Alta en el cielo
Puestos de libros en la ciudad de El Alto. Yerba Mala Cartonera y los nuevos narradores. Venerados escritores malditos muertos de alcohol y mala vida. El mercado editorial más chico de América latina. Vital y cerrada sobre sí misma, malograda y a punto de estallar, la literatura boliviana sobrevive en las alturas. Aquí se presenta un panorama reconstruido con algunas de sus voces y protagonistas al calor del picante y las estrategias para evitar apunarse.
Por Nicolas G. Recoaro
La cita ideal para entrar en el mundo literario boliviano se da todos los jueves y domingos, en la surrealista Feria 16 de Julio, de la ciudad de El Alto. Entre aguayos, chicharrón de cerdo y ropa norteamericana de segunda mano, uno puede encontrar esos pequeños puestitos que ofrecen libros para la gente de a pie. La Cordillera Real y el majestuoso pico nevado del Illimani son el telón de fondo del shopping andino más alto del planeta. “Llévese este, caserito. Obras nacionales, lo mejorcito y baratito nomás”, me sugiere una chola rodeada de varias docenas de ejemplares piratas –y no tanto–, en pleno corazón de la 16. Bajo un sol impiadoso, la chola librera descansa con aire budista en su pequeño puesto, sitiada por obras de Jesús Urzagasti, Víctor Hugo Viscarra, Oscar Cerruto, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Humberto Quino, Jaime Sáenz, Carlos Medinaceli (la lista podría cobrar dimensiones pantagruélicas). Estas son sólo algunas de las joyas mejor guardadas de una literatura que ha quedado injustamente enclaustrada dentro de sus fronteras. Porque la mediterraneidad es un rasgo esencial para entender a la poco conocida literatura boliviana. Un cerco de tierra, que además de haber encerrado al Tíbet Sudamericano, parece haberlo mantenido un poco lejos de las demás letras latinoamericanas.
“Como que los escritores bolivianos tienen un trauma por no haber alcanzado reconocimiento a nivel internacional”, reflexionaba Martín Zelaya, el editor del suplemento cultural más reconocido de La Paz, Fondo Negro (del diario La Prensa) cuando lo consultamos por la falta de conocimiento de la literatura boliviana fuera del país. “La literatura boliviana no tiene un Gabriel García Márquez como tiene Colombia, o un Vargas Llosa como tiene Perú, un Roa Bastos como Paraguay, un Cortázar o un Borges como los argentinos... ¿Por qué? Sin duda no es por una falta de talentos literarios, pero la realidad es que las letras bolivianas siguen siendo la ilustre desconocida en el contexto de la literatura universal”, reflexionaba el editor. Los premios y distinciones que han cosechado las obras de Edmundo Paz Soldán, Román Rocha Monroy y Claudio Lechín dan pequeños indicios de un despertar que aún no termina de concretarse.
El mercado editorial más chico de América latina, con un 12% de la población sometida por el analfabetismo y precios muchas veces siderales –libros a 100 bolivianos, cuando el sueldo básico es de 500– ha limitado el acceso de buena parte de los bolivianos a su literatura. “Hemos notado que es bastante dificultoso el acceso de los sectores populares a la literatura en general. El Estado debería buscar mecanismos que permitan que la población acceda a los libros de autores nacionales, con precio módicos”, explica la alfabetizadora cubana Andi Castillo, durante la presentación del programa de alfabetización Yo sí puedo, en plena Plaza Murillo, el centro político de la hoyada paceña.
“Cuando le dije a mi madre que iba a ser poeta me dijo que estaba loco. Pero así soy, un bolita con muchas bolas”, explica el poeta Humberto Quino, en su casa alojamiento sobre la calle Max Paredes, en el corazón neurálgico de la ciudad de La Paz. La falta de apoyo estatal y el desinterés de las grandes editoriales, además de cierto cripticismo con que se maneja el círculo literario boliviano, han colaborado a la poca difusión de las obras. “Bolivia es un país donde la cuestión del libro es bien complicada. Estamos hablando de un país con una presencia étnica muy importante. Con culturas ágrafas que guardan otras textualidades y que pelean por ser reivindicadas. La relación palabra y no palabra en este país es bastante conflictiva, y sigue siendo colonizadora a pesar de todo”, cuenta la editora Virginia Ayllón. El esfuerzo por narrar el país, que se traduce en obras de marcado corte realista, y con una fuerte tendencia sociológica, se enriquece por la diversidad cultural de un verdadero variopinto pluriétnico.
La narrativa boliviana parece empaparse constantemente de la realidad, una realidad casi ficcionalizada. “Sus datos, la historia, los hechos –y si no vean la vida del presidente Evo Morales– suelen ser tan sobresalientes que en otra parte seguramente serían ficción y nadie creería que todo eso es posible”, completa Ayllón. Clásicos como Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, con su extraordinaria crónica de la Villa Imperial del Potosí colonial; Adela Zamudio, poeta y narradora que rompió esquemas en una época donde sólo los hombres tenían acceso a la producción intelectual; poetas de la talla de Franz Tamayo o Ricardo Jaimes Freyre; novelistas como Jorge Suárez, Néstor Taboada Terán y Jaime Mendoza –fiel representante de la literatura minera– o Alcides Arguedas son escritores que siguieron más o menos de cerca los dictados de su época, pero que además tatuaron sus obras con el sello único de quienes crean su propio universo.
La cita ideal para entrar en el mundo literario boliviano se da todos los jueves y domingos, en la surrealista Feria 16 de Julio, de la ciudad de El Alto. Entre aguayos, chicharrón de cerdo y ropa norteamericana de segunda mano, uno puede encontrar esos pequeños puestitos que ofrecen libros para la gente de a pie. La Cordillera Real y el majestuoso pico nevado del Illimani son el telón de fondo del shopping andino más alto del planeta. “Llévese este, caserito. Obras nacionales, lo mejorcito y baratito nomás”, me sugiere una chola rodeada de varias docenas de ejemplares piratas –y no tanto–, en pleno corazón de la 16. Bajo un sol impiadoso, la chola librera descansa con aire budista en su pequeño puesto, sitiada por obras de Jesús Urzagasti, Víctor Hugo Viscarra, Oscar Cerruto, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Humberto Quino, Jaime Sáenz, Carlos Medinaceli (la lista podría cobrar dimensiones pantagruélicas). Estas son sólo algunas de las joyas mejor guardadas de una literatura que ha quedado injustamente enclaustrada dentro de sus fronteras. Porque la mediterraneidad es un rasgo esencial para entender a la poco conocida literatura boliviana. Un cerco de tierra, que además de haber encerrado al Tíbet Sudamericano, parece haberlo mantenido un poco lejos de las demás letras latinoamericanas.
“Como que los escritores bolivianos tienen un trauma por no haber alcanzado reconocimiento a nivel internacional”, reflexionaba Martín Zelaya, el editor del suplemento cultural más reconocido de La Paz, Fondo Negro (del diario La Prensa) cuando lo consultamos por la falta de conocimiento de la literatura boliviana fuera del país. “La literatura boliviana no tiene un Gabriel García Márquez como tiene Colombia, o un Vargas Llosa como tiene Perú, un Roa Bastos como Paraguay, un Cortázar o un Borges como los argentinos... ¿Por qué? Sin duda no es por una falta de talentos literarios, pero la realidad es que las letras bolivianas siguen siendo la ilustre desconocida en el contexto de la literatura universal”, reflexionaba el editor. Los premios y distinciones que han cosechado las obras de Edmundo Paz Soldán, Román Rocha Monroy y Claudio Lechín dan pequeños indicios de un despertar que aún no termina de concretarse.
El mercado editorial más chico de América latina, con un 12% de la población sometida por el analfabetismo y precios muchas veces siderales –libros a 100 bolivianos, cuando el sueldo básico es de 500– ha limitado el acceso de buena parte de los bolivianos a su literatura. “Hemos notado que es bastante dificultoso el acceso de los sectores populares a la literatura en general. El Estado debería buscar mecanismos que permitan que la población acceda a los libros de autores nacionales, con precio módicos”, explica la alfabetizadora cubana Andi Castillo, durante la presentación del programa de alfabetización Yo sí puedo, en plena Plaza Murillo, el centro político de la hoyada paceña.
“Cuando le dije a mi madre que iba a ser poeta me dijo que estaba loco. Pero así soy, un bolita con muchas bolas”, explica el poeta Humberto Quino, en su casa alojamiento sobre la calle Max Paredes, en el corazón neurálgico de la ciudad de La Paz. La falta de apoyo estatal y el desinterés de las grandes editoriales, además de cierto cripticismo con que se maneja el círculo literario boliviano, han colaborado a la poca difusión de las obras. “Bolivia es un país donde la cuestión del libro es bien complicada. Estamos hablando de un país con una presencia étnica muy importante. Con culturas ágrafas que guardan otras textualidades y que pelean por ser reivindicadas. La relación palabra y no palabra en este país es bastante conflictiva, y sigue siendo colonizadora a pesar de todo”, cuenta la editora Virginia Ayllón. El esfuerzo por narrar el país, que se traduce en obras de marcado corte realista, y con una fuerte tendencia sociológica, se enriquece por la diversidad cultural de un verdadero variopinto pluriétnico.
La narrativa boliviana parece empaparse constantemente de la realidad, una realidad casi ficcionalizada. “Sus datos, la historia, los hechos –y si no vean la vida del presidente Evo Morales– suelen ser tan sobresalientes que en otra parte seguramente serían ficción y nadie creería que todo eso es posible”, completa Ayllón. Clásicos como Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, con su extraordinaria crónica de la Villa Imperial del Potosí colonial; Adela Zamudio, poeta y narradora que rompió esquemas en una época donde sólo los hombres tenían acceso a la producción intelectual; poetas de la talla de Franz Tamayo o Ricardo Jaimes Freyre; novelistas como Jorge Suárez, Néstor Taboada Terán y Jaime Mendoza –fiel representante de la literatura minera– o Alcides Arguedas son escritores que siguieron más o menos de cerca los dictados de su época, pero que además tatuaron sus obras con el sello único de quienes crean su propio universo.
LA HUELLA DE SAENZ
Dicen los entendidos que la literatura boliviana del siglo XX tiene su punto de quiebre a partir de la obra de este misterioso escritor y poeta paceño llamado Jaime Saenz. La literatura “saenziana”, como gustan llamarla los críticos especializados, intenta recuperar el espacio ocupado por el silencio del anonimato y de la dominación. “El escritor es un místico, al igual que el alquimista. En el ejercicio de la mística encontrará la materia prima de la obra”, le gustaba decir a Saenz, durante las prolongadas tertulias que ofrecía en su casa, en los denominados Talleres Krupp, epicentro de la movida literaria boliviana avant-garde, de la década del sesenta.
Con una obra poética descomunal, varios libros de cuentos y Felipe Delgado (1979), la novela de la literatura boliviana de los últimos 30 años, este hombrecillo enorme bordeó y exploró las zonas más oscuras del ser paceño. En sintonía con la deriva errática del maldito Céline: las rondas nocturnas, los delirium tremens y obviamente el alcohol hicieron que el mito de Saenz haya cobrado dimensiones monumentales dentro de las letras bolivianas. “Felipe Delgado encarna ese personaje paceño mítico del que se habla en bares y en los cafés, a tal punto que se confunde con su propio autor. A estas alturas ya nadie sabe si Jaime Saenz era Felipe Delgado o viceversa o si era Jaime Delgado o Felipe Saenz”, comenta el escritor cruceño Homero Carvalho.
Pero hay un quiebre en la narrativa de Saenz luego del errar noctámbulo de Felipe Delgado. Con Los cuartos (1985), Saenz se aleja del deambular nocturno y agitado, donde encontró su propia muerte, y lo cambia por el paseo calmo por los espacios de la luz y la vida de una pensión paceña, donde “los cuartos sumidos en penumbra son grandes, fríos y desolados, y tienen olor a cotense, huaycataya, a chalona, y a guardado”. Saenz descubre, ya no el otro lado de la noche, sino el más acá de la vida. “Todos mueren, menos yo. Y con los años que tengo, ya podría haber muerto cien veces”, escribe Saenz en Los cuartos. Sobrevivir a todos en soledad, soledad de la muerte y de la vida que, después de todo, son las únicas que no mueren. Saenz dejó este mundo en 1986, pero algunos escritores prefieren seguir creyendo que su espíritu todavía recorre las empinadas calles de La Paz.
Con una obra poética descomunal, varios libros de cuentos y Felipe Delgado (1979), la novela de la literatura boliviana de los últimos 30 años, este hombrecillo enorme bordeó y exploró las zonas más oscuras del ser paceño. En sintonía con la deriva errática del maldito Céline: las rondas nocturnas, los delirium tremens y obviamente el alcohol hicieron que el mito de Saenz haya cobrado dimensiones monumentales dentro de las letras bolivianas. “Felipe Delgado encarna ese personaje paceño mítico del que se habla en bares y en los cafés, a tal punto que se confunde con su propio autor. A estas alturas ya nadie sabe si Jaime Saenz era Felipe Delgado o viceversa o si era Jaime Delgado o Felipe Saenz”, comenta el escritor cruceño Homero Carvalho.
Pero hay un quiebre en la narrativa de Saenz luego del errar noctámbulo de Felipe Delgado. Con Los cuartos (1985), Saenz se aleja del deambular nocturno y agitado, donde encontró su propia muerte, y lo cambia por el paseo calmo por los espacios de la luz y la vida de una pensión paceña, donde “los cuartos sumidos en penumbra son grandes, fríos y desolados, y tienen olor a cotense, huaycataya, a chalona, y a guardado”. Saenz descubre, ya no el otro lado de la noche, sino el más acá de la vida. “Todos mueren, menos yo. Y con los años que tengo, ya podría haber muerto cien veces”, escribe Saenz en Los cuartos. Sobrevivir a todos en soledad, soledad de la muerte y de la vida que, después de todo, son las únicas que no mueren. Saenz dejó este mundo en 1986, pero algunos escritores prefieren seguir creyendo que su espíritu todavía recorre las empinadas calles de La Paz.
EL BUKOWSKI BOLIVIANO
“Lleve este casero. El Bukowski boliviano”, me sugiere un librero mientras le doy un sorbito a un vitamínico jugo de api, en las cercanías de la Catedral de San Francisco, en uno de los tantos barrios marginales de La Paz. “Si se da una vuelta por los barcitos de mala muerte que están cerca del Cementerio General, puede encontrar ese mundo que caminó Víctor Hugo Viscarra”, agrega el hombre.
Narrador del margen y dueño de un lenguaje directo que atrapa, Viscarra escribió sobre lo que conocía: el insoportable frío paceño, el singani barato, la delincuencia, la adicción a la clefa y la marginalidad. “Se podría decir que estoy demasiado emputado con mi existencia. Cada día que pasa, ni bien le estoy pescando gustito al sueño, ¡zas!, un puntapié disfrazado de negro me recuerda que tengo que levantarme y seguir caminando sin tener a dónde ir. Porque para los miserables como yo, no existe el derecho de dormir nuestro cansancio encima de una tarima del pasaje Tumusla”, escupe Viscarra en Avisos necrológicos (2005), su quinto libro de relatos.
Viscarra eligió vivir en la calle hace más de tres décadas. Esas calles donde no tenía nada que perder, donde caminar la noche con un abrigo y su botellita con alcohol puro fueron construyendo su universo. “Jamás podrán decir que Víctor Hugo escribía sobre lo que no sabía, como ocurre con varios escritores borders de moda”, explica la editora Virginia Ayllón. Solo unos papeles garabateados que atesoraba en los bolsillos de su saco guardaban esas caminatas nocturnas de Viscarra. Cuando pesaban demasiado, quedaban olvidados en cualquier rincón de un boliche o junto al banco de una plaza. Lo que atesoraba Víctor Hugo no necesitaba espacio físico.
Los relatos de otros escritores paceños, Adolfo Cárdenas y su novela Periférica Bvd (2005) y los cuentos de Fastos marginales (2000), son buenos ejemplos, encuentran fuerte sintonía con la obra de Viscarra. Relatos urbanos de un estilo similar al cross arltiano; historias autobiográficas que recuperan fragmentos de la vida errante, donde el humor ácido y la ironía se posan sobre la explotación que viven los marginados llegados del desolado altiplano, cuando descienden en ese dantesco hueco que forma la ciudad de La Paz.
Con cuatro libros de relatos y un diccionario del coba (lunfardo) paceño –que la policía boliviana se apropió y publicó como si la institución lo hubiera realizado–, Viscarra terminó de construir un caso único de narrador etnográfico del margen paceño. Cuentan que en su último libro, Borracho estaba, pero me acuerdo (2003), Viscarra vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años. Se fue en mayo de 2005. Tenía 49 años.
Narrador del margen y dueño de un lenguaje directo que atrapa, Viscarra escribió sobre lo que conocía: el insoportable frío paceño, el singani barato, la delincuencia, la adicción a la clefa y la marginalidad. “Se podría decir que estoy demasiado emputado con mi existencia. Cada día que pasa, ni bien le estoy pescando gustito al sueño, ¡zas!, un puntapié disfrazado de negro me recuerda que tengo que levantarme y seguir caminando sin tener a dónde ir. Porque para los miserables como yo, no existe el derecho de dormir nuestro cansancio encima de una tarima del pasaje Tumusla”, escupe Viscarra en Avisos necrológicos (2005), su quinto libro de relatos.
Viscarra eligió vivir en la calle hace más de tres décadas. Esas calles donde no tenía nada que perder, donde caminar la noche con un abrigo y su botellita con alcohol puro fueron construyendo su universo. “Jamás podrán decir que Víctor Hugo escribía sobre lo que no sabía, como ocurre con varios escritores borders de moda”, explica la editora Virginia Ayllón. Solo unos papeles garabateados que atesoraba en los bolsillos de su saco guardaban esas caminatas nocturnas de Viscarra. Cuando pesaban demasiado, quedaban olvidados en cualquier rincón de un boliche o junto al banco de una plaza. Lo que atesoraba Víctor Hugo no necesitaba espacio físico.
Los relatos de otros escritores paceños, Adolfo Cárdenas y su novela Periférica Bvd (2005) y los cuentos de Fastos marginales (2000), son buenos ejemplos, encuentran fuerte sintonía con la obra de Viscarra. Relatos urbanos de un estilo similar al cross arltiano; historias autobiográficas que recuperan fragmentos de la vida errante, donde el humor ácido y la ironía se posan sobre la explotación que viven los marginados llegados del desolado altiplano, cuando descienden en ese dantesco hueco que forma la ciudad de La Paz.
Con cuatro libros de relatos y un diccionario del coba (lunfardo) paceño –que la policía boliviana se apropió y publicó como si la institución lo hubiera realizado–, Viscarra terminó de construir un caso único de narrador etnográfico del margen paceño. Cuentan que en su último libro, Borracho estaba, pero me acuerdo (2003), Viscarra vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años. Se fue en mayo de 2005. Tenía 49 años.
EL DESHABITADO
A pocas cuadras del misterioso Mercado de las Brujas paceño, en la empinada cuesta que lleva a la desolada Garita de Lima, el nombre de una plaza rinde justo homenaje al fantástico novelista y ensayista Marcelo Quiroga Santa Cruz. Nacido en el seno de una familia burguesa y terrateniente de Cochabamba, en 1931, y luego de pasar buena parte de su infancia y adolescencia en Chile y México, Quiroga Santa Cruz regresó a su oriente natal, el trópico cocalero boliviano, para trabajar como docente de letras y periodista. Es en el escenario demarcado por los límites de la ciudad de Cocha donde Quiroga Santa Cruz escribe su primera y única novela, Los deshabitados (1959), premiada por la Fundación William Faulkner con el galardón a la mejor novela iberoamericana, en 1962.
El mundo que crea Quiroga Santa Cruz es un fresco con toques surrealistas de aquella sociedad, todavía rural y feudal, también clerical, en una ciudad donde “cada vez se instalaban más fábricas”. La revolución nacional que se había instaurado en Bolivia el 9 de abril de 1952 será el inevitable trasfondo –no político, sino ético y moral– de un horizonte desolador e incierto, correlato de la decadencia que prevalece en un alma colectiva que pretende superarse a sí misma, buscando los remansos de la fe. Cuando le preguntaban sobre la esencia de su primera novela, Quiroga Santa Cruz explicaba que había sido “escrita como no debe escribirse nunca un libro: es casi una secreción. Comenzó a vivir bajo la forma de una extraña sensación de melancolía”. En la novela, Fernando Ducrot –alter ego del escritor– debate su vida entre la exasperante necesidad de plasmar sus ideas en un papel y las discusiones existenciales con un viejo y sabio párroco franciscano. Los dilemas morales y espirituales sobre la labor del intelectual y su compromiso social parecen no tener remedio, es la semilla del compromiso político que el propio Quiroga Santa Cruz encarnará durante el resto de su vida.
Pocos años después, el escritor dejó la ficción y dedicó su vida a la política. Pionero en la lucha por el control de los recursos naturales bolivianos, Quiroga Santa Cruz logró la nacionalización de los yacimientos petrolíferos controlados por la Gulf Oil Company. El golpe de Estado del dictador Hugo Bánzer lo obligó a un largo exilio en Argentina y México, y dos demoledores ensayos, El saqueo de Bolivia (1972) y Oleocracia o patria (1977), lo constituyeron en un referente de la izquierda boliviana, hasta que un grupo de paramilitares al mando del general Luis García Meza lo secuestró y asesinó, durante el sanguinario narcogolpe de Estado de 1980.
El mundo que crea Quiroga Santa Cruz es un fresco con toques surrealistas de aquella sociedad, todavía rural y feudal, también clerical, en una ciudad donde “cada vez se instalaban más fábricas”. La revolución nacional que se había instaurado en Bolivia el 9 de abril de 1952 será el inevitable trasfondo –no político, sino ético y moral– de un horizonte desolador e incierto, correlato de la decadencia que prevalece en un alma colectiva que pretende superarse a sí misma, buscando los remansos de la fe. Cuando le preguntaban sobre la esencia de su primera novela, Quiroga Santa Cruz explicaba que había sido “escrita como no debe escribirse nunca un libro: es casi una secreción. Comenzó a vivir bajo la forma de una extraña sensación de melancolía”. En la novela, Fernando Ducrot –alter ego del escritor– debate su vida entre la exasperante necesidad de plasmar sus ideas en un papel y las discusiones existenciales con un viejo y sabio párroco franciscano. Los dilemas morales y espirituales sobre la labor del intelectual y su compromiso social parecen no tener remedio, es la semilla del compromiso político que el propio Quiroga Santa Cruz encarnará durante el resto de su vida.
Pocos años después, el escritor dejó la ficción y dedicó su vida a la política. Pionero en la lucha por el control de los recursos naturales bolivianos, Quiroga Santa Cruz logró la nacionalización de los yacimientos petrolíferos controlados por la Gulf Oil Company. El golpe de Estado del dictador Hugo Bánzer lo obligó a un largo exilio en Argentina y México, y dos demoledores ensayos, El saqueo de Bolivia (1972) y Oleocracia o patria (1977), lo constituyeron en un referente de la izquierda boliviana, hasta que un grupo de paramilitares al mando del general Luis García Meza lo secuestró y asesinó, durante el sanguinario narcogolpe de Estado de 1980.
¿QUE HAY DE NUEVO, EVO?
Más allá de la escasa difusión a nivel nacional e internacional y las dificultades para publicar, una buena cantidad de nuevos escritores bolivianos viene pidiendo pista desde hace varios años. “El ingreso a las élites literarias bolivianas se hace muy complicado para los jóvenes escritores, y mucho más viniendo de la ciudad de El Alto. El círculo literario boliviano se autoalimenta, funciona con el antiguo sistema de padrinazgo y casi no les ha prestado atención a los nuevos narradores”, explica el escritor alteño Roberto Cáceres, mientras termina de armar unos libros artesanales con tapas de cartón en el barrio de Villa Adela, de la conflictiva Ciudad de El Alto, aquella urbe que hace pocos años declaró la “Guerra del Gas” y echó al agringado ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada.
“Siempre los escritores tenemos un poquito de problema con la cuestión de los fondos. En Bolivia, el gobierno no apoya con fomentos para la escritura. Inclusive, los gobiernos pasados tenían una visión muy folklorizada de la literatura”, explica la narradora quechua Elvira Espejo. Con las editoriales establecidas importando libros argentinos o peruanos, y sin el apoyo del Estado, la primera editorial cartonera de Bolivia –actualmente funciona otra similar en la ciudad de Cochabamba–- le da espacio a una buena cantidad de autores noveles. Con la matriz de la experiencia de Eloísa Cartonera como modelo, la editorial alteña Yerba Mala Cartonera ha publicado varias obras vanguardistas de escritores de toda Bolivia.
Luna, Portugal, Urrelo, Barrientos, Frudenthal, Piñeiro, Spedding, Hasbum, Montellano y Camacho son algunos de los narradores y poetas que traen aire fresco a las letras bolivianas. Ciencia ficción ambientada en comunidades altiplánicas del siglo XXI, novelas negras de corte político; tramas donde el español, el aymara y el spanglish se mezclan creando fascinantes híbridos lingüístico; relatos urbanos donde se narran las peripecias de los migrantes rurales y mitologías andinas protagonizadas por nostálgicas cholitas luchadoras de catch trazan la nueva cartografía literaria de un país que se sigue narrando. Con increíble vuelo en la libertad temática y expresiva, la nueva ola de escritores anuncia un importante quiebre al interior de las letras bolivianas.
“Siempre pensamos que la literatura no debía marginarse plenamente del contexto político y social de una época. En ese sentido creo que la literatura debe constituirse en un ente interventor sobre la realidad, debe actuar y operar sobre ella. Con la llegada de Evo al gobierno, vivimos un momento harto importante de nuestra historia como país, y creemos que la literatura puede dar la posibilidad de abrir otros puntos de vista. Creo que eso ha pasado desde la creación de Yerba Mala Cartonera”, reflexiona Cáceres, antes de convidarme con un matecito de coca, para evitar el apunamiento que regala la urbe alteña y sus más de 4500 metros de altura.
Una pregunta me quedaba dando vueltas por la cabeza luego de innumerables caminatas por las librerías y mercados bolivianos. ¿Cuál sería la posición de Evo en relación con la literatura? “Le voy a contar algo –me explicó el poeta Humberto Quino–. Cuentan que Evo no tiene una buena relación con los escritores. Hasta algunos dicen que no lee libros. Evo prefiere leer la realidad.”
“Siempre los escritores tenemos un poquito de problema con la cuestión de los fondos. En Bolivia, el gobierno no apoya con fomentos para la escritura. Inclusive, los gobiernos pasados tenían una visión muy folklorizada de la literatura”, explica la narradora quechua Elvira Espejo. Con las editoriales establecidas importando libros argentinos o peruanos, y sin el apoyo del Estado, la primera editorial cartonera de Bolivia –actualmente funciona otra similar en la ciudad de Cochabamba–- le da espacio a una buena cantidad de autores noveles. Con la matriz de la experiencia de Eloísa Cartonera como modelo, la editorial alteña Yerba Mala Cartonera ha publicado varias obras vanguardistas de escritores de toda Bolivia.
Luna, Portugal, Urrelo, Barrientos, Frudenthal, Piñeiro, Spedding, Hasbum, Montellano y Camacho son algunos de los narradores y poetas que traen aire fresco a las letras bolivianas. Ciencia ficción ambientada en comunidades altiplánicas del siglo XXI, novelas negras de corte político; tramas donde el español, el aymara y el spanglish se mezclan creando fascinantes híbridos lingüístico; relatos urbanos donde se narran las peripecias de los migrantes rurales y mitologías andinas protagonizadas por nostálgicas cholitas luchadoras de catch trazan la nueva cartografía literaria de un país que se sigue narrando. Con increíble vuelo en la libertad temática y expresiva, la nueva ola de escritores anuncia un importante quiebre al interior de las letras bolivianas.
“Siempre pensamos que la literatura no debía marginarse plenamente del contexto político y social de una época. En ese sentido creo que la literatura debe constituirse en un ente interventor sobre la realidad, debe actuar y operar sobre ella. Con la llegada de Evo al gobierno, vivimos un momento harto importante de nuestra historia como país, y creemos que la literatura puede dar la posibilidad de abrir otros puntos de vista. Creo que eso ha pasado desde la creación de Yerba Mala Cartonera”, reflexiona Cáceres, antes de convidarme con un matecito de coca, para evitar el apunamiento que regala la urbe alteña y sus más de 4500 metros de altura.
Una pregunta me quedaba dando vueltas por la cabeza luego de innumerables caminatas por las librerías y mercados bolivianos. ¿Cuál sería la posición de Evo en relación con la literatura? “Le voy a contar algo –me explicó el poeta Humberto Quino–. Cuentan que Evo no tiene una buena relación con los escritores. Hasta algunos dicen que no lee libros. Evo prefiere leer la realidad.”
Voces del Altiplano
“Mi madre siempre me había dicho que el día en que me case y tenga mis wawas, y su papá me los quiere pegar, al tener que elegir entre él y mis hijos, primero van a ser las wawas, y que el hombre ése se vaya por donde ha venido. Además, he tenido la suerte de haberme separado del Valentín, que cuando estaba borrachísimo era más terco que una mula, y a las wawas les encajaba sus tremendas patadas por donde me las pescaba, y si yo me metía a defenderlas, toda la yapa era para mí. Y al día siguiente tenía que ir al mercado cojeando, con mis ojos verdes, mi boca rota y algunas de mis costillas más rotas todavía.”(Víctor Hugo Viscarra. “Elegir o no elegir, that is la prablem”, en Avisos necrológicos, Editorial Correveidile, 2005)
“El modo de ser de mi vida, quiero decir, mi modo de ser, a estas alturas ya no admite transformación alguna. El camino del amor es siempre el camino de la esperanza, y yo, por desgracia o fortuna, no creo en la esperanza. El que una mujer busque el bienestar, la felicidad, la alegría y todo lo demás es sólo natural, y yo a ese paso nada de eso puedo ofrecer en absoluto, sencillamente porque son cosas en las que no creo.”(Jaime Saenz. Felipe Delgado, Editorial Plural, 1989)
“Porque creo que el drama del hombre no es el de la vacilación frente a una dualidad; no nos habita ni siquiera una duda; no nos habita nada: estamos deshabitados.”(Marcelo Quiroga Santa Cruz, en Los deshabitados, Editorial Plural, 1959)
“Lo que sí he aprendido en esta profesión es la ciencia de cómo gritar todito el día sin que en la noche estés hablando como locutor de radio chojchacaltaya o como camba resfriado de tanto calor. Atención pasajeros que con esto se k’amanea bien. Primero uno se tiene que levantar a las cinco, no a las cuatro porque hay que cuidar la voz haciéndola dormir por lo menos cuatro horas. No hacer caso de lo que dice la Floricienta: que hay que estar tomando mini cascadita de 50 todo el tiempo. No, con eso acabas aguantándote de mear desde el Monje hasta la parada de El Alto.”(Roberto Cáceres. Línea 257, Editorial Yerba Mala Cartonera, 2006)
“Para que el pan / Sea un bocado común / Para que la blasfemia / vaya en carroza / En fin / Para suprimir los golpes de Estado / Hay que suprimir el Estado.”(Humberto Quino, “A propósito de nuestro mal”, en Mudanza de oficio, Ediciones En Cautiverio, 1983)
“El modo de ser de mi vida, quiero decir, mi modo de ser, a estas alturas ya no admite transformación alguna. El camino del amor es siempre el camino de la esperanza, y yo, por desgracia o fortuna, no creo en la esperanza. El que una mujer busque el bienestar, la felicidad, la alegría y todo lo demás es sólo natural, y yo a ese paso nada de eso puedo ofrecer en absoluto, sencillamente porque son cosas en las que no creo.”(Jaime Saenz. Felipe Delgado, Editorial Plural, 1989)
“Porque creo que el drama del hombre no es el de la vacilación frente a una dualidad; no nos habita ni siquiera una duda; no nos habita nada: estamos deshabitados.”(Marcelo Quiroga Santa Cruz, en Los deshabitados, Editorial Plural, 1959)
“Lo que sí he aprendido en esta profesión es la ciencia de cómo gritar todito el día sin que en la noche estés hablando como locutor de radio chojchacaltaya o como camba resfriado de tanto calor. Atención pasajeros que con esto se k’amanea bien. Primero uno se tiene que levantar a las cinco, no a las cuatro porque hay que cuidar la voz haciéndola dormir por lo menos cuatro horas. No hacer caso de lo que dice la Floricienta: que hay que estar tomando mini cascadita de 50 todo el tiempo. No, con eso acabas aguantándote de mear desde el Monje hasta la parada de El Alto.”(Roberto Cáceres. Línea 257, Editorial Yerba Mala Cartonera, 2006)
“Para que el pan / Sea un bocado común / Para que la blasfemia / vaya en carroza / En fin / Para suprimir los golpes de Estado / Hay que suprimir el Estado.”(Humberto Quino, “A propósito de nuestro mal”, en Mudanza de oficio, Ediciones En Cautiverio, 1983)
Radar
Domingo, 20 de Enero de 2008
nota de tapa
nota de tapa
La ciudad de los recuerdos
La cantidad, diversidad y naturaleza de los museos que proliferan en la ciudad de Buenos Aires es abrumadora: desde el museo de las Memorias de San Juan Evangelista hasta el Museo de la Deuda Externa, hay de todo. Y lo que hay adentro es igual de sorprendente: desde los primeros billetes patrios con caras de próceres norteamericanos hasta una sala en la que conviven el ataúd de Perón y el de Aramburu. Sin embargo, además de lo pintoresco, el hecho de que casi todos los 150 museos sean privados pone en evidencia, en un momento en que se promueve un Museo de la Memoria, la necesidad de la población de preservar la memoria en sus múltiples formas.
Por Mercedes Halfon
En algunos museos se guardan, en frascos, cigarrillos de marihuana para fines educativos y, en otros, emocionadas señoras de alcurnia preservan los vestidos de sus abuelas patricias en una sala donde suena Bach. Hay museos que mienten y museos construidos sobre la base de un delirio individual. La mayoría vive en una ficción deliberada que consiste en contar la historia de algo que puede ser instructivo, divertido, vivificante, bizarro y casi siempre propicio a arbitrariedades ideológicas. En Buenos Aires hay museos de todo. Casi 150, entre privados, nacionales, provinciales y de la ciudad.
Con su seriedad, sus ademanes solemnes, su control en la puerta, el museo oculta una violencia original. Los objetos que lo integran fueron arrancados de algún lugar, y tal vez por eso los miramos en sus vitrinas como si estuviéramos en un funeral. De este lado del océano la historia con los museos no vivió los truculentos pasos que se dieron en el viejo mundo. Allí se pasó de las colecciones privadas de faraones y emperadores en la Antigüedad, de los tesoros de la Iglesia en la Edad Media, de las obras de mecenazgo del Renacimiento, de los palacios de las monarquías absolutas –colecciones construidas a partir de botines de guerra, en la mayoría de los casos–, a convertirse en bienes y museos públicos en el siglo XVIII, con las revoluciones burguesas.
En nuestro país la progresión, mucho más corta, no sucedió de ese modo, pero igual –cómo, si no– se copiaron algunos ademanes. Los museos se armaron a partir de colecciones existentes y la idea misma de que haya esta clase de reservorios públicos a donde ir a apreciar los hitos de un pueblo y su cultura, crece vinculada a la construcción del país. En 1823, a instancias del entonces ministro Bernardino Rivadavia, se concreta el primero, llamado Museo del País. Desde esas colecciones se van a armar después el Museo Histórico Nacional y el Museo de Ciencias Naturales. También durante el siglo XIX se inaugurarán el de Bellas Artes y el de la Policía.
Los devenires de estos edificios, la forma en que se diversifican los temas de interés –no falta mucho para que haya un Museo del Grano de Arroz– y los de desinterés –el Museo Histórico Nacional, con todo lo que implica, estuvo cerrado hasta hace muy poco– muestran también un inquietante estado de cosas. No existe el libro que cuente esta historia, no hay historiografía argentina sobre el tema, no hay una historia que preserve la historia de la preservación en nuestro país, pero sí hay un punto de partida y uno de llegada en este proceso. En octubre pasado se firmó el acta definitiva que marca la creación del Museo de la Memoria, en la que fue la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó un emblemático centro clandestino de detención durante la última dictadura militar. Más acá de la tensión entre lo que fue la ESMA y lo que será a partir de ahora, la idea de que se erija funciona como un síntoma: en la necesidad de un museo sobre lo que hace posible un museo –la memoria– se ilustra la carencia de un país cuyos pasos parecerían desaparecer como si los persiguiera el desierto. Es casi un museo al cuadrado o una apoteosis de la idea de conservación. Diez años de liberalismo económico y cultural generaron no sólo la necesidad de un “museo de la memoria”, sino también una paradoja ideológica: el progresismo de hoy –artistas e intelectuales que se movilizan para impedir que se demuela un edificio, por ejemplo– precisa ser conservador. Precisa, con urgencia, conservar lo que el liberalismo que lo antecedió barría sin distinción. En este contexto, durante largos años, la conservación, como la memoria, era una necesidad social que caía en manos de particulares. De allí la proliferación de pequeños espacios donde se observa un fenómeno con una amorosa lupa. Estos lugares no quieren llamarse centros de investigación, bibliotecas o archivos, quieren llamarse museos, porque se necesitó vivamente que alguien cumpliera con esa función de conservar, de atesorar, de en última instancia, recordar.
Hay entonces casi 150 museos que podrían dividirse entre los institucionales (de las Aguas Corrientes, de Sadaic, de las Telecomunicaciones, del Tiro Federal Argentino, de la AFIP), los históricos (de la casa de Ejercicios Espirituales, de la Inmigración, del Cabildo y la Revolución de Mayo, de las Memorias de San Juan Evangelista, de la Shoá, de las Escuelas, del Tango, Postal y Telegráfico), los científicos (de la Patología, del Marcapasos, de la Odontología, de la Morgue Judicial, Anestesiológico, de la Mineralogía, de las Matemáticas), los personales (de Carlos Gardel, de Alfredo Palacios, de Xul Solar, de Ricardo Rojas, de Eva Perón, de Sarmiento, del Padre Coll), los artísticos (Decorativo, Oriental, del Grabado, de Arte Español, de la Arquitectura), y los de caprichos (de la Deuda Externa, de los Calcos, de la Balanza, de la Pasión Boquense, del Automóvil, de la Luz, del Títere, de las Maquetas), entre muchos otros.
A continuación, un recorrido por algunos muy poco conocidos pero sumamente particulares, a modo de introducción al tema e ilustración de la variada oferta de una ciudad que, ella también, lucha por preservarse.
En algunos museos se guardan, en frascos, cigarrillos de marihuana para fines educativos y, en otros, emocionadas señoras de alcurnia preservan los vestidos de sus abuelas patricias en una sala donde suena Bach. Hay museos que mienten y museos construidos sobre la base de un delirio individual. La mayoría vive en una ficción deliberada que consiste en contar la historia de algo que puede ser instructivo, divertido, vivificante, bizarro y casi siempre propicio a arbitrariedades ideológicas. En Buenos Aires hay museos de todo. Casi 150, entre privados, nacionales, provinciales y de la ciudad.
Con su seriedad, sus ademanes solemnes, su control en la puerta, el museo oculta una violencia original. Los objetos que lo integran fueron arrancados de algún lugar, y tal vez por eso los miramos en sus vitrinas como si estuviéramos en un funeral. De este lado del océano la historia con los museos no vivió los truculentos pasos que se dieron en el viejo mundo. Allí se pasó de las colecciones privadas de faraones y emperadores en la Antigüedad, de los tesoros de la Iglesia en la Edad Media, de las obras de mecenazgo del Renacimiento, de los palacios de las monarquías absolutas –colecciones construidas a partir de botines de guerra, en la mayoría de los casos–, a convertirse en bienes y museos públicos en el siglo XVIII, con las revoluciones burguesas.
En nuestro país la progresión, mucho más corta, no sucedió de ese modo, pero igual –cómo, si no– se copiaron algunos ademanes. Los museos se armaron a partir de colecciones existentes y la idea misma de que haya esta clase de reservorios públicos a donde ir a apreciar los hitos de un pueblo y su cultura, crece vinculada a la construcción del país. En 1823, a instancias del entonces ministro Bernardino Rivadavia, se concreta el primero, llamado Museo del País. Desde esas colecciones se van a armar después el Museo Histórico Nacional y el Museo de Ciencias Naturales. También durante el siglo XIX se inaugurarán el de Bellas Artes y el de la Policía.
Los devenires de estos edificios, la forma en que se diversifican los temas de interés –no falta mucho para que haya un Museo del Grano de Arroz– y los de desinterés –el Museo Histórico Nacional, con todo lo que implica, estuvo cerrado hasta hace muy poco– muestran también un inquietante estado de cosas. No existe el libro que cuente esta historia, no hay historiografía argentina sobre el tema, no hay una historia que preserve la historia de la preservación en nuestro país, pero sí hay un punto de partida y uno de llegada en este proceso. En octubre pasado se firmó el acta definitiva que marca la creación del Museo de la Memoria, en la que fue la Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó un emblemático centro clandestino de detención durante la última dictadura militar. Más acá de la tensión entre lo que fue la ESMA y lo que será a partir de ahora, la idea de que se erija funciona como un síntoma: en la necesidad de un museo sobre lo que hace posible un museo –la memoria– se ilustra la carencia de un país cuyos pasos parecerían desaparecer como si los persiguiera el desierto. Es casi un museo al cuadrado o una apoteosis de la idea de conservación. Diez años de liberalismo económico y cultural generaron no sólo la necesidad de un “museo de la memoria”, sino también una paradoja ideológica: el progresismo de hoy –artistas e intelectuales que se movilizan para impedir que se demuela un edificio, por ejemplo– precisa ser conservador. Precisa, con urgencia, conservar lo que el liberalismo que lo antecedió barría sin distinción. En este contexto, durante largos años, la conservación, como la memoria, era una necesidad social que caía en manos de particulares. De allí la proliferación de pequeños espacios donde se observa un fenómeno con una amorosa lupa. Estos lugares no quieren llamarse centros de investigación, bibliotecas o archivos, quieren llamarse museos, porque se necesitó vivamente que alguien cumpliera con esa función de conservar, de atesorar, de en última instancia, recordar.
Hay entonces casi 150 museos que podrían dividirse entre los institucionales (de las Aguas Corrientes, de Sadaic, de las Telecomunicaciones, del Tiro Federal Argentino, de la AFIP), los históricos (de la casa de Ejercicios Espirituales, de la Inmigración, del Cabildo y la Revolución de Mayo, de las Memorias de San Juan Evangelista, de la Shoá, de las Escuelas, del Tango, Postal y Telegráfico), los científicos (de la Patología, del Marcapasos, de la Odontología, de la Morgue Judicial, Anestesiológico, de la Mineralogía, de las Matemáticas), los personales (de Carlos Gardel, de Alfredo Palacios, de Xul Solar, de Ricardo Rojas, de Eva Perón, de Sarmiento, del Padre Coll), los artísticos (Decorativo, Oriental, del Grabado, de Arte Español, de la Arquitectura), y los de caprichos (de la Deuda Externa, de los Calcos, de la Balanza, de la Pasión Boquense, del Automóvil, de la Luz, del Títere, de las Maquetas), entre muchos otros.
A continuación, un recorrido por algunos muy poco conocidos pero sumamente particulares, a modo de introducción al tema e ilustración de la variada oferta de una ciudad que, ella también, lucha por preservarse.
El Museo Numismático: monedas y billetes imposibles (y un secreto escondido)
Piedra litográfica para imprimir billetes del Banco Nacional. Emisión en chirolas de 1880.
Aviso interesante a la seguridad de toda clase de dinero y alhajas: Se vende caja de fierro de chapa, toda ella claveteada, incapaz de ser rota”. Este cartel, colocado junto a un curioso armario metálico, es lo primero que se ve al ingresar al Museo Numismático, como una suerte de antecedente decimonónico del tan publicitado problema de la inseguridad en Buenos Aires, y como una alusión a los extraños papeles moneda nacionales en los que se imprimieron algunos de los episodios más bizarros de la historia argentina, así como al secreto que encierra el edificio en el que funciona el Museo. La historia de los billetes nacionales no es sólo la de ceros que van y vienen, o su relación desigual con pesos pesados de otros países. Hay monedas emitidas por entusiastas particulares, por provincias, por distintos mandatarios y que responden a nombres como chirolas, escudos, macuquinas, pesetas y realitos.
El Museo Numismático está emplazado en el primer piso del Banco de la Nación. Recibe el director del museo, el atento Tomás del Villar, un histórico de la institución que conoce cada rincón del edificio y es su archidefensor. Explica: “Ya el edificio del Banco, inaugurado en 1944 y obra del arquitecto Alejandro Bustillo, es una pieza única de estilo clásico enclavado en la tradición latina”. Y así es. Escalinata, columnas, frontón triangular y una vez adentro, la enorme cúpula transparente de 50 metros de diámetro y 36 de altura, que impactan al visitante que logra correrse de la aburrida mirada con la que se va y se ve un banco. La cúpula es la tercera del mundo, y esa monumentalidad se deja ver, salvo por un pequeño detalle que la empaña. El arquitecto nunca entregó los planos del edificio por su disconformidad con un último piso –quinto– que le agregaron al proyecto original, una especie de parche o añadido con fines prácticos que desentona un poco con el diseño original.
Las colecciones incluyen monedas, billetes y cuños de todas las épocas. Quizá la rareza mayúscula, por su cualidad y su carácter fundacional, sean los ejemplares emitidos por el Banco Nacional en 1827 que ostentan el retrato de próceres norteamericanos: encargados por el Banco Nación a una firma de Filadelfia porque en la Argentina todavía no existían las máquinas para imprimir papel moneda, la sorpresa fue cuando los billetes que llegaron mostraban retratos de Franklin, Jefferson y Washington. En otra vitrina, otra de las monedas imposibles de un país imposible: las monedas que emitió el aventurero francés Aurelio de Tounens que se declaró Rey de la Patagonia –y luego inspiró La película del Rey de Carlos Sorín–. La moneda más vieja corresponde a emisiones de Potosí en 1575, cuando nuestro país integraba el Virreinato del Perú. Hay también chequeras realizadas por el Banco para utilizarse en las Islas Malvinas (obviamente intactas) y varias notas de crédito para el tristemente célebre Fondo Patriótico Malvinas Argentinas; curiosamente o no, el destino de ese dinero es un misterio hasta para los propios encargados de poner esos recibos ahí.
Hay algo triste en la historia del edificio del Banco, además del chichón que tiene en el último piso. El Banco Nación se construyó en el solar donde funcionó el primer Teatro Colón, realizado en 1856, y por donde pasaron los más prestigiosos cantantes y artistas de la época. El banco en principio funcionó ahí, pero luego se decidió simplemente tirar abajo el edificio y construir uno nuevo más acorde a sus necesidades. Este primer y hermosísimo Teatro Colón sólo puede conocerse por algunas fotos borrosas y un estante donde está lo que pudo rescatarse de esa demolición: unas placas de bronce, una cartera de cuero con papeles y una manija. Nada más.
Rivadavia 325, 1º piso, lunes a viernes de 10 a 15.
Piedra litográfica para imprimir billetes del Banco Nacional. Emisión en chirolas de 1880.
Aviso interesante a la seguridad de toda clase de dinero y alhajas: Se vende caja de fierro de chapa, toda ella claveteada, incapaz de ser rota”. Este cartel, colocado junto a un curioso armario metálico, es lo primero que se ve al ingresar al Museo Numismático, como una suerte de antecedente decimonónico del tan publicitado problema de la inseguridad en Buenos Aires, y como una alusión a los extraños papeles moneda nacionales en los que se imprimieron algunos de los episodios más bizarros de la historia argentina, así como al secreto que encierra el edificio en el que funciona el Museo. La historia de los billetes nacionales no es sólo la de ceros que van y vienen, o su relación desigual con pesos pesados de otros países. Hay monedas emitidas por entusiastas particulares, por provincias, por distintos mandatarios y que responden a nombres como chirolas, escudos, macuquinas, pesetas y realitos.
El Museo Numismático está emplazado en el primer piso del Banco de la Nación. Recibe el director del museo, el atento Tomás del Villar, un histórico de la institución que conoce cada rincón del edificio y es su archidefensor. Explica: “Ya el edificio del Banco, inaugurado en 1944 y obra del arquitecto Alejandro Bustillo, es una pieza única de estilo clásico enclavado en la tradición latina”. Y así es. Escalinata, columnas, frontón triangular y una vez adentro, la enorme cúpula transparente de 50 metros de diámetro y 36 de altura, que impactan al visitante que logra correrse de la aburrida mirada con la que se va y se ve un banco. La cúpula es la tercera del mundo, y esa monumentalidad se deja ver, salvo por un pequeño detalle que la empaña. El arquitecto nunca entregó los planos del edificio por su disconformidad con un último piso –quinto– que le agregaron al proyecto original, una especie de parche o añadido con fines prácticos que desentona un poco con el diseño original.
Las colecciones incluyen monedas, billetes y cuños de todas las épocas. Quizá la rareza mayúscula, por su cualidad y su carácter fundacional, sean los ejemplares emitidos por el Banco Nacional en 1827 que ostentan el retrato de próceres norteamericanos: encargados por el Banco Nación a una firma de Filadelfia porque en la Argentina todavía no existían las máquinas para imprimir papel moneda, la sorpresa fue cuando los billetes que llegaron mostraban retratos de Franklin, Jefferson y Washington. En otra vitrina, otra de las monedas imposibles de un país imposible: las monedas que emitió el aventurero francés Aurelio de Tounens que se declaró Rey de la Patagonia –y luego inspiró La película del Rey de Carlos Sorín–. La moneda más vieja corresponde a emisiones de Potosí en 1575, cuando nuestro país integraba el Virreinato del Perú. Hay también chequeras realizadas por el Banco para utilizarse en las Islas Malvinas (obviamente intactas) y varias notas de crédito para el tristemente célebre Fondo Patriótico Malvinas Argentinas; curiosamente o no, el destino de ese dinero es un misterio hasta para los propios encargados de poner esos recibos ahí.
Hay algo triste en la historia del edificio del Banco, además del chichón que tiene en el último piso. El Banco Nación se construyó en el solar donde funcionó el primer Teatro Colón, realizado en 1856, y por donde pasaron los más prestigiosos cantantes y artistas de la época. El banco en principio funcionó ahí, pero luego se decidió simplemente tirar abajo el edificio y construir uno nuevo más acorde a sus necesidades. Este primer y hermosísimo Teatro Colón sólo puede conocerse por algunas fotos borrosas y un estante donde está lo que pudo rescatarse de esa demolición: unas placas de bronce, una cartera de cuero con papeles y una manija. Nada más.
Rivadavia 325, 1º piso, lunes a viernes de 10 a 15.
El Museo de la Policía, donde conviven Perón y Aramburu
¿Qué pasa, Generales?
Guardapolvo blanco repleto de prendedores institucionales, pelo rojo encendido, la señora que recibe y habla enmarcada por los extraños objetos del Museo de la Policía forma una perfecta escena salida de un cuento de Roald Dahl. Señala un cuadro (“Este es Francisco Beazley, fundador del museo policial”), relata velozmente los mayores hitos del museo y se detiene, melancólica, para mencionar al esqueleto de Chonino, el perro caído en cumplimiento del deber, que tiene una sala especialmente dedicada. Antes de irse y dejarnos observando las piezas, recuerda: “No se afanen nada”.
Cada salón tiene un nombre que responde a la sección que inicialmente funcionaba en la policía y de donde fueron recogidos los objetos: Comunicaciones, Robos y hurtos, Técnica policial, Criminalística, Toxicomanía, Armas, y siguen. El criterio de orden del museo tiene que ver con este origen, pero las piezas acumuladas con el tiempo fueron cobrando imposibles significados, prácticamente al azar. Pero a veces, con una poderoso y ambiguo sentido: luego de sus procesos judiciales tanto el cajón de Perón como el de Aramburu vinieron a parar aquí. Y descansan juntos, a escasos metros de distancia.
Las primeras salas hay que recorrerlas custodiados a ambos lados por tiesos maniquíes uniformados, con distintas alturas, peinados y vestuarios que van mostrando la evolución del atuendo policial desde 1580 hasta hoy, no sólo en Buenos Aires, sino en el mundo. Hay uno con peluca entalcada y puños con volados, un afroamericano con traje de lino blanco, un mazorquero de rojo carmesí y –en la sección de Policías extranjeras– un maniquí japonés con traje verde oliva cruzado, a punto de dar un golpe de karate.
Junto al mencionado Chonino hay fotos de otros animalitos de la policía con carteles que nos cuentan su historia: “Cráneo perteneciente al can Lucho”. Hay un merecido homenaje a Juan Vucetich y su ejemplar sistema dactiloscópico y, muy cerca, un símil de salón de juegos clandestinos: una pelea de gallos con gallos embalsamados, “elementos para el ocultamiento de Quiniela”, una ruleta cargada. Es extraño y acaso ineficaz el sentido educativo de ver los mismos objetos considerados criminales en un museo que combate el crimen. En el salón Toxicomanía, por ejemplo, amén de los gráficos explicativos (“¿Qué es una droga?”), se ven pipas para fumar opio, frascos con morfina, agujas, bolsas de cocaína, un recipiente con cigarrillos de marihuana.
Fotos de escenas del crimen y cuerpos violentados, empapelan la sala Criminalística. Está, por ejemplo, el relato del asesinato de Alcira Methyger –tristemente célebre en los años ’50–, las fotos del cuerpo descuartizado, y hasta el cuchillo que se utilizó para “ultimarla”.
En una de las últimas salas hay una vitrina con grilletes de dedos, un símil de cabeza humana donde se tatuó la letra V en la frente –de voleur, ladrón en francés– y otra cabeza desollada como ejemplos de distintos métodos de torturas a detenidos del mundo. Junto a ellos descansa una bombilla hecha por un preso.
Pero sin duda los dos objetos más sonados del museo son el frente de vidrio del cajón donde estaba el general Juan D. Perón y fue profanado, y el cajón de madera rústica donde estuvo el cadáver de Aramburu. Junto al cajón de Aramburu está el relato del “juicio”, últimas palabras y muerte del presidente de facto, extraído de la revista Gente, que lo pinta como un prohombre más –de los que abundan en el Museo– caído en cumplimiento del deber.
San Martín 353, piso 7º y 8º, martes a viernes de 13 a 19.
Cada salón tiene un nombre que responde a la sección que inicialmente funcionaba en la policía y de donde fueron recogidos los objetos: Comunicaciones, Robos y hurtos, Técnica policial, Criminalística, Toxicomanía, Armas, y siguen. El criterio de orden del museo tiene que ver con este origen, pero las piezas acumuladas con el tiempo fueron cobrando imposibles significados, prácticamente al azar. Pero a veces, con una poderoso y ambiguo sentido: luego de sus procesos judiciales tanto el cajón de Perón como el de Aramburu vinieron a parar aquí. Y descansan juntos, a escasos metros de distancia.
Las primeras salas hay que recorrerlas custodiados a ambos lados por tiesos maniquíes uniformados, con distintas alturas, peinados y vestuarios que van mostrando la evolución del atuendo policial desde 1580 hasta hoy, no sólo en Buenos Aires, sino en el mundo. Hay uno con peluca entalcada y puños con volados, un afroamericano con traje de lino blanco, un mazorquero de rojo carmesí y –en la sección de Policías extranjeras– un maniquí japonés con traje verde oliva cruzado, a punto de dar un golpe de karate.
Junto al mencionado Chonino hay fotos de otros animalitos de la policía con carteles que nos cuentan su historia: “Cráneo perteneciente al can Lucho”. Hay un merecido homenaje a Juan Vucetich y su ejemplar sistema dactiloscópico y, muy cerca, un símil de salón de juegos clandestinos: una pelea de gallos con gallos embalsamados, “elementos para el ocultamiento de Quiniela”, una ruleta cargada. Es extraño y acaso ineficaz el sentido educativo de ver los mismos objetos considerados criminales en un museo que combate el crimen. En el salón Toxicomanía, por ejemplo, amén de los gráficos explicativos (“¿Qué es una droga?”), se ven pipas para fumar opio, frascos con morfina, agujas, bolsas de cocaína, un recipiente con cigarrillos de marihuana.
Fotos de escenas del crimen y cuerpos violentados, empapelan la sala Criminalística. Está, por ejemplo, el relato del asesinato de Alcira Methyger –tristemente célebre en los años ’50–, las fotos del cuerpo descuartizado, y hasta el cuchillo que se utilizó para “ultimarla”.
En una de las últimas salas hay una vitrina con grilletes de dedos, un símil de cabeza humana donde se tatuó la letra V en la frente –de voleur, ladrón en francés– y otra cabeza desollada como ejemplos de distintos métodos de torturas a detenidos del mundo. Junto a ellos descansa una bombilla hecha por un preso.
Pero sin duda los dos objetos más sonados del museo son el frente de vidrio del cajón donde estaba el general Juan D. Perón y fue profanado, y el cajón de madera rústica donde estuvo el cadáver de Aramburu. Junto al cajón de Aramburu está el relato del “juicio”, últimas palabras y muerte del presidente de facto, extraído de la revista Gente, que lo pinta como un prohombre más –de los que abundan en el Museo– caído en cumplimiento del deber.
San Martín 353, piso 7º y 8º, martes a viernes de 13 a 19.
Personajes
Zambayonny, un romantico escatologico
Qué poronga
Con una voz que recuerda a Cafrune y Zitarrosa y un tono que remite al mejor Hugo Varela, un cantautor bahiense viene haciendo ruido en el mundillo cultural porteño con letras guarangas, explícitas y muy graciosas producidas por los inefables Cohn y Duprat (Televisión Abierta). Pero lo más extraño es que detrás de este éxito hay un misterio: quién es el hombre que se hace llamar Zambayonny. María Moreno intenta develarlo.
Por María Moreno
Por María Moreno
“A los que nunca les tiraron la goma/ a los que un poco les rompieron el culo/ a los que entre desconocidos la probaron/ a los precoces que acabaron con apuro.// A los que los cuernearon por confiados/ a los que se les burlaron de la pija/ a los que cogen solamente con regalos/ a los que los extorsionaron con caricias./ Yo los considero mis hermanos.” ¿Qué es esto? ¿Ha vuelto la revista porteña? ¿Los años en que Pepitito Marrone llamaba “Escarface” al culo de Juanita Martínez? ¿En que los capocómicos llamaban al acto sexual “hacer la porquería”? No, se trata de algo más grosero y, al mismo tiempo, más fino, por algo la elite ya lo estaba esperando para no quedar para atrás. El que canta es X –en adelante D.P.–, un cantautor de Bahía Blanca que acaba de grabar, producido por Televisión Abierta, el cd Tu palabra contra la mía bajo la identidad de un tal Zambayonny. Algunos de sus hits son “Averiguá si cojo mucho”, “A mí me tenés que parar la verga a tiros” y “Qué mierda hago en Tokio”. Pero mi preferida es “La incogible”.
Zambayonny es un cantautor que ha inventado el género romántico escatológico. Algo extraño para alguien que suena como un cantante de protesta de la época en que el canto mandaba a desalambrar. Sus discos anteriores, exclusivos de Internet, intentan el trash-verde. Uno de ellos se llama Milanesa de pija.
D.P. no quiere salir del closet para asumir a Zambayonny.
¿Se tratará de un heterónimo a la Pessoa? Sólo que Pessoa no se escondía ante la existencia de Ricardo Reiss. ¿De un personaje que se montó al autor? Sin embargo, nadie llamaba “Horacio” (por el Oliveira de Rayuela) a Julio Cortázar. ¿De un caso de síndrome de Tourette? Tal vez se trate de ese combo de tics que puede incluir “gestos y frases inadecuadas”. Si Zambayonny es el Mr. Hyde de D.P. cabe el pronóstico de que el primero destruirá al segundo. Claro que, en este caso, benévolamente: ganándole en copias piratas. Todo hace sospechar que D.P. juzga con cierta severidad a Zambayonny y teme quedársele pegado como, por utilizar ejemplos más prestigiosos, le sucedió a Daniel Defoe con Robinson Crusoe ya que una dama le dijo muy preocupada: “¡Qué horror! ¡Cómo habrá sufrido usted en esa isla!”.
La voz de Zambayonny es una cita de la de Zitarrosa en “La canción quiere” y de la de Jorge Cafrune en “Coplas del payador perseguido”. Por eso despierta una memoria emotiva y psicobolche, capaz de desatar sentimientos épicos que no atinan a retroceder ante las palabras soeces, sobre todo porque éstas no dejan de sostener una cierta justicia para perdedores, un machismo que se autodesenmascara por caricaturesco al mismo tiempo que conserva intactas la entrañable escatología infantil que impera en las murgas y en los cantos de cancha. Una prueba de que el deseo de ocultar la identidad de Zambayonny es ambigua es que su autor le ha construido una biografía inverosímil: sería un psicólogo suizo radicado en la Argentina, defensor de la hipnosis y de la interacción erótica con los pacientes, un francotirador porno al inconsciente.
Una vez entrevisté a Zambayonny para un programa de cable: D.P. se había producido como una mezcla de José Feliciano y Facundo Cabral. Tomaba fernet con coca y hablaba en estilo chabón. Hubo que convencerlo para que no usara la máscara de master que utiliza en sus escasas presentaciones en vivo.
Zambayonny habría sido expulsado de los EE.UU. aunque la agencia Télam habría transformado esa noticia en la de su muerte. D.P. le ha atribuido también a la agencia Télam haber difundido que tenía el dato de que Zambayonny era el doctor Favaloro y que “Con la trágica desaparición no fueron pocos los que se sumaron a esa teoría, a tal punto que en su velorio se oyó a alguien cantar: ‘Doctor querido/ te tuvieron que parar la verga a tiros’”.
Zambayonny es un maestro de la enumeración caótica por tripletes, si esto es posible para la Real Academia. Sus rimas siempre tratan de favorecer la posibilidad de que los sinónimos del pene barroquicen esa loa permanente al escabio y a la fornicación que es su obra. Y cultiva un insulto que es lo más: “¡Hijo de una plantación de putas!”.
Zambayonny es un cantautor que ha inventado el género romántico escatológico. Algo extraño para alguien que suena como un cantante de protesta de la época en que el canto mandaba a desalambrar. Sus discos anteriores, exclusivos de Internet, intentan el trash-verde. Uno de ellos se llama Milanesa de pija.
D.P. no quiere salir del closet para asumir a Zambayonny.
¿Se tratará de un heterónimo a la Pessoa? Sólo que Pessoa no se escondía ante la existencia de Ricardo Reiss. ¿De un personaje que se montó al autor? Sin embargo, nadie llamaba “Horacio” (por el Oliveira de Rayuela) a Julio Cortázar. ¿De un caso de síndrome de Tourette? Tal vez se trate de ese combo de tics que puede incluir “gestos y frases inadecuadas”. Si Zambayonny es el Mr. Hyde de D.P. cabe el pronóstico de que el primero destruirá al segundo. Claro que, en este caso, benévolamente: ganándole en copias piratas. Todo hace sospechar que D.P. juzga con cierta severidad a Zambayonny y teme quedársele pegado como, por utilizar ejemplos más prestigiosos, le sucedió a Daniel Defoe con Robinson Crusoe ya que una dama le dijo muy preocupada: “¡Qué horror! ¡Cómo habrá sufrido usted en esa isla!”.
La voz de Zambayonny es una cita de la de Zitarrosa en “La canción quiere” y de la de Jorge Cafrune en “Coplas del payador perseguido”. Por eso despierta una memoria emotiva y psicobolche, capaz de desatar sentimientos épicos que no atinan a retroceder ante las palabras soeces, sobre todo porque éstas no dejan de sostener una cierta justicia para perdedores, un machismo que se autodesenmascara por caricaturesco al mismo tiempo que conserva intactas la entrañable escatología infantil que impera en las murgas y en los cantos de cancha. Una prueba de que el deseo de ocultar la identidad de Zambayonny es ambigua es que su autor le ha construido una biografía inverosímil: sería un psicólogo suizo radicado en la Argentina, defensor de la hipnosis y de la interacción erótica con los pacientes, un francotirador porno al inconsciente.
Una vez entrevisté a Zambayonny para un programa de cable: D.P. se había producido como una mezcla de José Feliciano y Facundo Cabral. Tomaba fernet con coca y hablaba en estilo chabón. Hubo que convencerlo para que no usara la máscara de master que utiliza en sus escasas presentaciones en vivo.
Zambayonny habría sido expulsado de los EE.UU. aunque la agencia Télam habría transformado esa noticia en la de su muerte. D.P. le ha atribuido también a la agencia Télam haber difundido que tenía el dato de que Zambayonny era el doctor Favaloro y que “Con la trágica desaparición no fueron pocos los que se sumaron a esa teoría, a tal punto que en su velorio se oyó a alguien cantar: ‘Doctor querido/ te tuvieron que parar la verga a tiros’”.
Zambayonny es un maestro de la enumeración caótica por tripletes, si esto es posible para la Real Academia. Sus rimas siempre tratan de favorecer la posibilidad de que los sinónimos del pene barroquicen esa loa permanente al escabio y a la fornicación que es su obra. Y cultiva un insulto que es lo más: “¡Hijo de una plantación de putas!”.
Zamba del anonimo
D.P. ha hecho discos serios o al menos no escatológicos en donde, contrariamente a Zambayonny, cree en la metáfora pero en donde sus reminiscencias son mayores que en los de su criatura: las de la nueva trova cubana, la del surrealismo pasado por el rock. Sueña con que el potencial éxito de Zambayonny sea el puente para imponer eso que él cree ser “verdaderamente”. Pero Zambayonny ya le lleva varias cabezas. Por lo pronto ya aparecido en una revista cultural (en Otra Parte) y cuenta con mentores críticos que no vacilan en utilizar las palabras del análisis académico junto a la popular “chota”. “Pijas, pedazos, garchas, sables, chotas y porongas emergen de un machismo exacerbado que se ahoga a sí mismo y pide una verga como snorkel. A propósito: los diversos nombres del pene nunca se usan como sinónimos ni por necesidad urgente de la rima, cada uno encaja en el lugar único que le calza. La cuidada relación entre cada uno de los nombres del pito y el hueco que le deja la canción es una de las marcas poéticas de Zambayonny”, elucubran Adrián De Rosa y Mauro A. Fernández en la citada publicación.
Pero D.P. dice que se la pasa encerrado en la pieza componiendo y escribiendo cuando no está dando clases de ajedrez en la escuela que puso su padre o con su novia Laura, con la que planea casarse. Es que sus mayores trangresiones han sido emborracharse con la ginebra Bols que venden a un peso en el Club Universitario de Bahía, jugar al poker todos los miércoles con amigos, conocer a algún barrabrava de Olimpo. Siempre enchufado, conectado y con parlantes, D.P. dice que Zambayonny le salió de casualidad.
–Estaba haciendo experimentos con la computadora. Bajando la voz tres tonos más de lo que habitualmente utilizo. Quedaba algo muy serio. Entonces empecé a jugar con ponerle a esa voz textos completamente insólitos, muy fuertes y chocantes. A partir de ahí empecé a hacer más temas de esa manera.
¿Cuántos temas grabó Zambayonny?
–Ciento veinte. Tengo cinco discos: Pensando en voz alta, La pistola de carne, Salita verde, La pendeja puta que todos llevamos dentro y Milanesa de pija.
D.P. suele despedirse mandando saludos a la familia, no dice malas palabras y tiene ese aire de Edipo de provincia que tenía Fontanarrosa –al que se parece físicamente– cuando tenía su edad.
D.P. tiene la PC recalentada de escribir novelas en donde suele haber una cierta compulsión a la peripecia y en las que hace participar a sus amigos (a la manera de Tom Green) con identidades ligeramente cambiadas. Dice que la mayoría son malas, salvo la última.
–Es de un tipo que se va de vacaciones el día que se casa la mujer que él quiere y termina en Inglaterra, adonde conoce a un superhéroe que perdió los poderes. A esa quiero darle forma de película. Tiene el nombre del blog: Te lo juro por Dios. Llevo dos años haciéndola. Aparte me sirve porque tuve una tía que estuvo muy jodida y hubo que internarla. Toda la familia estaba convulsionada y a los capítulos de aquella época, cuando los leo ahora, veo que iban por un lado y cuando pasaban cosas buenas iban por otro. La gente no tiene la puta idea pero, uno que sabe a qué época pertenecen, ve que son una descarga.
Pero D.P. dice que se la pasa encerrado en la pieza componiendo y escribiendo cuando no está dando clases de ajedrez en la escuela que puso su padre o con su novia Laura, con la que planea casarse. Es que sus mayores trangresiones han sido emborracharse con la ginebra Bols que venden a un peso en el Club Universitario de Bahía, jugar al poker todos los miércoles con amigos, conocer a algún barrabrava de Olimpo. Siempre enchufado, conectado y con parlantes, D.P. dice que Zambayonny le salió de casualidad.
–Estaba haciendo experimentos con la computadora. Bajando la voz tres tonos más de lo que habitualmente utilizo. Quedaba algo muy serio. Entonces empecé a jugar con ponerle a esa voz textos completamente insólitos, muy fuertes y chocantes. A partir de ahí empecé a hacer más temas de esa manera.
¿Cuántos temas grabó Zambayonny?
–Ciento veinte. Tengo cinco discos: Pensando en voz alta, La pistola de carne, Salita verde, La pendeja puta que todos llevamos dentro y Milanesa de pija.
D.P. suele despedirse mandando saludos a la familia, no dice malas palabras y tiene ese aire de Edipo de provincia que tenía Fontanarrosa –al que se parece físicamente– cuando tenía su edad.
D.P. tiene la PC recalentada de escribir novelas en donde suele haber una cierta compulsión a la peripecia y en las que hace participar a sus amigos (a la manera de Tom Green) con identidades ligeramente cambiadas. Dice que la mayoría son malas, salvo la última.
–Es de un tipo que se va de vacaciones el día que se casa la mujer que él quiere y termina en Inglaterra, adonde conoce a un superhéroe que perdió los poderes. A esa quiero darle forma de película. Tiene el nombre del blog: Te lo juro por Dios. Llevo dos años haciéndola. Aparte me sirve porque tuve una tía que estuvo muy jodida y hubo que internarla. Toda la familia estaba convulsionada y a los capítulos de aquella época, cuando los leo ahora, veo que iban por un lado y cuando pasaban cosas buenas iban por otro. La gente no tiene la puta idea pero, uno que sabe a qué época pertenecen, ve que son una descarga.
Soy legion
Tal vez D.P. sea de la familia de Fernanda Laguna, Gaby Bejerman, Diego Recalde, Damián y Pablo Dreizik, performance artists que no han consentido en colgarse del cuello la plomada de la vocación –entendiéndola como la obligación de correr por una única autopista del arte–, que juegan a indiferenciarse como personajes y autores y no respetan la continuidad en lo mismo (a la manera de una “carrera”) ni la mediación exclusiva de la edición y la propiedad, bajo un principio de improvisación que convive con las estructuras habituales por más independientes que sean.
Para difuminar que, en cierto modo, es Zambayonny (al menos tanto como Defoe era Robinson), D.P. es también Karmelo Restelli (biógrafo no autorizado de Zambayonny), Gatubelita (“Lo que escribe por ella no sé si se acerca a lo que dice una chica, pero por lo menos no soy yo”) y Leopoldo Mistral (cantautor cubano, hijo del dueño de una cadena de casinos de la época de Batista).
El poco metafórico asunto del pago con la chota de Zambayonny fue narrado por Restelli en uno de los cuatro blogs de D.P.:
“Harto de que ‘le pagaran con la chota’ (según sus propias palabras a un escribano) abandona el consultorio, se muda al sótano de un amigo extranjero y consagra su vida a la canción. Saca Averiguá si cojo mucho con éxito difícil y se presenta en algunos bares con su guitarra criolla y un ‘vaso amable’ que es como él mismo trataba a su incipiente alcoholismo. Una mañana de septiembre, Zambayonny de puño y letra le deja a su amigo una nota de despedida, abandona el sótano, deja la guitarra y se sube a un micro de larga distancia que partía con rumbo a Formosa. ‘En Formosa está la cosa’ se le adjudicó después a Zambayonny, aunque no está confirmada su autoría en esta frase. Aquella nota de despedida que está en el museo de Zambayonny dice textualmente: ‘Te dejo la guitarra, me voy para Formosa, mi brújula es la verga, lucrá con mi museo, te quiero como a los huevos. Zambayonny’”.
Gatubelita se presentaba en su blog: “Ok, soy flaca, morocha, 1,69, ojos verdes, romántica, un poco puta, tengo 95 de tetas, fumo marihuana, tengo un libro editado y otro en veremos, el mejor culo de la familia, vivo sola, lloro cuando nadie me ve, era vegetariana, amo a Miles Davis y miento como nadie”. El blog fue un éxito y D.P. llegó a sentirse acosado “como mujer” luego de que Gatubelita propusiera que quien adivinara su fantasía sexual más insistente tendría derecho a realizarla con ella: “Yo voy a revisar los comentarios tres veces por día y al primero que acierte le respondo. Es en serio, y los que no lo crean por favor que no escriban nada. Sería una desilución (sic) que acertase alguien que no le interesa conocerme. No sean tímidos, ni obtusos, ni bestias. Tal vez nuestro futuro dependa de esta respuesta. Muchas gracias, los espero”.
La patota escatológica de Internet no tardó en probar la adivinación a cambio de la libra de carne. “Ya sé, tu fantasía es que venga la Coca Sarli en pony y te tire bananas de cotillón por la cabeza al grito de ‘¡¡Bum bum me fascina estar loco!!’” dijo Pibe; “Tu fantasía es tener sexo abajo del salón de actos de la Alianza Francesa, ¿acerté?”, dijo Blas.
¿Te gustaría sacar un libro?
–El papel tiene una ventaja absoluta sobre lo que es virtual. Participé en un concurso y me ganó Pedro Mairal. Mandar es caro. Trescientas páginas en tres copias. Parece un vuelto pero cuando tenés que enviarlo... Tengo tres novelas: La Venecia de los ciegos, Teatra y El doble adiós.
Las primeras apariciones de Zambayonny fueron en el programa Televisión Abierta de Gastón Duprat y Mariano Cohn. Lo prohibieron y hasta se dice que el programa se bajó por él. Y, como cuando prohíben a Zambayonny siempre se invoca la necesidad de preservar los oídos infantiles, él decidió, para resarcirse, componer los temas del disco Salita verde –de una suerte de realismo sucio para niños posmodernos que saben desactivar los censores que sus padres imponen en la compu y el televisor, chanchitos masturbadores que sueñan con la travesti que expulsaron a 200 metros de su escuela–. Nada que ver con María Elena Walsh pero qué lindos son “El fracasado del jardín” (“Estoy pensando en dejar el jardín/ no estoy contento y además no lo elegí/ yo soy más humanista, quizás artista/ y acá lo importante solo es dividir./ Creo que si me recibo no seré feliz/ toda una vida cargando con esta culpa/ si me cambio de carrera/ aunque parezca extraño/ rindo libre plastilina y no pierdo el año”), “La noche está en pañales” (“Yo dejé de usar el chupete chupete/ y también dejé la mamadera/ aprendí a ir al baño solo/ y a caminar derecho y sin problemas./ Aprendí a decir muchas palabras/ y portarme muy bien cuando hay visitas/ aprendí a comer con cucharita/ y aprendí a leer algunas letras./ Por eso no me quiero ir a dormir/ no me quiero ir a dormir tan temprano/ si la noche todavía está en pañales/ y yo eso ya pude superarlo”) y “Esclavo a la coreana” (“En cuanto pueda irme de mi casa, me voy/ me robo un auto o robo un banco,/ me hago amigo de algún narco y me voy/ a pasar droga en la frontera,/ en lugar de ir a la escuela, me voy/ a bailar pegado a un palo, para camioneros raros, me voy./ En cuanto ya tenga la fecha, yo sin levantar sospecha me voy/ les dejo dudas a montones y un sinfín de sinrazones, me voy/ si me buscan con la cana, me hago esclavo a la coreana y al sol”).
Dicen que Daniel Defoe fabricaba cabañas con cerillas y que le gustaba dormir a la intemperie como cualquier Robinson para templar su carácter. Está probado que Sade le tiró la cera caliente de una vela a una pobre vieja, que Colette se vestía como la Claudina de sus novelitas puercas. Como, según los borrachos eminentes, al día siguiente de una borrachera es aconsejable probar un pelo del perro que los mordió (una pinta de cerveza, media medida de scotch) el autor suele asumir la personalidad de su personaje. Por eso, D.P. de repente dice una mala palabra: “Ahora estoy probando nuevas que forman parte de un cd que se llama Música para coger. Porque en España pega bien. Es como decir Música para agarrar. Forma parte de una trilogía. Siempre está la idea de que el texto no pase inadvertido”.
Pero si estás cogiendo te distrae.
–No dije Música para coger bien. A muchos les va a servir de excusa.
Presidente del Club de Fans de Zambayonnynuevosrumoresalarmantes.blogspot.comLa novela online, en telojuropordios.blogspot.comEl sitio oficial en zambayonny.worldpress.comPara escucharlo en MySpace: www.myspace.com/zambayonny
Para difuminar que, en cierto modo, es Zambayonny (al menos tanto como Defoe era Robinson), D.P. es también Karmelo Restelli (biógrafo no autorizado de Zambayonny), Gatubelita (“Lo que escribe por ella no sé si se acerca a lo que dice una chica, pero por lo menos no soy yo”) y Leopoldo Mistral (cantautor cubano, hijo del dueño de una cadena de casinos de la época de Batista).
El poco metafórico asunto del pago con la chota de Zambayonny fue narrado por Restelli en uno de los cuatro blogs de D.P.:
“Harto de que ‘le pagaran con la chota’ (según sus propias palabras a un escribano) abandona el consultorio, se muda al sótano de un amigo extranjero y consagra su vida a la canción. Saca Averiguá si cojo mucho con éxito difícil y se presenta en algunos bares con su guitarra criolla y un ‘vaso amable’ que es como él mismo trataba a su incipiente alcoholismo. Una mañana de septiembre, Zambayonny de puño y letra le deja a su amigo una nota de despedida, abandona el sótano, deja la guitarra y se sube a un micro de larga distancia que partía con rumbo a Formosa. ‘En Formosa está la cosa’ se le adjudicó después a Zambayonny, aunque no está confirmada su autoría en esta frase. Aquella nota de despedida que está en el museo de Zambayonny dice textualmente: ‘Te dejo la guitarra, me voy para Formosa, mi brújula es la verga, lucrá con mi museo, te quiero como a los huevos. Zambayonny’”.
Gatubelita se presentaba en su blog: “Ok, soy flaca, morocha, 1,69, ojos verdes, romántica, un poco puta, tengo 95 de tetas, fumo marihuana, tengo un libro editado y otro en veremos, el mejor culo de la familia, vivo sola, lloro cuando nadie me ve, era vegetariana, amo a Miles Davis y miento como nadie”. El blog fue un éxito y D.P. llegó a sentirse acosado “como mujer” luego de que Gatubelita propusiera que quien adivinara su fantasía sexual más insistente tendría derecho a realizarla con ella: “Yo voy a revisar los comentarios tres veces por día y al primero que acierte le respondo. Es en serio, y los que no lo crean por favor que no escriban nada. Sería una desilución (sic) que acertase alguien que no le interesa conocerme. No sean tímidos, ni obtusos, ni bestias. Tal vez nuestro futuro dependa de esta respuesta. Muchas gracias, los espero”.
La patota escatológica de Internet no tardó en probar la adivinación a cambio de la libra de carne. “Ya sé, tu fantasía es que venga la Coca Sarli en pony y te tire bananas de cotillón por la cabeza al grito de ‘¡¡Bum bum me fascina estar loco!!’” dijo Pibe; “Tu fantasía es tener sexo abajo del salón de actos de la Alianza Francesa, ¿acerté?”, dijo Blas.
¿Te gustaría sacar un libro?
–El papel tiene una ventaja absoluta sobre lo que es virtual. Participé en un concurso y me ganó Pedro Mairal. Mandar es caro. Trescientas páginas en tres copias. Parece un vuelto pero cuando tenés que enviarlo... Tengo tres novelas: La Venecia de los ciegos, Teatra y El doble adiós.
Las primeras apariciones de Zambayonny fueron en el programa Televisión Abierta de Gastón Duprat y Mariano Cohn. Lo prohibieron y hasta se dice que el programa se bajó por él. Y, como cuando prohíben a Zambayonny siempre se invoca la necesidad de preservar los oídos infantiles, él decidió, para resarcirse, componer los temas del disco Salita verde –de una suerte de realismo sucio para niños posmodernos que saben desactivar los censores que sus padres imponen en la compu y el televisor, chanchitos masturbadores que sueñan con la travesti que expulsaron a 200 metros de su escuela–. Nada que ver con María Elena Walsh pero qué lindos son “El fracasado del jardín” (“Estoy pensando en dejar el jardín/ no estoy contento y además no lo elegí/ yo soy más humanista, quizás artista/ y acá lo importante solo es dividir./ Creo que si me recibo no seré feliz/ toda una vida cargando con esta culpa/ si me cambio de carrera/ aunque parezca extraño/ rindo libre plastilina y no pierdo el año”), “La noche está en pañales” (“Yo dejé de usar el chupete chupete/ y también dejé la mamadera/ aprendí a ir al baño solo/ y a caminar derecho y sin problemas./ Aprendí a decir muchas palabras/ y portarme muy bien cuando hay visitas/ aprendí a comer con cucharita/ y aprendí a leer algunas letras./ Por eso no me quiero ir a dormir/ no me quiero ir a dormir tan temprano/ si la noche todavía está en pañales/ y yo eso ya pude superarlo”) y “Esclavo a la coreana” (“En cuanto pueda irme de mi casa, me voy/ me robo un auto o robo un banco,/ me hago amigo de algún narco y me voy/ a pasar droga en la frontera,/ en lugar de ir a la escuela, me voy/ a bailar pegado a un palo, para camioneros raros, me voy./ En cuanto ya tenga la fecha, yo sin levantar sospecha me voy/ les dejo dudas a montones y un sinfín de sinrazones, me voy/ si me buscan con la cana, me hago esclavo a la coreana y al sol”).
Dicen que Daniel Defoe fabricaba cabañas con cerillas y que le gustaba dormir a la intemperie como cualquier Robinson para templar su carácter. Está probado que Sade le tiró la cera caliente de una vela a una pobre vieja, que Colette se vestía como la Claudina de sus novelitas puercas. Como, según los borrachos eminentes, al día siguiente de una borrachera es aconsejable probar un pelo del perro que los mordió (una pinta de cerveza, media medida de scotch) el autor suele asumir la personalidad de su personaje. Por eso, D.P. de repente dice una mala palabra: “Ahora estoy probando nuevas que forman parte de un cd que se llama Música para coger. Porque en España pega bien. Es como decir Música para agarrar. Forma parte de una trilogía. Siempre está la idea de que el texto no pase inadvertido”.
Pero si estás cogiendo te distrae.
–No dije Música para coger bien. A muchos les va a servir de excusa.
Presidente del Club de Fans de Zambayonnynuevosrumoresalarmantes.blogspot.comLa novela online, en telojuropordios.blogspot.comEl sitio oficial en zambayonny.worldpress.comPara escucharlo en MySpace: www.myspace.com/zambayonny
La incogible
Hoy me desperté con ganas de escribirle una canción a la incogible,
a la incogible
no era muy hermosa, ni gran cosa,
pero sin razón era incogible,
era incogible.
Probamos por las buenas, con pagarle,
con mostrarle la poronga y con amor,
probamos sin orgullo, sin chamuyo
y escondiéndole en los yuyos el consolador.
Probamos irrumpiéndole de a mucho
sen la casa por la noche,
probamos con alcohol,
probamos con un pibe que era lindo
y con el cuento de que el fin del mundo ya llegó.
Probamos una chota en su presencia
como ejemplo de la ciencia,
pero no creyó.
Probamos con promesas de casorio,
con pavadas de los novios,
pero no agarró.
Probamos con decirle que empezara por el culo
que sin duda es más seguro y es mejor.
Probamos con algunas amenazas
de contar lo que le pasa por televisión.
Probamos con una orgía sorpresa
con un par de putas viejas en su habitación,
probamos regalándole una verga embalsamada
para ver si le aflojaba el corazón.
Probamos con cogernos un linyera
para que le diera pena, pero no funcionó.
Probamos con afiches, con pancartas,
y hasta con la “Serenata Recogiéndonos”.
Probamos apostándole un garchazo
a que no fumaba diez fasos
y se los fumó.
Probamos con un show de marionetas
que garchaban como atletas
toda la función.
Juramos que por esa negativa
nos cortábamos la tira
y no le importó.
Le hicimos con la bruja de la selva un hechizo:
“quiero verga”que no resultó.
Le dimos a la tía, a la hermana,
a la prima, a la cuñada,
a la vecina y la mucama.
También a la madrina, a las amigas,
y a una abuela que jodía
que por qué a ella no le daban.
Probamos con clonarla para darle sin tocarla
pero el cura de la iglesia se negó.
Probamos con hipnosis, con la magia,
con terapia, y con las pócimas guarangas del amor.
Probamos apoyándole la chota en la boca
para ver si se tentaba, pero no.
Hablamos con la madre y con el padre
que decían que nosotros teníamos razón.
El tiempo pasó y cada uno
siguió por su camino y nadie más la vio,
a veces cuando alguno la nombraba
le inventábamos destinos y volvíamos a olvidarla.
No sé ni cuánto tiempo había pasado
pero un día me la encuentro por Paseo Colón,
tenía otro peinado, una pollera,
lentes negros y una cámara de filmación.
En cuanto me miró nos abrazamos
como dos extraños que piden perdón,
quedamos esa noche en encontrarnos
para ver si hacíamos algo, pero no llamó.
Y hoy me desperté con ganas de escribirle
una canción a la incogible, a la incogible
no era muy hermosa, ni gran cosa,
pero sin razón era incogible,
era incogible.
El lingüista Teun van Dijk habla del racismo en el discurso cotidiano
Nosotros y los otros
Nosotros y los otros
En 1982, el lingüista holandés Teun van Dijk demostró cómo el lenguaje permitía comunicar y
reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, el racismo, en particular. La políticamente correcta pero altamente xenófoba sociedad europea le sirvió como ejemplo. A fines del año pasado, se publicó un libro coordinado por Van Dijk llamado Racismo y discurso en América latina; tiene una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. Con este libro como disparador, el investigador del Conicet Salvio Martín Menéndez, profesor de Lingüística de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y de la Nacional de Mar del Plata, habla con Van Dijk del discurso como mecanismo de reproducción del racismo en nuestros países, y si existe una manera de des-aprender las ideologías y prácticas racistas que las sociedades han incorporado.
Por Salvio Martin Menendez
El prejuicio parece ser un elemento constitutivo de la mayoría de las sociedades; el racismo es, tal vez, uno de los más evidentes y, en consecuencia, difundidos. Se lo puede caracterizar como un complejo sistema en el que intervienen diversos factores cognitivos, sociales y culturales. El lenguaje ocupa un lugar privilegiado en relación con él ya que permite su reproducción continua y cotidiana.
Teun van Dijk, lingüista holandés actualmente residente en Barcelona, advirtió con sagacidad y sentido crítico en 1982 cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, es decir el racismo, en particular. La “políticamente correcta” pero altamente xenófoba sociedad europea –y la holandesa, en un principio como muestra altamente representativa– le sirvió como punto de partida para mostrar el alcance de sus hipótesis y del análisis que proponía. Su libro Prejudice in discourse (Prejuicio en el discurso, Amsterdam, Benjamins, 1982, sin traducción al español) marca un punto de inflexión y permite ver cómo la lingüística –entendida “tradicionalmente” como la disciplina que describe y explica las estructuras formales de las diferentes lenguas–- puede explicar también las estrategias que los hablantes utilizan, justamente, para tratar o no de evitar ser prejuiciosos en las situaciones cotidianas en la que les toca interactuar. Estas estrategias no son, por supuesto, individuales sino que forman parte de los diferentes grupos que forman una sociedad. Ahí aparece otro elemento central: la influencia y la responsabilidad de los medios masivos de comunicación en conformar y difundir los prejuicios de esas sociedades de las que ellos forman parte y, además, permiten conformar.
A finales del 2007, la editorial Gedisa publicó un volumen coordinado por Van Dijk en el que se enfoca el problema del racismo en el discurso con especial atención a los países de América latina cuyo título es Racismo y discurso en América latina. El libro está compuesto por una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. No es éste el lugar de hacer una evaluación crítica del libro. Sí de mencionar que todos los capítulos siguen las líneas generales de lo que Van Dijk propone y que puede actualmente ubicarse dentro de lo que se denomina Análisis Crítico del Discurso (ACD). ¿Qué debe entenderse por ACD? Puede caracterizarse como un análisis de los discursos que circulan socialmente acentuando la adopción de una posición “crítica”. Esto supone denunciar cómo el discurso es utilizado por los diferentes “centros de poder” para manipular a las diferentes sociedades. Nuevamente los medios ocupan un lugar central: poder y manipulación no son dos características que les son ajenas.
Si bien no hay solamente una definición de esta corriente, todos acordarían en la importancia que tiene la lingüística dentro de ella. Pero, al mismo tiempo, esa importancia es relativa: se trata de ir más allá de sus límites, incorporando una visión multidisciplinaria y un compromiso político expreso.
A partir de estos lineamientos, que Van Dijk expone en su introducción, en esta entrevista habla acerca de algunos puntos polémicos que multiplican un debate que exige un grado de conciencia social mucho mayor.
En su libro Racismo y discurso en América latina el discurso aparece como un mecanismo privilegiado de reproducción del racismo. Algo similar sucede con otros fenómenos como el prejuicio y la discriminación. ¿Cómo caracterizaría y diferenciaría racismo de discriminación y prejuicio? y ¿cómo caracterizaría el discurso en relación con ellos?
–Racismo, discriminación y prejuicio son nociones relacionadas dentro de una teoría general del racismo como un sistema social de dominación racial-étnica. En otras palabras, racismo –como sexismo– es un sistema de poder. Ese sistema del racismo está compuesto por dos sistemas: uno de prácticas sociales racistas, que llamamos discriminación, y otro, un sistema sociocognitivo que llamamos prejuicios, más específicamente ideologías racistas. Esas ideologías racistas son la base de las prácticas de discriminación, y se usan también para su legitimación. El discurso tiene un rol fundamental en ese sistema del racismo. Por un lado es una práctica social como las demás y, por lo tanto, se puede discriminar con el discurso. Por otro lado, es la práctica social con la cual aprendemos y reproducimos las ideologías racistas. En ese sentido el discurso es como una interfaz entre discriminación e prejuicios. Por cierto, a menudo la noción de prejuicio en la psicología social se define como una actitud racista (o sexista, etc.) personal, pero es importante enfatizar que prejuicios son esencialmente sociales, compartidos por los miembros de un grupo ideológico.
Si el racismo, como usted sostiene, no es innato sino que es un proceso de adquisición ideológica que se aprende socialmente, es decir, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los medios y en la interacción cotidiana en sociedades multiétnicas, ¿podría explicarnos cómo se lleva a cabo y si hay posibilidades de limitar su adquisición o, directamente, de no adquirirlo?
–Felizmente no solamente aprendemos ideologías racistas, sino también otras ideologías, más positivas, como ideologías basadas sobre valores de igualdad y de justicia. El antirracismo y el feminismo son ejemplos de esta clase de ideologías críticas en relación con las ideologías de dominación. En una sociedad de dominación europea (“blanca”), como en Europa, en Argentina y en grandes partes de América latina, la ideología y las prácticas racistas han sido dominantes durante siglos. Se necesita mucho tiempo para “des-aprender” esas ideologías y prácticas.
Usted considera que las posibilidades de hacer un planteo crítico de este tema en los medios, en los circuitos académicos y políticos es limitada. Sin embargo, creo que el racismo, como otras prácticas discriminatorias, tiene un espacio y se lo discute con cierta frecuencia. Ahora bien, me parece que el modo en que esta discusión se lleva a cabo neutraliza la posibilidad de cambios efectivos. ¿Hasta que punto la lógica del discurso de los medios, de los políticos y del discurso académico no es “gatopardista”, es decir, actúa impidiendo cambios efectivos a pesar de aparentar que las cosas deben cambiarse?
–Es cierto, se habla sobre racismo en los medios de comunicación. Pero ese discurso en general no es sobre “nuestro” racismo, el racismo cotidiano en las instituciones, organizaciones y grupos dominantes, sino del racismo más marginal, de extrema derecha, el racismo violento de skinheads, de Le Pen en Francia o de Haider en Austria, para citar ejemplos representativos. El racismo cotidiano de “nuestras” instituciones se manifiesta de muchas maneras, como la falta de minorías en el gobierno, el parlamento, en la prensa, en la universidad o la Justicia, y por el poco interés en las instituciones y sus discursos en ese racismo. Por ejemplo, en los miles de artículos de periódico que analicé durante años, casi nunca encontré un artículo sobre racismo en la prensa, a pesar del hecho de que todas las investigaciones muestran que los medios de comunicación son parte del problema del racismo, pero todavía no de su solución. También en la prensa de izquierda, tal vez no explícitamente racista, hay más interés en el tema de la inmigración como invasión, como problema, que en el racismo en el país, un racismo del que miles y miles de inmigrantes y minorías son las víctimas, cada día. Lo mismo sucede en los libros de texto, que hablan muy poco sobre “nuestro racismo” hoy en día, y sí hablan, en cambio, de racismo en relación con fenómenos del pasado, como la esclavitud, o en otros países, como el apartheid en Sudáfrica o la Segregación Racial en EE.UU. Algo similar sucede en la política: los gobiernos en Europa (y en Argentina) están más preocupados con la inmigración “ilegal” que con el auge del racismo en Europa. El racismo ha sido fatal para millones de personas en el mundo. Ejemplos evidentes son la esclavitud, el colonialismo, el Holocausto. La inmigración y la diversidad cultural, en cambio –muchos informes así lo demuestran– solamente contribuyen positivamente al desarrollo económico, social y cultura de los países. El problema fundamental de nuestro racismo, el racismo de las élites blancas, es su negación. Pero el criterio –si hay racismo o no– obviamente no es el criterio del grupo dominante, sino el del grupo dominado. Por lo tanto, sus experiencias y testimonios son fundamentales para establecer si hay racismo o no.
Usted viene trabajando desde una perspectiva que denomina “transdisciplinaria” y considera que los avances en las ciencias sociales y humanas permiten análisis cada vez más sofisticados. ¿Cuál sería el alcance de ese “avance sofisticado transdisciplinario”?
–Los estudios tradicionales –tanto del racismo como de otros sistemas de desigualdad social– en las ciencias sociales y humanas en general eran monodisciplinares, por ejemplo en ciencias políticas, sociología, antropología, comunicación o lingüística. De esa manera, solamente se consigue un análisis parcial de los problemas sociales. Con un enfoque multidisciplinario los problemas sociales se plantean en toda su complejidad como, por ejemplo, en el estudio del racismo. Para el estudio de los prejuicios e ideologías se necesita de conceptos y teorías de la psicología social y cognitiva para describir y analizar representaciones mentales. Pero se necesita del análisis del discurso para comprender cómo exactamente se adquieren y reproducen esas representaciones en los discursos; un análisis sociológico aporta cómo esa reproducción se hace en las organizaciones, instituciones o grupos de élites. Las estructuras cognitivas, sociales y discursivas están estrechamente interrelacionadas, y solamente una investigación multidisciplinaria puede analizarlas de una manera adecuada. Por ejemplo, sabemos hoy en día que las ideologías no se expresan directamente en los discursos, sino a menudo a través de modelos mentales subjetivos de eventos “étnicos” en nuestra memoria episódica (“autobiográfica”), y que esos modelos son la base de cuentos, noticias u otros discursos ideológicos. Eso explica, por ejemplo, que no toda la gente racista habla y actúa siempre de la misma manera (y que hay mucha variación personal en la manera de ser racista o sexista).
Cuando tiene que caracterizar el discurso racista señala que es complejo y sutil y que se basa en enfatizar los rasgos positivos del “nosotros” y los rasgos negativos del “ellos” y, a la inversa, en no poner énfasis en los rasgos positivos del “nosotros” y del “ellos”. ¿Cómo evalúa que un esquema basado en una oposición tan sencilla como operativa permite explicar e interpretar la sutileza y complejidad de un discurso tan problemático como el racista?
–Obviamente esa polarización es una estrategia muy general, que tiene muchas manifestaciones más específicas, como es el caso de la distinción social entre grupos dominantes y grupos dominados. La polarización entre endogrupo (nosotros) y exogrupo (ellos) es fundamental en las ideologías que son la base de nuestras actitudes sociales y en los modelos personales sobre eventos con otra gente. Pero, primero, las actitudes pueden ser muy variadas, como una actitud racista sobre inmigración (definida como invasión) o sobre la integración cultural de inmigrantes o minorías. Segundo, al nivel del discurso, la polarización básica se puede manifestar en una gama muy diferente de propiedades del discurso, como los temas, los titulares, metáforas, argumentación, hipérboles, eufemismos o las palabras que usamos, entre muchas otras. De la misma manera, hay múltiples prácticas sociales del racismo cotidiano, como tratar a “ellos” en los medios, en el trabajo, en las tiendas, en las oficinas, etcétera. Todas prácticas muy variables, pero basadas sobre la distinción fundamental entre “nosotros” como “buenos”, y “ellos” como “malos (o por lo menos diferentes)”.
Usted ha sido uno de los iniciadores de una importante corriente dentro de la lingüística llamada Análisis crítico del discurso. De una manera enfática, ha mostrado no solo los límites que la lingüística “tradicional”, sino la necesidad de llevar a cabo un análisis interdisciplinario y transdisciplinario que permita una interpretación crítica no sólo social (académica) sino política (de intervención concreta). ¿Cuáles serían los alcances y límites del análisis del discurso que propone? ¿Hasta qué punto el aspecto “crítico” del análisis del discurso puede convertirlo en un simple comentario de textos? ¿Cómo evalúa el pasaje concreto de la interpretación académica a la intervención política?
–El ACD no es un método sino una actitud crítica, socialmente comprometida, en la ciencia del discurso. Esa actitud no es una garantía de buena ciencia, y, como en cada línea de investigación, hay trabajos buenos y malos. Hacer análisis críticos de problemas sociales necesita el uso de los métodos más avanzados y sofisticados de las ciencias sociales y humanas. Problemas sociales como el racismo, el sexismo, el clasismo, la pobreza, y tantos más, son tan complejos que no se pueden analizar de una manera superficial, y con métodos más bien impresionistas, como, por ejemplo, los de la crítica literaria impresionista que conocemos hasta hoy. Por otro lado, tampoco los análisis más sofisticados en lingüística formal nos ayudan a comprender y resolver problemas sociales si no se relacionan con estudios más amplios del discurso, de la interacción social, de la comunicación, de la cognición y de las estructuras sociales. Solamente en los últimos años empezamos a comprender cómo muchos de esos fenómenos y estructuras están interrelacionados. Para eso necesitamos teorías y métodos muy sofisticados y multidisciplinares. Además, la ciencia más sofisticada no sirve sin la acción social y política y sin la resistencia de los grupos dominados. Un ejemplo preciso: el rol fundamental del feminismo en la sociedad.
¿Hay características particulares que permitan diferenciar el discurso racista del no racista o los grados de racismo que tienen los discursos?
–El discurso antirracista precisamente evita esa polarización, no enfatiza las diferencias sino las similitudes, y no esconde las malas cosas de nuestro grupo. Un ejemplo: el caso de las viñetas contra Mahoma en el periódico danés Jyllands Posten en septiembre de 2005, que crearon una alarma entre musulmanes en el mundo entero. Hicimos un estudio de la cobertura de ese conflicto en la prensa, también en la prensa más o menos progresista, como El País en España. Los resultados de la investigación confirman todas las hipótesis sobre el rol de la prensa en la reproducción del racismo: se hablaba casi solamente sobre la intolerancia, la violencia y el atraso social de los musulmanes y de los árabes, y se enfatizaba los logros de la civilización europea, como la libertad de prensa y de pensamiento. Ni una palabra sobre la otra historia europea, como la de la esclavitud, del colonialismo, del fascismo, del Holocausto o de las guerras mundiales. Y, además, no se decía ni una palabra sobre las tradiciones culturales y científicas de las culturas árabes y musulmanas, o la variación tremenda entre musulmanes. Tampoco sobre la historia del catolicismo de la Inquisición, del Opus Dei y la oposición hasta hoy día, en España misma, contra casi todos los avances sociales de derechos humanos, como el derecho al aborto, al divorcio y los matrimonios gay. Había muchos artículos sobre la libertad de prensa, pero ningún artículo sobre el racismo en Dinamarca, por ejemplo, tanto en la política como en la prensa danesa. La polarización entre el Mundo Europeo Bueno y el Mundo Musulmán Malo era casi total. Hubo solamente muy pocos artículos más críticos de profesores famosos antirracistas. Claro, profesores blancos, otra vez. Los representantes de “ellos” obviamente no tenían acceso a la prensa para explicar su visión del evento. Así puedo mencionar docenas de casos de la polarización entre “nosotros” y “ellos”.
Por Salvio Martin Menendez
El prejuicio parece ser un elemento constitutivo de la mayoría de las sociedades; el racismo es, tal vez, uno de los más evidentes y, en consecuencia, difundidos. Se lo puede caracterizar como un complejo sistema en el que intervienen diversos factores cognitivos, sociales y culturales. El lenguaje ocupa un lugar privilegiado en relación con él ya que permite su reproducción continua y cotidiana.
Teun van Dijk, lingüista holandés actualmente residente en Barcelona, advirtió con sagacidad y sentido crítico en 1982 cómo el lenguaje permitía comunicar y reproducir el prejuicio en general y el prejuicio étnico, es decir el racismo, en particular. La “políticamente correcta” pero altamente xenófoba sociedad europea –y la holandesa, en un principio como muestra altamente representativa– le sirvió como punto de partida para mostrar el alcance de sus hipótesis y del análisis que proponía. Su libro Prejudice in discourse (Prejuicio en el discurso, Amsterdam, Benjamins, 1982, sin traducción al español) marca un punto de inflexión y permite ver cómo la lingüística –entendida “tradicionalmente” como la disciplina que describe y explica las estructuras formales de las diferentes lenguas–- puede explicar también las estrategias que los hablantes utilizan, justamente, para tratar o no de evitar ser prejuiciosos en las situaciones cotidianas en la que les toca interactuar. Estas estrategias no son, por supuesto, individuales sino que forman parte de los diferentes grupos que forman una sociedad. Ahí aparece otro elemento central: la influencia y la responsabilidad de los medios masivos de comunicación en conformar y difundir los prejuicios de esas sociedades de las que ellos forman parte y, además, permiten conformar.
A finales del 2007, la editorial Gedisa publicó un volumen coordinado por Van Dijk en el que se enfoca el problema del racismo en el discurso con especial atención a los países de América latina cuyo título es Racismo y discurso en América latina. El libro está compuesto por una introducción a cargo del compilador y estudios de casos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, México, Perú y Venezuela. No es éste el lugar de hacer una evaluación crítica del libro. Sí de mencionar que todos los capítulos siguen las líneas generales de lo que Van Dijk propone y que puede actualmente ubicarse dentro de lo que se denomina Análisis Crítico del Discurso (ACD). ¿Qué debe entenderse por ACD? Puede caracterizarse como un análisis de los discursos que circulan socialmente acentuando la adopción de una posición “crítica”. Esto supone denunciar cómo el discurso es utilizado por los diferentes “centros de poder” para manipular a las diferentes sociedades. Nuevamente los medios ocupan un lugar central: poder y manipulación no son dos características que les son ajenas.
Si bien no hay solamente una definición de esta corriente, todos acordarían en la importancia que tiene la lingüística dentro de ella. Pero, al mismo tiempo, esa importancia es relativa: se trata de ir más allá de sus límites, incorporando una visión multidisciplinaria y un compromiso político expreso.
A partir de estos lineamientos, que Van Dijk expone en su introducción, en esta entrevista habla acerca de algunos puntos polémicos que multiplican un debate que exige un grado de conciencia social mucho mayor.
En su libro Racismo y discurso en América latina el discurso aparece como un mecanismo privilegiado de reproducción del racismo. Algo similar sucede con otros fenómenos como el prejuicio y la discriminación. ¿Cómo caracterizaría y diferenciaría racismo de discriminación y prejuicio? y ¿cómo caracterizaría el discurso en relación con ellos?
–Racismo, discriminación y prejuicio son nociones relacionadas dentro de una teoría general del racismo como un sistema social de dominación racial-étnica. En otras palabras, racismo –como sexismo– es un sistema de poder. Ese sistema del racismo está compuesto por dos sistemas: uno de prácticas sociales racistas, que llamamos discriminación, y otro, un sistema sociocognitivo que llamamos prejuicios, más específicamente ideologías racistas. Esas ideologías racistas son la base de las prácticas de discriminación, y se usan también para su legitimación. El discurso tiene un rol fundamental en ese sistema del racismo. Por un lado es una práctica social como las demás y, por lo tanto, se puede discriminar con el discurso. Por otro lado, es la práctica social con la cual aprendemos y reproducimos las ideologías racistas. En ese sentido el discurso es como una interfaz entre discriminación e prejuicios. Por cierto, a menudo la noción de prejuicio en la psicología social se define como una actitud racista (o sexista, etc.) personal, pero es importante enfatizar que prejuicios son esencialmente sociales, compartidos por los miembros de un grupo ideológico.
Si el racismo, como usted sostiene, no es innato sino que es un proceso de adquisición ideológica que se aprende socialmente, es decir, en la familia, en la escuela, en el trabajo, en los medios y en la interacción cotidiana en sociedades multiétnicas, ¿podría explicarnos cómo se lleva a cabo y si hay posibilidades de limitar su adquisición o, directamente, de no adquirirlo?
–Felizmente no solamente aprendemos ideologías racistas, sino también otras ideologías, más positivas, como ideologías basadas sobre valores de igualdad y de justicia. El antirracismo y el feminismo son ejemplos de esta clase de ideologías críticas en relación con las ideologías de dominación. En una sociedad de dominación europea (“blanca”), como en Europa, en Argentina y en grandes partes de América latina, la ideología y las prácticas racistas han sido dominantes durante siglos. Se necesita mucho tiempo para “des-aprender” esas ideologías y prácticas.
Usted considera que las posibilidades de hacer un planteo crítico de este tema en los medios, en los circuitos académicos y políticos es limitada. Sin embargo, creo que el racismo, como otras prácticas discriminatorias, tiene un espacio y se lo discute con cierta frecuencia. Ahora bien, me parece que el modo en que esta discusión se lleva a cabo neutraliza la posibilidad de cambios efectivos. ¿Hasta que punto la lógica del discurso de los medios, de los políticos y del discurso académico no es “gatopardista”, es decir, actúa impidiendo cambios efectivos a pesar de aparentar que las cosas deben cambiarse?
–Es cierto, se habla sobre racismo en los medios de comunicación. Pero ese discurso en general no es sobre “nuestro” racismo, el racismo cotidiano en las instituciones, organizaciones y grupos dominantes, sino del racismo más marginal, de extrema derecha, el racismo violento de skinheads, de Le Pen en Francia o de Haider en Austria, para citar ejemplos representativos. El racismo cotidiano de “nuestras” instituciones se manifiesta de muchas maneras, como la falta de minorías en el gobierno, el parlamento, en la prensa, en la universidad o la Justicia, y por el poco interés en las instituciones y sus discursos en ese racismo. Por ejemplo, en los miles de artículos de periódico que analicé durante años, casi nunca encontré un artículo sobre racismo en la prensa, a pesar del hecho de que todas las investigaciones muestran que los medios de comunicación son parte del problema del racismo, pero todavía no de su solución. También en la prensa de izquierda, tal vez no explícitamente racista, hay más interés en el tema de la inmigración como invasión, como problema, que en el racismo en el país, un racismo del que miles y miles de inmigrantes y minorías son las víctimas, cada día. Lo mismo sucede en los libros de texto, que hablan muy poco sobre “nuestro racismo” hoy en día, y sí hablan, en cambio, de racismo en relación con fenómenos del pasado, como la esclavitud, o en otros países, como el apartheid en Sudáfrica o la Segregación Racial en EE.UU. Algo similar sucede en la política: los gobiernos en Europa (y en Argentina) están más preocupados con la inmigración “ilegal” que con el auge del racismo en Europa. El racismo ha sido fatal para millones de personas en el mundo. Ejemplos evidentes son la esclavitud, el colonialismo, el Holocausto. La inmigración y la diversidad cultural, en cambio –muchos informes así lo demuestran– solamente contribuyen positivamente al desarrollo económico, social y cultura de los países. El problema fundamental de nuestro racismo, el racismo de las élites blancas, es su negación. Pero el criterio –si hay racismo o no– obviamente no es el criterio del grupo dominante, sino el del grupo dominado. Por lo tanto, sus experiencias y testimonios son fundamentales para establecer si hay racismo o no.
Usted viene trabajando desde una perspectiva que denomina “transdisciplinaria” y considera que los avances en las ciencias sociales y humanas permiten análisis cada vez más sofisticados. ¿Cuál sería el alcance de ese “avance sofisticado transdisciplinario”?
–Los estudios tradicionales –tanto del racismo como de otros sistemas de desigualdad social– en las ciencias sociales y humanas en general eran monodisciplinares, por ejemplo en ciencias políticas, sociología, antropología, comunicación o lingüística. De esa manera, solamente se consigue un análisis parcial de los problemas sociales. Con un enfoque multidisciplinario los problemas sociales se plantean en toda su complejidad como, por ejemplo, en el estudio del racismo. Para el estudio de los prejuicios e ideologías se necesita de conceptos y teorías de la psicología social y cognitiva para describir y analizar representaciones mentales. Pero se necesita del análisis del discurso para comprender cómo exactamente se adquieren y reproducen esas representaciones en los discursos; un análisis sociológico aporta cómo esa reproducción se hace en las organizaciones, instituciones o grupos de élites. Las estructuras cognitivas, sociales y discursivas están estrechamente interrelacionadas, y solamente una investigación multidisciplinaria puede analizarlas de una manera adecuada. Por ejemplo, sabemos hoy en día que las ideologías no se expresan directamente en los discursos, sino a menudo a través de modelos mentales subjetivos de eventos “étnicos” en nuestra memoria episódica (“autobiográfica”), y que esos modelos son la base de cuentos, noticias u otros discursos ideológicos. Eso explica, por ejemplo, que no toda la gente racista habla y actúa siempre de la misma manera (y que hay mucha variación personal en la manera de ser racista o sexista).
Cuando tiene que caracterizar el discurso racista señala que es complejo y sutil y que se basa en enfatizar los rasgos positivos del “nosotros” y los rasgos negativos del “ellos” y, a la inversa, en no poner énfasis en los rasgos positivos del “nosotros” y del “ellos”. ¿Cómo evalúa que un esquema basado en una oposición tan sencilla como operativa permite explicar e interpretar la sutileza y complejidad de un discurso tan problemático como el racista?
–Obviamente esa polarización es una estrategia muy general, que tiene muchas manifestaciones más específicas, como es el caso de la distinción social entre grupos dominantes y grupos dominados. La polarización entre endogrupo (nosotros) y exogrupo (ellos) es fundamental en las ideologías que son la base de nuestras actitudes sociales y en los modelos personales sobre eventos con otra gente. Pero, primero, las actitudes pueden ser muy variadas, como una actitud racista sobre inmigración (definida como invasión) o sobre la integración cultural de inmigrantes o minorías. Segundo, al nivel del discurso, la polarización básica se puede manifestar en una gama muy diferente de propiedades del discurso, como los temas, los titulares, metáforas, argumentación, hipérboles, eufemismos o las palabras que usamos, entre muchas otras. De la misma manera, hay múltiples prácticas sociales del racismo cotidiano, como tratar a “ellos” en los medios, en el trabajo, en las tiendas, en las oficinas, etcétera. Todas prácticas muy variables, pero basadas sobre la distinción fundamental entre “nosotros” como “buenos”, y “ellos” como “malos (o por lo menos diferentes)”.
Usted ha sido uno de los iniciadores de una importante corriente dentro de la lingüística llamada Análisis crítico del discurso. De una manera enfática, ha mostrado no solo los límites que la lingüística “tradicional”, sino la necesidad de llevar a cabo un análisis interdisciplinario y transdisciplinario que permita una interpretación crítica no sólo social (académica) sino política (de intervención concreta). ¿Cuáles serían los alcances y límites del análisis del discurso que propone? ¿Hasta qué punto el aspecto “crítico” del análisis del discurso puede convertirlo en un simple comentario de textos? ¿Cómo evalúa el pasaje concreto de la interpretación académica a la intervención política?
–El ACD no es un método sino una actitud crítica, socialmente comprometida, en la ciencia del discurso. Esa actitud no es una garantía de buena ciencia, y, como en cada línea de investigación, hay trabajos buenos y malos. Hacer análisis críticos de problemas sociales necesita el uso de los métodos más avanzados y sofisticados de las ciencias sociales y humanas. Problemas sociales como el racismo, el sexismo, el clasismo, la pobreza, y tantos más, son tan complejos que no se pueden analizar de una manera superficial, y con métodos más bien impresionistas, como, por ejemplo, los de la crítica literaria impresionista que conocemos hasta hoy. Por otro lado, tampoco los análisis más sofisticados en lingüística formal nos ayudan a comprender y resolver problemas sociales si no se relacionan con estudios más amplios del discurso, de la interacción social, de la comunicación, de la cognición y de las estructuras sociales. Solamente en los últimos años empezamos a comprender cómo muchos de esos fenómenos y estructuras están interrelacionados. Para eso necesitamos teorías y métodos muy sofisticados y multidisciplinares. Además, la ciencia más sofisticada no sirve sin la acción social y política y sin la resistencia de los grupos dominados. Un ejemplo preciso: el rol fundamental del feminismo en la sociedad.
¿Hay características particulares que permitan diferenciar el discurso racista del no racista o los grados de racismo que tienen los discursos?
–El discurso antirracista precisamente evita esa polarización, no enfatiza las diferencias sino las similitudes, y no esconde las malas cosas de nuestro grupo. Un ejemplo: el caso de las viñetas contra Mahoma en el periódico danés Jyllands Posten en septiembre de 2005, que crearon una alarma entre musulmanes en el mundo entero. Hicimos un estudio de la cobertura de ese conflicto en la prensa, también en la prensa más o menos progresista, como El País en España. Los resultados de la investigación confirman todas las hipótesis sobre el rol de la prensa en la reproducción del racismo: se hablaba casi solamente sobre la intolerancia, la violencia y el atraso social de los musulmanes y de los árabes, y se enfatizaba los logros de la civilización europea, como la libertad de prensa y de pensamiento. Ni una palabra sobre la otra historia europea, como la de la esclavitud, del colonialismo, del fascismo, del Holocausto o de las guerras mundiales. Y, además, no se decía ni una palabra sobre las tradiciones culturales y científicas de las culturas árabes y musulmanas, o la variación tremenda entre musulmanes. Tampoco sobre la historia del catolicismo de la Inquisición, del Opus Dei y la oposición hasta hoy día, en España misma, contra casi todos los avances sociales de derechos humanos, como el derecho al aborto, al divorcio y los matrimonios gay. Había muchos artículos sobre la libertad de prensa, pero ningún artículo sobre el racismo en Dinamarca, por ejemplo, tanto en la política como en la prensa danesa. La polarización entre el Mundo Europeo Bueno y el Mundo Musulmán Malo era casi total. Hubo solamente muy pocos artículos más críticos de profesores famosos antirracistas. Claro, profesores blancos, otra vez. Los representantes de “ellos” obviamente no tenían acceso a la prensa para explicar su visión del evento. Así puedo mencionar docenas de casos de la polarización entre “nosotros” y “ellos”.
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