viernes, 13 de febrero de 2009

Cortázar: La aventura de transformar la vida en un cuento fantástico

El jueves se cumplen 25 años de la muerte del autor de Rayuela. Aquí, las claves de su vigencia inoxidable.

Por: Mario Goloboff





FINAL DEL JUEGO. Cortázar en diciembre de 1983, dos meses antes de morir. La foto fue tomada en un hotel céntrico de Buenos Aires.






BRUSELAS. La foto más antigua que se conoce de Julio Cortázar en su ciudad natal. Misterio y belleza.






DIVINO TESORO. Dos escenas de la juventud del escritor. De aire andrógino, aquí, en el interior argentino...



...Y esta siguiente en París a principios de los años sesenta.





AURORA. Con Aurora Bernárdez, su primera mujer. Se casaron en 1953. La obra de Julio Cortázar está hoy bajo su custodia.






CAROL. Con su tercera mujer, Carol Dunlop, en el departamento que tenían en París. Juntos escribieron el libro-collage Los autonautas de la cosmopista.






RAYUELA. La novela más celebrada de Cortázar se publicó en junio de 1963 y vendió, sólo ese año, cinco mil ejemplares. Al día de hoy lleva casi cincuenta ediciones.


Alguien me dijo en París que el escribía en el café Old Navy, del boulevard Saint Germain, y allí lo esperé varias semanas, hasta que lo vi entrar como una aparición. Era el hombre más alto que se podía imaginar, con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos a los dominios del corazón..." (Gabriel García Márquez, El País de Madrid, 22 de febrero de 1984)


A veinticinco años de su muerte, hay por lo menos tres grandes campos donde se deben reconocer las mayores innovaciones producidas por Cortázar. Tienen que ver con los cambios, tal vez estructurales, que introdujo en el relato fantástico; con los elementos del sistema narrativo, y con sus ideas, realmente particulares, sobre la función de la lectura y del objeto libro. Respecto de los primeros, se presenta la tan debatida cuestión de la existencia, a lo largo de su vida de escritor, de "uno" o de "dos" Cortázar. La de una persistencia y una fidelidad primordiales a sus tempranos amores estéticos y literarios o, por el contrario, la de un abandono de los horizontes de la belleza artística en aras de compromisos políticos y sociales a los que habría advenido tardíamente. Pero la unidad de su obra cuentística desmiente esta versión. Ya desde sus primeros relatos, los contextos domésticos y cotidianos, así como los sociales y políticos, son fácilmente perceptibles en sus cuentos fantásticos sin que ellos (y he aquí una de sus grandes singularidades) dejen de ser fantásticos. Textos como "Casa tomada", "Omnibus" (con las oposiciones Chacarita-Recoleta, mayorías-minorías), "Las puertas del cielo", "Bestiario", "Las ménades", dan cuenta de nuevos fenómenos colectivos y de nuevas fuerzas sociales --la invasión de "los cabecitas negras" al coto cerrado de la clase media porteña-- que lo irritarían hasta el punto de pintarlos (luego habría de arrepentirse públicamente) con los trazos más oscuros y caricaturescos. Lo fantástico es, para él, algo que está en la realidad, una inquietud que surge, como lo puso el mismo, "en un plano que yo clasificaría de ordinario", en sus "intersticios", y que una mirada educada por el racionalismo, "por el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII", no nos permitiría ver. Por eso, cada vez que habla del realismo le añade un adjetivo: "ingenuo", "falso".


Con Cortázar, por primera vez en la literatura rioplatense, se hace partir lo fantástico de situaciones domésticas, cotidianas, naturales; va brotando casi imperceptible, subrepticiamente, de aquellos "intersticios", y termina abarcándolo todo: "Cartas de mamá", "Las babas del diablo", "Autopista del sur", otros relatos como los muy políticos (que nunca dejan de ser fantásticos) "Grafitti", "Alguien que anda por ahí", "Apocalipsis en Solentiname", y tantos cuentos en los que el paso de un nivel al otro es apenas visible. Así, Cortázar habría obrado, alterándola, en la estructura misma del género, que hizo de la inverosimilitud (fantástica), y de su alejamiento de la representación de lo real, sus piedras fundamentales. Respecto del segundo campo donde aportó innovaciones considerables, el de los elementos del sistema narrativo, Rayuela (1963) introdujo cambios en la serie literaria que no pueden desconocerse. Enlazó la novela con las revoluciones poéticas anteriores e hizo entrar, de un modo tan ostensible como provocativo, la renovación literaria en el texto de ficción.


Contemporáneamente, se tuvo la impresión de que algo sucedía con este nuevo lenguaje narrativo, y de que cierto deslizamiento de la épica a la lírica, y del terreno de la oralidad al de la escritura, se estaba produciendo ahora también en la novela o, mejor dicho, Rayuela estaba ayudando a producir. En el gran movimiento literario, manifestado tan ruidosamente en los 60 (con sus alteraciones en el horizonte anecdótico así como en las técnicas de contar y de organizar los elementos del sistema novelístico), sin Rayuela habría faltado un acento indispensable: la nueva visión del género, el cuestionamiento del hecho mismo de narrar, la negación de las costumbres de consumo en la lectura y, con ella, el sacudimiento del lector. En tal sentido, es justo decir que, de todo aquel obrar colectivo, Cortázar fue uno de los pocos, si no el único, que siguió siendo fiel a la artesanía, al trabajo y a la búsqueda. Por último, en su constante lucha por salirse de las formas conocidas, de los géneros, avanza contra otras ataduras, otros confines de la expresión. Entre ellos, el objeto heredado, limitado, cerrado que se llama libro.


Un combate, más que contra los saberes que vehiculiza, contra hábitos seculares: "...le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno" (Rayuela, capítulo 99). Esos "más allá" del objeto se manifiestan en títulos y subtítulos que elige; en intentos de traducir su práctica estética a otra (música, pintura, fotografía), como se ve en "El perseguidor", "Fin de etapa", "Las babas del diablo". Rayuela fue el punto más alto, lo que explica que quiso evitar por años el subtítulo novela: "Llamaré (subtítulo) ALMANAQUE". Es decir, un objeto diferente, por tamaño, forma y función, del clásico libro. O cuando mantiene la decisión de llamarla Disculibro o Discu-libro, el propio objeto en discusión. Antes, pueden anotarse el poema dramático Los reyes (1948) y algunos cuentos. Luego publica 62. Modelo para armar (1968), donde continúa, desde el mismo título, cuestionando el objeto y, en 1969, lleva a la práctica su desarticulación: Último round, un libro que contiene como mínimo dos, compuesto por "Planta baja" y "Primer piso"; aquí necesariamente deben mezclarse, superponerse las lecturas de ambas partes. Amén de otros volúmenes armados por collage o ensamblaje, como Libro de Manuel, la historieta Fantomas contra los vampiros multinacionales, el texto Silvalandia (que acompaña la obra gráfica de Julio Silva), Los autonautas de la cosmopista, compuesto con Carol Dunlop, dibujos de su hijo, anotaciones varias, un "Diario de ruta", fotografías y documentos diversos. Así, entre gestos voluntarios e involuntarios, entre actos más o menos llamativos y más o menos radicales, mantiene Cortázar una sostenida propuesta de trascender el objeto tradicional, para configurar otra entidad que, al menos desde el Persio de Los premios, comenzaba a cobrar cuerpo en su deseo de "Borrar las palabras /.../ ver qué dibujo sale de ahí /.../ no estoy lejos de pensar que un día veré nacer un dibujo que coincida con alguna obra famosa, una guitarra de Picasso, por ejemplo /.../ si eso ocurre tendré una cifra, un módulo. Así empezaré a abrazar la creación desde su verdadera base analógica, romperé el tiempo espacio, que es un invento plagado de defectos".


Paradójico destino, pues, el de todo creador fiel a la literatura: avizorar y preparar el ocaso, anunciar el fin de la especie. Rayuela, de vuelta: "Lo que él quiere es transgredir el hecho literario total, el libro, si querés". Cortázar fue, también, portador de ese desgarramiento y de ese sueño. ¿Habrán sido, finalmente, resabios de aventuras de la vanguardia como la patafísica, de la herencia estética del surrealismo, o atisbos, con otros como Blanchot, Borges y Jacques Derrida, de la postmodernidad que sobrevendría?


Mario Goloboff es autor de Cortázar, la biografía (Editorial Planeta, 1998)



El regreso, Alfonsín y la cita que no fue


"Tengo la impresión de que tenemos que tener un optimismo (...) Quiero ver de cerca todo y luego establecer una frecuencia de viajes", decía Cortázar en una entrevista poco antes del regreso de la democracia y de su inesperado último viaje al país. En tanto, Alfonsín, en carácter de presidente electo recibía a los intelectuales del país. Borges y Sábato, entre otros, sin importar las opciones políticas de cada uno. No fue así con Cortázar, asociado con la izquierda, la revolución cubana y el sandinismo. El frustrado encuentro entre el escritor y el ex presidente sigue siendo hoy un tópico de la relación entre el poder político y la cultura en la Argentina. "Hubo muchas versiones, pero yo pienso simplemente que entre los concejeros políticos-culturales de Alfonsín le recomendaron que no era oportuno entrevistarse con Cortázar", dice Mario Goloboff. Con el paso del tiempo, la pregunta se volvió tan insistente como esquiva la respuesta. Hasta aquí, la explicación más concreta que dio el ex presidente es que el desencuentro obedeció a un mero error de agenda de su secretaria Margarita Ronco. Clarín intentó obtener una ratificación de la versión de Alfonsín pero en el entorno del caudillo radical se excusaron de dar explicaciones. Uno de los amigos porteños -- que prefiere no ser identificado para esta nota--, que recibió a Cortázar a su regreso asegura que fue un conocido asesor cultural alfonsinista quien juzgó el encuentro inconveniente por la presunta vinculación de Cortázar con la guerrilla revolucionaria. El periodista Carlos Gabetta recuerda ahora la tristeza posterior de Cortázar tras el rechazo de la corte radical. A pesar de que a Cortázar no le gustaba demasiado codearse en las altas esferas de la políticas -añade Gabetta-- "en su país y en esas circunstancias por supuesto que le dolió". La herida tardó mucho en cerrar. Goloboff recuerda que en el entierro de Cortázar en Montparnasse "no hubo una sola presencia oficial". Hasta bien entrado el menemismo, en tanto, su foto estaba ausente en la embajada argentina en París. Pero ante la polémica por la elección de los íconos que representarán a la Argentina en Frankfurt 2010, el poder terció a su favor. La misma presidenta Kirchner pidió: "pongan a Cortázar".


Cortázar básico

Bruselas, 1914 - París, 1984


Sus padres volvieron a la Argentina cuando tenía cuatro años. Vivió en Banfield y fue profesor de la Universidad de Cuyo. En 1951 se radicó en París donde trabajó como traductor para Unesco. Parte del boom latinoamericano de los 60, representó el modelo del intelectual comprometido. Regresó fugazmente en 1983 y murió el 12 de febrero de 1984 a los 69 años.



CORTÁZAR, A 25 AÑOS DE SU MUERTE

Los cronopios invaden Buenos Aires


Durante un mes se llevarán a cabo homenajes al autor de Rayuela . Además se publicarán textos inéditos y habrá una gran intervención urbana en el Obelisco


Los "cronopios" echan de menos a su genial creador, el escritor argentino Julio Cortázar, de cuya muerte se cumplen este jueves 25 años. Pese a haber pasado la mayor parte de su vida fuera de su país, Buenos Aires no se olvida de este símbolo de la literatura argentina y le dedicará diversos homenajes. El 12 de febrero se inaugura en Buenos Aires el programa organizado por la Dirección General del Libro y Promoción de la Lectura porteña, que contará con actividades gratuitas y abiertas al público vinculadas al autor y su obra hasta el 21 de marzo. La inauguración será en la Biblioteca Ricardo Güiraldes con el preestreno de la película Mentiras piadosas , de Diego Sabanés, inspirada en La salud de los enfermos , de Cortázar. Durante un mes habrán seminarios, proyecciones de cine, obras de teatro, conferencias, y música. Participarán en el ciclo Luisa Valenzuela, Rodolfo Rabanal, Pedro Mairal, Ana María Bovo y otros autores. El cierre estará a cargo de la artista plástica Marta Minujin, quien realizará una intervención urbana en la que instalará 300 rayuelas para jugar en la Av. 9 de Julio. Condiciones para jugar: Llevar en mano libro o texto de Julio Cortázar. Mientras, nuestras librerías volverán a tener a Cortázar en las vidrieras gracias a los lanzamientos de la editorial Alfaguara. La mayor sorpresa llevará el nombre Papeles inesperados: un volumen de 400 páginas con textos inéditos y dispersos escritos por Julio Cortázar a lo largo de toda su vida. El libro incluye once relatos nunca incluidos en libro; tres historias de cronopios que habían desaparecido; un capítulo inédito de Libro de Manuel; cuatro autoentrevistas y trece poemas inéditos. La edición estuvo a cargo de su viuda y albacea Aurora Bernárdez y el especialista Carles Álvarez Garriga. Además la editorial presentará una edición corregida de Salvo el crepúsculo, que reúne los poemas de Cortázar y el libro para niños Discurso del oso, la historia de un oso que habita las tuberías compuesta en 1952. Por su parte, el mismo jueves 12 de febrero de 22 a 24 Canal (á) dedicará un ciclo de homenajes para quienes quieran entrar al mundo cortazariano desde la comodidad de su sillón. El homenaje comenzará con la emisión de "Buenos Aires al pie de la letra", un ciclo que describe las historias y los secretos que entraña la ciudad de Buenos Aires a través de los escritores que transitaron sus calles y quienes la convirtieron en escenario de sus sueños. Luego "Historias de Vida", permitirá acercarse a la vida y la obra del destacado personaje, mediante entrevistas a personas vinculadas con él, por último a las 23 llegará "Ciudad Natal" con un registro de la vida del artista desde su cuna y a partir de su ciudad de origen.


Las lecturas de Cortázar

En Madrid, la Fundación Juan March expone el legado bibliográfico del escritor que fue donado por su viuda y albacea Aurora Bernárdez


MADRID, (EFE).- Descubrir a un escritor como Cortázar a través de sus lecturas, de sus obras de referencia, de sus anotaciones y de sus subrayados es un trabajo apasionante que la Fundación Juan March de Madrid permite a través de la biblioteca del escritor, donada por su viuda y albacea Aurora Bernárdez en 1993. "Es una manera de investigar su personalidad. Qué le interesaba a Cortázar. Se hacen al muchas tesis sobre Cortázar y a menudo recibimos a estudiantes que buscan aquí una de las pistas fundamentales para entenderle", explicó Paz Fernández, directora de las bibliotecas de la fundación. La de Cortázar recoge los libros que el autor de "Bestiario" tenía en la casa donde murió el 12 de febrero de 1984 en París, donde se acumulaban los innumerables referentes que forjaron una sensibilidad y una morfología literaria únicas. Con sus más de 4.300 piezas -entre libros y revistas-, esta biblioteca, que se esconde en los fondos de la fundación, es una aventura salteada similar a la que el escritor -nacido en Bruselas en 1914 de padres argentinos y nacionalizado francés en 1981. Una rayuela de lecturas Cortázar definió su vínculo con los libros propios y ajenos: "Desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas". Se puede leer de seguido por orden alfabético desde el "Amadís de Gaula" hasta el "Ulises", de James Joyce. O se pueden rastrear las pasiones del genio, atento a la imagen -con libros de arte y cine, con mención para Groucho Marx-, la espiritualidad -varios Nuevos Testamentos, estudios sobre los vedas y el budismo-, la música -fanático del jazz- y la sexualidad -con textos de Sade. Existe un recorrido marcado para el coleccionista: los lúdicos discos visuales de Octavio Paz, que giran y desvelan nuevas rimas; una edición curva de "Vrindaban", del mismo autor; "Cartas de un joven escritor", de Ernesto Sábato, con hojas de cartón grueso y envuelto en tela de saco, o la infinita combinación de versos sueltos de Raymond Queneau en "Cien mil millones de poemas". Se puede seguir, si no, al lector minucioso que repasaba y desgastaba sus libros favoritos, los completaba y los desafiaba. "íQué vulnerable es uno al despertar de esos sueños cuya apoteosis es la muerte!", subrayó en una edición de 1933 de "Opio", el libro de Jean Cocteau que marcaría su manera de escribir. Uno puede detenerse también en la casilla del Cortázar más liviano. El que guarda una preciosa y antiquísima edición de "20.000 leguas de viaje submarino", de su admirado Julio Verne, al que descubrió de niño y al que homenajeó en su ensayo "La vuelta el día en ochenta mundos". Las aventuras -con varias ediciones de "Robinson Crusoe" y un ejemplar de "El señor de los anillos"- y el género de novela de vampiros, casi todas ellas en edición de bolsillo de la editorial Penguin, tienen una sorprendente presencia en su biblioteca. De ahí se puede pasar a la senda del Cortázar traductor. El que hizo las mejores ediciones en castellano de Edgar Allan Poe y reprochaba a André Breton introducir ideas aparentemente nuevas en el surrealismo tomadas, según Cortázar, del autor de "El péndulo de la muerte". Y por supuesto, otra de las paradas obligatorias de la "Rayuela" la marca el círculo intelectual en el que se movía. Sus relaciones con Octavio Paz -con un "A Julio. Más cerca que lejos, en un allá que es siempre aquí" le dedicó el mexicano "Los hijos del limo"-, Onetti, Alejandra Pizarnik o Neruda, que siempre firmaba sus libros con tinta de rotulador verde. Cortázar rubricaba sus libros. Primero como Julio Denis. Luego como Julio Cortázar. Los leía en varios idiomas: inglés, francés, castellano y alemán, y los coleccionaba en japonés, en hebreo, en ruso o incluso acumulaba poesía sánscrita.


Instrucciones para llorar
Por Julio Cortázar

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.


Literatura Julio Cortázar
Un estratega de la novela
Valorado especialmente como cuentista, el autor de Rayuela -de cuya muerte se cumplen veinticinco años el 12 de febrero- construyó una obra novelística en la que, gracias a su singular estilo narrativo, logró eludir los rasgos típicos del género


Por Eduardo Berti
Para LA NACION - Madrid, 2009
Julio Cortázar siempre planteó con gran claridad la diferencia, a su juicio, entre novela y cuento. En numerosas entrevistas comparó la novela con el cine y el cuento con la fotografía, aun cuando -por esas paradojas que abundan- fueron sus cuentos los más llevados al cine, incluso aquellos que ponen en acción a un fotógrafo. En otras ocasiones dijo que si una novela es un árbol (con un tronco central, es cierto, pero con profusas ramificaciones), un buen cuento debería asemejarse a una esfera perfecta o, mejor todavía, a una "máquina infalible", como puede leerse en "Del cuento breve y sus alrededores" ( Último round ). De los representantes arquetípicos del llamado " boom latinoamericano", ninguno como él logró posicionarse con igual reputación en términos de cuentista y de novelista, ninguno con la célebre excepción de Gabriel García Márquez, cuyos cuentos y novelas (salvo la innegable primacía de Cien años de soledad ) han sido valorados más o menos por igual. Algo no tan distinto ocurre en el ámbito de la literatura argentina escrita a partir de mediados del siglo XX: Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Ángel Bonomini o J. R. Wilcock fueron y son clasificados como cuentistas; Ernesto Sabato o Leopoldo Marechal, como novelistas. Entre los primeros y los segundos, sólo contados autores, por ejemplo Adolfo Bioy Casares o Marco Denevi, plasmaron textos de peso indudable en uno y otro terreno.


Aparte de conocer los rasgos inherentes al cuento y a la novela, Cortázar también sabía que, en términos de impacto o de alcance, el cuento siempre cargó con una reputación de "marginal", acaso no tanto en el Río de la Plata (cuenca de cuentistas, como se acostumbra afirmar), pero sí en el resto del mundo, sin excluir España. Consultado sobre la relativamente poca repercusión de la obra de Juan José Arreola o de Felisberto Hernández (dos magistrales cuentistas cuya mirada no dista de la suya), Cortázar solía sostener que esto acaso se debía a que ambos se habían consagrado sólo de forma excepcional a la novela. "La novela es el gran medio de comunicación y de conocimiento literario", puede leerse en una entrevista que le hizo el periodista Hugo Guerrero Marthineitz, allá por diciembre de 1973, y recogida en el libro Confieso que he vivido y otras entrevistas (LC Editor, 1995). "El lector en general, y el editor también, tienen una preferencia intuitiva por la novela." En los últimos años se ha instalado la opinión de que las novelas de Cortázar no han envejecido de forma tan digna o saludable como su obra cuentística (casi lo opuesto, quizá, de lo que parece ocurrir en el caso de Bioy Casares). A partir de esa convicción, parece tentador y hasta fácil afirmar que Cortázar fue en esencia un cuentista o que sus novelas son, en definitiva, las películas de un fotógrafo. La cantidad de novelas que escribió Cortázar (y la constancia con que lo hizo) bastarían para desmentir esta idea. Sin embargo, no es menos cierto que sus incursiones novelísticas eludieron de diversas maneras los rasgos típicos del género, a tal punto que el libro paradigmático en este campo, Rayuela , suele leerse todavía como un modelo de "antinovela". A diferencia de lo que sucede en sus cuentos, en las novelas de Cortázar la novedad formal se exhibe de modo mucho más enfático o explícito. Algo de esto quiere decir Gonzalo Garcés en su texto "Instrucciones para criticar a Cortázar" ( Letras Libres , junio de 2004), deteniéndose sobre todo en Rayuela :
¿Obra abierta? ¿Lector activo? En realidad toda obra es abierta, todo verdadero lector ha sido siempre activo. Y sin instrucciones de ningún tipo siempre ha habido quienes lean en el orden que les da la gana. Cortázar empieza por asestarnos un tablero de dirección y en adelante las palabras "búsqueda" y "libertad" no dejan de machacar hasta asegurarse de que hemos interpretado la novela correctamente. No hay totalitarismo que no tenga la liberación por divisa. Acerca de Borges, Paul Auster sostuvo hace poco, en diálogo con Tomás Eloy Martínez ( adn cultura, 11 de agosto de 2007), que "su mayor fuerza radicaba en que conocía sus límites" y que por eso mismo no se aventuró jamás a escribir una novela. La teoría no es nueva: un escritor con oficio y, de ser posible, con cierta autoconciencia suele (debe) conocer sus límites; más aún, la pericia literaria suele basarse en cómo trabaja estos límites o, puesto en términos más prosaicos, en cómo se las rebusca con ellos. Cuentista nato (cientos de veces confesó que las ideas para sus relatos solían tomarlo por asalto, "al margen de mi voluntad" o aun en "estado de trance"), más a gusto en la exploración de los misterios cotidianos que en la odisea de una épica, en los abruptos y acotados "saltos" o "pasajes" que en las extensas travesías, Cortázar no se limitó a concebir sus novelas como cuentos "alargados" (lo que se advierte, a menudo, en la obra de otros autores), ni tampoco las forjó como una secuencia de cuentos en torno a una unidad espacio-temporal (la inteligente solución, entre otros, de Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas ). Existe, desde luego, el caso de "El perseguidor", una rara avis por su extensión intermedia, próxima a lo que Henry James denominaba nouvelle . Pero en cuanto a la novela propiamente dicha, a grandes rasgos Cortázar enfrentó y resolvió sus límites (volviendo a la noción de Auster) por medio de dos estrategias primordiales: la "acción pospuesta" y el "cajón de sastre". El primer camino, el de la acción pospuesta, consiste en postergar cierto acontecimiento prometido o sugerido, pero en todo caso esperado por el lector, hasta un punto que por lo común excede incluso el final del libro: el relato se expande y "alarga", sí, aunque de manera no tradicional (la estratagema incluye muchas veces la decepción o la no concreción de expectativas instaladas por la trama), y esto es lo que ocurre en las primeras novelas de Cortázar, en Los premios y ante todo en El examen . En cuanto al segundo camino: que una novela puede ser un "cajón de sastre", un gran baúl en el que cabe casi todo, es una certera imagen acuñada por Pío Baroja y es lo que postula hasta la audacia Rayuela , aparte de su fragmentación, de su estructura ingeniosa y de su exhortación a un lector activo (a un lector cómplice), todo esto en la línea de "obra abierta" que más tarde proclamaría Umberto Eco. En simultáneo con estas estrategias, conviene tener presente que todos los libros de Cortázar no hechos de relatos ortodoxos (desde una novela nada convencional como El libro de Manuel o un lúdico diario de viaje como Los autonautas de la cosmopista hasta esos "almanaques" o libros de misceláneas que son Último round , La vuelta al día en ochenta mundos o incluso Un tal Lucas ) podrían alistarse dentro de lo que Juan José Saer supo identificar como "una de las tradiciones vitales de la literatura argentina": la de las obras singulares que, de igual modo que los poemas narrativos de Juan L. Ortiz, los ensayos de Borges o el Museo de la Novela de la Eterna de Macedonio Fernández, "no entran en ningún género preciso" (ver El concepto de ficción , Ariel, 1998) y que, más aún, impugnaron o extendieron los límites del "horizonte de expectativas" literarias, por hablar de lo que esperan los lectores de algunos libros o géneros. "Hay ciertos temas que no se pueden tratar como cuentos, sino que exigen un desarrollo novelístico. Cuando se quiere ahondar en ciertos personajes o mostrar sucesivas etapas en una situación dada, el cuento no sirve", explicaba Cortázar en la entrevista que le hizo Guerrero Marthineitz, otra manera de decir que "cada expresión comunicable reclama su forma, es su forma", como escribió en "Sobre las técnicas, el compromiso y el porvenir de la novela", texto originalmente publicado en El escarabajo de oro , en noviembre de 1965. Lo llamativo, en la obra de Cortázar, es que el novelista y el cuentista (con todo lo artificial de esta división, máxime al tratarse de alguien que hablaba de "la bancarrota de los géneros") plantean diferencias que sobrepasan los matices lógicos o "naturales" entre un género y otro. Por supuesto que sus cuentos tienden a limitarse a un hecho central y no a una pluralidad de incidentes; por supuesto que sus novelas causan la ilusión de estar ocurriendo en presente, mientras que los cuentos parecen rescatar hechos pasados. Esto podría aplicarse sin problemas a la obra de muchos otros escritores. Sin embargo, hay una diferencia específica entre el Cortázar cuentista y el novelista: los personajes y narradores de los cuentos parecen contemplar el mundo como si no lo entendieran (incapaces de descifrar la compleja y absurda pesadilla de la cotidianidad), mientras que los personajes de las novelas tienen mil y una teorías a boca de jarro. Expresado de otro modo: la desconfianza ante las certezas aceptadas por consenso social puede asemejarse, pero la respuesta no es idéntica. En los cuentos de Cortázar, se sabe, el "extrañamiento" es moneda corriente y acaso la manifestación de otra "esperanza": que las cosas podrían ser de manera distinta; que las convenciones son provisorias, arbitrarias. "Siempre he sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hemos aprendido por fin a no sorprendernos de nada", reza "Del sentimiento de lo fantástico" (texto de La vuelta al día en ochenta mundos ). Cuando se habla de "extrañamiento" cortazariano, suelen citarse algo de memoria los mismos ejemplos. Tanto en las "Instrucciones para subir las escaleras" ( Historias de cronopios y de famas ) como en "No se culpe a nadie" (el cuento del hombre que no termina de ponerse su pulóver), un acto banal, algo que bien podría cumplirse de manera irreflexiva, es explicado o ejecutado de forma tan minuciosa que acaba por desfamiliarizarse. Esto, huelga decir, es "Cortázar básico", pero conforma en simultáneo una de las reglas doradas del llamado "neofantástico". En estos casos, como creía Bioy Casares, lo fantástico se halla menos en los hechos que en el "razonamiento", más en el sujeto (en el hombre) que en lo "fantasmal" o en las así llamadas "fuerzas ocultas". Ahora bien, resulta muy revelador cuando Cortázar obra al revés: cuando en lugar de complicar o "extrañar" un hecho habitual, familiariza un hecho excepcional. Es el caso de un cuento como "Los amigos", incluido (lo mismo que "No se culpe a nadie") en su libro Final del juego : un hombre debe matar a otro que años atrás fue su amigo. Todos hemos subido y bajado una escalera, todos nos hemos puesto un pulóver, pero matar es otra cosa. En un texto convencional, este solo punto de partida hubiese planteado un conflicto: ¿cómo asesinar a alguien, mucho menos a una persona que hemos querido bien? Lo inquietante de "Los amigos" es que el personaje central no siente el mínimo remordimiento. Se ha vuelto un asesino a sueldo y se ha deshumanizado hasta convertirse en una máquina de matar, hasta perder su nombre (Beltrán) y pasar a ser, dentro de la "organización", el Número Tres. Si algo sorprende al Número Tres, son los detalles "técnicos" de la orden que ha dado el Número Uno: el lugar y el horario escogidos para el crimen. Tan sólo eso. "Los amigos" no es un cuento fantástico ni busca serlo. No obstante, en sus pocos párrafos no tropezamos únicamente con la óptica del "extrañamiento", sino que en su desenlace Cortázar echa mano a un ardid que es todo un sello en su obra cuentística: el "salto al otro lado". Vladimir Nabokov, tan aficionado a ponerles nombres ajedrecísticos a las tácticas narrativas, habría hablado quizá de "enroque". El asesino, escribe Cortázar en "Los amigos", piensa de pronto "que la última visión de Romero había sido la de un tal Beltrán, un amigo del hipódromo en otros tiempos". La misma cosa se detecta en "Axolotl" (cierto hombre mira hechizado a los peces, pero al final hay un cambio de perspectiva y vemos al hombre desde el interior de la pecera) y hasta ocurre con variantes en "La noche boca arriba" o en "Las puertas del cielo" y sus "zonas de pasaje" ("vasos comunicantes", prefiere decir Mario Vargas Llosa): sus saltos temporales y geográficos de París a Buenos Aires y viceversa. ¿Qué indica o confirma un cuento como "Los amigos"? Que la diferencia entre el Cortázar novelista y el cuentista no yace en que el segundo sea "fantástico", como varias veces se ha dicho. Toda la obra cortazariana, sin distinción de géneros, se opone "a ese falso realismo que consiste en creer que las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII", según palabras del propio Cortázar. La diferencia radica, más precisamente, en que la desconfianza hacia lo "normal", "usual", "real", o como quiera etiquetarse, se manifiesta de forma distinta en los cuentos o en las novelas. Y en que ello es el fruto de estrategias también distintas, de narradores diferentes. La abundancia de puertas condenadas es una poética que define más al cuentista de la escala minúscula y de la perspectiva restringida que al novelista de los vastos espacios urbanos (el París de Rayuela , el Buenos Aires de El examen ) y de las múltiples teorías. Quizá no sea casual, por lo tanto, que en la novela que a criterio actual ha soportado mejor el paso del tiempo ( Los premios ) pueda encontrarse un elemento espacial, como la misteriosa popa del barco, que remite al universo de los cuentos, a ese "otro lado" oscuro e ignoto de "Casa tomada" o a la "pieza de al lado" del cuarto de hotel de "La puerta condenada". En la misma entrevista con Guerrero Marthineitz, Cortázar indica que se "embarcó" en la escritura de una novela toda vez que sintió la "necesidad de hacer un viaje largo", dado que los cuentos suelen equivaler a "pequeños cruceros". El verbo (embarcarse) es por lo menos curioso, si se piensa que la primera novela que publicó ( Los premios ) giraba en torno a un prometido crucero marítimo, que la historia de El examen desemboca en otro barco y que su partida a Francia (punto de inflexión decisivo en su vida y su obra) significó un cruce océano: mitad partida y mitad regreso, puesto que su nacimiento, algo por azar, se había producido en Bruselas. Los premios , primera novela publicada por Cortázar, data de 1960. La segunda, Rayuela , es del año 1963. Antes de ambas, había dado a conocer tres libros de cuentos ( Bestiario , 1951; Final de juego , 1956; Las armas secretas , 1959) que lo consagraron como un maestro de la forma breve. El rescate en 1986, tras su muerte, de una novela inédita llamada El examen (y de un libro complementario de ésta, el Diario de Andrés Fava ) no sólo obligó a otra lectura de esta cronología (ahora ya no sería un Cortázar ciento por ciento inmerso en el cuento el que de pronto se "embarcó" en dos novelas, a comienzos de los años sesenta), sino que instaló además un nexo impensado y un antecedente clave entre Los premios y Rayuela , entre la estrategia de la "acción reportada" y la del "cajón de sastre" (Carlos Fuentes llegó a hablar de "caja de Pandora" al referirse a Rayuela ). El examen narra una historia falsamente simple: dos jóvenes estudiantes de letras (Juan y Clara) forman una pareja y, mientras se pasean por Buenos Aires durante la víspera del examen final de su carrera universitaria, se encuentran con su amigo Andrés Fava, poeta, con su compañera Stella y con un quinto miembro del clan, un periodista al que apodan simplemente "el cronista". Las calles, los cafés y los rincones de Buenos Aires son palpables en la novela (es el "amor por las ciudades", característico en Cortázar): Tribunales, el Luna Park, Plaza de Mayo, Parque Centenario, etc. Buenos Aires aún es recorrida por tranvías y la gente usa el pelo engominado, pero no estamos en una novela ciento por ciento realista. A diferencia de tantos cuentos suyos donde lo extraño aparece con gran sutileza, como una grieta de la "normalidad", en El examen lo realista se resquebraja por obra de fenómenos inexplicables y no lejos de lo alegórico. Una bruma inquietante, una neblina que acaso no es neblina "sino otra cosa" cubre la ciudad y el gobierno está efectuando unos análisis científicos al respecto: otro examen, por así decirlo, cuyo resultado jamás verá la luz. En simultáneo, una epidemia de hongos se ha declarado a causa de la humedad y amenaza a los libros y a los empleados de la librería El Ateneo, lo que conduce a Andrés Fava a reflexionar que un libro puede morir como un hombre. El examen se vincula con Los premios porque en sus páginas se plasma el mismo mecanismo de "dilación" que tanto empleó Kafka y que Borges destacara en El desierto de los tártaros , la gran novela de Dino Buzzati; en éste último, así como en el Beckett de Esperando a Godot , como metáfora de absurdo y vacío; en Kafka, se ha sugerido, como metáfora de Dios. Del mismo modo que en Los premios había un objetivo inalcanzable (el viaje en barco), aquí jamás tendrá lugar el examen al que Juan, uno de los personajes principales, tilda de "punto fijo" o de meta a la que dirigirse. (Otra hipótesis: mientras que en las novelas de Cortázar los personajes van en busca de los acontecimientos, en los cuentos suelen ser los acontecimientos los que atropellan a los personajes en el marco de sus rutinas.) Joaquín Roy ( Julio Cortázar ante su sociedad , Península, 1974) ha dicho que el tema preponderante en las novelas de Cortázar (y no tanto en sus cuentos) es "la autodestrucción de una sociedad (la argentina) que cree bastarse a sí misma". El examen calza bien en esta observación de Roy: ha llegado el día de la prueba final y las aulas están bajo llave. No hay profesor alguno, se oyen explosiones y dos hombres que trabajan en la universidad descuelgan un cuadro. Un poco más tarde, de nuevo en la calle (y tras haber visto, refugiado en un café y muerto de miedo, al profesor que debía tomar el examen), los estudiantes chocan contra una estampida humana en la avenida Córdoba. Suenan silbatos. "Sálvese quien pueda", exclama alguien. ¿Una manifestación? Clara no está tan segura de ello. Unas personas cargan a un herido que ha de morir delante de los protagonistas. Imposible llamar a una ambulancia. Los teléfonos no funcionan. ¿Existe un personaje central en El examen ? Podría proponerse a Clara, destinataria del amor de Juan, de Abel y hasta del propio Andrés Fava. Al igual que Morelli en Rayuela , Andrés Fava es aquí el gran álter ego de Cortázar. Es verdad que el autor desliza sus opiniones personales en boca de casi todas sus criaturas, pero el recorrido de Fava es el suyo: el descubrimiento de Opio de Jean Cocteau, de Mallarmé y de John Keats, y hasta ciertos guiños no tan discretos a André Gide, cuya novela Los monederos falsos (publicada en 1925) es uno de los libros que más se citan al abordar el asunto de los posibles precursores de Rayuela . Por El examen sabemos que Fava lleva un diario. Se trata, claro está, del Diario de Andrés Fava , publicado de manera póstuma y en un volumen aparte. Ahora bien, si se sumase este diario a la novela, si se publicase al final, no estaríamos nada lejos de la forma de Rayuela y de uno de los efectos principales que esta forma suscita: la posibilidad de leer ambas historias según dos perspectivas: la primera, como si fuesen "novelas objetivas" (sin los "diarios" o los "fragmentos adicionales" que funcionan, en cierto aspecto, como monólogos interiores); la segunda, como si estuviéramos ante "novelas subjetivas". Demasiados estudios consignaron ya los parentescos entre Rayuela y Macedonio Fernández, el innegable maestro de Borges. Uno de los proyectos más originales de Macedonio fue el de una novela con una "cara mala" ( Adriana Buenos Aires ) y una "cara buena" ( Museo de la Novela de la Eterna ). Multitud de factores desunieron ambas novelas, las que fueron publicadas tras la muerte de Macedonio con casi siete años de intervalo entre una y otra. En la primera, en el primero de los cincuenta y tantos prólogos que la constituyen, se hace mención a cierta novela desordenada por el viento y se invita al lector a que "colabore" a armar o rearmar el texto. En su Rayuela , Cortázar no sólo renovó esta invitación. También logró concentrar en una obra lo hasta entonces desunido: las dos caras de Macedonio, claro está, pero también las dos caras (en su momento, oscuras) de El examen .



Francia, 1974. El autor subraya la solidaridad con el pueblo que acababa de sufrir el golpe militar encabezado por Augusto Pinochet.
Biografía de Cortázar
1914. Nace en Bruselas. Hijo de Julio Cortázar y María Herminia Descotte. Su padre, técnico en materias económicas, estaba al frente de una delegación comercial que trabajaba en la embajada argentina en Bélgica.
1916. La familia Cortázar reside en Suiza hasta el final de la Primera Guerra Mundial.
1918. La familia regresa a la Argentina y se instala en la localidad de Banfield (Gran Buenos Aires), donde Julio vivirá hasta los 17 años. El padre abandona a su mujer y a sus dos hijos.
1928. Cursa estudios en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, de la ciudad de Buenos Aires.
1932. Se recibe de Maestro Normal, que lo habilita para ejercer el Magisterio. Ese mismo año intenta sin éxito viajar a Europa con un grupo de amigos en un buque de carga.
1935. Obtiene el título de Profesor Normal en Letras e ingresa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Después de aprobar el primer año, abandona los estudios por falta de recursos económicos e inicia el profesorado.
1938. Con el seudónimo de Julio Denis publica, en la editorial El Bibliófilo, "Presencia", un libro de poemas que se negará a reeditar.
1939. Tras una breve experiencia como maestro primario, trabajará hasta 1945 como profesor en Bolívar y Chivilcoy. Comienza a escribir sus primeros cuentos.
1941. Bajo el seudónimo de Julio Denis publica un artículo sobre Rimbaud en la revista Huella.
1944. Se traslada a la provincia de Mendoza (Argentina) para dictar cursos de Literatura Francesa en la Universidad de Cuyo. Publica "Bruja", su primer cuento, en la revista Correo Literario. Participa en manifestaciones de oposición al peronismo.
1945. Con la llegada de Juan Domingo Perón al poder, Cortázar, que había participado en la lucha antiperonista, renuncia a su cargo. Se traslada a Buenos Aires, en dónde trabaja como gerente en la Cámara del Libro y, ocasionalmente, como traductor.
1946. Publica el cuento "Casa tomada" en la revista Los Anales de Buenos Aires, dirigida por Jorge Luis Borges.
1947. Publica "Teoría del túnel". En Los Anales de Buenos Aires aparece su cuento "Bestiario".
1948. Obtiene el título de traductor público de inglés y francés, tras cursar en apenas nueve meses estudios que normalmente insumen tres años.
1949. Realiza un viaje a Europa. Colabora en las revistas culturales Cabalgata, Realidad, y Sur.
1951. Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publica su primer libro de cuentos, "Bestiario". Obtiene una beca del gobierno francés y viaja por segunda vez a París con la firme intención de establecerse allí. Comienza a trabajar como traductor para la UNESCO.
1953. Contrae matrimonio con la traductora argentina Aurora Bernárdez, con quien vivirá hasta mediados de la década de 1960."
1954. Comienza a traducir los cuentos de Edgar Allan Poe.
1956. La editorial Los Presentes, de México, publica el libro de cuentos "Final del juego". Aparece la traducción de "Obras en prosa" de Edgar Allan Poe, publicada por la Universidad de Puerto Rico.
1959. Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publica el libro de relatos "Las armas secretas", que incluye el cuento largo "El perseguidor".
1960. Viaja a Washington y a Nueva York. Editorial Sudamericana publica la novela "Los premios".
1961. Realiza su primera visita a Cuba. El contacto con la revolución cubana fue, como para otros escritores de su generación, una experiencia decisiva. A partir de ese momento, expresa su fidelidad a la revolución cubana.
1962. La editorial Minotauro, de Buenos Aires, publica el volumen de relatos "Historias de cronopios y de famas".
1963. Aparece en la Editorial Sudamericana su novela "Rayuela", que agota cinco mil ejemplares en el primer año.
1966. Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, publica el libro de cuentos "Todos los fuegos el fuego" En la revista Unión, de La Habana, aparece el artículo "Para llegar a Lezama Lima". Asume públicamente su compromiso con la lucha de liberación Latinoamericana.
1967. Aparece "La vuelta al día en ochenta mundos", volumen que reúne cuentos, crónicas, ensayos y poemas, con una diagramación concebida por Julio Silva. Durante uno de sus viajes a Cuba, conoce a la lituana Ugné Karvelis, quién se convertirá en su segunda esposa.
1968. Editorial Sudamericana publica la novela "62/ Modelo para armar". Ese mismo año publica en Buenos Aires, con fotografías de Sara Facio y Alicia D´Amico, el libro "Buenos Aires, Buenos Aires"
1973. Aparece su novela "Libro de Manuel" en editorial Sudamericana, con la que obtiene el Premio Médicis en París. Destina los derechos de autor a los presos políticos de la Argentina.
1974. Aparece, en la Editorial Sudamericana, de Buenos Aires, el libro de cuentos "Octaedro".
1979. Editorial Sudamericana publica su libro de relatos "Un tal Lucas". En el mes de octubre visita Nicaragua y, desde entonces, se dedica a apoyar y servir a la Revolución Sandinista. Se separa de Ugné Karvelis, con quien sigue manteniendo una estrecha amistad. Se casa con Carol Dunlop. Con ella viaja a Panamá donde conoce a Ormar Torrijos.
1980. Se publica el libro de cuentos "Queremos tanto a Glenda" en la editorial Nueva Imagen, de México. Realiza una serie de conferencias en la Universidad de Berkeley, California.
1981. El 24 de julio, el gobierno socialista de François Miterrand le otorga, en uno de sus primeros decretos, la nacionalidad francesa. Se le diagnostica una leucemia. Sufre, además, una hemorragia gástrica por la que debe ser internado.
1982. Editorial Nueva Imagen, de México, publica el libro de cuentos "Deshoras". En el mes de noviembre, muere su mujer, Carol Dunlop.
1983. Aparece el libro "Los autonautas de la cosmopista", escrito en colaboración con su esposa Carol Dunlop, como resultado del último viaje que realizaran juntos por las rutas de Francia. Cede los derechos de autor de este libro a la Revolución nicaragüense. Entre el 30 de noviembre y el 4 de diciembre viaja a Buenos Aires, después de la caída de la dictadura, para visitar a su madre.
1984. Muere el 12 de febrero muere y es enterrado en el cementerio de Montparnasse, en la tumba donde yace también Carol Dunlop.
Fuente: Audiovideoteca de Buenos Aires
La vigencia de la obra de Julio Cortázar, a veinticinco años de su muerte
El escritor que supo trascender el espíritu de una época

El aniversario invita a multiplicar los homenajes y los recuerdos, pero también convoca a volver a leer al autor de Rayuela, un enemigo declarado de todo abuso de solemnidad.
Por Silvina Friera

En mayo se publicará Papeles inesperados, textos inéditos que escaparon del fuego al que los había destinado Cortázar.
Los climas de época sorprenden con sus conjeturas y paradojas. A 25 años de su muerte, Julio Cortázar podría alzar sus puños en señal de victoria, después de tantos devaneos verbales y polémicas de mayor o menor monta, por izquierda y por derecha. Claro que habría que imaginar ese gesto póstumo con la gracia de una mofa bien calibrada para apaciguar el fervor excesivo que prolifera cuando se multiplican los homenajes. Ese hombre que tenía las facciones de un eterno púber, aun cuando ostentaba una barba tupida y desgreñada, seguramente pensaría que tanto amor, además de abrumar, mata. Y sonreiría como si un ejército de fantasmas le hiciera cosquillas en su axila.
Nuestro gran cronopio, nacido accidentalmente en Bruselas (Bélgica) el 26 de agosto de 1914, justo en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, recibió varios puñetazos, acaso el peor haya sido etiquetar su literatura, especialmente sus novelas, sobre todo Rayuela, con fecha de vencimiento. Pero ninguno de esos golpes lo pusieron de bruces, aunque lo hayan herido. Su narrativa se tuerce –el primero en practicar la torsión ilimitada fue el propio Cortázar–, pero no se rompe. A pesar de que se jactó de jugar mucho con el tiempo (tal vez se le pueda reprochar que pecó por exceso de confianza en su jueguito, y el tiempo también cometió sus fechorías y se burló de él), los cimientos de buena parte de su obra perduran. Hay un núcleo duro cortazariano que no envejece –los formidables cuentos de Bestiario–, por donde los lectores, generación tras generación, suben peldaño a peldaño hasta acceder a la cúspide de una pirámide que no deja de asombrarnos. “Casa tomada” y “Lejana”, los más perfectos de sus relatos breves, despliegan el encanto que sólo provoca un cuentista avezado en el arte de hipnotizar.
En medio de esta ola amistosa, propiciada sin duda por el aniversario de su muerte, habría que evaluar el impacto que tendrá el hallazgo de las joyas del abuelo. Una cómoda con cientos de manuscritos inéditos, descubierta por su primera mujer, albacea y heredera universal, la traductora Aurora Bernárdez, en diciembre de 2003, dejó atónito a más de uno, cuando se anunció, la semana pasada, que ese abundante material se publicará por Alfaguara en mayo, simultáneamente en España y Argentina, bajo el título de Papeles inesperados. Estos papeles, para locura de los cortazarianos, escaparon del fuego al que los había destinado el escritor. Son, qué duda cabe, como pequeños Ave Fénix que esperaron, pacientes, resurgir de la cómoda en la que estaban confinados. ¿Será la broma final, los conejitos que vomita Cortázar para morirse de risa por las vueltas del destino, los papeles amarillentos y las cómodas?
Entre otros textos, el libraco que nos arroja Cortázar, nada más y nada menos que 450 páginas, incluye once relatos inéditos, como “Los gatos”, fechado en enero de 1948, uno de los más antiguos que se conserva y que demuestra tempranamente “la facilidad de Cortázar por hacer que el narrador salte de personaje sin que el lector se dé cuenta si no está muy atento”, según Carlos Alvarez, estudioso de la obra cortazariana; o “Manuscrito hallado junto a una botella”, el relato más sorprendente y “de una comicidad irresistible”, en opinión de Bernárdez; un capítulo inédito de la polémica Libro de Manuel, expurgado de esa novela “por redundante y por su alto contenido erótico”; y once nuevos episodios del poliédrico personaje que protagonizó Un tal Lucas, suerte de alter ego del escritor. Alvarez se inclina especialmente por “Lucas, las cartas que recibe” y “Lucas, sus erratas”, en donde un Lucas obsesionado con las erratas termina convencido de que degeneran en ratas y encarga una ratera especial para cazarlas. Pero la cómoda mágica tiene más conejos a disposición de los lectores. También habrá tres historias de cronopios que quedaron sueltas: “Never stop the press”, “Vialidad” y “Almuerzo”. Menos literarios, pero no menos interesantes, resultan “Discurso del Día de la Independencia”, que en 1938 Cortázar recitó a sus compañeros y profesores, y otro discurso que pronunció en el acto en que recibió la nacionalidad francesa. El menú, además, contiene cartas del escritor para y sobre sus amigos, como el uruguayo Angel Rama y Susana Rinaldi; once textos sobre pintura, escultura y fotografía, y piezas fascinantes e inclasificables que se aproximan a los epigramas. Y de yapa, como si no fuera suficiente, cuatro autoentrevistas. En tres de ellas, quien interpela al escritor es un dúo sarcástico que relativiza todo lo que dice: los buscavidas porteños Calac y Polanco que persiguieron a Cortázar desde que los incluyó en la novela 62 Modelo para armar.
Maravilloso azar o lógica calculada para la posteridad, las joyas de Papeles inesperados dialogan con el entramado vital del escritor, transitando del Cortázar en formación (que se corresponde, en parte, con su período como docente en Bolívar y Chivilcoy) al célebre autor de Rayuela (1963), novela que fue la contraseña de toda una generación. Más allá de que ese experimento tan radical haya quedado adherido al “espíritu de época” de los sesenta, no por eso se debe olvidar que todavía se dice que “esa chica es La Maga”, o “ése es un Oliveira”. Y guste o no, ya sea por adhesión o rechazo automático, esa identificación significa algo. Quizá esta zona de la obra de Cortázar, superados los escollos de los compromisos ampulosos, requiera una exploración y relectura liberada del peso de la coyuntura en la que fue concebida y publicada la novela. Pero no deja de ser una suerte de acertijo literario el hecho de que la novela que se erigió como la puerta de entrada al mundo cortazariano, hoy opere más bien como una puerta de emergencia por la se huye, por cierto, un tanto despavorido. Aunque se reconozca la persistencia de ciertas hilachas, que resuenan en este instante en que la efeméride revela, parafraseando a Morelli, que a un libro de Cortázar se lo puede leer como a cada uno le dé la gana.
Con su propia pulsación interna, con una estructura rítmica como la del jazz, la musiquita inconfundible de sus narraciones, orquestadas en los cuentos de Bestiario (1951), Final del juego (1956), Las armas secretas (1959), Historia de cronopios y de famas (1962), Todos los fuegos el fuego (1966) y La vuelta al día en ochenta mundos (1967), es un bazar fantástico abierto las 24 horas del día, todos los días del año. En estos textos extraordinarios está lo mejor de nuestro afamado cronopio. Ni las muertes anunciadas ni el deporte nacional de “matar a Cortázar”, practicado con una inquina pocas veces vista, pudieron horadar los piolines de una literatura que se mantiene en la cuerda floja de sus logros y de sus quimeras. Maestro del desenfado y de lo lúdico, fue un equilibrista consciente de que la única manera de perdurar era burlándose de sus propios fundamentos. Ese amigo del alma con el que a veces peleamos y discutimos nos sigue acompañando con su obra tan bella como indestructible.
La búsqueda de un perseguidor
Por Mario Goloboff *

Suele decirse que lo mejor de la obra de Julio Cortázar está en sus cuentos. Y que sus novelas la malogran. Lo primero todavía me parece cierto. Lo segundo, sólo relativamente. En efecto, Cortázar tiene (a diferencia de otros grandes cuentistas en la historia literaria), no una o dos, sino más de una docena de piezas que ya debieran estar en la antología universal del relato breve. Desde “Casa tomada” hasta “Todos los fuegos el fuego”, desde “Carta a una señorita en París” hasta “La noche boca arriba”, desde “Continuidad de los parques” a “La autopista del sur” (y cuántos más, sin hablar de “El perseguidor”, una extraordinaria nouvelle), puede decirse que sus cuentos son de una factura formal extrema, de una resolución perfecta que no aminora lo poético y, en muchos casos, lo político y lo ético.
Es cierto que, como todo buen escritor, tuvo altos y bajos. Probablemente, alguna de sus novelas (Libro de Manuel, por ejemplo) haya tratado de estar demasiado a tono con la época, cuando, al decir de Oscar Terán, “el imán de la política” todo lo atraía, y se entorpezca por su dependencia de la actualidad inmediata o por la transparencia de sus intenciones. Es también posible que alguno de sus libros-objeto, Ultimo round o Los autonautas de la cosmopista, contenga textos que no lo representan en su calidad. Pero Los premios es una envidiable novela tradicional con novedosos aciertos lingüísticos y temáticos; 62 Modelo para armar es de una considerable audacia; la más celebrada, Rayuela, es uno de los mejores intentos de renovar el género novelístico durante el siglo XX, y contiene planteos de avanzada en cuanto al ritmo de lectura, al papel del lector y, con él, a la subversión de los hábitos de consumo, al cuestionamiento del hecho de narrar y del de leer.
A cada una de esas novelas (como a tantos otros textos) lo llevó, por otra parte, su deseo, infrecuente hasta en grandes artistas y escritores, de no quedarse con la receta que le había asegurado el éxito, de cambiar, de intentar nuevos horizontes, nuevos riesgos. El riesgo, inclusive, de la ilegibilidad: después de Rayuela (a partir de uno de sus capítulos, el 62), se pone a escribir un libro absolutamente distinto. Tan distinto, que hasta el día de hoy es el peor leído de Cortázar: 62 Modelo para armar, su novela menos frecuentada, tal vez la más audaz y experimental, la que viene después de Rayuela, cuya aura había arrastrado consigo los libros anteriores: Bestiario, Final del juego, Las armas secretas. Tuvo, para mí, numerosas virtudes como escritor, y quizás la mayor de ellas fue esa búsqueda incesante de nuevas formas, de nuevos caminos. Como si su mandato interior hubiera sido seguir trabajando siempre, no quedarse con la facilidad, no repetirse, no solazarse en su propia retórica. Muchos escritores del llamado boom continuaron, cómodamente, escribiendo cosas iguales o peores. Cortázar, en cambio, fue, hasta el final, un perseguidor. Este es, acaso, uno de los secretos de su permanencia.
* Escritor y docente universitario. Biógrafo de Cortázar.
Lo sagrado y lo profano
Por Luisa Valenzuela *

Propongo considerar a Julio Cortázar el payaso sagrado por excelencia. Habrá por supuesto quienes trepiden ante uno u otro término, quienes insistan que calificar de payaso a un escritor de tamaña envergadura y vuelo tan alto... Habrá a quienes la palabra sagrado les dé urticaria. Me explico. En las culturas indoamericanas los payasos sagrados con sus bromas procaces y hasta abyectas tienen por función desacralizar lo sagrado, volviéndolo aún más sacro. Una vuelta de tuerca gracias a la cual entran en juego instancias superiores de acceso a una suspensión del descreimiento que resalta, por contraste, aquello que tiene verdadero valor.
Entre los indios pueblo, los locos payasos semidesnudos, embarrados, transgresores a ultranza, son los únicos seres capaces de interpretar el idioma de los dioses y pueden y hasta deben molestar y burlarse de los solemnes oficiantes. Los payasos señalan el inefable punto de contacto entre la sacralidad y lo profano, entre el secreto y su develamiento: las dos caras de una misma moneda. Y Julio Cortázar hizo lo propio en literatura. Su mirada seria y a la vez irónica supo detectar lo grotesco que nos circunda y supo poner el sentido del humor al servicio de su lucidez. Al igual que los cronopios, sus lectores solemos alcanzar el pavor de aquello que estamos siempre a punto de comprender y que sin embargo nos elude.
Grandes de la literatura han caminado el difícil filo hasta tocar con la punta de los dedos el vértigo de lo inefable. Pocos o ninguno lograron la mirada doble y simultánea de quien está inmerso en la búsqueda y a la vez observa al que busca y de a ratos se burla de ambos. Johnny Carter y su abominable biógrafo, ¿quién de los dos es el verdadero Perseguidor? Oliveira y Traveler, y todos los personajes que se encuentran en la ciudad de sueños en la memorable novela, 62, en un modelo para armar que se desarma y se rearma a cada instante para brindar nuevas figuras donde el vampirismo es sólo una anécdota más del misterio de la vida y la muerte que Julio entrevió de cerca, entreverado.
La unión de los opuestos le hizo guiños desde la infancia y la frase “Qué risa, todos lloraban”, dicha por un compañerito de colegio durante un velorio, acompañó a Cortázar como llamado de atención. No tomar lo serio en serio, dice uno de los sabios preceptos de la Patafísica, su ciencia favorita. En la vida, entendió Cortázar, el horror y el humor bailan al unísono en un salto al vacío que miles de ávidos lectores hicieron propio rayueleando entre la tierra y el infierno, y se vieron en espejo. En espejo oscuramente, como alentaba el que te jedi, quien alguna vez aclaró que “se explicará como en broma para despistar a los que buscan con cara solemne el acceso a los tesoros”.
* Escritora.
Al borde del vértigo
Por Florencia Abbate *

En la época en que yo comencé a leer a Cortázar, principios de los años ’90 –y hasta el fin de esa década– los argentinos consideraban de “buen tono” deshacerse en elogios a Borges –incluso aunque no lo leyeran– y muy pocos recordaban a Cortázar como se merece. Viajando por América latina me conmovió descubrir que el aprecio por Cortázar no tiene fronteras nacionales ni generacionales, como tampoco entre lectores, críticos y escritores. Fue adorado por Onetti y más tarde por Bolaño, que no era nada afecto al elogio fácil y dijo: “Para nosotros era Dios”. Esa frase sintetiza bien algo de la percepción que debimos tener las generaciones que llegamos después de la que leyó Rayuela en los ’60. Además de haber escrito maravillosos cuentos, era ya el mítico autor del libro que había tocado las entrañas de miles de jóvenes de su época, que les dijo lo que ellos pensaban pero no estaba escrito, que había logrado sintonizar con las inquietudes políticas pero también satisfacer aquello que la política no termina de llenar (cosas que sólo la literatura puede darnos) y hasta había dado pie a un ejército de chicas latinoamericanas que querían ser La Maga, fumaban Gitanes y cocinaban mal, o sentían que la novela de Cortázar les “hablaba” personalmente a ellas, como si fueran sus novias.
No en vano Cortázar decía: “No puedo ser indiferente al hecho de que mis libros hayan encontrado en los jóvenes latinoamericanos un eco vital. Sé de escritores que me superan en muchos terrenos y cuyos libros, sin embargo, no entablan con los hombres de nuestras tierras el combate fraternal que libran los míos”. Nada parecía encantarle más que haber podido abrazarse a su presente y resonar con él. Adoraba pensar que sus novelas podían contener de algún modo el temblor, la presencia, la atmósfera sutil de aquel momento en que fueron gestadas. Por eso, probablemente la más pueril de las críticas que se le hacía en los ’90 a Rayuela es que sería una novela “muy fechada”. Después de todo, así como leemos Rojo y negro de Stendhal y disfrutamos sabiendo que se trata de la sociedad francesa del siglo XIX, los personajes de Cortázar también seducen con todo lo que tienen de históricos.
Por otra parte, cabe recordar que fue un intelectual más preocupado por su presente inmediato que por la posteridad en términos abstractos. Una vez afirmó que rechazaba la “superstición burguesa” del libro como objeto duradero: “puesto que en el fondo su idea de la literatura es aséptica, ucrónica, y tiende patéticamente a la eternidad”. Rodolfo Walsh podría haberlo acompañado en ese sentimiento. Ambos aceptaron que escribían al borde del vértigo, de las catástrofes provocadas por el sistema, de la muerte de inocentes, tratando de aportar una chispa de lúcida esperanza. Me gusta recordar que Cortázar se alegraba pensando que los jóvenes sintieron que la influencia de sus libros “se ejercía en un territorio sólo tangencialmente conectado con la literatura”. Creyó en la utopía de que el libro es capaz de afectar e incluso incidir en la vida del lector. De ahí que criticara a “la raza de escribas que se horripila de cualquier acto extraliterario dentro de la literatura”, y dijera ver en eso un gesto de conformismo ante la debacle.
* Escritora.
Publican textos inéditos de Cortázar
Los papeles ocultos

El material hallado conformará un libro de 450 páginas.
Una cómoda que permaneció ignorada por años, bajo llave, sin provocar jamás siquiera curiosidad. La decisión de investigarla, unos días antes de Navidad. La sorpresa cuando, a duras penas, se puede abrir, por la gran cantidad de papeles que hay en su interior. El tesoro que aparece y que reluce amarillento: cientos de papeles inéditos de Julio Cortázar, desde un discurso escolar hasta un capítulo inédito de Libro de Manuel o tres nuevas historias de cronopios. Podría ser parte de uno de sus cuentos; ocurrió de verdad, un par de años atrás, y pronto el valioso contenido aparecerá editado bajo el acertado título de Papeles inesperados.
La noticia fue revelada ayer por el diario español El País: Aurora Bernárdez, viuda, albacea y heredera universal de Cortázar, abrió la cómoda del tesoro el 23 de diciembre de 2006. El mueble había sido conservado por la madre del escritor y contenía papeles que Cortázar habría querido quemar en algún momento. El material hallado es tan abundante que conformará un libro de 450 páginas, compilado en colaboración con la viuda y Carles Alvarez, estudioso del autor. La editorial Alfaguara lo editará en mayo próximo, en forma simultánea en España y la Argentina.
Entre estos Papeles inesperados hay once relatos nunca incluidos en obra alguna –entre ellos, uno llamado “Los gatos”, fechado en enero de 1948 y, por lo tanto, uno de los más antiguos que se conservan del escritor—, trece poemas hasta ahora desconocidos, un capítulo inédito de Libro de Manuel, que al parecer no fue incluido “por redundante y por su alto contenido erótico”. Hay más: once nuevos episodios del personaje que protagonizó Un tal Lucas, suerte de alter ego de Cortázar. Entre éstos, Alvarez rescata especialmente “Lucas, las cartas que recibe” y “Lucas, sus erratas”: un Lucas obsesionado con las erratas termina convencido de que degeneran en ratas y encarga a un miniaturista japonés una ratera especial para cazarlas.
Entre los cajones de la cómoda mágica aparecieron también tres historias de cronopios que quedaron sueltas: “Never stop the press”, “Vialidad” y “Almuerzo”, que fueron presentadas la semana pasada en edición de bibliófilo. El hallazgo también incluye un texto titulado “Discurso del Día de la Independencia”, que en 1938 Cortázar recitó a sus compañeros y profesores, y otro discurso que pronunció en el acto en que recibió la nacionalidad francesa. Y una decena de textos que dedicó a personalidades como el sociólogo Angel Rama o la cantante Susana Rinaldi, más escritos donde el autor de Rayuela dispara sus inquietudes en la pintura, la escultura o la fotografía.
En medio de estos Papeles inesperados, Bernárdez y Alvarez tuvieron que abrir un capítulo especial dedicado a “textos inclasificables”, aquellos “puro Cortázar”: juegos verbales fascinantes que llegan a la categoría de epigramas. Allí aparecen también las cuatro “autoentrevistas”, donde el escritor es interpelado por un dúo sarcástico que relativiza todo lo que dice: los buscavidas porteños Calac y Polanco, que acompañaron a Cortázar desde su novela 62, modelo para armar.
Según contó Alvarez, llevó un año de trabajo hacer un inventario de cien folios que reseñaban unos 750 objetos. “En los tres primeros meses, salía a un inédito por día”, detalló con asombro. El hallazgo es más sorprendente aún si se tiene en cuenta que el mismo Cortázar nunca les dio valor a sus papeles (de hecho, en vida vendió mucho material a universidades de Estados Unidos como Texas y Princeton, que también fueron consultadas para la elaboración del libro que se publicará en mayo).
Julia Saltzmann, editora responsable de Alfaguara en Buenos Aires, precisó el valor literario del hallazgo que pronto podrá leerse en forma de libro: “El arco vivencial de Cortázar aquí reflejado va desde principios de los años ’30 hasta casi 1984; por eso nos permite ver desde el personaje más engolado hasta el más lúdico, del Cortázar profesor de provincias al más político, comprometido y crítico”, explicó. “Para mí es, junto con la correspondencia, el otro gran texto autobiográfico, donde se ve la formación de la persona y del escritor, del ‘pre-Cortázar’ al Cortázar famoso.”
El abundante material incluye muchos géneros y muchas épocas y estilos de escritura, por eso Saltzmann destaca el valor añadido de estos “múltiples Cortázar”: “A través de estos textos se puede viajar de esa prosa grandilocuente juvenil del personaje, con un punto incluso cursi, a esa liberación retórica del castellano que personificó, en uno de los casos más extraordinarios en la literatura del siglo XX”, analizó la editora. El próximo jueves se cumplen 25 años de la muerte del autor que propuso varios recorridos de lecturas posibles para su novela fundamental. Ahora sigue jugando con el tiempo y el espacio a través de un hallazgo inesperado en una cómoda.

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