lunes, 10 de marzo de 2008

RadarDomingo, 09 de Marzo de 2008


Así en la paz como en la guerra


Hijo de judíos, admirador de Chejov, apadrinado por Gorki y marxista menchevique no afiliado al PC, Vasili Grossman se alistó en el Ejército Rojo como corresponsal del Estrella Roja para huir del terror interno de las purgas stalinistas. Aunque ya era un escritor al que Stalin tenía entre ceja y ceja, sus crónicas desde el frente le dieron una notable popularidad. Sin embargo, terminada la guerra, Vida y destino, su obra magna, una monumental novela de más de mil páginas que atraviesa todos los géneros y los estilos para explorar las cimas y las oscuridades de la condición humana, permaneció inédita hasta años después de su muerte. Ahora, la reedición en castellano de esa novela y la salida de Un escritor en guerra (biografía y recopilación de cuadernos de notas durante sus años como corresponsal en Stalingrado) permiten acercarse a la obra de quien se puede considerar el gran escritor ruso del siglo XX.







Vasili Grossman en Schwerin/Skwierzyna mientras era saqueada por el 8° Ejército de la Guardia.


Por Guillermo Saccomanno

1. En la noche, en una barraca de Treblinka, un prisionero soviético le susurra a sus compañeros de cautiverio: “Alguien debería escribir un tratado sobre los tipos de angustia en los campos de concentración. Una angustia te oprime, otra te agobia, la tercera te ahoga, no te deja respirar. Y hay una especial que ni te ahoga ni te oprime ni agobia, sino que desgarra al hombre por dentro”. En la negrura, murmurando, los soviéticos discuten sobre la libertad como absoluto, el Bien y el Mal, las virtudes del marxismo, y la ventaja moral de encontrarse prisioneros del enemigo y no de sus compatriotas: es menos humillante. Tranquiliza la conciencia no estar condenados en un gulag stalinista. Cerca, en la niebla, los ferroviarios que llevan un convoy cargado de prisioneros hacia el lager se fastidian con el cansancio de su trabajo.
Desde las primeras páginas de Vida y destino, Vasili Grossman establece las reglas de su novela: capítulos que se conectan, a veces por corte, a veces en zigzag, mostrando distintos ángulos de un hecho, situaciones antagónicas y también complementarias, todo conjugado con el oficio de quien puede adoptar tanto la voz de un narrador omnisciente, diálogos no faltos de causticidad, como camuflarse, por ejemplo, en la primera persona de una madre que escribe una carta al hijo que no volverá a ver. No hay tema que le sea ajeno: el amor, el coraje, la traición, la soledad, la injusticia. Y, conectando siempre lo individual con lo colectivo, Grossman ahonda en la experiencia truculenta de la guerra y en las fisuras del pueblo ruso sometido a la persecución y la paranoia del terror de Estado. Las ideologías de la bondad, plantea Grossman, responden a la mala fe, son tramposas y, empezando por el autoengaño, se proyectan en la destrucción colectiva. La cuestión no es novedosa: puede rastrearse en las discusiones de Pierre y el príncipe Andrei en Guerra y Paz.
2. Grossman está más cerca de la tradición narrativa del siglo XIX que de las vanguardias del XX, pero su proyecto narrativo tiene personalidad propia. El tono del periodista que busca la crónica “objetiva” alterna con el dibujo chejoviano que permite leer varios capítulos como relatos independientes. En ocasiones, aborda al canto épico y la epifanía, y cada tanto, con una síntesis aguda, incursiona en el ensayo. Porque Vida y destino es, como toda gran novela, una novela de ideas. Entre los críticos que celebraron la publicación de Vida y destino en Occidente figuran, entre otros, Levinas y Steiner. Según muchos entendidos en literatura rusa, es el equivalente contemporáneo de Guerra y Paz. Se ha dicho también que se trata de una de las novelas capitales de la literatura rusa contemporánea, esencial para comprender el totalitarismo. El crítico Edmund Wilson, experto en literatura rusa, a propósito de Solyenitzin opinó que ésta expresaba un alma recogida sobre sus propios tormentos pero fulminante como un rayo. Wilson subrayaba así una tendencia a lo oscuro, proclive a la autoflagelación, característica quizá dostoievskiana por excelencia. Pero, cabe preguntarse, ¿después de la experiencia concentracionaria del zarismo en el sepulcro de los vivos siberiano o de los gulags soviéticos, se puede escribir haciéndose el distraído?
En “Memoria del mal, tentación del bien”, su ensayo sobre el totalitarismo, Tzvetan Todorov dedica un capítulo íntegro a Grossman y, además, preside todos los demás con citas de Vida y destino. Según Todorov, comunismo y nazismo (que Grossman denomina fascismo) provocaron además de la muerte de incontables millones de seres humanos, también la deportación, la humillación y la tortura. Si un beneficio para nada secundario le otorgó a Stalin la invasión nazi y el ingreso de la Unión Soviética a la guerra es el despertar del sentimiento patriótico. El pánico a la vigilancia hasta en los rincones más íntimos, la sospecha del prójimo, todo lo que convierte amigos, amantes y familiares en alcahuetes potenciales que pueden mandarlo a uno a la Lubianka, la temible cárcel de los interrogatorios previos a las sentencias, como también el tramiteo kafkiano para satisfacer una mínima urgencia, todos los conflictos se postergan ante la guerra. Si un beneficio tiene para Stalin la guerra es el logro de la unión nacional.
3. Descendiente de dos familias judías acomodadas, Vasili Grossman nació en 1905 en Berdichev. De chico, pasó dos años con su madre en Ginebra, aprendió el francés, y ya muchacho, mantenido en Kiev por un tío médico, estudió química. Hasta reparar que le tentaba más la literatura. Admirador de Chejov, fue apadrinado por Gorki. Pero si bien ser un escritor bajo Stalin era gozar de una posición envidiada era también, al menor desvío, arriesgarse a la desaparición. Sin afiliarse al Partido Comunista, Grossman se definía marxista, pero sus amigos lo consideraban un menchevique. Los revolucionarios del ’17, acusados por Stalin de contrarrevolucionarios, eran detenidos y despachados a Siberia cuando no desaparecidos. Y entre ellos, lo mejor de la intelectualidad rusa. Más tarde Stalin fue además sospechado de la muerte de Gorki.
En 1937 fue apresada una prima de Grossman que participaba de la Internacional Sindical. Luego, dos amigos novelistas. En 1938 detuvieron y ejecutaron al tío que lo había protegido. Grossman, en tanto, bajaba la cabeza, se cuidaba. Schtrum, el físico protagonista de Vida y destino, alter ego de Grossman, sospechado de “enemigo del pueblo”, sufre el control, el acoso, y debe tocar fondo en su cobardía para resistirse a la autoincriminación y no delatar a sus camaradas y parientes. Una noche lo llama Stalin y lo confirma en su puesto. Entonces, Schtrum respira. Por una experiencia similar había pasado Grossman cuando Stalin le reclamó que ajustara una de sus novelas anteriores de acuerdo a las normativas del realismo socialista.
El ex marido de la segunda mujer de Grossman, acusado de “enemigo del pueblo”, es detenido. Y poco después también ella va a la cárcel. Grossman se anima a interceder y consigue que ella recupere la libertad. En 1941, mientras las tropas alemanas avanzan, Grossman le propone a su mujer traer con ellos a su madre, que vive en Berdichev. El matrimonio discute. La mujer se niega: se queja de que carecen de lugar para la suegra. En tanto, los nazis arrasan Berdichev y en una de sus matanzas de judíos fusilan a su madre y su hermana. Después, la fosa colectiva.
4. Antony Beevor, especialista en la Segunda Guerra, Premio Pulitzer por su libro Stalingrado, fue el compilador de los cuadernos de guerra de Grossman. Un escritor en guerra, su ensayo más reciente, reúne los apuntes, aguafuertes y crónicas de Grossman en el Ejército Rojo. Las notas de Grossman (que nada tienen que envidiarle a los cuentos y apuntes de Babel durante las operaciones de la Revolución) se leen como antecedente genético de Vida y destino. El estallido de la guerra en 1941 resultó para Grossman un alivio. Al engancharse como voluntario defendía su patria, pero también dejaba de mentirse a sí mismo con respecto al miedo que padecía en la vida civil. La victoria sobre Hitler, pensaba, sería también sobre los campos de concentración donde habían muerto su madre y su hermana. Según Beevor, a la hora de alistarse, Grossman era un tipo de anteojos, excedido en peso, que caminaba con un bastón. Con menos de treinta años, las chicas del barrio lo llamaban tío. Fue rechazado en el reclutamiento. A su colega, el escritor Ilyia Ehremmburg, amigo suyo, intelectual favorito del régimen, le causó gracia la voluntad de Grossman en insistir con la incorporación. Finalmente lo aceptaron: como corresponsal de Estrella Roja, el diario de las fuerzas armadas. Pero esto tampoco garantizaba mucho: un periodista o un corrector de pruebas podían ser deportados a Siberia simplemente por una errata al escribir el nombre de Stalin. Tras un entrenamiento veloz, Grossman partió al frente: ahora disparaba con puntería, había perdido unos cuantos kilos y estaba en forma. Desde 1941 a 1945, aunque no le fuera simpático a Stalin, Grossman fue uno de los corresponsales más populares.
5. En esos años le escribió a su padre que tenía un solo libro para leer en el frente: Guerra y Paz. Lo leía una y otra vez. Así como Guerra y Paz sitúa las intervenciones de los generales Kutúzov y Bagration y presenta a Napoleón en su tienda de campaña, el conde Tolstoi, ex militar, documentadísimo, combina imaginación y realidad convirtiéndose en un antecedente de la fiction-non fiction. Grossman recurre al modelo tolstoiano al retratar en Vida y destino a un enigmático y amenazador Stalin que extorsiona al pueblo ruso con el chauvinismo o a un Nikita Kruschev irascible y corajudo, comandando desplazamientos audaces en el frente. Muchos militares que participan en Vida y destino fueron protagonistas reales de la batalla de Stalingrado. La lectura obsesiva de Tolstoi explica la fascinación de Grossman por el fresco social, la mirada abarcadora. En Vida y destino son numerosas las alusiones a la torrencial novela tolstoiana. Incluso le cuestiona sus ideas de táctica y estrategia. Pero, con todo, Vida y destino no es una imitación del clásico que describe la resistencia del pueblo ruso a la invasión napoleónica un siglo atrás. Es que Tolstoi no es un paradigma absoluto para Grossman. A grandes rasgos puede arriesgarse que si Dostoievski plantea la búsqueda de Dios a través de la angustia introspectiva, Tolstoi piensa al hombre ya no sólo en relación con Dios sino con el cosmos. En cambio Chejov, sin volar más bajo, enfoca seres diminutos cuya hondura se percibe en una pena, un altruismo o una mezquindad. Grossman conjuga las tres perspectivas. De Dostoievski toma la preocupación metafísica, de Tolstoi el aliento homérico, pero se siente más próximo a Chejov en la captación de signos imperceptibles de lo cotidiano. “El camino de Chejov es el camino de la libertad de Rusia”, escribe Grossman.
6. La batalla de Stalingrado (junio 1942, febrero 1943), que terminó con la retirada alemana y definió la Segunda Guerra Mundial, fue la que arrojó el saldo más pavoroso de víctimas: dos millones de muertes. Se luchó edificio por edificio, en fábricas y depósitos. Los jóvenes soviéticos entregaban sus vidas con un heroísmo desgarrador. Con la elegancia de Turguenev, Grossman es capaz de escribir: “Toma mi mano, amable lector”, para retratar artilleros y tanquistas. Del Turguenev de Relatos de un cazador (admirado por Hemingway) extrae la frialdad y la crudeza para describir un equipo de francotiradores de origen campesino, reflejar sus miradas. Lo estremece que el gusto al liquidar un enemigo sea el mismo que experimentaban en su tierra al acertarle a un lobo amenazando sus rebaños. Grossman cuenta el combate con una agudeza en la que contrastan, todo el tiempo, circunstancias y elementos de muerte y de vida. Una ráfaga de ametralladora eleva la tierra “como una bandada de gorriones”. En una trinchera soviética, “en un cochecito de bebé color crema estaban colocadas las minas antitanque”. En estas imágenes, frecuentes en su narración, se advierte una constante: conservar la confianza en el instinto en la vida aún en las situaciones extremas. Desde esta perspectiva, Grossman desmenuza las ideologías que, en nombre del bien de la humanidad, condujeron hacia su aniquilación. Porque Grossman prefiere reinvindicar la bondad en gestos pequeños como el de un oficial que, ante el peligro de un ataque depredador del enemigo, ordena el traslado de dos enamorados, un soldado y una operadora de radio, lejos del frente. Otro ejemplo: una médica, solterona y estéril, en un vagón atestado camino a Treblinka apaña a un chico huérfano. Otro más: una vieja rusa que perdió a su hijo le entrega un pedazo de pan a un prisionero alemán. Gestos tibios, como una taza de té en medio de la nieve.
7. La desmesura de Vida y destino no responde a una vanidad titánica. Grossman necesitó más de mil páginas para indagar los resortes del totalitarismo. Si bien la novela empieza en Treblinka y lo espeluznante del campo le da pie a Grossman para igualarlo a un gulag stalinista donde los hechos escalofriantes no se quedan atrás; en el medio, Stalingrado civil, corazón de la novela; y en torno giran, atemorizadas, famélicas, familias enteras. La vida diaria es un infierno complementario del frente donde la resistencia tenaz de las tropas rusas, muertas de frío y mal alimentadas, con más voluntad que armamento, frenan como pueden cada ataque alemán. Grossman no le ahorra al lector lo siniestro de la vida civil: por un lado, el sacrificio del pueblo por la causa nacional y por otro, el mismo pueblo bajo la persecución, los interrogatorios, las desapariciones. Sin perder pulso narrativo, con ductilidad, ensamblando un capítulo sobre el stalinismo tras otro, Grossman analiza también la ingeniería social nazi y su obsesión estética en la construcción de los lager. Hay un capítulo magistral en este punto. La arquitectura como obsesión estética del nazismo no podía ser pasada por alto en el diseño de los lager. Grossman dedica todo un capítulo a la construcción del campo. Después cuenta la viveza de un alemán provinciano que trepó socialmente por su incorporación al nazismo: Eichmann. Cuando el oficial burócrata inaugura una cámara de gas, en el interior lo espera un agasajo, una mesa con fiambres, entremeses y champagne. Grossman detalla el funcionamiento de la cámara: su piso compuesto de losas se abre y deja caer los cuerpos para que, en el subsuelo, los dentistas prisioneros extraigan las piezas dentales de oro a las víctimas. Otro personaje zorro, un soldado que regula el suministro de gas en las ejecuciones masivas, cuando puede se roba algo del oro como ahorro para cuando esto sea apenas un recuerdo molesto. Hitler también actúa en la novela. Cuando sus tropas comienzan a retroceder en el sitio de Stalingrado, Hitler se aparta de su custodia y camina solitario por un bosque. La derrota lo vuelve un chico con ganas de salir corriendo. Por primera vez al pensar en el fuego de los hornos crematorios siente un horror humano.
Grossman no elude narrar ni la matanza de bebés judíos ni la marcha hacia la cámara de gas de las víctimas desnudas. Como hombre, sabe lo que ha visto. Como periodista, sabe contarlo. Y como escritor sabe del estilo justo. Grossman compara la no menos atroz ingeniería social soviética, la tremenda represión que Stalin decretó contra los kulacos, los campesinos trasladados de una región inhóspita a otra donde morirían de hambre y de frío. Una mujer, durante la hambruna se comió a sus hijos. Para Grossman esto también cuenta. Y lo cuenta.
8. La cuestión judía es crucial en Vida y destino. El corresponsal Grossman, en la vida real, ha entrado con las tropas rusas en aldeas y pueblos arrasados, ha encontrado a su paso más que vestigios del espanto. No le basta con narrar Treblinka. Busca explicarse el abismo. Entonces estudia su funcionamiento. Entrevista vecinos, les pregunta acerca de la frecuencia de los trenes que ingresaban diariamente al lager, calcula cuántas personas hacinadas cabían en un vagón de carga, saca cuentas. “El antisemitismo nunca es un fin, siempre es un medio”, escribe. “Es un criterio para medir contradicciones que no tienen salida, un espejo donde se reflejan los defectos de los individuos, de las estructuras sociales y de los sistemas estatales. Incluso un genio como Dostoievski vio un judío usurero allí donde debería haber visto los ojos despiadados del contratista, el fabricante y el esclavista rusos”. Un capítulo clave de Vida y destino apunta la conversación entre el comandante SS del lager y su prisionero más importante, un militar comunista. “Ustedes creen que nos odian, pero se equivocan: se odian a ustedes mismos”, afirma el nazi. Y agrega: “Cuando damos un golpe a su ejército, lo infligimos contra nosotros mismos. El terror de ustedes ha matado a millones de personas, y en todo el mundo, sólo nosotros, los alemanes hemos comprendido que era algo necesario. ¿Cree que el mundo nos mira a nosotros con horror y a ustedes con amor y esperanza? Créame, quien ahora nos mira con horror, también los mirará con horror a ustedes. Stalin nos ha enseñado muchas cosas. Para construir el socialismo en un solo país era necesario privar a los campesinos de sembrar y vender libremente, y Stalin no vaciló: liquidó millones de campesinos. Nuestro Hitler advirtió que al movimiento nacional socialista le estorbaba un enemigo, el judaísmo. Y decidió liquidar a millones de judíos”. Hay una especularidad entre el nacional socialismo y el comunismo staliniano, argumenta Grossman. La revelación de los lager provocan en Grossman la toma de conciencia de su condición de judío.
9. Después de la guerra, para granjearse la simpatía de Occidente el bureau soviético encargó a Grossman y Ehremburg un Libro Negro que reuniría testimonios y documentos sobre la persecución y el aniquilamiento de los prisioneros judíos en los campos nazis. Los dos escritores se dedicaron al libro. Pero después de la guerra la Unión Soviética era otra. La unión nacional se había “consolidado”. No era de buen tono insistir con el asunto que podía sacar a relucir la xenofobia de los años pasados. Además ahora pesaban la Guerra Fría y la solidaridad internacional de los judíos. Las editoriales en yddish fueron clausuradas. Se acusó también a los judíos de un complot y se habló de deportarlos al Asia Central. La publicación del libro se atrasó y finalmente se anuló. En Estados Unidos se publicó una versión abreviada con prólogo de Einstein. La versión completa sirvió como elemento testimonial en los juicios a los nazis. Y se publicó más tarde en Israel.
10. Grossman escribió Vida y destino sabiendo que le sería imposible publicarla. Tras la muerte de Stalin, Krushev asumió el poder y en el XX Congreso del PC intentó lavar culpas. También intentó galardonar a Grossman, integrarlo como escritor oficial. Pero Grossman rehusó toda distinción. Los crímenes no habían sido sólo responsabilidad de un hombre sino de un régimen. Desencantado con el socialismo real, pero sin perder la esperanza chejoviana en que el mundo puede ser un lugar mejor si los hombres miran como viven, Vasili Grossman murió en Moscú en 1964. La noche anterior había terminado Todo pasa, su última novela. Fue enterrado, de acuerdo a su voluntad, en un cementerio judío. Vida y destino fue publicada en Suiza en 1980.
La existencia
Durante la noche el tren se detuvo dos veces, y todo el vagón oyó el crujido de los pasos de los centinelas y captaba sus incomprensibles palabras en ruso y alemán.
La lengua de Goethe sonaba horrible en medio de la noche en las estaciones rusas, pero el ruso que hablaban los colaboradores de la policía alemana era todavía más siniestro.
Por la mañana Sofía Osipovna sufría el hambre como todos y soñaba con un trago de agua. Incluso había algo patético y esmirriado en su sueño. Veía una lata de conservas abollada, en cuyo fondo quedaba un poco de líquido tibio. Y se rascaba con pequeños movimientos rápidos y bruscos, como hacen los perros cuando se buscan las pulgas.
Ahora creía haber comprendido la diferencia entre vida y existencia. Su vida se había acabado, interrumpido, pero la existencia seguía, se prolongaba. Y aunque aquella existencia era miserable, el pensamiento de una muerte cercana le colmaba el corazón de terror.
Comenzó a llover; algunas gotas entraron por la ventanilla enrejada. Sofia Osipovna rompió un ribete de tela del dobladillo de su camisa, se arrimó a la pared del vagón y deslizó la tira por una hendidura. Luego esperó a que el trozo de tela se empapara de agua de lluvia, lo sacó y se puso a masticar la tela fresca y húmeda. También sus vecinos comenzaron a arrancar trozos de tela, y Sofia Osipovna se sintió orgullosa de haber encontrado un medio de capturar la lluvia.
Vida y destino, pgs. 242-243.

El destino
El juicio divino existe, y existe también el tribunal del Estado, de la sociedad; pero existe un juicio supremo y es el juicio de un pecador sobre otro pecador. El hombre que ha pecado conoce la potencia del Estado totalitario, que es infinitamente grande; sirviéndose de la propaganda, el hambre, la soledad, el campo, la amenaza de muerte, el ostracismo y la infamia, esa fuerza paraliza la voluntad del hombre. pero en cada paso dado bajo la amenaza de la miseria, el hambre, el campo y la muerte, se manifiesta siempre, al mismo tiempo que lo condicionado, la libre voluntad del hombre. En la trayectoria vital recorrida por el jefe del Sonderkommando, del campo a las trincheras, de la condición de hombre sin partido a la de miembro consciente del partido nacionalsocialista, siempre y por doquier estaba impresa su voluntad. El destino conduce al hombre, pero el hombre lo sigue porque quiere y es libre de no querer seguirlo. El destino guía al hombre, que se convierte en un instrumento de las fuerzas de destrucción, pero cuando eso sucede no pierde nada; al contrario, gana. Este lo sabe y va allí donde le esperan las ganancias; el terrible destino y el hombre tienen objetivos diversos, pero el camino es uno solo.
Quien pronuncie el veredicto no será un juez divino, puro y misericordioso, ni un sabio tribunal supremo que mire por el bien del Estado y la sociedad, ni un hombre santo y justo, sino un ser miserable destruido por el poder del Estado totalitario. Quien pronuncie el veredicto será un hombre que a su vez ha caído, se ha inclinado, ha tenido miedo y se ha sometido.
Ese hombre dirá:
—¡En este mundo terrible existen los culpables! ¡Tu eres culpable!
Vida y destino, págs. 684-685.

Las desapariciones
Todo el mundo se acordaba de 1937, cuando casi a diario se citaban nombres de personas arrestadas la noche antes. La gente se telefoneaba para contarse las novedades: “Hoy por la noche se ha puesto enfermo el marido de Anna Andréyevna...”. Le venía a la mente cómo hablaban por teléfono los vecinos sobre los que habían sido arrestados: “Se fue y no se sabe cuándo regresará”. Volvían a aflorar los relatos sobre las circunstancias de los arrestos: “Llegaron a su casa en el momento en que estaba bañando al niño; lo apresaron en el trabajo, en el teatro, en plena noche...”. Recordaban: “El registro duró cuarenta y ocho horas, lo pusieron todo patas arriba, incluso rompieron el suelo... Apenas han revisado nada; han hojeado los libros sólo para salvar las apariencias...”.
Rememoraban a decenas de familias desaparecidas que nunca habían vuelto: el académico Vavílov, Vize, el poeta Osip Mandelstam, el escritor Bábel, Boris Pilniak, Meyerhold, los bacteriólogos Kórshunov y Zlatogórov, el profesor Pletniov, el doctor Levin...
Pero el hecho de que los arrestados fueran eminentes y conocidos carecía de importancia. La cuestión era que célebres o anónimas, modestas e insignificantes, aquellas personas eran inocentes, y realizaban su trabajo honestamente.
¿Es que todo aquello iba a comenzar de nuevo? ¿Era posible que después de la guerra a uno le tuviera que dar un vuelco el corazón cada vez que oía pasos en la noche, ante cada toque de claxon?
Vida y destino, pág. 581.



Los muertos
El cerebro de Naum Rozemberg, un contable de cuarenta años, realizaba sus cálculos habituales. Caminaba por la carretera y contaba: en el de anteayer, 110; en el de ayer, 71; los cinco días antes, 612; eso suma un total de 783... Qué lástima no haber llevado una cuenta separada de los hombres, los niños, las mujeres... Las mujeres arden más fácilmente. Un Brenner experimentado dispone los cuerpos de manera que los viejos huesudos, ricos en ceniza, ardan al lado de los cuerpos de las mujeres. Ahora darán la orden —”desvíense de la carretera”—, así mandaron un año antes a los que ahora vamos a desenterrar y a extraer de la fosa con ganchos sujetados a cuerdas. Un Brenner experimentado puede determinar a partir de un montículo cuántos cuerpos yacen dentro de una fosa: cincuenta, cien, doscientos, seiscientos, mil... El Scharführer Elf exige que a los cuerpos se les llame Figuren, cien figuras, doscientas figuras, pero Rozemberg los llama: personas, hombre asesinado, niño ejecutado, viejo ejecutado... Los llama así en voz baja, de lo contrario el Scharführer descargaría nueve gramos de metal contra él, pero sigue musitando obstinadamente: “Ahora sales de la fosa, hombre ejecutado... Niño, no te agarres a tu mamá con las manos, os quedaréis juntos, no te irás lejos de ella...”.
—¿Qué estás susurrando por ahí?
—Nada, se lo ha parecido.
Y susurra: “Lucha, en eso consiste su pequeña lucha...”. Anteayer abrieron una fosa donde había ocho muertos. El Scharführer gritaba: “Esto es una mofa, un equipo de veinte Brenner para quemar ocho figuras”. Tenía razón, pero ¿qué podían hacer ellos si en la pequeña aldea sólo había dos familias de judíos? Una orden es una orden: desenterrar todas las tumbas y quemar todos los cuerpos... Ahora se han desviado de la carretera y caminan por la hierba y por ciento quincuagésima vez, en medio del verde claro, he aquí un montículo gris: una tumba. Ocho cavan, cuatro abaten troncos de robles y los sierran en leños de la longitud de un cuerpo humano, dos los cortan con hachas y cuñas, dos acercan de la carretera tableros viejos y secos, encendajas, recipientes con gasolina, cuatro preparan el lugar para la hoguera, excavan la zanja para las cenizas: hay que averiguar de dónde sopla el viento.
Enseguida desaparece el olor a podredumbre del bosque y los guardias ríen, blasfeman, se tapan la nariz; el Scharführer escupe y se aleja hasta el lindero del bosque. Los Brenner lanzan sus palas, cogen los ganchos, se tapan la nariz y la boca con trapos... “Buenos días, abuelo, te toca ver el sol de nuevo, pero cómo pesas...” Una madre asesinada junto a sus tres hijos: dos niños —uno de ellos todavía escolar— y una niña que debió de nacer en 1939, enferma de ra-quitismo, pero no importa, ahora ya está curada... No te aferres así a tu mamá, no se irá a ninguna parte... “¿Cuántas figuras?”, grita el Scharführer desde el lindero. “Diecinueve”, y en voz muy baja, casi para sus adentros, “personas muertas”. Todos maldicen: ya ha pasado media jornada. La semana pasada, en cambio, abrieron una tumba de doscientas mujeres, todas jóvenes. Al retirar la capa superior de la tierra, se levantó un vapor gris sobre la tumba y los guardias se pusieron a reír. “¡Qué mujeres más calientes!” Sobre las zanjas por donde circula el aire colocan la leña seca, después los leños de roble —éstos arden bien—, luego los cadáveres de las mujeres; se añade leña, luego los cadáveres de los hombres, más leña, después otros restos de cuerpos, luego un tanque de gasolina, a continuación, en el centro, una bomba incendiaria; luego el Scharführer da una orden y los guardias sonríen por anticipado. Los Brenner cantan a coro: “¡La hoguera arde!”. Después echan las cenizas en la fosa. De nuevo se hace el silencio; se mantiene, se vuelve más profundo. Después los condujeron a un bosque, esta vez no vieron un montículo en medio del claro verde; el Scharführer ordenó cavar un agujero de cuatro metros por dos; todos lo comprendieron, el trabajo había concluido: 89 pueblos, más 18 shtetl, más cuatro aldeas, más dos ciudades de distrito, más tres sovjoses (1), dos cerealistas y uno de leche; en total, 116 núcleos de población, los Brenner han desenterrado 116 túmulos... Mientras cava la fosa para él y sus compañeros, el contable Naum Rozemberg sigue calculando: la semana pasada 783, y el mes antes 4.826; un total de 5.609 cuerpos quemados. Calcula, calcula y el tiempo pasa sin que se dé cuenta, calcula la media de figuras —no, de cadáveres— en cada fosa: 5.609 entre el número de tumbas, 116; eso da una media de 48,35 cadáveres por fosa: redondeando, 48 cadáveres por tumba.
Si tenemos en cuenta que veinte Brenner han trabajado durante treinta y siete días, por cada Brenner eso da... “¡En fila!”, grita el jefe de los guardias, y el Scharführer ordena: “In die Grube marsch!” (2). Pero él no quiere ser enterrado. Corre, se cae, se levanta, corre perezoso, el conta-ble no sabe correr, pero no han logrado matarle, reposa sobre la hierba del bosque, en silencio, y no piensa en el cielo que se alza sobre su cabeza, ni en Zlata, Zlátochka, a la que asesinaron cuando estaba en el sexto mes de gestación, está tendido en la hierba y calcula lo que no tuvo tiempo de calcular junto a la fosa: veinte Brenner, treinta y siete días, el total de días por Brenner... eso en primer lugar; ahora, en segundo, tiene que calcular la cantidad de leña por persona; tercero, hay que calcular el tiempo medio de combustión por una figura, cuánto...
(1) Acrónimo de sovétskoye joziáistvo. Explotación agrícola soviética.(2) “Descended a la fosa.”Vida y destino, pgs. 245 a 247.

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