La maestra normal
Lejos de los fuegos de artificio de las geniales Emily y Charlotte, Anne Brontë fue la más normal de las hermanas, pero no por ello menos radical en su literatura. Destinada a ser una institutriz de jóvenes adinerados e insoportables, utilizó esa experiencia para escribir su primera novela, contraparte realista del desmesurado romanticismo de la familia.
Por Mariana Enriquez
Agnes Grey
Anne Brontë
DeBolsillo
243 páginas
En vida fue la más exitosa de las tres hermanas Brontë, pero la historia de la literatura la dejó injustamente en un lugar secundario. Como si Anne Brontë hubiera sido no sólo la menos talentosa sino la más dócil, como si no hubiera sido igual de genial que Emily y Charlotte, pero de manera completamente diferente.
El caso de las Brontë es único en la historia. Las tres hijas menores de Patrick Brontë –un clérigo irlandés pobrísimo, emigrado a Inglaterra y casado con Maria Branwell, la hija de un comerciante próspero– vivieron una vida de relativo aislamiento e intensa imaginación en el pequeño pueblo de Haworth, West Yorkshire. Anne era la menor de seis hermanos, y tenía apenas un año cuando quedó huérfana de madre. La tía Branwell se instaló en la casa para cuidar de los niños, especialmente de la bebé Anne, y les permitió el acceso a todos los libros que quisieran: a pesar de que eran muy religiosos, ni el padre Brontë ni la tía Branwell creían en limitar demasiado a sus hijos (el clérigo les permitía a las chicas leer incluso al famosamente perverso Lord Byron).
La vida de la familia se vio sacudida otra vez cuando las dos hermanas mayores, Maria y Elizabeth, murieron de tuberculosis mientras estudiaban en un internado de Lancashire. Emily y Charlotte también estaban en el colegio, y fueron inmediatamente traídas de vuelta a casa por su apenado y muy asustado padre. Durante los cinco años siguientes, los jóvenes Brontë –a las mujeres hay que sumar a Branwell, talentoso pero malogrado– fueron educados en casa, y no tuvieron vida social alguna. Lo que sí tenían era una intensa vida imaginaria: crearon un mundo propio, llamado Angria, que hasta ilustraron en mapas y acuarelas, y al que le inventaron diarios, crónicas y revistas, todos los textos escritos en una letra tan pequeña que sólo podía ser leída con lupa, y guardados en cajas de miniatura. Fueron los primeros escarceos literarios de la familia.
A los 15 años, Anne Brontë dejó por primera vez la casa familiar para estudiar. Estuvo allí durante dos años, y en 1839 consiguió el casi único empleo que una mujer pobre pero educada podía encontrar entonces: entró a trabajar como institutriz para la familia Ingham.
Sus alumnos eran claramente insoportables, difíciles, caprichosos. Anne tomó nota de cada dolor de cabeza, y del desprecio de sus empleadores para escribir la primera parte de su novela Agnes Grey, que se completaría con sus experiencias mucho más satisfactorias en su segundo empleo como institutriz de los hijos de la familia Robinson. En la novela usaría, también, su posible amor frustrado por William Weightman, un ayudante de su padre que moriría de cólera antes de poder iniciar cualquier tipo de relación afectuosa con Anne.
Antes de Agnes Grey, Anne se unió a sus hermanas en un proyecto que, en aquel momento, todavía resultaba extrañísimo para un grupo de mujeres: editar un libro de poemas, pagado por el dinero que les había dejado su tía al morir. Anne y Emily contribuyeron con 21 poemas, y Charlotte con 19. Usaron seudónimos para publicarlo, claro: Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell. En 1846 salió a la venta como Poems by Currer, Ellis and Acton Bell y fue un desastre comercial: en el primer año se vendieron solamente dos ejemplares. Pero eso las fogueó: ese mismo año, las tres enviaban sus primeras novelas a editores de Londres. Emily mandó Cumbres borrascosas, Anne, Agnes Grey; y Charlotte, The Professor. Charlotte fue la única que no consiguió editor y decidió cambiar de libro; enseguida mandó el otro manuscrito que terminó prontamente, el de Jane Eyre. Fue publicado rápido, y con éxito. Para 1847 las tres hermanas habían sido publicadas, y las tres tenían mucho éxito. Pero del trío de novelas, Agnes Grey se distinguía por su evidente falta de estridencia.
El proyecto de Anne Brontë como escritora era muy diferente al de sus hermanas Emily y Charlotte, aunque esa clara diferencia nunca significó una pelea entre ellas, o un posicionamiento público de enfrentamiento con sus hermanas por parte de Anne. Cumbres borrascosas es un libro de gran violencia emocional, potencia lírica, alto romanticismo: es una novela desaforada, guiada por su protagonista, el gigante oscuro Heathcliff. Jane Eyre es una relectura del gótico tan de moda entonces que incluye aires realistas: un internado donde cunde el sadismo, una institutriz no muy agraciada que sin embargo enamora a un aristócrata medio disoluto, una mujer loca en el ático, una familia adoptiva de insoportable crueldad. Ambas son novelas extraordinarias. También lo es Agnes Grey. Pero el tono y el tema no pueden ser más diferentes. Agnes Grey es una novela realista, reposada, reflexiva, muy vívida, de gran contención e inteligencia: está muy cerca en calidad a la producción de sus hermanas, pero lejísimo de sus fuegos artificiales. Fue la primera novela en contar con una protagonista normal y común; la biógrafa de la Brontë, Juliet Barker, escribe: “Llena de un humor poco estridente, es una exposición mucho más palmaria de las condiciones de vida de una institutriz de familia pobre por aquellos años que la ofrecida por la novela mucho más famosa de su hermana, Jane Eyre. Agnes es una mujer dura y tranquila, estoica; oculta su amor por el clérigo –que, desde luego, no es ni Rochester ni Heathcliff: es un hombre serio, amable, algo anodino– y su amor propio, sobre todo ante los altaneros empleadores y los vanidosos alumnos. Le falta dinero, no puede visitar a su familia, es tratada sin respeto ni afecto. Y ella, sin embargo, sigue adelante.
Fue la segunda novela de Anne la que cimentó su fama y, en su momento, el éxito: hasta logró una segunda edición. Esta novela extraordinaria se llama The Tenant of Wildfell Hall y la protagonista es una mujer casada que escapa, junto a su hijo, de un marido alcohólico. Se oculta en una mansión abandonada y vive de la pintura, hasta que se independiza y logra alquilar su propia habitación. La novela, dijo en su momento May Sinclair, contenía la escena del abandono de la esposa, “un portazo que se dejó oír en toda la Inglaterra victoriana”. Es que entonces dejar al esposo no sólo era inmoral sino ilegal: la salvación de esta mujer, que escapa de un hombre violento, era castigada por la Justicia británica del siglo XIX. Muchos creen que Anne se inspiró para el alcohólico en su hermano Branwell; los críticos se horrorizaron ante el realismo de las escenas de violencia y degradación, que Anne en su momento defendió con gran entereza. No era para menos: se trataba de su obra maestra.
Anne Brontë murió de tuberculosis a los 29 años en la ciudad costera de Scarborough, donde decidió pasar sus últimos días junto a su hermana Charlotte. Era 1849; sus hermanos Emily y Branwell habían muerto, también de tuberculosis, un año antes. Charlotte, la sobreviviente –por poco tiempo: moriría en 1855 durante su único embarazo–, decidió no volver a publicar The Tenant of Wildfell Hall porque la consideraba demasiado brutal. Incluso se cree que fue la respuesta realista a Cumbres borrascosas, con su mirada carente de romanticismo sobre la violencia doméstica. El gesto de Charlotte fue de protección, pero acabó siendo una mezquindad, porque dejó a Anne en el lugar de la hermana menos “vistosa”. Cuando en realidad era tan radical, o quizá más, que las otras geniales Brontë.
CARL JUNG, 1961. El fundador de la psicología analítica en Zurich, poco tiempo antes de morir. Al recordar su crisis, un “cara a cara con el inconsciente”, lo comparaba con un experimento con mezcalina.
Esta es la historia de un libro de casi cien años de antigüedad, encuadernado en cuero rojo y que ha pasado el último cuarto de siglo guardado en la bóveda de un banco suizo. El libro es grande y pesado y su lomo tiene grabadas letras doradas que dicen Liber Novus, que en latín significa Libro nuevo. Sus páginas son de un grueso pergamino color crema y están llenas de pinturas de criaturas de otro mundo y diálogos manuscritos con dioses y demonios. Si uno no conociera el origen del libro, lo podría confundir con un volumen medieval. Y, sin embargo, entre las pesadas tapas del libro, se desarrolla una historia muy moderna. Es la que sigue: El hombre llega a la mediana edad y pierde el alma. El hombre sale en busca de su alma. Tras un sinnúmero de didácticas penurias y aventuras –que tienen lugar en su cabeza– vuelve a encontrarla. Algunos opinan que nadie debería leer el libro y otros que deberían leerlo todos. La verdad es que nadie lo sabe. La mayor parte de lo que se ha dicho del libro –qué es, qué significa– es producto de conjeturas, porque, desde el momento en que se lo comenzó en 1914 en un pueblito suizo, sólo unas dos docenas de personas han logrado leerlo o echarle una ojeada. De los que lo vieron, al menos una persona, una inglesa culta a quien se le permitió leer parte del libro en los años 20, consideró que contenía una sabiduría infinita –"En mi país, hay personas que lo leerían de cabo a rabo sin detenerse a respirar", escribió–, mientras que otra, una figura literaria muy conocida que le dio un vistazo poco después, lo halló fascinante e inquietante y llegó a la conclusión de que era obra de un psicótico. Por eso, durante casi todo el siglo pasado, pese al hecho de que se lo consideraba una obra crucial de uno de los grandes pensadores de la época, el libro existió sólo como un rumor, arrebujado en la maraña de su propia leyenda, venerado y visto como un enigma.Es por eso que una noche lluviosa de noviembre de 2007 tomé un vuelo en Boston y cabalgué sobre las nubes hasta despertarme en Zurich y llegar a la salida del aeropuerto a la hora aproximada en que abría la casa central del Union Bank of Switzerland. En aquel momento, se estaba produciendo un cambio: el libro, que había pasado los últimos 23 años en una caja de seguridad de la bóveda subterránea del banco, estaba siendo envuelto en una tela negra y colocado en el interior acolchado de un discreto maletín con ruedas. Pasó rodando frente a los guardias hasta salir al sol y al aire diáfano y frío, donde se lo cargó en un auto que velozmente se lo llevó.Sé que esto parece el comienzo de una novela de espías o una película sobre el robo a un banco, pero en realidad es un relato sobre el genio y la locura, sobre la posesión y la obsesión, en el que un objeto –este viejo y extraño libro– deambula entre todo eso: el Libro rojo secreto de Carl Jung –escaneado, traducido al inglés y anotado– está disponible desde este mes, publicado por W. W. Norton y promocionado como "la obra inédita más influyente en la historia de la psicología". Descenso al infiernoCarl Jung fundó el campo de la psicología analítica y, junto con Sigmund Freud, fue responsable de popularizar la idea de que la vida interior de una persona merecía no sólo atención sino una esmerada exploración, concepto que desde entonces ha llevado a millones de personas a la psicoterapia. Freud, que comenzó como maestro de Jung y luego se convirtió en su rival, veía a la mente inconsciente como un depósito de deseos reprimidos, que luego podían ser codificados, caracterizados como patológicos y tratados. Con el tiempo, Jung llegó a ver la psiquis como un lugar intrínsecamente espiritual y fluido, un océano donde se podía pescar en busca de iluminación y cura.Lo haya querido o no, hoy día Jung –que se consideraba un científico– es recordado más como ícono contracultural, como defensor de la espiritualidad fuera de la religión y un adalid de los soñadores y los buscadores, lo cual le ha valido tanto el respeto como el ridículo póstumos. Las ideas de Jung sentaron las bases del conocido test de personalidad de Myers-Briggs e influyeron en la creación de Alcohólicos Anónimos. Sus dogmas fundamentales –la existencia de un inconsciente colectivo y el poder de los arquetipos– se han filtrado en el pensamiento New Age, pero permanecen en los márgenes de la psicología tradicional.Jung pronto se vio enfrentado no sólo a Freud sino también a la mayoría de los que se dedicaban a su especialidad, los psiquiatras que constituían la cultura dominante en esa época y hablaban el idioma clínico de los síntomas y los diagnósticos tras los cerrojos de los pabellones para enfermos mentales. La separación no fue fácil. Cuando sus convicciones empezaban a cristalizarse, Jung, que en aquel momento era un hombre exteriormente exitoso y ambicioso con una joven familia, un próspero consultorio privado y una elegante casona junto al lago Zurich, sintió que su mente comenzaba a vacilar y tambalearse, hasta que finalmente cayó en una crisis que cambiaría su vida.Lo que a continuación le ocurrió a Carl Jung ha dado lugar, entre los jungianos y otros estudiosos, a perdurables leyendas y controversias. Se lo ha interpretado como una enfermedad creativa, un descenso a los infiernos, un ataque de locura, una autodeificación narcisista, una trascendencia, una crisis de la mediana edad y una perturbación interior que reflejaba el cataclismo de la Primera Guerra Mundial. Sea como fuere, en 1913, Jung, que entonces tenía 38 años, se perdió en la niebla de su propia mente. Lo acosaban perturbadoras visiones y oía voces interiores. Ante el horror de lo que veía, por momentos temía estar "amenazado por una psicosis" o "haciendo una esquizofrenia", según sus propias palabras.Más tarde compararía este período de su vida –este "cara a cara con el inconsciente", como lo llamaba– con un experimento con mezcalina. Decía que las visiones le llegaban como un "río incesante", que eran como piedras que le caían en la cabeza, como una tormenta eléctrica, como lava fundida. "Muchas veces tuve que tomarme de la mesa", recordaba, "para no caerme a pedazos".Como psiquiatra y alguien con una veta decididamente rebelde, trató de derribar el muro que separaba su yo racional de su psiquis. Durante seis años, Jung se esforzó por impedir que su mente consciente bloqueara lo que quería mostrarle su inconsciente. Entre las consultas con sus pacientes, después de cenar con su mujer y sus hijos, cada vez que tenía una hora o dos, Jung se sentaba en el escritorio tapizado de libros del segundo piso de su casa e inducía las alucinaciones –que él llamaba "imaginaciones activas". "Para comprender las fantasías que se agitaban en mí 'subterráneamente'", escribió Jung más tarde en su libro Recuerdos, sueños, reflexiones, "sabía que tenía que zambullirme de cabeza en ellas". Se descubrió en un lugar liminal, tan lleno de riqueza creativa como de posibilidades de destrucción, que, según creía, era la misma zona fronteriza que transitaban los locos y los grandes artistas.Jung lo registró todo. Primero tomó notas en una serie de pequeños diarios negros y luego interpretó y analizó sus fantasías y las escribió con un tono majestuoso y profético en el librote de cuero rojo. Este detallaba un viaje desenfadadamente psicodélico a través de su propia mente, una progresión vagamente homérica de encuentros con seres extraños en un paisaje de ensueño curioso y cambiante. Escribiendo en alemán, llenó 205 páginas con cuidada caligrafía y pinturas de ricos colores y sorprendente detalle.Lo que Jung escribió no pertenecía a su anterior canon de ensayos desapasionados y académicos sobre psiquiatría. Ni tampoco era un diario hecho y derecho. El libro era una especie de moralidad fantasmagórica, surgida del deseo de Jung no sólo de trazar un mapa del manglar de su mundo interior sino también de traer consigo sus riquezas. Fue esto último –la idea de que una persona podía oscilar provechosamente entre los polos de lo racional y lo irracional, la luz y la oscuridad, lo consciente y lo inconsciente– lo que constituyó el germen de su obra posterior y de lo que llegaría a ser la psicología analítica.El libro cuenta la historia de cómo Jung trató de enfrentar los demonios que surgían de las sombras. Los resultados son humillantes y a veces desagradables. En él, Jung recorre la tierra de los muertos, se enamora de una mujer que luego resulta ser su hermana, es aprisionado por una serpiente gigantesca y, en un aterrador momento, devora el hígado de un niño. ("Trago con desesperados esfuerzos –es imposible– una y otra vez... casi me desmayo... ya está".) En determinado momento, hasta el demonio dice que Jung es aborrecible.Trabajó en Libro rojo de manera intermitente unos 16 años, hasta mucho después de superada su crisis personal, pero nunca logró terminarlo. Se impacientaba pensando qué hacer con él y preguntándose si debía publicarlo o guardarlo en un cajón. Pero respecto de la importancia de lo que contenía el libro, Jung no tenía dudas. "Toda mi obra, toda mi actividad creativa", recordaría después, "proviene de esas primeras fantasías y sueños".Cuando Jung murió en 1961, no dejó instrucciones específicas sobre qué hacer con él. Su hijo Franz, arquitecto, el tercero de sus cinco vástagos, se hizo cargo de la administración de la casa y decidió dejar el libro donde estaba. Más tarde, en 1984, la familia lo trasladó al banco. Cada vez que alguien pidió ver el Libro rojo, los familiares dijeron, sin titubear y a veces sin decoro, que no. El libro era privado, afirmaban, una obra estrictamente personal.Sonu Shamdasani, un historiador residente en Londres, se acercó a la familia con una propuesta de editar y publicar el Libro rojo en 1997, momento que resultó oportuno. Franz Jung acababa de morir y la familia estaba golpeada y aturdida por la publicación de dos libros controvertidos y muy comentados escritos por un psicólogo estadounidense llamado Richard Noll, quien planteaba que Jung era el profeta autoproclamado y mujeriego de una secta aria de culto al sol y que varias de sus principales ideas habían sido plagiadas o se basaban en falsas investigaciones. Shamdasani se presentó con la moneda de cambio indicada: dos borradores parciales (sin ilustraciones) del Libro rojo escritos a máquina que había descubierto en otra parte. Uno descansaba en la biblioteca de una casa del sur de Suiza, hogar de la anciana hija de una mujer que había trabajado para Jung como transcriptora y traductora. Halló el segundo en la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale. El hecho de que fueran copias parciales del Libro rojo significaba dos cosas: una, que Jung lo había entregado al menos a algunos amigos; y dos, que el libro, considerado confidencial e inaccesible durante tanto tiempo, en realidad no era inhallable. El fantasma de Richard Noll y de todos los que quisieran ensuciar el nombre de Jung citando selectivamente pasajes del libro se perfiló en el horizonte. Con o sin la bendición de la familia, el Libro rojo se haría público en poco tiempo, "probablemente", escribió inauspicioso Shamdasani en un informe a la familia, "de manera sensacionalista". Durante dos años, Shamdasani fue y vino de Zurich, tratando de convencer a los herederos de Jung. Tuvo almuerzos, tomó café y dio una conferencia. Finalmente, luego de tensas deliberaciones en el seno de la familia, Shamdasani recibió un pequeño sueldo y una copia en color del original del libro y la autorización para comenzar a prepararlo para su publicación, aunque debió firmar un estricto acuerdo de confidencialidad. Después de vivir prácticamente a solas con el libro durante casi una década, Shamdasani –amante del buen vino y las complejidades del jazz– ahora tiene el aspecto ligeramente azorado de alguien que acaba de encontrar la salida de un enorme laberinto. Cuando lo fui a ver este verano, estaba agregando al Libro rojo la nota al pie número 1.051. "Es el reactor nuclear de todas sus obras", dijo Shamdasani y destacó que los conceptos más difundidos de Jung –entre otros, su creencia en que la humanidad comparte un caudal de sabiduría antigua que denominó inconsciente colectivo y la idea de que las personalidades tienen componentes tanto masculinos como femeninos (animus y anima)– hunden sus raíces en el Libro rojo. La creación del libro también llevó a Jung a reformular la forma en que trabajaba con sus pacientes, como testimonia una referencia que Shamdasani encontró en el libro autopublicado escrito por una ex paciente, en la que esta recuerda el consejo que le dio Jung para procesar lo que se desarrollaba en las zonas más profundas y a veces aterradoras de su mente.Después de escaneado, el libro regresó a su bóveda del banco, pero volverá a trasladarse, esta vez a Nueva York, acompañado por un grupo de descendientes de Jung. En los próximos meses se expondrá en el Museo de Arte Rubin. En el Libro rojo, luego de que el alma lo exhorta a aceptar la locura, Jung todavía tiene dudas. De pronto, como ocurre en los sueños, el alma se convierte en un "profesor pequeño y gordo", que manifiesta una especie de preocupación paternal por Jung.Jung le dice: "Yo también creo que me he perdido por completo. ¿Verdaderamente estoy loco? Todo es terriblemente confuso".El profesor responde: "Ten paciencia, todo saldrá bien. De todos modos, duerme bien". © The New York Times y ClarIn, 2009.
Lejos de los fuegos de artificio de las geniales Emily y Charlotte, Anne Brontë fue la más normal de las hermanas, pero no por ello menos radical en su literatura. Destinada a ser una institutriz de jóvenes adinerados e insoportables, utilizó esa experiencia para escribir su primera novela, contraparte realista del desmesurado romanticismo de la familia.
Por Mariana Enriquez
Agnes Grey
Anne Brontë
DeBolsillo
243 páginas
En vida fue la más exitosa de las tres hermanas Brontë, pero la historia de la literatura la dejó injustamente en un lugar secundario. Como si Anne Brontë hubiera sido no sólo la menos talentosa sino la más dócil, como si no hubiera sido igual de genial que Emily y Charlotte, pero de manera completamente diferente.
El caso de las Brontë es único en la historia. Las tres hijas menores de Patrick Brontë –un clérigo irlandés pobrísimo, emigrado a Inglaterra y casado con Maria Branwell, la hija de un comerciante próspero– vivieron una vida de relativo aislamiento e intensa imaginación en el pequeño pueblo de Haworth, West Yorkshire. Anne era la menor de seis hermanos, y tenía apenas un año cuando quedó huérfana de madre. La tía Branwell se instaló en la casa para cuidar de los niños, especialmente de la bebé Anne, y les permitió el acceso a todos los libros que quisieran: a pesar de que eran muy religiosos, ni el padre Brontë ni la tía Branwell creían en limitar demasiado a sus hijos (el clérigo les permitía a las chicas leer incluso al famosamente perverso Lord Byron).
La vida de la familia se vio sacudida otra vez cuando las dos hermanas mayores, Maria y Elizabeth, murieron de tuberculosis mientras estudiaban en un internado de Lancashire. Emily y Charlotte también estaban en el colegio, y fueron inmediatamente traídas de vuelta a casa por su apenado y muy asustado padre. Durante los cinco años siguientes, los jóvenes Brontë –a las mujeres hay que sumar a Branwell, talentoso pero malogrado– fueron educados en casa, y no tuvieron vida social alguna. Lo que sí tenían era una intensa vida imaginaria: crearon un mundo propio, llamado Angria, que hasta ilustraron en mapas y acuarelas, y al que le inventaron diarios, crónicas y revistas, todos los textos escritos en una letra tan pequeña que sólo podía ser leída con lupa, y guardados en cajas de miniatura. Fueron los primeros escarceos literarios de la familia.
A los 15 años, Anne Brontë dejó por primera vez la casa familiar para estudiar. Estuvo allí durante dos años, y en 1839 consiguió el casi único empleo que una mujer pobre pero educada podía encontrar entonces: entró a trabajar como institutriz para la familia Ingham.
Sus alumnos eran claramente insoportables, difíciles, caprichosos. Anne tomó nota de cada dolor de cabeza, y del desprecio de sus empleadores para escribir la primera parte de su novela Agnes Grey, que se completaría con sus experiencias mucho más satisfactorias en su segundo empleo como institutriz de los hijos de la familia Robinson. En la novela usaría, también, su posible amor frustrado por William Weightman, un ayudante de su padre que moriría de cólera antes de poder iniciar cualquier tipo de relación afectuosa con Anne.
Antes de Agnes Grey, Anne se unió a sus hermanas en un proyecto que, en aquel momento, todavía resultaba extrañísimo para un grupo de mujeres: editar un libro de poemas, pagado por el dinero que les había dejado su tía al morir. Anne y Emily contribuyeron con 21 poemas, y Charlotte con 19. Usaron seudónimos para publicarlo, claro: Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell. En 1846 salió a la venta como Poems by Currer, Ellis and Acton Bell y fue un desastre comercial: en el primer año se vendieron solamente dos ejemplares. Pero eso las fogueó: ese mismo año, las tres enviaban sus primeras novelas a editores de Londres. Emily mandó Cumbres borrascosas, Anne, Agnes Grey; y Charlotte, The Professor. Charlotte fue la única que no consiguió editor y decidió cambiar de libro; enseguida mandó el otro manuscrito que terminó prontamente, el de Jane Eyre. Fue publicado rápido, y con éxito. Para 1847 las tres hermanas habían sido publicadas, y las tres tenían mucho éxito. Pero del trío de novelas, Agnes Grey se distinguía por su evidente falta de estridencia.
El proyecto de Anne Brontë como escritora era muy diferente al de sus hermanas Emily y Charlotte, aunque esa clara diferencia nunca significó una pelea entre ellas, o un posicionamiento público de enfrentamiento con sus hermanas por parte de Anne. Cumbres borrascosas es un libro de gran violencia emocional, potencia lírica, alto romanticismo: es una novela desaforada, guiada por su protagonista, el gigante oscuro Heathcliff. Jane Eyre es una relectura del gótico tan de moda entonces que incluye aires realistas: un internado donde cunde el sadismo, una institutriz no muy agraciada que sin embargo enamora a un aristócrata medio disoluto, una mujer loca en el ático, una familia adoptiva de insoportable crueldad. Ambas son novelas extraordinarias. También lo es Agnes Grey. Pero el tono y el tema no pueden ser más diferentes. Agnes Grey es una novela realista, reposada, reflexiva, muy vívida, de gran contención e inteligencia: está muy cerca en calidad a la producción de sus hermanas, pero lejísimo de sus fuegos artificiales. Fue la primera novela en contar con una protagonista normal y común; la biógrafa de la Brontë, Juliet Barker, escribe: “Llena de un humor poco estridente, es una exposición mucho más palmaria de las condiciones de vida de una institutriz de familia pobre por aquellos años que la ofrecida por la novela mucho más famosa de su hermana, Jane Eyre. Agnes es una mujer dura y tranquila, estoica; oculta su amor por el clérigo –que, desde luego, no es ni Rochester ni Heathcliff: es un hombre serio, amable, algo anodino– y su amor propio, sobre todo ante los altaneros empleadores y los vanidosos alumnos. Le falta dinero, no puede visitar a su familia, es tratada sin respeto ni afecto. Y ella, sin embargo, sigue adelante.
Fue la segunda novela de Anne la que cimentó su fama y, en su momento, el éxito: hasta logró una segunda edición. Esta novela extraordinaria se llama The Tenant of Wildfell Hall y la protagonista es una mujer casada que escapa, junto a su hijo, de un marido alcohólico. Se oculta en una mansión abandonada y vive de la pintura, hasta que se independiza y logra alquilar su propia habitación. La novela, dijo en su momento May Sinclair, contenía la escena del abandono de la esposa, “un portazo que se dejó oír en toda la Inglaterra victoriana”. Es que entonces dejar al esposo no sólo era inmoral sino ilegal: la salvación de esta mujer, que escapa de un hombre violento, era castigada por la Justicia británica del siglo XIX. Muchos creen que Anne se inspiró para el alcohólico en su hermano Branwell; los críticos se horrorizaron ante el realismo de las escenas de violencia y degradación, que Anne en su momento defendió con gran entereza. No era para menos: se trataba de su obra maestra.
Anne Brontë murió de tuberculosis a los 29 años en la ciudad costera de Scarborough, donde decidió pasar sus últimos días junto a su hermana Charlotte. Era 1849; sus hermanos Emily y Branwell habían muerto, también de tuberculosis, un año antes. Charlotte, la sobreviviente –por poco tiempo: moriría en 1855 durante su único embarazo–, decidió no volver a publicar The Tenant of Wildfell Hall porque la consideraba demasiado brutal. Incluso se cree que fue la respuesta realista a Cumbres borrascosas, con su mirada carente de romanticismo sobre la violencia doméstica. El gesto de Charlotte fue de protección, pero acabó siendo una mezquindad, porque dejó a Anne en el lugar de la hermana menos “vistosa”. Cuando en realidad era tan radical, o quizá más, que las otras geniales Brontë.
La crónica de un viaje psicodélico
Cuando ya era un psiquiatra exitoso, Carl Jung se perdió en la niebla de su propia mente: visiones y voces lo acosaban. Registró esa crisis durante 16 años en un texto secreto. Celosamente silenciado por décadas, el Libro rojo acaba de editarse en inglés, como "la obra inédita más influyente en la historia de la psicología".
Por: Sara Corbett
CARL JUNG, 1961. El fundador de la psicología analítica en Zurich, poco tiempo antes de morir. Al recordar su crisis, un “cara a cara con el inconsciente”, lo comparaba con un experimento con mezcalina.
Esta es la historia de un libro de casi cien años de antigüedad, encuadernado en cuero rojo y que ha pasado el último cuarto de siglo guardado en la bóveda de un banco suizo. El libro es grande y pesado y su lomo tiene grabadas letras doradas que dicen Liber Novus, que en latín significa Libro nuevo. Sus páginas son de un grueso pergamino color crema y están llenas de pinturas de criaturas de otro mundo y diálogos manuscritos con dioses y demonios. Si uno no conociera el origen del libro, lo podría confundir con un volumen medieval. Y, sin embargo, entre las pesadas tapas del libro, se desarrolla una historia muy moderna. Es la que sigue: El hombre llega a la mediana edad y pierde el alma. El hombre sale en busca de su alma. Tras un sinnúmero de didácticas penurias y aventuras –que tienen lugar en su cabeza– vuelve a encontrarla. Algunos opinan que nadie debería leer el libro y otros que deberían leerlo todos. La verdad es que nadie lo sabe. La mayor parte de lo que se ha dicho del libro –qué es, qué significa– es producto de conjeturas, porque, desde el momento en que se lo comenzó en 1914 en un pueblito suizo, sólo unas dos docenas de personas han logrado leerlo o echarle una ojeada. De los que lo vieron, al menos una persona, una inglesa culta a quien se le permitió leer parte del libro en los años 20, consideró que contenía una sabiduría infinita –"En mi país, hay personas que lo leerían de cabo a rabo sin detenerse a respirar", escribió–, mientras que otra, una figura literaria muy conocida que le dio un vistazo poco después, lo halló fascinante e inquietante y llegó a la conclusión de que era obra de un psicótico. Por eso, durante casi todo el siglo pasado, pese al hecho de que se lo consideraba una obra crucial de uno de los grandes pensadores de la época, el libro existió sólo como un rumor, arrebujado en la maraña de su propia leyenda, venerado y visto como un enigma.Es por eso que una noche lluviosa de noviembre de 2007 tomé un vuelo en Boston y cabalgué sobre las nubes hasta despertarme en Zurich y llegar a la salida del aeropuerto a la hora aproximada en que abría la casa central del Union Bank of Switzerland. En aquel momento, se estaba produciendo un cambio: el libro, que había pasado los últimos 23 años en una caja de seguridad de la bóveda subterránea del banco, estaba siendo envuelto en una tela negra y colocado en el interior acolchado de un discreto maletín con ruedas. Pasó rodando frente a los guardias hasta salir al sol y al aire diáfano y frío, donde se lo cargó en un auto que velozmente se lo llevó.Sé que esto parece el comienzo de una novela de espías o una película sobre el robo a un banco, pero en realidad es un relato sobre el genio y la locura, sobre la posesión y la obsesión, en el que un objeto –este viejo y extraño libro– deambula entre todo eso: el Libro rojo secreto de Carl Jung –escaneado, traducido al inglés y anotado– está disponible desde este mes, publicado por W. W. Norton y promocionado como "la obra inédita más influyente en la historia de la psicología". Descenso al infiernoCarl Jung fundó el campo de la psicología analítica y, junto con Sigmund Freud, fue responsable de popularizar la idea de que la vida interior de una persona merecía no sólo atención sino una esmerada exploración, concepto que desde entonces ha llevado a millones de personas a la psicoterapia. Freud, que comenzó como maestro de Jung y luego se convirtió en su rival, veía a la mente inconsciente como un depósito de deseos reprimidos, que luego podían ser codificados, caracterizados como patológicos y tratados. Con el tiempo, Jung llegó a ver la psiquis como un lugar intrínsecamente espiritual y fluido, un océano donde se podía pescar en busca de iluminación y cura.Lo haya querido o no, hoy día Jung –que se consideraba un científico– es recordado más como ícono contracultural, como defensor de la espiritualidad fuera de la religión y un adalid de los soñadores y los buscadores, lo cual le ha valido tanto el respeto como el ridículo póstumos. Las ideas de Jung sentaron las bases del conocido test de personalidad de Myers-Briggs e influyeron en la creación de Alcohólicos Anónimos. Sus dogmas fundamentales –la existencia de un inconsciente colectivo y el poder de los arquetipos– se han filtrado en el pensamiento New Age, pero permanecen en los márgenes de la psicología tradicional.Jung pronto se vio enfrentado no sólo a Freud sino también a la mayoría de los que se dedicaban a su especialidad, los psiquiatras que constituían la cultura dominante en esa época y hablaban el idioma clínico de los síntomas y los diagnósticos tras los cerrojos de los pabellones para enfermos mentales. La separación no fue fácil. Cuando sus convicciones empezaban a cristalizarse, Jung, que en aquel momento era un hombre exteriormente exitoso y ambicioso con una joven familia, un próspero consultorio privado y una elegante casona junto al lago Zurich, sintió que su mente comenzaba a vacilar y tambalearse, hasta que finalmente cayó en una crisis que cambiaría su vida.Lo que a continuación le ocurrió a Carl Jung ha dado lugar, entre los jungianos y otros estudiosos, a perdurables leyendas y controversias. Se lo ha interpretado como una enfermedad creativa, un descenso a los infiernos, un ataque de locura, una autodeificación narcisista, una trascendencia, una crisis de la mediana edad y una perturbación interior que reflejaba el cataclismo de la Primera Guerra Mundial. Sea como fuere, en 1913, Jung, que entonces tenía 38 años, se perdió en la niebla de su propia mente. Lo acosaban perturbadoras visiones y oía voces interiores. Ante el horror de lo que veía, por momentos temía estar "amenazado por una psicosis" o "haciendo una esquizofrenia", según sus propias palabras.Más tarde compararía este período de su vida –este "cara a cara con el inconsciente", como lo llamaba– con un experimento con mezcalina. Decía que las visiones le llegaban como un "río incesante", que eran como piedras que le caían en la cabeza, como una tormenta eléctrica, como lava fundida. "Muchas veces tuve que tomarme de la mesa", recordaba, "para no caerme a pedazos".Como psiquiatra y alguien con una veta decididamente rebelde, trató de derribar el muro que separaba su yo racional de su psiquis. Durante seis años, Jung se esforzó por impedir que su mente consciente bloqueara lo que quería mostrarle su inconsciente. Entre las consultas con sus pacientes, después de cenar con su mujer y sus hijos, cada vez que tenía una hora o dos, Jung se sentaba en el escritorio tapizado de libros del segundo piso de su casa e inducía las alucinaciones –que él llamaba "imaginaciones activas". "Para comprender las fantasías que se agitaban en mí 'subterráneamente'", escribió Jung más tarde en su libro Recuerdos, sueños, reflexiones, "sabía que tenía que zambullirme de cabeza en ellas". Se descubrió en un lugar liminal, tan lleno de riqueza creativa como de posibilidades de destrucción, que, según creía, era la misma zona fronteriza que transitaban los locos y los grandes artistas.Jung lo registró todo. Primero tomó notas en una serie de pequeños diarios negros y luego interpretó y analizó sus fantasías y las escribió con un tono majestuoso y profético en el librote de cuero rojo. Este detallaba un viaje desenfadadamente psicodélico a través de su propia mente, una progresión vagamente homérica de encuentros con seres extraños en un paisaje de ensueño curioso y cambiante. Escribiendo en alemán, llenó 205 páginas con cuidada caligrafía y pinturas de ricos colores y sorprendente detalle.Lo que Jung escribió no pertenecía a su anterior canon de ensayos desapasionados y académicos sobre psiquiatría. Ni tampoco era un diario hecho y derecho. El libro era una especie de moralidad fantasmagórica, surgida del deseo de Jung no sólo de trazar un mapa del manglar de su mundo interior sino también de traer consigo sus riquezas. Fue esto último –la idea de que una persona podía oscilar provechosamente entre los polos de lo racional y lo irracional, la luz y la oscuridad, lo consciente y lo inconsciente– lo que constituyó el germen de su obra posterior y de lo que llegaría a ser la psicología analítica.El libro cuenta la historia de cómo Jung trató de enfrentar los demonios que surgían de las sombras. Los resultados son humillantes y a veces desagradables. En él, Jung recorre la tierra de los muertos, se enamora de una mujer que luego resulta ser su hermana, es aprisionado por una serpiente gigantesca y, en un aterrador momento, devora el hígado de un niño. ("Trago con desesperados esfuerzos –es imposible– una y otra vez... casi me desmayo... ya está".) En determinado momento, hasta el demonio dice que Jung es aborrecible.Trabajó en Libro rojo de manera intermitente unos 16 años, hasta mucho después de superada su crisis personal, pero nunca logró terminarlo. Se impacientaba pensando qué hacer con él y preguntándose si debía publicarlo o guardarlo en un cajón. Pero respecto de la importancia de lo que contenía el libro, Jung no tenía dudas. "Toda mi obra, toda mi actividad creativa", recordaría después, "proviene de esas primeras fantasías y sueños".Cuando Jung murió en 1961, no dejó instrucciones específicas sobre qué hacer con él. Su hijo Franz, arquitecto, el tercero de sus cinco vástagos, se hizo cargo de la administración de la casa y decidió dejar el libro donde estaba. Más tarde, en 1984, la familia lo trasladó al banco. Cada vez que alguien pidió ver el Libro rojo, los familiares dijeron, sin titubear y a veces sin decoro, que no. El libro era privado, afirmaban, una obra estrictamente personal.Sonu Shamdasani, un historiador residente en Londres, se acercó a la familia con una propuesta de editar y publicar el Libro rojo en 1997, momento que resultó oportuno. Franz Jung acababa de morir y la familia estaba golpeada y aturdida por la publicación de dos libros controvertidos y muy comentados escritos por un psicólogo estadounidense llamado Richard Noll, quien planteaba que Jung era el profeta autoproclamado y mujeriego de una secta aria de culto al sol y que varias de sus principales ideas habían sido plagiadas o se basaban en falsas investigaciones. Shamdasani se presentó con la moneda de cambio indicada: dos borradores parciales (sin ilustraciones) del Libro rojo escritos a máquina que había descubierto en otra parte. Uno descansaba en la biblioteca de una casa del sur de Suiza, hogar de la anciana hija de una mujer que había trabajado para Jung como transcriptora y traductora. Halló el segundo en la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale. El hecho de que fueran copias parciales del Libro rojo significaba dos cosas: una, que Jung lo había entregado al menos a algunos amigos; y dos, que el libro, considerado confidencial e inaccesible durante tanto tiempo, en realidad no era inhallable. El fantasma de Richard Noll y de todos los que quisieran ensuciar el nombre de Jung citando selectivamente pasajes del libro se perfiló en el horizonte. Con o sin la bendición de la familia, el Libro rojo se haría público en poco tiempo, "probablemente", escribió inauspicioso Shamdasani en un informe a la familia, "de manera sensacionalista". Durante dos años, Shamdasani fue y vino de Zurich, tratando de convencer a los herederos de Jung. Tuvo almuerzos, tomó café y dio una conferencia. Finalmente, luego de tensas deliberaciones en el seno de la familia, Shamdasani recibió un pequeño sueldo y una copia en color del original del libro y la autorización para comenzar a prepararlo para su publicación, aunque debió firmar un estricto acuerdo de confidencialidad. Después de vivir prácticamente a solas con el libro durante casi una década, Shamdasani –amante del buen vino y las complejidades del jazz– ahora tiene el aspecto ligeramente azorado de alguien que acaba de encontrar la salida de un enorme laberinto. Cuando lo fui a ver este verano, estaba agregando al Libro rojo la nota al pie número 1.051. "Es el reactor nuclear de todas sus obras", dijo Shamdasani y destacó que los conceptos más difundidos de Jung –entre otros, su creencia en que la humanidad comparte un caudal de sabiduría antigua que denominó inconsciente colectivo y la idea de que las personalidades tienen componentes tanto masculinos como femeninos (animus y anima)– hunden sus raíces en el Libro rojo. La creación del libro también llevó a Jung a reformular la forma en que trabajaba con sus pacientes, como testimonia una referencia que Shamdasani encontró en el libro autopublicado escrito por una ex paciente, en la que esta recuerda el consejo que le dio Jung para procesar lo que se desarrollaba en las zonas más profundas y a veces aterradoras de su mente.Después de escaneado, el libro regresó a su bóveda del banco, pero volverá a trasladarse, esta vez a Nueva York, acompañado por un grupo de descendientes de Jung. En los próximos meses se expondrá en el Museo de Arte Rubin. En el Libro rojo, luego de que el alma lo exhorta a aceptar la locura, Jung todavía tiene dudas. De pronto, como ocurre en los sueños, el alma se convierte en un "profesor pequeño y gordo", que manifiesta una especie de preocupación paternal por Jung.Jung le dice: "Yo también creo que me he perdido por completo. ¿Verdaderamente estoy loco? Todo es terriblemente confuso".El profesor responde: "Ten paciencia, todo saldrá bien. De todos modos, duerme bien". © The New York Times y ClarIn, 2009.
Traducción de Elisa Carnelli.
Jung Básico
Suiza, 1875-1961.
Fundador de la Psicologia Analítica
Médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis y posteriormente, fundador de la escuela de Psicología analítica, Carl Gustav Jung fue un hombre corpulento, de risa estentórea y afición por lo experimental. Le interesaban los aspectos psicológicos del espiritismo, de la astrología, de la brujería. Mientras trabajaba en el hospital de psiquiatría Burghölzli de Zurich, Jung escuchaba con atención los desvaríos de los esquizofrénicos y pensaba que contenían las claves de verdades tanto personales como universales. Afirmaba que los sueños ofrecían una narración rica y simbólica que surgía de las profundidades de la mente. En determinado momento, comenzó a percibir que el alma humana –no sólo la mente y el cuerpo– necesitaba un cuidado y un desarrollo específicos, idea que lo arrastró a un territorio habitado por poetas y sacerdotes. Escribió entre otros libros: Sobre la psicología de lo inconsciente , De la esencia de los sueños, El hombre y sus símbolos.
El largo mundo interior de Jung
Como anticipó Ñ, "El libro rojo", de Carl Jung acaba de editarse en inglés, como "la obra inédita más influyente en la historia de la psicología". Ahora, una muestra en Nueva York exhibe las imágenes del viaje cosmológico del genial psicoanalista.
Por: Edward Rothstein para The New York Times y Clarín
EL LIBRO ROJO. Imágenes del recuento que hace Jung de sus visiones y sueños, que consta de 600 páginas y puede verse en Nueva York.
Carl G. Jung trató de describir su viaje interior en un texto de elaborado diseño, lleno de fantasías e imaginación surrealista. Conocido como "El libro rojo", hasta hace poco no lo había visto casi nadie más allá de la familia extendida de sus descendientes. El título no exige una compleja explicación simbólica. En realidad el libro es rojo, y se lo puede ver hasta mediados de febrero en una muestra organizada en su homenaje en el Museo de Arte Rubin de Manhattan: "El libro rojo de C. G. Jung: La creación de una nueva cosmología". Jung, que para el momento en que empezó a trabajar en su texto ya había roto con Freud y desarrollaba su mítica concepción de la psiquis humana, se aseguró de que la importancia del libro no pasara desapercibida para sus futuros acólitos. Se trata de un volumen enorme encuadernado en cuero rojo que tiene más de seiscientas páginas y lleva el título formal de "Liber Novus" (libro nuevo). Jung le dio un tono de autoridad antigua y gran seriedad, y lo presentó como un Nuevo Testamento.El recuento que se hace en el libro de las visiones, fantasías y sueños de Jung también está salpicado de sus pinturas (algunas de las cuales pueden verse en la exposición), imágenes plasmadas durante los años de la Primera Guerra Mundial y la década posterior que ahora parecen misteriosas anticipaciones del arte folk New Age de fines del siglo XX. Presentan diseños florales abstractos y simétricos que Jung identificó como mándalas, junto con representaciones casi infantiles de llamas, árboles, dragones y serpientes, todos de colores vivos y audaces. Sin embargo, lo que resulta especialmente extraño del libro no es su grado de pretensión o pomposidad, sino su fuerza talismánica. Durante décadas estuvo olvidado en un armario de la familia. Luego se lo ocultó al análisis académico debido a su presunta naturaleza reveladora. Desde que se lo presentó en público, en parte gracias a los esfuerzos del historiador y estudioso de Jung, Sonu Shamdasani (que también es el curador de la muestra), se convirtió en un éxito. "El libro rojo" es un facsímil que se reprodujo con minuciosidad y que publicó en octubre W. W. Norton & Company con detalladas notas al pie y comentarios de Shamdasani. El precio es de 195 dólares y ya va por la quinta edición. Se trata en verdad de un objeto notable, y no sólo por su excéntrica insistencia en su propia importancia. Representa el pensamiento de Jung durante un período en que se encontraba desarrollando su idea de "arquetipo" y de "inconsciente colectivo", planteando un sustrato de la mente humana que conforma el lenguaje, la imagen y el mito a través de todas las culturas. Cuando trabajaba en sus ideas sobre la terapia psicológica como forma de autoconocimento, daba la impresión de haber incursionado en un autoanálisis de ese tipo. El libro proporciona una vía sorprendente y aparentemente sin censura a la vida interior de Jung. Shamdasani escribe: "Es nada menos que el libro central de su obra". Eso es algo que los estudiosos de la vida y la obra de Jung pueden meditar mientras intentan ubicar esos relatos gnómicos en un contexto intelectual y biográfico. Como el propio Jung advirtió en 1959 en un epílogo que no completó para su libro también inconcluso: "Para el observador superficial, parecerá locura". Tal vez también lo parezca a los ojos del observador no superficial. Casi cada una de las visitas tiene una mezcla semejante de coloración exótica, mítica y primitiva. Una de las pinturas que pueden verse en la muestra presenta un dragón de múltiples patas que abre las mandíbulas para tragar una bola amarilla. La explicación de Jung: "El dragón quiere comerse el sol y la joven le ruega que no lo haga. Pero se lo come de todos modos". Una inscripción entra en más detalles y nombra a las figuras del relato sin explicarlas: "Atmavictu", "joven seguidor", "Telesforo", "espíritu maligno de algunos hombres". Shamdasani sostiene que el tema central del libro es cómo Jung recupera su alma y supera la enfermedad contemporánea de la alienación espiritual. Así comenzó la empresa de autoanálisis de Jung, una áspera demolición de la mente racional occidental, sumergiéndose en un peregrinaje por la tierra pagana de su propia psiquis. Ese arquetipo nos sigue atrayendo, si bien no parece brindar la iluminación que Jung sostenía. Ver su libro y la exposición, sin embargo, es vislumbrar una extraordinaria reliquia de una forma especial de pensamiento sobre la mente y su historia. La muestra comprende un mándala tibetano del siglo XIII que era propiedad de Jung. Cuando se deja atrás el libro, en el piso superior hay una asombrosa muestra de esos antiguos diseños tibetanos, cada uno de los cuales encierra un universo enciclopédico que abarca deseo, venalidad, sabiduría, éxtasis y pasión. Tal vez "El libro rojo" merezca un diagnóstico: Jung envidiaba los mándalas.
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