Sábado, 31 de diciembre de 2011
Amo lo extraño
Pocos casos tan extraños como el del escritor inglés Robert Aickman: en un mundo dedicado al descubrimiento serial de escritores secretos, él es considerado uno de los mejores autores del fantástico y el terror del siglo, y sin embargo sus libros son prácticamente inaccesibles. Los nueve cuentos de La aparición (Edhasa) resultan un respiro para sus infatigables lectores y una oportunidad única para quienes lo desconocen.
Con frecuencia, cuando se habla de un “escritor secreto”, el descubrimiento suele ser una decepción por muchos motivos, principalmente porque es muy difícil estar a la altura de una leyenda. Robert Aickman, sin embargo, resulta uno de los pocos secretos que, una vez develados, superan cualquier expectativa. Robert Aickman es un escritor sencillamente extraordinario y su condición marginal es un verdadero misterio. Nacido en Londres en 1914, nieto del novelista victoriano Richard Marsh –autor de The Beetle (1897), una novela de tema ocultista que compitió en popularidad con Drácula de Stoker–, Aickman fue arquitecto, conservacionista y crítico de ópera pero, fundamentalmente, fue cuentista, especialista en el género que los anglosajones llaman ghost story y posiblemente uno de los mejores y más extravagantes escritores de fantástico y terror de la segunda mitad del siglo XX. Algunos de sus admiradores llevan el elogio aún más lejos: “Fue, en sus mejores momentos, el escritor de relatos de terror más profundo que ha dado este siglo”, dijo Peter Straub, él mismo uno de los autores más notables y sofisticados del género.
Robert Aickman escribió 48 cuentos, que publicó entre 1951 y 1981. Fueron ocho volúmenes de relatos admirables que, sin embargo, nunca tuvieron éxito ni suerte. Durante muchos años sus libros estuvieron agotados, las tiradas siempre fueron pequeñas y algunos, como Cold Hand in Mine (1975) o Painted Devils (1979), con portadas ilustradas por el enorme Edward Gorey, se convirtieron en ejemplares de colección. En Estados Unidos su obra nunca fue publicada en su totalidad y la edición de The Collected Strange Stories en dos volúmenes, editada por Tartarus en 1999, de tan exclusiva cuesta alrededor de 500 dólares. Recién en la última década varias editoriales fueron paliando esta insólita ausencia, con recopilaciones y reediciones. Para los fans del género en el mundo hispano, el rastreo resultaba aún más penoso. El nombre de Aickman solía ser el tesoro de las nunca del todo reivindicadas recopilaciones populares de cuentos de terror: una de ellas, Caricias de horror (editada por Emecé en 1993) tiene el honor de ser la primera –que se pueda rastrear, al menos– traducción al castellano de Aickman. Con selección de Michele Slung, sus dos primeros volúmenes incluían “Ravissante” y “Las espadas”, junto a relatos de otros nombres importantísimos como Mervyn Peake, Charles Beaumont, Thomas Ligotti, Thomas Disch, Arthur Machen o Patrick McGrath. Años después, la compilación Vampiros de Siruela publicaba “Páginas del diario de una joven”, un relato clásico, ganador del World Fantasy Award de 1975. Pero es este año cuando el renovado interés del mundo editorial anglosajón por el gran y olvidado virtuoso del cuento fantástico contagió a las editoriales hispanas, y por partida doble: Atalanta acaba de publicar en España la antología de seis relatos Cuentos de lo extraño; pero este volumen no se consigue en la Argentina (por ahora). Aquí, sin embargo, también se acaba de editar una recopilación más completa e interesante, con relatos seleccionados de la magnífica edición de Tartarus: se trata de La aparición, de Edhasa, con prólogo de Matías Serra Bradford, nueve cuentos entre los cuales se cuentan tres obras maestras del relato: “Campanadas”, “Ravissante” y el que da título al libro, en una notable traducción de Laura Wittner.
Es difícil explicar por qué los cuentos de Robert Aickman son tan extraordinarios. El mismo prefería llamarlos “cuentos extraños” y, en efecto, es la extrañeza su principal característica. En sus momentos más tensos e inquietantes, los cuentos de Aickman se leen como pesadillas y provocan la misma angustia, la misma desorientación y, sin embargo, todos sus cuentos tienen una estructura (casi) clásica, un estilo elegante y una articulación sólida, se diría natural. El virtuosismo de Aickman radica quizás en un manejo absoluto de la atmósfera y de las fisuras de lo real; en su prólogo a Cuentos de lo extraño, Andrés Ibáñez ofrece una definición de John Clute y John Grant que es particularmente precisa: “Los personajes de los cuentos de Aickman no pueden entender al fantasma con el que se enfrentan debido a que dicho fantasma es una manifestación, un retrato psíquico, de su incapacidad para comprender sus propias vidas”. No hace falta agregar que Robert Aickman consideraba a Freud “un hombre incomparablemente más grande que cualquiera de sus detractores”, según cita Serra Bradford en el prólogo de La aparición. Así, el momento en que aflora lo oculto, el momento de la revelación, es especialmente atroz en los cuentos de Aickman, que suelen comenzar con un tono formal (¿racional?) para luego quebrar esa apariencia incluso hasta la obscenidad, como ocurre en “Ravissante”, un relato en el que el deseo perverso linda con lo sobrenatural. En ocasiones es la supresión del erotismo lo que provoca la aparición del fantasma, como ocurre en “La respuesta insuficiente”, un relato claustrofóbico sobre una escultura que vive aislada en un castillo de Europa del Este, encerradas ella y su fantasma en una repetición imposible de detener. A veces lo erótico es la fuente del horror, como en “Mark Ingestre: la versión del cliente”, una relectura hipnótica de Sweeney Todd. Pero en otras ocasiones Aickman se acerca más al cuento tradicional de fantasmas, como en “La aparición” –en rigor, una actualización del mito de la banshee celta– y, sin embargo, consigue un efecto tan contemporáneo, tan actual y vívido, que sólo queda el asombro. O elige el cuento de aliento realista, como en “Campanadas”, que recuerda a los relatos de parejas de Graham Greene y acaba en una danse macabre inesperada que provoca en el lector esa tan rara y bienvenida reacción física de temblor, repulsión y atracción.
Robert Aickman publicó además dos novelas, The Late Breakfasters (1964) y The Model (1987) –ambas virtualmente imposibles de conseguir–, y algunos libros autobiográficos y de no ficción. Pero, más importante, fue durante ocho años –entre 1964 y 1972– el editor de la antología anual de cuentos de fantasmas Fontana’s Book of Great Ghost Stories y ahí, además de incluir historias clásicas y extravagantes con gran desprejuicio y erudición, no dudó en sumar seis cuentos propios. Sólo uno de ellos, “Los cicerones”, se incluye en La aparición y es el relato más escalofriante jamás escrito sobre, digamos, turismo cultural. Murió en 1981 de un cáncer que se negó a tratar con métodos ortodoxos (prefirió la homeopatía) y “dejó doscientas setenta carpetas, treinta y cinco cajas y una biblioteca de unos dos mil doscientos volúmenes”, según cuenta Serra Bradford en su prólogo. Gran parte de ese material se encuentra hoy en la Universidad Bowling Green State de Ohio. Por ahora no hay ningún indicio de que vaya a ser publicado.
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