sábado, 22 de marzo de 2008

Revista Ñ, 22 de marzo de 2008

La marca del exilio

Tema insoslayable en la historia argentina, el exilio ha sido una constante sin la cual no se podría explicar a la cultura local. Este informe analiza los diferentes rostros y matices del destierro. La expatriación en la política y en la cultura. Los que se fueron y los que se quedaron durante la dictadura. Las polémicas. Los exilios no forzados. Los testimonios de intelectuales y artistas.
Por: Jorge Fondebrider

Hay un viejo chiste de Eugenio –una suerte de Landriscina catalán–, que dice que España es una suma de autonomías apenas vinculadas por la cadena de tiendas El Corte Inglés. Así, con ironía, el cómico explicaba las particulares circunstancias políticas de su país. Parafraseándolo, podría decirse que la historia argentina se estructura como una serie de golpes de Estado y crisis económicas, a los que solamente interrumpen períodos de relativa calma democrática.En otros términos, nuestra historia no es lineal, no transcurre puntualmente de una época a otra y, de hecho, a diferencia de lo que ocurre en otras naciones civilizadas, cada gobierno suele deshacer lo que, con enorme dificultad, construyó el gobierno anterior.Una de las consecuencias más desafortunadas de todos esos remezones –presentes desde que el país empezó a existir como tal–, se puede traducir en una constante histórica: el exilio y la expatriación de nuestros compatriotas.Sin el ánimo de ser exhaustivo, ya se trate de los perseguidos por la Confederación, de Rosas exiliado en Inglaterra y de los rosistas caídos en desgracia luego de Caseros, de los expulsados por la crisis de 1930, de los opositores durante la primera presidencia de Perón, del mismo Perón –diecisiete años exiliado en España–, de los peronistas durante los gobiernos de Lonardi y Aramburu, de quienes no simpatizaron con los gobiernos militares de Onganía, Livingston y Lanusse, de aquellos que padecieron la persecución de la Triple A durante el gobierno de Isabelita, de las miles de víctimas de la última dictadura, de quienes sufrieron las deficiencias de las políticas económicas de Alfonsín y de Menem, de quienes apenas sobrevivieron a la gran crisis de 2001, el éxodo ha sido incesante.Obligados en muchos casos, voluntariamente decididos en otros, miembros de todas las clases sociales y representantes de todas las profesiones y de los más diversos oficios, alguna vez han debido optar entre irse o quedarse, como si se ese dilema fuera una fatalidad argentina, una condena que muchos deben cumplir por el simple hecho de no haber logrado someterse a una única idea de nación. Y si bien el problema nos afecta a todos, resulta significativo que, estadísticamente hablando –y a diferencia de lo ocurrido en muchos otros países–, la disyuntiva haya sido permanente entre intelectuales, artistas y científicos. Así, un término como "fuga de cerebros" –frecuentemente empleado para nombrar el éxodo del país de profesionales calificados– no nos resulta extraño. Tampoco nos asombra enterarnos de que tales o cuales artistas argentinos se destacan en el exterior, donde gozan del respeto y de las posibilidades que el país les negó. Ya se trate de la mayor y más cruenta dictadura cívico-militar –como la que gobernó entre 1976 y 1983–, o de un simple reemplazo de gestión –como el recientemente ocurrido en el Teatro Colón, que relegó innecesariamente a muchos artistas que hacían las cosas bien cambiándolos por gente quizá menos capacitada y prestigiosa, o el muy actual y menos dramático cese de algún taller del programa cultural en barrios–, el origen es siempre el mismo: el país caníbal, el que se ocupa de educar a los hijos a los cuales después devora, triunfa sobre el país que tal vez podría ser para bien de todos.Así las cosas, más de una vez, entre los recursos dilapidados, se cuentan las vidas de muchos argentinos.De todo eso trata este número especial de Ñ, que obviamente pone el acento sobre nuestros más recientes exilios. En efecto, por su violencia y magnitud, tanto el que resultó de la última dictadura como el que tuvo lugar a partir de la última gran crisis económica merecen una especial atención y, seguramente, nos obligan a redefinir la idea de exilio. En consecuencia, ¿en qué medida una y otra circunstancia tienden a confundirse en nuestro imaginario? Por otra parte, ¿cuál es la verdadera huella que ha dejado sobre nuestra cultura la serie de partidas obligadas o voluntariamente decididas? ¿Qué ha perdido la Argentina luego de expulsar a los hijos que formó y para los cuales invirtió recursos a lo largo de muchos años? De ahí se desprenden entonces algunos de los temas que se tratan a continuación: el significado que históricamente se le ha dado a la palabra "exilio" y sus diferencias con los términos "destierro" y "expatriación", las implicancias filosóficas de la condición de exiliado, la marca que el exilio ha dejado en nuestra cultura, las duras y no saldadas polémicas entre quienes se fueron y quienes se quedaron, los exilios no forzados, el duro testimonio de quienes debieron irse, la poesía que refleja esa circunstancia.La idea, por supuesto, no consiste en dar por concluida la cuestión, algo que excede ampliamente los límites de este modesto dossier. Se trata, más bien, de hacer un nuevo ejercicio de memoria para enfrentar una vez más las circunstancias y los motivos de nuestros exilios, revisar los supuestos que sobre ellos existen, recordar qué se dijo, cuándo y bajo qué términos, y, en síntesis, saber dónde estamos parados. Es probable que no sea poco.

El destierro, un mal muy argentino
Desde que los exiliados conquistadores españoles llegaron a nuestro territorio, el signo de sangre de la historia, reflejado por la literatura, ha sido el destierro de los mejores, y también de los peores. La última dictadura no hizo más que agudizar la fuerte percepción de este destino.
Por: Noé Jitrik
En su extraordinaria novela Zama, escrita entre 1955 y 1958, Antonio di Benedetto pone en escena los términos del asunto del exilio que, por cierto, subyace desde los comienzos de este territorio, todavía no país. Su personaje padece el exilio, no entiende muy bien qué hace en tierra ajena ni qué culpas debe pagar y lo que le ocurre son las múltiples situaciones que experiencias directas posteriores pusieron muy en evidencia.De aquí se desprenden varias cuestiones; una histórica ante todo: el exilio comienza con la Conquista; algunos llamados "conquistadores", fundadores de ciudades o simples e ilusos soldados de fortuna, se decidieron a tamañas empresas porque, por una razón u otra, la Inquisición, la miseria, el desamparo, no podían seguir viviendo en España; se encontraron con quienes no habiendo sido antes exiliados –los indígenas– lo fueron después de la llegada de esos enérgicos visitantes que, por cierto, se quedaron para siempre y su exilio se convirtió en otra cosa, en el mejor de los casos en una nostalgia por una tierra perdida que ni siquiera había sido del todo propia.La otra es la experiencia del exilio, o sea lo que se vive en esa situación: por todo lo que le pasa, Don Diego de Zama es un excelente ejemplo, corroborado muchas veces por testimonios, muy elocuentes, incluso dramáticos y desgarradores, o por anécdotas reveladoras que se han abierto paso en la historia de la literatura argentina: "En Chile y de a pié" confiesa, en el colmo de su desazón, el Chacho Peñaloza; veo pasar por la calle Florida a Ramón Gómez de la Serna y bien puedo imaginar su invariable extrañeza, que le daba o no para alguna greguería; me pongo en la piel de Aníbal Ponce instantes antes de morir en México, lo raro que le debe haber parecido estar fuera de sus pagos en ese momento tan definitivo, y me estremezco.Esas anécdotas dan una idea, al menos, de cómo pueden personas notables, escritores, políticos, intelectuales -aunque el sentido que tienen puede extenderse a los simples mortales- haber vivido el exilio, en sus diferentes momentos.Consignemos, en primer lugar, el originado en desplazamiento impuesto, como es el caso de los miembros de la fecunda "Generación de Mayo", huyendo de Rosas –Echeverría, Mármol, Mitre, Cané, Sarmiento–, Rosas mismo luego, su devota Manuelita y unos que otros seguidores; los inmigrantes expulsados por la siniestra "Ley de Residencia" a principios del siglo XX y hasta 1950, o el de los que tuvieron que emigrar durante el peronismo –Raimundo Lida, Amado Alonso, Niní Marshall, Ulises Petit de Murat, entre otros–; el de los que tuvieron que irse cuando cayó el peronismo, como José María Fernández Unsain y el propio Perón, también escritor sans le savoir, y unos cuantos más; quienes se fueron cuando el "onganiato" hizo difícil la vida en el país, después de la noche de los "bastones largos" –cientos de universitarios y de intelectuales, Rolando García, Emilia Ferreiro, Manuel Sadoski–; los que emigraron salvando la vida durante el lópezreguismo, como Rodolfo Puiggrós, Pedro Orgambide, Esteban Righi, Ricardo Obregón Cano, Héctor Sandler y algunos más; los que escaparon de la peor dictadura que sufrió el país, desde 1976 al '83: Daniel Moyano, Augusto Roa Bastos, Tomás Eloy Martínez, David Viñas, Antonio di Benedetto, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano, Juan Martini, Juan Gelman. La lista, en cada caso, es interminable e indica, siempre, un fondo de frustración y un sentimiento de pérdida, fueran cuales hayan sido las razones para irse del país en cada caso, compromiso militante, mera personalidad castigable desde el punto de vista de la dictadura, las razones son tantas como situaciones individuales.Pero, en segundo lugar, no se puede ignorar que hubo tradicionalmente exilios elegidos, de Manuel Ugarte a principio de siglo XX, de Julio Cortázar, de Daniel Devoto, de Rodolfo Wilcock, de César Fernández Moreno, de Juan José Saer, de Manuel Puig décadas después, y de muchos más, la nuevas camadas que escriben en Europa (Clara Obligado, Andrés Neumann) que algo tuvieron que ver con la formación del cuerpo llamado literatura argentina, precedidos, desde luego, por algunos que hicieron historia, como Mariano Moreno, a quien el exilio se le acabó apenas había comenzado, San Martín, que si bien no era escritor, su mito abrió ríos de tinta, o Alberdi, que escribió infatigablemente y cuyos escritos tal vez no incidieron en la literatura –Sarmiento se lo llevaba todo– sí lo hicieron en la conciencia nacional.Por ahí lo que los motivó para irse a unos y otros fue un estado de ánimo adverso, una disconformidad corrosiva frente a lo que el país les ofrecía, una crisis de identidad, un sentimiento de limitación del ambiente.Un país menos duro En este rubro hay que incluir -situación lateral respecto del tema central que es la literatura- los que emigraron por razones económicas en todos los tiempos; notable fue el éxodo producido luego de la crisis del 2002, en apariencia –no me consta– ya revertido; con todo y crisis, el país es menos duro ahora que el sueño español, italiano, brasileño o mexicano de entonces. Pero no es mi asunto: ¿puedo ocuparme del exilio de los que se llevaron las fábricas al Brasil porque aquí no había garantías para seguir produciendo? En realidad, expulsados o voluntarios, me refiero sólo a escritores e intelectuales, formaron una masa que generó la idea de que la literatura argentina estaba también afuera, acaso siempre lo había estado y, por lo tanto, que la definición del adentro como su recinto exclusivo bien podría cuestionarse.La cárcel interior Pero, para sortear una discusión espinosa, llena de culpabilizaciones recíprocas, no se puede ni debe dejar de lado lo que se ha llamado el "exilio interno", que puede ser de dos tipos: el que se vive en un país asediado, controlado, reducido, dictadura por ejemplo, ya sea del poder ya de los medios, editoriales incluidas –la mala o nula lectura de una obra es motivo suficiente para una suerte de encarcelamiento en plena libertad– que obliga al silencio decente o a la entrega cínica, lo que en otro lugar yo había llamado "corrupción de la escritura", y el descrito como radical e intransferible por Kafka, inherente a toda escritura auténtica y de la que siempre hubo manifestaciones valiosas y cuyos efectos se sintieron en la literatura nacional. Macedonio Fernández encarna perfectamente esta figura, pero, ¿no podría ser también Borges un ejemplo de exilio interior? ¿Por qué no? Aunque haya quienes lo dudan a causa del enorme reconocimiento que ha tenido su obra, o no lo ven desde este ángulo, bien podría entenderse que toda revolución literaria se hace en un adentro al que no le queda mal la etiqueta del exilio.De modo que, en resumen, el dilema adentro-afuera no es tal o no es revelador, es meramente topográfico, no ameritaría ahora un enclaustramiento como el que hizo Ricardo Rojas cuando concibió la idea de "Los Proscriptos" y, en cambio, solicitaría un análisis de la relación entre lo que se hacía afuera con lo que se hacía adentro de modo que en todo caso podría aplicarse la reflexión kafkiana, todo escritor es un exiliado, séalo físicamente o no, lo cual, desde el punto de vista de la literatura, finalmente no importa, importa el cambio que una obra produce, la luz que arroja sobre una cultura.James Joyce fue un exiliado y lo que escribió alteró los códigos literarios de todo Occidente y no hay quien lo dude.Otra cuestión, no menos atrayente, reside en los escritores propiamente dichos como personas concretas y particulares: cómo imaginaron el exilio en algunos casos y cómo lo contaron -el Di Benedetto que percibió con enorme agudeza este asunto no escribió Zama desde el exilio, a menos que se crea que haber vivido en Mendoza era estar exiliado: no podía imaginar que unos años después pasaría físicamente por esa situación, cárcel incomprensible primero, exilio lacerante después, regreso no menos doloroso, o lo exaltaron poéticamente o lo lloraron y, en otros casos, cómo lo vivieron y qué produjo el exilio en sus imaginarios, en su acción literaria y en los efectos que todo ello pudo tener en el cuerpo central de la literatura argentina.De ello hay manifestaciones se diría que de tres tipos: el primero, las cartas, una red difícil de reconstituir, salvo en el caso célebre de un exiliado de prestigio como fue Perón; los testimonios, orales o escritos, que se constituyeron en vehículos de la experiencia pero sin alcanzar un nivel literario; por fin, los textos literarios que, retomando la experiencia del exilio, generaron poemas (Juan Gelman), novelas (Miguel Bonasso, Mempo Giardinelli), relatos (Raúl Dorra). En este punto vale la pena también señalar un matiz: muchos escritores maduros se exiliaron y escribieron como pudieron, otros comenzaron a escribir allí (Luis Bruchstein, Marcelino Cereijido), condicionados acaso por la situación, descubriendo sin duda en la situación una posibilidad de elaborarla y elaborarse, o de descubrirse simplemente, de la misma manera que otros se hicieron psicoanalistas o periodistas o sociólogos.¿Cómo influyó el exilio? Lo cual nos conduce a otro aspecto de tan complejo tema, si lo que se produjo en situación de exilio, externo o interno gravitó sobre el conjunto de la literatura argentina, si lo modificó o no, si logró acompasar los procesos de escritura con las exigencias de una actualidad. Si bien está relativamente establecido para épocas pasadas, el romanticismo sobre todo, es difícil decirlo para las experiencias más recientes: la masa de textos que asedian toda posibilidad de lectura, más lo arbitrario de las valoraciones en curso y, además, el vertiginoso ritmo de la circulación de imágenes en el que estamos envueltos, dificultan, si no impiden, establecer con alguna precisión, sea cual fuere el criterio a aplicar, un cuadro convincente de relaciones y de interacciones.Por ahora, creo, basta con poner sobre la mesa el tema y suscitar, acaso, con suerte, su completamiento por protagonistas y testigos calificados, esos perspicaces críticos que señalarán lo que falta y lo que sobra en la precaria exposición que me he atrevido a hacer.Noé Jitrik (1928) es ensayista y crítico literario, además de poeta y narrador. Entre 1974 y 1987 vivió en México. Fue profesor universitario allí y en la Argentina es investigador y director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la UBA y dirige la monumental obra Historia Critica de la Literatura Argentina, en doce volúmenes, de los que ya se publicaron ocho.


Los que se fueron y los que se quedaron
La perversa circunstancia del exilio llevó a que intelectuales que partieron y otros que se quedaron, manifestaran recelos y desconfianza respecto de la actitud de sus pares, al punto de calificar al otro como traidor o cómplice. La dura polémica que cruzaba las alambradas militares nunca pudo zanjar las hirientes diferencias.
Por: Héctor Pavón
Unos eran héroes, otros traidores. Unos, sobrevivientes, otros cómplices. Dependía de quien enunciaba la calificación para saber si se hablaba del que se había ido o del que se había quedado en la Argentina de 1976.Preguntarse sobre el héroe o el traidor sólo puede ser un interrogante maniqueo surgido en un contexto desesperante que no entendía que quienes partieron y se quedaron sufrieron de distinto modo, y que ninguno quedó sin cicatrices. Las heridas de la tortura y las de la distancia fueron para todos y aun así, se compitió por el podio del sufrimiento.Hubo heridas que causaron las palabras de intelectuales de uno y otro lado de las alambradas militares. Narradores, poetas, artistas, pensadores, periodistas se enfrentaban con palabras como armas, mientras la dictadura se llevaba vidas hacia la oscuridad. Desde Alemania, Francia, España, México, Venezuela, las voces argentinas se cruzaban sin compasión con el otro, el que estaba del otro lado.La Rayuela del exilio La Argentina bajo la dictadura, ¿vivía un "genocidio cultural"? Esa fue la metáfora que usó Julio Cortázar para definir el panorama que se padecía desde 1976. Lo escribió en la revista colombiana Eco, en noviembre de 1978 en un artículo titulado "América latina: exilio y literatura". En 1980, Liliana Heker le respondió desde la revista cultural argentina El Ornitorrinco rechazando esa calificación. Heker reivindicaba "todos los avances frente a los límites impuestos por el régimen" y exaltaba la capacidad de los intelectuales de pensar "a pesar de todo"; decía que Cortázar había dividido el campo literario local entre los que se fueron y los que se quedaron. En 1980, por su parte, Ernesto Sabato también le respondía a Cortázar, diciendo que, aunque la pretensión de los militares había sido la de perpetrar un genocidio cultural, la cultura argentina, con sus limitaciones, continuaba existiendo. De todos modos, Cortázar nunca ocultó que su salida había sido voluntaria. Posteriormente, la Triple A y Videla le impidieron el regreso y su libro Alguien que anda por ahí fue censurado en ese entonces.Según Silvina Jensen, historiadora e investigadora de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, en su trabajo: "Vientos de polémica en Cataluña: los debates entre 'los de adentro' y los de 'afuera' de la Argentina de la última dictadura militar", el enfrentamiento entre Cortázar y Heker mostró la dificultad de valorar el exilio como una práctica represiva y la tendencia a colocarlo en el terreno de las "opciones" individuales. Matizar las razones de la salida fue, en la coyuntura de máximo enfrentamiento dictatorial, servir a los propósitos de los militares que negaban el exilio, hablaban de "subversivos huidos" y de "exilios dorados"."Y me explica, desde París, lo que ocurría entonces en la Argentina –escribía Heker en El Ornitorrinco de octubre-noviembre de 1980–. Lamento que usted haya pasado por alto, Cortázar, que a fines del 78 yo estaba en la Argentina. Me privo de conmoverlo contándole por qué mi situación era menos confortable de lo que podría haber sido la suya acá. No importa demasiado. Esa inconfortabilidad es la que la mayoría de nosotros eligió. Muchos estamos para la resistencia. Otros ya vendrán para los festejos". Al volver a la Argentina democrática, Cortázar le decía a Osvaldo Soriano que los militares habían propiciado "un genocidio cultural a dos puntas, es decir, nosotros que estando afuera no podíamos devolver nuestra cultura a la Argentina y quedábamos frustrados, aislados y separados y luego los impedimentos a los que se han enfrentado los escritores que han querido decir lisa y llanamente la verdad y que han podido decirla muy entre líneas o se han llamado a silencio".Fútbol y privilegios El mundial de fútbol de 1978 dividió al exilio argentino entre aquellos que apoyaron su realización como una oportunidad para exhibir la política criminal de las Fuerzas Armadas, y aquellos que se opusieron, sumándose al boicot que sirviera de condena internacional al régimen militar. El fútbol, pasión argentina, alteraba la agenda de discusión antidictadura. En el libro México: el exilio que hemos vivido, Jorge Luis Bernetti y Mempo Giardinelli expresan los interrogantes que se plantea el exilio mexicano sobre la actitud que se debía mantener frente al Mundial: "¿Se beneficiaría la dictadura con el indudable impacto de la realización del campeonato en el país? ¿Había que oponerse a su realización y boicotearla, o no? ¿Se estaba en condiciones de realizar un esfuerzo de las características necesarias para oponerse a la concurrencia de decenas de países, y entre ellos concretamente México? ¿Podríamos festejarlo íntimamente sin sentir culpa alguna?".Algunos lo resolvieron con el eslogan: "Argentina campeón, Videla al paredón". En ese entonces el exilio en su extensión geográfica participó de una campaña para evidenciar lo que pasaba en la Argentina. Esa movilización, cuenta Pablo Yankelevich en el libro Argentina 1976. Estudios en torno al golpe de Estado, fue la responsable de que la dictadura desplegara una estrategia publicitaria que sirvió para estigmatizar al exilio en su conjunto. En un clima de exaltación del nacionalismo futbolístico, los publicistas de los militares inundaron el país con una propaganda que afirmaba la existencia de una "campaña antiargentina", agilizada en el extranjero por los agentes de la "subversión apátrida".En 1979, se realizó la "I Conferencia Internacional sobre Exilio y Solidaridad" en Caracas. Allí habló Rodolfo Terragno sobre "El privilegio del exilio". Sólo el título provocó un debate ardiente que se trasladó a la revista mexicana Controversia, que entre febrero de 1980 y febrero de 1981 dio lugar a un cruce de opiniones entre Terragno y Osvaldo Bayer, exiliado en Alemania. Terragno reconocía la existencia de dos exilios: los "externos" y los "desterrados de la razón", "confinados en el miedo", "exiliados dentro de las fronteras de la intolerancia". Terragno afirmó que el exilio era "privilegio" de las clases medias y que los verdaderos mártires eran las mujeres y hombres del "exilio interior". Ese argumento parecía útil, de algún modo, al discurso militar que hablaba de "exilio dorado".Para Terragno el exilio fue salvación, salida, privilegio, pero no pretendía negar sus consecuencias, sino reconocer que no se podía comparar con la muerte o la tortura. Cuando volvió a la Argentina ratificó, ante la revista El Periodista, que el exiliado era un "privilegiado".Dice Jensen: "Por otro lado, en el intento por evitar la jerarquización se procedió a la asimilación de las situaciones de cárcel, la muerte o la 'desaparición'. Si bien, en la mayoría de los casos, los exiliados se asimilaban a presos o 'desaparecidos' en términos metafóricos, muchas veces ofendieron la sensibilidad de los que se habían quedado y habían vivido de cerca ese drama. La igualación del exilio a la muerte, la cárcel o la 'desaparición' aunque tuviera propósitos didácticos, de denuncia –sobre todo de cara al mundo– o incluso ribetes literarios fue entendida como una estrategia de mitificar al exilio. Para los de adentro, los exiliados expresaban su soberbia o bien haciendo superlativo su sufrimiento –y asumiéndose como mártires– o bien mostrando que su partida se produjo en el límite de las posibilidades de sobrevida. En este caso, todos los exiliados se presentaban como verdaderos héroes. Terragno, al ubicar al exilio en la jerarquía de sufrimientos, parecía olvidar que entre los exiliados había una multiplicidad de historias, de las que no eran ajenas la de aquellos para quienes el destierro fue sólo el epílogo de exclusiones laborales, persecuciones, detenciones clandestinas, torturas, 'desapariciones' y 'reapariciones', 'opciones', etcétera". Para Osvaldo Bayer, la esencia del exilio fue el castigo, la tragedia y el drama y, para Julio Raffo, aunque el exiliado haya recibido la solidaridad, crecido profesionalmente y se enriquecido culturalmente, el exilio "siempre mutila y destruye. No existe el exilio dorado". Bayer rechazó la identificación de exilio y privilegio, y ratificó que los que se fueron sufrieron tanto como los que se quedaron."Más allá de las intenciones – señala Jensen–, las palabras de Bayer pudieron servir a instalar un mundo dividido entre colaboracionistas y héroes. Esta nueva división del campo de las víctimas de la dictadura sólo era funcional a los propósitos militares que alimentaron la estigmatización del sobreviviente". Toda persona perseguida o reprimida no sólo era culpable, también era sospechosa por no haber sido víctima de una represión mayor. No era raro escuchar por entonces descalificaciones mutuas del tipo: "por algo pudieron irse" o "por algo pudieron quedarse".Luego de criticar el uso abusivo de la noción de "exilio interno" por considerarla una forma de olvido que igualaba a cómplices y víctimas, Bayer proponía trazar otra línea divisoria: la que separaba a los que aceptaron negociar y los que no, tres principios básicos: aparición de los "desaparecidos" y explicación de todos los crímenes de la dictadura; esclarecimiento de los negociados y de la corrupción económica de Videla, Viola y Galtieri, y juicio a los responsables de Malvinas y sus trágicas consecuencias. De este modo, Bayer proponía deconstruir la división entre adentro y afuera promovida por los militares y debatir sobre el papel de los intelectuales frente a la dictadura.De primera y segunda A fines de 1977, el diario La Opinión publicó una encuesta sobre la literatura argentina que sostenía que: "Los escritores argentinos que han debido optar por el exilio son relativamente pocos" y que: "Los grandes nombres de la literatura permanecían en la Argentina". Noé Jitrik le respondió a Luis Gregorich, autor de la encuesta, diciéndole que el haberse quedado en el país era una situación con matices ya que incluía colaboradores, indiferentes y exiliados interiores de las letras. En 1981, Gregorich volvió al tema con un artículo publicado en Clarín titulado "La literatura dividida". El autor sentenció que los escritores en el exilio no eran ni cuantitativa ni cualitativamente relevantes.En México, mientras tanto, la revista Controversia era la caja de resonancia de los debates del exilio. Héctor Schmucler movilizaba la polémica con sus notas. Según Pablo Yankelevich en Argentina, 1976..., Schmucler "sometió a la crítica el más sensible de los temas: la suerte de los 'desaparecidos' y la lucha por la vigencia de los Derechos Humanos. En momentos en que nadie se atrevía a afirmarlo, aseveró que los desaparecidos habían sido asesinados y que una cuota de responsabilidad sobre esos crímenes correspondía a las organizaciones armadas, sobre todo a Montoneros, por haber conducido a una muerte segura a una generación de jóvenes sobre los que se promovió un culto al terror y a la vigilancia ciega, para terminar convirtiendo la acción política en un auténtico suicidio. Nada los autorizaba, pues, a levantar banderas de defensa de los DD. HH., cuando atentaba contra ellos en su propio funcionamiento interno y en sus acciones político-militares. Estos textos abrieron las puertas a acaloradas polémicas en torno a la responsabilidad sobre los crímenes y a la necesaria acción de la justicia: se llegó a plantear la necesidad de llevar a las comandancias militares ante los tribunales".En 1982, el desembarco en Malvinas ponía en pie de guerra a los intelectuales en el exilio que discutían la posición a tomar frente al conflicto. En México el Grupo de Discusión Socialista emitió un comunicado en el que, sin apoyar a la dictadura, apoyaba la recuperación de las Islas. Allí sostenían que: "reivindicar en la actual situación la indiscutible soberanía argentina sobre las Malvinas no implica, como lo quieren algunos, y en primer lugar el propio gobierno, echar un manto de olvido sobre su política desde 1976 hasta el presente (...). Después de 149 años de reclamos continuados y de 17 años de negociaciones infructuosas, la dictadura militar argentina tomó imprevista e inconsultamente entre sus manos una reivindicación nacional que no por eso ha dejado de ser justa".Caribe de por medio, León Rozitchner contesta a este grupo desde Caracas, con la publicación del libro: Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. En 2006 lo reeditó y entonces disparaba: "Para mí era imposible pensar que aquellos teóricos que estaban inmersos en un campo cultural de tanta compenetración y profundidad, de pronto decidieran participar de algún modo en esta guerra que uno veía como un acto desesperado de los militares.Los enemigos eran Inglaterra y los militares pero había que jerarquizarlos, el hecho de apoyar la derrota de los militares no significaba que yo quisiera el triunfo inglés, estaba en juego el pueblo argentino. La confusión del enemigo surge de parte de una izquierda que entró a participar en el peronismo y en la guerrilla, y de alguna manera forma un sistema con un campo de oscuridad no elaborada".La mirada democrática En diciembre de 1984, en la Universidad de Maryland (EE. UU.), Raúl Sosnowski –director del Department of Spanish and Portuguese– organizó un debate sobre el estado de la cultura argentina. Jensen relata que el objetivo era indagar cómo había quedado la cultura argentina luego del embate represivo, cuáles habían sido las respuestas que había ofrecido la cultura a la represión. Una vez más las discusiones rondaron en la cuestión exilio vs. permanencia dentro de las fronteras "y en términos en los que tanto se intentó valorar la posibilidad, opción, necesidades vitales de salir o quedarse, cuestionando que el lugar de residencia fuera motivo de pureza, como se reiteraron recriminaciones ideológicas o morales, se mostraron rencores y odios personales y se discutieron conductas individuales como paradigmas de silencio, traición, complicidad, etcétera".Allí estuvo Beatriz Sarlo quien partió del reconocimiento de que, para los militares, los intelectuales fueron "ideólogos de la subversión" a los que había que silenciar exiliando, divorciándolos de su público en un exilio interno, desapareciéndolos o expulsándolos del país. Sarlo asumía que fue la dictadura la que promovió la fractura entre un adentro y un afuera. Sin embargo, consideraba que aquello que era un "producto político del régimen", había calado hondo entre los derrotados que, desde el exterior veían a toda la Argentina ocupada por los militares y, desde adentro, consideraban que sólo valía lo que se decía en el país. Asimismo proponía superar la lectura legitimadora de las opciones de irse o quedarse, para pasar a "describir las situaciones objetivas que las condicionaron".Por su parte, Luis Gregorich sentenció que la única fractura era la provocada por los resentimientos y las enemistades individuales entre escritores concretos, pero que no había una literatura fracturada por un destierro. Argumentó que su artículo de 1981 tuvo el "mérito" de nombrar por primera vez después de 1976 a escritores exiliados y "desaparecidos". Según Jensen, Noé Jitrik reclamó a sus compatriotas del interior no haber llamado a los escritores exiliados y con ello haber forzado a la continuidad de un silencio que comenzó cuando debieron emigrar y dejaron de ser publicados y que ahora suponía que los que regresaban no debían hablar de su destierro y, al no hacerlo, callaban también las razones que lo provocaron.El adentro y el afuera Otro cruce de acusaciones se produjo entre Sabato y Bayer. El autor de El túnel decía que en 1978 había publicado en La Nación un artículo sobre la situación de los DD. HH. en el gobierno militar. Bayer le contestó que si lo había podido hacer, era porque los militares no lo consideraron una verdadera amenaza.En sus conclusiones Jensen plantea que la cuestión del exilio quedó encuadrada en unas coordenadas que respondían a la "posibilidad de irse" o a la "voluntad de quedarse". "Las razones del exilio continuaban buscándose en lo individual, en los deseos, motivaciones, preocupaciones y decisiones de los actores involucrados y cuando se colocaba al exilio entre las huellas de la dictadura, se lo hacía desde un gesto vergonzante, que menguaba el agravio por lo inconmensurable de la 'desaparición' o la muerte frente a la 'mera' pérdida del suelo natal". "Si denunciar el poder asesino de la dictadura pasaba por mostrarse como víctima, los de adentro y los de afuera no lo tuvieron fácil. Por un lado, se perdió de vista que lo importante era no atomizar el campo de las víctimas, mostrando quién había sufrido más. Lo central no era explicitar que los exiliados no convivieron con la muerte o que los de adentro disfrutaron de los afectos, de la cotidianeidad y no sufrieron la fractura del destierro", escribía en su libro, El exilio es nuestro, Carlos Brocato, quien fuera, con José Luis Mangieri, director de la revista La Rosa Blindada.El debate nunca quedó cerrado, apenas quedó postergado indefinidamente ante otros que planteaban nuevos enfrentamientos maniqueístas, discusiones sin salida. La democracia de 1983 traía más preguntas que respuestas sobre el pasado inmediato.

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