UN TORNADO
Entre 1916 y 1971 existió una editorial cuyos libros inundarían por décadas las librerías y aún hoy pueden identificarse por el tono sensacionalista de sus colecciones y el inconfundible color amarillo. Tor fue un emprendimiento comercial que recurrió a prácticas picarescas y afrontó numerosos juicios y escándalos. Pero lejos de la pulcritud y la corrección política, hizo un enorme aporte a la cultural popular. De Freud a Marx, de Tarzán a Salgari, acumuló piratas, detectives, cowboys y también llamó la atención de escritores de la talla de Horacio Quiroga, Borges y Bioy. Los libros de Tor, de Carlos Abraham, logró poner en caja y contar con detalle el caos creativo del más maldito emprendimiento editorial argentino.
Por Juan Pablo Bertazza
El primer gran truco que aprenden las librerías de viejos para subsistir es la “compra por montón”: adquirir casi a ciegas, y a precio irrisorio, grandes lotes de libros por kilo. Así, entre miles de libros podrá haber, por ejemplo, unos tres ejemplares que alcancen un precio mayor –incunables, primeras ediciones, libros autografiados o antiguos– y amorticen con creces lo invertido. La idea casi darwiniana que subyace a esta vieja premisa trasciende el ámbito comercial y sirve para digerir también la gran producción de libros de hoy. Esa idea era muy conocida en la editorial Tor, la más grande en toda la historia de América latina, que acostumbraba publicar gemas extraídas de los basurales, editorial omnívora y casa familiar que intentó publicar el universo en toda su dimensiones. Desde su inicio, en 1916, hasta su cierre, en 1971, produjo la friolera de diez mil títulos de libros y dos mil de revistas de diversos géneros, con tiradas que hoy, más que nunca, resultan impresionantes.
Pero además de lo cuantitativo está el contenido emocional y, sobre todo, la importancia que tuvieron en el campo cultural argentino cada uno de estos libros amarillentos y ajados con los que todos, alguna vez, nos cruzamos. Sin embargo, hasta ahora existía un vacío notable en torno de esta editorial que posibilitó, aun sin saberlo, la democratización de la lectura. Y quien decidió llenar ese vacío con Los libros de Tor es Carlos Abraham, un joven escritor y licenciado en Letras, uno de esos tipos que, casi en silencio, hacen mucho por la literatura argentina. Experto en el género fantástico y la ciencia ficción, dirigió entre 2004 y 2009 Nautilus, la primera revista en lengua española dedicada exclusivamente a la historia y crítica de la ciencia ficción hispánica. Arrinconado en la biblioteca que amontona en su casa de La Plata, Carlos Abraham revela que “hacer el libro sobre la editorial Tor me permitió vivir una verdadera clínica del proceso de edición y comercialización de los libros en la Argentina del siglo XX, porque realizar una historia de la literatura de masas sin incluir a Tor es como hacer una historia de las revistas argentinas sin incluir Caras y Caretas”.Ahora es el turno de Tor, la editorial argentina por antonomasia, cuya presencia, como sucede con tantos argentinos, remite a la primavera lectora de Carlos Abraham: “Mi abuelo, que era carpintero, tenía una biblioteca de unos cien libros y la mayor parte era de editorial Tor, una mezcla heterogénea que iba desde La Divina Comedia hasta los libros de aventura de Emilio Salgari. Con esos libros empezó mi formación literaria. Después me di cuenta de que el 90 por ciento de lo que se había producido en Argentina estaba vinculado con Tor, una editorial imprescindible si se quería investigar ese tema tan rico”.
BREVE HISTORIA DE TOR
Tor tuvo tres etapas bien diferenciadas: desde 1916 hasta 1930 tiene lugar el período incipiente que no muestra demasiadas marcas particulares con respecto al resto de las editoriales. Desde 1930 –año en que adquieren la primera rotativa– hasta 1959, tiene lugar la edad de oro de la editorial, casi treinta años durante los cuales se llegó a publicar entre uno y dos libros por día. En lugar de presentar, como antes, un caótico catálogo general, ahora la editorial empezaba a clasificar sus libros en las colecciones que la terminaron volviendo famosa como la de Misterio, la Sexton Blake y la Serie Amarilla (género policial), la Ultra (ciencia ficción), las Delly y Amapola (destinadas a las novelas rosa), las Rocambole, Biblioteca de Aventura y Misterio y la de Tarzán de los monos (de aventuras), las Sandokán y Salgari (de piratas), las Cowboys y Nevada Kid (de vaqueros) y las Pif-Paf, Fenómeno y Libros de Disney (de historietas). Además, Tor fue una editorial pionera en publicar manuales de autoayuda, con uno de los precursores del género, Orison Swett Marden Orientada, sobre todo, al público popular, para publicar esta interminable gama de libros Tor empleaba máquinas rotativas (“más propias de un periódico que de una editorial”, aclara Abraham), y las rotativas exigían que se tirasen por lo menos 5000 ejemplares para que los costos rindieran. Por lo tanto, como esa cifra no podía ser asimilada por el mercado local, Tor se expandió a casi todos los países de Latinoamérica, salvo Cuba y Brasil, a tal punto que casi el 70 por ciento de su tirada se dirigía, directamente, al mercado exterior. La última y recesiva etapa va desde 1959 hasta 1971, y está marcada por la muerte de su alma mater, Juan Carlos Torrendell, en 1961, la consecuente asunción de su hijo Jorge al frente de la editorial y una crisis económica que sólo posibilitó la reedición de los libros más exitosos.EL DOCTOR AHORRO
El hombre detrás de semejante monstruo editorial fue Juan Carlos Torrendell (1895-1961), catalán de nacimiento que se radicó en Buenos Aires a los doce años. El 16 de junio de 1916, a los veinte años, fundó Tor con un capital inicial que no superaba los quinientos pesos. A principio, la editorial se llamó Torrendell, pero como los despachantes y distribuidores siempre se equivocaban con el apellido, se empezó a usar el apócope de Tor. Torrendell era un comerciante que, con las pingües ganancias que le dejó la editorial, logró construir una mansión en Vicente López. Las estrategias comerciales que aplicó a lo largo de tantos años son innumerables, y van desde la elección de títulos hasta el talento para llamar siempre a la persona más indicada para cada función. En cuanto al talento para nombrar, cuando en 1933 se proyectó en Buenos Aires la película El creador de monstruos, adaptación de la novela La isla del Doctor Moreau de Wells, Tor editó inmediatamente la obra pero con el título de la película. Pero, además, había un notable sentido del oportunismo o, dicho de otra forma, una sorprendente velocidad para aprovechar una moda: en 1933 se estrenó también la película Tarzán de los monos, y Tor lo celebró publicando una extensa serie de novelas basadas en el personaje, una de las colecciones más exitosas de su historia.La cosa no terminaba ahí: cuando ya no quedaban más libros de determinado autor para publicar, y los lectores se quedaban con ganas de más, la editorial contrataba escritores nacionales para que redactaran textos apócrifos que aparecían bajo el nombre del célebre autor original: así fueron saliendo novelas basadas en Tarzán, libros de historietas basados en Walt Disney, novelas basadas en el personaje de Mister Reeder y novelas basadas en el personaje del detective Sexton Blake. Lo notable, según cuenta Abraham, es que Tor tenía un indudable talento para elegir a los escritores fantasma, ya que, algunas veces, las versiones apócrifas superaban a las auténticas.
Los libros de Tor. Carlos Abraham Editorial Tren en movimiento 256 páginas
Por su parte, el escritor Fernando Sorrentino da cuenta de las habilidades de Torrendell para conseguir traducciones al mejor costo posible: el primer paso consistía en publicar un aviso en los diarios solicitando traductores. Cuando llegaban los candidatos, Torrendell les entregaba a cada uno (y en privado) dos capítulos distintos del mismo libro para poder evaluar su trabajo. A los pocos días, le contaba a cada uno que, lamentablemente, su traducción no había sido aprobada por la editorial; cuando, en realidad, Tor había aprobado cada una de las traducciones sin poner un centavo. Pero hay un caso que ilustra a la perfección su notable capacidad de ahorro: la Fundación Eva Perón le había pedido un presupuesto para un lote de libros infantiles, lo cual llevaba implícito el hecho de que se trataba de una donación, ya que incluso le convenía, en términos comerciales, a la editorial. Cuando Juan Carlos esperaba a los hombres con la factura en la mano, tuvieron que explicarle que “la señora vería con mucho agrado que los libros se convirtieran en una donación”. El catalán no se conmovió y siguió exigiendo el pago, que finalmente fue realizado. A la semana, cayó al taller una inspección y tuvieron que cerrar todas las actividades durante quince días, porque había una baldosa suelta.
HECHA LA LEY
Otro aspecto intrínsecamente ligado a esa exorbitante capacidad de ahorro tiene que ver con las siete vidas que la editorial Tor gozaba en el aspecto legal. En la ya mencionada colección El Mundo de Hoy, Tor había publicado un muy interesante libro de Trotsky llamado Vida de Lenin. La obra se vendió muy bien y todo iba bárbaro hasta que la armonía se rompió con un llamado de Natalia Sedova, viuda de Trotsky, quien aseguraba que éste jamás había escrito semejante libro. Natalia se enteró porque Tor se distribuía en toda Latinoamérica, y ella estaba en México. Sin embargo, más allá de tener que sacar algunos ejemplares de circulación, el caso no generó en el dueño de la editorial demasiados problemas. El juicio laboral más complicado que sufrió Tor ocurrió a mediados de los ’50. Como la mayoría de las editoriales, Tor padecía la escasez de papel, pero las empresas periodísticas lo conseguían con mayor facilidad. Por eso, Torrendell inscribió a su editorial como empresa periodística de primera categoría con la excusa que le deparaba el éxito de la revista Pif-Paf. Sin embargo, Carogana, un empleado de Tor que estaba a punto de jubilarse, aprovechando ese mismo ardid, decidió jubilarse bajo el régimen de periodistas, que era mucho más rentable que el de los empleados de comercio. Torrendell no accedió y Carogana convenció a más de cincuenta compañeros de realizar una huelga. “Todos fueron despedidos y, como era costumbre, la editorial también ganó ese juicio”, cuenta Carlos Abraham.¿Cuál es la particularidad que más lo sorprendió de Tor?
–Que muchas editoriales que yo conocía resultaron ser disfraces de Tor. Lo descubrí al entrevistar a Jorge Torrendell, hijo. Rovira, Editorial Ombú, Ediciones Argentinas Cóndor, Editorial Las Grandes Novelas, Editorial Las Grandes Obras, Editorial Luz, Ediciones Modernas, Ediciones Fémina, Ediciones Renovación, Agencia Distribuidora Argentina de Revistas y Editorial de Grandes Aventuras..., todas tenían la misma tipografía de la rotativa de Tor. Eso me cambió mucho el mapa, al mostrarme que la producción de Tor era más amplia de lo que creía. La ramificación en editoriales subsidiarias respondía a diversas razones. Rovira, que es la primera editorial fantasma de Tor, surge en los años ’30 para no pagar derechos de autor de novelas de Sexton Blake y Tarzán. En el interior de esos libros no figuraba un domicilio real sino sólo una casilla de correo. Pero las editorial fantasma surgen, sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial. Tor fue incluida en la lista negra por decisión de la embajada británica con el argumento de que utilizaba máquinas Planeta (alemana), Nebiolo y Marinoni (italianas), y también porque había publicado Mi lucha de Hitler. La lista negra era un mecanismo que tenía la embajada británica en diversos países latinoamericanos para presionar a las distintas empresas locales. Para salir de la lista negra había que donar a la cruz roja británica el diez por ciento del capital que, por ese entonces, era de dos millones de pesos, pero no lo hicieron y recurrieron a un ardid: como la mayor parte de Tor se exportaba a países latinoamericanos que habían declarado la guerra al Eje, resultaba muy complicado estar en la lista. Entonces funda unas quince editoriales separadas, una para cada país de Latinoamérica.
TODOS HABLAN DE TOR
Las cuestionables prácticas empleadas por Torrendell lo separan de un proyecto como el de Boris Spivacow al frente del Centro Editor de América Latina. Sin embargo, no por eso resulta menos valioso su impresionante –y acaso involuntario– aporte a la cultura, posibilitando el ingreso a los libros de gran parte de la población. La prueba irrefutable es la gran incidencia que tuvo Tor en la cultura argentina, no sólo por su presencia transversal en todas las bibliotecas del país, sino también por los cruces con los escritores más descollantes de nuestra literatura.Uno de los lúdicos epigramas aparecidos en la revista Martín Fierro está dedicado a él: “Si Tor, el que es editor,/ llega una hija a tener,/ no podrá llamarla Esther / porque sería Esther-Tor”. Durante los años ’30, en plena crisis económica, Torrendell colocó en la librería una balanza y puso a la venta sus libros por kilogramo, lo cual fue muy criticado por la Academia Argentina de Letras, enojada porque la literatura argentina no debía venderse como carne. En cuanto a los escritores, prácticamente no hay ninguno que no tenga una relación con Tor, empezando por Jorge Luis Borges, quien publicó la primera edición de Historia universal de la infamia en la colección Megáfono en 1935, con una curiosa faja que rezaba “Toda la escoria del mundo”; luego su padre, Jorge Borges, publicaría en la colección Novelas de autores americanos su única novela, El caudillo gracias a la gestión de Jorge Luis. Como si esto fuera poco, Carlos Abraham descubrió textos ignotos en algunas ediciones, sobre todo en encuestas que la editorial les hacía a determinados autores argentinos para que opinaran sobre el género policial. Uno de ellos es una reflexión de Borges sobre Wallace que no apareció, hasta ahora, en ninguna compilación. Adolfo Bioy Casares publicó uno de sus primeros libros, 17 disparos contra lo porvenir, bajo el seudónimo de Martín Sacastrú. En una de las Siete conversaciones con Fernando Sorrentino, contó que él quería estar en esa editorial y que su padre le sugirió ir a hablar con Torrendell para publicar. Muchos años después, el propio Bioy sospechó que su padre le había pagado a escondidas la edición, ya que “me parece muy raro que Torrendell –que era una persona a la que le interesaba ganar dinero y era un comerciante astuto– aceptara el libro de un joven de diecisiete años, desconocido como autor y que iba a firmar con seudónimo”. En algunos casos, se podría decir incluso que las cuestionadas traducciones de Tor influyeron en algunas obras literarias, como la de Roberto Arlt. De hecho, muchos expertos aseguran que buena parte del léxico de Arlt proviene de las traducciones españolas de Tor, sobre todo de Dostoievski, y hasta identifican el traspaso directo de ciertas palabras como “jamelgo” y “mozalbete”. En cuanto a los escritores lectores, Horacio Quiroga se cuenta entre los primeros fanáticos (con culpa, pero fanático al fin) de la colección Misterio, que salía los martes con novelas de suspenso, policiales y de espionaje. “Eso lo sabemos por Ezequiel Martínez Estrada, que era íntimo amigo de Quiroga y tiene un libro precisamente llamado El amigo Quiroga, donde recopila memorias y charlas con él, y menciona la obsesión en sus últimos años por Tarzán y las novelas de Wallace, que leía en el hospital ya con el cáncer que lo llevó al suicidio” explica Abraham.
Hay algo de fármaco, de remedio y veneno al mismo tiempo en los míticos y entrañables libros de Tor que aún siguen y seguirán circulando, no sólo en las librerías de viejos. “Un viejo librero de usados me contaba que en una época había tantos libros de Tor que cuando finalmente vendió el último sintió un profundo alivio, pero después el tipo tenía pesadillas en las cuales se veía a sí mismo en su librería llena de libros de Tor, lo cual lo desesperaba y lo despertaba”, concluye el erudito que logró clasificar lo inclasificable.
El misterio de Gómez Nerea
El fraude de Freud
17 disparos contra lo porvenir fue publicado por Bioy Casares bajo el seudónimo de Martín Sacastrú en 1933. Salió en la colección Megáfono y cuenta el mismo Bioy Casares, en una de las charlas que mantuvo con Fernando Sorrentino, que muchos años después de la publicación de este libro (que nunca más reeditó) tuvo la sospecha de que su padre había pagado la publicación, ya que él le recomendó hablar con Torrendell, quien, enseguida, y pese a ser un autor desconocido, aceptó su ingreso al catálogo.
Freud al alcance de todos fue una de las colecciones de Tor, contó con diez tomos publicados entre 1939 y 1945. Escritos por el narrador y poeta peruano Alberto Hidalgo (1897-1967) bajo el seudónimo de Dr. Gómez Nerea, se trataba de reescrituras más o menos modificadas de las obras del creador del psicoanálisis. Con este ardid se mataban dos pájaros de un tiro: por un lado se evitaba, gracias a la reescritura, pagar los derechos de autor, pero además la estrategema contribuía a los fines de la difusión, abreviando y simplificando los textos originales de Sigmund Freud. El mismo Hidalgo dice en su prólogo a Freud y el chiste equívoco (1939): “Es de impostergable urgencia hacer una vulgarización de Freud. La dificultad acaso provenga de que su obra es muy extensa, hallándose diluida en más de una treintena de tomos, de modo que la realización de sus investigaciones puede perdérsele al lector neófito, como una pequeña moneda en la inmensidad del mar”.
Un inédito de Borges
Su Edgar Wallace
Por Jorge Luis Borges
Jorge Luis Borges publicó por primera vez su Historia universal de la infamia en 1935, también en la colección Megáfono. Un dato curioso es que esta edición tuvo una faja que rezaba: “Toda la escoria del mundo”. Años después, Borges recomendaría la publicación de la novela de su padre, El caudillo.
“El inglés conoce la agitación de dos incompatibles pasiones: el extraño apetito de aventuras y el extraño apetito de legalidad. Escribo ‘extraño’, porque para un criollo lo son. Martín Fierro, el santo desertor del ejército, y el aparcero Cruz, el santo desertor de la policía, profesarían un asombro no exento de malas palabras y de sonrisas ante la doctrina británica de que la ley tiene razón, infaliblemente, pero también les petrificaría el pensar que su desmadrada vida de cuchilleros fugitivos era emocionante o deseable. Matar, para el criollo, era “desgraciarse”: nada más opuesto a la idea de El asesinato considerado como una de las bellas artes del mórbidamente virtuoso De Quincey, o de la Teoría del asesinato moderado, del sedentario Chesterton.
Ambas pasiones –la de las aventuras singulares, la de la inmaculada legalidad– hallan satisfacción en la narración policial. Edgar Wallace, tengo entendido, era uno de los más conocidos artífices de ese género literario. No he leído su obra. Lamento esa omisión y tengo el propósito de corregirla, porque no soy de los que misteriosamente desdeñan las tramas misteriosas. Creo, por el contrario, que la organización y la aclaración, siquiera mediocre, de un suculento asesinato o de un doble robo, exigen un trabajo intelectual que es muy superior a la fétida emanación de sonetos sentimentales o de diálogos entre personajes de nombre griego o de poesías en forma de Carlos Marx o de ensayos siniestros sobre el centenario de Goethe o de meritorios estudios sobre el problema de la mujer, Oriente y Occidente, la ética sexual, el alma del tango, y otras inclinaciones de la ignominia.Espero que nuestra literatura argentina merecerá tener, algún improbable día, su Edgar Wallace.
Este texto está incluido en el volumen 75 de la colección Misterio, que contiene la autobiografía de Edgar Wallace, y luego una encuesta donde diversos escritores argentinos opinan sobre el escritor inglés, uno de los cuales es Borges. El texto nunca había sido rescatado hasta ahora.
Pioneros y fans
El Club de los hombres justos
En la mítica librería de la editorial Tor, ubicada en la calle Maipú del microcentro porteño, tuvo lugar una de las tantas polémicas que protagonizó la editorial en el campo cultural argentino. Hombre de negocios, Juan Carlos Torrendell tuvo la innovadora y marketinera idea de vender sus libros por kilo, en una promoción especial. Una de las voces que se opusieron a esta estrategia comercial fue la de la Academia Argentina de Letras, ya que la literatura argentina no podía venderse como un “producto de almacén”.
En Magazine Sexton Blake había una sección de correos donde los lectores escribían, hacían preguntas e incluso fundaban clubs de aficionados en distintas ciudades del interior. En Rosario, por ejemplo, estaba El club de los cuatro hombres justos, formado por cuatro tipos que se dedicaban a hacer reuniones sobre Sexton Blake, hablar sobre el tema, escribir cuentos de terror. De hecho, mandaron uno de esos relatos y Tor lo publicó. Es decir que, por cada una de las publicaciones de la editorial, había un club de fans cuyos integrantes se escribían entre ellos y, como aparecían sus direcciones, podían intercomunicarse. “Ahí nacieron los primeros fandom argentinos, contemporáneos al primer fandom mundialmente conocido que es el estadounidense, surgido a finales de los años ’20. El de Tor nació a principios de los años ’30.
1 comentario:
El gran poeta peruano Alberto Hidalgo, difusor de Freud. Algo sabía del asunto, me lo confirmas con esta entrada. Muy buen texto. Te seguiré leyendo. Un abrazo desde el Perú.
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