viernes, 4 de abril de 2008

Arte
Tarsila de América
Una selección de 80 obras, entre pinturas y dibujos, integran la retrospectiva del Malba consagrada a la gran pintora modernista, que formuló la identidad estética de su pueblo a partir del color y de las formas

Por Alicia de Arteaga
De la redacción de LA NACION
ANTROPOFAGIA (1929). Fundación José y Paulina Nemirovsky


Los dibujos y las pinturas de Tarsila do Amaral que integran la extraordinaria muestra del Malba dicen más de la historia del arte de Brasil, de su cultura híbrida y del protagonismo de su naturaleza exuberante que el más sesudo tratado académico. Tarsila y su pintura respiran el torrente vigoroso de una savia que es determinante de la identidad brasileña. En su obra temprana prevalece el sello europeo, modelado en los talleres de París y en la Academia. Si todo hubiera quedado allí, en la destreza de una amateur de familia adinerada, Tarsila no habría pasado a la historia como la figura máxima del arte de su país, un ícono. La explosión del color y la sensualidad de las formas se materializan en sus pinturas cuando redescubre el paisaje original de la infancia y se apropia de una paleta inundada de sol; atrás quedan los viajes al Viejo Mundo, arropada por los privilegios de la fortuna familiar. Como los europeos viajeros, se fascina con el mundo que ve desde el olhar distante (mirar de lejos), llenos sus ojos de las imágenes y los conocimientos aprehendidos durante su estancia europea. De esa tensión surge una obra nueva y revolucionaria que Oswald de Andrade, crítico y compañero inseparable, define en el Manifiesto Antropofágico. "Antropofagia -escribe De Andrade- es el acto que plantea una corriente del modernimo brasileño, es la asimilación ritual y simbólica de la cultura occidental." La pintora modernista activa un disparador interno y logra fusionar el constructivismo de Joaquín Torres García, el maquinismo de Fernand Léger, más imágenes metafísicas y surrealistas alimentadas por una conciencia insomne. Tarsila do Amaral nació en Capivari, Estado de San Pablo, en 1886. Murió en 1973, a los 86 años. Su sobrina nieta, que lleva su nombre y es una bella mujer de 43 años, tenía ocho años cuando Tarsila murió y la recuerda como una mujer fascinante, con una vida plena, intensa y trágica. Nació rica, vivió una infancia feliz en la fazenda de sus padres, y una juventud gloriosa matizada por viajes, amores y descubrimientos. El crack financiero de 1929 y la crisis que lo sucedió diezmaron la fortuna de los Amaral, y Tarsila, que no había trabajado en su vida, se vio obligada a pintar por encargo. Quizá por eso casi nada de ese período ha trascendido. Tarsila, sobrina nieta, voló a Buenos Aires para recorrer la muestra y recordar a la pintora y al personaje que inspiró un libro con su firma. La curadora Regina Teixeira de Barros ha centrado en los años itinerantes la Tarsila viajera (1918-1933). Sin tregua, pasa de San Pablo, donde integra "el grupo de los cinco", con Anita Malfatti, Mario y Oswald de Andrade y Paulo Menotti Del Picchia, al taller de André Lhote, la escala obligada de todo artista latinoamericano que se precie en las primeras décadas del siglo XX. En París frecuenta el atelier de Léger, conoce al poeta Blaise Cendrars, a quien lleva de la mano a las ciudades históricas de Minas Gerais en un viaje de revelación para ambos. Fija entonces en su obra una estética nacional bautizada Pau-Brasil. Cendrars le presentará a Jean Cocteau, Erik Satie, Constatin Brancusi, Ambroise Vollard. Do Amaral alimenta su imaginario con los más encumbrados intelectuales de su tiempo. En 1928 pinta Abaporu; es la aventura plástica anunciada en sus dibujos. Esos pequeños papeles, hojas de un bloc de apuntes que la acompañan en todos los viajes, muestran la potencia del trazo sintético, ajustado, preciso, que puede captar la inmensidad en dos líneas y apoderarse del paisaje. De su producción se conservan 280 pinturas y más de 2000 dibujos. Regina Teixeira de Barros trabajó contra reloj para desmontar la muestra de la Pinacoteca y viajar a Buenos Aires, donde el montaje de Gustavo Vázquez Ocampo agrega quilates a esta retrospectiva, que enriquece la oferta culturald de Buenos Aires. Se fortalece la puesta con el acierto del color azul seco -tan de Tarsila- y la decisión de exhibir en una "caja" propia tres obras maestras: A negra , 1923, Colección Museo de Arte Contemporáneo de la Universidad de San Pablo; Abaporu, 1928, comprada en 1995 por Eduardo Costantini en Nueva York (véase recuadro), hoy Colección Malba-Fundación Costantini; y Antropofagia , de 1929, propiedad de la Fundación José y Paulina Nemirovsky, San Pablo. Según la curadora De Barros, estas pinturas forman "el más célebre trío de la producción de Tarsila do Amaral y el momento cumbre del modernismo brasileño en la década del 20". Una buena gestión, la cooperación generosa entre Brasil y la Argentina más el impulso privado hicieron posible que hasta el 2 de junio la memoria pictórica de la Tarsila viajera visite Buenos Aires.


adnDO AMARAL

Es la pintora más representativa de la primera fase del movimiento modernista brasileño. Casada con Oswald de Andrade, inauguró el Movimiento Antropofágico con su cuadro Abaporu, de 1928.


Comprar la joya de la corona


Fue una noche de noviembre del 95 en el turno de las subastas latinoamericanas. Nueva York estaba helada, pero en la sala de Christie s la temperatura subía al ritmo de las ofertas de un grupo de brasileños que habían llegado con la intención firme de volver a casa con Abaporu, el óleo que Tarsila pintó en 1928; una cumbre de su arte que es como una bandera nacional. Era un número puesto que la pintura quedaría en manos brasileñas. Tan es así, que los coleccionistas cariocas y paulistas habían organizado una fiesta para celebrarlo en el penthouse de Delmonico s, en la 61 y Park Avenue, rociada con champagne francés. Nadie imaginó que en la puja de las ofertas aparecería un nuevo jugador, dueño de la convicción y los dólares para cambiar el curso de los acontecimientos. El coleccionista de saco azul y pantalón de franela gris era Eduardo Costantini, alguien que pisaba fuerte en las finanzas y en el mundo del arte. Un año antes, en la sala de Sotheby s, de New York Avenue y la calle 72, despertó aplausos espontáneos cuando elevó la oferta hasta un récord para quedarse con Autorretrato con loro, de la mexicana Frida Kahlo. Esa noche helada de noviembre Costantini volvió a ganar: el martillo de Christopher Burge le adjudicó con el tercer golpe Abaporu, hoy tesoro del Malba.


EDUARDO COSTANTINI. Compró Abaporu en Nueva York, en 1995

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