Los Beatles se separaron en abril de 1970, lo que significa que, aunque cada uno haya desarrollado su propia carrera solista, ya llevamos cuarenta años sin ellos. Ahora bien, ¿es realmente así? ¿Su rastro puede seguirse únicamente en el mero epigonismo de grupos tales como Tears For Fears o, más cerca en el tiempo, de Oasis, o trasciende incluso la música y sus modos de producción para instalarse de manera palmaria en la esfera de nuestra propia y personal intimidad?
Una primera alternativa es pensar la historia en estos términos: Los Beatles empezaron siendo un grupo de rock entre tantos otros. En sus primeros discos –vale decir, Please Please (1963), With The Beatles (1963), A hard days night (1964) y For sale (1964)– alternaron versiones del rock ´n´roll negro (Little Richard, Chuck Berry, Larry Williams), blanco (Carl Perkins, Gene Vincent, Buddy Holly) y adaptaciones del rhythm & blues (Ray Charles, los Isley Brothers, The Coasters, The Miracles) con temas propios, por cierto, muy básicos. Estos últimos, sin embargo, a partir de Help (1965), Rubber Soul (1965) y, sobre todo, Revolver (1966) fueron ganando en complejidad y, al mismo tiempo, planteando lo que por entonces constituyó una gran novedad porque, de manera progresivamente excluyente, las composiciones de los Beatles fueron desplazando a sus versiones de temas ajenos. Dicho de otro modo, las canciones salían del seno del grupo, costumbre que, ya sea por motivos estéticos o puramente financieros, terminó por imponerse en el ámbito del rock y de la música popular. No importa aquí si ellos fueron realmente los primeros o no.
Lo que sí es importante es que, debido a su éxito y a la necesidad de emularlos, otros músicos empezaron a hacer lo mismo, primero, en ambas márgenes del Atlántico y, luego, en el mundo entero. Entonces, aunque hoy nos parezca lo más normal del mundo, ésta es una importante costumbre que gracias a ellos se volvió la norma de una parte sustantiva de la música popular.
Luego, en 1967 –año de la edición de Sgt. Pepper's Lonely Heart Club Band y Magical Mistery Tour –, los Beatles dieron un salto cualitativo produciendo, con el primero de esos dos álbumes, una verdadera revolución: un disco de música popular que era algo más que una mera colección de canciones y que se constituía en una serie conceptual la cual, además, de la dignidad artística brindada al objeto gracias a la tapa de Peter Blake, por primera vez en la historia ofrecía las letras de las canciones para su lectura. La música –que no fue unánimemente aclamada– apelaba a toda la tecnología disponible en el momento, comenzando de ese modo a hacer que el estudio de grabación fuera el verdadero instrumento de los músicos. Esa circunstancia se convertiría en otra personalísima marca de fábrica, repetida tanto en el White Album (1968) como, fundamentalmente, en Abbey Road (1969). El impacto para la mayoría de sus contemporáneos fue tremendo. De hecho, inmediatamente después de Sgt. Pepper´s... The Times del 29 de mayo de 1967 publicó en su portada que el disco alentaba "la esperanza sobre el progreso de la música pop", que efectivamente se produjo cuando ese mismo año tanto Pink Floyd, como los Rolling Stones, The Kinks, The Zombies y muchos otros grupos británicos trataron de copiar esa idea con muy buenos resultados.
En tercer lugar, considérese que, al tratarse de ingleses, la influencia de la música estadounidense –en el caso de los Beatles, el rock ´n ´roll, el rhythm & blues, el country & western– fue filtrada y sometida a una lectura particular: acentos cambiados, síncopas diferentes, arreglos cargados con elementos ajenos a la tradición norteamericana. En una rápida enumeración, los de la música de vodevil y la ópera ligera (género al que son afectos los británicos desde que Gilbert y Sullivan lo impusieron a fines del siglo XIX), los de la música de cámara y orquestal (acá no queda más remedio que hablar de la influencia del productor y arreglador George Martin, cuyas ideas y conocimiento musical lo convirtieron, sin la menor duda, en un quinto integrante del grupo –cfr. temas como "Yesterday" y "Eleanor Rugby", con sus respectivos cuartetos de cuerda, o la utilización de la trompeta barroca en "Penny Lane", o el uso de la orquesta en "A Day in the Life"), los de la música electroacústica y de vanguardia (McCartney, en sus memorias se refiere explícitamente a John Cage y son más que conocidos los experimentos de John Lennon para la composición y grabación de, por ejemplo, "Strawberry Fields Forever"), los de la música de la India (George Harrison, gran admirador y discípulo de Ravi Shankar, la popularizó en Occidente), etcétera.
Con todo ello, los Beatles crearon un sonido de fondo que ya estaba muy lejos del rock tradicional, sobre el cual pusieron melodías fácilmente reconocibles que, notablemente enriquecidas por los arreglos de voces, les permitieron ponerse a la cabeza de la mayoría de sus contemporáneos. Estos, en más de una ocasión, debieron recurrir a otras tradiciones –principalmente, las del jazz, la música sinfónica, el blues y otras músicas folclóricas– para distinguirse de los Beatles, quienes, en cierto modo se convirtieron en una suerte de síntesis enciclopédica de varios tipos de música, algo que, más adelante podrá corroborarse en otros grandes músicos populares, como, por ejemplo, Richard Thompson, Elvis Costello y, más cerca en el tiempo, Beck.
Está claro que, por más originales que hubieran sido musicalmente, eso sólo no habría bastado. Deben entonces agregarse otros elementos, en su mayoría externos: el carisma del grupo, el hábil manejo que hicieron de su imagen, la publicidad en torno de sus vidas, las operaciones de prensa y, por encima de todas las cosas, las particulares condiciones de la época.
Aquellos fueron los días
Decir una vez más que el mundo, en la década de 1960, era otro es una perogrullada. Pero no hay otro remedio que repetirla y rendirse a su melancólica evidencia. Barry Miles en su excelente autobiografía a cuatro manos de Paul McCartney (Hace muchos años, espléndidamente traducida por Rosa Gorgatelli y originalmente publicada por Emecé en 1997), recuerda que "en 1963, el affair Christine Keeler-John Profumo pondría fin a trece años de gobierno Tory ( ...)", lo cual significó el acceso al poder del Partido Laborista de Harold Wilson, con su correlato de ascenso social de la clase trabajadora. Muchos jóvenes pertenecientes a ese estrato, beneficiados por lo aprendido en las escuelas de arte –creadas para que los hijos, cuyos padres habían muerto en la Segunda Guerra, se formaran y les dejaran tiempo para trabajar a las madres–, accedían así a una nueva época, donde "todo lo moderno era in y todas las cosas y las personas viejas eran out" y donde además, por la inmensa corrupción existente tanto en el mundo de los negocios como en la policía, había dinero fácil. "La otra cara de la moneda –anota Barry Miles– era la libertad personal y la fiesta constante que era el Londres de la década de los 60".
Había empezado el "Swinging London", termino acuñado por la revista Time para designar al lapso de efervescencia cultural que vivió la capital británica a partir de la segunda mitad de la década de 1960, convirtiéndola en el centro mundial de la cultura y la moda. "Fue como vivir en el siglo de Pericles, en la Francia de la Belle Epoque", me dijo en una entrevista Ian Anderson, el líder de Jethro Tull, y agregó: "Ese tipo de creatividad de la que estamos hablando ocurre una vez por siglo en cada dominio del arte. Tuvimos la suerte de que ocurrió cuando nosotros éramos jóvenes. Fuimos testigos y protagonistas de ese fenómeno. Tuvimos a los Beatles, a los primeros Stones, a Traffic y, por el lado de los EE.UU., a Frank Zappa y sus Mothers of Invention, a Captain Beefheart, quizás a los Grateful Dead. Fueron seis o siete años de mucha creatividad. Se hicieron cosas que nunca antes habían sido hechas y después, se acabó. Nunca más va a haber nada tan interesante en los dominios del pop y del rock".
Para corroborar estos dichos, a principios de los años setenta, cuando los Beatles ya se habían separado, John Lennon, a punto de cumplir los 30 años, señaló que el sueño se había acabado. Algo más tarde, Bob Dylan llevó esta afirmación a un extremo paradójico: cuando se perdió el "roll", el rock se terminó. Dylan se preguntaba: "¿Qué son todas esas pavadas de glam rock, rock sinfónico, new wave, grunge? ¿Estrategias de las compañías vendedoras de gaseosas? Es posible que dentro de algún tiempo la música ya no dependa de los músicos, sino de los departamentos de extensión musical de Coca Cola o Pepsi". Ese tiempo del que en los años 90 hablaba Dylan ya llegó. Hoy, más que nunca, el rock y, sobre todo, el pop son músicas adocenadas, que carecen de ideología o, a lo sumo se resuelven en eslóganes del tipo "liberen a Willy" o "no se puede vivir sin amor". No hay nada comparable a la versión que Jimi Hendrix hizo del himno de los Estados Unidos en Woodstock, imitando con su guitarra el sonido de las bombas que por esos mismos días caían en Vietnam. Ese lugar ahora lo ocupa Bono, quien después del catering, le pide a la gente en los recitales que use el celular para donar plata para una siempre hambreada Africa. ¿Es de extrañarse entonces que la poca revulsión que se le pide al género apenas esté presente en las crueles y magníficas criaturas de Diego Capusotto, a veces más reales que los propios satirizados?
Nuestros Beatles
Con todo, más allá de las razones técnicas y de aquéllas que se explican por el momento en que irrumpieron, resta todavía saber por qué además de haber marcado a fuego las últimas cuatro décadas de la música y de haberse convertido en clásicos, se constituyeron, directa o indirectamente y prácticamente en el mundo entero, en la banda sonora de al menos cuatro generaciones. , de donde salió enteramente convertido a la causa beatle.
Seguramente no tengo una respuesta que valga para todos, pero sí una intuición plausible que me indica que muchos de nosotros hemos hecho de los Beatles parte de nuestra propia intimidad. Todos recordamos cuándo los escuchamos por primera vez, cuál fue el primer disco que nos compramos, cómo reaccionamos cuando nos enteramos de que se separaban y, para ponerle punto final a la cosa, en qué circunstancias nos enteramos de que habían asesinado a John Lennon, con lo que terminaba la fantasía de una hipotética reunión. De hecho, con todos esos recuerdos ajenos alguna vez me propuse hacer un libro que nunca se publicó. Allá estaban, por ejemplo, Gabriel García Márquez, que decía: "Tengo la impresión de que el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces". También el delirante Timothy Leary, quien había declarado que los Beatles eran mutantes, "prototipos de agentes evolucionados enviados por Dios, dotados con el misterioso poder de crear una nueva especie humana, una raza joven de hombres libres y sonrientes". Recuerdo igualmente la conversión de Tomás Eloy Martínez, por entonces en Primera Plana, quien decía haberlos detestado hasta que lo mandaron a cubrir el estreno cinematográfico de A hard day´s night, de donde salió enteramente convertido a la causa beatle.
O el testimonio de Ric Caddel, un muy buen poeta británico ya fallecido, quien me contó que, de adolescente, su hermana mayor lo había llevado a verlos en vivo en un teatro de Durham y él, al día siguiente, se gastó todos sus ahorros para comprarse algunos de sus Lp, los cuales en algún momento heredó su hija y que ahora atesoraban sus nietos igualmente fanáticos de los Beatles y de sus ediciones premium. O el magnífico relato de Hanif Kureishi, en el que contaba cómo, a los 13 años, los descubrió, en una clase de música de la secundaria, cuando el profesor le hizo escuchar a la clase "She's Leaving Home", en un intento de demostrarle que los Beatles no podían haber compuesto algo así. O el testimonio del poeta francés Yves Di Manno, que escribió que Sgt. Pepper... "contribuyó a sacarme de la infancia, pero aunque en aquel momento lo escuchaba sin cesar, estaba lejos de comprender las letras", por lo que empezó a tratar de traducirlas, dando así comienzo a una carrera que lo llevaría a ser traductor de Ezra Pound, William Carlos Williams y George Oppen. O el entusiasmo del pianista Keith Jarrett cuando se editó Abbey Road, un disco que, según declaró, se llevaría a una isla desierta ...
Y todavía mucho más acá, compartiendo experiencias análogas, los que esperamos que después de "Hey Jude" pusieran "Don't Let Me Down", para así poder permanecer abrazados un rato más con la chica que nos gustaba; los que nos indignamos cuando esa otra chica perdió en Odol Pregunta por no saber que la actriz de Maravilloso agujerito - la primera película producida por George Harrison– era Jane Birkin; los que comprábamos las figuritas de los Beatles –la número 50, los "Beatles pelados", era la más difícil–; los que discutimos cada tapa desde Revolver en adelante; los que descubrimos que "Her Majesty" estaba al final de Abbey Road, escondida; los que discutimos airadamente con los fanáticos de los Rolling Stones, porque, así como había que elegir entre Boca y River también había que hacerlo entre unos y otros; los que en la cancha cantamos usando la melodía de "Ob-la-di Ob-la-da" y los que la oyeron en el jardín de infantes, alternada con "Yellow Submarine"; los que en tiempos de dictaduras militares supimos que era cierto que los Blue Meanies se habían mudado a la Argentina; los que descubrimos que a nuestros hijos también les gustaban y un día empezaron a sacar las canciones en la guitarra, exactamente como habíamos hecho nosotros, transmitiéndoles ese gusto a sus propios hijos para llegar al punto en que, cuando Paul McCartney tocó en River, se podía ver a tres generaciones de una misma familia compartiendo la música.
Todo eso y muchas otras cosas son los Beatles: melodías que uno siempre reconoce y que nos acompañan en la versión mono o en la estéreo, ya se trate de discos analógicos, o de digitales, o de inmateriales MP3. Y así transcurrieron estos cuarenta años desde que se separaron y no hubo ya Beatles.
Tramas beatle de la cultura
Capas y capas de escenas en las que entran en contacto artistas, científicos, filósofos, dementes y criminales pueblan actualmente nuestro mundo.
En el verano boreal de 1986, en el número 17 de su revista Weirdo, Robert Crumb publicó otra de sus versiones historietísticas de los mitos más corrosivos del siglo XX; esta vez fue el turno de "La experiencia religiosa de Philip K. Dick", narración que da cuenta del profético instante en el que el autor de Confesiones de un artista de mierda conectó por primera vez con lo que luego bautizaría VALIS (sigla de Vast Active Intelligence System o Sistema de Vasta Inteligencia Viva), visión apocalíptica en la que la esquizofrenia y la revelación se fundían insolublemente. Esto sucedía en Fullerton, California, en marzo de 1974. Muy poco después de esa alucinación demasiado vívida de un paseo por las catacumbas de la Roma Imperial, Dick descifró un urgentísimo mensaje transmitido mientras escuchaba Strawberry Fields Forever: la voz de Lennon le advertía que la vida de su hijo (entonces un bebé) corría peligro. Es más, le proporcionaba un diagnóstico preciso: "la tara de nacimiento de tu hijo está en peligro. Tiene una hernia inguinal que ha reventado y penetra la bolsa escrotal". A riesgo de pasar por lunáticos, Dick y su mujer llevaron a su hijo al hospital y, como el lector ya lo adivina, pudieron intervenirlo a tiempo. Emmanuel Carrière describe minuciosamente el episodio en su biografía del escritor.
Si los Beatles fueron indudablemente el soundtrack de una época y de varias generaciones, lo cierto es que su frondoso imaginario poblado de tantas fabulosas figuras hace un buen tiempo que modela el casting de nuestro inconsciente colectivo. Capas y capas de escenas en las que entran en contacto muchísimos artistas, científicos, filósofos, dementes y criminales. Casi cinco años antes del "episodio VALIS" y no tan lejos de allí, el imaginario beatle ya había producido estragos en el ritual de muerte de Sharon Tate. Una década y media más tarde, los miembros de Sonic Youth (que alguna vez se definieron como "Los Beatles de una dimensión paralela") dedujeron de este hecho el nacimiento de toda una cultura de la que el mismo nombre de un artista como Marylin Manson da cuenta.
Hace años, Luis Chitarroni me dijo que estaba convencido que desde mediados del siglo pasado no existía mayor mitología que la generada por las culturas rock y pop, en las que toda la literatura beatle (los personajes, escenarios y situaciones que pueblan sus obras) se erige como el mayor punto de cruce del que tengamos noticia. En todo momento, infinitas tramas culturales de los últimos cincuenta años atraviesan ese núcleo que no hace más que crecer. Si existe un inconsciente rock/pop es porque indudablemente existe un inconsciente beatle. Ese inconsciente traspasa tanto a personajes de ficción como Sam Dawson, el retrasado mental interpretado por Sean Penn en la película I Am Sam, que moldea su vida de acuerdo a un horizonte beatle, tanto como a un homínido de la especie australophitecus afarensis de 3,2 millones de años de edad, cuyos restos fueron descubiertos en Etiopía ocho meses después del episodio de Dick, y bautizados por el paleoantropólogo Donald Johanson con el nombre de Lucy, en honor a la protagonista de la famosa canción de John Lennon Lucy in the Sky with Diamonds. Si escenas como las narradas en She´s leaving home (Ella se fue de casa) reaparecen remozadas en el rock argentino en temas como Laura va (1969) de Almendra y 4 AM (1999) de Babasónicos, la presencia psicodélica de una calle de Liverpool como Penny Lane resurge como apodo de una seductora groupie encarnada por Kate Hudson en Almost Famous (Casi famosos), película de inspiración autobiográfica del ex periodista de la revista Rolling Stone, Cameron Crowe. Hasta Peter Jackson utilizó una silueta de la banda de Ringo en los sesenta como temible presencia en una furgoneta en su salvaje ópera prima Bad Taste. La materia del mundo beatle prolifera, muta y se resignifica.
¿Efectos del cosmopolitismo pop? Experto en cultura convergente, Henry Jenkins nos cuenta que el Proyecto Global de Audiencias testeó la circulación de sus productos Disney en 18 países y descubrió que en 11 de ellos el 100% de los encuestados había visto al menos una película de su factura y que "muchos de ellos habían comprado un amplio repertorio de productos complementarios".
Los Beatles, que pueden competir holgadamente en estos parámetros, ponen en escena una gran paradoja: si tenemos más información sobre ellos que sobre cualquier otro artista contemporáneo (¿cuántos pueden jactarse de poseer una crónica diaria de su carrera, como la realizada por Barry Miles con el título The Beatles: A diary. An Intimate Day by Day History, publicada en castellano como Los Beatles, día a día, a pesar de la saturación no dejamos de sorprendernos y deleitarnos con nuevos efectos y repercusiones de su leyenda.
Por empezar, hubo muchas presencias beatle simultáneas. Pasemos revista solamente a algunas. En septiembre de 1965 comenzaron a proyectarse sus aventuras de ficción en dibujos animados (The Beatles Cartoon). Los más memoriosos recordarán, incluso antes, las tempranas actuaciones –en julio de 1964– de The American Beetles en Canal 9, una banda de imitadores que aprovechando la poca información de la época y las dificultades económicas para traer a los originales, tuvieron su momento de éxito en Argentina y Uruguay, incluso más tarde en España. A diferencia de las tantas bandas-tributo posteriores, que desde todos los puntos del planeta centran su performance en el homenaje, sus clones estadounidenses fueron promocionados como si se tratara de los mismísimos fab four. No asombra demasiado si tenemos en cuenta que los primeros singles de la banda fueron publicados entre nosotros con el título de Los Grillos, tal como consta en A, B, C, D, Paul, John, George y Ringo, libro de Lewi, Chilavert, Sanmartino y Ravelo que reconstruye las primeras ediciones de sus discos en Argentina. Nada más precioso para la buena salud del inconsciente beatle que las patologías culturales (malintencionadas o no) que el fanatismo propone. Ellos reinventaron el mercado: si los pioneros fans estadounidenses fueron los protagonistas de una de las primeras películas de Robert Zemeckis (I Wanna Hold Your Hand, conocida en castellano como Locos por ellos, 1978), un ciclo se cierra con la terrible historia de Mark Chapman, el asesino de Lennon, que también posee su propio biopic (Chapter 27, de Jarrett Schaeffer, 2007).
Antropológicamente, las preguntas clave en el tema podrían formularse del siguiente modo: "¿de qué modo te influyeron los Beatles? ¿De qué modo determinaron tu cultura?" y lo cierto es que, en tiempos de nuevas tecnologías, toda la data que conocíamos terminó por simple disponibilidad multiplicándose con más versiones personales, conjeturas, paranoias y delirios, cada uno de los cuales vuelve a resemantizar en mayor o menor medida nuestra "percepción beatle". Basta con teclear en el buscador de Youtube la frase "Paul is Dead" para contabilizar cientos de videos dedicados a un episodio por demás bizarro y peculiar, la más difundida teoría conspirativa de la cultura pop. Dos meses después del citado asesinato de Sharon Tate, dos estudiantes de la Universidad de Michigan, Fred Labour y John Gray, publicaron un estudio en el cual afirmaban que Paul McCartney había muerto en un accidente automovilístico en noviembre de 1966, y a partir de ese momento había sido reemplazado por un doble. Acertada o no, parcial y/o tendenciosa, ninguna mirada más incisiva que la de un paranoico. Volviendo a las preguntas-clave tratamos de indagar en la construcción de la amenaza ¿por qué cuatro músicos resultaron para tantos culturalmente tan peligrosos?
La respuesta social más obvia podría deducirse de lo que aprendemos viendo el documental USA vs. John Lennon (de David Leaf y John Scheinfeld, 2006) donde vemos al cantante y guitarrista componer una canción, Give Peace A Chance (Dale una oportunidad a la paz) y luego a una multitud sumando a miles y miles de manifestantes coreándola en contra de las políticas de Richard Nixon (esa y otras intervenciones similares tornarían más dificultosa y retrasarían en mucho la obtención de la green card para el beatle, que ¿contradictoriamente? tanto ansiaba la ciudadanía estadounidense).
Sin embargo, sigue siendo en lo viral y por lo tanto incontrolable de sus imaginarios y mitologías en donde se concentra su potencia. Al fin de cuentas estos acrecientan y hacen proliferar muchas tradiciones que se dieron cita en las obras de los Beatles: de Lewis Carroll a los beatniks, del avant-garde al folk, de las músicas del mundo al pacifismo, un sobreextendido catálogo que aún sigue fermentando en nuestros cerebros e induciendo los más disparatados efectos.
1 comentario:
a veces pienso que estamos de nuevo en una era prebeatle. demasiado control y productos culturales que no tienen nada que ver con la epoca. el mayor merito de los beatles fue entender sus tiempos y adelantarse a ellos. creo que hay un vacio o una expectativa actual que solo se llena con covers o adaptaciones cinematograficas.
un abrazo.
Juan www.yaestabaregistrado.com
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