jueves, 16 de diciembre de 2010

Mundialito/Pessoa/SADE/Alberti y León

Mundialito, la película a 30 años del campeonato que marcó el fin de la dictadura uruguaya

El balón por la culata

En 1980, el gobierno militar uruguayo quiso su propio evento deportivo para consolidar su poder. Así, al Mundialito de fútbol disputado por los países campeones del mundo le adosaron un referéndum. Pero a pesar de la victoria en la final contra Brasil, en las urnas la derrota fue lapidaria. El documental de Sebastián Bednarik que por estos días se ve en cines y colegios uruguayos, con entrevistas, documentos y materiales tan variados como elocuentes, rescata el evento del manto de silencio que lo rodeó durante décadas.

Por Mariana Mactas
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Mussolini lo hizo, Videla lo hizo, hasta Franco lo hizo aunque no llegara a verlo. Así que los militares uruguayos también quisieron su gran campeonato deportivo que los legitimara en el poder. Para no ser menos, apostaron más, y lo celebraron junto a un plebiscito constitucional. Estaban tan seguros de ganar que el fraude ni se les ocurrió. Y así se transformaron en el primer gobierno de facto que pierde un referéndum. Eso fue en noviembre de 1980. Un mes más tarde, hace treinta años, la Copa de Oro, el Mundialito, sacó a la gente a la calle para celebrar al Uruguay campeón. Pero no ya en un desfile de ciegas banderas patrias, como estaba previsto, sino cantando aquello de “se va a acabar la dictadura militar”.

La Copa de Oro “no era un mundial, era un invento”. Lo dice alguno de los protagonistas de la película Mundialito, que antes de estrenarse en Argentina da vueltas por salas y colegios de la Banda Oriental. Cuentan que allí, los chicos se quedan con la boca abierta. Es que esa aventura rocambolesca que dio el triunfo a Uruguay en una final 2-1 contra Brasil evocando el mito del Maracanazo, no combina mucho con la cultivada imagen de sobriedad y bajo perfil del país vecino. Claro, el film está animado por un elenco curioso. Hay unos militares con ganas de perpetuarse en el poder, un chico de seis años vestido de indiecito y erigido en mascota, un señor que habla cocoliche y, whisky en mano, cuenta cómo consiguió el dinero para financiar la aventura, tupamaros en cautiverio que pasaron de negar el campeonato (“pan y circo”), a abrazarse con sus carceleros festejando un gol; y hasta “un tal Berlusconi” que se anota su primera transmisión internacional y su entrada a la liga mayor de la televisión italiana.

El invento consistía en organizar un campeonato internacional entre campeones. Tuvo el aval de la FIFA y, en principio, no volverá a repetirse hasta 2030, centenario del primer mundial. Y aunque hoy la anécdota pueda parecer más digna de un delirio de los Monty Python que de unos militares que torturaban gente, la película suma a su apabullante archivo un caleidoscopio de entrevistados más y menos ilustres que vieron lo mismo de muy distinta manera. Hay políticos como Julio María Sanguinetti que ponen en duda su significado político (¿algún megaevento deportivo no lo tiene?) al lado de jugadores que sí sintieron que se jugaba ahí algo más que una serie de partidos.

Cuando el 57 por ciento de los electores votó por el no, el campeonato que siguió al referéndum se convirtió en la gran puesta en escena de una dictadura herida de muerte. Si el fútbol, como dice el historiador Gerardo Caetano en el film, es el gran escenario de construcción de mitos, este tiro por la culata debía haber dado en el blanco de una nueva etapa política: la de los uniformes habilitados por las urnas. “Conmigo no había ningún problema porque yo no hago política, hago deporte”, dice tajante Joao Havelange. Junto a él, en las imágenes blanco y negro, está Julio Grondona. Sólo el presidente de la AFA y Tabaré Vázquez, entonces presidente de la Comisión de Contabilidad de la Copa de Oro-Mundialito, se negaron a ser entrevistados.

Parida la idea, la dictadura uruguaya vio enseguida la oportunidad de capitalizar una fiesta futbolera. Los organizadores se preguntaban de dónde saldría el dinero para financiarla hasta que un señor con buenos contactos y ganas de hacer negocio, Angelo Voulgaris, se ofreció a “vender” el proyecto con un amigo millonario. Poco después, Berlusconi se interesaba en los derechos exclusivos de la transmisión mundial y un grupo de uruguayos viajaba a Italia para sellar el acuerdo. Fue a partir de ahí que Il Cavaliere logró hacerse fuerte frente a la RAI, accediendo al circuito mainstream de difusión que hasta entonces le estaba vedado.

En Montevideo, la cosa se organizaba por todo lo alto. Se invirtió en equipos de última generación que llegaron en grandes containers y se montó la primera televisación en color del país, pero sólo para el exterior: “Usted, señor, que tiene televisor color, igual no lo va a poder ver”, decía a cámara Cristina Morán, reportera estrella de la TV charrúa. Miles de periodistas de todas partes ocuparon las instalaciones de prensa del Estadio Centenario. La mascota, con el equipo de la selección y una vincha con la bandera uruguaya, tenía una versión de carne y hueso a cargo de Diego Schaffer, 6 años, hijo del agente de relaciones públicas del Mundialito.

El fútbol fue de primera. “Un campeonato extraordinario, muy bien organizado por el gobierno, que se jugaba mucho, y con muy buenos equipos”, define Víctor Hugo Morales. Cruzaba el pasto del Centenario un Diego Maradona de rulo generoso y short apretado que antes de subirse al micro de regreso decía: “A Uruguay no se puede ir a jugar nunca más. Nosotros no los tratamos como nos tratan ellos”. Y Uruguay le ganaba 2 a 0 a Holanda. Y pasaba a la final con Brasil. Los jugadores celestes acordaban pedir un auto para cada uno. Querían quedarse con algo concreto, intuyendo que se pedía de ellos algo más que ganar una serie de partidos. Durante la final, un señor de traje se acercó al banco de suplentes para confirmarles que “lo del auto” estaba aprobado.

En el penal de Libertad los presos políticos y comunes seguían los partidos por radio y recibían el fixture de manos de los soldados. “Fue la única vez en 13 años de preso en que presos y soldados festejamos algo juntos”, dice Marcelo Estefanell, ex tupamaro, autor del cuento “El hombre numerado”, en el que cuenta la final tras las rejas. José Mujica también estaba preso durante el Mundialito: “Fue una pequeña fiesta compensatoria”, precisa. Los partidos políticos proscriptos analizaban el evidente debilitamiento del poder militar. Y la militancia clandestina se envalentonaba. “Hágale un gol a la dictadura. Vote no”, decían los volantes que mostraban al indiecito pateando una urna en lugar de una pelota. Pero quizás el símbolo de resistencia más divertido fue el himno del Mundialito. Aunque los militares habían pergeñado su propio jingle patriótico, fue la pegadiza “Uruguay, te queremos”, de Beto Triunfo y Roberto Da Silva, la que pasó Víctor Hugo por la radio y la que se cantaba con las ganas de un corte de manga. “Te queremos ver campeón, porque en esta tierra vive un pueblo con corazón”, sonaba como contraseña histórica. “Era un grito de guerra”, dice Triunfo.

Treinta años después, el Mundialito no ha merecido hasta ahora ningún festejo. Como el Mundial ’78, mejor mirar para otro lado. “Recordarlo sería recordar la dictadura”, dice Gerardo Caetano. Del semi olvido lo han rescatado los realizadores de esta película, que evidencia muchas entrevistas para quedarse con pocas y un trabajo arqueológico por encontrar, recuperar y digitalizar un archivo casi inexistente en el Uruguay. Parece que el acceso a esos pocos archivos, y la agilización de trámites habría sido más fácil si el gobierno hubiera accedido a declarar el proyecto de interés nacional, como pasó con los films anteriores del equipo –La Matinée, Cachila–. Pero los funcionarios de Tabaré dijeron que no. Que el gobierno tenía otras formas de tratar la memoria reciente.


Para más información sobre la película: www.mundialitolapelicula.com.

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Los expedientes SADE

Ordenando el sótano del edificio de la SADE en la calle Uruguay, Alejandro Vaccaro encontró lo que creía eran remitos. Pero no: lo que había en esos más de cinco mil folios era un tesoro inesperado de la literatura argentina. Desde cartas inéditas de Sarmiento hasta una defensa insospechada de Rosas a cargo de Alberdi, pasando por manuscritos de Almafuerte, Carriego y Horacio Quiroga, una carta de amor gauchesco de José Hernández, un borrador de Rubén Darío, la patente del invento con que Roberto Arlt pensaba liberarse del yugo laboral y hasta una desoladora carta de puño y letra que escribió Alfonsina Storni antes de suicidarse en el mar. Mientras se prepara un grupo de especialistas para armar un libro con todo eso, Radar explora algunos de esos tesoros y de paso revisita la discusión sobre esa institución fundada por Lugones, Borges, Quiroga, Fernández Moreno y Ricardo Rojas, cuyas elecciones de autoridades alguna vez fueron un asunto nacional.

Por Juan Pablo Bertazza
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una carta de bartolome mitre en la que agradece a un amigo el telegrama de condolencia por la perdida de su hijo adolfo.

Ahora que vuelve a estar de moda el espionaje, si hubiera que rastrear en la literatura argentina un escándalo equivalente al de Wikileaks, ese sería la publicación del Borges de Bioy Casares. Aquel diario incendiario de 1600 páginas que reunía en el contexto de sus conversaciones de sobremesa patadas al estómago de escritores nacionales como Ricardo Güiraldes, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Ernesto Sabato, Juan L. Ortiz, Oliverio Girondo, Manuel Puig, y también internacionales como Thomas Mann, Nabokov, Goethe y hasta Shakespeare, es algo así como el Wikileaks de nuestras letras. Filtraciones de una época en la que semejante artillería irónica era capaz de quebrar las relaciones diplomáticas literarias con mucha más fuerza que todas las polémicas actuales juntas.

epigrafela Carta que Alberdi le manda a Echeverria a montevideo, defendiendo la figura de Rosas.

Aunque menos estridente y polémico, pero aun más misterioso y enrevesado, hace algo más de un año, exactamente el viernes 25 de septiembre de 2009, tuvo lugar otro acontecimiento de novela que, por razones muy distintas, también podría candidatearse como la gran filtración de nuestra literatura: un descubrimiento tan inesperado como azaroso que tuvo lugar en el edificio de la SADE de la calle Uruguay. Algo que podría rotularse como los Expedientes Secretos de la literatura argentina, una catarata de 2000 documentos y manuscritos originales de una gama de escritores de primera línea que va desde Sarmiento hasta Alfonsina Storni, los cuales, al mismo tiempo que traen desde el más allá a los popes de nuestra literatura, extrañamente se encargan también de agrandar su mito. Cartas inéditas de Sarmiento escritas en inglés durante su función de embajador argentino en los Estados Unidos; reveladoras misivas de Juan Bautista Alberdi a Esteban Echeverría defendiendo la figura de Rosas; manuscritos de poemas de Almafuerte, Evaristo Carriego y Horacio Quiroga; una carta de amor en la que José Hernández, más gauchesco que nunca, llama a su esposa “chinita querida”; un borrador tachado y corregido de “La marcha triunfal” de Rubén Darío que puede esclarecer la génesis siempre atractiva y confusa de este poema compuesto en 1895; más las joyas de la serie que son, sin lugar a dudas, la patente de invención de Roberto Arlt por su “nuevo procedimiento industrial para producir una media de mujer cuyo punto no se corra en la malla” y la amarguísima y desoladora última carta que escribió Alfonsina Storni antes de adentrarse en el mar. El autor de ese descubrimiento de índole alephiana fue Alejandro Vaccaro, justamente un admirador y especialista de Borges, quien sólo lamenta que, entre esa catarata de documentos, no hubiera casi nada sobre el autor de Ficciones: “Nunca voy a olvidar ese día: haciendo un poco de orden en el sótano del edificio de Uruguay, que la gestión anterior había dejado en ruinas, vislumbré una serie de documentos y me imaginé que eran remitos. Lo primero que vi fue el manuscrito de la carta que José Hernández le escribió a su esposa. Me temblaban las manos, revolvía y por todos lados salía material valioso, yo iba mostrando todo, consultaba, pero nadie sabía de la existencia de esos documentos que, según mis rastreos, permanecieron ahí durante 25 años. En realidad, los fue recolectando el escritor y ensayista español Fermín Estrella Gutiérrez, presidente de la institución desde 1959 hasta 1961, con la intención de crear el museo de la SADE. Seguramente el tiempo que pasó fue aumentando el valor de estos documentos; no sólo porque los años revalorizaron la importancia de escritores como Carriego, sino también porque antes de los años ‘50 a los manuscritos no se les asignaba el valor que hoy tienen”, reflexiona Vaccaro, quien desde hace dos años alterna su rol como directivo de Boca Juniors con su cargo como presidente de la SADE, una institución que había perdido toda solvencia económica: “Para nosotros la palabra esencial de estos dos años de gestión fue reconstruir; cuando llegamos, el edificio de Uruguay estaba destruido y debían más de un millón de pesos, por eso lo querían vender”.

¿Qué significa, entonces, este descubrimiento?

–Para mí es uno de los hallazgos más importantes de las últimas décadas. En primer lugar, creo que habría que separar lo político de lo estrictamente literario. En cuanto a lo político, cuando se cumplió el bicentenario del nacimiento de Alberdi fui a Tucumán con las cartas que encontramos y el rector de la universidad de allá, que es un experto en el tema, me dijo que había cosas que desconocía, como la defensa que hace de Rosas frente a Echeverría; más allá de que el vínculo entre Alberdi y Rosas siempre fue sinuoso y cambiante, estas cartas no pudieron generar en el autor de El matadero otra cosa que repulsión. En cuanto a lo literario, el solo hecho de que se trate de manuscritos de escritores tan importantes aporta mucha información sobre la cocina de su literatura. Lo mejor de todo es, no obstante, lo que va a venir: hay mucho por investigar porque son más de 5000 fojas. Por ahora, estamos llevando distintas selecciones por todo el país, pero el hábitat natural de este documento considero que es el Museo de la Literatura que el Gobierno está construyendo atrás de la Biblioteca Nacional. Además vamos a hacer un libro con el Fondo Nacional de las Artes, para lo cual vamos a seleccionar especialistas de cada uno de los escritores recobrados. Por último, este hallazgo representa claramente las dos Argentinas en las que vivimos: una frívola y superficial que olvida y pierde todo, y otra que va para adelante con sus defectos pero también con memoria y valores; una Argentina que, después de todo, supo conservar muy bien este valioso material.

¿Es posible que estos documentos encontrados puedan cambiar, en cierta medida, nuestra literatura? ¿Son capaces estos manuscritos y cartas de modificar la percepción que construimos acerca de muchos de nuestros escritores fundacionales? Más allá de estos interrogantes que, hasta ahora, van a permanecer sin respuesta, más allá del valor intrínseco de estos documentos que, seguramente, va a terminar de descubrirse con el paso de aún más tiempo, este hallazgo permite reflexionar acerca de un asunto que flota en el aire desde hace años, aunque pocas veces se lo encare de manera directa: el sentido o sinsentido de la existencia de una sociedad de escritores que, en el caso particular de la SADE, supo tener un lugar central en su época, acompañando el desarrollo de la literatura argentina, aunque, poco a poco, se fue deteriorando hasta caer prácticamente en el desprecio o incluso la burla.

Misiva en la que Ruben Dario habla acerca del yanqui Whitman.

Para comprobar ese prestigio y esa chapa basta con reseñar los orígenes de la SADE: fundada en 1928 por Leopoldo Lugones (su primer presidente y en cuyo honor se conmemora anualmente el Día del Escritor en nuestro país), Horacio Quiroga, Jorge Luis Borges (quien fue presidente de la institución en dos oportunidades), Baldomero Fernández Moreno y Ricardo Rojas, su nacimiento surgió a partir de un banquete que un grupo de escritores ofreció el 8 de noviembre de 1928 a los miembros de la Junta Ejecutiva de la Primera Feria Nacional del Libro, celebrada en el Teatro Cervantes. Así como la mesa sirvió de escenario posterior a corrosivos comentarios de Borges a Bioy, hubo una época en que los banquetes eran moneda corriente para homenajear a escritores, protestar contra los resultados de algún premio y también plantear proyectos. El objetivo fue, en este caso, aprovechar el impulso ofrecido por esa primera feria del libro (muy distinta de la que hoy conocemos) para crear un organismo capaz de defender los intereses legales y económicos de los escritores, algo que parece ser, desde siempre, una de las principales falencias de los hombres de letras. Es así que la primera comisión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores parece un seleccionado de la literatura argentina de gran parte del siglo XX: su presidente era Leopoldo Lugones, su vice Horacio Quiroga, como secretario estaba Samuel Glusberg, como tesorero Manuel Gálvez, y entre los vocales figuraban Enrique Banchs, Jorge Luis Borges, Leónidas Barletta, Arturo Capdevila, Baldomero Fernández Moreno, Alberto Gerchunoff, Roberto F. Giusti, Enrique Larreta, Ezequiel Martínez Estrada, Pedro Miguel Obligado y Ricardo Rojas.

Consultados, resultan notables las coincidencias a las que arriban al respecto los escritores Abelardo Castillo y Juan José Manauta, aun cuando ambos tuvieron relaciones muy distintas con la SADE.

“Como casi todos los escritores de mi generación, fui socio de la SADE: en ese entonces, publicabas un libro y automáticamente ingresabas. La SADE tuvo en su momento mucho prestigio, especialmente en los ‘60 y parte de los ‘70: de hecho, había una lista de izquierda que se llamaba Acción Gremial que llegó a ganar en Buenos Aires y uno de sus integrantes era David Viñas, que estaba postulado como secretario por ser el escritor joven más eminente de la izquierda, aunque muchas veces haya declarado su escepticismo con respecto a la SADE. Como presidente propuesto de esa lista iba Sabato, que era la única figura de prestigio que podía oponerse a Borges. Ese fue el único caso en que una lista de escritores de izquierda arrasó en Buenos Aires. De hecho, considero que la SEA, más progresista, tomó un poco esas banderas. La SADE te permitía tener un seguro médico y eso que es muy complicado cobrarles las cuotas a los escritores; además, en una época, recibir la faja de honor –que iba en el libro premiado junto a un grabado de José Hernández– era muy importante, a tal punto que algunos escritores aún hoy la incluyen en sus biografías. Se hacía una especie de concurso anual a partir del cual eran reconocidos los cinco mejores libros de cada año: narrativa, poesía, ensayo, etc. El problema fue que, con el tiempo, la terminó ganando casi todo el mundo, de ahí la broma de César Tiempo, “una faja de honor no se le niega a nadie...”, revela Abelardo Castillo quien, aunque aclara no haber tenido demasiado vínculo con la SADE, atesora una anécdota imperdible: “Yo nunca integré sus listas y personalmente no creo en las sociedades de escritores porque es casi imposible hacer un gremio literario. Yo a la SADE fui a recibir la faja de honor por mi libro Las otras puertas, mi primer premio, a tomar whisky y alguna vez a ver a alguna novia, pero nada más. Justamente, el día del whisky lo recuerdo como un gran momento de la SADE: por decisión del comité de El Escarabajo de Oro, el poeta comunista Mario Jorge de Lellis presentó en la vieja SADE de San Telmo Cantos humanos, libro que llevaba una ilustración de Carlos Alonso. Ese día fue notable porque Troilo se había comprometido a tocar en la presentación, el problema era que él sólo tocaba si tomaba whisky. Entonces, como representante del whisky nacional en las letras, crucé a un almacén que había enfrente a buscar una botella: no me la querían vender, pero cuando les dije que era para Troilo no sólo me la regalaron sino que se vinieron conmigo todos los borrachos que estaban en el local. Ya en el patio de la SADE, me agarró Fermín Estrella Gutiérrez, que casi me echa por llevar el whisky”.

Juan José Manauta, ganador en dos oportunidades de la faja de honor por su novelas Las tierras blancas y su libro de relatos Los degolladores, coincide: “Las elecciones de la SADE eran un asunto nacional, algunos seguimos siendo socios fieles hasta que un día se nos dio carácter de socio vitalicio. Por iniciativa de la SADE se hizo la feria del libro, eso hay que computárselo. Fue fundada por gente muy prestigiosa y era un honor ser socio de la SADE, que hay que recordar que vivía del aporte de los socios, la mitad de los cuales por ahí no pagaban”.

una Cartas escritas en ingles de Sarmiento desde Nueva York como embajador argentino antes de ser presidente.

En cuanto a las razones que llevaron a la SADE a la perdición, también parece haber más puntos en común que diferencias: “El prestigio de la SADE se aminoró sucesivamente con los años por la ineficacia de sus directivos con respecto a los problemas reales de los escritores, especialmente durante la dictadura: estaba tan restringida que a cualquier sociedad de escritores le hubiera pasado lo mismo. Aunque es importante destacar que aún hoy conserva gran parte de ese prestigio en el interior del país”, aclara Castillo.

“No había criterio selectivo, aun cuando tu primer libro fuera un verdadero bodrio, inmediatamente te convertías en socio de la entidad. Tal vez por eso su prestigio se fue diluyendo, quizá porque se extendió demasiado: de hecho la SADE llegó a tener 4000 socios, y no creo que la Argentina tuviera, en ningún momento, 4000 escritores contemporáneos, más allá de que en nuestro país la profesión de escritor no existe”, confirma Manauta.

Si ambos escritores coinciden en que la decadencia de la SADE ocurrió durante la última dictadura militar, Vaccaro la lleva un poco más allá en el tiempo: “En los noventa empieza la debacle que se ve acentuada a fines de esa década cuando, durante el fatídico 2001, muere Carlos Paz, el presidente en ese momento, de un infarto en la sede; las razones, a mi entender, tienen que ver con lo económico. Pero no por eso la SADE deja de ser una institución por la que pasaron los grandes escritores de nuestra literatura, no sólo conservadores o de centro sino también de izquierda; todo el mundo se desesperaba por ser socio”, concluye Vaccaro.

Por su parte, Juano Villafañe, escritor y director artístico del Centro Cultural de la Cooperación, difiere en el foco de la cuestión empleado por sus colegas, y hace hincapié en la responsabilidad de los propios escritores, denunciando su desorganización en comparación con otros rubros: “Los escritores argentinos hemos participado irregularmente de las instituciones que nos deberían representar. No tenemos una cultura de la participación y de reconocimiento del propio núcleo social del cual formamos parte. Siempre anteponemos problemas de carácter estético o político parciales. Normalmente los gremios de la cultura suman institucionalmente al conjunto de sus socios para resolver temas gremiales, culturales o reivindicaciones sectoriales. Eso ocurre con otras entidades como Argentores, Sadaic o la Asociación Argentina de Actores. El lugar ideal de la representación no existe por anticipado, se construye”.

En definitiva, el hallazgo de estos manuscritos en pleno corazón de la SADE no hace más que poner en foco las contradicciones, vaivenes y claroscuros de una institución que, a lo largo de su larga historia, defendió y acompañó el crecimiento de la literatura argentina; pero a veces también tomó su nombre en vano.

El podio del hallazgo

Arlt, a medias

Parecido, demasiado parecido al Erdosain de Los siete locos en su búsqueda desesperada por dar con la rosa de cobre, en su invento de medias que no se corran Arlt parece haber vuelto a conjurar, en vida, gran parte de las obsesiones de su literatura: la lucha por la economía, los límites inestables entre fantasía e imaginación y, por qué no, el universo femenino visto desde el telescopio masculino. La patente de este invento, fechada el 17 de octubre de 1934, dice: “Medias con punteras y talón reforzado con caucho o derivados”. Para tal propósito, Arlt había instalado junto al actor Pascual Naccarati un pequeño laboratorio en Lanús. La confianza de Arlt en este invento era a prueba de balas, tal como ratifica lo que le escribe a su hija Mirta: “Tendrán que usar mis medias o andar sin medias en invierno. No hay disyuntivas”. A pesar de los fracasos a medias, el escritor persevera ocho años con su invento, hasta que lo sorprende su muerte temprana, el 26 de julio de 1942.

José Hernández, enamorado

“Chinita querida, cada día es más pesada y fastidiosa para mí tu ausencia. Se me hace ya insoportable. Dios quiera que tú no pases los ratos que yo paso. Ya no veo la hora de ir; pero aún no puedo, todavía tengo que estar en este destierro.” Así empieza la carta de amor que José Hernández le escribe a su esposa, Carolina González del Solar, con quien tuvo siete hijos. Lo hizo desde su exilio en Brasil, en el contexto de una de las últimas rebeliones federales en la que colaboró con Ricardo López Jordán, y que desembocó en la derrota de los gauchos. Así como Borges pudo plasmar en su relato “El fin” un duelo en que Martín Fierro es derrotado a manos de un moreno, en esta carta el escritor parece empezar a encontrar el tono de su emblemático personaje, que empezaría a concebir en 1872, poco tiempo después de haber escrito esta carta, y ya instalado nuevamente en nuestro país.

Alfonsina al rojo vivo

Esta carta que Alfonsina Storni le envió a su amigo Manuel Gálvez días antes del suicidio es uno de los documentos más reveladores del hallazgo de la SADE y acaso uno de los que pueden llegar a enriquecer la imagen de su autora. Escrita en un rojo sangre que tiembla en el blanco de la hoja casi hasta desaparecer, esta carta contundente y desesperada contrasta notablemente con “Voy a dormir”, el último poema escrito por Alfonsina Storni. Si en el poema predomina un lenguaje abstracto y casi etéreo (“dientes de flores, cofia de rocío,/ manos de hierbas, tú, nodriza fina,/ tenme prestas las sábanas terrosas/ y el edredón de musgos escardados”), la carta presenta ni más ni menos que el tono coloquial y concreto de la desesperación: “Querido Gálvez, estoy muy mal. Por favor... mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro; ruéguele al intendente que lo ascienda acumulándole mi sueldo”. Si el poema, más allá del dolor, da muestra de una resignación estoica y casi arrogante que, ante el inminente suicidio, reclama el olvido (“Déjame sola: oyes romper los brotes.../ te acuna un pie celeste desde arriba/ y un pájaro te traza unos compases/ para que olvides.../ Gracias. Ah, un encargo:/ si él llama nuevamente por teléfono/ le dices que no insista, que he salido...”), la carta, en su misma naturaleza efímera, reclama exactamente lo contrario, memoria: “Gracias, adiós. No me olviden. No puedo escribir más”.

De Pessoa a Pessoa

El rotundo y raro encanto de Fernando Pessoa, el más universal y el más portugués de los poetas, a lo largo del tiempo y las distintas canonizaciones, sigue generándose de boca en boca, de persona a persona. En esta ponencia presentada ante el reciente II Congreso Internacional Fernando Pessoa en Lisboa, Rodolfo Alonso repasa las particularidades de una obra singular y, entre ellas, una traducción argentina que se adelantó incluso a su edición en Portugal.

Por Rodolfo Alonso
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Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo descubierto. O, al menos, de haber sido uno de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa en América latina. Y fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: “Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta”.

Cuando Aldo Pellegrini, siendo yo tan joven, me ofreció, a fines de 1959, seleccionar y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba. Sólo se había vertido entonces en castellano a un único heterónimo: Alberto Caeiro (Madrid, 1957), en cuya introducción su traductor, Angel Crespo, afirmaba claramente: “Creo que éste es el primer libro de versos de Fernando Pessoa que ve la luz en nuestro país”. Pero lo relevante de esa primicia argentina (primera en castellano con los heterónimos, primera en América latina) no se limita a su concreción, de hecho pionera, sino también a la intensidad con que fue recibida en todo el ámbito de nuestra lengua. La aceptación de los lectores fue tan inmediata que en contado plazo, y sin publicidad alguna, exigió sucesivas reediciones, anticipando lo ahora evidente: Pessoa conquista sus admiradores de a uno, de persona a persona, por la propia potencialidad de sus poemas, sin que se trate en absoluto de un éxito programado, superficial, y de forma tan indeleble que todavía –me consta– aquella edición se conserva en bibliotecas privadas como un acontecimiento, y en el corazón y en la memoria como un entrañable compañero, de huella perdurable.

Ahora que una canonización universal confirma la premonición de Adolfo Casais Monteiro, quien ya en 1958 lo vio como “el más universal y el más portugués de los poetas de este siglo”, me sigue sorprendiendo la exquisita avidez, la delicada fidelidad con que tantos lectores, en esta era de banalidad globalizada, viven como descubrimiento propio, trascendente y enriquecedor, a ese gran poeta distante, multifacético, exigente y oculto. Una de las condiciones de cuyo encanto será siempre el carácter auténticamente enigmático, la irónica altivez de quien supo desnudarse a fondo: “Trata de seducir con lo que hay en tu silencio” nos dejó dicho, en el inglés de su infancia.

Poco habría importado a Pessoa que sus inquietudes cambiaran de sentido en el contexto de otras épocas. ¿Cómo iba a imaginarse lineal, definitivo, quien vio hacerse en sí mismo a diversos creadores, de personalidades y obras diferentes? ¿Cómo iba a resultar explícito el mosaico de una personalidad celosamente oculta detrás de fantasmas fascinantes: “Eras muchos, eras todos, / y nunca eras nadie”? Pero aún hoy, es del legendario baúl que en Lisboa conserva su disperso y al parecer infinito legado, de donde se continúa dando a luz nuevos libros de Pessoa. Y sus lectores, ya que se trata de obras exigentes, no son los de tanto best seller predigerido sino aquellos que, como dijo Ricardo Piglia, son los únicos para quienes vale la pena escribir: los que siguen buscando el texto único en la maraña de las librerías marginales.

Pessoa no sólo concretó lo que el genial Rimbaud había intuido: “Car JE est un autre” (“Porque YO es otro”). También nos dejó no pocos enigmas contagiosos. El hecho sorprendente de que su apellido, “Pessoa”, signifique “Persona” en portugués, ya sería suficientemente premonitorio pero, además, su etimología nace en “Máscara”. De esas máscaras que son uno y muchos, de esas máscaras que revelan y velan, que cubren y descubren, Pessoa hizo nacer espejos, imborrables y hondos, que nos siguen hablando a la vez de él y de nosotros. Porque el arte no puede ser ni juego, ni entretenimiento, ni espectáculo, sino apuesta desmedida. Como él mismo afirmó: “La literatura es la prueba de que la vida no alcanza”.

Messagem (1934) fue el único libro en portugués que Pessoa editó en vida. Presentado al concurso de un movimiento nacionalista, le fue creado un premio de “segunda categoría”, a cuya entrega no asistió. Pero así había comenzado a convertirse en ese “súper Camoens” a cuya necesidad aludió (aparentemente sin involucrarse) en una célebre carta. Imbuido en el mito que auguraba un mesiánico regreso del rey Don Sebastián para devolver a Portugal su edad de oro, resultaría muy pobre considerar apenas como argumentación patriótica (aunque no deja de serlo) a ese libro ejemplar, de deslumbrante y precisa limpidez. No sólo porque dijo: “Soy, de hecho, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas”, sino también porque añadió, frenando ensoñaciones imperiales: “Para el destino que presumo será el de Portugal, las colonias no son necesarias”. Porque era portugués, sí, pero también (“mi alma atlántica”) mediterráneo, europeo, universal.

Y resulta llamativo que aluda a su época con la misma lucidez con que predice genialmente la nuestra: “El esfuerzo continuado que requiere producir incluso un pequeño poema bueno excede la incapacidad constructiva, la mezquindad del entendimiento, la futilidad de la sinceridad y la desordenada pobreza de imaginación que caracterizan a nuestros tiempos”. Anatema que se hace premonitorio en palabras nada complacientes: “Por un lado hay demasiada gente que escribe, que dibuja y que maltrata el arte de distintas maneras. Esto genera confusión. Por el otro lado, esta verdadera multitud de artistas hace de la publicidad y de la autoafirmación del más bajo nivel una defensa contra la oscuridad”.

Susan Sontag afirmó que “el gusto es el contexto y el contexto ha cambiado”. Y Luis Cernuda señaló, citando a Bécquer, que la obra de arte alcanza las dimensiones de la imaginación que impresiona. Y se refería, sin duda, al legítimo alcance que una gran obra podía lograr, al ser descubierta y valorada por una cultura.

Pero hoy, emasculándola al masificarla, oscureciéndola al exhibirla a plena luz, la sociedad de consumo destruye con bárbara inocencia el sentido crítico, la negatividad de una gran obra mediante el simple recurso de hacerla triunfar en el mercado, sin volverla cultura, no creo que sea posible con Pessoa. Su renombre no deriva de la aprobación masiva, sino que sus lectores siguen surgiendo espontáneamente, de uno en uno. A pesar de encontrarse traducido casi en todo el mundo, a pesar de los incontables estudios sobre su obra y su persona, algo lo mantiene fuera de la desoladora tiranía del mercado.

Algo secreto seguirá siempre vigente en el Pessoa público. Algo intransferible. ¿Qué puede hacer la sociedad del espectáculo con alguien capaz de palabras tan ferozmente irrecuperables como éstas? “Si escribir –en el sentido de escribir para decir algo– es un acto que tiene el cuño de la mentira y el vicio, criticar cosas escritas no deja de tener su correspondiente aspecto de curiosidad mórbida o de futilidad perversa. Y cuando la crítica es, además, escrita, su inmoralidad esencial se refina hasta lo repugnante. Se contagia de la enfermedad del criticado: el hecho de existir en lo escrito.”

Fernando Pessoa es felizmente irrecuperable. Como su gemelo no menos oscuro e indeleble, Franz Kafka, en una carta a de 1923, bien hubiera podido decirnos: “¿De qué estás hablando? ¿Qué ocurre? Literatura, ¿qué es eso? ¿De dónde viene? ¿Para qué sirve?”. Lo cual prueba que ambos fueron y son auténticos escritores, escritores de raza, nunca apenas meros literatos.

Fragmento de la ponencia presentada ante el II Congreso Internacional Fernando Pessoa, organizado en Lisboa por la Casa Fernando Pessoa, del 23 al 25 de noviembre de 2010.

Españoles en la Argentina

Alberti y León, los inmigrantes

La Guerra Civil hizo que muchos españoles buscaran amparo en la Argentina; entre ellos, estuvieron el poeta Rafael Alberti y su pareja, María Teresa León. Se quedaron mucho tiempo: desde 1940 hasta 1963

Se cumplieron 70 años del inicio del exilio en la Argentina de la pareja formada por el poeta Rafael Alberti (1902-1999) y la cuentista y articulista María Teresa León (1902-1999). Llegaron a Buenos Aires el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella, y partieron a Roma 23 años después, el 28 de mayo de 1963. En esos 23 años rioplatenses refundaron su familia, con la llegada de la hija de ambos, Aitana, y luego con el arribo de Gonzalo, el hijo mayor del matrimonio de María Teresa con Gonzalo de Sebastián Alfaro, de quien se había separado antes de comenzar su relación con Alberti.

En el puerto los esperaba un numeroso grupo de escritores, artistas, periodistas: la escritora y cónsul chilena Marta Brunet, la escultora María Carmen Portela, Margot Portela Parker (hermana de María Carmen y también pintora, la sin par "Malinverno" de las chanzas y de la correspondencia, aún inédita, con Rafael), Sara Tornú -"la Rubia"- y su esposo Pablo Rojas Paz, el abogado Rodolfo Aráoz Alfaro, el director de cine Arturo Mom, Gori y Maricarmen Muñoz, Manuel Ángeles Ortiz. Así lo cuenta María Teresa en Memoria de la melancolía:

Y llegamos al Río de la Plata. [.] ¡Cuánta gente aglomerada, esperando! Vimos subir a una señora joven con gafas que preguntaba y se reía. Tardó muy poco en atropellarnos con sus preguntas: "Rafael Alberti, ¿verdad? Y María Teresa. Soy el cónsul de Chile, por eso me han dejado pasar. Bienvenidos. Me llamo Marta Brunet". [.] Y nos abrazaba, "¡Martita Brunet!", la llamaríamos más tarde. Sólo Martita. No olvido la mirada primera de sus ojos chiquitos de miope. No olvido su voz. [.] Una hermosísima mujer consiguió pasar la barrera y nos abrió sus brazos. "Soy María Carmen." "¿Y Amparito?", seguíamos preguntando, mientras descendíamos cargados de paquetes. No nos contestó María Carmen Portela.

Las palabras de María Teresa León ilustran lo que la importantísima foto hasta hoy desconocida también nos dice: ha llegado el Mendoza, y ahí están, adelantándosenos, intactos, los personajes mencionados por ella, Marta Brunet y, en primer término, María Carmen Portela. Está ausente su íntima amiga, Amparo Mom, mujer de Raúl González Tuñón: María Teresa pregunta y presiente lo que inmediatamente le dirán, que ha muerto hace tres días.

La permanencia de los Alberti en Buenos Aires es aún ilegal, pero el doctor Rodolfo Aráoz Alfaro, esposo en estos años de María Carmen Portela, les sugiere que pidan un permiso de cuatro días para visitar la ciudad, y luego se refugien en su casona de El Totoral, en la provincia de Córdoba. ¿Dónde pasan los Alberti estos primeros días porteños? Una carta de María Teresa a Corpus Barga recientemente publicada (Cartas a Corpus Barga, Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert, 2008), lo revela:

Queridísimos: acabamos de instalarnos en este sereno día de Buenos Aires. Es tanto el dolor y la pesadilla que acabamos de vivir que casi no acierto a escribiros. La pobrecita Amparo murió tres días antes de nosotros llegar. En el delirio sólo habló de nosotros. De las conferencias, de cómo éramos, de cuánto nos quería. [.] Hemos conocido gracias a la generosa simpatía de Amparito una familia asombrosamente buena que nos trata como suyos. El hermano de quien tanto ella hablaba es un hombre admirable. Vivimos con él. Está pendiente de nosotros. [.] Hemos conocido a la pobre madre, y a una amiga maravillosa, María Carmen Aráoz Alfaro. [.] Creo que empiezo a quererla mucho.

Amparo Mom y su esposo, Raúl González Tuñón, habían afianzado su amistad con los Alberti en España y en París. Y había sido Amparo -escritora e intelectual injustamente olvidada- quien había insistido en que Buenos Aires podía ser el lugar adecuado para el exilio de los Alberti. El piso en el que se alojan no bien llegan es precisamente el del hermano de Amparo, Arturo Mom, "Neneo" para los amigos, el director de exitosas películas del momento como Loco lindo, de 1936. Y María Carmen Portela, íntima amiga de Amparo Mom, con quien también había compartido trabajos e inquietudes artísticas y tan injustamente olvidada como ella, será una de las primeras y más importantes relaciones de los Alberti en la Argentina y luego en el Uruguay.

Sigue inmediatamente la estancia en El Totoral: allí,Rafael y María Carmen se tomaron fotos al abrigo del reparador patio de la casa de los Aráoz Alfaro, en las estribaciones de Córdoba. Vale recordar que María Carmen Portela es la escultora de un busto en bronce de su amigo Rafael Alberti).

En El Totoral residirán los aún indocumentados María Teresa y Rafael -con viajes a Buenos Aires, al menos de María Teresa, que se encarga de los trámites para conseguir la residencia- hasta que, con fecha 30 de septiembre de 1940, les es otorgada la autorización de permanencia en el país (Fondos Gonzalo de Sebastián León-Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga) y se instalan en la Capital. ¿Dónde se instalan?

"Y me asomo al balconcillo del primer departamento, calle Tucumán, en una casa de Victoria Ocampo", vuelve a decirnos María Teresa. Pero ya sabemos que no fue así: Rafael y María Teresa vuelven a instalarse en el edificio de Libertad 1693, ahora en el piso 4, departamento B, como lo confirma la carta de María Teresa al poeta Juvenal Ortiz Saralegui del 19 de febrero de 1941 (Rafael Alberti en Uruguay, correspondencia, testimonios, crítica, SECC, 2002). Recién después llegarán a la casa de Victoria, en la calle Tucumán 677-7° C, y todavía faltará el domicilio de Santa Fe 3735, 7° A, antes de arribar, al fin, a la tan querida casa de la calle Las Heras 3783.

En Libertad 1693 -esquina Avenida Libertador-, sobre el bajo de la ciudad, sólo a tres cuadras de Suipacha 1444, la casa de Oliverio Girondo y Norah Lange, pasaron sus primeros tiempos porteños Rafael Alberti y María Teresa León. El edificio de estilo racionalista todavía se conserva (aclaración que siente necesaria cualquier sudamericano): es del año 1935, y uno de sus diseñadores, el ingeniero Adolfo T. Moret (el otro fue Carlos Méndez Calzada), acompañaría a Alberto Bullrich -el mismo arquitecto que creó el Obelisco porteño- en la edificación del Teatro Gran Rex, de 1937, el emblemático edificio de la calle Corrientes.

¿Olvidaron Rafael y María Teresa el primer balcón marinero del exilio argentino? ¿Empañó la nostalgia -o, tal vez, la angustia- la gran vista al Bajo, a las barrancas de la ciudad, al puerto, con el primer verde extendido hasta el río (¿la primera arboleda perdida?), y el Río de la Plata tan inmenso, desplegado como un mar? ¿Olvidaron la primera proa enfilada hacia el otro mundo, hacia la otra orilla?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muuuuuy interesante! Muchas gracias por publicar algo asi, de verdad me encanto!
Eso que yo estaba buscando hoteles baratos en cuba que tengo que ir a hacer unos tramites, y no se como llegue e aeste blog, pero me gusto tanto que queria comentar esto mismo.
Muchas gracias nuevamente.
Espero que sigan publicando articulos así.
Saludos