martes, 29 de abril de 2008






Personajes > Charles Manson difunde su musica por internet
Influencia
Cuando los miembros de la secta que dirigía asesinaron de manera sangrienta a Sharon Tate y a sus amigos en agosto de 1969, Charles Manson se convirtió en el icono maldito de los ’60: hippismo, psicodelia, belleza, Beatles, política y mística mostraban su lado más negro. Para algunos, los motivos detrás del crimen (amén de una infancia atroz) fueron concretos: la presencia de un productor musical que lo privaba de la oportunidad que creía merecer. Casi cuarenta años después, Manson se vale de Internet para difundir masivamente su música por primera vez. Radar lo bajó, lo escuchó y así quedó.
Por Mariana Enriquez

Hace años que graba canciones desde su encierro aunque desde diferentes cárceles. Y pasó por muchas: se puede arriesgar que Charles Manson es una de las personas que más tiempo de vida han pasado tras las rejas: lleva 56 años preso, y tiene 73. Ya puede quedar libre, pero en 2007 asistió a su audiencia de libertad condicional Nº 11, y la salida le fue negada una vez más –se cree que él mismo boicotea su liberación, que quiere quedarse adentro porque a esta altura es casi el único mundo que conoce–. Ya está viejo, y afuera lo espera una fama desproporcionada de asesino célebre, a él que, hasta donde la Justicia pudo probar, nunca mató a nadie. Según se desprendió del juicio y la investigación, Charles Manson mandó matar por medio de su Familia; de todos modos, fue encontrado culpable de asesinato por conspiración e instigación, y sólo se salvó de la silla eléctrica gracias a que en 1969, el año de su condena, se prohibió la pena de muerte en el estado de California.
Se le permitió vivir, y la mayor parte del tiempo se le permitió tener una guitarra. No es un secreto que Charles Manson quería ser una estrella de rock, y para muchos, incluso los policías de
Los Angeles que lo investigaron, y el célebre fiscal que logró su condena, Vincent Bugliosi, ese deseo no cumplido fue la motivación tras al menos su primer crimen. Simplificando un caso policial tan famoso como lleno de detalles, podríamos resumir aquella masacre más o menos así: el 10 de agosto de 1969, un grupo de miembros de la Familia Manson liderado por Susan Atkins, alias “Sadie”, de 21 años, entró en la mansión de la calle Cielo Drive Nº 10050. Una vez adentro, asesinaron a Steve Parent, un chico de 18 años que oficiaba de cuidador, y después a Sharon Tate (actriz, esposa de Roman Polanski, embarazada de ocho meses), a su peluquero y amigo Jay Sebring, y a la pareja formada por Abigail Folger (heredera de una fortuna cafetera) y Voytek Frykowski (escenógrafo), que estaban de visita. Usaron cuchillos y armas de fuego. Pintaron las paredes con sangre, y escribieron algunas palabras que luego se cargarían de significado, como “PIG”.
La casa estaba siendo alquilada por Polanski –que se encontraba en Europa– y su esposa. En realidad su propietario era Terry Melcher, productor musical e hijo de Doris Day, que le había prometido a Charles Manson un contrato discográfico. La relación entre ambos había sido facilitada por Dennis Wilson, de los Beach Boys, amigo de Manson; y había llegado bastante lejos, incluso hasta la grabación de algunos demos y la aprobación del ya entonces muy respetado Neil Young. Pero por distintos motivos, entre ellos que Melcher no estaba tan convencido del talento de Charlie como el resto de su grupo de amigos, y que Dennis Wilson tuvo una fuerte pelea con Manson porque modificó una de sus letras (de la canción “Cease To Exist”, que los Beach Boys grabaron como “Never Learn To Love” en su disco 20/20), la carrera musical del futuro asesino más famoso del mundo se estancó. Se cree que la matanza en la casa de Melcher fue una venganza, o más bien un ataque de perro rabioso –Manson sabía que el dueño no vivía ahí– efectuado por terceros pero con órdenes claras. La noche siguiente, otro grupo también bajo órdenes de Manson asesinó al matrimonio de Leno y Rosemary LaBianca, dueños de una cadena de supermercados, en el barrio de Los Feliz. Aquí dejaron pistas más claras aún: la sangre en las paredes decía “Death to pigs”, “Rise” y “Helter Skelter”, el título de la canción de Los Beatles incluida en el Album Blanco que, para Manson, era una auténtica revelación.
FIN DE FIESTA
Charles Manson nació en Ohio. Su madre tenía 16 años cuando lo parió. Ella estuvo presa por unos años y cuando salió, vivió con su hijo en hoteles. Una vez lo vendió por unas latas de cerveza. En 1947 no lo aguantó más y lo abandonó en un orfanato. Charles se escapó, la buscó, la encontró, y ella lo rechazó. A los 13 entró a otro instituto de menores, donde abusaron sexualmente de él, además de castigarlo física y mentalmente. En 1952, cuando volvió a caer preso a los 18, todavía era analfabeto. Ya estaba escolarizado en su última salida antes de los crímenes: lo soltaron en 1967, se fue directo a Haight Ashbury, y en cuestión de horas se puso al día con la música y la onda. En meses, era íntimo de Dennis Wilson. El Beach Boy decía: “Charlie es cósmico. Es profundo. Escucha los discos de Los Beatles y encuentra mensajes allí que le indican qué hacer a continuación”. Deslumbrado por sus canciones de folk excéntrico y por las chicas hermosas y tan jóvenes que lo seguían a todas partes, Dennis invitó a Manson a su casa de veinte habitaciones y una pileta de natación con la forma del estado de California. La pasaron muy bien juntos hasta el temita de la letra cambiada: Manson, furioso, le envió a modo de amenaza una bala de plata, y Dennis, que no estaba muy bien de la cabeza, se andaba escondiendo en su propia casa, aterrado cuando no había electricidad, sólo para descubrir más tarde que no había pagado la cuenta. Y eso que Charlie no le había contado su teoría sobre el Album Blanco.
Se la contó a David Dalton, amigo de Wilson y autor de un mítico artículo sobre Manson que fue tapa de Rolling Stone en 1969. Dalton era uno de los que no quería creer en la culpabilidad de Manson, convencido de que el Sistema y la CIA habían elegido a un hippie como chivo expiatorio para frenar la Revolución y acabar con la Contracultura. Lo entrevistó en la cárcel, y escuchó acerca de “Revolution Nº 9” como la canción que predecía la caída del establishment, sobre “Blackbird” como el renacimiento de los negros y su imposición triunfal sobre los blancos (también de eso se trataba “Rocky Raccoon”), de “Helter Skelter” como grito de guerra y de “Piggies” como denuncia de los cerdos burgueses. Dalton salió de la charla un poco impresionado –Manson siempre fue raro–, pero todavía seguro de que el acusado era inofensivo. Horas después se entrevistó con un oficial de la policía de Los Angeles. El le mostró fotos de la escena del crimen. Cuando vio “Helter Skelter” escrito con sangre en la pared se conmocionó. “Supe entonces que la policía tenía razón. Que Manson y su gente eran culpables. Al establishment nunca se le hubiera ocurrido usar una canción de Los Beatles recién editada. Y Charlie tenía esta elaboradísima teoría.” Dalton, asustado, fue en busca de su novia, a la que había dejado en la comuna hippie de la Familia en Spahn Ranch –tan confiado estaba–; la guarida era un set de filmación abandonado en el Valle de la Muerte, donde se habían filmado episodios de Bonanza y El Gran Chaparral; su dueño, George Spahn, vivía allí, era ciego y dependía para todo de las chicas de Charlie, que le pagaban el alquiler con favores sexuales. Días después, el 16 de agosto, el lugar fue allanado, y la Familia se mudó a su otro escondite, otro set abandonado, llamado Barker Ranch, también en el desierto.
“Cuando se necesita un monstruo, el monstruo aparece”, diría Dalton años después. “Lo que determina el modo en que pensamos en Manson es su timing. Es un demonio del zeitgeist, inmaculado en su terror y confusión. Apareció con una precisión casi sobrenatural en los últimos meses de los años ’60, y pareció cuestionar la totalidad de la contracultura. Su maligna llegada sincronizaba tan bien con la crisis nerviosa y cultural de Estados Unidos que era difícil no dotarla de significados ocultos.” Charles Manson, en efecto, escupió el asado, organizó un final de la fiesta atroz que volvía en contra de los jóvenes de los ’60 lo mismo que defendían: las drogas psicodélicas, la politización radicalizada, las aspiraciones místicas, las puertas de la percepción, los Beatles, la música folk, los Beach Boys, la vida en comunidad, el amor libre, las bellas chicas californianas convertidas por sus palabras en asesinas posesas. Incluso ensució a la nueva aristocracia de celebridades e intelectuales que habían sido sus víctimas: poco después de los crímenes, Roman Polanski abusó de una menor, y trascendió que proyectaba películas de sí mismo teniendo sexo con menores cuando se acostaba con su esposa, la difunta Sharon.
Como si hubiera querido demostrar, en fin, que los jóvenes de la contracultura nada cambiarían; que no eran mejores que sus padres; que nada tenía sentido, que se engañaban. Dijo en su alegato después de escuchar la condena: “Señor y Señora Estados Unidos: están equivocados. No soy el rey de los judíos ni soy el líder de un culto hippie. Soy lo que hicieron de mí, y este perro loco demonio monstruo asesino leproso es un reflejo de su sociedad. Lo que sea que resulte de este juicio que ustedes llaman justo, sepan algo: en el ojo de mi mente, mi pensamiento les prende fuego a sus ciudades”.
MANSON, TROVADOR MASIVO
Por estos días, desde la cárcel de Corcoran (California), Charles Manson es noticia. Acaba de poner su disco One Mind bajo licencia de Creative Commons. ¿Qué significa esto? Que puede bajarse gratis de internet, se puede compartir y hasta usar para mezclas, siempre que se le dé el crédito al autor. Algunos artistas como Nine Inch Nails ya están haciendo uso de este sistema con éxito, pero en el caso de Manson sólo puede salir bien: como es un convicto, no puede ganar dinero con sus discos –la plata va para organizaciones de víctimas de la violencia, o familiares de los asesinados–. De modo que ningún sello discográfico, por más under que sea, suele editarlo, salvo como una excentricidad, porque con Manson no se gana plata (los distribuidores de su música tampoco pueden cobrar). Por primera vez la tecnología le permite dar a conocer su música: la publicidad, siendo quien es, la tiene asegurada. Es posible que pronto ponga bajo el mismo sistema otras grabaciones famosas, como Live at San Quentin de 1993 (que incluye canciones grabadas originalmente en 1983, pero con mejor sonido) o All The Way Alive, editado en 2003, grabaciones de estudio de 1967 que en su momento tuvo una edición de apenas 100 copias. Y hay muchos más, claro, como LIE: The Love & Terror Cult, editado en 1970 que incluye “Look At Your Game, Girl”, la canción que le grabó Guns n’Roses en 1993 para su disco de covers The Spaghetti Incident.
¿Cómo es One Mind? En primer lugar, está claro que lo que impulsa a escucharlo es el puro morbo. Manson es un músico folk muy interesante, pero como él hay muchos. Negar que el máximo interés es escuchar qué hace este demente y decir que uno aprecia la música es una estupidez mayor, además de una mentira. El disco abre con un tema francamente precioso de un minuto y medio llamado “I Can See You” y en seguida se pone rarísimo –y sube de calidad– con “Angels Fear To Tread”, que Manson presenta diciendo: “Esta es una canción acerca de algo en lo que ni siquiera estoy pensando”. Canta muy bien en este tema, con una voz plena (distinta a la muy nasal que exhibía en grabaciones anteriores), y hace gala de un costado canchero, casi crooner. Pero todo se pone definitivamente extraño en lo que sigue, “Riding On Your Fears”, donde vuelve a su monotema –”soy un espejo de la sociedad”, cosa que viene diciendo desde hace cuarenta años– y hace voces satánicas mientras murmura “no sé mucho, pero digo la verdad”. Habla de rutas y mar y caballos, y la pregunta flota en el aire: ¿se acordará de todo eso? Mientras se queda en las canciones, está claro que Manson es un compositor de raro talento (como en la muy Costa Oeste “So We Go Again” o “The Black Pirate”). Pero cuando se le da por recitar en trance, sus infames spoken words, no sólo espanta, sino que aburre. Son derivas de un loco, y resultan insoportables. El ejemplo más claro en este disco son los 12 minutos de asociación libre de “Sweet Words”, o la ineficaz “Self Is Eternal”, donde se lo escucha como un hippie demoníaco. En One Mind, además, se escuchan todo el tiempo, de fondo, los ruidos de sus compañeros de cárcel, y en una parte el ruido de la cadena del baño, que quizás esté usado como efecto sonoro (todo es posible).
Y las noticias sobre Manson no se terminan en el lanzamiento masivo de uno de sus discos. El año que viene, la joven diva Lindsay Lohan protagonizará Manson Girls, una película sobre las chicas de Charlie. Y en el rancho Baker, donde la Familia vivió, policías y aficionados locales están buscando restos humanos de asesinados que estarían enterrados allí, en el desierto, desde hace más de 40 años. Si aparecieran, y se probara la mano de la Familia, Manson podría volver a ser juzgado y seguramente el mundo podría volver a verlo. Aunque, en rigor, se lo puede ver en imágenes bien recientes: junto con One Mind se vende un DVD de su audiencia para libertad condicional de 2007, en la que, como de costumbre, hizo su número de enemigo público. Si no, habrá que esperar hasta el 2012, cuando tendrá una nueva audiencia para obtener su libertad condicional. Quizás entonces el éxito de su música lo tiente a volver al mundo y presentarla en vivo. Quizá todavía Charles Manson sueña con eso.






Plastica > Hace 200 años, Goya pintaba los horrores de la guerra
El horror, el horror
El 2 de mayo de 1808, con sus reyes semiprisioneros y sus tropas obedientes del invasor, el pueblo de Madrid se alzó contra la ocupación napoleónica. Armados apenas con navajas y sevillanas, a los franceses les llevó todo el día restituir el orden. Pero esa noche, la represión fue bestial: violaciones, torturas, atrocidades, fusilamientos. Entre los testigos, estaba un pintor de la corte cincuentón, camuflado en su ambigüedad política, que registró los hechos con una crudeza y sensibilidad hasta entonces desconocidas en la pintura. Goya se convirtió así en el primer pintor en ver a las víctimas y convertirlas en justas protagonistas de la Historia.



Por Sergio Kiernan




Las imágenes de Goya inspiradas en los hechos del 2 y 3 de mayo han dejado una huella profunda en el arte que intentó representar a las víctimas a lo largo de los siguientes dos siglos. En 1994, Jake y Dinos Chapman presentaron una obra de la colección Saatchi: Gran hazaña con muertos, inspirada en la plancha 39 de Los Desastres de la Guerra. En 1936, ya Dalí había utilizado la misma referencia para su Premonición de la Guerra Civil.
Guerras hubo muchas, como crueldades y olvidos. Pero a Napoleón le tocó crear un estilo nuevo, el de las guerras nacionales con vastas movilizaciones, millones de conscriptos, escenarios continentales. Es una escala que se hace abstracta, como terminamos de aprender cuando caían bombas en Berlín, Londres, Tokio y Montecassino, el mismo día y a la misma hora. Con el francés petiso no era el rey el que hacía la guerra, sino Francia. Se acababan los civiles y los inocentes. Todo esto le terminó cayendo encima a la pobre España y a un pintor ennoblecido, en el umbral del genio, cincuentón sordo y espinudo, ya consagrado. Paco Goya se encontró en medio de un horror pocas veces visto y lo que hizo con eso fue liminar, fundante, porque fue el primero en pintarlo, retratarlo y grabarlo. Le alcanzó con dos telas, El 2 de mayo y El 3 de mayo, y una carpeta de 82 grabados, Los desastres de la guerra, para prácticamente fundar el arte moderno. Fue hace exactamente dos siglos, porque ese 2 de mayo fue el de 1808, cuando Madrid se alzó a navaja contra los franceses, y ese 3 de mayo fue el de los fusilamientos que dispararon una guerra de crueldades nunca vistas.
Francia era la única república de Europa y casi la única del mundo, y le había presentado un ultimátum de lo más raro al continente: aliarse o desaparecer conquistado por un ejército irresistible que funcionaba como demostración fierrera de la superioridad del sistema. Gran Bretaña resistía, Portugal caía, Alemania era un juguete, Italia un trofeo, las batallas ganadas eran tantas que el Arco del Triunfo todavía asombra de tanto nombre grabado. España vacilaba y terminó en una alianza de sobrino bobo, con la familia real semiprisionera “para su propia protección” y el país explotado para el esfuerzo de guerra.
Todo ocupante es un guarango, pero si es francés te lo refriega en la cara. España primero perdió el control de los mares, con la flota destruida en Trafalgar. Luego perdió sus rentas imperiales, transferidas a París. Y al final perdió sus calles, controladas por grenadiers cancheros y violentos. El 2 de mayo de 1808, un rumor y un incidente ramplón dispararon una pueblada: chulos, majos y otros matones de avería, con sus mujeres, algún farmacéutico y exactamente dos oficiales todavía con honor, se levantaron contra la guarnición militar francesa. Los regimientos españoles se quedaron en sus cuarteles, el gobierno condenó a la plebe, los franceses combatieron calle por calle.
Fue un día sórdido y glorioso, de navajas sevillanas de las de siete resortes y hoja de treinta centímetros, contra coraceros a caballo y los 96 mamelucos de la Guardia Imperial, mercenarios turcos contratados como tropa de elite y vestidos a la morisca. A los franceses les tomó todo el día controlar la aldea que todavía era Madrid, y también decenas de muertos. Furiosos, humillados, reprimieron disparando contra todo lo que se moviera y, al caer la noche, arrancaron una orgía de violencia: violaciones, asesinatos, incendios, saqueos, torturas. La madrugada del 3 de mayo vio una procesión de condenados marchados a la sierras de la ciudad para ser fusilados bajo un cielo sucio. Se fusilaron los mancebos de taberna convertidos en héroes, se fusilaron madres con sus bebés en brazos, una bala para dos.
Así empezó lo que los libros llaman la Guerra de la Península y los españoles la de Independencia, nombre raro para una potencia colonial. Los ingleses desembarcaron con el duque de Wellington a la cabeza, las Cortes declararon una Constitución en nombre de Fernando VII, el Deseado, y las guerrillas florecieron por todo el país. Los franceses respondieron con la misma técnica que les iba a fallar en Indochina y Argelia, masacrando y torturando para dar el ejemplo.






Arriba, los trístemente célebres fusilamientos en El 3 de Mayo de 1808. Y abajo, una de las tantas obras posteriores que reconocen el poder icónico del cuadro de Goya: la acuarela de Edouard Manet La Barricada (1871).

Goya fue un monumento a la ambigüedad pública. Era el pintor de la corte, condecorado y consagrado, con lo que retrató a cuanto jerarca francés se le puso adelante. Pero al mismo tiempo pintaba a los líderes de la revuelta, como el general Palafox, y luego cubrió de óleos a Wellington, a quien le encajó un retrato ecuestre magnífico pero de segunda mano, ya que pintó la cara del inglés encima de la de algún francés ya escapado. Pero en secreto, Goya dibujaba el horror de las mujeres trastornadas apuñalando franceses, de lanza en un brazo y crío en el otro, de ojos desmesurados por las violaciones, de brazos cortados al morir mutiladas. Las líneas nerviosas exhiben sobre fondos casi en blanco a un hombre que vomita de tanto cadáver, árboles tronchados y cubiertos de cadáveres desnudos y tajeados, suelos violentados por el saqueo de los muertos. Hay cadalsos, hay viejos tratando heridos, hay escenas que siguen siendo demasiado horribles, como las de las ejecuciones por ahorcamiento en las que te cuelgan bajito y te tiran de las piernas, para ahogarte de a poco, mientras un granadero se ríe. Nadie nunca había hecho algo así.
Este aquelarre es hijo directo de los Caprichos, que muestran que el Goya de los retratos gentiles, las majas y los frescos religiosos es la preparación del Goya de las pinturas negras –humo, carmín y oliva para esos tonos mortuorios– y los grabados. Esta obra tan terrible fue editada completa sólo medio siglo después de que Goya repujara las chapas.
A dos siglos, lo que más llama la atención es la absoluta modernidad de las imágenes, que no necesitan ningún contexto histórico para ser entendidas. La técnica brutal de Goya, las líneas violentas, las caras grotescas y los cuerpos biológicos, desnudos que se despegan del ideal clásico, son una sensibilidad nueva, fundadora. Lo que vio el artista era de doler y así como le amargó sus últimos años, amarga el papel en que se imprime.
En su vida, Goya sólo circuló unos pocos grabados y en tiradas casi clandestinas. Sus dos cuadros de Mayo, uno mostrando los combates y el otro el inmortal, simbólico, de los fusilamientos, sirvieron de memorial casi oficial y tuvieron una influencia profunda.
Irónicamente, más que nada entre franceses: Gericault, Manet y Delacroix juraban sobre el nombre de Goya.

No hay comentarios: