sábado, 7 de enero de 2012

Franco Rinaldi-huesos de cristal










Ya se ha dicho bastante y parece ser una de esas cosas en las que todos estamos medianamente de acuerdo: una vez que lo ponemos en palabras, una vez impreso, poco y nada importa la veracidad de los hechos. Aunque el protagonista se llame Franco tal como su autor y también se haya ganado allá por el año 1992 el Premio Persona en la categoría Niño del Año. Tampoco importa que Franco, autor, tal como Franco, personaje, también padezca de osteogénesis imperfecta, una patología que hace que sus huesos tengan la resistencia de un vaso de cristal. Así, en la primera parte del libro, nos encontramos con un hombre que relata cómo es descubrir temprano toda la distancia que puede caber en un diminutivo, cómo su excesiva fragilidad ósea asusta y al mismo tiempo hace que la gente le asigne virtudes que él no está seguro de poseer. Transitando siempre en el límite peligroso entre el golpe bajo y la honestidad alejada de cualquier efectismo, si es que la verdad -como dijimos al comienzo-, en cualquiera de sus variantes, forma parte de algún tipo de literatura. Franco además nos cuenta de su amor por las mujeres. Franco coge y mucho. Franco se enamora y deja al descubierto que hay otras fragilidades que son comunes a todos los hombres si de enfrentar a una mujer se trata. En algún momento cuestionará si hay alguna lógica, algún sentido, en lo que le toca padecer. Se preguntará incluso si Dios existe. Dice que Dios existe.



Y tal vez sea esta necesidad de justicia lo que hizo que toda la segunda parte del libro hable sobre los hechos relacionados con la muerte de Juan Castro, con el cual tenía una relación que nace a partir de una nota periodística para un programa de televisión. Aparece Mauro Viale y le pregunta si alguna vez se quiso matar. Va a comer con Mirtha Legrand. Verá y se resistirá a formar parte del carnaval morboso que se suele organizar en los medios ante la muerte.



Al final Franco se tomará vacaciones en Estados Unidos. Hará todo lo que se supone que uno debe hacer en esos casos, borracheras y festejo del 4 de julio incluidos. Nos contará de la felicidad que le dan los aviones. Como en todo turismo, flotará en el aire un calor amable y un tanto amargo al mismo tiempo. Y al final no quedará otra que enfrentarse a un poco de melancolía, que es lo que siempre pasa cuando un viaje o buen libro se terminan.




Franco Rinaldi nació en Buenos Aires en 1980.
Es licenciado en Ciencia Política, periodista y escritor.






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