martes, 9 de diciembre de 2008

Almorzando con Burroughs y Kerouac

Por Jorge Fernández Díaz
Director de adnCULTURA

Muy de vez en cuando la verdadera historia de cómo se escribió una novela resulta aun más interesante que la novela misma. Quizás éste sea el caso de Y los hipopótamos fueron hervidos en sus tanques , un libro mítico que permaneció perdido durante más de sesenta años, que transcribe un crimen pasional ocurrido en Nueva York y que fue escrito a cuatro manos por dos de los escritores más importantes de la literatura occidental del siglo pasado: William Burroughs y Jack Kerouac. Esos narradores pertenecen a la llamada "generación beat ", que compartieron con el poeta Allen Ginsberg y otras figuras que expresaban la cultura juvenil de posguerra, la rebeldía y la liberación sexual y espiritual, el orientalismo y el ateísmo, y también la tolerancia y psicodelia como búsqueda de la conciencia, valores que luego influirían en la sociedad de masas y que revolucionarían el mundo hacia los años 60 y 70. La generación beat era entonces continuidad y ruptura de otra generación literaria: la generación del jazz, que en los lujosos y alocados años 20 habían encarnado, entre otros, Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway. Ambas fueron denominadas "generaciones perdidas". La generación del jazz se hundía en el alcohol; la generación de los beats se hundía en heroína y anfetaminas. Las dos eran producto también de la frivolidad y la depresión del comienzo del siglo XX, y luego del puritanismo conservador del "American Way of Life". Esas corrientes o modas literarias fueron arrasadas, en su momento, por los vientos de la historia mundial. Pero allí quedaron en pie varios libros extraordinarios. En el camino , que Kerouac publicó en 1957, y El almuerzo desnudo , que Burroughs escribió en Tánger dos años después, son dos de las obras cumbre de ese movimiento. Kerouac y Burroughs formaban parte en 1944 de un grupo de conflictuados aspirantes a poetas y novelistas, cuando uno de sus amigos apuñaló a otro que intentaba seducirlo. Fue en Upper West Side y el asesino, que no tenía más de 19 años, metió piedras en los bolsillos del cadáver y lo arrojó al río Hudson. Kerouac lo ayudó a pasar la tarde y a deshacerse del arma homicida, pero el chico se presentó a la policía y confesó todo. Estuvo preso cinco años. Kerouac se salvó por un pelo. A pesar de que le prometieron al amigo preso, ansioso por borrar el pasado y construirse una nueva vida, que no publicarían nada del caso, Burroughs y Kerouac no pudieron con su genio y escribieron a dúo esa novela, que apenas disimulaba con nombres ficticios los detalles de un escándalo que el propio Truman Capote siguió de cerca con morbosa curiosidad. Luego los editores dudaron de publicarla y los escritores la fueron olvidando, ensimismados en sus vidas y en sus propias obras. Recién ahora, cuando todos los protagonistas están muertos, conoce la luz, gracias a un periodista, Y los hipopótamos fueron hervidos en sus tanques . Me dicen que el resultado de aquella colaboración es, efectivamente, inferior a su leyenda. Pero hay varias curiosidades: el asesinato, el mito de la novela perdida, la extraña colaboración entre dos escritores de gran ego y el contexto de una época en la que cambió la conciencia humana. Un almuerzo apetitoso que no podíamos dejar de servir.



La novela secreta de los beats

En 1944, William Burroughs y Jack Kerouac, por entonces aspirantes a escritores, se vieron envueltos en la estela de un asesinato que escandalizó Nueva York. El episodio inspiró una narración a cuatro manos que permaneció inédita hasta ahora. Además de un fragmento de la obra, ofrecemos la crónica de su gestación y del nacimiento de la contracultura

Por John Walsh
The Independent
Londres, 2008
Los admiradores de la generación beat saben desde hace años de la existencia de la "Novela del Origen", pero tuvieron que esperar la muerte de un periodista de United Press International para verla en letra impresa. La publicación, en noviembre pasado, de And the Hippos Were Boiled In Their Tanks, [literalmente, "Y los hipopótamos fueron hervidos en sus tanques"] de William S. Burroughs y Jack Kerouac, es un acontecimiento literario, no sólo porque confederó a dos de los tres escritores beat más destacados, sino porque el libro relata una historia –de amistad masculina, obsesión gay y asesinato– que llegó a fascinar a una veintena de escritores estadounidenses. Los lectores que piensan que la obra maestra de Kerouac, En el camino, publicada en 1957, fue su obra de juventud, se asombran al constatar que Hippos... fue escrita en 1944. El protobeat tenía entonces apenas 22 años, y era "un extraño y solitario místico católico" de Lowell, Massachusetts. Su amigo Burroughs, frío, aterrador y entendido en conductas extremas, tenía 30 años; su época de éxito con El almuerzo desnudo y Junkie empezaría más tarde, en 1959. El tercero de esta troika de visionarios "volados", drogones y sexualmente ambiguos era Allen Ginsberg, el desgarbado poeta judío vorazmente homosexual, cuyo innovador libro, Aullido y otros poemas, fue publicado en 1956. Una década antes de concitar la atención pública, los tres estuvieron implicados en el caso Carr-Kammerer. Un noche del verano de 1943, Ginsberg, estudiante de la Universidad de Columbia, escuchó música procedente de la residencia estudiantil del Union Theological Seminary. Llamó a la puerta y preguntó qué era (el Trío n° 1 de Brahms). El admirador de Brahms era Lucien Carr, de St. Louis, Missouri. Entablaron conversación y se hicieron amigos. Carr llevó a Ginsberg a Greenwich Village y les presentó a David Kammerer y al más viejo amigo de Kammerer, William Burroughs, también originario de St. Louis. Cuando llegó Navidad, se produjeron encuentros trascendentales. Carr conoció a Edie Parker, una rica mujer de Detroit que era novia de Jack Kerouac. Kerouac estaba ausente, en el mar, pero cuando volvió, Edie se lo presentó a Carr en su casa. Carr llevó a Edie a conocer a Ginsberg y le dio a éste la dirección de Kerouac. El primer encuentro de los héroes beat se produjo, prosaicamente, a la hora del desayuno; los tres hablaron de poesía durante horas y más tarde le hicieron una formal visita conjunta a Burroughs para ver qué podían aprender de él. Fue un banquete literario en permanente expansión. Durante los meses que siguieron, los nuevos amigos se reunieron en el departamento de Edie de la calle 118 y Avenida Amsterdam. Kerouac se instaló allí a vivir con ella y su compañera de departamento, Joan Vollmer, quien más tarde se casó con Burroughs y terminaría muerta de un disparo en 1951, cuando Burroughs, ebrio, se propuso jugar a Guillermo Tell con ella. Por el momento, sin embargo, era una bendición, al final de una guerra titánica, encontrarse en el núcleo de una nueva generación de escritores. Los acontecimientos verdaderos en los que se basa el libro ocurrieron durante las primeras horas del lunes 16 de agosto de 1944. Carr y Kammerer caminaban junto al río Hudson en Riverside Park, en el Upper West Side neoyorquino. Lucien Carr tenía 19 años y era esbelto, rubio y apuesto. Kammerer tenía 33, un metro noventa, era atlético y musculoso. Se habían conocido en St Louis en 1936, cuando Carr tenía 11 años, y más tarde se habían visto con frecuencia en la Universidad George Washington, donde Carr había participado en los paseos en bicicleta por entornos naturales que organizaba Kammerer, quien se desempeñaba como instructor de educación física. Kammerer era gay y durante años había estado obsesionado sexualmente por Carr. Los dos hombres estaban ebrios. Se pelearon y rodaron sobre la hierba. Kammerer hizo lo que los diarios calificaron como "una propuesta indecente", presumiblemente acompañándola con la acción. Carr respondió con furia. Apuñaló dos veces en el pecho a Kammerer con una pequeña navaja de boy-scout. Después puso piedras en el bolsillo del otro y lo arrojó al Hudson. Terriblemente perturbado, fue a ver a Burroughs, quien le recomendó que le contara lo ocurrido a su familia y que consultara a un abogado. En vez de seguir el consejo, Carr fue a ver a Kerouac, quien estuvo con él todo el día: lo llevó a una galería de arte y al cine a ver el nuevo film de Korda, Las cuatro plumas, y vio cómo el joven se deshacía de la navaja arrojándola a una alcantarilla y de los anteojos del muerto, abandonándolos en el parque. Incapaz de tolerar la culpa, Carr fue a la policía y confesó su crimen. Los guardacostas encontraron el cuerpo de Kammerer en el río y Carr fue acusado de asesinato en segundo grado. Kerouac fue arrestado como testigo material y se salvó por poco de un cargo por complicidad. Cuando Leo, el padre de Kerouac, se negó a pagar los cien dólares de la fianza de su hijo, Kerouac y Edie se casaron en la cárcel para que la familia de ella pagara la fianza. El juicio se celebró el 15 de septiembre de 1944 y Lucien Carr fue condenado a un máximo de diez años de cárcel. En cuanto se anunció la sentencia, varios escribas de Nueva York se pusieron a redactar sus versiones del crimen. Ginsberg escribió un borrador de su novela Bloodsong, pero el vicedecano de Columbia lo desalentó, tras decidir que la universidad podía prescindir de una mayor notoriedad. El poeta John Hollander escribió sobre el caso para el Columbia Spectator, el periódico de la universidad. Entre otros que se sintieron intrigados por el homicidio, un crimen pasional gay, se contaron James Baldwin y un joven corrector de la revista The New Yorker llamado Truman Capote. En octubre de 1944, tras pasar un período con sus padres, Burroughs se mudó a un departamento en Riverside Drive y reanudó sus visitas al departamento que compartían Edie, Joan y Kerouac. Allí fue donde ambos hombres empezaron a colaborar para escribir la novela basada en el asesinato de Kammerer. Escribieron capítulos alternados, Burroughs como "Will Dennison", un barman de Nueva York, y Kerouac como "Mike Ryko", descripto como "un finlandés pelirrojo, de 19 años, una suerte de marino mercante vestido con sucio uniforme caqui". Aunque muchos de los intereses temáticos y las posteriores obsesiones de Burroughs –drogas, muerte violenta, prostitutas, sexualidad gay, vasos rotos– son evidentes desde el primer momento, el joven Kerouac no se quedó atrás del impávido sabio. "Existía una clara división del material, que establecía quién escribía qué cosa", le dijo Burroughs a su biógrafo Ted Morgan. "No pretendíamos precisión literal, sino tan sólo una aproximación. Nos divertimos escribiendo eso. Por supuesto, lo que escribimos estaba determinado por los hechos reales… es decir, Jack sabía una parte y yo otra. Y ficcionalizamos. En realidad, el crimen se cometió con un cuchillo, no con un hacha. Tuve que disfrazar a los personajes, así que convertí al personaje de Lucien en un turco." Encontraron una agente, Madeline Brennan, quien elogió el manuscrito y lo hizo circular en algunas editoriales. Durante un tiempo, las cosas parecieron promisorias. El 14 de marzo de 1945, Kerouac le escribió una carta a su hermana Caroline: "Por ser la clase de libro que es (un retrato del segmento ‘perdido’ de nuestra generación, nada sentimental, honesto y sensacionalmente real), es bueno, pero no sabemos si esa clase de libros interesa en este momento, aunque después de la guerra sin duda habrá una verdadera oleada de libros de ‘la generación perdida’ y el nuestro es imbatible en ese campo". Imaginemos a los editores estadounidenses de 1945 ante todas esas referencias a la droga, las palabras soeces, el contexto gay ("Este Phillip es la clase de muchacho a quien los maricones literarios suelen escribirle sonetos, que empiezan: ‘Oh tú, efebo griego de cabellos color ala de cuervo…") y los momentos alucinatorios (como el pasaje en que dos de los personajes mastican vidrio roto en el capítulo uno), y decidiendo que publicarla sería buscarse demasiados problemas. Ningún editor la aceptó. Burroughs se mostró estoico. "No era suficientemente sensacionalista ni tampoco estaba tan bien escrito ni era suficientemente interesante desde un punto de vista literario. Era algo más bien intermedio. Su espíritu era existencialista, una tendencia que prevalecía en esa época, pero que todavía no había llegado a Estados Unidos. Simplemente, no era comercialmente viable." Es fácil encontrar al verdadero Kerouac y al verdadero Burroughs escondidos detrás de sus narradores, y ver a Carr y a Kammerer tras las figuras de Phillip Tourian y Ramsay Allen. La conversación en la que Phillip le pregunta a Mike a qué lugar navegará exactamente ahora es un reflejo de lo que Carr podría haberle dicho a Kerouac pocas semanas antes. Los dos hombres fueron amigos durante toda la vida, pero el libro a veces se interpuso entre ellos. Carr obtuvo su libertad bajo palabra después de dos años de cárcel, se reinventó como Lou Carr, encontró empleo en la agencia de noticias United Press International (UPI), se casó, fundó una familia y trató de bloquear todos los intentos de relatar la historia del homicidio. Pidió que su nombre se eliminara de las dedicatorias (un verdadero honor) que Ginsberg había puesto en Aullido. Kerouac, mientras tanto, siguió esperando que algún editor publicara Hippos..., cuyo título había sido tomado de la crónica radial sobre un incendio en el zoológico de St. Louis. A fines de la década de 1950 y durante la de 1960, aterrorizó a Carr hablando de la posibilidad de revivir la novela. Finalmente contó la historia con nombres ficticios en su novela autobiográfica Vanity of Duluoz. Luego, una biografía de Kerouac, publicada en 1973 y escrita por Ann Charters, volvió a poner sobre el tapete la muerte de Kammerer, y un artículo de la revista New York, de abril de 1976, incluyó fragmentos de la novela como si fueran hechos reales. Carr se sintió mortificado de que reapareciera su pasado homicida y que sus nuevos colegas pudieran enterarse. Burroughs ayudó a su amigo a demandar a la revista y ganó el derecho de compartir el control sobre el libro en el futuro. El albacea de Burroughs, James Grauerholz, visitó a Carr tras la muerte de Burroughs en 1997, y le prometió que no autorizaría la publicación de la novela en vida de Carr. Éste murió en 2005 y es por eso que hoy podemos leer este libro. No es la más sofisticada de las novelas policiales y no muestra a ninguno de los dos escritores en sus mejores momentos. Pero evoca una época, hacia el final de la guerra, y un lugar, Manhattan, que se ha contaminado llenándose de alcohol, prostitutas, marineros, homosexuales y almas perdidas, todos ellos preguntándose cuándo volverá a arrancar el mundo. Es una fascinante instantánea de una época perdida. Si uno está buscando el vínculo entre los impotentes errabundos de posguerra de París era una fiesta, de Ernest Hemingway, los tipos que viven en los bares de Última salida a Brooklyn, de Hubert Selby Jr. y los jóvenes reventados de Menos que cero, de Bret Easton Ellis, ya no tendrá que continuar la búsqueda.


[Traducción: Mirta Rosenberg]


Amigos y escritores. Hal Chase, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs cerca de la Universidad de Columbia, en una foto de 1944 o 1945
Foto: Allen Ginsberg/ Corbis


Kerouac y el espejo de los otros

Por Héctor M. Guyot

De la Redacción de LA NACION

El espíritu gregario de Jack Kerouac fue determinante para que ese puñado de escritores que hace más de medio siglo sentaron las bases de la contracultura hoy sea recordado como un grupo que devino generación. Los unía la sensación de que el mundo crujía bajo sus pies, es cierto, pero los separaban sensibilidades muy distintas. Fue Kerouac, con su extraordinaria capacidad de empatía, quien a lo largo de aquellos años mantuvo, sin proponérselo, el espíritu de cuerpo. Todos podían reflejarse en él, y de algún modo, sucesivamente, él se buscó en el resto de los integrantes de la tribu. Quizá por la prematura muerte de su hermano mayor, Gerard, a quien le dedicó una conmovedora novela que rescata las pequeñas y a veces dolorosas epifanías de la infancia, Kerouac siempre necesitó un ladero en sus correrías y en su aventura literaria. Al principio, en los años cuarenta, en la ebullición del encuentro, se deslumbró con la verba whitmaniana de Ginsberg, con quien solía trenzarse en larguísimas y trasnochadas conversaciones, y con las lecturas y el halo fáustico de Burroughs. Pero pronto pasaría de la sofisticación del autor de Junkie a concentrar su entusiasmo en la energía dionisíaca de Neal Cassady, un ex convicto con ambiciones literarias que luego, con sus larguísimas cartas, le inspiraría el estilo de En el camino. Su siguiente héroe ya pertenecería a la Costa Oeste. La amistad –la identificación– de Kerouac con el poeta Gary Snyder, si se quiere uno de los primeros ecologistas, estudioso además de la cultura japonesa, se correspondió con su inmersión en el budismo y las religiones orientales. Por supuesto, todos ellos quedaron retratados, con nombres en clave, en sus novelas. Pero además de aportarle material narrativo, representaron para el escritor el espejo donde éste reconocía –para después desplegar– aspectos muchas veces contradictorios de su compleja personalidad. La obra temprana escrita a cuatro manos que se acaba de exhumar no fue la única colaboración entre Kerouac y Burroughs. Aunque en esa otra oportunidad, en rigor, fue Kerouac quien llegó en auxilio de Burroughs cuando éste, en una habitación de Tánger, se ahogaba en la maraña de papeles donde había escrito la que sería su obra más reconocida. Kerouac no sólo mecanografió esos textos revulsivos y fantasmales sino que además les encontró el título con el que llegarían a la imprenta: El almuerzo desnudo. Lo que se dice un buen amigo.


La misma prosa electrizada

Por Pablo Gianera

De la Redacción de LA NACION

El encuentro literario entre Jack Kerouac y William Burroughs en 1944 fue el principio de un engañoso y aparente desencuentro. Cuando escribieron juntos, ninguno de los dos había publicado nada: The Town and the City, de Kerouac, apareció en 1950, y Junkie, de Burroughs, en 1953. Tiempo después de haber escrito un libro juntos, escribieron dos libros que podrían leerse como el mismo libro: en un sentido, Los subterráneos es el reverso heterosexual de Queer, escrita en los años cincuenta pero publicada tres décadas más tarde. Los horizontes divergían. Burroughs habría querido ser Samuel Beckett; Kerouac, Thomas Wolfe o Marcel Proust. Semejantes afinidades electivas delimitaron los perímetros de su imaginación. En El trabajo , libro de conversaciones con Daniel Odier, Burroughs se había declarado en contra de la confusión entre la literatura y el periodismo o la antropología: "Una novela no debería descargar sobre el lector una cantidad de observaciones puramente fácticas". El venablo estaba dirigido antes al Truman Capote de A sangre fría que a las profusas peripecias del amigo beat. Claro que los dos crearon mitologías: uno inventó una mitología del mundo, de los desplazamientos por el mundo con actitud falsamente vitalista; el otro imaginó una mitología de pesadilla para el paisaje del inframundo. Ambos creyeron inventar procedimientos de signo contrario: la prosa espontánea y el cut-up se oponen del mismo modo en que lo hacen la adición expansiva y la sustracción sentenciosa, literalmente, el recorte. Pero sería un error derivar de aquí que Kerouac era una especie de humanista que creía en la transparencia y en la inmediatez y Burroughs un cínico que confiaba en la lejanía. Hay una zona, la zona del adelgazamiento anecdótico y el espesor de la lengua, en la que Nova Express se encuentra con Visiones de Cody o Doctor Sax (cuyo personaje fáustico fue modelado sobre la silueta del autor de El almuerzo desnudo ). En una entrevista incluida en su reciente Lata peinada, el argentino Ricardo Zelarayán hablaba de escritores a los que no se les podía cambiar una palabra porque todo el texto era como un circuito eléctrico y hacerlo implicaba interrumpir ese circuito. "Kerouac tiene esa corriente eléctrica", agregaba. Le faltó decir que esa prosa electrizada es también la de Burroughs. Los dos sabían que solamente los refractarios filamentos de metal hacen posible la incandescencia.


Y los hipopótamos fueron hervidos en sus tanques
El desayuno antes del crimen


Este fragmento de la novela descubierta es el preludio de la tragedia que se va a desencadenar sobre un grupo de amigos


Por Jack Kerouac y William Burroughs

Salí de lo de Dennison a las seis y me encaminé a casa, en Washington Square. La calle estaba helada y brumosa, y el sol estaba detrás de los muelles del East River. Caminé hacia el este por la calle Bleecker después de entrar en Riker a ver si encontraba a Phillip y Al. Cuando llegué a Washington Square, estaba tan adormilado que ni podía caminar en línea recta. Subí al departamento de Janie, en el tercer piso, arrojé la ropa sobre una silla y empujé a Janie para hacerme lugar en la cama. El gato corría de un lado a otro sobre la cama jugando con las sábanas. Cuando me desperté el domingo a la tarde, estaba bastante tibio y la orquesta filarmónica sonaba por la radio de la habitación del frente. Me incorporé y espié para ver a Janie sentada en el diván, cubierta tan sólo por una toalla arrollada en la cabeza para secarse el cabello después de una ducha.


Phillip estaba sentado en el suelo, cubierto apenas con una toalla y con un cigarrillo en la boca, escuchando la música, que era la primera sinfonía de Brahms.

-Eh -le dije-, tirame un cigarrillo.

Janie se acercó y me dijo "buenos días" como una niña sarcástica y me dio un cigarrillo.

-Jesús, qué calor -dije.

Y Annie dijo:

-Levántate y toma una ducha, pedazo de desgraciado.

-¿Qué pasa?

-No te hagas el estúpido. Anoche fumaste marihuana.

-De todas maneras, no era buena -dije, y fui al baño. El sol de junio inundaba la habitación y cuando abrí el agua fría fue como sumergirme en una sombreada laguna, allá en Pensilvania, una tarde de verano.

Después, me senté en la habitación del frente con una toalla y un vaso de naranjada fría, y le pregunté a Phillip dónde había ido la noche anterior con Ramsay Allen. Me dijo que después de irse de lo de Dennison se habían encaminado hacia el Empire State Building.

-¿Y por qué fueron al Empire State Building? -pregunté.

-Estábamos pensando en tirarnos desde allí. No me acuerdo bien.

-Así que pensaban tirarse, ¿no?

Charlamos un rato sobre la Nueva Visión, que en ese momento Phillip trataba de entender, y después, cuando terminé mi naranjada, me levanté y fui al dormitorio a ponerme los pantalones. Dije que tenía hambre.

Janie y Phillip empezaron a vestirse, y yo fui al nicho que llamábamos la biblioteca y revolví las cosas sobre el escritorio. De una manera lenta, estaba casi listo para volver a embarcarme. Acomodé unas cosas en el escritorio y volví a la habitación del frente, y ellos ya estaban listos. Bajamos la escalera y salimos a la calle.

-¿Cuándo vuelves a embarcarte, Mike? -preguntó Phillip.

-Bueno -dije-, en un par de semanas, supongo.

-Qué mierda eres -dijo Janie.

-Bueno -dijo Phillip mientras cruzábamos la plaza-, yo mismo he estado pensando en embarcarme. Como saben, tengo mis papeles de marino en regla, pero nunca me embarqué. ¿Qué tendría que hacer para que me tomaran en un barco?

Se lo expliqué brevemente.

Phillip asintió, satisfecho.

-Voy a hacerlo -dijo-. ¿Hay alguna posibilidad de que nos asignen el mismo barco?

-Bueno, sí -le dije-. ¿Lo decidiste repentinamente? ¿Y que dirá tu tío?

-Estará encantado. Le alegrará ver en mí una actitud patriótica y todo eso. Y le alegrará librarse de mí por un tiempo.

Expresé mi satisfacción ante la idea. Le dije a Phil que siempre era mejor embarcarse con un amigo por las dudas de que hubiera problemas con los otros miembros de la tripulación. Le dije que a veces el lobo solitario era el que la ligaba peor, especialmente si no le gustaba mucho hablar con los demás. Ese tipo de marinero, le dije, inadvertidamente despertaba las sospechas de los otros marineros.

Fuimos al Frying Pan, en la calle Octava. A Janie todavía le quedaba algo de dinero de su último cheque del fondo fiduciario. Era de Denver, Colorado, pero hacía más de un año que no volvía a su casa. Su padre, un anciano viudo y rico, vivía en un hotel de lujo, y ocasionalmente le enviaba cartas donde le contaba lo bien que lo estaba pasando.

Janie y yo pedimos huevos fritos con tocino, pero Phillip pidió huevos hervidos durante tres minutos y medio. Había una camarera nueva detrás del mostrador, que le lanzó una mirada hostil. A mucha gente le molestaba la apariencia exótica de Phillip y lo miraba con suspicacia, como si creyeran que era un drogón o un maricón.

-No quiero que Allen sepa que voy a embarcarme -estaba diciendo Phillip-. La idea fundamental es sacármelo de encima. Si se entera, es capaz de jorobarlo todo.

Me reí.

-No conoces a Allen -dijo Phillip, muy en serio-. Es capaz de cualquier cosa. Hace demasiado tiempo que lo conozco.

Dije:

-Si quieres librarte del tipo, dile que te deje en paz y se mantenga lejos.

-No serviría de nada. No se mantendría lejos.

Bebimos nuestro jugo de tomate en silencio.

-No entiendo tu lógica, Phil -le dije-. Me parece que no te molesta que ande todo el tiempo encima de ti, siempre que no se te tire un lance. Y a veces puede resultar cómodo tenerlo cerca.

-Se está poniendo incómodo -dijo Phil.

-¿Qué pasaría si se enterara de que vas a embarcarte?

-Cualquier cantidad de cosas.

-¿Qué podría hacer si se enterara después, cuando ya te hubieras embarcado?

-Probablemente estaría esperándome en el puerto de llegada, con una boina y abriendo almejas en la playa con cinco o seis muchachos árabes a sus pies.

Me reí.

-Ésa sí que es buena -dije.

-No querrás que ese marica se meta en tus cosas -le estaba diciendo Janie a Phillip.

-Pero eso de la playa es buenísimo -dije.

Llegaron nuestros huevos, pero los de Phillip estaban completamente crudos. Llamó otra vez a la camarera y le dijo:

-Estos huevos están crudos. -Ilustró su afirmación hundiendo la cuchara en un huevo y sacándola con una larga estela de clara cruda.

La camarera dijo:

-Dijo huevos apenas hervidos, ¿no es cierto? No podemos cambiarle las cosas cuarenta veces.

Phillip empujó sus huevos sobre el mostrador.

-Dos huevos hervidos cuatro minutos -dijo-. Tal vez eso simplifique el asunto. -Después se volvió hacia mí y empezó a hablar sobre la Nueva Visión. La camarera se llevó los huevos de un manotazo y fue hasta la ranura por la que pasaban los platos desde la cocina. "Dos hervidos cuatro minutos."

Cuando volvió con los huevos, estaban bien. La camarera puso el plato con violencia delante de Phil. Él se puso a comerlos tranquilamente.

-Muy bien -dije cuando terminé mi desayuno-. Mañana vas a Broadway, como te expliqué, para alistarte. Te garantizo que podemos conseguir un barco esta misma semana. Estaremos en mar abierto antes de que Allen se entere.

-Bien -dijo Phillip-. Quiero salir de aquí lo antes posible.

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