viernes, 2 de mayo de 2008

adnCulturaSábado 3 de mayo de 2008 Publicado en la Edición impresa
El viejo general cabalga de nuevo
Por Jorge Fernández Díaz
Director de adn*CULTURA
La reindustrialización política de su figura y pensamiento lo ha transformado en el político más influyente de América latina. Simón Bolívar, como el Cid de la leyenda, cabalga muerto y derrota enemigos, mentado por los presidentes de Venezuela, Ecuador y Bolivia, y también por corrientes de piqueteros argentinos, sindicalistas brasileños, dirigentes cubanos (a pesar de que Marx escribió contra Bolívar) y hasta guerrilleros de la selva colombiana. La exuberancia mediática de Hugo Chávez colocó el nombre de su héroe de la infancia en el centro de la opinión pública latinoamericana. Usos y abusos ideológicos de un libertador de América que murió hace 178 años se expandieron durante los últimos tiempos como una suerte de revival de los movimientos antiimperialistas del siglo XX y como contracara del Consenso de Washington. Pero ¿quién era realmente Simón Bolívar? ¿Por qué ejerce semejante influencia hoy en día? ¿Existe una doctrina bolivariana? ¿Hasta qué punto se manipulan sus dichos y acciones? Luego de hacerme todas estas preguntas, resolví llamar a Rodolfo Terragno, uno los escasos políticos argentinos que alcanza el rango de gran intelectual. Ha publicado catorce libros, entre los que se destacan aquel ya legendario, La Argentina del siglo XXI , que hizo época en los años 80, y también Maitland & San Martín , donde pone en escena su talento de historiador y de estudioso de la gesta sanmartiniana. Rodolfo fue editor de la revista Cuestionario , columnista de La Opinión e investigador de la London School of Economics y del Institute of Latin American Studies. La República de Italia lo nombró Cavaliere di Gran Croce y el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, le otorgó la Ordre National du Mérite. Para hacer "un trabajo serio", Terragno me pidió un mes. Luego me envió el ensayo que publicamos en esta edición. Lo acompaña un artículo de Carlos Pagni, que resulta un excepcional complemento de la nota madre, puesto que involucra decididamente a Bolívar con el presente más crudo y sobre todo, con los histriónicos discursos del chavismo. Pagni es una deslumbrante y reciente adquisición del diario LA NACION, donde se desempeña como columnista político. Pero pocos saben que además es profesor de Historia, egresado de la Universidad Nacional de Mar del Plata, donde se desempeñó en las cátedras de Historia de las Ideas Políticas e Historia de la Historiografía. Trabajó durante diez años en cuestiones de historiografía y teoría de la historia, en Mar del Plata y en la UBA, en el Instituto de Historia Argentina y Americana Emilio Ravignani. Terragno y Pagni arman entonces el rompecabezas de este prócer redivivo que es leído hoy de muy diversas formas. Repasando algunos textos que hablan de Simón Bolívar, encontré algunas de sus inquietantes máximas, que les regalo. Cada quien entienda lo que le parezca y se ponga el sayo que corresponda.


Historia y política
Desenterrando a Simón Bolívar
Hoy la figura del prócer venezolano tiene una vigorosa actualidad y es un símbolo de la independencia usado, a la vez, por políticos de posturas enfrentadas. Su trayectoria estuvo marcada por el patriotismo y el ansia de poder. La coronación de Napoleón le reveló la efusión que podía unir a un héroe con su pueblo: un ejemplo que no olvidaría. El Libertador fue un militar tesonero y un político que no vaciló en actuar como un dictador para ser eficaz. En vida, conoció la gloria y el olvido

Por Rodolfo Terragno
Para LA NACION
El abate Dominique de Pradt era vehemente y variable. Napoleón lo hizo Obispo de Poitier, y Pío VII -el Papa que contempló la autocoronación del emperador- recibió orden de consagrar a este prelado, de quien Hyppolite Taine dijo que era "un perfecto servil". En 1808, mientras las tropas francesas ocupaban la península ibérica, Carlos IV y su hijo, Fernando VII, se disputaban el trono. Napoleón ofreció "desfacer" el entuerto y los reunió en Bayona. Allí, con engaños y sobornos que De Pradt ayudó a combinar, inmovilizó a los borbones. Por "las cesiones de Bayona", Fernando reconoció que la corona era del padre, y este se la cedió a Napoléon. El emperador la calzó entonces en la cabeza de su hermano dipsómano, Pepe Botellas , haciéndolo rey de España e Indias. En recompensa, Fernando recibió alojamiento en el castillo de Valençay y 4 millones de reales para banquetes y saraos. Carlos, con su esposa y su favorito (de ella) Manuel Godoy, se domiciliaron en el palacio de Compiègne, munidos de 30 millones. En su "Carta de Jamaica", Simón Bolívar fijaría el origen de la revolución americana en esas "ilegítimas cesiones". Por su participación en ellas, el abate cobró 50.000 francos, y obtuvo tanto el obispado de Malinas (en los Países Bajos) como el título de Barón. Él soñaba con venir a América como escudero de Napoleón, vengador de Hernán Cortés. El sueño fue efímero. Antes de que los franceses fueran echados de España, el abate ya había roto con Napoleón; o el emperador con él. Cuando Bolívar inició su gesta, el clérigo era un liberal europeo que abogaba por la independencia de América: servicio por el que José de San Martín le dispensó la Orden del Sol. Su ídolo, no obstante, era Bolívar. Desde París, le escribió en 1821:
La mano valerosa y sabia de V.E. ha consumado la obra más grande que el cielo ha encargado a un mortal, la de libertar un mundo entero; pues Colombia es la que ha libertado la América. V.E. es el que ha roto para siempre el yugo de la Europa.
Era una celebración anticipada. Para "consumar la obra", faltaba transitar dos azarosos años y ganar las batallas decisivas en territorio peruano. Sin embargo, a principios de 1824 el periódico El Argos adhirió desde Buenos Aires a aquellas loas, todavía prematuras:
Ningún mortal ha merecido expresiones semejantes de un escritor como de Pradt. [...] Reservado pues estaba a nuestra edad, a nuestro suelo (porque todos somos americanos) este celestial hallazgo, dándonos la divina providencia, en Simón Bolívar, el incomparable genio que se han fatigado en buscar inútilmente las otras generaciones.
San Martín, que había forzado la independencia de las Provincias Unidas, y asegurado la chilena en Chacabuco y Maipú, estaba de regreso en su patria, como "Fundador de la Libertad del Perú". Aquí se lo ignoraba. Cuando dos montevideanos pidieron al Republicano que dijera algo sobre el "bravo general San Martín", el periódico respondió que, si los lectores proveían datos sobre ese oficial, publicaría su biografía, "así como la de todos nuestros generales". Bolívar era, en cambio, aquel "celestial hallazgo". El "genio incomparable". Casi toda la prensa porteña apoyaba en 1824 a Bernardino Rivadavia, y acusaba a San Martín de no haber hecho, en su tierra, los milagros que se le atribuían en Galilea. El venezolano sufriría parecidos desdenes en su patria. Sin embargo, héroe o villano, Bolívar tenía una dimensión universal de la que siempre careció San Martín. Descendía de un vizcaíno que llegó a Caracas en 1589 para velar por la Real Hacienda de Felipe II, y cuya descendencia veló por sus haciendas propias, hasta ser parte de los "amos del valle". El padre de Simón tenía plantaciones de cacao, café y añil, incontables cabezas de ganado, un ingenio azucarero con mil esclavos; minas de cobre y una docena de casas. Simón recibió, además, el legado de un primo cura, que le dejó -bajo condición de no atentar jamás contra Dios o el Rey- más casas en Caracas y el litoral, tres haciendas de cacao y esclavos en cantidad. Huérfano temprano, Bolívar tuvo por tutor a Simón Rodríguez, "el Sócrates de Caracas", y por maestro al deslumbrante Andrés Bello. Con 13 años entró como cadete a las Milicias de Blancos de los Valles de Aragua, antiguo batallón de su padre. Poco después, Carlos IV firmaba su promoción a subteniente. Partió entonces para España, donde vivió en casa del marqués Jerónimo de Ustáriz, natural de Caracas y secretario del Consejo de Estado: un cuerpo, presidido por el mismo Rey e integrado por nobles y clérigos. En casa del marqués, Bolívar intimó (en la biblioteca) con filósofos griegos y (en la sala) con María Teresa Rodríguez del Toro. Dos años mayor que él, María Teresa era una prima distante. Dispuesto a desposarla, Simón debió pagar arras al futuro suegro. El "distinguido origen" de la novia, "su virginidad" y su "disposición a dejar España con su marido" le salieron 100.000 reales. Como era menor de 25 (apenas 19), también necesitaba, y obtuvo, que el Rey le diera licencia de matrimonio. Apenas casado, se fue con su esposa a Venezuela; pero, a los ocho meses, las "fiebres malignas" mataron a María Teresa. Simón volvió, viudo, a Europa. En París mantuvo un idilio con otra prima lejana: Fanny, esposa del conde Dervieu du Villars, quien le permitió intimar con los amos de Europa. Conoció, ante todo, al príncipe Eugène de Beauharnais, un general napoleónico a quien el Emperador adoptaría como hijo y nombraría virrey de Italia. Eugène, que había estado en Egipto, participado en 18 Brumario y peleado en Marengo, era amante de Fanny, con quien tenía un hijo de dos años. En los salones de su desenvuelta prima, Bolívar tuvo oportunidad, también, de conocer al canciller de Napoleón: Talleyrand, un genio de la adaptación, que antes de servir al Emperador, había sido revolucionario y canciller del Directorio. Alexander von Humboldt azuzó a Bolívar: "América es un continente listo para ser liberado, pero falta el hombre capaz de liderar la revolución", dijo apenas llegado del Nuevo Mundo. Poco antes, viendo la autocoronación de Napoléon, Bolívar se había conmovido ante la "efusión general de los corazones". Años más tarde confesaría que los vítores de "más de un millón de personas" le hicieron pensar en la esclavitud de su país y "la gloria que esperaba a quien lo liberase de ella". Pidió entonces a Simón Rodríguez, a la sazón en Francia, que lo acompañara a Roma. En el Monte Sacro -la colina donde, cinco siglos antes de Cristo, un piquete plebeyo hizo que los patricios resignaran privilegios- el futuro Libertador pronunció un ampuloso juramento, dirigiéndose a Rodríguez:
Juro delante de usted; juro por el Dios de mis padres; juro por ellos; juro por mi honor, y juro por mi Patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español.
Días después, dejó que el embajador del "poder español" ante la Santa Sede lo llevara a recibir la bendición del Sumo Pontífice, aliado de los españoles. Sin embargo, no se arrodilló a besar la cruz que Pío VII lucía en sus sandalias. "El Papa no ha de respetar mucho la cruz para usarla en sus pies", comentó al salir del Vaticano. En 1806, tras algunas semanas en compañía de su prima, decidió ir a cumplir lo prometido en el Monte Olimpo. Desoyendo las súplicas de Fanny, abandonó París, y dejó a Simón Briffard, "ahijado" de ambos primos, sobre quien ella diría en una carta: "Espero que sea el único ahijado que tú tengas en Europa". Pasó por Estados Unidos y volvió a Venezuela, pero no quiso sumarse como uno más a la revolución de 1810. Cuando la Junta Suprema necesitó apoyo externo, ofreció costear (y presidir) una misión a Inglaterra. Sir Alexander Cochrane -tío de Thomas, futuro jefe de la Armada de San Martín- llevó a la delegación en un buque de la Royal Navy. En Londres los recibió el canciller, marqués Richard Wellesley, ex virrey de la India y hermano del vizconde Wellington, que vencería para siempre a Napoleón en Waterloo. Bolívar no hablaba inglés. En una carta confió, "abochornado", la confusión que había producido en una mancebía londinense: "Yo no hablo Inglés y la puta no sabía una palabra de Castellano; se imaginó que yo era algún griego pederasta". El marqués sí hablaba castellano, pero con dificultad. En cambio, dominaba el francés; y este fue el idioma hablado en en su mansión, Apsley House, donde atendió oficiosamente a los venezolanos. La delegación pretendía que Inglaterra reconociera al gobierno de Caracas, pero los ingleses, en guerra contra Napoleón, luchaban en la península -liderados por el hermano del canciller- en alianza con la Regencia española. Bolívar prometió beneficios comerciales, pero el canciller no se conmovió. A su juicio, la independencia de las colonias desintegraría el Imperio español, facilitando el triunfo de Napoleón, primero en la península y luego en América. Cuando el fracaso de la negociación era innegable, el marqués ensayó una cortesía: "Usted defiende con mucho ahínco los intereses de su país", le dijo a Bolívar. Sin cortesía alguna, este replicó: "Y usted los de España". Los venezolanos se alojaron en la casa de un compatriota ilustre, Francisco de Miranda, 33 años mayor que Bolívar. Allí, en 27, Grafton Way, fundaron la Gran Reunión Americana, a la que ingresaría San Martín un año más tarde, antes de embarcarse para Buenos Aires. Miranda, héroe de la independencia norteamericana, había contribuido a la conquista de Florida. Íntimo de la zarina Catalina II, había traído de San Petersburgo una autorización para vestir el uniforme militar ruso, dinero y garantías de protección. Luego había ganado, por su participación en la Revolución francesa, el grado de Marechal. Habiendo conocido a Washington, Jefferson, Hamilton, Napoleón y Catalina, Miranda también contribuiría -de forma involuntaria- a la fama de Bolívar allende Venezuela. Cuando el país declaró su independencia, el 5 de julio de 1811, el propio Miranda fue ungido dictador. El realista Domingo Monteverde se alzó en armas y Bolívar no supo defender una posición clave, Puerto Cabello. Como consecuencia, Miranda debió capitular. Inconforme, Bolívar formó una partida que secuestró y engrilló a Miranda, para entregarlo a los españoles "por traidor". El "Precursor de la Independencia Americana", admirado en Estados Unidos, Rusia y Francia, terminó sus días en un calabozo de La Carraca, cerca de Cádiz. Carlos Marx narró así el episodio:
Ese acto valió a Bolívar el especial favor de Monteverde. Cuando el primero le solicitó su pasaporte [para refugiarse en Curaçao] el jefe español declaró: "Debe satisfacerse el pedido del coronel Bolívar, como recompensa al servicio prestado al rey de España con la entrega de Miranda".
Bolívar fue motivo (uno más) de polémicas entre el autor de Das Kapital y Jeremy Bentham . El fundador del utilitiarismo imaginó una América habitada por "soñadores de realidades y realizadores de sueños"; un paraíso de estabilidad y equidad, sin lugar para el egoísmo. Para él, nadie expresaba mejor ese ideal que Bolívar. Marx veía en Bentham a un "archifilisteo", "charlatán" y vocero de la "burguesía ordinaria" del siglo XIX. No fue más benévolo con el "canalla, cobarde, brutal y miserable" de Bolívar. "La fantasía popular suele inventar grandes hombres", apuntó, y afirmó luego que Bolívar era el "ejemplo más notable" de tales "inventos". En cualquier caso, las diferencias entre Bentham y Marx muestran que Bolívar era una figura internacional. Eso no le aseguró, tampoco a él, ser profeta en su tierra, donde llegó a negársele talento militar y valentía. Es cierto que no tuvo una Cancha Rayada sino varias: pero él decía que "el arte de vencer se aprende en las derrotas", y su historia sugiere que no le faltó razón. Comenzó siendo "el Napoleón de las retiradas", como decía Manuel Piar. Huyó, sucesivamente, a Curaçao, a Jamaica, a Haití. Hacia mayo de 1818 tuvo que entregar la dirección de la guerra a José Antonio Páez, "General en Jefe de la Independencia de Venezuela". Luego, su suerte quedó atada a la de Santiago Mariño, el "Libertador de Oriente". Y a la de Francisco de Paula Santander, "El Organizador de la Victoria". No obstante, Bolívar tenía genio militar. Lo demostró en la Campaña Admirable, Boyacá, Carabobo y Junín: sus grandes triunfos. Con gran despliegue de capacidad táctica y coraje, en Junín ganó un combate épico, librado solo con sables y lanzas. Rodeado por los cadáveres de 259 realistas y 45 criollos, aquella noche durmió en el campo de batalla, presintiendo el triunfo final. Hoy nadie discute su índole. Algún colombiano sugiere que Santander fue más importante, y no falta el venezolano que musite: "El verdadero padre de la Patria fue Páez". En verdad, Santander y Páez pudieron forjar sus países gracias a Bolívar. Como San Martín, el venezolano comprendió que América no sería libre hasta que no cayera el Perú, corazón del imperio español. Con criterios domésticos, San Martín fue criticado por abandonar las Provincias Unidas, y luego Chile; Bolívar, por dejar atrás Venezuela y, más tarde, Colombia. Los libertadores facilitaron la construcción de naciones. Para honrarlos, no hace falta disminuir a quienes se sacrificaron fronteras adentro. No cabe el odio extemporáneo que Hugo Chávez profesa a Páez, "ese traidor" cuyos restos querría desalojar del Panteón Nacional. Bolívar fue un militar de envidiable tesón; y un político que, en pos de la eficacia, no vaciló en ser dictatorial. Mientras construía poder, tomó decisiones como el Decreto de Guerra a Muerte, dado en 1813:
Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes , si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables .
La historia venezolana defiende aquel decreto: sostiene que la guerra civil debía ser transformada en guerra nacional. Sin embargo, la severidad de Bolívar traspasó más de un límite. Cuando derrotó a Monteverde, en 1814, hizo ejecutar a centenares de inermes españoles. Por esa decisión perdió el favor de Bentham. Es cierto que él no podía mostrar debilidad ante enemigos sanguinarios, como Antonio Zuazola, que despuntaba narices o desollaba hombres vivos. Es cierto, también, que él no se relamía la sangre sino que recurría a la violencia como instrumento, odioso pero a su juicio imprescindible. Piar, aquel jefe que se mofaba de sus huidas, fue ejecutado. Sobre esto dijo Bolívar:
Esa ejecución fue un golpe maestro en política, que desconcertó y aterró a los rebeldes, puso a todos bajo mi obediencia, me permitió efectuar la expedición de Nueva Granada y crear la República de Colombia. Nunca ha habido una muerte más útil, más política y por otra parte más merecida.
Con astucia y rigor, Bolívar venció a enemigos y rivales, hasta dominar la región septentrional de Sudamérica. Fue entonces cuando San Martín le pidió ayuda. La historia sigue hablando, sin razón, del "misterio" de Guayaquil. Hay pocos acontecimientos menos enigmáticos. El Protector había proclamado en 1821 la independencia del Perú; pero el virrey De La Serna gobernaba el sur del país desde Cusco, mientras su ejército, intacto, esperaba la ocasión de arrojarse sobre Lima y el norte. Los realistas contaban, además, con la eventual ayuda de Fernando VII -repuesto en el trono español-, los Borbones franceses y la Santa Alianza: Francia, Rusia y Austria. Había que unificar los ejércitos de Bolívar y San Martín y destruir cuanto antes al ejército de De La Serna. La unidad de mando -esencial a toda estrategia- requería que ambos ejércitos se unieran bajo un solo jefe, que solo podía ser Bolívar. En la cumbre de su poder político y militar, controlaba los países que había liberado, tenía fuerzas poderosas y contaba con Antonio José de Sucre, que venía de consolidar en Pichincha la independencia de la Gran Colombia. En cambio, San Martín no mandaba en parte alguna, salvo la porción libre de Perú. Había tenido que prescindir del "lord filibustero", Cochrane, quien se había declarado en rebeldía. Le faltaba el apoyo de Buenos Aires; y O Higgins, su socio chileno, estaba quedándose sin poder. Por eso San Martín fue a pedir refuerzo y, sabiéndose más débil, ofreció secundar a Bolívar. Rechazada tal subordinación, hizo lo único que podía hacer: dejar el campo libre. Con ayuda de Sucre, Bolívar cumplió la tarea. Luego pretendió establecer, en el Congreso Anfictiónico de Panamá, la unidad de América. Convocó para eso a todo el continente -incluido Estados Unidos- e Inglaterra, porque "nuestra federación no puede sobrevivir sin la protección inglesa". Fue un fiasco. Estados Unidos no asistió. Del resto de América, solo estuvieron México, Centro América, Colombia y Perú. Inglaterra solo envió un observador. En la Gran Colombia, mientras, la autoridad de Bolívar comenzó a agrietarse, y hasta hubo un atentado contra su vida. Por fin, en 1828, debió renunciar y exiliarse en Santa Marta. Escribió entonces: América es ingobernable. El que sirve a una revolución ha arado en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de tiranuelos. Terminó sus días en la casa de un español. Sus médicos fueron un francés y un estadounidense. A su lado estaba un obispo que le tomó la postrer confesión. Antes, escribió una carta a su prima Fanny, cuya memoria no había podido borrar Manuelita Sáenz, "la Libertadora", su amante fiel por 27 años:
Querida prima: Muero despreciable, proscrito, detestado por los mismos que gozaron mis favores. Te dejo mis recuerdos, mis tristezas y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos. A la hora de los grandes desengaños y las íntimas congojas, apareces ante mis ojos moribundos con los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras, y en tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y en tu voz oigo las dianas inmortales de Junín.
Murió el 17 de diciembre de 1930. Cuando la noticia llegó a Venezuela, el gobernador de Maracaibo, Juan Antonio Gómez, festejó:
Bolívar, el genio del mal, la tea de la discordia, el opresor de la patria, ya dejó de existir. Su muerte será sin duda el más poderoso motivo de regocijos.
La historia reivindicó a Bolívar en todos los países que liberó o ayudó a liberar. En la Argentina, se lo ha desdibujado para sostener una innecesaria defensa de San Martín. El olvido de Bolívar hace que hoy, frente al usufructo político de su imagen, la mayoría de los argentinos ignore si el adjetivo "bolivariano" está bien o mal usado. De Bolívar puede decirse que fue un hombre providencial o un caudillo afortunado. Que lo dio todo por América o que tuvo delirios de gloria. Lo único que no puede decirse es que sus actos hayan sido desequilibrados o grotescos. Gabriel García Márquez afirmó en 1982 al aceptar el Nobel de Literatura:
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles.
Hoy, el presidente de la República Bolivariana quiere abrir el "sacrosanto ataúd" de Bolívar, para ver si lo encuentra en la caja:
¡Ojalá dentro estén los restos de Bolívar! ¡Ojalá! Pero hay dudas. Hay dudas sobre la autopsia de Bolívar. No se ha podido conseguir el cráneo del Libertador. Estamos tras la pista de ese cráneo. ¿Quién sabe si hasta los huesos de Bolívar los desaparecieron [los colombianos]?
Según la partida de defunción, Bolívar murió de tuberculosis; pero Chávez dice que en 1830 la tuberculosis no era "tan mortífera", y quiere averiguar si el Libertador no fue asesinado.




Máximas bolivarianas

"El que manda debe oír aunque sean las más duras verdades, y después de oídas, debe aprovecharse de ellas para corregir los males que produzcan los errores."

"¡Compadezcámonos mutuamente del pueblo que obedece y del hombre que manda solo!"

"A los enemigos no se engaña sino lisonjeándolos."

"Audacia en el plan y prudencia en la ejecución."

"Como amo la libertad, tengo sentimientos nobles y liberales, y si suelo ser severo, es solamente con aquellos que pretenden destruirnos."

"Creo más en el honor que en las pasiones."

"Cuando los partidos carecen de autoridad, ya por falta de poder, ya por el triunfo de sus contrarios, nace el descontento y los debilita."

"De las cosas más seguras, la más segura es dudar."

"El modo de gobernar bien es el emplear hombres honrados, aunque sean enemigos."


La Historia y la política
Del nacimiento al apogeo del mito bolivariano
Bolívar se convirtió doce años después de su muerte en la fuente del "ser nacional" y padre de la patria. El culto al prócer ha adquirido con el tiempo distintos matices según los intereses de cada época. Hoy, Hugo Chávez califica de "bolivariana" a la República y se presenta como reencarnación del prócer

Por Carlos Pagni
Para LA NACION
El 22 de noviembre de 1842 los restos de Simón Bolívar fueron sepultados en Caracas. El presidente José Antonio Páez los repatrió desde Colombia, donde el Libertador había muerto en 1830. Ese 22 de noviembre nació un nuevo Bolívar, distinto del personaje histórico que había comandado la independencia de buena parte de Sudamérica y gobernado la Gran Colombia como una autocracia. Aquel Bolívar biográfico y concreto se convertirá en la materia accidental para la construcción de otro, mitológico. Militar y pensador, modelo y guía, encarnación de las virtudes de la Patria, semidiós de un culto nacional, Bolívar tal vez haya hecho más por la existencia de Venezuela después de muerto, que vivo. En aquellos funerales tardíos de 1842 nació el bolivarianismo. La discusión sobre el prócer, que había agitado la política venezolana desde 1830, quedó suspendida a partir de ese momento. En 1842, Páez, que doce años antes había sido uno de sus acérrimos enemigos, aceptó convertir a Bolívar en el centro simbólico de un proceso de unificación nacional. El romanticismo liberal de la época envolvió con su retórica la entronización del Libertador en el Panteón. Bolívar se convertiría así en el fundador de Venezuela, su Cid Campeador, la viga maestra de su identidad colectiva. El culto popular a Bolívar -sobre el que escribió un ensayo canónico en 1969 Germán Carrera Damas- fue un procedimiento bastante eficaz para que los venezolanos aceptaran que, por descender del mismo padre, debían formar una familia y huir de los conflictos. Factor imaginario de cohesión y de orden, Bolívar sería la fuente originaria del "ser nacional". Ese papel tuvo modulaciones diversas en la tradición personalista de Venezuela. Antonio Guzmán Blanco, que presidió el país durante trece años, aprovechó el centenario del nacimiento del Libertador, en 1883, para realizar una apoteosis en la que él también se incluyó. El general Juan Vicente Gómez perfeccionó la identificación con Bolívar para justificar su dictadura de veintisiete años, a partir de 1908. A su sombra se pretendió demostrar que el destino de Venezuela estaba atado a la existencia de caudillos autoritarios. Laureano Vallenilla Lanz expuso la tesis, con una naturalidad que hoy asombra, en El cesarismo democrático y El gendarme necesario . El culto a Bolívar exaltaría, aún más que antes, un rasgo principal del semidiós: su condición de militar, de guerrero. Hugo Chávez lidera en estos días la última versión del bolivarianismo, la más extrema. Ahora no son intelectuales cobijados por el poder quienes tienden el puente subliminal entre una experiencia de gobierno y el origen mítico de la nacionalidad. Por primera vez es el jefe del Estado, Chávez, quien se encarga de esa identificación. También por primera vez se califica de "bolivariana" a la república misma. El "bolivarianismo" se volvió estatal en sentido pleno. Además, a diferencia de sus precursores, Chávez ya no es el mero oficiante del culto al fundador sino que se ofrece, en una simbiosis cada vez menos borrosa, como la reencarnación de Bolívar. La biografía del presidente de Venezuela está repleta de ejemplos de esa admiración. "En vez de Superman, cuando era niño mi héroe era Bolívar", suele decir Chávez. Al irrumpir en la vida pública como cabecilla del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, explicó que "el verdadero autor de esta liberación, líder auténtico de esta rebelión, es el General Simón Bolívar" (citado por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka en Hugo Chávez sin uniforme. Una historia personal, Caracas, Debate, 2005). Bolívar aparece hasta el hartazgo en los discursos de Chávez. La información histórica es, además, manipulada para aproximar al Padre de la Patria con la "revolución bolivariana". Allí donde Bolívar dice (Proclama del 10 de diciembre de 1830): "Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro", Chávez quiere ver una habilitación temprana al régimen de partido único que él pretende para su país. Cuando Bolívar afirma (Carta al Encargado de Negocios de Su Majestad Británica, Patricio Campbell, de 1829) que "los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad", Chávez escucha una orden de ultratumba para su agitación antiimperialista. La tesis solo sería aceptable si se olvida la ostensible admiración de Bolívar por el único imperio vigente en su época, el británico. Hay aspectos de la política exterior chavista para los que Bolívar ofrece menos prefiguraciones. El protectorado venezolano sobre Evo Morales -quien dispuso un despacho en su palacio presidencial para el embajador de Caracas- podría estar predeterminado en la creación de Bolivia. Pero el Libertador nunca se mostró muy alentador con la existencia de ese país, al que prefería ver como una región del Perú. Fueron las manifestaciones de adhesión del pueblo altoperuano y la adopción de su apellido para designar al nuevo Estado las que lo inclinaron ante la voluntad de Antonio de Sucre. Todavía más insólita es la pretensión chavista de una amistad de Bolívar con Brasil. En los carnavales de 2006, la petrolera estatal Pdvesa financió la escola do samba Vila Isabel para que homenajeara al prócer. Por el sambódromo de Río de Janeiro desfiló un muñeco enorme de Bolívar escoltado en la carroza por mujeres y varones semidesnudos que no cesaban de sambar . Esa imaginería no fue capaz de ocultar que Bolívar fue adverso a Brasil. A tal punto que, como consignó Tulio Halperin Donghi en su magnífico ensayo "Imagen argentina de Bolívar, de Funes a Mitre" (en El Espejo de la Historia. Problemas argentinos y perspectivas latinoamericanas ,Buenos Aires, Sudamericana, 1987), la única vez en que la dirigencia rioplatense se aproximó al Libertador fue para buscar su auxilio en la guerra contra el Imperio. Más difícil es ofrecerle un Bolívar marxista al socialismo del siglo XXI: Carlos Marx condenó al Libertador, a quien describió, en un memorable ensayo, como una especie de césar napoleónico. La versión actual del bolivarianismo recuerda esas intervenciones que algunos artistas contemporáneos realizan sobre obras clásicas para resignificarlas. Bolívar se parece cada vez más a Chávez. El gobierno venezolano ha descubierto que el Libertador no perteneció a la aristocracia de Caracas sino que nació en una hacienda familiar de Capaya, un pueblo de negros. El periodista Richard Gott, de The Guardian , cree haber detectado que Bolívar no era criollo sino, como su admirado Chávez, mestizo. Así como el nacimiento es sometido a revisiones, también se abren interrogantes sobre la muerte. Chávez creó una comisión interministerial para averiguar las razones del deceso del Libertador. Pero antes de que esa comisión se expidiera ya encontró en Miami a un descendiente de Bolívar con documentación que probaría que lo que ocurrió en Santa Marta fue un asesinato. Durante el momento de peor tensión con Álvaro Uribe por la liberación de los rehenes de las FARC, Chávez dictaminó, con gran seguridad: "A Bolívar lo mataron los colombianos". La buena historiografía se alimenta de un doble juego gracias al cual el pasado explica el presente pero también es iluminado por él. Las grandes construcciones de la Historia se sostienen siempre en una preocupación inteligente sobre la actualidad. Distinta es la manipulación de la conciencia del pasado. La idea de que las sociedades no tienen historia sino esencias y de que existen momentos y figuras que condensan más que otros la identidad colectiva está en el corazón de todo proyecto autoritario. La identificación de experiencias actuales con esos iconos de la nacionalidad pretende demostrar que es inevitable que el poder lo ejerza quien lo está ejerciendo. Como observa la politóloga venezolana Colette Capriles, eso produce una inmovilidad: ninguna nueva configuración del campo político es posible. El bolivarianismo chavista ha echado mano de más recursos que los razonables para ese ejercicio de dominación. Desde el corazón mismo del régimen llegan informes según los cuales Chávez mantiene desde hace unos años una increíble relación mediúmnica con Bolívar. Estas tergiversaciones han llevado al chavismo a abrir un frente historiográfico. Académicos como Elías Pino Iturrieta o Inés Quintero son señalados como traidores por reclamar para la Historia el estatuto de un saber profesional. A propósito del culto a Bolívar, Chávez ha lanzado una reforma curricular en la cual su propia peripecia política ocupa más del 40% del relato histórico que se enseñará en las escuelas. Como quería Borges para su inofensiva mitología, también para el emir bolivariano "el pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente".



Trabajadores partidarios de Hugo Chávez sostienen un retrato de Bolívar durante una marcha de el 1° de Mayo de 2005, en Caracas.

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