martes, 26 de agosto de 2008

Albert Hoffmann/50 años de la bossa nova

ALBERT HOFMANN
Puertas que se cierran y que se abren
El descubrimiento del poder alucinógeno del LSD marcó para siempre la vida de Albert Hofmann. A menos de cuatro meses de su muerte, un particular repaso por la vida y obra del científico amigo de Ernst Jünger y Aldous Huxley, que luchó para no quedar pegado al consumo masivo y la moda hippie.



Por: Por Pere Guixà para La Vanguardia y Clarín





ANTES QUE NADA, CIENTIFICO. Cuesta contar el número de pesados que debió de acoger Albert Hofmann en su casa, él, un doctor en Farmacia y Ciencias Naturales nada proclive a la filosofía de las drogas o las formas alternativas de vida, dice el autor de la nota.

Una tarde de abril de 1943, montado en bicicleta, Albert Hofmann experimentó casualmente una alucinación. Sucedió en el sendero del bosque del monte Martin, al norte de Baden (Suiza), de vuelta de su trabajo en los laboratorios Sandoz. Aquel viaje fue óptimo y, años después, los movimientos contraculturales y hippie lo bautizaron como "El Día de la Bicicleta". El hallazgo, con todo, no fue del todo fortuito. En el LSD, un derivado del cornezuelo del centeno, un hongo parásito, se llevaba un lustro trabajando, en vista a un uso de terapia psiquiátrica. Pero su nombre quedará para siempre ligado a Hofmann y su bonita bicicleta ¿de colores? El caso es que no hay otra droga tan mística ni tan pegada a un nombre. Ni hoy quedan dudas sobre la resistencia que Hofmann, fallecido hace poco a la edad de 102 años, libró en los años 60 y 70 para que no se le considerase un gurú. A muchos consumidores que le visitaban les pasmaba encontrar sólo a un hombre, cordial y risueño. Cuesta cifrar el número de pesados que debió de acoger por un rato en su casa aquel doctor en Farmacia y Ciencias Naturales. Hoy queda claro su perfil científico, si bien las relaciones con la comunidad médica tampoco fueron sencillas. Después de que empezaran a llegar noticias de un mal uso del ácido, que en muchos casos se publicaron de modo sensacionalista, la droga se prohibió y la mayoría de sus colegas se sumó a la proscripción, efectiva a mediados de los años 60. En sus libros (sobre todo Mundo interior, mundo exterior y Cómo descubrí el ácido y qué pasó luego en el mundo), el bad trip se expone con el mismo celo empírico que los mayoritarios efectos de plenitud. El LSD queda definido por Hofmann como "una droga que no crea adicción física ni psicológica, y muy poco tóxica en cuanto a su efectividad psíquica, pero en la que cada ingesta da lugar a una experiencia singular, con delirios impresionantes, según la dosis, la constitución psicológica, el estado de ánimo y el factor ambiental". Hofmann no ocultaba que, paseando por los prados y bosques de su Suiza natal, de niño tuvo experiencias visionarias. Le decidieron a analizar el mundo material, mientras que el estudio de las sustancias psicoactivas nace de su particular conciencia espiritual y de volver a esas visiones tempranas. He aquí la manera de abrir la válvula de una realidad que en lo cotidiano recibimos psíquicamente con una intensidad controlable. Así como su labor científica se inscribe en una disposición mística, el pensador humanista ahondó en la arqueología cultural en los libros Plantas de los Dioses y El camino a Eleusis.La experimentación en México con otros hongos cerró el llamado círculo mágico, al verificar que los principios activos de estas drogas rituales semejan a los del LSD, droga de la que, de hecho, ya hay constancia desde el siglo VI por documentos que revelan la ingesta masiva accidental del parásito. Cabe destacar la amistad con Timothy Leary, Ernst Jünger y Aldous Huxley. Leary empezó estudiando el LSD en la Universidad de Harvard. Hizo encargos de ácido a Sandoz, pero, de pronto, en 1963, el escritor pidió casi un millón de dosis bajo el remitente de una organización dedicada a trabajar "para la libertad internacional". El paquete no viajó a EE. UU., si bien Hofmann, que siempre desdeñó el uso de la droga como moda juvenil, y que no entendía los viajes a la India si tienes un jardín cerca de casa, no dejó nunca de considerar a Leary el apóstol del LSD, ya que él era el padre. Este desencuentro marca un uso hedonista de la droga que llega hasta hoy, quizás con más información, pero sumido en las aristas del mercado negro, siempre alegrado por los juguetones pictogramas de los ácidos distribuidos en cartoncitos: pingüinos, supermans, elfos, plátanos verdes, simpsons, budas, acaso chikilicuatres... Un tipo de consumo que a menudo forcejea con la afirmación de que el hallazgo del LSD modificó el arte, el pensamiento y la conciencia humana. Sabido es que la televisión y el ácido surgen al mismo tiempo, pero que sólo uno superó el muro de lo útil. Con Jünger, el contacto fue estrecho, compartieron experimentos y en varios libros el escritor expuso el resultado. Pero la relación más intensa es con Huxley, el creador vicario del LSD por medio del soma de la anti-utopía Un mundo feliz. La admiración fue mutua. En el tramo final de la vida de Huxley, emotiva. En La isla, último libro del inglés, se habla de la droga moksha, similar al LSD, que se administra en tres momentos de la vida: como iniciación juvenil, en alguna crisis aguda y para afrontar la muerte. Huxley valoraba a Hofmann como el descubridor de la medicina moksha, y este sugiere que Huxley expiró voluntariamente, en medio de los dolores de un cáncer, ingiriendo LSD. Decíamos que Ernst Jünger - "alguien muy sensible a quien había que medir mucho su dosis"- trasladó sus experiencias a varios libros. Hofmann reconocía a duras penas estas descripciones, sacadas de experiencias hechas en un ensayo en grupo, y las achaca al talento del artista. Hofmann se ocupó de la descripción científica, pulcra, así como tratan de describir los viajes aquellos libritos sobre la droga que uno encuentra aún en librerías de lance. Son todos espléndidos, subyugantes, una extensión espuria de la literatura fantástica, tanto más excitante cuanto sabemos que la experiencia es real. Y necesita comunicarse. Pero no es fácil, pues mientras el consumidor avezado escribe "la palabra calidoscopio no hace justicia a lo que veo", el ensayista inexperto cede a menudo al risible "no hay palabras". Albert Hofmann pervive en todos sus libros y en todas estas otras tentativas de juntar el mundo interno y el mundo externo. Al fin y al cabo el cénit de cualquier consumo - fascinante, cósmico, íntimamente solitario- de la dietilamida del ácido lisérgico.

Hofmann Básico
1906 - 2008. Químico suizoDescribió la estructura de la qui­tina, pero se lo conoce por ha­ber sintetizado por primera vez el LSD, mientras estudiaba los alcaloides del cornezuelo del centeno. Miembro del Comité del Nobel, tuvo intercambio inte­lectual con el Círculo Eranos (K. Kerényi), así como con Mircea Eliade y Ernst Jünger, uno de los primeros que probó el ácido.



La voz nueva: 50 años de Bossa Nova


Se considera su nacimiento en 1958, con la edición del simple "Chega de saudade", de Jobim y Vinicius, interpretado por Joao Gilberto. Se desarrolló en la década del 60 y revolucionó la música popular. Aquí, claves de un fenómeno y una entrevista a Roberto Menescal, pionero del género que lunes y martes encabezará un espectáculo celebratorio en el Gran Rex.

Por:

Federico Monjeau



POSTAL BAHIANA Joao Gilberto, el creador de "La batida" en la guitarra (un modo de tocar clave en la interpretación de la Bossa), enseñando Yeites a Caetano y Gal Costa.








LLENA ERES DE GRACIA. Vinicius de Moraes, ya veterano, con la auténtica "garota de Ipanema".



Hace justo medio siglo, en agosto de 1958, llegaba a las tiendas de San Pablo y Río de Janeiro el disco simple de 78 rpm Chega de saudade, una composición de Tom Jobim y Vinicius de Moraes, en la interpretación de Joao Gilberto. De otro lado figuraba Bim Bom, una pieza con letra y música del propio Joao Gilberto cuya onomatopéyica formulación constituía toda una novedad poético-musical. Era el nacimiento de la bossa nova. El mismo tema Chega de saudade había salido en abril de ese mismo año en la versión de Elisete Cardoso, con arreglos orquestales de Jobim y Joao Gilberto en la guitarra, pero sólo en la voz de Gilberto ese original samba canción alcanzaría su revolucionario estatuto. La grabación de ese disco -preciosamente documentada en el libro Chega de saudade, de Ruy Castro- no fue fácil; primero, no fue fácil convencer al productor de Odeón Aloysio de Oliveira de encarar esa rareza; segundo, no fue fácil debido al neurótico perfeccionismo de Gilberto (quien en las extenuantes sesiones de grabación acusaba al mismo Jobim de "brasileño perezoso"). El disco terminó vendiendo 15 mil copias entre agosto y diciembre de 1958, curiosamente primero con mayor acogida en San Pablo que en Río de Janeiro. Hasta entonces el término bossa nova se había empleado como una cualidad, como sinónimo de distinción y personalidad. Probablemente hizo su primera aparición en un samba de Noel Rosa de 1932, Coisas nosas: O samba, a prontidao e outras bossas/ Sao coisas nossas, sao coisas nossas. Pero con la irrupción de Joao Gilberto, el término adquirió la definición de una forma musical. Por las nuevas armonías; por un estilo guitarrístico basado en la oposi ción entre los cuatro dedos y el pulgar de la mano derecha; por la suspensiva síncopa dentro del tradicional metro del samba; y en el caso particular de Joao Gilberto, por una manera de cantar completamente inédita, que fluctúa sobre la batida formando una gran palabra ininterrumpida con todas las palabras de la canción, que Gilberto pronuncia casi sin separar, demorando exquisitamente la frase como si estuviese cansado por el efecto de la carga. Pero además de la invención particular de Joao Gilberto, la bossa nova fueron también las composiciones musicales de Jobim, Baden Powell, Carlos Lyra y Roberto Menescal, la poesía de autores como Vinicius de Moraes y el genial Newton Mendon»ca, autor de la autodescriptiva Samba de una sola nota y de la irónica Desafinado, por sí sola un auténtico manifiesto modernista. El surgimiento de la bossa nova coincide con la inauguración de Brasilia, esa increíble incrustación futurista en medio del planalto. Brasil asistía a una especie de nueva fundación, y en materia de música podía incluso aspirar a ciertos aires imperiales. La bossa nova conquistó el mundo de inmediato, y tuvo una extraordinaria recepción entre los jazzistas estadounidenses. En noviembre de 1962 tuvo lugar el primer gran concierto en el Carnegie Hall de Nueva York; al año siguiente, la grabación del disco Getz/Gilberto; poco después vinieron las grabaciones de Jobim con Frank Sinatra. La bossa nova fue mudando de escenario. Estados Unidos pasó a ser la nueva patria del movimiento, que se había dispersado en el Brasil. Como dice en estas páginas Roberto Menescal, con la dictadura militar instalada en Brasil en 1964 perdió sentido seguir hablando del mar y las meninas. Como observó Ruy Castro, con el show Opiniao de Nara Leao, la musa de la bossa nova se transformó en musa de protesta, en una época en que la generación universitaria estaba necesitando algo de ese género.La bossa nova decayó, pero sin ella no habrían sido posible los desarrollos posteriores. Como señala otro historiador del movimiento, Tarik de Sousa: "Hacia el fin de la década de 1960 e inicios de los 70, la bossa nova caducaba. Sus últimos posibles continuadores, revelados en los Fesivales, Milton Nascimento y Egberto Gismonti, no quisieron cargar con ese peso, entonces la bossa nova se transformó en otra cosa y la fusión jazz-samba se transformó en baión-rock. Hoy se puede decir que la bossa nova sobrevive básicamente en el ensanchamiento armónico y en la apertura de visión que permitió a la música popular no temer las alturas del jazz y más tarde, con la ayuda del tropicalismo, caminar hasta la música erudita contemporánea." Tarik de Sousa escribía esto a mediados de los 80. Unos años después el resurgimiento llegaría impensadamente de la mano del pop, por músicos de las nuevas generaciones como Beck, Beastie Boys y Sean Lennon, además del prolífico japonés Ryuichi Sakamoto y del antropólogo musical David Byrne, tal vez el primero de todos con su Rey Momo de 1989.



Influencia
Por Mariano del Mazo Hace años, ante cierto abucheo del público de un teatro de San Pablo, Joao Gilberto toreó: "Me voy a vivir a Buenos Aires, capital de Brasil". A su manera estaba manifestando la devoción con la que los argentinos tratan a los músicos brasileños. La relación viene de lejos y un punto de partida es la década del 60, años en que la bossa nova comenzó a expandirse. Cierta clase media porteña descubrió esta música durante sus viajes a Río de Janeiro y Punta del Este. La bossa nova era sinónimo de sofisticación e intelectualidad y aparecía entremezclada entre la nouvelle vague, el cool jazz, el Di Tella, la revista Confirmado y las noches del boliche Jamaica en las que Salgán se animaba a tocar algún choro.La influencia de la bossa nova en la cultura porteña es hoy poco visible pero profunda. Digamos solamente que el primer hit del rock argentino, La balsa (escrito por Nebbia después de un balbuceo de Tanguito), fue compuesto sobre los acordes de Garota de Ipanema.


Luna de miel
Por Sergio Mihanovich - MúsicoRecuerdo cuando me casé por civil. Al mediodía hicimos un almuerzo familiar, a la noche una fiesta con amigos. Y en la fiesta se apareció Pipo Mancera con Joao Gilberto y Os Cariocas. Fue el 27 de octubre de 1962. Era la época del Bar Jamaica y de 676, un boliche de la calle Tucumán que unos admiradores de Piazzolla armaron para contratarlo a Astor. Yo tocaba en uno y en otro, en trío o en quinteto. Una noche se aparecieron el Tamba Trío y Maysa Matarazzo con el quinteto de Roberto Menescal. Paraban en el Alvear y nosotros ibamos a verlos al hotel. Entonces Menescal saba la guitarra y la cosa no paraba más. La luna de miel la pasamos en Río. Allí compuse mi primera bossa nova, Lying on the sand. Antes había hecho un tema pre-bossa para Dick Farney, Un argentino en Brasil, que Joao Gilberto viene amenazando con grabar y que en la última visita a Buenos Aires me pidió que se lo cantara por teléfono. Yo le ofrecí ir a tocárselo al hotel, pero él prefirió que se lo cantara tres veces por teléfono.


Siempre está volviendo
Con motivo del medio siglo de este subgéro, EMI ha lanzado una interesante serie de CDs. Algunos títulos: Blue Note plays bossa nova (un álbum triple que compila casi cuarenta bossas interpretadas por jazzeros), Milton Nascimento and Jobim Trío, Jazz & Bossa del contrabajista Ron Carter y Agarradinhos, de Leila Pinheiro y Roberto Menescal, entre otros.Por otra parte, la semana próxima será lanzada en DVD la película Vinicius de Moraes, de Miguel Faria Jr., filme que rastrea la leyenda del poeta carioca. El material incluye un concierto y testimonios de Caetano Veloso, Gilberto Gil, Maria Bethania, Toquinho, Carlos Lyra, Edu Lobo y muchos más.

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