Una rigurosa conciencia del oficio, unida a la idea de que la literatura es el trabajo de "reducir a claridad" los mitos personales, fue el gran aporte de Pavese a las letras del siglo pasado.
Por: Jorge Aulicino
PAVESE Y EL MAGNETISMO DE LA TIERRA. El piamontés relacionó el taciturno mundo de las colinas con un conciso lenguaje litariario.
Que la traducción no es inocente, lo confirma la breve y concisa carrera literaria de Cesare Pavese, cuyo centenario está festejando Italia. Antes de obtener en 1936 a los 28 años los poemas definitorios de Lavorare stanca ("Trabajar cansa"), se había especializado en literatura norteamericana: se graduó en la Universidad de Turín con una tesis sobre Walt Whitman y desde entonces ejerció sistemáticamente la traducción, desde Herman Melville hasta James Cain (vale decir: desde Moby Dick a El cartero llama dos veces).
Pavese tomó una considerable dosis de somníferos y se murió en el hotel Roma, de Turín, en 1950, en la cumbre de su éxito. Acababa de recibir el premio Strega, que era ya, a tres años de su creación, el Pulitzer italiano, o mucho más, proporcionalmente. La guerra había terminado cinco años antes. Los norteamericanos, de cuyo estilo aprendía Pavese, habían estado en Italia, el mafioso Lucky Luciano había asesorado al espionaje militar de Washington respecto del desembarco en Sicilia, y con eso obtuvo su libertad. A través de la mafia, Estados Unidos iniciaba una relación cultural duradera con los italianos, que una veintena de años más tarde alumbraría una de las mejores películas de todos los tiempos: El padrino I, de Francis Ford Coppola, cuya estructura es la nostalgia del sistema familiar imperial, a lo que Pavese antepuso el mundo hosco del trabajo rural, edificado con las herramientas de los narradores "duros" estadounidenses.
Pavese era del norte. Allí, los partisanos habían colgado el cadáver de Benito Mussolini de los pies. Casi todos los italianos parecían fascistas antes de la guerra; ahora, casi todos parecían comunistas. Lo eran. Pavese se afilió al PCI y, como editor de Einaudi, participó activamente de la fabulosa rinascita italiana, bendecida por el Plan Marshall.
No había motivos para que se matara. Dos mujeres, al parecer, decidieron, aleatoriamente, hechos que en su biografía parecen casi casuales. Primero, su encarcelamiento durante el fascismo, antes de la guerra, debido a la posesión de unas cartas de una activa participante de la Resistencia, la mujer "de voz ronca". Después, el suicidio, tras la relación con "la inquieta angustiosa que se sonríe sola" –se supone, la actriz norteamericana Constance Dowling–. El motivo de ambos desvíos de aquella voluntad suya de literatura viril está dicho en su famoso diario publicado como El oficio de vivir, que debería llamarse lo contrario. Se cita a menudo la última nota de éste: "Non parole. Un gesto. Non scriverò più" (No palabras. Un gesto. No escribiré más). Se omite el recorrido de las semanas previas, incluso la línea poco más arriba referida al suicidio, mezcla de misoginia y reclamo estoico: "Sin embargo, mujercitas lo han hecho..." Si escribió esto el 18 de agosto de aquel año 50, en marzo había escrito: "No nos matamos por el amor de una mujer. Nos matamos porque un amor, cualquier amor, nos revela en nuestra desnudez, miseria, desvalimiento, nada.
"Y cuatro años antes había escrito: "Los dioses para ti son los otros, los individuos autosuficientes y soberanos, vistos desde afuera".
¿Cómo morir con estilo?
Por fin, en los últimos días de su vida había comprendido que no podía poner en armonía aquella orfandad mortal de su alma –que ni el Strega ni Dios hubiesen consolado– y una literatura estoica, neoclásica: "Es inútil, no se puede acabar con estilo". Sí se podía. Oscar Wilde logró el hecho literario de que su último acto fuera transmitido, inventado o cierto, de este modo: "Recorrió con la mirada las paredes del cuarto miserable y le dijo a su amigo: Me temo que uno de los dos no soportará esto por demasiado tiempo más".
Todo el instrumental literario que Pavese explicó en sus ensayos y aplicó a la construcción de un libro genial –Trabajar cansa–, media docena de novelas y otros relatos, está resumido en su diario: como estilo y con referencias a la poesía, a la prosa, a la política, a la condición mítica del ser humano, idea ésta que vertebra el todo.
Pavese creía que hay en todas las vidas un núcleo mítico inicial que condiciona la visión del mundo y somete al autor a una especie de "espléndida monotonía". Se es lo mismo a los siete años que a los treinta y cinco, se decía; la única diferencia es que uno ha adquirido trucos, oficio, tanto en el vivir como en el escribir. En su caso, el poderoso núcleo mítico eran las colinas piamontesas, el silencio obstinado de los campesinos, y el choque de ese mundo con el de la ciudad. El resto, es el tránsito entre la revelación primordial y la adultez, en la que se inicia el camino del regreso para descifrar el palimpsesto de la infancia bajo la nueva realidad que cubre los lugares antiguos, como lo hace el protagonista de La luna y las fogatas. En cuanto al estilo, "reducir a claridad el mito" exige precisión, un artificio que consiste en crear espacios entre línea y línea en los que se pueda leer aquella vida sagrada. Por este motivo, la poesía calificada de "narrativa" de Pavese es el rodeo en torno a instantes extáticos, más que la narración de una anécdota: la imagen del primo gigante vestido de blanco en lo alto de la colina, el perfil de Deola en el espejo del bar a la mañana, la grappa bebida temprano. Sus relatos más largos, es decir, sus novelas y cuentos, tienen esa voluntad mítica también, ya sea que narran el camino de ida –del campo a la ciudad y el mundo– o el de regreso –del mundo y la ciudad a las colinas–. No era una boutade que llamara a Ernest Hemingway "el Stendhal de nuestro tiempo". Veía que el estadounidense había extremado la economía de recursos para "reducir a claridad", también él, quizá más eficazmente que el francés, un mito central. Que en ambos parece ser –pensaba– el aislamiento.
San Stefano Belbo, 1908 - Turín, 1950
Su obra narrativa y su obra poética se han influido, ambas, más en la poesía que en la prosa del siglo veinte a través de su extraordinaria capacidad de fijar en imágenes precisas y míticas el universo rural y urbano. Fue especialista en literatura norteamericana y una de las grandes figuras literarias de la bullente Italia de posguerra. Entre sus obras figuran las novelas, "La casa en la colina", "La luna y las fogatas" y "El diablo en las colinas", los relatos de "Feria de agosto", un libro inclasificable, "Diálogos con Leucó", basado en la mitología griega, y el gran libro de poemas "Trabajar cansa". Publicó numerosos ensayos y después de su muerte se conocieron los poemas de "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos" y su diario personal que fue titulado "El oficio de vivir".
Semblanza A cien años del nacimiento de Cesare Pavese
Rey de un oficio humanista
Fue escritor, periodista y traductor. Su obra, marcada por la melancolía y las luchas históricas, muestra, a la vez, el obligado aislamiento de un intelectual, que lo llevó a la tragedia, y la solidaridad con la causa popular, que distinguía del populismo.
Por Mario Goloboff
Para LA NACION
A nadie como a Cesare Pavese dedica tantas páginas el célebre editor Giulio Einaudi en sus iluminadores diálogos y reportajes. Su biografía, la de su editorial, la de su tiempo están pobladas por la figura de este escritor que, a fin de cuentas, vivió muy cortos años, pero ayudó a transformar, como pocos en la posguerra, la literatura y la cultura italianas.
Aquellos cambios los indujo Pavese con y desde su propia obra. Ahí están los poemas-narraciones que recrean el mundo campesino y su pasaje a la sociedad urbana mediante una escritura sutil y elaborada, sombría e intimista; los relatos de los años de la resistencia, sencillos y profundos, dramáticos, de una contenida violencia; los Diálogos con Leucó (su libro preferido, abierto al lado del lecho de suicidio), recreación de mitos griegos, "un semillero de símbolos al que corresponde, como a todos los lenguajes, una particular sustancia de significados que ninguna otra cosa podría traducir".
Todo un programa cultural queda también delineado si se observa cuidadosamente su trabajo para "la Einaudi", donde creó novedosas colecciones, entre ellas la de "Estudios religiosos, etnológicos y psicológicos", sin hablar de su labor estrictamente literaria, gracias a la cual se publicó, por su elección y consejo, a Kafka y a Proust, a Whitman y a D. H. Lawrence. Ya como director editorial, descubrió, entre otros, a Elsa Morante y a Italo Calvino (al que bautizó "ardilla de la pluma", y que fue su sucesor en esa tarea). Y fue, luego, el introductor en Italia, y en muchos casos el traductor, de la mejor literatura estadounidense, de Melville a Faulkner, pasando por O. Henry, Sherwood Anderson, Theodore Dreiser, John Dos Passos, Gertrude Stein, y también inglesa, desde Dickens y Stevenson hasta Conrad.
Pero quizá sea por una de sus tantas, complejas y ricas facetas que Pavese ha quedado y perdurará en la memoria de muchos escritores: la de un cultor empecinado, obsesivo, del "oficio", ese lugar "en el que me siento rey". Acaso donde más temprana y certeramente diseñara sus ideas acerca de un arte de factura humanista fue en el artículo "Di una nuova letteratura", publicado, a la caída del fascismo, en Rinascità (mayo-junio de 1946). Establece allí ciertos deberes de la inteligencia, una solidaridad en la lucha común. Pero también advierte sobre la especificidad del trabajo literario "que parece llevar fatalmente consigo una separación, un aislamiento, y ciertamente, por lo menos en su fase conclusiva, excluye toda colaboración y contacto". La razón es que, en esa actividad de "la fantasía inteligente", es necesario aislarse y romper los lazos con el exterior para captar la verdadera realidad. Frente al mandato que se impone "por necesidad histórica", el escritor debe, ante todo, aceptar su propio destino y estar de acuerdo consigo mismo. El que esté ansioso por crear "el arte de su tiempo" hará a lo sumo un manifiesto, una poética. El camino es atenerse con más humildad a su función en la sociedad, sin hablar tanto de ella: "El zapatero hace zapatos y el albañil, casas; y cuando menos hablan del modo de hacerlo, mejor trabajan: ¿es posible que el narrador deba, en cambio, charlar impunemente sólo de sí mismo?".
Las observaciones de Pavese hallan su origen en la experiencia, en la práctica misma, y es ésta la que genera su visión teórica. A los motivos de orden político y ético, se suman imperativos que provienen del propio trabajo literario, el que no puede consistir en un mero registro de fenómenos cotidianos, en un contacto especular con la así llamada realidad: "La profunda humanidad, la vena auténtica, la sinceridad del arte tienen raíces no en la mole o en la enormidad de los hechos sufridos, sino sólo en la mente y en el corazón, en la claridad de la mirada, en el monótono y martilleante recuerdo" ("Tienen razón los literatos", publicado en Il Sentiero dell Arte , Pesaro, el 30 de octubre de 1948).
Desde los tiempos de la resistencia, Pavese venía elaborando una actitud estética del realismo, que bien podría llamarse "interior". Y se encontraba a cada paso con las consignas políticas, con los impulsos a la inmediatez y a la simplicidad, que provenían de su propio campo de afinidades. Para ubicarse mejor dentro del marco cultural y político que lo rodeaba, es bueno recordar que luego del primer Congreso de Escritores Soviéticos del año 1934, y después de no pocas vicisitudes, tuvo lugar la consagración definitiva de las tesis estalinistas en las Resoluciones del Comité Central del PCUS [Partido Comunista de la Unión Soviética] de los años 1946 y 1948 (la primera, sobre las revistas literarias Sviesdá y Leningrad , y la segunda sobre las tendencias "formalistas" y "cosmopolitas" en la música). Allí se plasmaron los principios del realismo socialista, proclamados por Zhdánov, aplicados en tales circunstancias para condenar el "apoliticismo" y el "decadentismo" en la obra de arte. Mientras tanto, en Italia se venía polemizando sobre el "compromiso" (entre los años 1945 y 1947), sobre la política a llevar en "el frente de la cultura" (1948) y sobre el "neorrealismo", para llegar a la máxima discusión del "realismo socialista" hacia 1955. (Hay que tener en cuenta, además, la influencia que en ese proceso jugaron los principales textos de Antonio Gramsci, publicados y conocidos entre 1947 y 1953.)
En ese contexto, ciertas reflexiones de Pavese, aunque dirigidas a juzgar el pasado, apuntan prudentemente a la posguerra: "En el fondo -asienta en su diario personal [ El oficio de vivir ] el 5 de marzo de 1948-, la inteligencia humanista -las bellas artes y las letras- no padeció bajo el fascismo; pudo perder presunción, aceptar cínicamente el juego. El fascismo sólo vigiló en lo tocante al paso de la intelligentsia al pueblo; mantuvo al pueblo en la oscuridad. Ahora el problema consiste en superar el privilegio -servil- de que gozamos y no ´ir hacia el pueblo sino ´ser pueblo , vivir una cultura que tenga raíces en el pueblo, y no en el cinismo de los libertos romanos".
De tal forma, Pavese no dejaba de advertir la caída de la izquierda en el populismo. Sus convicciones y temores se reflejan también en los escritos públicos. Ya en "Ritorno a l uomo", publicado en L Unità , de Turín (mayo de 1945), había sostenido el programa de un comportamiento intelectual no demagógico: "Proponerse ir hacia el pueblo es, en definitiva, confesar una mala conciencia". Y, unas líneas antes: "El razonamiento es éste: nosotros no iremos hacia el pueblo. Porque ya somos pueblo, y todo el resto es inexistente".
La idea pavesiana del oficio se inscribe en una verdadera concepción materialista: para él, "el hombre es la técnica, desde el día que empuñó un hacha para combatir contra las fieras o un punzón para escribir". Y agrega: "Nosotros respetamos demasiado nuestro oficio para pensar que el ingenio, la invención, bastan..."/.../"Nada que valga la pena puede salir de la pluma o de las manos si no es por fricción, por choque con las cosas o con los hombres".
Una de las afirmaciones de su diario (anotación del 1° de julio de 1947), que gustaba citar en privado y en reportajes Juan José Saer, pinta por entero su entrega: "En sustancia, ¿por qué deseamos ser grandes, ser genios creadores? ¿Para la posteridad? No. ¿Para circular entre la multitud, y que ésta nos señale con el dedo? No. Para sostenernos en la fatiga cotidiana, en la certeza de que vale la pena cuanto hacemos, de que es algo único. Por el presente, no por la eternidad".
El rigor y la inventiva con que realizaba su trabajo en la editorial Einaudi enriqueció la cultura italiana de posguerra
Foto: Archivo
Itinerario
Cesare Pavese nació en Santo Stefano Belbo, en la región campesina de las Langhe, en el Piamonte, el 9 de septiembre de 1908. Estudió en Turín, y se graduó en Letras con una tesis sobre el gran poeta estadounidense Walt Whitman. Fue profesor, periodista y traductor. Luego de un esporádico paso por el fascismo, en 1935 fue arrestado y confinado en Calabria. Al volver, participó en la resistencia, y se afilió al Partido Comunista. Se suicidó en Turín el 27 de agosto de 1950. Casi toda su obra fue traducida al español en la Argentina, muy tempranamente. Se destacan: La luna y las fogatas, Losada, 1952. El compañero, Lautaro, 1953. Allá en tu aldea, Goyanarte, 1954. Noche de fiesta, Sur, 1957. El oficio de poeta (selección y traducción de Rodolfo Alonso y Hugo Gola), Nueva Visión, 1957. El oficio de vivir (su diario íntimo) (trad. Luis Justo), Raigal, 1957. Trabajar cansa / Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (poemas) (traducción y notas de Rodolfo Alonso), Lautaro, 1961. Feria de agosto, Siglo Veinte, 1968. Diálogos con Leucó (trad. Marcela Milano), Siglo XX, 1968. Poemas elegidos. Poemas inéditos (trad. Horacio Armani), Librerías Fausto, 1976.
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