viernes, 11 de abril de 2008

Pensamiento
Los infinitos rostros de Galileo

Desde mediados del siglo XIX, la obra y la figura delastrónomo italiano han sido el campo de batalla en el que se han enfrentado ideologías opuestas y revisionismos obsesivos, además de generar una febril proliferación de textos analíticos



Foto: The Gallery Collection / Corbis

El pasado no existe. O, como sostiene Jacques Revel, "no existe para nosotros sino en el modo de la ausencia". Esta fragilidad ontológica hace que el pasado sea para los historiadores algo casi tan incierto como el devenir. La propia práctica de la historia, como discurso vivo, agonístico y creativo, transforma los hechos del pasado en procesos cambiantes. Por eso, para los historiadores la estabilización del pasado no es tanto un síntoma de objetividad o verdad como de desinterés u olvido. No es el caso de Galileo Galilei, cifra central del mito de los orígenes de la razón moderna, de la jactancia de la inteligencia geométrica, de la idealización de la verdad científica y de su trágica debilidad frente al poder. Metáforas, figuraciones y parábolas alrededor del imaginario de la modernidad convergen en Galileo. Galileo murió en 1642. Ya en 1654 su discípulo Vincenzo Viviani comenzó a escribir, a pedido del príncipe Leopold de Medici, la primera versión heroica de las actividades de su maestro. La Vida de Galileo fue publicada póstumamente solo en 1717. "La naturaleza eligió a Galileo para revelar parte de sus secretos", dice allí Viviani. Si bien la leyenda del Galileo mártir, víctima de la Inquisición, se inicia en el mundo protestante (el registro más temprano se encuentra en la Aeropagitica - Speech for the Liberty of Unlicenc d Printing, 1644, de John Milton), los philosophes la hicieron prosperar durante el siglo XVIII. En ese momento se cristalizó el rol de villanos asignado a los "peripatéticos". El anticlericalismo fue el rasgo más marcado que la Ilustración aportó al "caso Galileo". Michael Segre explica que, en las décadas que siguieron a la muerte de Viviani, los detalles de las actividades de Galileo, de su obra y sus procedimientos eran poco conocidos y menos aún comprendidos. Esto explica para Segre que durante el siglo XVIII las caracterizaciones del héroe comenzaran a diversificarse e, incluso, que proliferaran las adaptaciones a los gustos y necesidades de las diferentes perspectivas filosóficas. Ahora bien, a fines del siglo XIX, "el mártir ha sido santificado", sostiene Pietro Redondi en un artículo de 1994. Es interesante notar que, en el mismo momento en que el proceso de "canonización" alcanza su cenit, se producen las primeras perspectivas desmitificadoras, como resultado de orientar las nuevas investigaciones hacia los predecesores y contemporáneos de Galileo. La construcción de una nueva imagen del pisano incluyó, entre otros resultados, una genealogía que lo conecta directamente con las especulaciones sobre el movimiento de la Baja Edad Media. En esta lista se incluyen los trabajos de Pierre Duhem y Eduard Jan Dijksterhuis, o los de Raffaello Caverni y Emil Wohlwill, quienes incluso destacan algunos fracasos de Galileo, como el intento malogrado de formular un principio general de inercia. Desde entonces, como en un laberinto de espejos, una secuencia de posibles Galileos se extiende y se ramifica, ya no solo como personaje histórico, sino también como objeto de despliegue textual y materia prima de batallas ideológicas y epistemológicas. Antonio Favaro, responsable de la Edizione Nazionale de las obras de Galileo en veinte volúmenes (1890-1909), en un intento de catalogar este aluvión divergente dedicó a comienzos del siglo XX algunos ensayos a su iconografía. Desde entonces resulta claro que si bien pasó por el mundo un único Galileo, ya no lo hay, ni volverá a haberlo. Entre las elaboraciones más conocidas del siglo XX, debe mencionarse la del historiador ruso Alexandre Koyré. En la línea de las interpretaciones filosóficas del estilo de Cassirer o Husserl, Galileo es para Koyré el protagonista ejemplar de la "revolución científica" y sus novedades deberían ser interpretadas en el marco de una metafísica platónica. En 1943, en su artículo "Galileo y Platón", publicado en el célebre Journal of the History of Ideas , Koyré sostiene que entre las características de "la actitud mental o intelectual de la ciencia moderna" debe contarse "la matematización (geometrización) de la naturaleza y, entonces, la matematización (geometrización) de la ciencia". Para Koyré, el papel de los experimentos habría sido subsidiario e, incluso, muchos de los experimentos que Galileo dice haber realizado, como el célebre del plano inclinado, deben interpretarse como pura estrategia retórica de persuasión. Así, Galileo"ha hecho bastante más que declararse un seguidor y partidario de la epistemología platónica [...]. La nueva ciencia es para él una prueba experimental del platonismo". La notable erudición y transparencia hipnótica con que Koyré concibió su Galileo fueron seminales para el boom de la historia de la ciencia anglosajona de la década de 1950. Sin embargo, varios historiadores apuntaron su artillería sobre el Galileo platónico. En esta tarea de demolición participaron Eugenio Garin, Thomas Settle -quien repitió con obsesivo detalle el experimento del plano inclinado-, Maurice Finocchiaro y Stillman Drake, con su análisis abrumador de las notas manuscritas de Galileo -notoriamente, las dedicadas a péndulos y cuerpos en descenso por planos inclinados-. Estos autores demostraron que el Galileo de Koyré era una franca idealización. Galileo llegó a la ley de caída de los graves concibiendo ingeniosas maneras de realizar mediciones extremadamente precisas: era un habilísimo experimentador. Lo que resulta llamativo e insinúa que en la historia del conocimiento parece haber en juego algo más que describir o interpretar el pasado es que el Galileo platónico persiste como un arquetipo epistemológico, como una figura que la historia podría efectivamente haber producido. El Galileo platónico, aunque falso, persiste como una encrucijada donde convergen y fugan muchos nudos que definen el imaginario denso construido alrededor del sentido de modernidad. Con indudable intención de provocación, el filósofo anarquista de Berkeley, Paul Feyerabend, en 1975 sostuvo que "Galileo tuvo éxito debido a su estilo y a sus hábiles técnicas de persuasión, porque escribía en italiano en lugar de hacerlo en latín, y porque apelaba al pueblo que por temperamento es opuesto a las viejas ideas y a los criterios de aprendizaje relacionados con aquellas ideas". Para Feyerabend, el procedimiento real seguido por Galileo, de inagotable riqueza para la especulación metodológica, fue sustituir "una teoría empírica y comprehensiva del movimiento [...] por una teoría del movimiento mucho más restringida y más metafísica". Para Feyerabend, Galileo "dio muestras de un estilo, de un sentido del humor, de una elasticidad y elegancia, y de una conciencia de la estimable debilidad del pensamiento humano, que no han sido igualados nunca en la historia de la ciencia". Estas cualidades llevan a Feyerabend a hablar del "oportunismo" de Galileo. Sobre esta compleja geografía de estratos, el libro Galileo Cortesano (1993) de Mario Biagioli, profesor de historia de la ciencia de la Universidad de Harvard, mostró una vez más que Galileo era todavía un desconocido. O dicho de otra manera, que quedaba aún por develar un Galileo bastante diferente de todos los existentes hasta ahora. Hasta 1610, dice Biagioli -cuyo libro Katz publicará en la Argentina a comienzos de mayo-, la carrera de Galileo fue típica de un matemático universitario competente y algo osado. Pero en aquel año las cosas cambiaron abruptamente y se inició un proceso de migración institucional que hizo de Galileo un innovador en el terreno de la legitimación socioprofesional. Luego de mejorar el telescopio (instrumento que había sido desarrollado en Holanda), Galileo hizo varios descubrimientos astronómicos deslumbrantes. Fue entonces cuando pudo abandonar la Universidad de Padua e ingresar a la corte de los Medici para dejar de ser un simple matemático y transformarse en un filósofo del gran duque. El argumento clave del libro de Biagioli es que este paso significó la construcción de una identidad socioprofesional original. Hábil manipulador de la maquinaria de mecenazgo cortesano, "Galileo se reinventó a sí mismo en 1610", al renegociar los roles sociales y los códigos culturales existentes. "Galileo fue un bricoleur ", dice Biagioli. En este sentido, su compromiso creciente con el copernicanismo y su autopromoción como cortesano exitoso se potenciaron. Con esta hipótesis, Biagioli estudia el estatus de las matemáticas durante el Renacimiento. Si bien es cierto que durante ese período las matemáticas mostraron un notable éxito en la resolución de algunos problemas prácticos (artillería, nuevas técnicas de fortificación, reorganización de catastros, estructuras para la distribución de agua, etcétera), en la jerarquía consolidada desde siglos atrás en las universidades las matemáticas estaban subordinadas a la filosofía y la teología. La posibilidad de legitimar el punto de vista copernicano requería de una reestructuración de esa jerarquía. La clave del argumento de Biagioli está en asumir que en las cortes italianas las cosas ocurrían de manera diferente de lo que ocurría en las universidades. Allí el estatus social, profesional y epistémico estaba determinado por el favor de los príncipes. De esta forma, para Biagioli, las cortes fueron el espacio social en el cual las matemáticas pudieron ganar prestigio y credibilidad. Debemos pensar el mecenazgo de los príncipes y señores, dice el autor, como una "institución sin paredes". Entre otras cosas, esto contribuyó de forma seminal a la legitimación de una nueva filosofía natural que trasformó en verosímil el punto de vista copernicano. A casi quince años de su publicación, el libro de Mario Biagioli está por aparecer en la Argentina traducido al español. Mientras tanto, ya se han producido otras obras relevantes. Alcanza con citar Galileo in Context (2003), obra colectiva dirigida por Jürgen Renn, historiador de la ciencia del Instituto Max Planck, donde se pone el énfasis en el uso de Galileo de las nuevas técnicas de representación visual en su astronomía, o la nueva combinación de ciencia universitaria y conocimiento práctico de los ingenieros y artesanos que estaría presente en sus trabajos. Así, entre sutilezas metodológicas y flagrantes anacronismos, entre revisiones obsesivas de manuscritos y especulaciones desembozadas, historiadores y filósofos, como instrumentos al servicio de un principio de plenitud textual, desde mediados del siglo XVII no cesan de concebir Galileos platónicos, arquimedianos o empiristas, pioneros de la ciencia aplicada, incluso hipotético-deductivistas y hasta positivistas lógicos. Hay Galileos marcados por el ethos de los artesanos e ingenieros renacentistas, otros deudores de la escolástica e, incluso, del aristotelismo medieval. También los hay librepensadores, oportunistas, hábiles cortesanos y, como el de Brecht, con algún matiz socialdemócrata. Los rostros de Galileo continúan fluyendo.

Por Diego H. de Mendoza
Para LA NACION

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