Historia Mitos y verdades
Los cuentos que contó Perón
Afecto a los relatos que lo tenían como protagonista, el ex presidente argentino tejió, alrededor de distintos hechos históricos, versiones reñidas con la realidad. Del origen de su apellido al 17 de Octubre, esta nopta recorre algunas de ellas
Por Hugo Gambini
Para LA NACION
Escribir un libro sobre el peronismo me obligó a chequear bien cada dato. No se puede chapucear con hechos que fueron históricos pero que se siguen narrando como si se trataran de episodios anecdóticos. Uno de los más difundidos, por ejemplo, es el que dice que Perón echó a los montoneros de la plaza, cuando fue al revés: le dieron la espalda y se fueron solos, dejándola medio vacía. Pero hoy esto nadie lo cree, ni el periodismo, que se sigue equivocando. Por eso, me he tomado el trabajo de acopiar un buen archivo de hechos que nadie se animó hasta ahora a corregir.
De esa forma publiqué mis dos tomos sobre la primera y la segunda presidencia de Perón, que acabo de completar con un tercero, La violencia , que abarca de 1956 a 1983. Todo lo que ocurre en ese período es muy triste, con listas de fusilados y muertos por los gobernantes, los guerrilleros, el escuadrón de la muerte y los militares. Su lectura explica lo inexplicable, pero aun así me fascinó ver cómo Perón daba vueltas las cosas y presentaba como un gran triunfo lo que había sido una estrepitosa derrota.
Perón había dejado estampada una montaña de cuentos en un libro titulado Yo, Juan Domingo Perón. Relato autobiográfico (Sudamericana/Planeta, 1976), que los españoles Torcuato Luca de Tena y Luis Calvo prepararon con cintas magnetofónicas grabadas en los años de exilio. Son cuentos porque los contó, pero no son ciertos. Hay frases imperdibles, con las que cautivó a sus seguidores y que le sirvieron para manejar la política argentina durante treinta años. Pero también me sirvieron a mí para demostrar lo poco creíble que fue siempre el jefe de la supuesta "revolución peronista".
En Madrid, Perón aseguraba que era descendiente de españoles: "El apellido Perón existe en España, en Italia y en Francia acaso porque Cerdeña, de donde procedía, estuvo ocupada a lo largo de la historia por estas tres potencias. Lo cierto es que si mi apellido fuera de origen italiano, nos llamaríamos Peroni. De modo que acaso soy descendiente de españoles afincados en Cerdeña desde la época en que España ocupaba la isla". Una década antes, Perón le había confesado al periodista italiano Ermanno Amicucci, de Il Giornale d Italia : "Mi apellido es italiano, me encontré en Italia varios Perón, sobre todo en el Piamonte, además de muchos Perrón y Peroni, que evidentemente tienen el mismo origen". Nadie se iba a sorprender de estas respuestas, pero convengamos que resultaba más simpático decirles a los españoles que su apelllido era de origen español y a los italianos, que era de ascendencia italiana.
En 1939, lo mandaron a Europa a presenciar la guerra. Volvió eufórico: "En todo el tiempo que viví en Alemania tuve la sensación de una enorme maquinaria que funcionaba con maravillosa perfección. La organización era algo formidable". Hitler estaba triunfante, lo que le hizo pensar que Alemania ganaría la guerra. "Había surgido un fenómeno social inusitado y era el nacionalsocialismo, de la misma manera que en Italia triunfaba el fascismo." En 1942 asistió deslumbrado a la conferencia del general Carlos von der Becke, quien habló sobre la imposibilidad de un desembarco aliado en los países del Eje; veinte años después, les contó a los periodistas españoles que había entrado en París con las tropas victoriosas alemanas. Pero se olvidó de un pequeño detalle: a su biógrafo de cabecera, Enrique Pavón Pereyra, le había confesado que jamás se les permitió a los oficiales argentinos visitar los frentes de batalla europeos ( Perón 1895-1942 , Espiño, 1952). Más curioso fue cuando apareció riéndose, en una fotografía del gabinete nacional el día que se le declaró la guerra al Eje.
Perón tenía tal admiración por Mussolini que se atrevió a contar cómo lo había recibido: "Entré directamente a su despacho donde estaba él escribiendo; levantó la vista hacia mí con atención y vino a saludarme. [ ] Yo le dije que, conocedor de su gigantesca obra, no me hubiese ido contento a mi país sin haber estrechado su mano". Eso declaró años después, en Madrid. En cambio en Buenos Aires, al volver de Europa, le admitió a Pavón Pereyra que en realidad sólo había visto al duce desde lejos, el día que Italia entró en guerra: "Estaba confundido, como testigo mudo, entre aquella multitud clamorosa que victoreó al jefe del fascismo, señor Mussolini, cuando éste dispuso su histórica determinación desde los balcones de la Piazza Venezia". Fue la única vez que lo vio.
A pesar de su amistad con los militares nacionalistas de la década de 1930, Perón no era un manifiesto antisemita. Sin embargo, les confió a los periodistas españoles que los judíos constituían un problema: "Si aquí viven los judíos -les dijo-, matarlos no podemos; expulsarlos, tampoco". Y agregó: "No queda otra solución que ponerlos a trabajar dentro de la comunidad, incorporándolos a la nacionalidad argentina, asimilándolos, impidiéndoles que formen organizaciones sionistas separadas". Es evidente que Perón, cuando dijo esto, no tenía en cuenta la cantidad de entidades judías que ya existían en la Argentina. Pero además, se jactaba cuando ponía como ejemplo a don Jaime Yankelevich. "Era un ruso judío -expresó- con el que Eva había trabajado en Radio Belgrano. Era un hombre inculto y ordinario, y además un sinvergüenza. A Evita le decía que le iba a pagar un sueldo de 500 pesos y a fin de mes le daba 480. ¡Le robaba!". Sin embargo, tuvo una relación que fue muy importante con este personaje, a quien le encargó el inicio de la televisión en el país, en 1951. El primer canal abrió su trasmisión con el acto del 17 de Octubre y la primera imagen fue, precisamente, la de Evita. Es decir que el "sinvergüenza" le había servido para hacer publicidad y buenos negocios, como la venta de televisores de la que se encargó Jorge Antonio.
El golpe del 43
Cuando Perón hablaba del golpe militar de 1943, su versión difería mucho de lo ocurrido. Como si él hubiera comandado la tropa, se ponía en primera fila frente a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA): "Desplazamos las baterías -expresó-, pusimos los lanzabombas y los conminamos. Les dijimos por última vez: ´¿Sí o no? ´¡No! , respondieron. Lanzamos contra ellos la artillería y los morteros. Pero sólo una primera andanada. Paramos enseguida. ´¿Sí o no? ´¡Sí! , dijeron. Fue muy sencillo. El presidente Castillo, al saberlo, se metió en un barquito de la Marina y se fue por el Río de la Plata. Cuando entramos en la Casa Rosada se fueron todos. ¡Facilísimo!"
Lo lamentable -para Perón- es que él nunca estuvo allí. Su versión difiere de lo que dijo el coronel Juan N. Giordano, quien comandaba el escuadrón de Campo de Mayo: "El coronel Perón se había adelantado, ya había llegado a la Casa de Gobierno" ( Perón, el hombre del destino, Abril, 1973). Tampoco encaja con lo que sostiene el general José Sosa Molina en la misma obra: "Vimos cómo entraba a la Escuela el comandante de la columna, que era Rawson; al rato empezó el tiroteo. Corrimos hacia la vereda de enfrente y nos subimos a los techos de las casas para ver lo que ocurría". Ni siquiera lo ayuda la versión del historiador militar Julio V. Orona: "Al desfilar las tropas por delante de las Escuela originóse un repentino tiroteo. Se dijo que la guardia del establecimiento abrió primero el fuego. Cayeron un jefe y varios soldados" ( La logia militar que derrocó a Castillo, edición del autor, 1966). Como se advierte, la cosa allí no había sido tan fácil.
Muy adicto a las anécdotas, el general acomodaba la historia para hacerla más divertida, aunque lo desmintieran los historiadores. Dijo en Madrid que cuando apareció el general Rawson, quien se autoproclamó presidente, los coroneles fueron a echarlo. Según él, le preguntaron: "Che, Perón ¿qué es lo que pasa? ¿Dónde estaba este loco? ¡Ah, esto no puede ser!". Y contó que entraron en el despacho y lo amenazaron: "¡Hemos venido a que renuncie y si se niega lo tiramos por la ventana! Renunció y se fue". Así de simple, según él. Pero no fue tan simple. Nadie amenazó a Rawson y menos con tirarlo por la ventana, porque no era "un colado", como lo definía Perón. Su incorporación al golpe de Estado la había conseguido el coronel Enrique P. González, del GOU [Grupo de Oficiales Unidos], y la disconformidad surgió por la elección de su gabinete. Rawson se negó a modificarlo y estuvieron dos días, el 5 y el 6 de junio, discutiendo con él, hasta que el general decidió renunciar sin que hubiera amenazas. Así lo explica el historiador Robert A. Potash ( El ejército y la política argentina. 1928-1945, Sudamericana, 1971).
Perón siempre negó su ambición por escalar posiciones: "Me han preguntado más de una vez por qué no nombramos presidente a alguno de los coroneles; por qué no me nombraron a mí, por ejemplo. ¡No, no! A mí no me convenía. Yo sabía que las revoluciones empiezan con esas cositas que se gastan, pavadas, cosas políticas En los primeros tiempos hay que estar lejos de la zona de fuego. [ ] Yo por entonces les dejé que empezaran a tropezar unos con otros y me quedé de jefe de Estado Mayor de la Primera División".
La verdad es que nadie lo había propuesto para presidir el gobierno y si Perón no aceptaba el cargo de jefe de Estado Mayor, se quedaba afuera. Logró ascender cuando a su amigo, el general Farrell, lo designaron ministro de Guerra; éste lo puso como jefe de su secretaría y allí sí, se metió a organizar una huelga en los frigoríficos junto al coronel Domingo Mercante. Ambos tomaron su primer contacto con los obreros y empezaron su trabajo político. Sólo a fines de octubre de 1943, cinco meses después del estallido, Perón logró a través del GOU desplazar al coronel Carlos M. Gianni del Departamento Nacional del Trabajo, y lo convirtió en Secretaría de Trabajo y Previsión. Su picardía consistió en aprovechar las circunstancias y volverse el más hábil de los conjurados, y sin rechazar los cargos, saber explotarlos al máximo.
Es muy graciosa la versión que se ha difundido sobre el 17 de Octubre. Los otros días escuché a un joven decir, en un programa de televisión, que Evita había irrumpido ese día al frente de los descamisados. Nadie lo desmintió, porque los periodistas que estaban allí tampoco sabían lo que había ocurrido. Ha sido poco difundido que Evita estaba en Junín, enviada por Perón a realizar un trámite judicial, y que cuando volvió fue a verlo al Hospital Militar. Pero no la dejaron entrar. Lo llamó por teléfono y el coronel le pidió que se fuera a su casa y no se moviera de allí, por lo que Evita no estuvo en Plaza de Mayo ni en los sindicatos ni movilizó a nadie. No tenía ninguna relación con los gremialistas porque, como decía Cipriano Reyes, "su presencia no era significativa para nosotros". Esa tarde su única participación fue pedirle a Juan Atilio Bramuglia que presentara un recurso de hábeas corpus, para sacarlo a Perón del país. Bramuglia se lo negó. El historiador Félix Luna publica una carta de Perón a Eva, desde Martín García, donde el coronel daba por concluida su vida política y le promete casamiento. ( El 45 , Sudamericana, 1975).
En su exilio español Perón expresó: "Por las visitas que llegaban fui enterándome de que el 17 el pueblo había volcado tranvías, quemado automóviles y que la agitación crecía de hora en hora, pues seguía llegando gente de la provincia y de otras partes, amenazando quemar Buenos Aires". Pero tampoco era así, porque no había violencia. La policía, controlada por Filomeno Velasco, estaba junto a los obreros, como lo demostraría el historiador peronista Ángel Perelman. ( Cómo hicimos el 17 de octubre , Coyoacán, 1961). La idea de una fuerza obrera incontrolable es una de las fantasías más conocidas del peronismo.
Braden y Perón
También contó Perón que apenas se conoció el escrutinio de 1946 había ido a verlo el embajador Spruille Braden, para preguntarle si consideraba "prudente" que permaneciese en Buenos Aires. Dice que le contestó: "Aléjese sin vacilar; en caso contrario, nos obligará a embarcarlo por la fuerza. Salió bufando, sin despedirse de mí y olvidando su sombrero y sus guantes. Sabía que yo era capaz de largarlo en un bote remando en el Río de la Plata " Pero esto tampoco sucedió, porque Braden hacía seis meses que no estaba en la Argentina. Había regresado a Washington el 23 de setiembre de 1945, para asumir la Secretaría de Asuntos Latinoamericanos, y la última vez que vio a Perón fue el 30 de junio de ese año, tres meses y medio antes del 17 de octubre. De modo que su respuesta fue todo un producto de la imaginación.
Es divertido lo que dijo Perón sobre su salida al Paraguay. Contó que él piloteaba el avión que lo había llevado y de pronto se le acercó Stroessner, en otro aparato, para guiarlo al aeropuerto. Pero se olvidó de aclarar que nunca fue aviador. Y que Stroessner envió a su piloto personal, Leo Nowack, a buscarlo en un hidroavión.
Existen infinidad de frases, cuentos y anécdotas sobre los episodios del general, pero los más graciosos son los que contó él mismo, porque su desapego a los hechos históricos, su escasa memoria y su afán por divertir a quienes lo entrevistaban lo hacían tropezar siempre con la verdad. Por más que Perón dijera, a quienes lo entrevistaron en España, que "para mentir hay que tener siempre un grado de inteligencia", él no podía con su esencia y daba rienda suelta a su impredecible imaginación.
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