La sorprendente fuerza propia del arte urbano local y el permiso público y privado para pintar en diversos sitios de la capital porteña vienen convirtiendo a Buenos Aires y alrededores en un ámbito óptimo para graffiteros, ilustradores, stencileros, diseñadores e integrantes varios de la gran tribu del aerosol y el látex, que parece decidida a expandir aún mucho más su obra.
Miles de kilómetros de pintura en aerosol han corrido entre la clandestinidad absoluta que abrigó el surgimiento del graffiti y la creciente participación del arte callejero hoy en numerosas exposiciones dentro del circuito establecido del arte en general. Antes era pintar y disparar. Ahora, sobre todo en diversas ciudades argentinas, los artistas urbanos pueden pasarse horas en la vereda decorando letras sobre una pared o haciendo sus murales a plena luz del día, a la vista de cualquiera que pase. No ocurre igual en todo el mundo. En las capitales internacionales donde mayor auge tuvieron las pintadas callejeras es mucho más difícil en el presente entregarse a dibujar sin riesgo los muros públicos. Pero sigue habiendo baluartes del street art sobre todo en Nueva York, Berlín, Barcelona y San Pablo, entre otras ciudades, lo mismo que grandes nombres de autor. El enigmático Banksy cotiza sus trabajos en cifras seguidas de al menos cinco ceros y en euros, por ejemplo, mientras que la Tate Modern Gallery de Londres llevó a cabo una muestra visitada por multitudes que admiraron la obra de Os Gêmeos –célebres mellizos graffiteiros brasileños–, Blu, Sixeart, JR; Nunca y el colectivo Faile, todos street artists. Las paredes de Buenos Aires, mientras tanto, vienen convirtiéndose desde hace años en una tentación para artistas de todo el orbe que, junto con los locales, se dan el gusto de trabajar en ellas con libertad envidiable. El interior del país sigue la misma tendencia, aunque casi no reciben aún la afluencia de pintores extranjeros. Dos nuevos hitos refrendan el status actual del arte urbano porteño: su presencia por primera vez en ArteBA, la megamuestra de las galerías de arte en Buenos Aires, y la invitación a tomar parte con enormes murales pintados "en vivo" durante el Festival Ciudad Emergente en el Centro Cultural Recoleta, en junio último. Simultáneamente, graffiteros, ilustradores, stencileros, creadores de stickers, posters y demás, por cuenta propia, siguen aportando en las calles su universo de imágenes a una explosión del arte urbano en la capital argentina que muchos consideran inminente y que para otros ya empezó. Las zonas que concentran paredes pintadas van en aumento constante en distintos barrios y muchos de los temas y mensajes pintados en ellas aumentan y se renuevan con una frecuencia notable. ¿Qué los mueve? Surgen, claro, algunas de las motivaciones atávicas como las que motorizaron las manifestaciones más primitivas de arte rupestre. Algunos artistas callejeros vernáculos hablan además sin vueltas de necesidades personales de marketing y autopromoción. Están los que se dedican a pintar también en telas, cartones y muy diferentes tipos de soportes y eligen los muros públicos como una superficie más, que entre otras satisfacciones les ofrece el trabajo al aire libre y una escala de obra difícil de obtener en otros sitios. Hay que contar aparte la interactividad con el público, con otros colegas, con infaltables agresores también munidos de aerosol y no olvidar, en su momento, el sabor de lo clandestino. Pintar en grupo con amigos del ramo es otro atractivo de peso —les encanta juntarse y repartirse una pared para transformarla mientras charlan, y encima integran sus trabajos— y la expectativa de vender de algún modo la producción de cada uno suele estar presente a menudo. Existen ya varias vías de comercialización aunque no sea fácil aprovecharlas: venta directa de obra, aplicación a diseños de indumentaria y calzado, utilización del trabajo con fines publicitarios, campañas de difusión (Madres contra el paco y otras), contratos diversos. Jaz, Nerf, Gualicho, el Pelado, Fede, Tester, Bruk, Dié... La gran mayoría de los artistas callejeros son conocidos por sus seudónimos antes que por sus nombres reales. Incluso entre ellos. Malatesta, Mondo Lila, Grolou, Nase, Doez... Varios, además, no quieren saber nada de aparecer en cámara ni que la prensa les tome fotos para publicar. Pum Pum, Dame, GG, Elodio. Sus trabajos sí, ellos no. Tec, Chu, Nasa, Larva, Parbo, Antis. Y esto es parte de los distintos códigos —variables según los casos— que manejan en su accionar, a veces importados, otras muy de aquí. Sin que hayan desaparecido los pibes que le amargan la vida a algún propietario estampando su nombre o el de una banda de rock en el frente de la casa, hoy graffiteros y artistas urbanos en general concentran su labor en paredes que buscan con esmero y aprovechan sin perjudicar a nadie. Piden permiso para usarlas o las toman sólo cuando es obvio que no ocasionan daño a nadie (terrenos desocupados, plazas y espacios públicos, edificios en demolición). La formación de quienes manejan un stencil, aerosoles o pintura al látex para expresarse por las calles ciudadanas puede oscilar entre una previsible autodidáctica, por un lado, y estudios terciarios de arte y diseño en las instituciones de mayor nivel en el país o el extranjero, en el otro extremo. No es habitual, por otra parte, que artistas de gran reconocimiento se dediquen al arte urbano, probablemente por lo efímera que puede resultar la permanencia de una obra o su integridad. No cualquiera está bien dispuesto a que otros intervengan libremente en su creación individual... y generalmente gratuita. En otras palabras, "por amor al arte" es una expresión que tiene poco arraigo fuera de las tribus de artistas urbanos. Nadie aquí vive de esto, como cabe suponer, aunque varios han abrazado las bellas artes como profesión. Pero han ido abriéndose galerías especializadas como Hollywood in Cambodia, Espacio 6.0, y otras que, como Gachi Prieto, han mechado muestras de esta forma de creación entre sus exhibiciones, además de las expression sessions que convocan a toda la colectividad y que ya han hecho pie también en Rosario. Colectivos como Bs As Stencil, Run Don't Walk, Fase y Doma salen al exterior (por invitación o no) y los vínculos por internet permiten una conexión permanentemente transitada en todas las direcciones imaginables, acercando autores, imágenes, bromas, afectos y distintas maneras de solidaridad. De la persecución, las causas penales y la cárcel —nada de lo cual ha cedido por completo— el arte urbano ha logrado, mínimamente, protegerse. Ponerse a cierta distancia. Ese trayecto es parte de su identidad, aunque hoy, como ocurrió en su época con el tango, en buena medida se lo haya anexado a las expresiones no sólo permitidas sino hasta elogiadas, aunque esto sea algo que aún le cuesta digerir al espíritu anarco de varios y muy honrosos artistas de la calle.
Además de exhibir buena parte de la obra de cada autor, Internet da la posibilidad de acceder a la vasta trama de conexiones que existe entre los creadores locales de arte callejero y muchos otros de todo el mundo, mostrando así un panorama elocuente de lo que es la actividad en el orden internacional, dentro de la cual este grado de comunicación e intercambio juega un rol relevante. Aquí algunos links más que son apenas una punta de ovillo.
Agradecimientos:
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