lunes, 29 de diciembre de 2008

Roberto Mariani

REEDITAN LAS OBRAS COMPLETAS DEL AUTOR DE "CUENTOS DE LA OFICINA"
Vuelve el retratista de la clase media porteña de 1920, Roberto Mariani

Vanguardista en lo político y literario, Mariani es releído como un visionario del grotesco urbano

Por: Eduardo Pogoriles



FOLLETIN. Mariani, en la tapa de su novela Culpas ajenas, de 1922.

En 1972 Osvaldo Soriano escribió que Roberto Mariani fue de los primeros en hablar aquí de Proust y Joyce. En aquella nota publicada en el diario La Opinión -"Roberto Mariani: bajo la cruz de cada día"- Soriano también decía que el autor de Cuentos de la oficina (1925) y El amor agresivo (1926), entre otros textos inolvidables, fue "uno de los más brillantes narradores del infortunio y la desesperación y quizá por eso su obra estaba destinada a esfumarse de la historia de la literatura. A años de su muerte, su vida y su obra están envueltas en una injusta nebulosa". Y aún en 1984, cuando Soriano reeditó aquella nota suya dentro del libro "Artistas, locos y criminales", se quejaba: "no creo que hoy se lo conozca mejor". Las cosas no cambiaron mucho desde entonces.
Básicamente, hoy se recuerda a Mariani por Cuentos de la oficina y por su polémica con la revista Martín Fierro, cuando le discutió a Borges y a otros su fascinación por Lugones. ¿Es posible recuperar hoy a Mariani desde otro lugar, que vaya más allá de los clichés relacionados con los grupos literarios de Boedo y Florida, típicos de la década de 1920? Eso es lo que proponen los investigadores Ana Ojeda y Rocco Carbone en el prólogo al primer volumen de la "Obra completa de Roberto Mariani", publicada ahora en El Octavo Loco (info@el8voloco.com.ar), la pequeña editorial que ellos orientan. Este primer volumen incluye "Las acequias y otros poemas" (1921), "Culpas ajenas" (1922, novela corta) y "Cuentos de la oficina". Un segundo tomo, en 2009, incluirá los cuentos de "El amor agresivo" y "La frecuentación de la muerte" (1930). Luego vendrán sus novelas "En la penumbra" (1932), "Regreso a Dios" (1943) y la que se publicó póstumamente, "La cruz nuestra de cada día" (1955).
"Se ha dicho que los escritores de Florida son vanguardistas que miran a Europa y no tienen preocupaciones sociales, mientras los de Boedo viven las cuestiones sociales, pero son literariamente conservadores. Creo, como Rocco Carbone, que Mariani está en una tercera zona relacionada con la estética del grotesco. Mariani tiene una escritura de gran vuelo y al mismo tiempo le preocupa el drama de las personas comunes", dice Ana Ojeda. Y agrega: "lo grotesco se puede entender como una representación artística de ciertos fenómenos -la mezcla social y lingüística, el trabajo con saberes poco prestigiosos- nacidos con la inmigración. De hecho, Mariani, los hermanos Discépolo, los Tuñón, Arlt, Olivari, Scalabrini Ortiz, todos ellos son hijos de inmigrantes y hablan desde la inestabilidad de la clase media a la que pertenecen. Los une también la crítica a escritores como Lugones, Gálvez, Banchs, Wast, Lynch".
Mariani es quien, en 1924, polemiza con los escritores de Florida y su revista, "Martín Fierro", diciendoles: "hay un pecado capital en Martín Fierro, el escandaloso respeto al maestro Leopoldo Lugones, se lo admira en todo, sin reservas, es decir, se le adora como prosista, como versificador, como filólogo, como fascista".
Hay muchos Mariani. Osvaldo Soriano decía que Mariani era un "anarquista pudoroso, melancólico infortunado, solitario místico". Es posible. También es cierto que Mariani es una figura incómoda, atravesada por la búsqueda de una pureza absoluta, primero formulada en términos políticos y luego religiosos. En ese vaivén existencial se puede leer, como al trasluz, el Bovarismo de nuestras clases medias, ese "soñar despierto" que Mariani sufrió y expresó como pocos.
Hay muchos Mariani. Está el el creador de la revista "Extrema Izquierda" en la década de 1920, el escritor anarquista despedido del Banco Nación cuando intenta agremiar a sus compañeros. Está el que escribe un folletín para "La Novela Semanal". Y el amigo del historiador revisionista Ernesto Palacio -autor de "La historia falsificada" (1939)- con quien compartirá un pasado anarquista y un final ultracatólico. Ese es el Mariani que escribe: "Yo estoy regresando a Dios por repugnancia al liberalismo". Si el socialismo de Mariani era el cumplimiento de los mejores sueños del liberalismo, ahora -ante la crisis de 1930, la Segunda Guerra Mundial, Franco, Hitler, Stalin- es el propio liberalismo el que se derrumba. En la Argentina, eso se expresa en el paso del Estado liberal al mito estatal de la "nación católica". El misticismo final de Mariani habla del desajuste de las clases medias ante un mundo sin certezas.
Muchos textos inéditos de Mariani se perdieron. Soriano aseguraba que dejó tres volúmenes de cuentos inéditos porque -decía Mariani- "ahora cultivo el desprecio a las gentes y un pesimismo rencoroso y vengativo".
Hijo de inmigrantes italianos, Mariani tuvo muchos oficios distintos. Se sabe que dejó sus estudios en la Facultad de Ingeniería, que nunca se casó y que vivió sobreprotegido por dos hermanas. Antes de morir, un 3 de marzo de 1946 -como lo había anticipado en su poema "Elegía al 3 de marzo"- Mariani decía que sus cuentos predilectos, "de técnica y sentimientos modernísimos", eran "El viajero" y "Me llamo Alfonso Fernández". Ambos relatos están en su libro "El amor agresivo", elogiado por Roberto Payró. La reedición de sus obras permitirá valorar a Mariani por lo que es: un narrador original.
Mariani Básico
Buenos Aires, 1893-1946.
Escritor y periodista. Hijo de inmigrantes italianos, Mariani nació en La Boca. Fue camionero, ferroviario, periodista, empleado bancario, traductor. Gran cuentista, Mariani retrató como pocos a la clase media porteña de la década de 1920, apelando a los códigos del grotesco. Entre sus obras más importantes están los Cuentos de la oficina (1925), El amor agresivo (1926), La frecuentación de la muerte (1930). Entre sus novelas, En la penumbra (1932).
“Balada de la oficina" integra el libro Cuentos de la oficina.
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

1 comentario:

BIBLIOTECA 17 DE OCTUBRE dijo...

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