viernes, 26 de septiembre de 2008

Del arte a la preversión



En ocasiones puede no ser sencillo establecer una relación histórica coherente en lo que hace a la evolución del arte. Y otras veces esta experiencia puede llegar a resultar dolorosa. Acaso la palabra dolor siga hoy llamando la atención de algunos, puesta al lado del término arte, muy a pesar de que no es ningún concepto nuevo, ya sea que hablemos de las Lamentaciones de la música pre-barroca o, más acá en el tiempo, de la poesía de Rimbaud, del teatro de Antonin Artaud o del Guernica de Picasso. En realidad, la concepción misma del arte quizás esté relacionada con una conmoción de los sentidos, al margen de que se promueva por lo placentero o por su contrario.Pero el punto está, precisamente, en lo difícil que es establecer el rumbo y la naturaleza del arte. En algún momento, los cánones artísticos comenzaron a ser manejados por una aristocracia que anticipó, de algún modo, lo que más tarde se convertirá en la industria cultural: la obra de arte comenzó a convertirse en un objeto estético de consumo, perdiendo con ello sus características esenciales. La reacción de los verdaderos artistas, de quienes en verdad necesitaban decir algo con sus obras, fue plasmada entonces en esa famosa expresión francesa que incita a épater le bourgeois, vale decir, a escandalizar con un arte reaccionario a quienes pretendían adueñarse del arte sin comprender su naturaleza.El problema fue que por la misma puerta por la cual ingresaron a los tiempos modernos las vanguardias, y que ellas sean bienvenidas, irrumpió solapadamente otro concepto: el de la provocación como un supuesto modo de arte. Pero ya no hablamos de un arte rupturista, como podría ser el de Marcel Duchamp, sino de la idea de que una provocación, por el sólo hecho de serla, pueda ser considerada arte, sin importar su forma ni mucho menos su contenido.¿Es una vaca descuartizada conservada en formol una obra de arte, como sugiere Damien Hirst (y no sólo él, sino también quienes le dieron por esa obra el polémico Premio Turner en 1995)? ¿Qué hay, por ejemplo, de las palomas de León Ferrari que dejan caer sus naturales deposiciones sobre imágenes religiosas estratégicamente ubicadas en la base de sus jaulas? ¿La emblemática pieza para piano de John Cage 4'33", consistente en un silencio para el instrumento que dura justo lo indicado en su título? ¿Las latas de sopas Campbell de Andy Warhol? ¿Y qué hay de la famosa Gioconda de Leonardo? ¿Cuál es la razón que nos lleva a considerar este último ejemplo como arte, casi sin dudarlo, al menos hasta el momento en que nos preguntan en qué se sostiene nuestra certeza?En una galería de Nicaragua, un supuesto artista costarricense llamado Guillermo Vargas realizó recientemente una instalación titulada Exposición N° 1. Sobre una de las paredes de un cuarto vacío, Vargas escribió una frase: "Somos lo que leemos", decía en grandes letras, formadas con comida para mascotas. Luego hizo capturar un perro enfermo, que deambulaba por las calles, lo ató con una soga para que no pudiese salir de aquel cuarto, y simplemente lo dejó allí, sin alimento ni agua, hasta que muriese.
Cómo puede concebirse que una perversión semejante sea considerada arte, es algo que no se comprende. Pero no deja de tener razón Vargas cuando, señalado por quienes quisieron demostrar lo aberrante de su propuesta dijo: "Lo importante para mí era mostrar la hipocresía de la gente: un animal así se convierte en foco de atención cuando lo pongo en un lugar blanco donde la gente va a ver arte, pero no cuando está en la calle muerto de hambre." Y luego agregó: “Nadie llegó a liberar al perro, ni le dio comida o llamó a la policía. Nadie hizo nada.” ¿Cuáles son los límites del arte? Lo más grave del caso es que la delgada línea que separa al arte de la aberración en algunos casos, y en otros de su propia caricatura, parece estar cada día más borrosa. Acaso sea tiempo de que comencemos a mirar nuevamente hacia dentro de nosotros mismos, en busca de una respuesta más precisa.
Publicado por Germán A. Serain



Estimados, les adjunto copia del "Correo de Lectores" publicado en la Revista "AMADEUS" 103.3 Nº 50 correspondiente al mes Septiembre - 2008.
Cordialmente, Armando J. Ayache



En la edición del pasado mes de julio de esta revista se publicaba un artículo que, bajo la firma de Germán A. Serain, cuestionaba los límites del arte y hacía mención de varias obras vanguardistas, entre ellas la pieza titulada 4'33'' del compositor estadounidense John Cage, consistente en un silencio para piano de cuatro minutos con treinta y tres segundos (es a esta duración, precisamente, a lo que alude el título), y al trabajo que en 1917 inaugura el concepto de ready-made, que es el mingitorio que Marcel Duchamp presenta como obra de arte en un museo neoyorkino con el provocativo y sugerente título de "Fontaine". A partir de dicho artículo, el lector Carlos Cleriére elabora las reflexiones que se producen a continuación y que quedan, por supuesto, sujetas a un saludable debate que invitamos a nuestros restantes lectores a proseguir.

Señor Secretario de la Revista de AmadeusDe mi mayor consideración:Escribo a usted para hacerle llegar un comentario sobre su inteligente artículo “THIS IS NOT ART” (Esto no es arte) publicado en la última página del número correspondiente al mes de julio de la revista de Amadeus.Con respecto a la pregunta sobre si la pieza de John Cage es arte o no lo es, se puede inferir una respuesta de una observación formulada por el maestro Daniel Barenboim en su reciente visita al frente de la orquesta alemana. En un reportaje dijo que “ninguna obra musical puede ser explicada en palabras”, y la única forma de explicar 4’33” es por medio de palabras. Yo creo que esto ya es toda una respuesta.Es evidente que John Cage al concebir una obra así ha procurado que los sentidos no intervinieran y que el oyente (si podemos llamarlo así) se vinculara con la obra intelectualmente (pero no sensorialmente). La idea según la cual para que nuestro pensamiento sea intelectual debe desvincularse de lo sensorial es un concepto muy difundido en nuestra cultura. Reiteradamente me he preguntado qué es lo que se busca al querer alejarse de lo sensorial. Quizá se busca “alejarse de lo material hacia lo espiritual”, o quizá se busca llegar a “un pensamiento abstracto”, pero resulta que existe un lenguaje que es a la vez espiritual, abstracto y sensorial -la música- lo cual quiere decir que existe algún error muy bien disimulado en lo más profundo de nuestra cultura.Nuestra cultura parece ignorar que el arte, en todas sus formas, es la actividad del ser humano que mejor relaciona lo sensorial con lo intelectual. Creo advertir un conflicto entre lo sensorial y lo verbal sin mayores fundamentos, pero que a pesar de no estar fundamentado es aceptado por la mayoría de las personas sin demasiadas objeciones y casi siempre se resuelve a favor del lenguaje verbal, en detrimento de los lenguajes que se originan en la percepción. Este conflicto queda expresado en la frase “se piensa con palabras”, como si los músicos no pensaran con sonidos o los pintores no pensaran con formas y colores.Marcel Duchamp (también mencionado en el artículo de usted) fue un amigo personal de John Cage, y fue quien dijo: “Cuanto más apela una obra a los sentidos, más animal se vuelve.” Y dijo también: “Yo quería llevar la mente del espectador a regiones más verbales.” Este conflicto ya estaba presente a finales del siglo XIX. Es decir, antes de que se inventara el Arte Abstracto, que equiparó las artes visuales con la música.En esa época, el poeta y crítico de arte Gabriel Aurier había escrito: “En el arte, los objetos solamente pueden aparecer en cuanto signos (...) lo importante es la idea”; frase que suscitó la reacción de un pintor admirable -Camille Pisarro- quien en una carta dirigida a su hijo puso: “Verás cómo este literato razona sobre la punta de una aguja; de hacerle caso, en rigor no sería necesario pintar o dibujar para hacer arte”. Agregando luego lo siguiente: “Es bueno tener sensaciones para tener ideas. Este señor, parece habernos tomado por imbéciles.”Frases como “donde mueren las palabras, comienza la música”, o bien “una imagen puede decir más que mil palabras”, están indicando que el ser humano es capaz de atravesar experiencias que no son reductibles a palabras, pese a lo cual no faltan quienes cuestionan esas inocentes “estrategias defensivas”, propias de las personas identificadas con la música o el arte visual. Por ejemplo, el escritor Fernando Savater dijo: “Si bien una imagen puede expresar una idea, si nosotros no contamos con las palabras que nos permitan verbalizar esa idea, es como si la imagen no hubiera expresado nada”; pero al decir esto, pasó por alto que lo esencial de una imagen no consiste en “expresar una idea”, sino en mostrar una estructura formal. Cuando las estructuras formales son percibidas por seres humanos (no por animales), se convierten en ideas.Los elementos percibidos pueden conformar una imagen visual o pueden conformar una melodía musical; en ambos casos serán ideas (sin duda), pero éstas no podrán ser expresadas verbalmente. Será imprescindible que lo expresado en una obra musical o en una imagen visual sea percibido por nuestros sentidos, so pena de “no significar”. Las palabras pueden ayudarnos mucho a comprender un cuarteto de cuerdas o a comprender un cuadro impresionista, pero en toda estructura formal -auditiva o visual- hay un componente irreductible que no puede ser traducido al lenguaje verbal y que deberá ser percibido por nuestros sentidos.Hegel decía que el lenguaje no consiste solamente en nombrar las cosas, sino que es “un estar ahí del espíritu”, lo cual evidentemente vale para todos los lenguajes: el espíritu de Beethoven está en las obras de Beethoven, y con respecto al lenguaje visual, el teórico italiano Luigi Pareyson decía que toda obra de arte es un autorretrato (porque en ella podemos ver el espíritu de su autor).Las obras como la de John Cage que motiva este comentario no abundan en la música; son excepcionales. En cambio, en las artes visuales las consecuencias de haber afirmado Duchamp que quería llevar la mente del espectador “a regiones más verbales” han producido estragos en una disciplina que había logrado, a comienzos del siglo XX, una autonomía equivalente a la de la música.La cronista especializada en arte de un importante matutino porteño decía hace poco: “Los nuevos rumbos de las artes visuales, cada vez son menos visuales.”Esperemos que la música no se aparte nunca de lo sensorial. Lo deseo invocando frases del propio Marcel Duchamp: “Entre el arte y estos objetos hay una antinomia fundamental”... “Los elegí con indiferencia y con un ausentismo estético absoluto”... “Se los arrojé a la cara como un desafío, y ahora los admiran por su belleza estética.”Más claro imposible: THIS IS NOT ART.Firmado: Carlos Cleriére.

En cuanto al artículo que origina esta carta, no ha sido subido a la página de Amadeus, pero está prácticamente replicado en mi blog personal, en esta dirección:

http://bitacoramundi.blogspot.com/2008/03/del-arte-la-perversin.html

Germán A. Serain



Nota:

Para "profundizar" en esta obra se recomienda visitar el sitio: https://www.uclm.es/artesonoro/olobo3/Fetterman/Variaciones.html

Videos:

John Cage at The Barbican
http://www.youtube.com/watch?v=hUJagb7hL0E

John Cage - 4'33" by David Tudor

http://www.youtube.com/watch?v=HypmW4Yd7SY


El silencio de Eric Satie anticipó al de John Cage


Puede resultar cruel decirlo de una manera un tanto fría, sobre todo para un compositor que cuenta en su haber con obras que no fueron simplemente revolucionarias o subversivas, sino también muy logradas. Sin embargo, la creación más conocida de John Cage es 4.33 , su obra silenciosa, aquella que, presentada en 1952, produjo uno de los sacudones más comentados de la historia de la música. 4.33 es una obra en tres movimientos que se extiende exactamente por cuatro minutos y treinta y tres segundos y a lo largo de los cuales no hay que tocar nada. Para piano, orquesta o ensamble de tubas, la obra "suena" igual. Curiosamente, de haber sido una obra paradigmática de oposición a la tradicionalidad y a ciertas instituciones musicales y de una gran originalidad en la valoración del silencio, 4.33 se ha transformado en una obra que es representada, ocasionalmente, casi como una obra de culto. En una presentación de la pieza por la Sinfónica de la BBC, conducida por Lawrence Foster el director ingresa, da la señal de comienzo y luego permanece estático. Los músicos pasan el tiempo en absoluto reposo y el público guarda un silencio respetuoso, sólo alterado, vaya novedad, por las toses que aparecen entre cada uno de los movimientos. Mucho más humorístico que vanguardista, Eric Satie, varias décadas antes que Cage, también imaginó las virtudes del silencio. Sobre todo si las obras por interpretar eran poco felices. Como alguna de las suyas. Por eso, en cierta oportunidad, Satie, autocrítico, irónico y ocurrente, recomendó que la mejor manera de tocar su música para piano era "con ambas manos en sus respectivos bolsillos".


Por Pablo Kohan

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