jueves, 28 de febrero de 2008

Gustav Mahler

GUSTAV MAHLER (www.gustav-mahler.org)
solía decir que componer una sinfonía le resultaba algo muy semejante a lo que podría ser el acto de creación de un mundo. Un mundo interior, añadimos nosotros, de profunda complejidad psicológica y espiritual. Y es que en efecto, las sinfonías de Mahler, formalmente hereditarias de la tradición beethoveniana y los sinfonismos de Brahms, Wagner y Bruckner, constituyen al mismo tiempo un oscuro viaje por el mundo interior del músico, una suerte de batalla titánica entre el optimismo y la desesperación que, según Sigmund Freud, constituyó la faceta central en la personalidad del compositor.Como Wagner y Brahms, Mahler exploró los recursos orquestales, buscando nuevos colores y texturas, recurriendo en ocasiones a instrumentos muy poco usuales en su época, como la mandolina o el armonio. Al igual que Beethoven, exploró los límites del sinfonismo añadiendo a la orquesta los elementos propios de la música coral y vocal, obteniendo una conjunción cercana a la que Wagner alcanzó por su parte en sus dramas musicales. Lo mismo que el creador de Bayreuth y que Anton Bruckner, a quien tuvo como amigo y mentor en la ciudad de Viena, se inclinó asimismo por los monumentalismos formales. Alcanza con decir que sus sinfonías más breves, esto es la primera y la cuarta, tienen una duración cercana a la hora, en tanto la ejecución de su tercera sinfonía, en seis movimientos, requiere más de hora y media, con un primer movimiento de 35 minutos.Nacido el 7 de julio de 1860 en Kalischt, una ciudad de la actual República Checa, Gustav Mahler pasó sus primeros años en Iglau, donde demostró un precoz talento como pianista, que lo llevaría a dar algunos recitales antes de ser enviado a estudiar al conservatorio vienés. Después de graduarse, el joven músico asistió también a varios cursos de historia y filosofía en la universidad de la misma ciudad, trabajó como profesor de música y compuso su primera partitura importante, Das Klagende Lied (La canción del lamento), una cantata con textos propios que, si bien abrevaba en los principales recursos del romanticismo germano de fines del siglo XIX, además de demostrar las influencias wagnerianas, ya revela algunas características del estilo mahleriano: el sorprendente manejo de la orquesta, el uso dramático de la tonalidad y una síntesis formal que va más allá de la cantata.Es interesante mencionar que Das Klagende Lied fue presentada al Concurso Beethoven del Conservatorio de Viena en 1881, sin obtener ningún premio. Mahler recién logrará estrenar la obra en Viena veinte años más tarde después de varias revisiones. La derrota en el Concurso Beethoven frustró las aspiraciones de Mahler en el sentido de poder vivir de la composición, y fue lo que aparentemente lo decidió a continuar en el camino de la dirección orquestal.En 1880 Mahler inicia su carrera como director de orquesta, trabajando en varios teatros y compañías operísticas. Entre 1883 y 1885 ocupó un puesto en la ópera de Kassel, donde vivió además un fugaz romance con una cantante llamada Johanna Richter, cuyo infeliz desenlace lo llevó a componer el ciclo Canciones de un caminante y un poema sinfónico que, luego de una larga gestación, llegaría a convertirse en su Primera Sinfonía. El ciclo de canciones, compuesto originalmente para voz y piano y más tarde orquestado para su estreno en 1896, posee una secuencia narrativa, en la cual el caminante representa al amante abandonado, que intenta escapar de su miseria en un viaje solitario. Lo relevante del caso, sin embargo, es verificar cómo la música ya explora texturas y desarrollos que van mucho más allá de la tradición propia de un cancionero. Además, el ciclo introduce un procedimiento que sería luego utilizado frecuentemente por Mahler: la tonalidad evolutiva, que consiste en terminar una obra en una tonalidad distinta a la de su inicio.Con respecto a su poema sinfónico, ese que derivará en su Sinfonía N° 1 en Re Mayor “Titán”, el héroe romántico sobre el cual descansa el programa de la obra logra vencer su desesperación, desecha sus pensamientos más oscuros y reafirma su fe en la vida y en la belleza del mundo que lo rodea. Por lo demás, en esta primera sinfonía ya aparece lo que será una constante en Mahler: el contraste. El tercer movimiento, por ejemplo, es una marcha fúnebre... basada en una popular melodía infantil. La ambigüedad del psicologismo mahleriano ya está planteada, a partir de estos tempranos opus. Los inicios de la carrera de Mahler como director fueron complicados y poco alentadores, en parte debido a su carácter no siempre amable, y otro poco como efecto del estado ruinoso en que se hallaban los teatros en los que era contratado. Con el correr del tiempo su situación fue mejorando y, después de pasar dos años en Kassel, accedió a un puesto en Praga y luego a otro en Leipzig. Corría el año 1886, y en esta última ciudad entró en contacto con la colección de poemas populares Des Knaben Wunderhorn (El corno mágico de la juventud), recopilada por Achim von Armin y Clemens Brentano.Esta colección le proporcionó a Mahler una serie de textos que utilizaría en sus canciones (a lo largo de varios años, compondrá veintitrés Lieder sobre estos poemas), pero también inspiró dos de sus partituras más ambiciosas: sus sinfonías segunda y tercera. En estos dos trabajos el sinfonismo mahleriano evidencia con claridad su condición híbrida, que fusiona el lenguaje orquestal con otros elementos reconocidos hasta entonces como exclusivos de la canción.La segunda sinfonía, que comienza con un movimiento de carácter fúnebre que representa la muerte del héroe triunfante de la Sinfonía Titán, alcanzó su estructura definitiva luego de un desarrollo de seis largos años. Los movimientos centrales de la obra han sido vistos como un recorrido del personaje por sus recuerdos terrenales y su lucha contra la falta de fe. Esto incluye un cuarto movimiento (Urlicht, Luz primordial) concebido como una página para contralto y orquesta, que anticipa el final sinfónico-coral (Auferstehung, Resurrección), basado en la Oda a la Resurrección de Klopstock, en el cual la dualidad mahleriana vuelve a imponerse y el héroe encuentra las anheladas respuestas y el camino que finalmente lo conducirá a la redención.Entre 1886 y 1891 Mahler trabajó como director en Leipzig y Budapest, viajando luego a Hamburgo, ciudad en la cual ganó notoriedad particularmente gracias a sus lecturas de las óperas de Wagner. En forma paralela continuó su labor compositiva y en 1895, tras el estreno de su segunda Sinfonía en Berlín, encaró su tercera composición sinfónica. Subtitulada Sueño de una mañana de verano, la tercera Sinfonía de Mahler ha sido definida como una monumental apoteosis de la naturaleza. Al igual que su antecesora, la partitura incorpora elementos y recursos tanto de la canción como propiamente sinfónicos. “Cuando trabajo en una gran creación musical, llega siempre un momento en el cual siento que debo recurrir a la palabra como soporte de mi idea”, declaraba Mahler por aquel entonces. Des Knaben Wunderhorn y Nietzche son las fuentes que aportan los textos utilizados en esta obra, que será la más extensa de todas las compuestas por el autor. El adagio final de esta obra constituye otro elemento inusual, pues hasta ese momento se suponía que no era adecuado terminar una sinfonía con un movimiento lento, que supuestamente dificultaba el logro de un efecto de cierre.Mahler también incorpora en esta obra un tratamiento nuevo del contrapunto: los temas no se suceden, sino que se superponen, como emitidos por varias orquestas al mismo tiempo. Una amistad del compositor refiere que en cierta ocasión, durante una celebración campestre, Mahler llamó su atención sobre los múltiples sonidos que podían escucharse: la música de una banda militar, un coro que ensayaba, un teatro de marionetas, niños jugando... “Esto es la verdadera polifonía”, habría dicho entonces el músico. “Los temas deben surgir así, de todas direcciones, sin relaciones mutuas de ritmo ni melodía.”En 1897 Mahler regresa a Viena. Sus relaciones con las autoridades del Teatro Municipal de Hamburgo se habían deteriorado, y tras varios intentos frustrados el músico accedió al puesto vacante de director en la Ópera de Viena. Advirtiendo que su condición judía resultaba un obstáculo, poco antes había decidido bautizarse, lo cual ciertamente le abrió algunas puertas que hasta entonces habían permanecido cerradas. Posteriores declaraciones suyas en torno del tema de lo religioso aclaran bastante la cuestión: “¿Mis creencias? Soy un músico, y eso lo dice todo.” Su exitosa carrera como director le brinda a partir de entonces un marco de estabilidad que inaugura un fructífero lapso durante el cual compondrá, entre 1900 y 1906, una serie de trabajos que se inician con su cuarta sinfonía. Con esta obra Mahler retoma hasta cierto punto la tradición sinfónica, incluso dentro de un esquema programático, aunque sobre el final insiste en incluir una canción tomada de Des Knaben Wunderhorn, que muestra una visión del Paraíso. Con la cuarta sinfonía se cierra de algún modo el periodo durante el cual Mahler se preocupó por reconciliar el sinfonismo con la canción y los requerimientos del drama. Sin embargo, y a pesar de que a partir de este trabajo el compositor no volvió a recurrir a la canción como medio para solucionar conflictos formales o programáticos, continuó componiendo ciclos de canciones con orquesta, muy relacionados con las sinfonías que les son contemporáneas, revelando hasta que punto lo sinfónico y lo vocal habían llegado a mimetizarse. Un buen ejemplo de esto son los Kindertotenlieder (Canciones para los niños muertos), coincidentes en lo temporal con su sexta sinfonía.En el otoño de 1901, Mahler conoció a Alma Schindler, una atractiva joven perteneciente a los círculos intelectuales de Viena, veinte años menor que él y alumna del compositor Alexander von Zemlinsky. El matrimonio de ambos, del cual pronto nacerán dos hijas, se concretó en marzo de 1902. La relación de la pareja no estuvo exenta de dificultades, a pesar de lo cual el compositor encontró en su esposa un sostén adecuado a la hora de dedicarse a sus actividades creativas. De hecho su matrimonio coincide con un aumento notable en lo que hace a su producción compositiva.La relación de Mahler con Alma coincide, a sus cuarenta años de edad, con los primeros esbozos de su quinta sinfonía, que marca el inicio de sus años de madurez como compositor. Para el montaje orquestal de esta obra dispuso una amplia instrumentación, que incluía seis trompas y cuatro trompetas. Dividió la sinfonía en tres partes, con cinco movimientos. Sin embargo, tras su primera ejecución, Mahler rehizo la orquestación, y continuó revisándola casi hasta su muerte, en 1911. El resultado de esas revisiones constantes han sido las tres ediciones diversas existentes de la obra.Pero volviendo diez años atrás, en el inicio del siglo XX, bien puede decirse que Mahler tenía todo lo que un hombre podía esperar: una amante esposa, una pequeña hija, buena salud, y llevaba siete años ocupando el puesto de mayor prestigio al que un músico podía aspirar, al ser director de la Ópera Imperial de Viena. Sin embargo, Mahler parece empecinado en componer temas fuertemente lúgubres. Es el tiempo durante el cual compone su sexta sinfonía y las Canciones para los niños muertos.




En este clima, en esta tormenta,


en este tumulto


ellos están descansando,


como en la casa de su madre,


a salvo de cualquier tempestad,


protegidos por la mano de Dios.





Friedrich Rückert había escrito estos poemas en 1836, a raíz de la muerte de sus hijos. Inscripto en un romanticismo tardío, casi expresionista, Mahler los retoma para expresar el drama de la vulnerabilidad humana. Con todo, lo trágico también deja entrever cierta aceptación serena y resignada. Obra casi premonitoria, cuando Mahler compone sus Kindertotenlieder todavía faltan dos años para que sufra la muerte de su primera hija.También su sexta sinfonía, conocida como la Trágica, parece anticiparse a su tiempo. Considerada como el mejor ejemplo de equilibrio entre forma y drama por Alban Berg y Anton Webern, integrantes de un creciente círculo de admiradores dentro del cual también se contaba Schoenberg, la Sexta fue el esfuerzo más ambicioso de Mahler por componer música dentro de las formas tradicionales, pero al mismo tiempo se constituyó como una de sus concepciones más personales y emotivas. La partitura parece describir un panorama pesimista, acorde a los avatares que se estaban preparando en Europa, anticipando un futuro convulsionado por las guerras mundiales, la barbarie y el desorden. De hecho, se trata de la única sinfonía compuesta por Mahler que evita un final que remita ya sea a un clima alegre o al menos de serena calma.El año de 1907 fue uno de los más duros en la vida de Mahler. Además de la muerte de su hija, en el verano sus médicos le confirmaron una enfermedad cardíaca avanzada. Por otra parte, las relaciones con las autoridades administrativas de la Ópera de Viena se deterioraron, en parte debido a la tempestuosa personalidad del director, pero también a las crecientes tendencias antisemitas. La excusa, sin embargo, fue una ausencia del músico, debida a una gira de conciertos, que se extendió más allá de lo debido y ameritó una amonestación que aceleró su renuncia. Mahler abandonó oficialmente su cargo en la Ópera de Viena el 7 de diciembre de 1907, tras haber llevado a esa institución a un nivel nunca antes alcanzado.Tras su renuncia, Mahler fue invitado por su colega Joseph Conried a dirigir en la Metropolitan Opera House de Nueva York, ciudad a la cual arribó apenas unos días más tarde y que se convertiría en su lugar de residencia permanente hasta abril de 1911. La última partitura que Mahler completó en Viena, escrita entre 1904 y 1906, fue su Séptima Sinfonía, obra con la cual se cierra el tríptico de sinfonías instrumentales iniciado con la Quinta. La partitura, diseñada en cinco movimientos y tres partes, incluye en su parte media dos movimientos titulados Nachtmusik, que enmarcan un scherzo de carácter sumamente sombrío.En el verano de 1908 el músico inició la composición de Das Lied von der Erde (La canción de la tierra), un ciclo de seis Lieder para tenor, contralto y orquesta, basados en poemas chinos de los siglos VIII y IX, recogidos y traducidos por Hans Bethge. Esta obra alcanza formalmente las proporciones de una verdadera sinfonía para voces y orquesta; sin embargo, el compositor no la incluyó entre sus sinfonías numeradas. Sucede que ya Mahler había comenzado a trabajar, durante sus últimas semanas en Viena, en lo que sería su octava sinfonía, con lo cual Das Lied von der Erde debía convertirse en su sinfonía número nueve. Todo indica que la superstición que pesaba ya desde entonces sobre las novenas sinfonías (tanto Beethoven como Schubert y Bruckner habían muerto sin alcanzar a escribir sus décimas sinfonías) llevó a Mahler a no querer numerar este trabajo. La voz humana es aquí tratada técnicamente como un instrumento, fundida en el conjunto sinfónico, sin perder no obstante un lugar destacado. La obra fue estrenada en forma póstuma por Bruno Walter, el 20 de noviembre de 1911.Con respecto a su octava sinfonía, el trabajo tomó como base dos textos: el himno medieval Veni Creator Spiritus y la escena final del Fausto de Goethe. Cargada de texturas contrapuntísticas y polifonías, en la primera parte de este trabajo se ha reconocido la influencia primordial de Bach y sus motetes. En la segunda parte se asiste, por lo demás, a una síntesis de muchos de los medios que Mahler había venido utilizando desde su juventud, representando una fusión de elementos de cantata dramática, oratorio sacro, ciclo de canciones, sinfonía instrumental y sinfonía coral, todo esto en un marco particularmente monumental y ambicioso, que la publicidad de la época aprovechó para bautizar a la obra como Sinfonía de los mil. El estreno de la octava sinfonía de Mahler se realizó en Munich el 12 de septiembre de 1910, durante una gira europea, y sobre el escenario confluyeron los integrantes de una inmensa orquesta que incluía, además de una gran cantidad de vientos y cuerdas, un gong, celesta, campanas, órgano, arpas, mandolina, además de las voces de un coro doble, ocho solistas y un coro de niños.Ocho meses más tarde del exitoso estreno de su Sinfonía de los mil, el 18 de mayo de 1911, Mahler morirá en Viena, poco antes de celebrar sus 51 años de edad, alejado de su esposa, que ante las largas ausencias del músico había encontrado consuelo en los brazos del arquitecto Walter Gropius. Como herencia dejó Mahler dos partituras sin editar: La canción de la tierra (su sinfonía no numerada) y su sinfonía Novena, además de los esbozos para una décima sinfonía, de la cual el autor sólo completó una parte, un Adagio escrito en 1910, cuyo carácter melancólico y reflexivo lo asemeja bastante a su antecesora. Se supone que la partitura fue planeada en cinco movimientos: el adagio, un scherzo, un movimiento central denominado Purgatorio, otro scherzo y el final. En base a los bosquejos dejados por Mahler, varios músicos intentaron completar la Décima. Las dos versiones mejor resueltas son las de Ernst Krenek, realizada en 1924, y la de Deryk Cooke, que data de 1961. Así es como la producción sinfónica de Mahler consta en definitica de diez sinfonías completas, una de ellas sin numerar, más una inconclusa.La Novena Sinfonía es una obra muy diferente de la Octava, con un marcado acento melancólico, que parece remitir a la resignación ante la proximidad de la muerte, algo que también se refleja en las anotaciones marginales en los borradores de esta composición. La partitura combina dos estilos contradictorios, dos movimientos centrales muy rápidos en contraste con los extremos, lentos y expresivos. Alban Berg se refirió a esta obra en los siguientes términos: “El primer movimiento es el más hermoso de los que Mahler ha escrito; en él expresa un profundo amor por la tierra, a vivir en paz y a gozar de la naturaleza, hasta que la muerte llegue. Todo el movimiento está basado en el presentimiento de que el espíritu de la muerte ya viene, y que no es posible luchar contra él. En sus últimos compases aparece un clima de resignación ante lo inevitable... y entonces Mahler se vuelve y observa por última vez el mundo que deja.”“La sinfonía es el mundo. La Sinfonía debe abarcarlo todo.” Esta era la premisa de Gustav Mahler, y lo que le permitía manejar extremos aparentemente irreconciliables en sus obras. Un buen ejemplo de sus sueños y sus temores se concentra en la figura bíblica de Jacobo, de quien Mahler afirmaba que era un modelo para las personas creativas: “El lucha contra Dios, hasta que El lo bendice. A mí tampoco quiere Dios darme su bendición. Y sólo a través de las despiadadas batallas que debo sostener para crear mi música la recibo finalmente.”La obra de Mahler supone la máxima evolución de la sinfonía romántica, rompiendo esquemas incluso dentro del sistema tradicional de tonalidades y armonías. Ubicadas en el límite mismo de los recursos de la herencia tradicional, sus sinfonías constituyen un viaje psicológico, entre el optimismo y la desesperación, y deben verse como el avance definitivo de la subjetividad por encima de la objetividad formal heredada del mundo clásico. Gustav Mahler logró hacer de su música, ese reflejo de las contradicciones que definirán el desarrollo del arte musical a lo largo del siglo XX, un camino de trascendencia marcado por la angustia fáustica, expresada en sus formas grandiosas, producto directo de un intenso conflicto espiritual. “Lo que distingue a la música es el ser humano que siente, piensa, respira y sufre”, escribe Mahler en una carta dirigida al director alemán Bruno Walter, fechada en 1906. Y es ni más ni menos que la esencia de ese ser humano lo que se percibe en el devenir de su tempestuosa obra.Por cierto, en alguna ocasión, Mahler manifestó que su música no sería realmente apreciada hasta bastante después de su muerte. Valorado en su momento más como director de orquesta que como compositor, el tiempo demostraría que no le faltaba razón. En su lápida, en el cementerio de Grinzig, debajo de su nombre fueron grabadas las siguientes palabras, casi como una coda de su música: “Aquellos que me buscan, saben quién era yo; los demás, no necesitan saberlo.”





Fuente: Revista Amadeus

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