COPI. Sexo, política, vodevil y un lenguaje mordaz hicieron de Raúl Damonte –Copi–, nacido en 1939 y muerto en 1987, una figura del under, desde su autoexilio en París.
El hombre del subsuelo
El alboroto de sexualidades, la utilización de géneros de la cultura popular, la virulencia política y la marca extraterritorial hicieron de Copi una figura canónica del under. Radicado en París, su narrativa, escrita casi toda en francés, comenzó a llegar con cuentagotas, como su teatro. Ahora se publica su delirante La ciudad de las ratas.
Pero volvamos al principio y digamos, para situar, que Copi nació en Buenos Aires el 22 de noviembre de 1939; su madre era la hija menor de Natalio Botana, fundador del diario Crítica, ciudadano Kane del subdesarrollo que murió apenas dos años después de que Copi naciera y cuyas excentricidades gozan de alguna actualización post mortem a la luz de un mural que le mandó pintar a David Alfaro Siqueiros en los sótanos de su Xanadú de Don Torcuato. El padre de Copi, Raúl Damonte Taborda, político influyente y comisionado de su suegro en España durante la Guerra Civil, llegó a ser adlátere de Perón, aunque esas relaciones pasaron pronto de castaño a oscuro y, tras el ascenso al poder del régimen, debió exiliarse en Montevideo, y más tarde en París, junto a su familia. Copi recordaría para siempre, con lo que denominaba "una conciencia viva" y a pesar de la corta edad con la que contaba en ese momento, los sucesos del 17 de octubre de 1945 y también el allanamiento de la casa familiar y el acto de arrojo, impensado como tal para la voluntad de un niño, que acabó salvándole el pellejo a su parentela, según se lo relató al periodista José Tcherkaski en los primeros ochenta: "Mi madre me dio un papel así de grande para que yo se lo diera al portero para que no lo agarraran a mi padre; mi hermano acababa de nacer, había diecisiete mujeres en la casa, yo caminé por un balconcito, lo llamé al portero y le tiré el papel. El portero recibió el papel, después fue a esperarlo a mi padre a la esquina a que llegara en un auto. Nos fuimos al Uruguay. ¡Cómo no me voy a acordar de la Argentina! Cualquiera se acuerda del infierno..." Para ese entonces, la distancia desde "copito de nieve" a Copi ya había quedado allanada por las elisiones del cariño. La familia regresó a Buenos Aires animada por el triunfo de la Revolución Libertadora, aunque en la ruina. No pasaría siquiera una década antes de que Copi volviera definitivamente a París; había publicado aquí sus primeros dibujos en el diario Resistencia Popular y en la revista Tía Vicenta, y estrenado su pieza Un ángel para la señora Lisca, con Gloria Ferrandiz en el rol protagónico. Una biografía minuciosa de Copi es debida ahora a que los esfuerzos críticos, como los de Daniel Link, Graciela Montaldo o Jorge Dubatti, parecen cuajar en un panorama propicio.
2. Sin embargo, fue César Aira, en junio de 1988 y en una serie de conferencias que más tarde se publicaron en un libro, quien llamó la atención sobre la obra de Copi, aquí apenas conocido por las traducciones de Anagrama de sus novelas y cuentos, de muy reducida circulación, y por el escándalo que la prensa argentina registró desde París cuando, hacia 1970, un grupúsculo de derecha, contratado vía Madrid por gente cercana a Perón, irrumpió en el teatro de L'Epée-de-Bois durante una representación de Eva Perón, la cuarta obra estrenada por Copi en Francia, e hizo explotar una bomba entre las graderías, golpeó a los actores y destrozó decorados. Aira apunta que "Copi es tan valioso para nosotros porque su estilo es el de un apartamiento del texto en sí, en dirección al hombre hecho mundo". Y agrega que "su apelación a los distintos géneros, su minimalismo, su recurso a los géneros menores, coinciden en hacerlo un artista en acción, menos una obra que un artista".
La dilatada inadvertencia que pesaba sobre Copi, zanjada a regañadientes por una edición de Jorge Alvarez de algunos de sus cómics de La mujer sentada en 1968 y por las puestas de Maricarmen Arnó de La noche de Madame Lucienne y Una visita inoportuna, se justifica quizá por el mentado carácter inclasificable de su obra, por el alboroto de sexos y sexualidades que trae consigo, por la utilización de los géneros heredados de la cultura popular (el folletín, el melodrama, el varieté o la historieta), por la virulencia política explícita e implícita y por la fuerte impronta extraterritorial que, en lugar de motivar la curiosidad, afila los criterios de pertenencia. Por eso, la inclusión de El uruguayoantología alternativa de la literatura argentina que propuso Héctor Libertella en 1997 (donde Copi midió fuerzas con Santiago Dabove, Juan Rodolfo Wilcock, Osvaldo Lamborghini o Néstor Sánchez) fue, quizás, la primera envidada para tornar patentes los lazos de consanguinidad entre un grupo de autores que andaba disperso por el tiempo y el mundo.
3. Y llega el momento donde conviene citar, una vez más, "El escritor argentino y la tradición", no sólo porque ese ensayo configura la gran puerta por la que atraviesa toda la literatura argentina, sino porque Copi resuelve de manera excepcional el "eterno problema del determinismo" sobre el que se abstrae Borges cuando no sabe si tocar una mesa con la mano izquierda o con la derecha. Una vez más, entonces: "Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esa tradición, mayor que la que pueden tener los habitantes de una u otra nación occidental". La conclusión: "Debemos pensar que nuestro patrimonio es el universo; (...) porque o ser argentino es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara". Habla Copi con Tcherkaski, medio siglo después del texto de Borges: "La Argentina no representa ningún problema (...) porque no me criaron para ser argentino, porque yo no soy argentino. Mi abuela era española, mi abuelo, uruguayo, tengo un abuelo entrerriano, una bisabuela judía, dos bisabuelas que eran indias. ¡Qué catzo me importa ser argentino! ¿A quién le va a importar ser argentino? (...) Es un lugar de pasaje, como todo el mundo; y sobre todo es un lugar de puerto, porque toda la Argentina es Buenos Aires. (...) Yo escribo en la tradición de Florencio Sánchez y Gregorio de Laferrère. (...) Yo hago eso, pero lo hago desde acá, porque eso forma parte de mi tradición".
4. De las cinco novelas de Copi, con excepción de La vida es un tango, todas están escritas en francés. Lo mismo su nouvelle El uruguayo (que tradujo Enrique Vila-Matas), sus dos colecciones de relatos y la casi totalidad de su producción dramática. Las ediciones de la editorial catalana Anagrama circularon en las librerías porteñas durante la década de los noventa y, salvo una reedición de El baile de las locas, que apareció y desapareció con la novedad del nuevo siglo, no volvieron a resultar asequibles para el lector local.
En ese sentido, la llegada de La ciudad de las ratas (en la modélica traducción de Eduardo Muslip, Guadalupe Marando y María Silva) trae, para muchos, la resolución de un misterio: ¿cómo es la novela inglesa de Copi, según el mote que le adjudicó Aira? Escrita en la tradición de la novela juvenil de aventuras (que va desde Charles Dickens a Jonathan Swift y desde allí a Carlo Lorenzini o James Barrie), pero desbordada, La ciudad... registra las cartas que Copi recopila de una rata que, impedida de acercarse a su Maestro por razones tan prosaicas como los embates de una portera asesina, se ve urgida a enviarle, primero desde la clandestinidad, y luego desde las variopintas postas de su odisea por el mundo. Y es La ciudad..., también, la historia de una redención por la burguesía, porque al final del sinfín de peripecias, cuando las ratas acaban sentando cabeza y ocupándose de un tenderete y de un vástago inteligente que "gracias a su entrada al mundo al mismo tiempo que a la aventura, no cometería el mismo error en la aventura que nosotros en el mundo" (rata dixit), Copi casado y con trillizas, bebe martinis, a pata ancha, en una brasserie parisina.
5. Copi murió en París, el 14 de diciembre de 1987, por complicaciones derivadas del virus vih. Tres días antes había recibido el premio Ville de París al mejor autor dramático por La noche de Madame Lucienne, que estrenó Jorge Lavelli en el Festival de Avignon. Un mes después, el mismo director montaría, en el Teatro de la Colina, Una visita inoportuna, la última pieza escrita por Copi. Otro estreno póstumo sería Las escaleras del Sagrado Corazón, con puesta de Alfredo Arias y las actuaciones de Facundo Bo (que supo interpretar, veinte años antes, a la Evita travesti de Eva Perón) y Marilú Marini. Una visita... fue un acontecimiento singular durante su temporada en Buenos Aires, hacia 1992 y en el Teatro San Martín, no sólo porque la escena oficial se cuadraba frente a un autor sistemáticamente ignorado por los teatristas locales durante el florecimiento democrático, sino por la interpretación que ese actor inmenso que era Jorge Mayor bordaba sobre Cirilo, el rol protagónico, a la saga un monstruo sagrado de las tablas, enfermo de sida y rodeado por su séquito, en el trance de su internación fatal. En el transcurso de casi dos décadas y luego de aquel suceso, sólo se han representado Cachafaz (por Miguel Pittier), La heladera (por Javier Albornoz y Juan Andrés Ferrara), Eva Perón (por Gabo Correa y en muy pocas funciones dentro del marco de un festival, tan pocas que puede decirse que casi nadie la vio), y El homosexual o la dificultad para expresarse (por Guillermo Ghio). También Alfredo Arias trajo su versión dramatúrgica de los cómics de La mujer sentada y, hace escasas semanas, el director francés Stephan Druet montó una versión libérrima de Una visita..., con números de baile incluidos, para lucimiento de la vedette Moria Casán.
El crítico e investigador teatral Jorge Dubatti apunta que "la dramaturgia de Copi arranca de raíz todas las afirmaciones corrientes en torno de la definición de un teatro nacional" y que "no en vano las historias del espectáculo argentino se empeñan todavía hoy en ignorarlo, como a tantos otros teatristas cosmopolitas o expulsados por el exilio. De allí el lugar esencial de Copi, la necesidad de su inclusión en el relato del teatro nacional".
6. César Aira escribe que Copi es el autor que la escena gay necesitó "para volverse drama, novela, mundo; para volverse alma, mónada; para expresar 'el mejor de los mundos posibles', el mejor por ser real". De El baile de la locas, su obra maestra, son algunas de las escenas de amor entre dos hombres más bellas, y por eso revulsivas, que se han escrito jamás; sin embargo, la homosexualidad nunca deviene tema específico, en tanto se la presenta como opción de un universo plurisexual, en crisis de identidad constante, donde las diferencias entre los sexos son zonas de blureado, degradé infinito donde los cuerpos asumen complejas instancias de representación. "Yo no tengo mundo homosexual, nadie tiene mundo homosexual", proclamaba Copi. "Existe en el cuadro de Villa Devoto, a ese nivel sí existe porque en el cuadro de al lado son homosexuales, en el otro son heterosexuales, en el otro son animales; del otro lado son políticos. Pero es una separación arbitraria del sistema carcelario argentino; si no, toda esa gente estaría junta y sería igual".En esa línea, su versión de Evita es la de una timadora profesional en clave travesti que, para huir de su madre y de Perón, se inventa un cáncer e intercambia identidad con su enfermera, a la que al rato asesinará en contubernio con su dama de compañía, para escapar definitivamente del panteón populista que la aguarda. Susana Rosano explica que la Eva Perón de Copi "parece postular que la representación de la mujer es una mentira" mientras se abre "a la posibilidad permanente de que las cosas no sean lo que parecen, o que parezcan otra cosa diferente de lo que son, lo femenino se encuentra sobreactuado en el travestismo", como también sucede En el baile..., donde el amante latino del Copi-narrador (portador de un ombligo capaz de recibir penetraciones de toda laya) se somete a cien mil afeites y manipulaciones para devenir mujer y procrear con una mujer.
7. A La ciudad de las ratas le seguirá, en marzo, una nueva traducción de La guerra de los putos y, más adelante, un volumen recopilatorio de piezas teatrales hasta hoy inéditas en español. Con eso, se dará por cerrado el corpus de Copi en nuestro idioma, a no ser que la familia Damonte Botana cuente todavía con algún texto inédito. Bonito momento, entonces, para que Copi salga a pasear un rato fuera de la carrera de Letras; sus nuevos lectores se encontrarán con ese "realismo de la felicidad" que postuló Aira, "del cual el arte es garantía". Eso sí, a no engañarse, ¿quién dijo que la felicidad es un hermoso futón donde reposar sin sufrir escarnio alguno?
La cruzada de las ratas
Por muchas razones, La ciudad de las ratas, la novela de Copi que Edgardo Russo acaba de arrancar del olvido en la que se la tenía para la editorial El Cuenco de Plata, es una pieza decisiva para comprender ese rompecabezas llamado Copi y, sobre todo, el enigma argentino. Daniel Link. Escritor, catedrático.
La novela es un largo relato epistolar enviado por Gouri a su maestro Copi, convaleciente, informándole de sus peripecias ratoniles, acompañado de su amigo Rakä (rajá, gurí: no puede haber un juego de lenguaje más argentino y, por lo tanto, una forma de vida más autóctona que la que presenta La ciudad de las ratas). Rakä, que conoce "mejor el mundo y sus costumbres" que el sabio Copi, le ha descripto en detalle a Gouri "las cataratas del Iguazú, el estrecho de Magallanes y el delta del Amazonas, que son, como todos sabemos, las tres maravillas naturales de este mundo".
En la perspectiva de esa rata de París, Argentina es un intervalo geográfico comprendido entre dos de las maravillas naturales del mundo. Toda la obra de Copi no hace sino desarrollar hasta la exasperación ese carácter natural-maravilloso que le viene de acá.
Además, tratándose de un relato contado por una rata y que tiene a las ratas como protagonistas absolutas de esa ciudad de un universo paralelo, la novela introduce un tema que asoma aquí y allí en el teatro de Copi (Loretta Strong, La torre de la defensa) como postulación de una radical colocación respecto de esos otros absolutos que son las ratas en nuestra cultura (en la mitología hindú, por el contrario, la rata es el vehículo del dios-elefante Ganesha y en el horóscopo chino, se sabe, las características de la rata son la creatividad, la honestidad, la generosidad, la ambición, el despilfarro, la fertilidad, todos los rasgos que se podrían aplicar sin titubeo a la imaginación de Copi).
Copi sabe que la rata es la víctima privilegiada de las fantasías de exterminio de los seres humanos, un "otro" radical respecto del cual se sostienen las más extravagantes hipótesis para justificar el maltrato, la segregación, la matanza y la algarabía por la destrucción del otro, y por eso las elige como voz y como tema. En La ciudad de las ratas, Copi hace que los roedores visiten al Dios de los hombres en la Sainte-Chapelle, quien, arrepentido por haber dejado libres a los seres humanos tras la expulsión del Paraíso, no puede ayudarlos. La capilla explota, el Dios de los hombres asciende a los cielos y el Diablo de las ratas, que ocupa su lugar, les ordena fundar una ciudad donde puedan convivir en paz ambas especies. Las ratas, revolucionarias como la obra de Copi, liberan a los presos y organizan una orgía en la que personas y ratas toman parte por igual.
Por supuesto, no se trata de una novela fácil de normalizar y tal vez eso explique la reticencia de los herederos de Copi para darla a traducir: las ratas representan un umbral más allá del cual no parece haber más escándalo (asco, o terror) posible. El genio de Copi siempre fue consciente de esos umbrales, que cruzó sin titubeo alguno, porque le interesaba desencadenar una antropología radicalmente nueva. Muchos fans de Copi piensan que la literatura de César Aira, esa incandescencia natural-maravillosa argentina, no es sino "Copi pasteurizado".
Invirtiendo el aserto, podría decirse que La ciudad de las ratas no es sino Aira sin pasteurizar, un llamamiento a la reconstrucción del mundo, la cruzada de las ratas.
La joven rata
Querido Maestro: parece que usted se rompió tres costillas, era por eso que ya no lo veía más en la esquina de la rue de Buci arrastrando su carrito de compras. En un quinto piso sin ascensor, su situación no le debe causar ninguna gracia; por suerte tiene la tele y a su portuguesa que le hace las compras y la limpieza los domingos a la mañana. Yo no puedo subir a verlo porque la portera me descubrió. Encontré una vivienda más decorosa que el anterior tacho de basura. (...) Me sentía más al abrigo acurrucado en el interior de sus pantuflas, pero las últimas dos veces que traté de subir a su casa la portera primero me tiró una lata de pintura que esquivé por poco y que se derramó en el palier, lo que la puso como loca; la segunda vez, un frasco de mostaza del que guardo una cicatriz entre las orejas. No insistí más, aunque extrañaba los tiempos en que, para subir a su dos ambientes, usted me llevaba en su carrito, y ella no sospechaba nada. Traté de escabullirme en su casa una tercera vez a la mañana temprano, cuando la escuché roncar, pero una gata me saltó encima traicioneramente (entretanto, la muy víbora se había procurado una gata persa); le mordí una oreja, lo que la hizo retroceder, pero me escapé prontamente porque es joven y de zarpazo rápido. Desde entonces, no me animo más a aventurarme.Extracto del primer capitulo de La ciudad de las ratas. Trad. G. Marando, E. Muslip y M. Silva.
Su nombre real era Raúl Natalio Roque Damonte Botana.Hijo del periodista Raúl Damonte Taborda, quien fue diputado y director del diario Tribuna Popular y de Georgina, la hija menor de Natalio Félix Botana, fundador del diario Crítica. Su abuela, la escritora Salvadora Medina Onrubia, fue anarquista y una de las pioneras del movimiento feminista en la Argentina. Dio a conocer sus primeros dibujos e historietas en el periódico Tribuna Popular y luego en las revistas Tía Vicenta y 4 Patas. En 1960, estrena en Buenos Aires su primera obra teatral Un ángel para la señora Lisca. En 1962, se instaló definitivamente en París, donde comenzó a publicar su tira La mujer sentada en Le Nouvel Observateur. La mayoría de su obra está escrita en francés. Entre sus obras teatrales, se detacan Eva Perón, El homosexual o la dificultad para expresarse, La pirámide, Las escaleras del Sagrado Corazón, entre otras. Entre sus libros de relatos y novelas: La vida es un tango, El baile de las locas, El uruguayo y La Internacional Argentina.
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