La corporación norteamericana Muzak empezó a distribuir música ambiental en los años treinta, pensando en incrementar en los índices de productividad de fábricas y empresas. Un repaso de las experiencias de la música formateada.
MOZART FUNCIONAL. Jonathan Sterne describe cómo ciertos comercios inundan la calle con sinfonías de Mozart o easy-listening para alejar de su entorno a adolescentes ociosos y vagabundos, generando una suerte de segregación espacial.
Admitámoslo: hoy en día escuchar a Jobim entonando "Garota de Ipanema" puede causar cierta aversión. Me pregunto si parte de la culpa no es de Erik Satie.
Esta acusación tiene su razón de ser. El 8 de marzo de 1920, el célebre compositor francés presentaba en la galería de Barbazanges Musique d´ameublement según sus propias palabras-a ser ignorada, como un ruido o vibración de fondo, pero entonces, aquello no se entendió. De hecho, al ver cómo toda la sala retomaba su asiento para prestar su mejor oído, Satie no pudo ocultar su irritación: "No, hablen, pasearos... ¡No escuchen!", insistía el compositor, anticipándose a lo que hoy en día es una situación perfectamente natural.
Quizá no suceda tanto en galerías de arte, como en oficinas, aeropuertos y cafés. Me refiero a la música ambiental. Un fenómeno que se desarrolló en Estados Unidos entre las décadas 30 y 50, cuando la corporación americana Muzak empezó a especializarse en la distribución de música pensada para aumentar los índices de productividad de fábricas y empresas.
Más adelante, esta estrategia se adoptó con ligeras variaciones para incentivar el consumo en los centros comerciales. Entonces, Huxley ya había escrito Un mundo feliz y George Orwell o la utopía conductista Walden dos estaban a la vuelta de la esquina. Afortunadamente, ninguno de los escenarios descritos por estos autores se ha cumplido (todavía). En cuanto a la música ambiental, no goza de una aceptación unánime. El escritor Enrique Vila-Matas, que en un artículo lamentaba tener que escuchar villancicos en los vuelos de Iberia, me remite a las Opiniones contundentes de Vladimir Nabokov respecto al asunto.
Pero no es necesario ser un políglota o un melómano para censurar esta clase de iniciativas. El pasado 17 de septiembre, Renfe suprimió el hilo musical en algunos trayectos debido a la mala puntuación asignada por sus usuarios en una encuesta. Con todo, y pese a la reciente quiebra de Muzak, la música ambiental sigue presente en todas partes, algo que queda muy patente en La música que no se escucha (Orquestra del Caos). Este libro, que recoge una serie de ponencias realizadas durante el festival Zeppelin de Barcelona, no es una crítica fulminante al hilo musical. De hecho, parte de la base de que mucha de la música que se emplea de fondo, como colchón sonoro, nunca fue concebida de ese modo. Es el uso que se le ha dado. Dicho esto, analiza la escucha ambiental como experiencia ciñéndose a una serie de casos muy concretos. De entrada, el músico Franco Fabbri revisa la tipología de oyente establecida por Adorno - hoy, todo un canon-para concluir que en contextos como el de la escucha automovilística, el oyente ideal ya no es el que asiste atentamente a un concierto, sino ese oyente distraído que se expone a varios estímulos. Prueba de ello es que, tal y como comenta García Quiñones en un ensayo posterior, cuando la emisora de música clásica WETA-FM cambió su programación, no lo hizo ciñéndose a criterios de calidad musical sino a partir del patrón perceptivo de su audiencia, priorizando así temas instrumentales y versiones... ¡ideales para conducir!
Si esto resulta inquietante, más lo es el ensayo de Jonathan Sterne sobre Música programada y políticas del espacio público, en el que describe cómo ciertos comercios inundan la calle con sinfonías de Mozart o easy-listening para alejar de su entorno a adolescentes ociosos y vagabundos, generando una suerte de segregación espacial. Pero La música que no se escucha no es el único libro que ha abordado recientemente este tema.
Muzak del artista Dani Montlleó nos ofrece una visión totalmente distinta. Inspirándose en la corporación del mismo nombre, Montlleó ha creado la marca Spoon Syndicate, con la que versiona ciertos episodios históricos para dar pie a una nueva lectura donde el concepto muzak,que asocia a la idea de estandarización, unidad, camuflaje o confort, es continuamente reformulado. Con Muzak Textile por ejemplo, reivindica la actitud de Salvador Espriu y, entre otros, del mismo Satie que en sus intentos por pasar inadvertidos acabaron vistiendo de uniforme como auténticos dandis. La instalación Brain´s Brain representa la cabeza de Brian Wilson en la que suena Be my baby.Es la historia de una obsesión, de un muzak mental.Pero quizá una de las piezas que más llama la atención es The Versionist,mueble ideado por el propio autor que viene a ser una máquina de versiones.
Y hablando de inventos, cómo ignorar la maravillosa frase de la actriz Lily Tomlin: "He tenido una pesadilla: el hombre que inventó la Muzak, inventaba otra cosa". Tiene motivos para estar inquieta: si antaño se consideraba que la escucha de "El Danubio azul" incitaba a las vacas a producir más leche, ¿quién nos dice que no acabaremos soñando con ovejas eléctricas? Si es así, prepárense para resucitar a Vangelis...
© La Vanguardia y Clarín
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