miércoles, 16 de diciembre de 2009

Almendra/Spinetta/Guerra civil española

A 40 años del primer disco de Almendra y a 30 del reencuentro del grupo en plena noche dictatorial, se revelan los archivos de inteligencia que seguían los pasos de Spinetta y su banda.

Por: Gabriel Martín Cocaro

ICONO La portada del primer LP de Almendra, un dibujo de Spinetta resistido por la grabadora.

A lo largo de seis meses de intenso trabajo, de proposición total hacia lo que es nuestro, hemos comprendido que, lo que en un momento puede llegar a trascender, deja de ser exclusivamente propiedad del autor y se transforma en algo legítimamente de todos. Por eso, el 15 de enero es una fecha importante tanto para nosotros como para ustedes. Es la salida de nuestro primer long play. Es nuestra salida hacia ustedes". Con ese texto, escrito a máquina, fotocopiado y distribuido en forma de volante, Almendra anunció el lanzamiento de su álbum debut a principios de 1970. El conjunto, venía batallando duro desde hacía casi dos años y llevaba editado tres simples que no habían tenido ventas extraordinarias pero sí las suficientes como para que Vik, sello subsidiario de RCA Argentina, decidiera subir la apuesta. Entonces, entre enero y octubre de 1969 en los estudios T.N.T., Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García, alumbraron un puñado de piezas formidables que trascenderían largamente su tiempo.

En la tapa del vinilo, se veía a un hombre angustiado. Su cabellera estaba cubierta por un pañuelo atado al cuello y una lágrima le caía por el rostro; en la cabeza, llevaba pegada una flecha de juguete y tenía puesta una remera rosa, con el nombre de la banda. La imagen era un dibujo de Spinetta que contó con el aval de sus compañeros y el desprecio de la compañía, que destruyó el original. Pero El Flaco rehízo el trabajo y la grabadora, finalmente, cedió. "El sello pensaba que los compradores de discos eran, mayoritariamente, mujeres. Por eso, la portada debía ser una foto mostrándonos lo más carilindos posibles. Nosotros, rompimos con ese precepto", afirma García. En la contratapa, en lugar de los títulos de las temas, aparecían la lágrima, el ojo y la flecha del personaje de la cubierta como únicos indicadores. Así, el grupo vestía su propuesta con un ropaje exótico y, a la vez, cándido. "El acto creativo, es el juego del niño llevado al presente del adulto. En el mundo de Almendra –explica Del Guercio– había mucho de juego y absurdo. Por eso, a Luis y a mí nos gustaba tanto Julio Cortázar, porque era un fiel representante de ese universo fantástico".

La obra, mostraba un amplio abanico estilístico. La potencia rockera de "Ana no duerme", convivía con la melancolía tanguera de "Laura va", la psicodelia hendrixiana de "Color humano", los aires jazzeros de "Que el viento borró tus manos" y la impronta bossa novística de "Fermín". Las melodías iban, desde la belleza despojada de "Muchacha (ojos de papel)" hasta la complejidad armónica de "A estos hombres tristes". Todas, acompañadas por cuidados arreglos vocales y sutilezas instrumentales, como la flauta dulce de "Figuración" o el piano de "Plegaria para un niño dormido". Aquellos sonidos, combinados con letras tiernas, oníricas, existencialistas y surrealistas daban como resultado un nuevo tipo de canción urbana. "Escuchábamos a Atahualpa Yupanqui, a Astor Piazzolla, a jazzeros argentinos y, como elemento central, a Los Beatles. Almendra, se creó bajo el signo que ellos nos inocularon: la búsqueda de un lenguaje creativo con total libertad. Con esa idea, elaboramos las canciones", sostiene Del Guercio.

A tres meses de su salida, gracias a la difusión de "Muchacha (ojos de papel)", la placa superó las 20.000 unidades vendidas. Y aunque algunas críticas señalaron un particular uso del lenguaje (acentuaciones incorrectas y ciertas licencias gramaticales), todas resaltaron la calidad de la producción. "Hoy aquellos temas son clásicos pero, en ese momento, eran considerados de vanguardia. Con el tiempo –reflexiona Del Guercio– me di cuenta de que la mayoría de ellos están enhebrados por la tradición cancionística de nuestro país. Son canciones argentinas. La verdadera vanguardia revoluciona lo que hereda. Almendra, fue heredero de la mejor música argentina y combinó sus elementos sin ningún prejuicio". Luego, el grupo comenzó a darle forma a una ópera rock. Pero la idea se frustró y aceleró cierto desgaste interno que, meses después, provocó la separación. Antes, el conjunto grabó un disco doble y se despidió de su público con dos recitales en el cine Pueyrredón, de Flores, el 25 de diciembre de 1970.

El retorno comenzó a mencionarse en lascartas que Del Guercio y García, instalados en España desde 1975, intercambiaban con Spinetta. Sin embargo, recién se concretó cuando, a mediados de 1979, Alberto Ohanian, abogado y amigo de El Flaco, le formalizó a los músicos la propuesta. Por entonces, el bajista y el baterista estaban nuevamente en Argentina. Y Molinari, que vivía en los Estados Unidos, regresó al país para sumarse al proyecto.

Al principio, se pautaron dos presentaciones en el Estadio Obras, para el mes de diciembre. Pero el público arrasó con las localidades y ese par de funciones, se convirtieron en seis. Mientras esto sucedía, las huestes de Jorge Rafael Videla continuaban con su cacería humana. En tiempos tan duros, resistir era la única opción. Aunque "sumergir no es desaparecer", advertía la banda en un comunicado en el que anunciaba su vuelta. "El individuo –dice Del Guercio– se acomoda al contexto para sobrevivir. Pero esa adaptación, es el peor residuo que puede dejar una dictadura porque es uno el que la perpetúa cambiando sus conductas. Nosotros, habíamos tomado conciencia que Almendra tenía un vínculo emocional con muchas personas y la reunión fue como decirles: 'estamos haciendo un ejercicio de adaptación, pero no nos olvidamos quiénes somos y qué era lo que soñábamos'".

Trastienda de una persecución

La Junta Militar, había clausurado todo tipo de expresión política (partidos, sindicatos, centros de estudiantes) y los recitales masivos eran la única forma sobreviviente de agrupación colectiva. Por eso, luego del Golpe, las razzias a la salida de estadios y teatros se tornaron frecuentes. A partir de esa modalidad, la escena rockera se retrajo. Pero Almendra, empezó a convocar multitudes. A los shows en Buenos Aires, se sumaron otros en Rosario, Córdoba, Mendoza, La Plata y Mar del Plata. Los represores, no podían permitir tamaño brote de manifestación popular. Entonces, días antes del primer Obras, se iniciaron operaciones de inteligencia para desalentar la concreción de los eventos y, ya con la gira en marcha, la agrupación fue víctima de una minuciosa tarea de espionaje.

En el radiograma 12782/803, fechado el 4 de diciembre de 1979 y enviado por el Ministerio del Interior a todos los gobernadores de provincia, se afirma que Almendra "ejecuta el género musical denominado rock nacional y sus integrantes hacen alarde de su adicción a las drogas, circunstancia que incluso es insinuada en las letras de algunas canciones que interpretan, como así también el desenfreno sexual y la rebeldía ante nuestro sistema de vida tradicional". El texto, aseguraba que las autoridades cordobesas habían prohibido la presentación del combo en esa provincia y aconsejaba a los otros mandatarios a "adoptar medidas similares".

Pero el radiograma mentía, porque Almendra había tocado en el Chateau Carreras. Treinta años después, leyendo por primera vez aquel comunicado, Del Guercio opina: "Los militares, con un lenguaje burdo, advertían que había algo, para ellos incomprensible, que estaba subvirtiendo el orden en el cual vivían. Tenían razón. Almendra, generaba un pensamiento diferente en los jóvenes de la época. Eso, era lo que incomodaba".

La fecha en el estadio de Newell's Old Boys, estuvo a punto de suspenderse. Finalmente se concretó pero, horas antes, las fuerzas de seguridad solicitaron las letras de todas las canciones. Los músicos, eran vigilados de cerca.

"Cuando íbamos a algún lugar a comer –recuerda García– al rato, aparecían dos personas. Se ubicaban en una mesa cercana a la nuestra e intentaban escuchar lo que hablábamos. Si uno de nosotros advertía esa actitud, mencionaba en la conversación la palabra 'dolby'. Así, nos alertábamos de lo que estaba pasando".

La actuación en el Club Estudiantes de La Plata, también se llevó a cabo. Pues, según explicaba el intendente de dicha ciudad en una carta al subsecretario de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, suspenderla implicaba el "riesgo de una desfavorable y aún tumultuaria reacción (dado el tipo de público asistente a esta clase de espectáculos)...". De todas formas, el show fue grabado por personal policial. Y a su término, una brutal represión dejó un saldo de ciento noventa y siete detenidos, la mayoría menores de edad.

El 20 de enero de 1980, en el Estadio Mundialista de Mar del Plata, Almendra dio otro recital. Al día siguiente, la policía marplatense le envió a la Dirección General de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires un informe de seis hojas que incluyó los antecedentes artísticos de los músicos, una detallada crónica del concierto y las letras de los nuevos temas de la banda. El escrito asevera: "efectuadas averiguaciones a través de charlas mantenidas con su productor, como asimismo con algunos de sus integrantes se ha podido saber que este grupo se ha reunido por única vez, siendo en consecuencia la actuación realizada en Mar del Plata, la despedida del grupo". La historia, demostró lo contrario.

A fines de ese año, el conjunto volvió a reunirse, grabó un álbum y emprendió una gira nacional. "El trabajo de Almendra –aclara Del Guercio– no pretendía adoctrinar a nadie. Pero, era una expresión artística donde la idea de la libertad estaba siempre presente". Aquellos adolescentes, que a finales de los '60 leían a Cortázar, jamás traicionaron su esencia. Y en plena noche dictatorial, hicieron carne las palabras del escritor: "el fondo de un hombre es el uso que haga de su libertad".


No olvidarás

A más de 70 años del final de la Guerra Civil Española, libros, muestras, filmes y nuevas investigaciones ahondan el debate sobre el pasado. Aquí, una puesta al día y una entrevista con el historiador que investigó las apropiaciones de niños durante el franquismo, dramático antecedente de lo ocurrido en la Argentina.

Por: Raquel Garzón

BARCELONA, 19/7/1936. Tropas de la guardia de asalto y la guardia civil se enfrentan a las fuerzas sublevadas del general Goded en la Plaza Cataluña. Comenzaba una guerra fratricida que duraría tres años.

Pasados más de 70 años del final de la Guerra Civil Española (18 de julio 1936 - 1° de abril de 1939), aún rueda en Madrid un chiste con ecos de pólvora y llagas. Un exiliado declara que vuelve a España. Cuando sus compañeros le increpan escandalizados, diciendo que es una locura, que Franco aún está allí, firme como una roca, él contesta: "Con no hablarle...". Muerto el dictador en 1975 y treintañera la sociedad democrática, el silencio auspiciado como garantía de reconciliación, tras casi 40 años de franquismo, parece haber quedado definitivamente atrás en España.

Las formas que ha elegido la memoria son diversas. La compra de los más de diez mil negativos de fotos de la guerra, archivo hasta ahora inédito de Agustí Centelles (una de sus imágenes acompaña esta página), por el cual el Ministerio de Cultura acaba de pagar 700 mil euros a los herederos, para incorporarlas al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca; muestras como Las prisiones de Franco, que puede visitarse desde cualquier lugar del mundo en el site del Museo de Historia de Cataluña (www.es.mhc.net); estrenos cinematográficos como Los girasoles ciegos, de José Luis Cuerda, basada en el libro homónimo de Alberto Méndez; mesas redondas, documentales, tesis doctorales y libros, decenas de libros, entre ellos, el reciente La noche de los tiempos, una novela de Antonio Muñoz Molina, que Seix Barral acaba de editar en la península, sobre los traumas de la República, la guerra y el exilio.

Los números son contundentes. La base de datos que depende del Ministerio de Cultura revela que en los últimos cinco años se han publicado en España 163 libros que contienen en su título las palabras guerra civil, Franco o franquismo. Las librerías ofrecen mes a mes novedades sobre estos temas, que se ubican rápidamente en las listas de los más vendidos. No todo lo que se publica es bueno ni suma nuevos datos, pero la avidez por saber, por repensar, por mirar la propia historia a los ojos se palpa en las calles y retroalimenta la maquinaria editorial.

Testimonios de ex víctimas del régimen (Las rosas de Franco. Los republicanos que el dictador dejó en las cunetas, A mi marido lo mataron en Paracuellos); miradas civiles sobre enfrentamientos y estrategias militares (El arte de matar. Cómo se hizo la Guerra Civil Española), papeles privados y ensayos que narran el conflicto desde perspectivas renovadas (Con ojos de niña. Un diario de la Guerra Civil Española, Palabras huérfanas...), reediciones de textos polémicos (Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie) y textos que abordan el final del régimen y el posfranquismo (Crónica de la transición 1973-76, Héroes y caídos: políticas de la memoria en la España contemporánea, El mito de la transición) son algunos de los géneros y títulos más recientes. Y el goteo continúa. Pero ¿qué hay de nuevo en estos textos? ¿Qué miradas o debates historiográficos han planteado? ¿Acaso esta ebullición implica que se ha roto definitivamente el "pacto de olvido" (la definición es de la socióloga Mari Luz Morán) que asumió la sociedad española para afianzar, después de casi 40 años de dictadura, su transición a la democracia? Y como contrapartida, ¿qué sigue siendo tabú? Estas son algunas de las preguntas que animan este informe.

El nombre del escándalo

El tema empezó a rodar con fuerza en 2004 y aún goza de buena salud. En esa España que se sentía mayor de edad en la Unión Europea, a la que había entrado en 1986, la memoria comenzaba a escocer. Surfeada una transición que, aunque más suave que las latinoamericanas, había tenido su intentona golpista en el levantamiento de Tejero del 23 de febrero de 1981, en 2004 el país consolidaba sus instituciones democráticas y dejaba atrás la sensación de ser la Europa pobre (hacían cola para entrar en la Unión, entonces, Rumania y Bulgaria, que se incorporaron en 2007), para calzarse el traje de primer mundo.

En medio de la avalancha editorial de esos años surgió un nombre tan polémico como vendedor: el de Pío Moa, un periodista, ex miembro de los Grupos Revolucionarios Antrifranquistas Primero de Octubre (GRAPO), la banda terrorista que surgió en agosto de 1975 como brazo armado del Partido Comunista de España Reconstituido (PCE-R), una escisión de la izquierda pro Moscú. Devenido en historiador, Moa abjuró de la izquierda y se pasó a los contrarios con fervor de converso. Como "liberal, sin encasillamiento preciso" se definía ante Ñ entonces, y explicaba su metamorfosis diciendo: "Antaño yo creía que los errores, incluso los crímenes comunistas eran disculpables como fallos pasajeros dentro de una concepción básicamente correcta. Cuando llegué a la conclusión de que la teoría era falsa en su raíz, comprendí que sólo podía producir errores y crímenes."

A contrapelo de la historiografía mayoritaria, Moa suele presentar la de Franco como una dictablanda, imagen reafirmada en aquel diálogo: "Al revés que los regímenes comunistas, el franquismo permitía como ha señalado Julián Marías, una amplia libertad personal, siempre que no te metieras en política. Había una actividad asociativa y cultural mucho mayor de lo que ahora se dice. Legó a la sociedad dos bienes fundamentales: la prosperidad material y la moderación política. Gracias a ello la transición fue un éxito."

Su libro más famoso es Los mitos de la guerra civil (La esfera de los libros, 2003), que ya lleva treinta y seis ediciones de tapa dura, siete de bolsillo y cerca de 200 mil ejemplares vendidos. Desde el diario El País se lo definió como un "monumento de propaganda franquista" y El Mundo defenestró parejamente a libro y autor en un artículo titulado "El ex GRAPO que perdonó a Franco". Moa retruca diciendo que la propaganda de izquierdas "ha creado una artificial inmadurez para afrontar la historia" y resume los puntos centrales de su ensayo: "Hay dos mitos básicos, que engendran los demás y que responden falsamente a estas dos preguntas: ¿se debió la guerra a un peligro fascista o a un peligro revolucionario?¿Fue una lucha entre democracia y fascismo? Creo haber demostrado no sólo que no hubo peligro fascista hasta bien entrado el año 36, sino que las izquierdas sabían que no existía, y sólo utilizaban ese espantajo para soliviantar a las masas. En cambio, el peligro revolucionario se hizo evidente casi desde el primer día, en la gran quema de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza y en las insurrecciones anarquistas." Afirmaciones como éstas han puesto los pelos de punta a quienes llevan décadas estudiando la Guerra Civil y la posguerra, que acusan a Pío Moa de replicar la versión de los vencedores sin haber pisado un archivo en su vida; de escribir sin contrastar con documentos lo que afirma y, en fin, de hacer ensayismo ideológico neofranquista más que historia (la lista de críticos incluye a investigadores tan prestigiosos como Javier Tusell, Ricard Vinyes, Santos Juliá y Nigel Townson, entre otros).

Las afirmaciones de Moa, sin embargo, no han caído en saco roto. El historiador estadounidense Stanley Payne alabó su trabajo."La negación a discutir el gran número de temas serios que suscita" y la "hostilidad gélida y furibunda" con que se han recibido los libros de Moa se explican, según Payne, por "el dominio de actitudes políticamente correctas entre los intelectuales, las universidades y los medios de comunicación". Un panorama que, dice, es común a otras sociedades occidentales desde los años 80 y que se traduce en "victimofilia", impidiendo en los EE.UU., tratar "cuestiones raciales"; en Francia, el debate de los problemas de Oriente Medio y en España, revisar "el franquismo, la izquierda y la Guerra Civil".

Hace algunos años, el tema se revisó en un ejemplar de colección. Invitados por el suplemento cultural del diario El Mundo, diez historiadores recogieron el guante y discutieron la tesis del profesor estadounidense. Aunque Moa y Payne postularon la existencia de una historiografía políticamente correcta, la mayoría de los consultados coincidió en que sobre la Guerra Civil y el franquismo hay investigaciones buenas y malas y de todas las tendencias. "Al contrario de lo que ocurrió con los vencedores, que dispusieron durante 40 años de todos los medios para construir una versión de la Guerra Civil, con censura, los vencidos jamás tuvieron una sola versión", sintetizaba Santos Juliá.

La memoria desigual

Al analizar los gobiernos posdictatoriales latinoamericanos y su relación con la memoria en Decadencia y caída de la ciudad letrada, la ensayista estadounidense Jean Franco ha hablado de una "política de amnesia". ¿Es aplicable esta figura al caso español? El historiador Javier Tusell (1945-2005), autor de una veintena de libros sobre la Guerra Civil y el franquismo respondía en una entrevista no publicada hasta ahora a esta consulta de Ñ: "Se ha hablado de amnesia, pero mal. Lo que hubo en España no fue amnesia ni olvido, sino reconciliación. Tres leyes de amnistía, la última en octubre de 1977, avalaron la transición democrática de una España que no había olvidado sino que, por recordar bien el pasado, no quería repetirlo. Si se compara el caso español con los de Chile o Argentina, creo que aquí fue más fácil perdonar porque las muertes eran más lejanas. Se había matado hacía 30 o 40 años y esa distancia hizo posible concentrarse en el futuro".

El pasado, además, olía a miseria y a fracaso. "¿A quién en la España de trenes de alta velocidad, exposiciones internacionales y olimpíadas podía interesarle mirar hacia un pasado de pobreza y sangrientas luchas de clase en busca del garbanzo perdido? Europa eran Jünger, Popper y Heidegger", escribía con ironía, Rafael Chirbes criticando la desmemoria de la transición democrática, al recordar en 2003 el centenario del nacimiento del escritor Max Aub, exiliado republicano que retrató en su obra el dolor de la posguerra.

¿Por qué entonces, ahora sí, la memoria? ¿Marca este fervor editorial el fin de la tantas veces argumentada excepcionalidad de España, para no debatir sobre la realidad mientras otras sociedades europeas de posguerra sí lo hacían? Otra vez, Tusell: "Yo no creo que España lo haya hecho mal en cuestión de memoria si se la compara con el resto de Europa. Italia tardó 20 años en hablar de Mussolini tras su muerte. Nosotros en los 80 ya escribíamos sobre el franquismo." En cuanto a los aportes de las últimas publicaciones, el autor de Los hijos de la sangre era escéptico: "Hay mucho ensayismo fácil, que vuelve a contar lo ya sabido. Seguimos sin una obra que nos muestre el franquismo de manera integradora, general y que revele las relaciones internas del régimen". Habría sí, dos aportes esenciales en las investigaciones más recientes: "Por un lado, un mayor conocimiento del papel que jugó Rusia en apoyo del bando republicano durante la guerra: Stalin fue todo menos un generoso donante. Por otro, hay un desvelamiento de la dimensión y peculiaridades de la represión del régimen. Una represión que se caracterizaba por ser diversa, polifacética, pues el opositor era aplastado social, económica y físicamente: perdía su empleo, su propiedad y, además, era encarcelado" (ver Los niños perdidos...).

Al hecho de haber "documentado e interpretado el volumen, la variedad y la crueldad de la represión hasta el fin mismo de la dictadura", el historiador catalán Ricard Vinyes suma otra novedad de las últimas investigaciones. Ante Ñ destaca: "Algunos libros han presentado la democracia no como el resultado de un proceso de transformación de la administración franquista y su capacidad de reconversión, con el rey como líder de los cambios, sino como producto del peso político, social y cultural del antrifranquismo, que no logró derrocar la dictadura pero sí impidió que se prolongase tras la muerte de Franco."

En el ensayo y la ficción

Toda familia española tiene cicatrices de la Guerra Civil. En 1939, según el Instituto Nacional de Estadística, la población española era de unos 25 millones de personas. Se calcula que la guerra mató a medio millón entre quienes murieron peleando, fusilados por uno u otro bando, en el exilio o en los campos de trabajo. El cómputo es del historiador británico Paul Preston, biógrafo de Franco y una autoridad en la materia, que habla de un "holocausto español".

Incluso los más jóvenes, que nacieron en la España de la UE, escuchan de sus abuelos historias de trincheras. Esa realidad explica no sólo la sed por los libros de divulgación, sino también el consumo de novelas y relatos que recrean la posguerra. En 2001, Javier Cercas sobrecogió con Soldados de Salamina, un "relato real" que narra cómo Rafael Sánchez Mazas, ideólogo de la Falange, logró sobrevivir a un fusilamiento colectivo organizado por las tropas republicanas, para convertirse luego en ministro de Franco. Pronto se le sumaron otros títulos: Capital de la gloria, de Juan Eduardo Zúñiga, La voz dormida, de Dulce Chacón, Francomoribundia, de Juan Luis Cebrián, Veinte años y un día, de Jorge Semprún, Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez, llevada al cine en 2008 y El corazón helado, de Almudena Grandes son algunas de las exitosas ficciones que siguieron. Esta última aborda las esquirlas del franquismo desde la mirada de los nietos de quienes participaron en la Guerra Civil.

A su tiempo, el libro de Cercas cosechó premios (el Grinzane Cavour, el Salambó...) y críticas que trascienden lo literario, sobre todo en Alemania, donde se lo acusó de "anestesiar" la realidad y de acercarse a los verdugos de la historia sin descalificarlos. Más allá de las polémicas, ya superó las 30 ediciones y llegó al cine de la mano de David Trueba. En Diálogos de Salamina, que resume una larga conversación entre escritor y director, Cercas reflexiona sobre cómo sienten la guerra quienes no la vivieron: "Me di cuenta de que había mucha gente de nuetra generación, que sin haber hablado del tema, sin haber escrito sobre él, más bien habiéndose burlado en público de todas esas cosas (...) en realidad estaba interesadísima. Pero, ¿cómo no? (...) Sabemos que la Guerra Civil es la gran aventura del siglo en este país, y que todos venimos de ella".

Una aventura sangrienta que pervive: "En España no se ha cumplido con el duelo que, es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico, y sobre todo, de que es irreparable", diagnosticaba el escritor Carlos Piera. Ese reconocimiento institucional llegó con la Ley de Memoria Histórica (ver Un documental...), sancionada a fines de 2007 por el socialismo en el gobierno; encarnarlo, es la prueba definitiva que debe dar España para convertirse plenamente en lo que siempre quiso ser: Europa.



1 comentario:

sarónico dijo...

Les conviene leer el comentario sobre lo de Clarín, por Pío Moa, en Libertad digital: ¡lo destroza!