Bukowski se toma todo durante la polémica emisión del programa Apostrophes
Por Mauro Libertella
Hay una serie de escenas que fundan lo que podríamos llamar el mito Bukowski. Con prolijidad, fue el mismo Hank el encargado de acuñarlas y difundirlas, pero sobre todo de salir a buscar un choque frontal con ellas. Esto es lo primero que nos muestra la reciente biografía Charles Bukowski, de Barry Miles. Insiste una y otra vez en la imagen de Bukowski saliendo a la calle para recoger experiencias, para empaparse de la suciedad del bajo Los Angeles y luego, sí, volver a la máquina de escribir y hacer sonar las teclas gastadas con la fuerza y la persistencia fatal de un obrero.
Algunas de estas escenas: cuando empezó a tomar alcohol, a los 17 años, ganaba de quince a veinte dólares diarios en concursos del tipo a-ver—quién-toma-más. En una de aquellas ocasiones volvió a su casa totalmente borracho y le pegó por primera vez a su padre, invirtiendo y clausurando los términos de una terrible relación que dejó más de una marca en el cuerpo y en la personalidad de Bukowski. Otra escena, ahora casi una vida después. Bukowski es ya un autor reconocido, sus libros venden bien en Estados Unidos pero sobre todo en Alemania y en Francia. En su primer viaje a Francia —Hank salió de su país sólo tres veces— lo invitan al prestigioso programa de televisión Apostrophe. El programa se transmitía en horario central, tenía millones de televidentes y se entrevistaba allí a los más célebres escritores de todo el mundo durante una hora y media. En el centro de esa pantalla ardiente lo pusieron a Bukowski, que era profundamente reacio a las entrevistas porque, según él, no hablaba bien, y porque, según su biógrafo, no sabía pronunciar apellidos como Dostoievski. Cuando la transmisión empezó, Hank rechazó la copa de vino blanco que le ofreció el conductor, Bernard Pívot, y se aferró directamente a la botella. Alrededor de la mesa había otros invitados. La primera intervención de Bukowski fue así: “Conozco a muchos escritores norteamericanos a los que les encantaría estar ahora en este programa. No significa tanto para mí”. Lo interrumpió una escritora francesa, pero Hank la tapó diciendo: “Bueno, no sé si es usted una buena escritora o no. Levántese la pollera para que le pueda ver las piernas y le diré si es una buena escritora o no”. Se terminó dos botellas de vino, se levantó y se fue en la mitad de una conversación. Al día siguiente ya se habían agotado miles de ejemplares de las ediciones francesas de sus libros.
Así, con una larga estela de anécdotas épicas o cotidianas, Barry Miles ha ido rastreando el modo en que Bukowski fue moldeando las aristas de su propio mito. Y, por supuesto, son infinitos los modos que tiene un escritor para trocar esa materia que es la experiencia en esa otra materia que es la literatura. Bukowski pareció haber optado por un modo que a veces se imagina sencillo, pero que es en realidad uno de los más altos y refinados artificios. Bukowski elaboró, en cuentos cortos, poemas y novelas, un estilo libre de metáforas, directo, despojado, genuino. Leer a Bukowski es casi como estar hablando con él, acodados en la esquina imposible de la última barra. Y es curioso: Charles Bukowski, que cargó durante toda su vida con un resto de acento alemán que en su infancia le trajo más de una incomodidad, y que como tantos otros entró a la lengua inglesa desde un derrotero dislocado, paralelo, fue uno de los grandes maestros del siglo XX en esa arte de recortar del río del habla cotidiana el slang y el dialecto llamado a perdurar. Lo mismo hizo Salinger, y por eso sus libros son al mismo tiempo un registro de época y una literatura profundamente actual. Bukowski, en lo que hace al imaginario lingüístico y al uso concreto de una lengua, ha resistido con solidez al paso huracanado de los tiempos, y no es delirante afirmar que probablemente ese estilo nunca se oxide. El único problema, para los lectores en lengua castellana, es la pérdida notable que sufre su escritura cuando se la azota con una traducción muy localista. Si bien es cierto aquello de que los buenos libros resisten prácticamente cualquier traducción, una edición castellana con menos “gilipollas” y “pitillos” ayudaría.
Desde que Charles Bukowski empezó a publicar sus primeros libros, en los albores de los ‘60, hasta su consagración literaria hacia mediados de los ‘70, la crítica y los lectores fueron armando el esqueleto de influencias y escritores afines que lo envuelve desde entonces. La tradición de Bukowski se construyó con una serie de nombres de una central marginalidad, una figura paradojal que tan bien le calzó al mismo Bukowski en las historias de la literatura. De Hemingway aprendió bien esa máxima del autor de Adiós a las armas que rezaba: “Escribe la frase más sincera que puedas”, y a lo que podríamos agregar “y escríbela con la mayor sencillez a la que puedas llegar”; de Céline absorbió la irreverencia y la desenvoltura en la forma y en la manipulación de temas delicados (a ambos se les criticó su simpatía para con el fascismo, aunque el caso de Bukowski fue mucho más silencioso); después de leer a Henry Miller su literatura incorporó ese torrente sexual que es el cuerpo mismo de su escritura; Scott Fitzgerald le legó aquel gusto por meterse en el submundo, la tentación de la noche, del exceso; y los escritores de la novela negra le enseñaron, llanamente, a ir para adelante. Pero la influencia mayor de Bukowski fue, sin dudas, John Fante. Hank conoció a Fante cuando el primero ya era un autor consagrado y el segundo era un viejo olvidado que sólo esperaba la redención del final. Cuando las obras de Bukowski prácticamente sostenían a la editorial que le publicó toda su obra, Black Sparrow Press, Hank le pidió al editor John Martin que reeditara Pregúntale al polvo, el libro de Fante que más hondo caló en Bukowski. Aprovechando una carta para comentarle lo de la reedición, Hank le mandó a Fante muchos de sus libros publicados, y la dedicatoria que estampó en uno de ellos lo dice todo: “Para John Fante, que me enseñó a hacerlo”. Cuando el libro se editó, Fante estaba ya internado en un hospital, medio ciego y con una pierna amputada. Hank lo siguió visitando durante meses, mientras a Fante le iban cercenando el cuerpo parte por parte. La agonía duró años y en ese ínterin Black Sparrow Press reeditó toda su obra. En 1983, Bukowski fue uno de los pocos amigos que estuvieron en su entierro.
A Bukowski no le agradaban especialmente los beatniks (su relación con Ginsberg es ambigua y en más de una ocasión el autor de Mujeres se refirió con sarcasmos al poema Aullido, aunque en un poema propio toma prestada la forma de la tercera parte del mítico poema de Ginsberg, en una actitud que algunos críticos entendieron como un “yo también lo puedo hacer”). Sin embargo, el viento de las lecturas ha empujado su obra, como la de los beatniks, hacia ese terreno donde todo se lee como autobiografía. El mismo Hank ha promovido esa lectura, con el simple acto de escribir absolutamente todo lo que le sucedía. Pero eso no significa, por supuesto, que su literatura sea rigurosamente autobiográfica. Barry Miles, controvertidamente, piensa el paso de lo autobiográfico a la ficción como mitomanía. Para Miles, cuando Bukowski se mueve hacia la ficción pura, nos está mintiendo. Le pide la verdad absoluta, una correspondencia con los hechos que es imposible, además de innecesaria. Sin embargo, la obra de Bukowski es tan autorreferencial que pareciera como si a Barry Miles le hubiera bastado con ella para armar la biografía. El pulmón autobiográfico en la obra de Bukowski está sobre todo en sus poemas y en la pentalogía de novelas en donde aparece el alter ego de Hank, Henry Chinaski: La Senda del perdedor, Cartero, Factotum, Mujeres y Hollywood (ése es el orden cronológico en el que la acción crea su continuo, no el orden en que fueron escritas). Para Mujeres, por ejemplo, un Bukowski con más de cincuenta años encima abría las puertas de su casa para que prostitutas, yonquis, alcohólicas y mujeres delirantes entraran y, con el paso de los días y la convivencia, le aportaran un poco de material para sus historias. En ese sentido, Hank tuvo una vida extrañísima y única, pero al mismo tiempo fue siempre un observador. Hank es el tipo que vuelve tarde a su casa y lo escribe todo, y hacia finales de los ‘70 la gente se le acercaba y le contaba su historia pidiéndole por favor que la inmortalizara.
Mirando la obra de Bukowski en perspectiva, y sobre todo teniendo la posibilidad de medir el paso de las generaciones de lectores sobre esas páginas, podemos suponer que peligra caer en ese pozo sin fondo que es la literatura para adolescentes. Por lo menos, en eso concuerdan muchos de los escritores que el suplemento Babelia del diario El País de España entrevistó hace unos meses con motivo de una nota sobre Bukowski en la literatura de hoy. Pablo García Casado dice: “Conozco los trucos del jefe. Tiene una expresión con una potencia salvaje y una mirada ácida sobre el mundo contemporáneo, pero creo que es más importante como lectura de aprendizaje que de continuidad”. Rodrigo Fresán: “Su obra vale en sí misma como la de Carver, pero es una lectura algo adolescente. Si seguís leyéndolo a los ‘50, es bastante triste”. Asimismo, los escritores entrevistados llegan a dos conclusiones compartidas, que ya son una constante a la hora de hablar de Bukowski: que su obra vale más que su mito (como sintetizó Ray Loriga: “Me interesa su literatura, me dan igual sus borracheras”) y lo peligroso que es para un escritor joven acercarse a su obra, porque “su melodía no produce buen contagio”. Bukowski sería el caso de un escritor altamente fértil que ha sido sucedido por epígonos casi siempre lamentables. Sin embargo, como se dice, un maestro no es culpable de sus discípulos.
Si bien el peso de Bukowski en la literatura que vendrá no puede ser medido con exactitud, es cierto que las biografías y las reediciones de su obra siguen brotando y ya han rebalsado las aguas de aquello que alguna vez fue un tímido arroyo. El flamante Charles Bukowski, si bien puede ser algo falaz en sus propuestas críticas, está narrado con buen pulso y muestra un vasto y agudo trabajo de investigación. Es curioso ver los efectos que se producen si jugamos el juego de poner a Bukowski en un mismo sistema con los otros artistas cuyas vidas han sido narradas por Barry Miles. Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs, Paul McCartney, Bob Dylan. ¿Qué hubiera dicho Hank si le hubieran reservado un lugar en ese lunático firmamento? ¿Lo habría aceptado? Según Barry Miles, sí. El libro va mostrando, casi sin quererlo, cómo Bukowski, además de tomar litros y litros de alcohol, se emborrachaba con ese licor más peligroso que es la búsqueda de la gloria literaria. Y le llegó. Pero Hank no era un hombre hecho para la conferencia, para el galardón, para el premio. O, por lo menos, no encarnaba la clásica figura del escritor moderno. Quizás, más allá de las idas y vueltas que atraviese su obra, lo que quede de Bukowski sea el ímpetu de choque, el quiebre, la grieta en el corazón de un sistema literario.
Editados todos sus poemas y relatos, las editoriales se vuelcan ahora sedientas de revolver los cajones en busca de cartas perdidas. Hace unos meses en España se editó un volumen finito con cartas seleccionadas, y en un de ellas, fechada en 1960, cuando Hank empezaba a publicar con cierta frecuencia, se podía leer: “No uso patillas, me lavo los dientes, pero no obedezco órdenes chinas, obedezco mis propias órdenes y detesto a los policías porque la mayoría son jóvenes y van vestidos de negro, llevan porra y pistola y menean su culito engreído; y no entiendo a Beethoven ni a Mahler ni Chopin ni ninguno de los músicos o escritores rusos. Hay mucho de cierto en eso que dicen de que me limito meramente a enumerar la vida y hay mucho de cierto en lo de que no estoy contando gran cosa y estoy contando demasiado en el sentido subjetivo, que hay cierta basura, pero sencillamente sobre la base de los clásicos y la certeza de que no voy bien, no puedo liberarme. La obra en sí debe encontrar su propia conclusión a partir de mí mismo y únicamente conmigo mismo como base, liberarse de lo que ha ocurrido o de lo que otros han hecho. Cumpliré los cuarenta en agosto y, quizás, aún sigo viviendo como un chico, y escribiendo como tal, pero eso va a continuar mientras me resulte natural y cómodo”.
Léaselo como una poética, como una provocación o como una seca verdad sobre la escritura, lo mismo da. Lo cierto es que, a esta altura, ese borracho que saltaba de trabajo en trabajo y de ciudad en ciudad, ese norteamericano que hasta en sus días de gloria prefirió el bar de la esquina al vasto mundo, es hoy un modelo literario. No diríamos un clásico, pero sí un referente de alta proyección en los mapas rotos de la literatura que aún hoy se escribe.
BUKOWSKI POR EL MISMO
Erecciones, eyaculaciones y opiniones
Bukowski en una habitacion alquilada en Hollywood este.
Peleas infantiles
En las calles pobres de Los Angeles imperaba el desorden en aquellos días, y sólo sobrevivían los fuertes. Yo era un chico grande, huesudo y fuerte. Lo conseguí. El problema era que me gustaba. Me encantaba el impacto de los nudillos en los dientes, sentir el terrorífico rayo que te atraviesa el cerebro cuando alguien encaja uno limpio y tienes que procurar soltarte y recuperarte y saltarle encima antes de que acabe contigo.
Soledad
En los peores momentos, en la peor ciudad, si conseguía una habitación pequeña, si podía cerrar la puerta de esa habitación pequeña y estar solo en ella con la cama, la cortinita rota, empezaba a embargarme una sensación agradable; una serenidad singular. No tenía problemas conmigo mismo sino con los lugares de ahí afuera, con las caras de ahí afuera, con las vidas desperdiciadas y destrozadas: la gente que se conforma con la solución más barata y más fácil. Cerrar la puerta de mi habitación era una forma de decir no a todo eso.
El alcohol
Trabajas en un empleo de lo más asqueroso, llegas a casa de noche, estás cansado, ¿qué vas a hacer?, ¿ir al cine?, ¿poner la radio en una habitación de tres dólares a la semana? ¡Diablos, no! Te compras una botella de whisky y te la tomas, y bajas a un bar y quizá te metas en una pelea a puñetazos y conozcas a una zorra. Luego vas a trabajar al día siguiente y haces tus cosas. Soy un partidario del alcohol, te lo aseguro. Es necesario.
El sexo
No sólo soy un tipo sucio. Tengo mucho de puritano. Por eso mis novias me dicen: “Santo cielo, eres casi un puritano, y escribes esas cosas...”. En el acto sexual, al hacer el amor, no suelo ser muy lanzado. Me molesta incluso hacerlo de día; ya sabes, la miras a los ojos, ella te mira a ti. Resulta un tanto incómodo. Menos mal que he conocido a una mujer que me está enseñando mucho sobre las relaciones sexuales, ya sabes, lo que quiere una mujer. Obedezco y disfruto. Así que estoy aprendiendo a edad avanzada. Supongo que he sido un desastre con muchas mujeres durante veinte o treinta años.
Los Angeles
Mi ideal de vida es aquí, donde están los proxenetas negros, donde suena la música, donde las máquinas de discos tocan en los bares, donde las luces están encendidas, ahí es donde hay vida. Estás en un tugurio bullicioso y algo está pasando. Creo que la degradación, los proxenetas y las prostitutas son las flores de la tierra. En esos tugurios hay una gran felicidad. Es animación. Cuando limpias la ciudad, la matas.
La escritura
No tengo idea de lo que voy a escribir cuando me siento a la máquina. Nunca me ha gustado el trabajo arduo. Y planificar lo es. Prefiero que salga del aire o de algún lugar situado detrás de mi oído izquierdo. He descubierto que me encuentro en un estado como de trance cuando escribo. A veces entra mi esposa cuando estoy escribiendo y grito. No porque la obra sea tan valiosa, o porque yo sea valioso, sino porque me despierto asustado.
Las feministas
No consigo entender qué las pone tan furiosas. Sólo me hace sonreír. No llego a entenderlo. He escrito una gran cantidad de historias de amor que son solamente historias de amor, nada más. Creo que esas no las leen. Luego, de vez en cuando, me atacan. Veo solamente la boca que se mueve y el odio. No sé por qué... de vez en cuando aparecen y tienen pinta de detestarme.
La poesía
La poesía siempre es lo más fácil de escribir, porque se puede escribir cuando uno está completamente borracho o completamente feliz o completamente desgraciado. Siempre se puede escribir un poema. Así que un poema es algo muy cómodo, es una expresión emotiva que salta afuera.
La movida lumpen de Los Angeles por Bukowski
Feos, sucios y raros
En mayo de 1972, Charles Bukowski escribió para el glorioso LA Free Press un ensayo en el que retrata la escena de marginales, putas, borrachos y poetas de Los Angeles que tanto conoció y tan bien pintó. Inédito en castellano y reeditado este mes por primera vez en Portions From a Wine-Stained Notebook: Uncollected Stories and Essays, 1944-1990 por la mítica City Lights Books, es una radiografía emotiva y lúcida de ese mundo de gente extraña, quebrada y sin embargo luminosa.
Por Charles Bukowski
Nací en Andernach, Alemania, el 16 de agosto de 1920, hijo bastardo de un soldado norteamericano del Ejército de Ocupación. A los dos años fui traído a los Estados Unidos, y después de dos meses en Baltimore me llevaron a Los Angeles, y después de la madurez
(?) vagabundeé por el país al azar, ida y vuelta, arriba y abajo, adentro y afuera, pero siempre volví a Los Angeles y aquí estoy hoy, viviendo en un departamento que se derrumba a la vuelta del Sunset Strip pobretón. Si alguien es una autoridad sobre la escena, yo debo serlo, aunque, claro, la escena se ha filtrado en días y noches de vino y cerveza y whisky, y quizás una desesperación que ha torcido mi perspectiva un poco, pero estuve aquí, estoy aquí, y hablo de ella...
La escena de la calle de Alvarado merece ser contada por sí sola, aun cuando mi material date de quince años atrás. Imagino que debe haber habido cambios, pero esos cambios no han sido rápidos. ¿O sí? Hace sólo una semana estuve sentado por la noche en un bar de strippers de Sunset, con las chicas frotando sus cajetas para mí. Pero esa área entre la 3ª y la 8ª de Alvarado y los bares que las recorren difícilmente hayan cambiado tanto. Es un área de hombres pobres, ahí del otro lado del parque, donde se sientan a esperar la suerte, a esperar la muerte. Es el segundo callejón sin salida de Los Angeles.
Yo abrí esos bares y los cerré, ahí adentro me peleé, conocí a mujeres, terminé en la vieja cárcel de Lincoln Heights una docena de veces. Hay una sección completa de gente ahí que vive del aire y la esperanza y las botellas retornables y la gracia de sus hermanos y hermanas. Viven en cuartos pequeños, siempre están retrasados con el alquiler, soñando con la próxima botella de vino, el próximo trago gratis en el bar. Pasan hambre, enloquecen, son asesinados y mutilados. Hasta que uno no vive y bebe entre ellos, no conoce a los abandonados de Estados Unidos. Son abandonados y se han abandonado a sí mismos. Y entre ellos hay mujeres, la mayoría arpías, pero aquí y allá hay mujeres de cuerpo y mente, alcohólicas, locas. Viví con una de ellas, con idas y vueltas, durante siete años. Con otras viví períodos más cortos. El sexo era bueno; no eran prostitutas, pero algo se les había caído, algo en la vida las había hecho incapaces de amar o cuidar. Que la policía irrumpiera en nuestros cuartos era común. Me volví tan violento y podía insultar tan bien como cualquiera de esas mujeres. A algunas las enterré, a algunas las odié, a algunas las amé, pero todas me dieron acción para llenar la vida de veinte hombres, aunque la mayor parte fuera de la mala. Esas damas del infierno finalmente me llevaron al Hospital General de Los Angeles y hasta en estado crítico, y cuando salí me retiré de la calle Alvarado, pero si la quieren probar, me imagino que la misma especie sigue alimentando los deseos de muerte ahí abajo.
Después de un mal matrimonio decidí “bueno, maldición, puedo probar ser escritor, parece más fácil, decís cualquier cosa que querés y ellos dicen ‘ey, eso es bueno, sos un genio’”. ¿Por qué no ser un genio? Hay tantos genios mediocres. Así que me convertí en un genio.
Lo primero que pensé fue mantenerme lejos de los escritores, los artistas, los creadores, porque sentía que la dirección equivocada de sus ambiciones podían desviarme de mi camino. Después de todo, un buen escritor sólo tiene que hacer bien dos cosas: vivir y escribir, y el trabajo está hecho. En Los Angeles es posible vivir en aislamiento total hasta que te encuentran, y te van a encontrar. Y van a beber con vos días y noches, hablar con vos días y noches. Y cuando se vayan, van a llegar otros. A uno no le importa que sean mujeres, por supuesto, pero los otros son definitivamente consumidores del alma.
Uno de los primeros en encontrarme fue MJ, el muy conocido poeta beat de los años ’50, sobre en todo en Nueva York o, mejor dicho, en Brooklyn. M vino a golpearme la puerta. Ya no era un joven y hacía mucho que escribía. Yo era aún más viejo y recién había empezado a escribir. Yo tenía resaca.
–Bukowski, ¿tenés auto?
–Sí, pero dejame tomar una cerveza primero. ¿Querés una?
–No, me estoy limpiando.
–¿Qué pasa?
–Escuchá, me golpearon dos noches seguidas. Me pegaron en Frisco y la noche siguiente estoy en Barney’s Beanery y me meto en otra pelea. Este tipo es un profesional. Me pegó tan fuerte que me cagué. Me tuve que limpiar con papel de diario. Sin lugar dónde dormir... Quiero que me lleves hasta Venice...
–Seguro.
En el camino hacia allá, M me dijo que ellos “nos lo debían”. Pagaríamos nuestras deudas, dijo. Henry Miller solía pedir propina a estos tipos ricos cuando empezó. Todos los artistas tienen un derecho.
Yo pensé que sería bueno si todos los artistas tuvieran derecho a la supervivencia, pero en el fondo creía que todos lo tenían, y si el artista no la podía pegar, estaba en la misma posición que cualquier otro que tampoco lo había logrado. Pero no discutí con M. Ya no era joven, aunque todavía era un poeta poderoso. Pero de alguna manera había quedado fuera de los círculos poéticos. Hay política en el arte, como en todos lados. Era triste. Pero M había ido a demasiadas fiestas literarias, se había rendido a demasiados juegos de chupadas, se había arrastrado alrededor de muchos Nombres simplemente porque eran Nombres; había hecho muchos pedidos, demasiadas veces, de la manera equivocada y en el momento equivocado. Mientras íbamos en el coche, sacó su pequeño anotador rojo de propinas. Todos los nombres que había ahí eran buenos para propinas.
Llegamos a Venice y yo me bajé con M y nos acercamos a una casa de dos pisos. M tocó la puerta. Atendió un chico.
“Jimmy, necesito 20.” Jimmy se fue, volvió con los 20, cerró la puerta. Volvimos al auto, manejamos de vuelta a casa, bebimos toda la tarde y toda la noche mientras M hablaba de la escena de la poesía. Se había olvidado de que se estaba limpiando. La mañana siguiente fue cerveza para el desayuno y directo a las colinas de Hollywood. Otra casa de dos pisos. M tuvo que golpear las ventanas. Una casa llena de gatos y gatitos, dominada por el olor a mierda de gato. M consiguió otros 20 y volvimos con el auto. Y tomamos un poco más.
Veía a M de vez en cuando. A veces daba una lectura de poesía en la ciudad. Pero iba poca gente. Leía bien y la poesía era buena, pero estaba maldito. M estaba marcado. Las propinas se agotaban. Después encontró una chica que se lo llevó a casa. Me alegré por M. Pero M era como cualquier otro poeta: se enamoraba de sus mujeres, quizá demasiado. Pronto estaba en la calle otra vez, a veces se quedaba a dormir en mi sofá, puteando contra el destino. Como ya nadie quería publicar sus libros, empezó a mimeografiar sus propias copias. Tengo una aquí ahora: Todos los poetas americanos están en prisión. Me la dedicó así:
“L.A.
Feb. 1970
Para Charlie
Por la gracia de los Dioses
a veces todavía podemos conseguirla.
Mostrámela, me gritó. Mostrámela.
Hombre, estoy tratando de encontrarla.
Tomalo con calma, aquí hombre, aquí
está. En la palma de su mano había
una gota de semilla blanca. No
vienen con tanta frecuencia como las tuyas
me dijo. Aquí hombre querés ver
mi pija, aquí está parada como
un árbol desnudo en el espárrago
Sol.
Con amor
M.”
Después M empezó a escribir canciones. Tengo un libro de sus canciones por alguna parte.
“Voy a ver a Janis Joplin para mostrarle mis canciones”, me dijo.
Sentí que no iba a funcionar, pero no se lo podía decir a M. Era un romántico, tenía tantas esperanzas. Volvió.
“No me quiere ver”, dijo.
Ahora Janis está muerta y M, la última vez que supe de él, estaba dándole a la escoba en Brooklyn, trabajando –al fin– para su hermano. Espero que M vuelva al principio. A pesar de todos sus cuelgues con los Nombres y su mendigar, era mejor que muchos poetas que están en la cima hoy. A lo mejor todos los poetas americanos están en prisión. O la mayoría de ellos.
Después estaba NH de la escena de los beats parisinos, la escena de Tánger, Grecia y Suiza, la pandilla de Burroughs. N apareció conmigo y con otro poeta en una reciente serie de Penguin Modern Poets. De pronto estaba en Venice Beach, pudriéndose en la orilla, ya no escribía; se quejaba de su hígado deteriorado y de ser vigilado por una madre anciana que mantenía bien escondida. Muchas veces, cuando iba a ver a N, hombres jóvenes venían a golpear a su puerta. Aunque su hígado estaba en decadencia, era evidente que su pajarito estaba en buena forma. Supuestamente N era bi, pero nunca vi mujeres cerca de él.
“Bukowski, ya no puedo escribir. Burroughs ya no me habla, nadie me quiere ver. Me dejaron de lado. Estoy acabado. Ya tengo seis libros terminados, y nadie los quiere tocar.”
N dijo más tarde que yo le había cortado las piernas con los de Black Sparrow Press. No era cierto, pero así era el estado mental de N. Visitarlo era escucharlo rezongar sobre cómo lo habían sacado de la escena. La verdad era que yo le había pedido a Black Sparrow que lo publicara, porque se lo merecía.
“Nunca hiciste nada por mí, Bukowski.”
NH todavía era un muy buen poeta. Pero era triste la forma en que parloteaba. Supongo que nos va a pasar a todos, parlotear. La poesía, la prosa trepando las paredes como serpientes; nuestros espejos suicidas mostrando cabellos grises y costumbres grises y talentos grises. N había perdido su respaldo europeo. Las cosas no iban demasiado bien. Los poetas lo visitaban una vez y después no volvían. The Free Press le ofreció un trabajo escribiendo reseñas, pero N no podía seguirlo. Educado, talentoso, conocedor, se estaba pudriendo. Lo admitía. Yo le dije que podía encontrarse otra vez.
Una vez, otro poeta y yo lo visitamos y sugerimos una ronda de bebida, pero N dijo que había sido invitado a una fiesta, una invitación especial. ¿Nos gustaría ir? ¿Por qué no? Tenía una dirección. Cuando llegamos, era una gala a beneficio de alguien, precio de entrada un dólar. Entramos por la puerta de atrás y nos quedamos parados escuchando a la banda. Encontré un galón de vino y me puse a tomarlo. Le hablé a un par de mujeres, besé a una, caminé por ahí.
Después, el poeta que estaba conmigo me preguntó: “¿Creés que alguien por aquí sabe que sos Charles Bukowski?”. Era un pensamiento interesante. Me acerqué a una chica: “Escuchá, soy Charles Bukowski”. “¿Charles qué?”, me preguntó. El poeta que estaba conmigo se rió. Le pregunté a mucha gente si sabían que yo era Charles Bukowski. “Nunca escuché acerca de él. ¿Quién es?”
Me tomé el resto del vino y, cuando la gala de beneficencia se terminó, corrí al final de las escaleras y bloqueé la salida. “Ahora, gente, esto es para hacerles saber que soy Charles Bukowski. Antes de dejarlos salir, quiero que digan: ‘Lo conocemos. Usted es Charles Bukowski. ¡Ahora díganlo!”
“¡Dale, dejanos salir!”
“Mierda, hombre, dejanos salir!
“Vamos, Charles, no seas pelotudo”, me dijo N.
“Vamos, díganlo”, grité. “Digan que soy Charles Bukowski y que me conocen. ¡Díganlo ahora!”
Tenía a 150 personas bloqueadas en la escalera y dentro del lugar. Entonces, el poeta que estaba a mi lado me dijo: “¡Bukowski, viene la policía!”.
Salí rápido, corriendo por las calles de Venice West, con N y el poeta corriendo detrás de mí. Sí, N y yo estábamos teniendo malos días y malas noches. Pero la última vez que escuché de él estaba haciendo un buen regreso, yendo a San Francisco y editando una revista, y perdí el flyer, pero creo que está editando a Ginsberg, Ferlinghetti, McClure, Burroughs, todos ellos. Finalmente se alejó de Rose Ave, allí abajo, cerca del estacionamiento, los hippies sin alma sentados en los bancos de cemento, muriéndose de hambre, tratando de robar del almacén judío y esperando que Tim Leary les dijera: “Abandonar, ¿hacia dónde?”. Pero Leary no está ahí. Sólo las gaviotas y el esperar y la esterilidad.
Los raros seguían viniendo. Todos querían beber conmigo. No puedo vivir con todos ellos, ni ser amable con todos ellos, ni siquiera encontrar a todos ellos interesantes. Pero los tipos son todos iguales en un aspecto: están disgustados con nuestro estilo de vida actual, y hablan de eso, a veces violentamente, pero es refrescante que no todo Estados Unidos se haya tragado la carnada.
No todos los que vienen son artistas, gracias a Dios, pero algunos son sencillamente raros. LW hace cinco o seis años que es un linyera, vivió en hoteles baratos, misiones, hizo dedo y tenía algunas historias interesantes de la ruta.
Apareció. Y era un buen actor. Actuaba sus experiencias pasadas, haciendo diferentes personajes. Era intenso y serio, pero bastante gracioso, porque la verdad suele ser más cómica que seria. LW venía a las 4 de la tarde y se quedaba hasta la medianoche. Una vez hablamos 13 horas y desayunamos en Norms a las cinco de la mañana.
LW era un artista que no tenía forma de expresar su arte más que por la expulsión vocal. Tomé algunas historias de LW que usé para mi propio beneficio. No demasiadas. Una o dos. Pero empezó a repetirse, especialmente cuando había otra gente alrededor. Yo tenía que escuchar las mismas historias por segunda vez, por tercera vez. Los otros se reían, como lo hice yo la primera vez. Creían que LW era grandioso.
Lo que me atrapó fue que LW contaba las mismas historias palabra por palabra, nunca las alteraba. Todos lo hacemos, ¿o no? Me empecé a cansar de LW y lo sentí. Hace mucho que no lo veo. Dudo que lo haga. Ya nos fuimos útiles mutuamente.
Hay otros. Siguen viniendo. Todos con su forma especial de hablar o vivir. Retraté a algunos bien, y supongo que van a seguir viniendo. No sé por qué atraigo a la gente. Yo nunca voy a ningún lado. Los que llegan que no son interesantes, de esos dispongo rápidamente. Si no lo hiciera, sería poco amable conmigo mismo. Mi teoría es que si uno es amable con uno mismo, será verdadero y amable con los demás, de alguna manera.
Los Angeles está llena de gente muy extraña, créanme. Hay muchos ahí afuera que nunca estuvieron en una autopista a las 7.30 de la mañana, ni le dieron un puñetazo a un despertador, o siquiera tuvieron un trabajo, y no intentan tenerlo, o no pueden, o no quieren, o se morirían antes de vivir de una manera común. En algún sentido, todos son genios a su manera, peleando contra lo obvio, nadando contra la corriente, volviéndose locos, fumando porro, tomando whisky, arte, suicidio, cualquier cosa menos la ecuación común. Va a pasar mucho tiempo antes de que nos borren o de que acaben con nosotros.
Cuando vean el City Hall en el centro, y a toda esa gente preciosa y adecuada, no sientan melancolía. Hay toda una marejada, una raza de gente loca, muerta de hambre, borracha, graciosa y milagrosa. He visto a muchos. Yo soy uno de ellos. Habrá más. Esta ciudad todavía no ha sido tomada. La muerte antes de la muerte es nauseabunda.
Los raros van a aguantar, la guerra continuará. Gracias.
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