jueves, 26 de junio de 2008

El hombre que volvió de la muerte

Fue corresponsal de guerra en Stalingrado y retrató a la sociedad rusa de la época en su novela "Vida y destino", que en julio llega a las librerías. Aquí, un perfil de Vasili Grossman, na figura clave de la literatura universal.

Por: Adolfo Coronato


Guerra y paz. Se ha comparado a Vasili Grossman con Tolstoi y Dostoievski. Su novela cumbre, “Vida y destino”, primero sufrió la clandestinidad y después la indiferencia.

Como una condena, la oscuridad en que murió Vasili Grossman en 1964 apagó durante décadas el fulgor de su obra, que reflejó como nadie uno de los momentos más heroicos y dramáticos del siglo pasado. De la mano de la literatura y la historia, regresa ahora para instalar su inquietante fuerza testimonial. Grossman no retornó a la actualidad hasta finales de los 80, cuando la URSS empezó a desintegrarse y cedió el cerrojo de la censura. No fue un regreso triunfal. Su obra cumbre, Vida y destino , pasó desapercibida. El gigantesco fresco social de una época y treinta años de clandestinidad merecieron sólo la indiferencia de la nueva sensibilidad rusa. Tras el colapso del comunismo, la sociedad fue arrojada de pronto al mundo del capitalismo, un universo desconocido y lleno de zozobras que dejó poco tiempo para pensar en el pasado soviético. Hoy, en la Rusia llena de incógnitas de Vladimir Putin, tampoco parece que Grossman sea ampliamente leído: indiferencias aparte, un vasto sector nacionalista no podría perdonarle su larga meditación sobre el "alma esclava " de Rusia incluida en Todo fluye , la obra que concluyó antes de su muerte y la de mayor crítica hacia el régimen. Allí se narrala muerte de unos 7 millones de ucranianos por la hambruna de 1932-33. El pretendido espíritu crítico de Occidente también lo ignoró hasta este siglo. En Gran Bretaña, tras dos biografías, Vida y destino tuvo en 2005 dos ediciones en inglés, a las que cabe sumar el suceso de su reciente publicación en España y el que se espera provoque ahora en la Argentina. En cuanto a valoraciones, George Steiner dijo, por un lado, que "novelas como La rueda roja , de Solzhenitsyn, y Vida y destino , eclipsan todo lo tenido por ficción seria en Occidente hasta el día de hoy "; por el otro, Anthony Burguess acusó a Grossman de falto de imaginación. Durante años, sólo el prestigioso historiador militar británico Antony Beevor y Catherine Marridale, pudieron ver en Grossman al gran escritor injustamente olvidado. Trabajando en los archivos del KGB, Beevor halló las pequeñas libretas del frente, atiborradas por su letra menuda y urgida, y quedó subyugado. Ahí estaban los apuntes de guerra que Grossman cubrió como corresponsal de Estrella Roja, el popular periódico del ejército. Esos manuscritos desgranan el dramático repliegue del Ejército Rojo hasta Moscú, la defensa de la capital, el sitio de Stalingrado, la batalla de tanques en Kursk y la contraofensiva soviética hasta Berlín. Ahí estaban, también, las semillas de Vida y destino . Y pasajes de lo que llamaba la "despiadada verdad de la guerra": deserciones, colaboración con los nazis y apuntes que, de ser vistos por el NKVD (inteligencia militar), le hubiesen costado la vida. Beevor alumbró, con ayuda de Luba Vinogradova, Un escritor en guerra. Vasili Grossman en el Ejército Rojo 1941-1945 , un homenaje a su valentía e implacable honradez moral. Según Beevor, Grossman, como muchos idealistas, creía que el heroísmo del Ejército Rojo en el sacrificio de Stalingrado serviría no solo para ganar la guerra, sino también para cambiar la sociedad soviética; no era miembro del PC, y tampoco un cultor de Stalin. Vasili Grossman nació en Berdichev, Ucrania, un 12 de diciembre de 1905, de padre y madre judíos y acaudalados. Estudió Química, se casó, tuvo una hija, se separó. Fue ingeniero en una mina, hasta que se dedicó a escribir. Siguió el canon del "realismo socialista " y uno de sus cuentos fue elogiado por Máximo Gorki y Mikhail Bulgákov. Fue un ser apacible y angustiado, paradójico: usaba gruesos lentes, tenía un andar encorvado y parecía un sastre judío, pero lo que realmente amaba era el ejército. Cuando Alemania invadió la URSS, en junio de 1941, corrió a alistarse, pero fue declarado inútil para cualquier tarea militar. Sólo superó su depresión cuando lo aceptaron como corresponsal de guerra. Vivió con los soldados, los bombardeos y "la punzante premonición de las pérdidas inminentes ". Estuvo con el 50 Ejército del general Petrov, al que retrató cuando "dejaba su té y su mermelada de frambuesa para firmar las sentencias de muerte de los desertores ". Estuvo en el infierno de Stalingrado donde describió "el olor habitual de la línea del frente: una mezcla de depósito de cadáveres y herrería ". Grossman integró la constelación de los "escritores de guerra " soviéticos, pero nunca brilló como Ilyá Ehrenburg o Konstantin Símonov, aunque según el novelista Víctor Nekrásov, sus notas eran leídas y releídas hasta dejar el periódico hecho jirones. Por entonces, el héroe de la narrativa no era necesariamente un miembro del partido, como ocurrió en la literatura de preguerra. Grossman mostró a sus héroes como "esas gentes sencillas del pueblo, que van al combate y a la muerte con la misma habitualidad que los obreros van a la fábrica". Si algo se reprochó en vida fue no haber evacuado a su madre. En setiembre de 1941, Yekaterina Savelievna fue asesinada junto a otros 30 mil judíos de Berdichev. La muerte de su madre y las primeras evidencias del genocidio llevaron a Grossman a la toma de conciencia e su dentidad udía. Fue el primero en investigar la masacre de Ucrania, que marcó el principio de la Shoah, y los campos de la muerte en Polonia, que fueron su culminación. Para El infierno de Treblinka (1944) Grossman entrevistó a campesinos locales y a sus 40 sobrevivientes: la reconstrucción del funcionamiento del campo es de una minuciosidad tan sobrecogedora que llegó a pedir disculpas a sus lectores. El documento fue utilizado en los juicios de Nüremberg. Finalizada la guerra y por encargo del PC, trabajó junto a Ehrenburg en El libro negro , con documentación sobre el aniquilamiento de judíos en los campos nazis, que no vio la luz en la URSS. Según Tzvetan Todorov, Grossman es el único ejemplo de un escritor soviético que cambió de parecer completamente, juicio arriesgado que lo encasilla como "conformista " en los 3040 y como "disidente " en sus obras finales. Su novela El pueblo inmortal (1943), nominada al premio Stalin, fue vetada por éste pese a haber sido elegida unánimemente. En 1952, cuando fue publicada su relativamente ortodoxa Por una causa justa , varios miembros del comité judío antifascista, que él integraba, fueron detenidos o asesinados: no pocos creen que de no haber muerto Stalin en 1953, Grossman habría sido arrestado. En los años siguientes gozó del reconocimiento público y fue condecorado. En el momento cumbre del "deshielo ", octubre de 1960, creyó que Vida y destino podría ser publicada y entregó los manuscritos a la revista Znamya. Meses después el KGB allanó su vivienda en busca de otras copias. No lo habían detenido a él, sino a su novela. Vida y destino , al parecer con más fama que lectura, fue equiparada con Archipiélago Gulag , del Nóbel Solzhenitsyn, por su "peligrosidad " para el régimen. Acaso sea una simplificación. Los personajes de Grossman parecen sobrellevar el fatalismo de sentir que el destino deja de pertenecerles, que se disuelve en la realidad de todos los días. La inexorable cronología que pauta sus novelas va revelando que mientras ocurre la Historia, la libertad de los que participan en ella deviene retaceada. En otros enfoques suele haber coincidencias: la fascinación de Grossman por Tolstoi se revela en su inclinación por el fresco social y la épica popular contra la invasión, mientras que en los dilemas de la culpa y lo moral, en la búsqueda de Dios, el que aparece es Dostoievski. Sin embargo, es el democratismo chejoviano de las pequeñas cosas cotidianas, un ámbito antitotalitario por definición, el que mejor encaja en su narrativa. Nuestro autor va mostrando lo grande o pequeño; contrapone la idea de bondad, que justifica lo mejor del género humano, con la idea del Bien, en cuyo nombre se justifican los sistemas totalitarios. Grossman escribió sobre uno de los períodos más oscuros de la historia. En los campos de concentración percibió el estrato más bajo y cruel de la condición humana. Y aunque fuera a través de la ficción, penetró en las cámaras de gas, un espacio del que nadie pudo salir para dar testimonio. Con todo, siempre halló un hálito de esperanza. Pocos momentos de la literatura universal se acercan tanto al horror y a la congoja, pero también a la ternura como la escena entre Sonia Osipovna y un niño desconocido, David, en un vagón ferroviario, rumbo a la muerte. Ella renuncia a salvarse para estar junto a él, y ya en la cámara de gas, toma al niño en sus brazos, siente su estremecimiento final, y acompaña su muerte con la propia. Vasili Grossman murió en Moscú el 14 de setiembre de 1964, pobre y olvidado.



Comentario
Eduardo Pogoriles


No es fácil establecer qué es lo más conmovedor en Vida y destino : ¿el coraje testimonial de su autor?, ¿el logro artístico?, ¿la piedad que Vasili Grossman siente por sus personajes, seres confundidos que viven como extraños para sí mismos y para los demás? Como en La guerra y la paz de Tolstoi, Grossman nos presenta un universo, esta vez centrado en la familia del científico Víctor Shtrum durante la época de la batalla de Stalingrado, en 1942. En este universo, la aventura que vive cada uno de los personajes reverbera, como un eco, en la vida de otros. Como lectores, estamos ante una mirada panorámica de la sociedad rusa en tiempos de Stalin, con personajes de todos los niveles sociales, a quienes el terror ha acostumbrado a disimular lo que verdaderamente sienten o piensan. En sus mejores momentos, esta novela tiene la respiración épica de Tolstoi, la hondura filosófica de Dostoievski, la mirada humanista de Chejov.
Sin caer nunca en el cinismo, Grossman –que cubrió toda la guerra como periodista para el diario oficial del Ejército soviético, Estrella Roja – muestra la amarga paradoja encerrada en el triunfo ruso en la batalla de Stalingrado: esa victoria santifica el giro nacionalista de la revolución bolchevique y el culto a Stalin. Es una victoria que disimula muchos horrores y por eso el autor, desilusionado, lúcido, se resiste a construir leyendas.
La novela se abre en un campo de concentración alemán donde algunos oficiales soviéticos capturados analizan la posibilidad de pasarse al enemigo. Luego puede ocuparse de las luchas de poder entre los científicos que –como Shtrum – intuyen las posibilidades abiertas por la fisión del átomo y las teorías de Einstein. Más tarde, el relato puede ir y volver sobre la vida cotidiana en distintos escenarios de Stalingrado, desde la perspectiva de los soldados, los generales –rusos o alemanes – pero también los civiles que sobreviven en la ciudad bombardeada. Grossman puede seguir el destino de un comisario soviético, Krimov, que caerá en desgracia. Hay muchas escenas inolvidables. Aquella donde Liss –jefe de un campo de concentración alemán – le asegura al viejo bolchevique Mostovskoi –ocasional compañero de conversación – que no hay mayores diferencias entre Hitler y Stalin. ¿Cómo olvidar el monólogo de la médica militar rusa Sofia Levinton en la cámara de gas?¿Y el momento en que el científico Shtrum, acosado por sus colegas, recibe una inesperada llamada telefónica de Stalin que le salva la vida? ¿Y aquella situación en el Gulag ruso, cuando el veterano bolchevique Magar le dice a su discípulo Abarchuk: "nos equivocamos, mira adónde nos ha llevado nuestro error (. . . ) no comprendimos la libertad. La aplastamos ". ¿Dónde anida el mal?, se pregunta Grossman al iniciar su novela. Es una pregunta que, desde siempre, desvela a los teólogos. Artista al fin, Grossman intentó contestar esa pregunta escribiendo Vida y destino , una obra mayor, desesperadamente sincera, que no se publicó en Rusia hasta la década de 1990. Ahora los lectores pueden conocerla en español, en la estupenda traducción directa del ruso –de Marta Rebón – que es otro mérito de esta cuidada edición.


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