domingo, 15 de julio de 2012

Cortázar (cartas)

Domingo, 8 de julio de 2012
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Cuando lean estas cartas

Desde su temprana juventud hasta sus últimos días, Julio Cortázar vivió una vida que lo llevó a recorrer el mundo y mudarse de ciudades, provincias y países infinidad de veces, pero en todo momento mantuvo sus vínculos a través de una correspondencia tan copiosa como informal. En el año 2000, su primera mujer, Aurora Bernárdez, preparó una edición magistral de esas cartas. Pero ahora, la edición en cinco tomos de la correspondencia, con más de mil cartas inéditas, abre todo un universo íntimo de un escritor clave del Boom latinoamericano, testigo de su época, desde la Argentina de provincias y el ascenso del peronismo, hasta los ’60, las revoluciones y el advenimiento atroz de las dictaduras. Amigos, libros, intimidades, placeres, secretos, política y proyectos se despliegan a lo largo de más de 3000 páginas. Radar las leyó y ofrece, como estampilla de muestra, algunos de sus más grandes momentos epistolares.

Por Susana Cella
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Paris, 1968.
Testimonio de lo que se añora en la distancia, confesiones, recuentos de quehaceres, entusiasmos, quejas, promesas de índole varia, reproches o divergencias, cariñosos envíos hasta formales pedidos o tajantes rechazos; las cartas parecen responder al imperativo de establecer un diálogo específico, señaladamente dirigido a un destinatario singular, con cierta cualidad de expectativa de respuesta o promesa de envío, de ahí que se esperen con ansiedad y aun se reclamen, quizá por eso el habitual tópico de la disculpa cuando se ha demorado la contestación.
Pero además, según quién escriba estas cartas, se abren otras perspectivas, en tanto, si se trata de una figura conocida, eso que circulaba en un ámbito de privacidad, puede, por el mismo interés que despierta todo lo atinente a quien de algún modo queda incluido en el conjunto de personajes públicos, propiciar nuevos lectores, indirectos remitentes, más allá de la voluntad de quien las enviara. Quizás esto se intensifica si se trata de un escritor, porque su correspondencia es susceptible de integrarse, en tanto letra y aun con sus rasgos particulares, al resto de su escritura, y puede bien mostrar su grado de afección por ese tipo de textos que se agrupan como género epistolar. Y así efectivamente es en el caso de Julio Cortázar, quien estaría agregando, con su cuantiosa correspondencia, esta vertiente a los otros géneros que cultivó, sean poemas, cuentos, ensayos, artículos, además de sus valiosas traducciones, como las de Edgar Allan Poe.
Las cartas de Cortázar reunidas fueron surgiendo, publicadas desde fines del siglo XX, como la continuación de su extensa obra. Aurora Bernárdez –compañera de tantos años de Cortázar, destinataria de varias de esas cartas, y asiduamente nombrada en muchas– junto con Carles Alvarez Garriga, ampliaron la primera edición hasta cinco gruesos tomos pautados por lapsos (1937-1954; 1955-1964; 1965-1968; 1969-1976 y 1977-1984). No es casual que la cantidad de años y por tanto de cartas sea dispar, marca también ritmos en cuanto a reflexiones y actividades, intensificación en un tramo que puede asociarse a los años del Boom.
Pero además, consideradas en conjunto, cabe preguntarse: ¿qué significan estas cartas de Cortázar, qué son? Una miscelánea, como no podría ser de otro modo, si se consideran las diferentes modalidades que exhiben, entre ellas y aun en muchos casos dentro de una misma misiva. Un conjunto vario donde se transmiten experiencias, impresiones, opiniones políticas, valoraciones artísticas (literarias en especial), recuerdos y afectos, así como, muy particularmente, recuentos de viajes, pero también algo que de algún modo hace recordar a su famoso Cuaderno de Bitácora de Rayuela, y que les da, podría decirse, un valor agregado, esto es, referencia a sus propias obras en proceso de escritura, según cómo avanzan o esperan, cómo se publican o traducen, y aun se destruyen, qué efectos tienen sobre editores, lectores, y de qué manera todo esto revierte sobre quien las compuso.
Así, en parte estas cartas son un relato de cómo va surgiendo y consolidándose lo que en los inicios eran intentos literarios concretados en poemas (que más de una vez aparecen transcriptos, sobre todo en las primeras cartas) en cuentos, en novelas, proyectados o mientras se llevan a cabo, y que en el devenir se afianza hasta constituir el legado literario cortazariano, con sus traducciones y múltiples ediciones. De ahí que numerosas cartas tengan como destinatarios a editores, por ejemplo Paco Porrúa, a los traductores, o cuando llegaran al cine, a Manuel Antín, además de la mención a Michelangelo Antonioni.
Su traductor al inglés, Paul Blackburn (también poeta), fue un asiduo destinatario y correspondiente. Las cartas de Cortázar no sólo muestran la entrañable relación con este “cronopio”, sino que además esos intercambios despliegan interesantes consideraciones sobre los problemas de la traducción, en particular cuando se trata de pasar a otra lengua palabras muy afincadas en el habla coloquial o, simplemente, palabras inventadas. Difíciles textos, afirmaba Cortázar, cuando le mencionaba, entre otros, a César Vallejo.
El ordenamiento cronológico de las cartas apunta también a otra inflexión genérica, una suerte de ordenada autobiografía en clave epistolar. “Me fui a París cuando era un perfecto desconocido”, escribiría Cortázar muchos años después a Saúl Sosnowski, y efectivamente, el primer tramo de esta historia, que se inicia en 1937, comienza con los pasos del egresado del Nacional Mariano Acosta que trabaja como profesor en localidades del interior, Bolívar y Chivilcoy en la provincia de Buenos Aires, o en Mendoza. Hay en esas cartas, destinadas a amigos como Eduardo Hugo Castagnino, Lucienne Chavance de Duprat, Marcela Duprat, Mercedes Arias, entre otros, además de comentarios sobre la vida pueblerina, varios poemas (propios o citados no sólo en castellano), sin que faltaran referencias admiradas a clásicos como Rilke o Neruda, al principio con la recurrente firma de Julio Denis, que poco a poco cedería ante Julio Florencio y luego a Julio Cortázar o Julio.
El lapso que abarca el primer tomo (hasta el ‘54) incluye el hito de su partida a París. El anhelo de viajar más allá de esas localidades de trabajo ya se había insinuado en los sueños de ir a México y se concretaría luego en otros recorridos, así como a la zona misionera, donde invariablemente iba a recordar a Horacio Quiroga, y, luego de un primer viaje a París, sería la definitiva instalación en la capital francesa a partir de 1951, después de haber renunciado en 1946 a sus cargos docentes ante el triunfo peronista, visto por Cortázar durante muchísimo tiempo como un sinónimo de asfixia y opresión. La impronta autobiográfica incluye muy detalladamente otro subgénero, por así decir: el relato del viaje.
A partir de su residencia en París, tanto por razones laborales (su desempeño en la Unesco), como luego, ante el reconocimiento que iba alcanzando con su obra, los traslados irían en un crescendo por momentos vertiginoso. Además de que los encabezamientos de las cartas nombran estadías muy diversas, los destinatarios reciben minuciosas descripciones de ciudades y paisajes con apreciaciones que abarcan tanto las obras de arte y edificios, cafés, teatros, conciertos, vegetación, clima, como rasgos, agradables o no, de los moradores. La experiencia en la India, en este sentido, posibilita una mirada hacia otra forma de vida, de estar en el mundo, y sin embargo, con toda lucidez, no deja Cortázar de señalar que su perspectiva sigue siendo indefectiblemente la de un occidental a gusto sobre todo en París.
Durante los viajes a Buenos Aires, suele manifestar disgusto por la situación nacional que, pese a los avatares por los que iba pasando el país, se califica de negativa. Claro que no sólo en su obra, sino también respecto de ciertos destinatarios, los lazos con la patria no se deshacen, hay permanentes relaciones que continuarían en postales a la abuela, cartas a la madre y a la hermana Ofelia, correspondencia con el pintor Eduardo Jonquières, Fredi Guthmann, Sergio Sergi, Julio Silva (en una indiscernible mezcla de temas artísticos y familiares). Después de una carta al poeta Enrique Molina en los primeros tiempos, se incrementa la correspondencia con escritores y especialistas como Ana María Barrenechea. Hay entonces tramos de crítica literaria, visibles por ejemplo en la respuesta que le enviara en 1958 a Carlos Fuentes, respecto de La región más transparente, así como, entre muchos otros, con José Lezama Lima, a quien conoció primero por lecturas, para luego entablar una amistad duradera, y una valoración expresa en La vuelta al día en ochenta mundos. Tuvo con Vargas Llosa una relación de amistad, lo que no impidió que le enviara una carta donde cuestionaba su ausencia en La Habana cuando los debates en torno del caso Padilla en Cuba suscitaran controversias que motivaron otros intercambios, así como con Haydée Santamaría o Roberto Fernández Retamar. Habiendo asumido una posición favorable a los cambios en América latina, visible en sus viajes a La Habana y luego Nicaragua (además de correspondencia con Sergio Ramírez, por ejemplo), su condición de argentino que santificaba París (según declaró David Viñas) y que se había marchado por propia voluntad, compartió al instalarse las dictaduras del Cono Sur el destino de exiliado, tal como escribiría a su madre, para que supiera por qué en esos años, el que había conocido, según dijera en una carta muy anterior y no sin ironía, “la celebridad”, ya no era el que aparecía en la prensa ni circulaban sus libros como sucedía pocos años antes, cuando era reclamado por editores, agentes literarios y traductores. En contraste con las primeras, las cartas posteriores testimonian la actividad desplegada en la lucha antidictatorial.
Afortunadamente, Aurora Bernárdez y Carles Alvarez Garriga no sólo recopilaron, revisaron y repusieron alguna palabra ilegible de tan enorme correspondencia, mayoritariamente mecanografiada (preferencia del propio Cortázar), sino que además agregaron, como aquel tablero de dirección de Rayuela, señales camineras, algunas imprescindibles notas al pie y, afortunadamente, extensos índices que muestran la amplitud de los destinatarios de tantas cartas que su autor, sin demasiada preocupación por ordenarlas o clasificarlas, fue, más bien esparciéndolas. De lo que se infiere que otras pueden hallarse y también difundirse en favor de esta otra escena de escritura que es también la historia de la cultura y la política de un período fundamental del siglo pasado.

Cartas
Julio Cortázar
Buenos Aires, Alfaguara, 2012
5 tomos

Cartas marcadas

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Pontevedra, 1957

Carta a Paul Blackburn, Viena, 27 de marzo de 1959

¿De dónde salieron los cronopios?

¿De dónde saqué la palabra cronopio? Vamos, Paul, no deberías preguntar este tipo de cosas. ¿Cómo puedo saberlo? Yo estaba en el Théâtre des Champs Elysées escuchando música y llegaron los cronopios. Simplemente llegaron, en cuerpo y alma. La única diferencia con la forma definitiva es que al principio eran para mí más bien algo parecido a globos verdes y húmedos. Por eso en “Costumbres de los famas” los califico de esos objetos verdes y húmedos. Sus características humanas fueron apareciendo después, a medida que escribía los relatos. Cronus y opus no significan nada para mí. Me gusta la manera inteligente en que utilizas la posible explicación. En realidad tu traducción es una nueva historia de cronopios y de famas, o sea, algo lleno de imaginación y de poesía. Me explico: Bailar tregua y bailar ala no se puede traducir por “to dance truce and dance catalán”... Por lo pronto, cartala no quiere decir catalán... “Buenas salenas cronopio cronopio” no quiere decir nada. “Salenas” es una palabra inventada, que me gusta porque rima con “buenas” y el resultado es rítmico y les va bien a los cronopios. Tendrías que encontrar alguna manera equivalente en inglés... Todo ese diálogo en “Alegría del cronopio” es un puro nonsense, que en español tiene valor mágico solamente. Me parece que ese relato es uno de los más difíciles de traducir, ¿verdad?

Carta a Alejandra Pizarnik, 8 de octubre de 1965

El alambre de Pizarnik

Me has dejado pensativo con tu arduo caminar por el alambre tendido; hay un enigma que creo comprender, pero que probablemente no comprendo. Como esa alta figura juglaresca y funambulesca se propone dentro de un laberinto en el que deambulan Nerval y Lichtenberg, mi confusión es total. Decís que te decidiste de una vez por todas a cruzar por el alambre. Aunque no entienda del todo, siento que una decisión total, cualquiera que sea el alambre en cuestión, está bien. Pero no te me pongas tan sibilina en tus cartas, o agarro la tenaza y te corto el alambre.


Carta a Angel Rama, París, 9 de mayo de 1973

La vuelta al Boom

Ojo: a esta altura de las cosas, volver sobre el boom puede ser frívolo e inútil (aunque no lo sea nuestro intercambio o divergencia de opiniones en las cartas o charlas que podamos cruzar). De ninguna manera creo útil ni necesario el libro de Donoso, que deliberadamente con algo de suicidio al pedo, escamotea toda referencia al panorama político latinoamericano, al hecho esencial de que también el boom, mírese como se mire, es un hecho histórico y político...


Carta a Jean Barnabé, París, 27 de junio de 1959

Rayuela y el arte de la novela

La verdad, la triste o hermosa verdad, es que cada vez me gustan menos las novelas, el arte novelesco tal como se lo practica en estos tiempos. Lo que estoy escribiendo ahora (Rayuela) será (si lo termino alguna vez) algo así como una antinovela, la tentativa de romper los moldes en que se petrifica ese género... Lo que yo creo es que la realidad cotidiana en que creemos vivir es apenas el borde de una fabulosa realidad reconquistable, y que la novela, como la poesía, el amor y la acción deben proponerse penetrar en esa realidad. Ahora bien, y esto es lo importante: para quebrar esa cáscara de costumbres y vida cotidiana, los instrumentos literarios usuales ya no sirven.


Carta a Fredi Guthmann y Natacha Czernichowska, Buenos Aires 26 de julio de 1951

El sueño del exilio

El gobierno francés acaba de darme una beca para estudiar diez meses en París, de octubre a julio de 1952... Me he preguntado a mí mismo si en el fondo lo que estoy buscando es quedarme por siempre en París. Quizá sí, quizá mi deseo intelectual (yo vivo en realidad allá, usted lo sabe bien) es un deseo absoluto, que me abarca por completo. Si así fuera decidiré de mi destino una vez que sea el momento. Mi plan es ahora aprovechar esta beca, y acercarme un poco más a las fuentes: poesía, plástica, vida humana, esa entrega que los argentinos negamos y retaceamos y postergamos siempre. No quiero escribir, no quiero estudiar (aunque lo siga haciendo); quiero, simplemente, ser de verdad; aunque ello me lleve a descubrir que no soy nada. Cuánto mejor saberlo que seguir esta vida por mensualidades en Buenos Aires.



Carta a Eduardo Jonquières, París, 27 de mayo de 1956

El infierno peronista

Por un lado están todos los poemas que he de agrupar con el título general de Razones de la cólera y que directa o indirectamente se refieren a la Argentina, a mí como argentino, al mundo lamentable y repugnante que me tocó vivir del ‘46 hasta que me mandé mudar en el ‘50. Son unos veinte poemas, que si puedo publicaré... La otra noticia es que en México se han entusiasmado con aquella novela que conoces (El examen) y parece que me la van a pedir para editarla... Aunque ya vieja, lo mismo me gusta que se publique: será una visión a posteriori del infierno peronista. Sólo que la gente no creerá que fue escrita antes, pero supongo que algún amigo escribirá una especie de prólogo-certificado, jurando solemnemente que leyó los originales en 1950.


Carta a Manuel Antín y Ponchi Morpurgo, Viena, 8 de octubre de 1965

El tucán de Calvino

Antonioni me escribió para decirme que quería filmar “Las babas del diablo” (Blow up), un cuentecito que, junto con todos los otros, acaba de salir en italiano. Todo hace suponer que la película se filmará dentro de dos meses, y que Ponti, el productor, se decidirá a pagarme suficientes liras como para que yo me digne a firmarle un contrato. Antonioni me telefoneó antes de que yo me fuera a Teherán a luchar contra el analfabetismo por cuenta de la Unesco, y me dijo que el cuento era la cristalización (sic) de un tema que andaba buscando desde hacía cinco años. Yo me quedé sumamente cristalizado al oír semejante afirmación, pero ya verás qué poco quedará del original en la película. Te lo digo porque Italo Calvino, que es amigo mío, le escribió una vez un libro a Antonioni, y cuando llegó el momento de filmarlo, Italo descubrió que lo único suyo que había quedado era el tucán. Después supo por Monica Vitti que le gustaba mucho la idea del tucán, y que por eso lo conservaron. Ya ves que no me hago ilusiones, pero tampoco me importa: el cine es siempre otra cosa, con sus derechos propios y sus limitaciones también propias; el que quiera leer mi cuento no tiene más que abrir el libro...


Carta a Damián Bayón, 25 de junio de 1954

Casa (tomada) en París

Por cierto que hemos tenido una gran suerte, pues apenas llegados a París nos fuimos a buscar direcciones para alquilar piezas, y la segunda que visitamos nos resultó perfecta... Tenemos dos piezas comunicadas, con sendos ventanales sobre la calle (en la vereda de enfrente está la casa donde mi muy querido Robert Desnos vivió muchos años). Estamos en el segundo piso, tenemos “uso de cocina”, inminente ducha y teléfono (la dueña es una inglesa profesora que no ha terminado de instalarse; toca Chopin y Fauré, y nos ama y teme a la vez, es decir que nos ama como inglesa, y nos teme como propietaria francesa, después de todo lo que han debido decirle sobre los horrores que suceden con la gente que se mete en la casa y terminan desalojando a los dueños...).


Carta a Julio Silva, Nueva Delhi, 20 de febrero de 1968

Con Paz en la India

Sí señor, por mi boca habla la India. No te mandé noticias hasta ahora porque entre el trabajo por una parte, y el deslumbramiento mezclado con el horror por otra parte, me fueron llevando los días como cuando te sacan el plato de sopa antes de que hayas terminado de libarlo. Lo del horror es lo menos fácil de explicar... basta caminar una hora por la vieja Delhi, mezclado con una increíble muchedumbre miserable y maravillosamente bella al mismo tiempo, y sentirte asediado por nubes de niños tan parecidos a los tuyos, a todos los niños del mundo, sólo que enfermos y flacos y golpeándose el estómago con una mano mientras te tienden la otra con la frase que es como el leitmotiv de todo el Oriente: “Bakshish, ss’hb, bakshish!”, “¡Limosna, señor, limosna!..” En casa de Octavio Paz hay cinco criados, desde el valet hasta el barrendero; y es una de las casas de residentes extranjeros donde hay menos criados... Todo esto es parte del horror, y me mancha el viaje y la vida y el aire. Pero, por supuesto, no soy morboso al cuete y sé vivir y mirar, de modo que la maravilla también me llega a sus horas. El domingo fuimos a ver los templos del Kajuraho, con las fabulosas esculturas eróticas que habrás visto en los álbumes; lo que los álbumes no dan es el color de miel, el aire que las envuelve, el perfume de los árboles en torno de los templos y la presencia de la gente, los pájaros, el tiempo. Kajuraho, o del erotismo como una trascendencia; durante horas he hablado con Octavio de eso... Y veremos, claro, el Tah Majal, obedientemente, como los turistas bien educados.


Cartas a Jean Barnabé, Ginebra, 31 de octubre de 1955 y a Paul Blackburn, París, 18 de diciembre de 1961

El mejor cuento de jazz

Estoy encarnizado con un cuento que acabo de escribir y que me está dando un trabajo terrible. Su tema es aparentemente muy sencillo: la vida –y sobre todo la muerte– de un músico de jazz. Concretamente se trata de Charlie Parker, que murió hace unos meses en circunstancias bastante horribles. Siempre le tuve mucho cariño, y los datos que pude reunir sobre su vida me dieron ganas de intentar una “biografía” ficticia (cambiando incluso el nombre, pero dejando los indicios suficientes para que todo amateur de jazz se dé en seguida cuenta de que se trata de Parker). Quiero presentarlo como un caso extremo de búsqueda, sin que se sepa exactamente en qué consiste esa búsqueda, pues el primero en no saberlo es él mismo. Ni qué decir que en cierto modo estoy haciendo una transferencia personal, y que mucho de lo que me preocupa irá a la cuenta del personaje... (...)
La Charlie Parker story [“El perseguidor”] sigo creyendo que es la mejor historia sobre jazz que jamás se haya escrito under the western skies... El jazz tiene mala suerte en la literatura: estilo Young man with a horn y otras porquerías. En cambio este cuento es otra cosa...


Carta a Mario Muchnik, París, 12 de diciembre de 1983

La vuelta de la democracia

Una vez más, los argentinos prefieren dividirse en cualquier campo en vez de hacer frente contra el único enemigo que hay que combatir. Y ahora que les regalan (casi no hay otra palabra) un poco más de libertad, empiezan a sacar pecho y hasta a dedicarles, algunos de ellos, sus nuevos libros a Walsh, a Paco Urondo o a Haroldo Conti, por quienes no hicieron un carajo cuando había que hacerlo. (Conste que no le pido heroísmo a nadie, empezando por mí mismo, pero hay límites para ciertas indecencias...) Me bastó una semana en Baires para comprobar lo que ya sabía, o sea que en estos diez años prácticamente nadie leyó los numerosos textos que fui escribiendo en contra de la Junta, a propósito del exilio, etc. EFE los distribuía (por ejemplo a Clarín) pero allá solamente publicaban mis textos literarios... Aquello sigue siendo un país lleno de chantas, que acusan a los demás de todo lo que pasó pero se excluyen cuidadosamente, porque ellos son buenos y valientes y democráticos...


A Aurora Bernárdez, 10/7/1983, desde Managua

Los cajones privados

Querida: te escribo esto just in case
No te preocupes, si de mí depende, pero es mejor prever lo imprevisible.
“En el cuarto de trabajo de Carol hay un classeur con varios cajones. En los tres o cuatro primeros hay papeles que vos destruirás. Y sobre todo hay fotos, que sólo vos debes ver y destruir. Muchas fotos de Carol desnuda, fotos que quiero guardar para mí porque fueron momentos de amor y belleza. No las destruyas sin mirarlas, porque comprenderás lo que fueron para ella y para mí. Sólo vos debes verlas, será como si yo mismo las mirara una vez más. Sobre la chimenea y en los dos placards hay muchos papeles de Carol que deberían ser también destruidos como tantos míos en mi cuarto de trabajo. Con ellos vos harás lo que quieras pero Hortense Chabrier se comprometió a publicarlos en Acropole (Belfond) y pienso que Saúl [Yurkievich] y vos podrán llevar eso adelante.
Los papeles de mis ficheros en mi cuarto quedan a juicio de ustedes. Lo que es entrevistas, críticas y bibliografía, Saúl los entregará a la Universidad de Poitiers que archiva mi bibliografía.
En el placard de la izquierda de Carol, arriba a la derecha, están mis manuscritos, que poco a poco me va comprando la Univ. de Austin. Saúl se ocupará de ellos.
No te angusties por estas líneas, puesto que pronto podrás olvidarlas cuando yo vuelva. Entonces seguiremos hablando como la otra noche, y mirar juntos hacia adelante. Gracias, y hasta muy pronto.
Te beso mucho.
Julio

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