martes, 8 de julio de 2008

Sábado 5 de julio de 2008

Entrevista Literatura extranjera
El abrigo de Proust
La periodista italiana Lorenza Foschini habla de su ensayo II capotto de Proust (Portaparole), en el que sigue los pasos de Jaques Guérin, un coleccionista que logró recuperar los objetos y manuscritos del autor de la Recherche, dispersos y casi destruidos por la negligencia y el encono de los familiares del escritor.

Por Hugo Beccacece
De la Redacción de LA NACION
Los objetos encierran, mudos, la historia de quienes los poseyeron. Por eso, se convierten, a veces, en botines en torno a los cuales los herederos del dueño, a su muerte, despliegan sus pasiones, desde el amor hasta el odio y el resentimiento. Sentada en un café frente al palazzo Farnese, el magnífico edificio construido por Antonio de Sangallo en el siglo XVI, hoy sede de la embajada francesa en Roma, Lorenza Foschini habla de su libro Il capotto di Proust ("El abrigo de Proust"), editado por Portaparole.
"Proust aparece en varias fotografías cubierto por un sobretodo cuyo cuello y cuyo forro eran de nutria. Con ese abrigo, ha sido descrito en las memorias de sus amigos y retratado en un dibujo por Jean Cocteau. Si hubiera que mostrar al ´petit Marcel en un film, el intérprete debería usar una réplica de esa prenda. Pongo como ejemplo una película porque en el origen de mi libro, hay un film."
Lorenza Foschini es una conocida periodista de la RAI. Sus crónicas, documentales y programas de televisión, entre ellos, Il filo d Ariana (El hilo de Ariadna) y Misteri (Misterios), la han convertido en una figura a la que el público reconoce por la calle. Mientras toma un capuccino y conversa no presta atención a la gente que pasa, repara en ella y la mira discretamente, sin atreverse a interrumpir nuestra charla.
"Hace muchos años le hice una entrevista a Piero Tosi, el vestuarista de Luchino Visconti en El gatopardo , Muerte en Venecia , Ludwig , El inocente , y de Pasolini en Medea . Estábamos en la casa de Tosi en Piazza Navona. Me contó su vida. En cierto momento, me atreví a preguntarle por el proyecto frustrado de Visconti de filmar A la recherche du temps perdu . Me dijo que Luchino lo había mandado a París para buscar las locaciones de la película y para que hablara, entre otros, con Susy Mante-Proust, la sobrina de Marcel. Visconti había entablado conversaciones con medio mundo para llevar adelante la idea de esa adaptación, había tomado contacto con Laurence Olivier, Dustin Hoffman y hasta se decía que había llegado a interesar a Greta Garbo para el papel de reina de Nápoles. Tosi tenía, además, la misión de ubicar en París a los aristócratas que habían conocido a los modelos de los personajes proustianos, por ejemplo, a quienes habían inspirado a la duquesa de Guermantes y al barón de Charlus. Entre quienes le mencionaron como fuente de información, había un señor del que Tosi no recordaba el nombre, pero cuya tarjeta de visita -me aseguró- conservaba a pesar del tiempo transcurrido. Era un coleccionista que tenía objetos y manuscritos de Proust, Jacques Guérin. Tosi le pidió una cita y los dos se encontraron en la oficina de Guérin, que era propietario de una empresa de perfumes". Ese hombre, cuyo trabajo no tenía mucho que ver con la literatura, aunque los perfumes tienen un lugar privilegiado en la obra de Proust, era un ser de un enorme refinamiento, muy culto y con un olfato privilegiado no sólo para la fabricación de perfumes, sino para detectar la calidad en cualquier aspecto de la creación. Un verano de su juventud, Guérin, apasionado lector de Proust, se encontraba en París y tuvo un ataque de apendicitis. Le recomendaron un médico que no estaba en la ciudad para que lo operara. Era Robert Proust, el hermano de Marcel. Una vez recuperado, Guérin fue al consultorio de Robert para que le diera el alta y pagarle. Por supuesto, hablaron del escritor, ya muerto. Jacques no dejó de notar en ese cuarto la imponente, sombría y pesada biblioteca y el escritorio igualmente intimidante. Robert le dijo que esos muebles eran de Marcel. Además, le mostró una pila de cuadernos cosidos a mano en los que Marcel había escrito su novela. El médico tomó uno de esos cuadernos y le mostró la última página en la que podía leerse, con la caligrafía endiablada de Marcel, la palabra "Fin". Jacques le preguntó al médico si no tenía la primera edición de Du côté de chez Swann ("Por el camino de Swann"), la que había sido editada por Grasset y pagada por el autor porque ningún editor quería publicársela. Con cierta brusquedad, Robert le contestó que no la tenía. A Jacques le resultó extraña la actitud y esa respuesta. ¿Cómo era posible que Marcel no le entregara un ejemplar dedicado de su libro al hermano? ¿Qué relación podían tener esos dos seres unidos por la sangre?
El coleccionista
Según cuenta Foschini en su libro, la pasión de Guérin por la obra de Proust y la necesidad de incorporar a su colección todo lo que había pertenecido al novelista no hizo sino crecer después de esa visita y a medida que pasaban los años. Buscó hacerse amigo o entablar relación con todos los que habían conocido al escritor para saber más sobre él y, también, para comprar los objetos que le habían pertenecido.
Foschini continúa con su relato: "Guérin le contó a Tosi que había recuperado los muebles dispersos de la habitación donde murió Proust (después los donó al Museo Carnavalet) y le confió que poseía el abrigo de Marcel. Para un vestuarista como Tosi y para un director como Visconti, ese era un hallazgo considerable. Durante su entrevista con Tosi, Guérin se levantó de su silla y de lo alto de un armario bajó una gran caja atada con un piolín. De ella, sacó el sobretodo de lana casi negra, forrado de nutria".
En su libro, Foschini cuenta que Guérin era un hombre muy conocido en los círculos literarios, artísticos y mundanos. La escritora Violette Leduc, la autora de La bastarda , uno de los best sellers de los años 70 en la Argentina, había estado perdidamente enamorada de él. Entre otras cosas, los unía el hecho de que ambos eran bastardos. Pero se trataba de un amor imposible porque Guérin era homosexual. Jean Genet fue quien los había presentado. Guérin era un admirador de la obra de Genet, cuando todavía estaba inédita. Le compró el manuscrito de Nôtre-Dame-des-Fleurs al autor por un monto altísimo, que le permitió a Genet vivir por un tiempo prolongado sin problemas económicos. "Hubo muchas casualidades en la escritura de mi libro, que me ayudaron en la tarea -dice Foschini-. Guérin fue amigo de Carlo Jansiti, a su vez, amigo mío. Carlo me brindó mucha de la información, hasta ahora más o menos reservada, que expongo en Il capotto... La casualidad que siempre une a los proustianos. Guérin nació en 1902 en París. Era hijo de una mujer hermosa y elegante, Jeanne-Louise. La señora se había casado en 1890 con Jules Giraud, un hombre de negocios, enamorado de ella pero impotente. Con el tiempo, Jeanne-Louise tomó como amante a un amigo de su marido, Gaston Monteux, un judío riquísimo, que tenía una cadena de zapaterías. Monteux estaba casado y tenía hijos. En 1900, Jeanne-Louise se separó y se fue a vivir sola, lo que produjo un escándalo en París, porque ella estaba muy conectada con los círculos artísticos y sociales. Quedó encinta y tuvo, primero, a Jacques, en 1902, y a Jean, en 1903. Cuando, en 1924, Monteux enviudó, Jeanne-Louise y él se casaron. Ella se había convertido en una de las figuras más destacadas del mundillo parisiense. Se vestía con ropa de Paul Poiret, vivía en el Parc Monceau, quizá el lugar más chic de la ciudad. Erik Satie le dedicó Tendrement . Por otra parte, Monteux era un amante del arte contemporáneo. En su colección, había obras de Picasso y Modigliani, entre otros artistas. Jeanne-Louise no se conformaba con recibir en su casa, a la manera de las señoras de su época. Se asoció con Théophile Bader (uno de los fundadores de las Galeries Lafayette) para crear la Compagnie Française des Parfums d Orsay. La empresa produjo algunos perfumes famosos en su época como Le Dandy, que se vendía en un frasco negro de cristal de Baccarat. En 1936, Jeanne-Louise compró todas las acciones de la firma y Jacques pasó a dirigir la sociedad."
Había algo de fetichista en el espíritu de Jacques. Le gustaba hacer investigaciones para llegar a los objetos, a los manuscritos que deseaba adquirir, según relata Foschini en su obra. Además, sus colecciones también tenían un carácter comercial. Como se adelantaba al gusto de su época, compraba por muy poco lo que después terminaría costando fortunas. Su primera adquisición fue el manuscrito de L hérésiarque &Co. de Apollinaire. Ya anciano, Guérin recordaba que se había hecho con esa rareza por unos pocos francos. Con los años, esas páginas habían pasado a valer una suma disparatada. De hecho, la venta de parte de su colección antes de morir fue un acontecimiento y con la suma obtenida, Guérin podría haber vivido una vida tan rica como la que ya estaba llegando a su fin.
Lorenza Foschini pone el acento una vez más en la casualidad cuando habla del momento en que Guérin tuvo, de nuevo, un contacto privilegiado con los objetos y la obra de Proust. Habían pasado muchos años después de la visita a Robert, el hermano del escritor: "En 1935, Jacques, una tarde como otras, salió a ver vidrieras de anticuarios. Descubrió una pequeña librería nueva frente a Hermès, en el faubourg Saint-Honoré. Le preguntó al dueño si no tenía nada (manuscritos, primeras ediciones, por supuesto), de Baudelaire, Apollinaire, Proust. El librero le dijo, sorprendentemente, que acaba de comprar borradores y cartas de Marcel. Más aún, el vendedor de esos tesoros acababa de salir, pero debía regresar. Guérin recordó entonces que se había enterado por los diarios, menos de una semana antes, de la muerte de Robert Proust. Se dispuso a hacer tiempo para esperar a quien había dejado esas reliquias sobre la mesa de la librería. De pronto, entró un muchacho más bien rústico pero muy buen mozo. Era quien había entregado los manuscritos proustianos. El librero se lo presentó a Guérin como Werner. Este le dijo al coleccionista que la viuda de Robert Proust, Marthe Dubois-Amiot, debía abandonar con urgencia el departamento donde vivía y tenía que deshacerse de muchas cosas, no sólo de montañas de papeles, también de los muebles, de la biblioteca, del escritorio. Jacques no perdió un minuto. En su coche, acompañado por Werner, se dirigió a la casa de Robert Proust. Encontró libros amontonados a la entrada, los libros que habían pertenecido a Marcel, dedicados por sus amigos, por el conde Robert de Montesquiou y por la condesa Anne de Noailles, entre otros. Alquiló un camioncito y, por la noche, después de un trabajo de selección y de acarreo, Guérin volvió a su hermosa casa, acompañado por Werner. Se sentaron y Jacques empezó a sonsacarle información al muchacho. Le preguntó por el resto de los objetos y de los papeles de la casa. Werner le dijo que, con "la Señora", había quemado manuscritos, "todos esos papeluchos". Esos papeluchos eran escritos, hojas arrancadas de libros, de los cuadernos de Proust, además de cartas y cartas. ´No terminábamos de quemar , confesó ingenuamente Werner. Guérin tuvo que disimular la impresión que le causaba todo lo que decía ese chico del pueblo. En realidad, la "Señora" y Werner no terminaron de quemar los manuscritos. Se salvaron, por suerte, los cuadernos donde Proust había escrito su novela porque la hija de la "Señora", la sobrina de Marcel, les dijo que ese material tenía muchísimo valor. Susy Mante-Proust se llevó todo lo que pudo salvar de la hoguera. El resto era lo que Guérin había encontrado en la librería. Fue, como usted comprenderá, una intervención milagrosa".
"Jacques insistió para saber si había algo más. Al día siguiente, Werner le alcanzó una sombrerera llena de apuntes, cartas, fotografías y tres o cuatro libros. En ese inesperado y pequeño depósito de maravillas, Guérin encontró mensajes con las firmas de Cocteau, Gide, Reynaldo Hahn, Anne de Noailles y dibujos de Proust. De repente, mientras revisaba los objetos polvorientos, encontró la primera edición de Du côté de chez Swann ("Por el camino de Swann") la edición por la que le había preguntado a Robert Proust y que éste había dicho no tener. En la primera página, estaba la dedicatoria: ´A mi hermanito, en recuerdo del tiempo perdido, recuperado por un instante cada vez que estamos juntos . Eso significaba que Robert no recordaba o no había querido recordar ni el libro ni la dedicatoria. De nuevo, Guérin, se preguntó qué relación había unido a los dos hermanos. No conforme con esos hallazgos, Guérin siguió frecuentando e interrogando a Werner. El muchacho le propuso que lo acompañara a una especie de depósito sucio y desvencijado que no estaba lejos de la fábrica de perfumes de Jacques. Tirado por tierra, Guérin vio el retrato de Adrien Proust, el padre de Marcel y de Robert, además de la Legión de Honor de Marcel. Diseminado en ese lugar sórdido, estaba todo lo que había amueblado y decorado la habitación donde había muerto el escritor. Contra una pared, se hallaba el lecho en el que Marcel había dormido desde los 16 años y en el que había escrito toda su obra. Ese conjunto, restaurado y ubicado, siguiendo viejas fotografías, tal como estaba en vida de Proust, se exhibe hoy en el Museo Carnavalet." Foschini se sonríe mientras evoca la personalidad contradictoria y misteriosa de Guérin: "Era un hombre muy intuitivo y muy inteligente, como me dijo mi amigo Jansiti. No se dio por conforme con haber recuperado el cuarto de Proust. Cierta desazón que no podía eliminar le advertía que Werner debía de tener aún algo más. Siguió interrogando al ropavejero, convertido en anticuario, y, por último, éste le confió con una vergüenza, inexplicable al comienzo, que le ´gustaba la pesca . Los domingos Werner acostumbraba ir con su caña hasta las orillas del Marne, donde tenía una barca. Werner agregó que le había hablado a la ´Señora, que es tan buena , acerca de esa afición, de esas excursiones realizadas aun en invierno. Marthe Dubois-Amiot le había dicho que estaba loco, que el frío y la humedad del río le harían mal. Para protegerlo de esas calamidades, la ´Señora le había dado el abrigo de Marcel. ´Envuélvase con él las piernas , le aconsejó. Desde entonces, Werner se envolvía las piernas y los pies con aquel sobretodo. No le había querido decir a Guérin que estaba en posesión de esa prenda porque el abrigo ya no era más que un harapo. Guérin le ordenó que se lo llevara de inmediato, no importaba en qué condiciones se hallara esa última reliquia. Y, de verdad, fue la última posesión de Proust que llegó a Guérin por vía de Werner".
Jacques había conocido a la cuñada de Proust cuando todavía vivía Robert y la siguió frecuentando, ya viuda, para obtener información y probables reliquias. Por eso, alcanzó a entender, no a justificar, las razones del encono de la mujer no sólo contra su cuñado sino contra los Proust. Ella se había casado con Robert, inducida por su madre y por el doctor Adrien Proust, el padre de Robert y de Marcel. El ilustre médico, toda una autoridad en su época, había sido amante de la madre de Marthe Dubois-Amiot y, quizá para establecer un lazo legal con quien había sido su mujer clandestina, buscó y logró que la hija de ella y el hijo de él se casaran. Aparentemente, Marthe ignoraba el vínculo entre su madre y Adrien Proust, pero no lo ignoraban la madre de Robert y de Marcel ni sus dos hijos. Marthe tenía una mentalidad convencional. A la muerte de su marido, buscó preservar la dignidad del apellido Proust y, por eso, quemó muchas de las cartas de amor de Marcel, así como pruebas de galera y borradores. Guérin alcanzó a salvar los trece cuadernos manuscritos de la Recherche que no se habían encontrado y que más tarde vendió a la Biblioteca Nacional de Francia, también recuperó algunas cartas a familiares y las pruebas de Du côté de chez Swann ("Por el camino de Swann"), publicado por Grasset y corregidas a mano por Proust, que vendería en Christie s por una suma vertiginosa.
Para saber hasta qué punto el desprecio y el encono habían hecho carne en la cuñada de Marcel, Guérin le preguntó si no había leído la novela por la que el nombre de los Proust era conocido en todo el mundo. Ella le respondió que jamás había intentado leerla porque "allí sólo están escritas mentiras".
Muchos años después de esos episodios tragicómicos de compra y venta de objetos y originales, Guérin volvió a encontrarse, una vez más por casualidad, con Werner. Le comentó que la vida de Marthe había sido triste, cautiva de los Proust, como había sido triste la vida de Robert, aplastado por la fama y el genio de su hermano. Werner le contestó con sorna y cierta jactancia: "¿Triste? ¿Por qué piensa que era siempre tan atenta conmigo? ¿Por qué piensa que me regaló el abrigo del cuñado? Ah, si usted supiera. Yo y la Señora..." Quizá la revelación no le causó demasiado asombro a Guérin. Werner era el hombre "para todo servicio" de Marthe.
Según el amigo de Foschini, Carlo Jansiti, Guérin tuvo un comportamiento muy especial con los tesoros de Proust y, en general, con todos los objetos de su colección. Cuenta Foschini: "Mucha gente iba a visitar a Jacques para ver esas piezas tan valiosas. Unos estaban interesados en los manuscritos de Proust, otros en los de Baudelaire, Victor Hugo, Jean Genet, Arthur Rimbaud, o en los cuadros de Picasso y, sobre todo, los de Chaim Soutine. Jacques recibía a esa gente, algunos de ellos sus amigos, les daba charla, les decía que después les mostraría lo que quisieran ver, las horas pasaban y no mostraba nada. Por otra parte, Edmund White, el escritor norteamericano, amigo mío, me dijo que había ido al castillo de Guérin, como tantos, a ver todas esas maravillas. No vio nada. White habla en sus memorias de Guérin y no lo deja muy bien parado porque Jacques era altanero y nada simpático. Le mandé mi libro a White, que me escribió una carta muy elogiosa. También Bernardo Bertolucci, el director de cine, me escribió a propósito de Il capotto.. . Para él, mi libro tiene un valor adicional. Su padre, el gran poeta Attilio Bertolucci, era un proustiano encarnizado, como yo, y Bernardo creció a la sombra de la figura de Marcel. Alrededor de Guérin, de los manuscritos y los objetos que él rescató, se suceden las coincidencias, quizá porque los proustianos somos un mundo dentro del mundo".


adn*FOSCHINI

Periodista de la RAI, la autora de Il capotto... condujo programas de mucho éxito como Il filo d Ariana y Misteri, sobre civilizaciones desaparecidas y misterios arqueológicos. Acaba de publicar Diez lecciones sobre la democracia, una serie de diálogos con Giovanni Sartori, que figuró diez semanas en la lista de best sellers .

Marcel Proust cubierto por el abrigo con que lo describen los memoralistas y con el que lo retrató Cocteau Foto: Gza. Portaparole

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