Con V de Vian
Hace cincuenta años –exactamente el 23 de junio de 1959– moría Boris Vian en la butaca de un cine mientras veía la versión cinematográfica de su novela Escupiré sobre vuestra tumba. Pocos artistas abarcaron tanta diversidad de géneros, corrientes, estilos e identidades en una época que todavía no se asomaba a la eclosión experimental de los sesenta. En 39 años de vida fue el autor de una cantidad de libros firmados por él o con el seudónimo de Vernon Sullivan que aún hoy evocan un tiempo de rara mezcla entre patafísica, surrealismo y existencialismo, tan francés y tan universal.
Por Juan Pablo Bertazza
A las diez y diez de la mañana del martes 23 de junio de 1959, luego de decirle a su vecino de butaca del Cine Marbeuf que los actores de Escupiré sobre vuestra tumba “no tienen realmente el aire americano”, Boris Vian no sólo terminó de puntuar, en intensos treinta y nueve años, una vida tan literaria como sus novelas sino que, sobre todo, se convirtió en un emblema absoluto de la vitalidad, algo así como lo que Sartre representa para el compromiso político y el Marqués de Sade para el sexo. Y la prueba del delito es que hoy, a cincuenta años de su muerte, su figura está más vigente que nunca: acaba de asegurarse su inesperada entrada de honor a la colección de La Pléiade para fines de 2010, sus libros supieron venderse en forma constante pero exponencial durante los últimos veinte años, cada vez más biógrafos y ensayistas quieren vérselas con él, sus canciones suenan, en este mismo momento, en bocas curtidísimas como la de Carla Bruni y, por fin, la etiquetita que lo catalogaba como autor de pasaje para jóvenes perdió todo pegamento.
FIESTAS
Escritor, trompetista, poeta, ingeniero, actor, inventor, pintor, dramaturgo, director artístico de la firma Philips, coleccionista de autos, crítico de jazz y cantante nacido el 10 de marzo de 1920 en el suburbio parisino de Ville d’Avray. Fue tan apretada la vida de Boris Vian que, tal vez, el listado de sus múltiples ocupaciones sobrepasa los años vividos, con el agravante de que su vida estuvo signada por la enfermedad: a los cinco años le descubren una cardiopatía que nadie supo tratar, un mal del corazón que le fue marcando el pulso de sus días y de su incansable obra, de una manera tan sincrónica que hasta supo predecir el año en que moriría.
La velocidad y la conciencia de la finitud se fundieron de tal forma que en tan sólo dos años –durante el magro período 1946-1947–, Boris Vian escribió seis novelas entre las cuales se encuentran, al menos, dos de sus mejores obras: La espuma de los días y El otoño en Pekín. Podría hablarse de insomnio total, podría hablarse de un pacto con el diablo, podría pensarse en conjuros para detener el tiempo y trabajar mientras el resto del mundo permanecía inmóvil, podría imaginarse un ejército de reclutas que trabajaban por él. Nada y, sin embargo, mucho de todo eso es cierto porque la clave para explicar su obra es la diversidad, palabra que tiene con “diversión” un origen común en el latín a partir del verbo divertere, que significa “llevar por varios lados”, por lo que no debería extrañar el hecho de que “variado” y “expandido” sean sinónimos de “divertido”. La diversión, entonces, en su ambiguo sentido de “diversidad” y “esparcimiento” resulta indispensable para hablar de Vian.
En cuanto a lo primero, además de usar numerosos seudónimos y anagramas –Bison Ravi, Baron Visi, Brisavion, Boriso Viana y, tal vez el más hermoso, Navis Orbi, que quiere decir “navegante del mundo”–, y de haber engendrado a su alter negro Vernon Sullivan, uno de los hilos conductores de la obra de Boris Vian es el trabajo con pares de dobles por semejanza y pares de dobles por oposición. En cuanto a lo segundo, sus dos primeras novelas, Trouble dans les andains y Vercoquin y el plancton, ambas de 1946, fueron hechas, según él mismo contó alguna vez, “para divertir a los amigos de toda la vida”. Ya en la adolescencia, Boris Vian organizaba con sus hermanos y vecinos de Ville d’Avray las famosas surprise-parties, el antecedente inmediato de la tumultuosa atmósfera de Saint-Germain-des-Près de los cuarenta y cincuenta. También en la adolescencia, Boris conoce a la persona que generó mayor influencia en su vida: Jacques Loustalot, El Mayor, un personaje que aparece en muchos de sus libros. Pronto se volvieron inseparables. El Mayor –quien explicaba que era tuerto porque había intentado suicidarse a los 10 años– contagió en el escritor la fascinación por los objetos, el absurdo lógico y el juego permanente. Habituado a salir por las ventanas más que por las puertas, porque los objetos “deben servir para todo menos para lo que fueron creados”, Jacques muere a los 23 años, el 7 de enero de 1948 a las tres de la mañana, luego de caerse del 5º piso durante una surprise-partie.
La novela que mejor representa esos años alocados es Vercoquin... que comienza y termina con una de las surprise-parties. Los capítulos del libro se interrumpen, literalmente, con digresiones que cambian el rumbo del argumento. En una, el autor dice, por ejemplo, que “lo primero que hay que hacer al entrar a una surprise-partie es ver si hay mujeres disponibles”, aclarando que lo único que define la disponibilidad de una mujer es que sea linda. A partir de ahí, Vian ofrece una verdadera sistematización con múltiples bifurcaciones de lo que hay que hacer en estas fiestas:
A) no hay una sola chica linda
A1) la surprise-partie está bien organizada: entonces, a pesar de no haber chicas lindas, hay muchas bebidas alcohólicas.
A2) la surprise-partie está mal organizada: por lo tanto usted tiene que irse llevándose un mueble como desagravio.
B) Hay chicas lindas pero las tienen entre manos
B1) si usted está solo y en su casa, hágalo tomar, impidiendo que su compañera, a la que usted desea, tome mucho o cerca de él, y evitando también que usted mismo tome tanto como él. Agregue en su vaso mucho oporto, tinta y ceniza de cigarrillo, y llévelo a vomitar.
B1.1) en las piletas si sólo tomó.
B1.2) en los inodoros si comió masas porque los pedazos de manzana taparían la pileta.
B1.3) afuera, si usted tiene un jardín y, sobre todo, si llueve.
B2) si usted está en casa del individuo que estorba a la que usted codicia, trate de eliminarlo de la siguiente manera:
B2.1) provocando una inundación.
B2.2) tapando el baño.
B2.3) emborrachando a morir, por uno de los métodos mencionados arriba, a un amigo íntimo del dueño de casa.
Así, el jugo de la imaginería absurda se exprime en un molde de sistematización científica. No por nada François Roulmann, uno de los encargados de llevar la obra completa de Vian a La Pléiade, dijo recientemente que “este magnífico escritor tenía la cabeza en las nubes pero los pies en la ciencia”.
La velocidad y la conciencia de la finitud se fundieron de tal forma que en tan sólo dos años –durante el magro período 1946-1947–, Boris Vian escribió seis novelas entre las cuales se encuentran, al menos, dos de sus mejores obras: La espuma de los días y El otoño en Pekín. Podría hablarse de insomnio total, podría hablarse de un pacto con el diablo, podría pensarse en conjuros para detener el tiempo y trabajar mientras el resto del mundo permanecía inmóvil, podría imaginarse un ejército de reclutas que trabajaban por él. Nada y, sin embargo, mucho de todo eso es cierto porque la clave para explicar su obra es la diversidad, palabra que tiene con “diversión” un origen común en el latín a partir del verbo divertere, que significa “llevar por varios lados”, por lo que no debería extrañar el hecho de que “variado” y “expandido” sean sinónimos de “divertido”. La diversión, entonces, en su ambiguo sentido de “diversidad” y “esparcimiento” resulta indispensable para hablar de Vian.
En cuanto a lo primero, además de usar numerosos seudónimos y anagramas –Bison Ravi, Baron Visi, Brisavion, Boriso Viana y, tal vez el más hermoso, Navis Orbi, que quiere decir “navegante del mundo”–, y de haber engendrado a su alter negro Vernon Sullivan, uno de los hilos conductores de la obra de Boris Vian es el trabajo con pares de dobles por semejanza y pares de dobles por oposición. En cuanto a lo segundo, sus dos primeras novelas, Trouble dans les andains y Vercoquin y el plancton, ambas de 1946, fueron hechas, según él mismo contó alguna vez, “para divertir a los amigos de toda la vida”. Ya en la adolescencia, Boris Vian organizaba con sus hermanos y vecinos de Ville d’Avray las famosas surprise-parties, el antecedente inmediato de la tumultuosa atmósfera de Saint-Germain-des-Près de los cuarenta y cincuenta. También en la adolescencia, Boris conoce a la persona que generó mayor influencia en su vida: Jacques Loustalot, El Mayor, un personaje que aparece en muchos de sus libros. Pronto se volvieron inseparables. El Mayor –quien explicaba que era tuerto porque había intentado suicidarse a los 10 años– contagió en el escritor la fascinación por los objetos, el absurdo lógico y el juego permanente. Habituado a salir por las ventanas más que por las puertas, porque los objetos “deben servir para todo menos para lo que fueron creados”, Jacques muere a los 23 años, el 7 de enero de 1948 a las tres de la mañana, luego de caerse del 5º piso durante una surprise-partie.
La novela que mejor representa esos años alocados es Vercoquin... que comienza y termina con una de las surprise-parties. Los capítulos del libro se interrumpen, literalmente, con digresiones que cambian el rumbo del argumento. En una, el autor dice, por ejemplo, que “lo primero que hay que hacer al entrar a una surprise-partie es ver si hay mujeres disponibles”, aclarando que lo único que define la disponibilidad de una mujer es que sea linda. A partir de ahí, Vian ofrece una verdadera sistematización con múltiples bifurcaciones de lo que hay que hacer en estas fiestas:
A) no hay una sola chica linda
A1) la surprise-partie está bien organizada: entonces, a pesar de no haber chicas lindas, hay muchas bebidas alcohólicas.
A2) la surprise-partie está mal organizada: por lo tanto usted tiene que irse llevándose un mueble como desagravio.
B) Hay chicas lindas pero las tienen entre manos
B1) si usted está solo y en su casa, hágalo tomar, impidiendo que su compañera, a la que usted desea, tome mucho o cerca de él, y evitando también que usted mismo tome tanto como él. Agregue en su vaso mucho oporto, tinta y ceniza de cigarrillo, y llévelo a vomitar.
B1.1) en las piletas si sólo tomó.
B1.2) en los inodoros si comió masas porque los pedazos de manzana taparían la pileta.
B1.3) afuera, si usted tiene un jardín y, sobre todo, si llueve.
B2) si usted está en casa del individuo que estorba a la que usted codicia, trate de eliminarlo de la siguiente manera:
B2.1) provocando una inundación.
B2.2) tapando el baño.
B2.3) emborrachando a morir, por uno de los métodos mencionados arriba, a un amigo íntimo del dueño de casa.
Así, el jugo de la imaginería absurda se exprime en un molde de sistematización científica. No por nada François Roulmann, uno de los encargados de llevar la obra completa de Vian a La Pléiade, dijo recientemente que “este magnífico escritor tenía la cabeza en las nubes pero los pies en la ciencia”.
DOBLES
Triste, irónica, justa, terriblemente justa, tardía, arriesgada después de todo y contradictoria. Así podría describirse la inclusión de la obra vianesca en la prestigiosa colección La Pléiade de Gallimard, un panteón que tiene los cupos más que contados. Irónica, sobre todo, si se tiene en cuenta que uno de los grandes golpes que sufrió Vian en su carrera de novelista fue el hecho de no haber ganado, contra todos los pronósticos, el premio de La Pléiade de 1946 por La espuma de los días; sin lugar a dudas, una gran decepción. Si bien Queneau y Sartre lo apoyaban, Malraux hizo muy bien su jugada para que ganase la novela Terre du temps de Jean Grosjean, un autor hoy olvidado incluso para Google.
El otro gran golpe lo sufre en el año 1953, cuando Gallimard le rechaza la publicación de su última gran novela, El arrancacorazones, con el irrebatible argumento de que “podía haber sido mejor escrita”.
En realidad, esto mucho tuvo que ver con lo que fue la más disparatada transgresión de Boris Vian, aquella donde puso en funcionamiento toda su maquinaria de dobles y travestidos: el affaire Vernon Sullivan.
Una tarde de verano de 1946, Jean d’Haluin, editor de Scorpion, encuentra a Boris Vian y su primera esposa Michelle en la vereda, haciendo la cola para ingresar a un cine de los Champs-Elysées. Las cosas andan mal, le cuenta el editor, y le propone traducir un policial negro que asegure un boom de ventas, dada la afición inesperada de los franceses hacia la literatura yanqui pos Segunda Guerra Mundial. Boris no conoce un autor para traducir. “¿Querés un bestseller? Dame diez días y te lo hago”, responde. Para el 20 de agosto la novela está terminada y su nombre es Escupiré sobre vuestra tumba, título dado por Michelle, ya que Vian quería llamarla Bailaré sobre vuestra tumba. Sólo Michelle y Jean conocían el secreto. El libro sale en noviembre de 1946, bajo la firma de un autor norteamericano inventado, Vernon Sullivan, de quien Vian sólo era traductor. Por violencia y pornografía, un funcionario de nombre Daniel Parker lo persigue en nombre de la moral y le hace pagar 100.000 francos por ofender las buenas costumbres. En noviembre de 1948, Vian reconoce ser el autor de la novela. Entre otras cosas porque un vendedor, luego de matar a un amigo en un hotel, dejó al costado del cadáver ese mismo libro. En aquella novela el tema del doble se vuelve núcleo: Vian se tradviste en Sullivan para contar historias de negros travestidos en blancos, que a su vez revelarán, por un lado, lo que Vian despreciaba de EE.UU. (el racismo y la frivolidad) y, por el otro, la estupidez de la crítica media francesa que, lejos de sospechar que Boris Vian era algo más que el traductor de la novela, entrevistó más de una vez al inexistente Vernon Sullivan. Es impresionante advertir las abismales diferencias de venta entre este libro –y los otros publicados bajo el nombre de Vernon Sullivan– y las novelas publicadas con su nombre real, a tal punto que Sullivan le ha dispensado a Vian nada menos que cuatro millones y medio de francos de esa época. Claro que también le acarrearía muchos problemas, muchos rencores y la muerte, consolidando así una anécdota patafísica que sobrepasa la mismísima condición de anécdota.
El otro gran golpe lo sufre en el año 1953, cuando Gallimard le rechaza la publicación de su última gran novela, El arrancacorazones, con el irrebatible argumento de que “podía haber sido mejor escrita”.
En realidad, esto mucho tuvo que ver con lo que fue la más disparatada transgresión de Boris Vian, aquella donde puso en funcionamiento toda su maquinaria de dobles y travestidos: el affaire Vernon Sullivan.
Una tarde de verano de 1946, Jean d’Haluin, editor de Scorpion, encuentra a Boris Vian y su primera esposa Michelle en la vereda, haciendo la cola para ingresar a un cine de los Champs-Elysées. Las cosas andan mal, le cuenta el editor, y le propone traducir un policial negro que asegure un boom de ventas, dada la afición inesperada de los franceses hacia la literatura yanqui pos Segunda Guerra Mundial. Boris no conoce un autor para traducir. “¿Querés un bestseller? Dame diez días y te lo hago”, responde. Para el 20 de agosto la novela está terminada y su nombre es Escupiré sobre vuestra tumba, título dado por Michelle, ya que Vian quería llamarla Bailaré sobre vuestra tumba. Sólo Michelle y Jean conocían el secreto. El libro sale en noviembre de 1946, bajo la firma de un autor norteamericano inventado, Vernon Sullivan, de quien Vian sólo era traductor. Por violencia y pornografía, un funcionario de nombre Daniel Parker lo persigue en nombre de la moral y le hace pagar 100.000 francos por ofender las buenas costumbres. En noviembre de 1948, Vian reconoce ser el autor de la novela. Entre otras cosas porque un vendedor, luego de matar a un amigo en un hotel, dejó al costado del cadáver ese mismo libro. En aquella novela el tema del doble se vuelve núcleo: Vian se tradviste en Sullivan para contar historias de negros travestidos en blancos, que a su vez revelarán, por un lado, lo que Vian despreciaba de EE.UU. (el racismo y la frivolidad) y, por el otro, la estupidez de la crítica media francesa que, lejos de sospechar que Boris Vian era algo más que el traductor de la novela, entrevistó más de una vez al inexistente Vernon Sullivan. Es impresionante advertir las abismales diferencias de venta entre este libro –y los otros publicados bajo el nombre de Vernon Sullivan– y las novelas publicadas con su nombre real, a tal punto que Sullivan le ha dispensado a Vian nada menos que cuatro millones y medio de francos de esa época. Claro que también le acarrearía muchos problemas, muchos rencores y la muerte, consolidando así una anécdota patafísica que sobrepasa la mismísima condición de anécdota.
PATAFISICA
La extrañeza del caso Vian trasciende las fronteras francesas para llegar incluso a nuestro país. El autor de La espuma de los días goza del curioso privilegio de ser uno de los escritores extranjeros menos conocidos pero que más influyeron, no sólo en nuestra literatura, sino también en buena parte del espectáculo nacional. Uno de los principales agentes de esa influencia es el Cortázar de cronopios y famas cuyos aires vianescos le dieron al francés un lugar preponderante en la literatura humorística. Más tarde, durante los sesenta, la diputada Nacha Guevara hizo lo propio versionando sus canciones en el Di Tella. En los noventa, la revista V de Vian consolidó su presencia en el mapa cultural argentino no sólo en lo que respecta a su literatura (la revista solía traducir fragmentos de novelas y cuentos) sino a su estética en general. En rigor, la apuesta era hacer un número único sobre Vian, pero luego siguió y Vian se convirtió en cifra de la propuesta de la revista. Por estos días, el rockero Andy Chango dejó las drogas para versionar también sus canciones pese a que Boris Vian se burlaba mucho del rock, ese “jazz corrompido”.
Lo cierto es que Vian es conocido, más que nada, en Argentina por lo que hizo como antecesor de oulipo, l’OUvroir de LIttérature POtentielle, aquel grupo creado justo después de su muerte por Raymond Queneau y François le Lyonnais, exactamente en 1960. Porque si bien coqueteó con varias escuelas para después tomar otros rumbos (especialmente con el surrealismo y con el existencialismo, del que terminó totalmente alejado, entre otras cosas porque Sartre le birló a Michelle) Vian es, por sobre todo, un patafísico, y tal vez por eso haya pegado tanto en nuestro país. Podría decirse, tal como dijo alguna vez Raymond Queneau, que Vian es el mayor exponente de aquella ciencia dedicada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones, puesta en marcha por los admiradores de Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico de Alfred Jerry. La Patafísica –un colegio que, pese a tanto delirio, cuenta con una férrea jerarquía– fue creada el 11 de mayo de 1948, como contrapunto irónico al prestigioso Collége de France. Desde entonces el Collége de Pataphysique ha contado con ilustres socios, entre los que se cuentan Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugene Ionesco, Joan Miró, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet, René Clair, entre otros.
Justamente, Buenos Aires fue, junto a Milán, una de las primeras ciudades en inaugurar su propio colegio patafísico el seis de abril de 1957 a las 18 horas, por obra de Juan Esteban Fassio y Albano Rodríguez, con tanta sintonía que es uno de los lugares patafísicos más importantes entre los que se encuentran fuera de Francia.
En cuanto a Vian, su obra L’equarrissage pour tous, vaudeville paramilitar y anarquista (1947), le valió el 8 de junio de 1952 el ingreso al colegio con el grado de descuartizador de primera clase. Dice Roger Shattuck en el dossier 13: “El cómico es un serio que se escuda en las burlas; el serio que se toma en serio es una burla”; Boris Vian decía de sí mismo: “Cuando hablo en broma me toman en serio, y cuando hablo en serio se ríen”.
Como no podía ser de otra forma, Boris Vian tuvo un rápido ascenso, y el 11 de mayo del 53 fue integrado al cuerpo ilustre de sátrapas –el cuerpo mayor– sólo con 33 años. La patafísica le iba muy bien a su marcha siempre contracorriente, lejos del azar objetivo del surrealismo y la responsabilidad colectiva del existencialismo.
Lo cierto es que Vian es conocido, más que nada, en Argentina por lo que hizo como antecesor de oulipo, l’OUvroir de LIttérature POtentielle, aquel grupo creado justo después de su muerte por Raymond Queneau y François le Lyonnais, exactamente en 1960. Porque si bien coqueteó con varias escuelas para después tomar otros rumbos (especialmente con el surrealismo y con el existencialismo, del que terminó totalmente alejado, entre otras cosas porque Sartre le birló a Michelle) Vian es, por sobre todo, un patafísico, y tal vez por eso haya pegado tanto en nuestro país. Podría decirse, tal como dijo alguna vez Raymond Queneau, que Vian es el mayor exponente de aquella ciencia dedicada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones, puesta en marcha por los admiradores de Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico de Alfred Jerry. La Patafísica –un colegio que, pese a tanto delirio, cuenta con una férrea jerarquía– fue creada el 11 de mayo de 1948, como contrapunto irónico al prestigioso Collége de France. Desde entonces el Collége de Pataphysique ha contado con ilustres socios, entre los que se cuentan Raymond Queneau, Jacques Prevert, Max Ernst, Eugene Ionesco, Joan Miró, Marcel Duchamp, Jean Dubuffet, René Clair, entre otros.
Justamente, Buenos Aires fue, junto a Milán, una de las primeras ciudades en inaugurar su propio colegio patafísico el seis de abril de 1957 a las 18 horas, por obra de Juan Esteban Fassio y Albano Rodríguez, con tanta sintonía que es uno de los lugares patafísicos más importantes entre los que se encuentran fuera de Francia.
En cuanto a Vian, su obra L’equarrissage pour tous, vaudeville paramilitar y anarquista (1947), le valió el 8 de junio de 1952 el ingreso al colegio con el grado de descuartizador de primera clase. Dice Roger Shattuck en el dossier 13: “El cómico es un serio que se escuda en las burlas; el serio que se toma en serio es una burla”; Boris Vian decía de sí mismo: “Cuando hablo en broma me toman en serio, y cuando hablo en serio se ríen”.
Como no podía ser de otra forma, Boris Vian tuvo un rápido ascenso, y el 11 de mayo del 53 fue integrado al cuerpo ilustre de sátrapas –el cuerpo mayor– sólo con 33 años. La patafísica le iba muy bien a su marcha siempre contracorriente, lejos del azar objetivo del surrealismo y la responsabilidad colectiva del existencialismo.
NO QUISIERA MORIR
Así como el bebop de Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Max Roach y Thelonious Monk revolucionó al jazz desplazando al swing, la estética Vian pone en escena diferentes ritmos a la vez; es rápido y frenético, lleva en su esencia tanto la improvisación como la metodología; es capaz de reunir un ritmo furioso con un solo melódico y suave; hay en su obra tensión y relajación, violencia y dulzura; eros y tanatos, pulsión de vida y pulsión de muerte. Los truenos y los claros, la dulzura y el sadismo, la sinceridad y la mentira, el pacifismo y la combatividad se suceden, se contestan; y en un equilibrio se muestra toda la urgencia y la precariedad de quien está urgido por la muerte y no deja de desear vivir, de vivir incluso la propia muerte, tal como dice en su hermosísimo poema “No quisiera morir”: “No quisiera morir//antes de haber gastado//su boca con mi boca//su cuerpo con mis manos.//No quisiera morir//sin que hayan inventado//las rosas eternas,//la jornada de dos horas,//el mar en la montaña,//la montaña en el mar,//el fin del dolor,//los diarios en color,//la alegría de los niños.//No quisiera morir.//No señor, no señora//antes de haber palpado//el sabor que me atormenta//el sabor que es más fuerte,//no quisiera morir//antes de haber probado//el sabor de la muerte.”
VIAN Y EL CANON
“Si los inventores de lenguaje no entran en La Pléiade, ¿quién más podría hacerlo? Durante mucho tiempo, les hice leer a mis alumnos la literatura de Vian. Siempre me sorprendió verlos apreciar las distorsiones de su lengua más de cincuenta años después de su escritura. Su literatura guarda toda la modernidad. Por primera vez en sus vidas, los chicos descubrieron las metáforas, y eso es formidable.” Daniel Pennac
“Leí a Boris Vian desde mi juventud, tanto La espuma de los días como sus policiales. Es un escritor todoterreno, que mezcló todos los géneros, que era Kafka y Malraux a la vez. Le hizo creer a la juventud en un mundo más inteligente. Evidentemente, en La Pléiade encontrará su sitio.” Yasmina Khadra
“Boris Vian es, sin dudas, el escritor que me dio ganas de escribir. Haber leído La espuma de los días a los quince años fue para mí un inmenso shock, sentí la aparición de una ventana por la que se abría el mundo y autorizaba toda libertad. Si Colin podía afilarse los párpados para hacer más misteriosa su mirada, entonces ¡todo era posible! Todo me hace reír en Vian, empezando por El otoño en Pekín, que no sucede ni en otoño ni en Pekín. Realmente es un personaje que hubiera querido conocer, y espero que su ingreso en la Pléiade de a sus obras una nueva oportunidad.” Jean Teulé
“Boris Vian es un escritor víctima de una injusticia en vida. Y, bien, es un principio de La Pléiade reparar las injusticias. Quisieron castigarlo por divertirse tanto, por hacer fiestas y tocar la trompeta. Vian es, sobre todo, un escritor subestimado, que ha inventado una lengua poética, moderna y humorística. Adoro sobre todo su novela Vercoquin y el plancton, que cuenta con mucha diversión las mil y una maneras de sobrevivir a las surprises-parties. La entrada de Vian a la Pléiade es un acontecimiento importante para la gente como yo: significa que existe una esperanza para todos los escritores, frívolos y mundanos.” Frederick Beigbeder
Estas son algunas opiniones vertidas por escritores franceses actuales convocados por la revista Lire en abril pasado, acerca de la inclusión de Boris Vian en La Pléiade.
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