaba por ser reconocida como escritora, dijo una vez: "Pobrecita, escribe para salvarse y no sabe que esto es para perderse". ...l extremó en su vida esta polaridad con los resultados que tenemos a la vista: la consagración de un autor y la canonización de una obra que no sirve al negocio editorial más que para prestigiarlo adhiriendo un sello a sus textos que funcionarán como mensajes cifrados, vehículos de transmisión de eso mayor que ya operó sobre tres generaciones.


Durante cada una de las once décadas que sucedieron al siglo XIX, la Argentina tuvo una masa crítica de poco más de un centenar de escritores y, en cada década, tres o cuatro de ellos, entonces considerados los mejores, pudieron distinguirse por una gran virtud o un gran defecto, y, entre ambos, por su estilo particular que hoy permite identificar su autoría teniendo a la vista unos pocos renglones de cualquier página de esa plausible e imaginaria Antología de los Mayores. En ella el poeta Leónidas y el polígrafo Osvaldo Lamborghini convivirán con Aira, Arlt, Bioy, Borges, Copi, Fijman, Gelman, Manucho, Juan L. Ortiz, Puig, Saer, Silvina y una veintena más que quedará librada al azar de los antólogos y de los vientos de la época. Del conjunto, la presencia del hermano menor, aunque ineludible, será sin duda, la más cuestionada.


Él mismo -que en el curso de su Sebregondi interfiere el relato lamentando: es tan difícil no gustarle a nadie- hizo todo lo posible para provocar el conflicto que ahora vienen a testimoniar estos dos libros lanzados celebrando su definitiva consagración.


La biografía de Ricardo Strafacce - Osvaldo Lamborghini, una biografía - por sus transcripciones de cartas, textos y manifestaciones puede ser leída como altísima literatura, pero es también legible como la novela de la pasión de un biógrafo por los entornos, los acontecimientos y hasta por cualquier ínfimo detalle magnetizado por su contacto con Lamborghini, y viene a agregar pruebas para críticos y detractores dotándolos de un amplio argumentario sobre el lado humano y las miserias de esta divinidad naciente.


La colección de doce ensayos - Y todo el resto es literatura - publicada por Interzona y compilada por Juan Pablo Dabove y Natalia Brizuela, de las universidades de Colorado y Berkeley, parece un eficaz dispositivo de consagración. Cinco ensayos proceden de otros tantos académicos activos en universidades de Estados Unidos, uno del profesor Julio Premat de la Universidad de Paris VIII, dos de profesores en prestigiosas universidades locales, dos de escritores argentinos laureados y otro del escritor y editor argentino Luis Chitarroni, laureado recientemente por el éxito de crítica de su reciente novela Peripecias del no y por el cuarto de siglo que cumple como operador en la trastienda de Editorial Sudamericana. De las tres contribuciones de escritores, la de Chitarroni es la más perspicaz y honesta: prescinde de notas al pie, bibliografías al uso profesoral y de esas citas textuales de Lamborghini que en los otros ensayos parecen destinadas algunas veces a corroborar que se lo ha leído y, en otras, para dotar el artículo de algún valor estético. La de la poeta Tamara Kamenszain, aunque se ajusta con notas y bibliografía a los requerimientos del género paper , está compuesta desde la literatura y con pleno derecho, en tanto abunda en el comentario de versos y poemas ejecutado desde una profesional del género poesía que conoce el gabinete de trabajo del poeta y escribe privilegiada por su proximidad generacional y afectiva con Lamborghini. La del novelista Luis Gusmán es un intento literariamente fallido por entretejer recuerdos y "pruebas fehacientes" de su amistad con Lamborghini, con ajustes de cuentas que nadie ha pedido y que no tienen pertinencia literaria alguna, y con interpretaciones de textos que nunca terminan de convencer. Como desde el comienzo adopta un estilo narrativo testimonial, el lector tropieza cada vez que el ensayo pretende hacer teoría y no es porque deba volver atrás, sino porque Gusmán vuelve más adelante, a veces a recuperar la forma narrativa y otras a referir por segunda, tercera o cuarta vez a los personajes principales de su pieza, que son su libro El frasquito , su profesor de psicología-ficción Oscar Masotta, su camarada literario y compañero de introducción en el lacanismo Germán García y el enojoso escritor César Aira cuya operación sobre Lamborghini nunca terminará de comprender y parece empeñado en neutralizar. "La interpretación de Aira, que hace hincapié en la obra de Lamborghini, la leo en realidad como una variante peculiar del autorretrato (el autorretrato de Aira)", dictaminó Alan Pauls hace más de diez años cerrando para siempre ese episodio del negocio editorial. Los nueve ensayos procedentes de profesores de distintos rubros de las letras lucen impecablemente escritos y ricamente documentados pero -cuestión de gustos- ninguno apuesta a dar cuenta de la obra y todos tratan de instalarla en una red intertextual que, no por obvia, aporta algo a la comprensión del autor. Es un mal de la época y especialmente un mal del género paper , esa literatura menor que hasta puede brillar, como en algunos de estos ensayos, pero que nunca termina de esconder en un segundo plano las huellas de su compromiso con la cosa curricular y con la doble exigencia de halagar las teorías de temporada y seducir a los estudiantes fortaleciendo la corriente de alumnos que es objetivo central de la academia norteamericana, al menos en las áreas softies de las humanidades posmodernas que tienen escasa aplicación en los negocios y en la industria bélica. En dos centenares de referencias bibliográficas son citados más de sesenta autores -Jean Allouch, Badiou, Barthes, Bataille, Benjamin, Blanchot, Clastres, Derrida, Foucault, Freud, Guattari, Hardt, Kristeva, Lacan, Milner, Negri, Rancière, entre otros- pero ningún ensayo refiere ni contempla la obra del maestro de Lamborghini: su hermano Leónidas en cuya obra -en especial Las patas en la fuente - está la fuente de lo que más fascina del pequeño Osvaldo: su prosa cortada, su lengua natural, la continuidad entre obra, cuerpo y vida, su toqueteo con la locura y su prodigiosa máquina de crear figuras proyectando la cultura y el habla popular y el idiolecto de la psicosis a un diálogo explosivo con la gran literatura del mundo. Hace un mes se ha reeditado con el título El solicitante descolocado (Paradiso) este clásico del hermano mayor y padre de la sintaxis mayor de Lamborghini. Leerlo o releerlo desde Osvaldo es el mejor homenaje intelectual que merece esta figura truncada en 1985.


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