viernes, 23 de mayo de 2008

LiteraturaArthur Waley
A China, en bicicleta
El traductor y sinólogo inglés tuvo una innegable influencia de la obra de escritores como Jorge Luis Borges, Bertolt Brecht, Elías Canetti y George Steiner, quienes lo admiraban. Además, tendió un valioso puente literario entre Oriente y Occidente. Perfil de un viajero inmóvil tan exquisito como secreto

Por Matías Serra Bradford

Para LA NACION


Un hacedor secreto de la literatura. Tal es el título que acaso mejor defina al traductor, biógrafo y sinólogo Arthur Waley. De una formidable influencia invisible, fue admirado por algunos de los nombres más intimidantes de la literatura del siglo XX, desde W. H. Auden, Ezra Pound y W. B. Yeats, a Bertolt Brecht, Jorge Luis Borges, Elias Canetti y George Steiner. Si la traducción calca el arte de la diplomacia, Arthur Waley fue, entonces, uno de los cónsules más revolucionarios y refinados de la historia de la literatura. Waley no solo le facilitó al hemisferio anglosajón una ventana a China y Japón: le abrió las puertas de todo Occidente a lo más misterioso e imprescindible de la bibliografía oriental. Hoy sus libros se leen como un memorándum y anticipo de la potencia pasada y presente de China y Japón. El suyo es un puente tendido con una saludable cuota de irreverencia: "Siempre sentí que era yo y no los textos quien debía ocuparse de hablar". Cuando tradujo la Historia de Genji de Murasaki Shikibu -la primera novela de la historia- explicaba: "Uno sencillamente debe desarrollar el hábito de escuchar voces". Para Waley, una traducción es una obra de arte y no puede encargarse como tampoco puede encargarse una novela o un poema. Según Waley, "lo que importa es que un traductor esté excitado por la obra que traduce, lo aceche día y noche la sensación de que debe trasladarla a su idioma, y debe permanecer en un estado de inquietud e impaciencia hasta que lo haga. Las ´obras maestras no siempre fueron obras maestras y de un minuto a otro pueden dejar de serlo". Traducir no solo es rescribir, proclama, sino volver a trazar el asolado mapa de la circulación y el reconocimiento. Waley iba y venía por el barrio de Bloomsbury, Londres, en su bicicleta verde. Escribía a lápiz en cuadernos rayados. Atesoraba una considerable colección de flautas. Se vestía con su pulóver favorito, rojo, y un impermeable con los bolsillos deformados por el peso de libros. A sus amigos les sugería almorzar a la una y media, para poder trabajar "la mañana completa". La importancia de la amistad, la inagotable exigencia y una percepción milimétrica eran parte del mobiliario temperamental de Waley, atributos que lo avecinaban a Oriente todavía más. Cofrade distanciado del legendario círculo de Bloomsbury, cultivaba una "admiración corporativa por toda la familia Strachey" y un gran desprecio por el abordaje institucional de la literatura y el estudio. Aseguran que ejercía "muchas clases de silencio". No hablaba excepto que tuviera algo para decir y sentía horror hacia lo obvio. Hablaba poco y bajo, sí, pero "se oía cada sílaba". Pasaba su tiempo libre entre montañas, esquiando, escalando. Nunca contaba nada acerca de lo que estaba trabajando. Disfrutaba de las coplas medievales españolas. Tenía un tío que exportaba pianos a América del Sur y como en principio iba a ganarse la vida en su compañía pasó un año estudiando castellano en España. Poseía un conocimiento esotérico del ballet y de la música, y dos de sus favoritos eran Bach y Scarlatti. Era lector de Hopkins, Conrad, Firbank, James y fervoroso defensor de Dylan Thomas. Le interesaba la literatura contemporánea y fue un temprano admirador de Esperando a Godot . El traductor y discípulo Ivan Morris -que editó el espléndido Madly Singing in the Mountains en homenaje a Waley- definió su estilo como una combinación de escrupulosidad e informalidad, dentro y fuera de la página. Los del clan de Bloomsbury, según Hilary Spurling, eran adeptos "a las cordiales artes de rechazo y exclusión en las que tradicionalmente los ingleses se han destacado". Pero Waley no pertenecía del todo a esa capilla ni a ninguna otra, como él mismo detalló al describir un poema de Li Po: "El Pájaro Singular es capaz de abarcar simultáneamente el Este y el Oeste y de construir su nido en la Nada". De una cortesía no calculada, auténticamente mandarín, excepto en un breve prólogo a una de sus colecciones de poesía china Waley jamás escribió nada sobre sí mismo. Es curioso que ahora casi el único modo de reconstruir la vida de quien tanto hizo por contar la de poetas chinos que habían vivido siglos atrás sea el de bucear en las biografías de aquellos que él trató, de talento parejo pero más agraciados en fama: Virginia Woolf, Ivy Compton-Burnett, Ezra Pound, T. S. Eliot, Lytton Strachey, E. M. Forster, Rupert Brooke, Anthony Powell, los tres hermanos Sitwell. El segundo de tres hermanos, Arthur Waley nació en Tunbridge Wells, Inglaterra, el 19 de agosto de 1889. La familia adoptó el apellido de la madre poco después del inicio de la Primera Guerra, por instigación de Arthur, se dice: mientras tomaba sol junto a un río fue amenazado por boy scouts , que le avisaron a la policía, y su apellido judío Schloss, sumado a los caracteres ininteligibles del volumen que leía, alimentaron las sospechas de que podría tratarse de un espía. Estudió en Rugby y en King s College de Cambridge, y en 1913 empezó a trabajar en el Museo Británico catalogando libros y pinturas de Oriente junto a Laurence Binyon, puesto que conservó hasta 1929. Cómo logró aprender chino y japonés con semejante maestría, en tan breve tiempo y por su cuenta, es uno de los enigmas literarios más insondables. Alguna vez dijo que "los viajeros tienden a ser reticentes acerca del exacto grado de sus adquisiciones lingüísticas", pero Waley está exento de sospechas: nunca visitó Asia. Decía sentirse tan a gusto en la China de la dinastía Tang y en el Japón de la era Heian que no podía enfrentar "la fealdad moderna en la cual uno debe rastrear los diversos restos de belleza". Publicó 170 poemas chinos en 1918, luego Poesía japonesa y Las piezas Noh del Japón , Historia de Genji , en seis volúmenes, de 1921 a 1933, El libro de la almohada de Sei Shonagon, La vía y el poder: un estudio del Tao Te King , las Analectas de Confucio, una versión abreviada de la novela Monkey en 1942, The Life and Times of Po Chü-i , Yuan Mei: Poeta chino del siglo XVIII , Vida y poesía de Li Po y The Secret History of the Mongols en 1963. (Todos ellos han sido recientemente reeditados por Routledge.) En fotografías se distinguía al vuelo por alguno de estos dos elementos: un moño o una pipa. Antes de morir el 27 de junio de 1966 quiso oír, una vez más, poemas de John Donne, George Herbert, Feng Meng-lung y Mencius. Retrato a voces Waley era un hombre de dos mundos y dos mujeres. Mantuvo relación, a cierta distancia, con la traductora de Italo Svevo, Beryl de Zoete, y con Alison Waley, con quien se casó pocos meses antes de morir. Esta última, en su febril volumen de recuerdos A Half of Two Lives , define a Waley como un tímido que a la vez podía intimidar. Para ella, el autor de The Real Tripitaka poseía un intrincado mecanismo de defensa y su excentricidad no enmascaraba otra cosa que una dedicación absoluta, capaz de volar de Londres a París para averiguar el sentido de una sola palabra. P. N. Furbank, eximio biógrafo de Svevo y Forster, recuerda a Waley como alguien "muy agradable, inteligente, aunque entiendo que hay gente que se sentía desairada por él". Anthony Powell lo retrata así: "Delgado, cetrino, Waley hablaba en un tono severo, lacónico, como si estuviera levemente ofendido". El crítico y poeta William Empson delineó su admiración del siguiente modo: "Una gran capacidad para aceptar las creencias de cualquier visión del mundo, sin asumir ningún mérito para con la propia, es la virtud básica de la mente de Waley". Otro adepto incondicional fue Elias Canetti, que en su abrasivo Fiesta bajo las bombas le dedica un capítulo a Waley: "Tenía una cabeza impresionante, no del todo como la de un ave rapaz, pero sí evocadora de amplios espacios. Nada de lo que se decía en su presencia se le escapaba, y sin embargo podía pensarse que escuchaba hacia la lejanía... La vanidad de Arthur Waley era una vanidad del juicio. Rechazaba más o menos todo. Sus juicios eran siempre igualmente tajantes. Le daba igual si con una sentencia mortal sobre un autor preferido, o quizá sobre el contenido de una vida entera, provocaba en otra persona el desconcierto y la desesperación". La Historia de Genji de Murasaki Shikibu se terminó de escribir hace casi exactamente mil años y la versión de Waley es una de las traducciones más leídas e influyentes de la literatura. Yeats declaraba: "uno de los grandes clásicos del mundo; tengo demasiado que decir de él como para decir cualquier cosa". Waley describe la obra como de un "esteticismo rampante y una sofisticada inmoralidad", que despliega una sublime aversión por lo explícito y lo enfático. Waley es un hombre traduciendo a una mujer, y Genji una novela que hace las veces de manual de modales, disposiciones y afectos. La traducción posterior de Edward Seidensticker, completa, tiene menos palabras que la de Waley, lo que da una idea del carácter ampliatorio de sus intervenciones. "Más allá de lo maravillosos que resultan los efectos que consigue Waley, y yo siempre los he encontrado maravillosos, sus ritmos son más bien distintos de los del original, que es más áspero y lacónico, más económico y menos dado a la elaboración", confiesa Seidensticker -de quien se dice que sus traducciones de Kawabata lograron que este ganara el Nobel- en su inestimable Tokyo Central . Tanto Historia de Genji como el Libro de la almohada de Sei Shonagon, que también tradujo Waley en parte, retratan la vida de la corte Heian en el siglo X, reino del doble sentido y la alusión, y constituyen "un documento único de aislamiento y serenidad". El verdadero culto de la era Heian fue la caligrafía, pero Sacheverell Sitwell comentaba que Waley no hubiera podido ser confidente de Murasaki porque su caligrafía la hubiera decepcionado. Tres poetas chinos Waley estaba convencido de que la traducción de textos exóticos debía ir acompañada de contextos pedagógicos y persuasivos. De allí que durante dos décadas se dedicara a redactar biografías de poetas chinos de los siglos VIII y IX (Li-Po y Po Chü-i) y otro del siglo XVIII, Yuan Mei. Para poder rehacer la vida de estos escribas, Waley tuvo que arreglárselas con escasos documentos y, sobre todo, con poemas. Como señala otro renombrado traductor, David Hawkes, "los versos ocasionales son con frecuencia del mayor valor para el biógrafo cuando menos inspirados son como literatura". En cada uno de estos casos, Waley traza el derrotero social de los poetas, su "trayectoria", teñida de infinitos exámenes, favores y dádivas políticas. En The Life and Times of Po Chü-i , en medio de eunucos mensajeros y espías palaciegos, se describe a los amigos que prodigan favores y a los enemigos que abortan carreras: "Así escribes lo suficientemente bien, no escribas mejor;/ Porque lo que está arruinando tu carrera oficial es tu reputación como poeta". Waley posee una notable gracia para contar las confabulaciones típicas de la historia china. En el camino, el lector se informa de que era común para varios poetas escribir "poemas rivales" sobre un tema acordado y que el recorrido de Po Chü-i fue relativamente fácil de fechar porque tenía el hábito de mencionar su edad en los poemas. En Vida y poesía de Li Po (publicado hace años por Seix Barral), la mera gratuidad de semejante dedicación y trabajo es proporcional al nivel de su belleza. Otra vez nos encontramos con la solicitud de puestos y cargos, las cartas de recomendación, el acarreo de noticias, incansables mudanzas: la fragilidad de la vida equivalente a la levedad de los poemas. Waley confirma que sus borradores "eran millares de rollos" y que varios se refieren "(como los amigos de Blake) al extraño fulgor de sus ojos". Para casi cada cosa que se narra "existe, como se refiere a menudo en las novelas chinas, ´un poema para demostrarlo ". Cuenta Waley que "era fama que los papagayos divulgaban los secretos de la corte" y que "los chinos creían que los eclipses lunares son causados por el sapo que vive en la Luna y que de cuando en cuando devora un trozo del astro". La biografía de Yuan Mei es probablemente la más encantadora de las tres. Yuan Mei opinaba que "la verdadera edad de uno es la fecha de los libros que uno lee" y dejaba instrucciones al viajar: "Si llueve demasiado, presta atención a que los gusanos no arruinen mis libros". Este poeta consultaba el I Ching , quería creer que su jardín era el que aparece descripto en la extraordinaria novela china El cuento de la piedra de Cao Xueqin y consignaba cuentos de fantasmas sobre su propia familia: "Parece haber más historias de fantasmas en China que en ninguna otra parte del mundo, lo que no suena descabellado, ya que más gente ha vivido y muerto en China durante más siglos que en cualquier otro lado". Coleccionista de espejos, Yuan Mei decía diferenciarse de Po Chü-i en que no bebía mucho. Aconsejaba desoír los reparos de las esposas y desaconsejaba persignarse ante monjes y monjas. Sobre la destrucción por incendio de un antiquísimo y celebrado gingko, Yuan Mei escribió: "No hay casas en la colina monótona; la luz proviene de un árbol./ Se elevan las raíces desgarradas y se dispersan en nubes de amarillo dorado./ Cae ceniza de los Nueve Cielos; y el humo espeso asciende en espirales." Cuando a Waley se le señalaba su afinidad natural con la poesía china, respondía: "Elegí los poemas chinos que traduje entre miles y miles de otros, con lo cual naturalmente la aproximación es todavía mayor". En ellos el lector se cruza con bodas, partidas, visiones, encuentros. Alguien que escala una montaña o alguien asomado una noche entera por la ventana de un templo. Dos niños a los que se envía a buscar juncos para montar un techo, otro que secunda a un jardinero y en el atardecer guía a las grullas de regreso a casa. Simplicidad, que es lo opuesto de lo soso. Según Waley, el poeta europeo "se presenta como un amante" y el poeta chino se encomienda como amigo: "Posa como una persona de infinito ocio (que es lo que más quisiéramos que poseyeran nuestros amigos) y libre de ambiciones mundanas (que constituyen los mayores obstáculos para la amistad). El poeta chino se presenta a sí mismo como un tímido anacoreta, ´Leyendo el I Ching en la ventana norte , jugando al ajedrez con un monje taoísta o practicando caligrafía con una visita ocasional". El oído de Waley se luce de igual forma en traducciones tan distintas como las Analectas de Confucio o las piezas de teatro Noh japonés. Sus versiones consiguen contagiar la sensación que perseguía uno de los pioneros del Noh, Zeami, en cuanto a que el secreto de una actuación es "lo que descansa debajo de la superficie". Por si acaso, Waley esclarece: "Lo sutil y el indicio en oposición a lo obvio y lo explícito". Otra de sus proezas fue la traducción de la antigua novela china Monkey (reeditada en Penguin), labor que llevó a término durante la Segunda Guerra, en la que Waley descifraba mensajes en código japoneses. Los predecesores de Waley no fueron tantos -Matteo Ricci, Herbert Giles y James Legge-; sus seguidores, en cambio, son legión: Edward Seidensticker, Ivan Morris, Donald Keene, David Hawkes, John Minford, Howard Hibbet, Anthony Chambers, Donald Richie y Jonathan D. Spence. Estudioso de un rigor sin límites, maestro de la ambigüedad, Waley fue un caso único en su articulación de erudición y talento literario para beneficio de especialistas y público general. Arthur Waley, el mismo que hace casi un siglo, el 2 de mayo de 1909 se sentó bajo un árbol junto al río en Cambridge para leer con su amigo Rupert Brooke poemas de Swinburne a la luz de una bicicleta. Como sostenía Siegfried Sassoon de otro escritor, "demasiado sutil y refinado como para ser acusado de preciosismo". De acuerdo con los chinos, los espejos no son medidas de vanidad sino que su poder mágico permite saber qué está sucediendo en el corazón de su propietario. Quien se sepa lector de Waley no podrá evitar ocasionales destellos de envanecimiento, como el pavo real chino que al descubrirse frente a un espejo comenzó a danzar y danzar hasta caer de agotamiento.

"El príncipe Genji visitando a su amante en una noche de luna", de Tsunoda Kunisada, circa 1830 Foto: Corbis

No hay comentarios: