18 de diciembre de 2017
Rostros familiares
El 10 de julio de 1941, en un impronunciable pueblo de la Polonia ocupada, Jedwabne,
a 190 km de Varsovia, se produjo uno de los hechos más crueles e increíbles que
registra la Segunda Guerra Mundial. Durante algunas horas de ese día de verano, un
pueblo de 3000 habitantes fue el escenario en donde se desarrolló un asesinato
colectivo. Ese día, mil quinientas personas mataron o vieron matar a otras mil seiscientas,
éstas últimas de origen judío, y en el exterminio no hubo ninguna distinción entre hombres,
mujeres, niños y ancianos. Solo siete personas sobrevivieron al ser salvadas por una
familia polaca (el matrimonio Wyrzykowski) que, justamente, por ese acto de solidaridad
fue perseguida por años. La historia, tan escalofriante como atroz, fue negada por
décadas hasta que el historiador polaco judío Jan T. Gross publicó en el año 2001 el
libro, Vecinos: El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, una publicación que
se convirtió en bestseller en Estados Unidos y Polonia, donde desató un debate nacional
sin precedentes. El libro se construyó recogiendo el testimonio de las únicas siete
personas que sobrevivieron a la masacre, y en los archivos de dos juicios celebrados por
las autoridades comunistas en 1949 y 1953. Una de las particularidades de esta
masacre es que en la Polonia ocupada por los nazis, los alemanes no ordenaron la matanza
ni participaron de ella, tan solo se limitaron a autorizar el devenir de los acontecimientos y
sacar fotografías. Un crimen colectivo realizado por una comunidad de vecinos, de
individuos “comunes”, en donde la mayoría de los hombres participaron activamente, y el
resto observó de forma pasiva pero cómplice. La secuencia fue desvastadora. Con
golpes y diversas torturas, todos los judíos fueron arrastrados dentro de un granero,
encerrados ahí, para luego prenderles fuego. Sometidos a toda clase de humillaciones,
los judíos fueron obligados a realizar actos de feria, ejercicios gimnásticos ridículos, y
toda una serie de vejámenes antes de ser ultimados por sus vecinos. A esto le siguió la
confiscación de los bienes “abandonados”, el silencio generalizado, y un olvido sistemático y
colectivo de lo acontecido. Las personas fueron aniquiladas, pero sus propiedades
intactas fueron apropiadas por sus ejecutores. Gross señala que se trató de un asesinato
en masa en un doble sentido, por el número de las víctimas y por el número de los
verdugos. Los mataron de modo frenético, barbárico, y de múltiples maneras, a unos con
herramientas de metal, a otros a cuchilladas, a otros a estacazos.
a 190 km de Varsovia, se produjo uno de los hechos más crueles e increíbles que
registra la Segunda Guerra Mundial. Durante algunas horas de ese día de verano, un
pueblo de 3000 habitantes fue el escenario en donde se desarrolló un asesinato
colectivo. Ese día, mil quinientas personas mataron o vieron matar a otras mil seiscientas,
éstas últimas de origen judío, y en el exterminio no hubo ninguna distinción entre hombres,
mujeres, niños y ancianos. Solo siete personas sobrevivieron al ser salvadas por una
familia polaca (el matrimonio Wyrzykowski) que, justamente, por ese acto de solidaridad
fue perseguida por años. La historia, tan escalofriante como atroz, fue negada por
décadas hasta que el historiador polaco judío Jan T. Gross publicó en el año 2001 el
libro, Vecinos: El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne, una publicación que
se convirtió en bestseller en Estados Unidos y Polonia, donde desató un debate nacional
sin precedentes. El libro se construyó recogiendo el testimonio de las únicas siete
personas que sobrevivieron a la masacre, y en los archivos de dos juicios celebrados por
las autoridades comunistas en 1949 y 1953. Una de las particularidades de esta
masacre es que en la Polonia ocupada por los nazis, los alemanes no ordenaron la matanza
ni participaron de ella, tan solo se limitaron a autorizar el devenir de los acontecimientos y
sacar fotografías. Un crimen colectivo realizado por una comunidad de vecinos, de
individuos “comunes”, en donde la mayoría de los hombres participaron activamente, y el
resto observó de forma pasiva pero cómplice. La secuencia fue desvastadora. Con
golpes y diversas torturas, todos los judíos fueron arrastrados dentro de un granero,
encerrados ahí, para luego prenderles fuego. Sometidos a toda clase de humillaciones,
los judíos fueron obligados a realizar actos de feria, ejercicios gimnásticos ridículos, y
toda una serie de vejámenes antes de ser ultimados por sus vecinos. A esto le siguió la
confiscación de los bienes “abandonados”, el silencio generalizado, y un olvido sistemático y
colectivo de lo acontecido. Las personas fueron aniquiladas, pero sus propiedades
intactas fueron apropiadas por sus ejecutores. Gross señala que se trató de un asesinato
en masa en un doble sentido, por el número de las víctimas y por el número de los
verdugos. Los mataron de modo frenético, barbárico, y de múltiples maneras, a unos con
herramientas de metal, a otros a cuchilladas, a otros a estacazos.
Uno de los elementos más perturbadores de esta historia es que rompe el arquetipo de
monstruo que comete actos inhumanos. Como señala el texto de Gross, en Jedwabne los
verdugos fueron unos polacos normales y corrientes. Eran hombres y mujeres de todas
las edades, y de las profesiones más diversas. Buenos ciudadanos. Y lo que vieron los
judíos, para mayor espanto y desconcierto, lo último que alcanzaron a ver, fueron solo
rostros familiares. Vieron a sus propios vecinos devenidos en asesinos voluntarios. Un
ejemplo en donde la horda, la furia de una masa resentida que por distintos motivos se
contamina con las ideas de diferencia y superioridad, elimina los límites y las
responsabilidades individuales. Distintos informes detallan que los habitantes de
Jedwabne de la posguerra sabían perfectamente que los judíos del pueblo habían sido
asesinados por sus vecinos durante la guerra, y no por los nazis.
monstruo que comete actos inhumanos. Como señala el texto de Gross, en Jedwabne los
verdugos fueron unos polacos normales y corrientes. Eran hombres y mujeres de todas
las edades, y de las profesiones más diversas. Buenos ciudadanos. Y lo que vieron los
judíos, para mayor espanto y desconcierto, lo último que alcanzaron a ver, fueron solo
rostros familiares. Vieron a sus propios vecinos devenidos en asesinos voluntarios. Un
ejemplo en donde la horda, la furia de una masa resentida que por distintos motivos se
contamina con las ideas de diferencia y superioridad, elimina los límites y las
responsabilidades individuales. Distintos informes detallan que los habitantes de
Jedwabne de la posguerra sabían perfectamente que los judíos del pueblo habían sido
asesinados por sus vecinos durante la guerra, y no por los nazis.
La historia permaneció prácticamente oculta hasta la publicación de Gross (2001) y
cobró una mayor difusión gracias al estreno de la extraordinaria película polaca, “Poklosie”,
(o “Secuelas” 2012). Escrita y dirigida por Wladyslaw Pasiloski, narra la historia de la
matanza y recibió en Polonia severas críticas, amenazas, y un verdadero boicot por
parte de sectores nacionalistas polacos que niegan lo ocurrido ahí, y en otros pueblos
similares, ya que éste no fue el único caso. Recomiendo leer el reportaje publicado en
Página|12, realizado por Luis Bruschtein, a la filósofa y poeta Laura Klein, “Jedwabne, la
vergüenza de los polacos” (1), ya que ella tuvo familiares asesinados en ese pueblo.
Así, también, el artículo de Ana Wajszczuk en el diario La Nación, “La vecindad del mal”.
cobró una mayor difusión gracias al estreno de la extraordinaria película polaca, “Poklosie”,
(o “Secuelas” 2012). Escrita y dirigida por Wladyslaw Pasiloski, narra la historia de la
matanza y recibió en Polonia severas críticas, amenazas, y un verdadero boicot por
parte de sectores nacionalistas polacos que niegan lo ocurrido ahí, y en otros pueblos
similares, ya que éste no fue el único caso. Recomiendo leer el reportaje publicado en
Página|12, realizado por Luis Bruschtein, a la filósofa y poeta Laura Klein, “Jedwabne, la
vergüenza de los polacos” (1), ya que ella tuvo familiares asesinados en ese pueblo.
Así, también, el artículo de Ana Wajszczuk en el diario La Nación, “La vecindad del mal”.
La historia de Jedwabne representa un acontecimiento testigo de hasta dónde puede
llegar un grupo de personas comunes, de rostros amigables y familiares, ante ciertas
circunstancias de contagio del odio más visceral, y donde no hay ninguna cabida para
la reflexión y la empatía.
llegar un grupo de personas comunes, de rostros amigables y familiares, ante ciertas
circunstancias de contagio del odio más visceral, y donde no hay ninguna cabida para
la reflexión y la empatía.
En la obra teatral Potestad, de Eduardo Pavlovsky, un médico conquista al público a
través de un relato dramático donde detalla cómo ha sido despojado de su hija. Esta
emoción se revierte sorpresivamente en los minutos finales del monólogo, cuando revela
su condición de médico apropiador de la dictadura. Por aquel entonces, muchas personas
le recriminaron al autor-actor haberle otorgado rasgos tiernos y cálidos al personaje del
genocida.
través de un relato dramático donde detalla cómo ha sido despojado de su hija. Esta
emoción se revierte sorpresivamente en los minutos finales del monólogo, cuando revela
su condición de médico apropiador de la dictadura. Por aquel entonces, muchas personas
le recriminaron al autor-actor haberle otorgado rasgos tiernos y cálidos al personaje del
genocida.
El escritor y maestro del terror Alberto Laiseca decía que los monstruos existen. No
se refería, por supuesto, a seres con colmillos, Quasimodos, u hombres-mosca, sino que
hablaba más bien del comportamiento de los seres ordinarios, de aquellos que habitan en
tantos pueblos lejanos y ciudades cercanas de este mundo, y que pareciera que solo
están esperando a que alguien se anime a dar la orden de ataque.
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