viernes, 5 de septiembre de 2008

Aniversario Manuel Bandeira
El poeta de la mirada tierna
El autor de Libertinagem, que murió en Río de Janeiro hace cuarenta años, renovó la poesía brasileña de principios del siglo pasado junto con Carlos Drummond de Andrade y Cecília Meireles. Su verso, en el que resuenan las cadencias del portugués hablado, es rescatado aquí en nuevas traducciones del autor de El enigma del sufrimiento


Santiago Kovadloff
Para LA NACION

Los poemas propuestos por esta pequeña selección aspiran a insinuar, aunque más no fuere, la maestría lírica alcanzada por una de las figuras centrales de la literatura contemporánea del Brasil. Manuel Bandeira murió el 13 de septiembre de 1968, en Río de Janeiro, hace cuarenta años. Había nacido en Recife, Pernambuco, en 1886. Su vida acompañó y protagonizó la transición del ya agónico Brasil imperial al incipiente país moderno, republicano y velozmente industrializado, que no por eso dejaría de ser, tanto en su tiempo como en el nuestro, una nación de contrastes sociales desgarradores.

Bandeira estuvo entre los primeros que supieron conciliar el ejercicio de la poesía con los recursos rítmicos y elocutivos del portugués hablado y cotidiano. Como pocos, supo explorar los conflictos que dieron forma a la subjetividad de su tiempo. Pero si bien su sagacidad al respecto es indiscutible, la ternura que determinó los acentos de su enunciación confiere a su estilo el rasgo distintivo dominante.

Carlos Drummond de Andrade, Murilo Mendes, Jorge de Lima, Mário de Andrade, Cecília Meireles, Augusto Frederico Schmidt fueron algunos de los escritores fundamentales que con él llevaron adelante esa tarea innovadora.

Desgraciadamente, poco se sabe en la Argentina de esa formidable labor. Cuando en nuestras culturas de lengua castellana se ensanche la conciencia del aporte realizado por la poesía brasileña a la literatura latinoamericana del siglo que pasó, Manuel Bandeira alcanzará entre nosotros el reconocimiento que se le debe. Mientras tanto, me complace creer que estas versiones, discutibles como son, pueden contribuir en algo a atenuar la distancia que todavía nos separa de ese momento indispensable.

El cactus



Aquel cactus recordaba los desesperados gestos de la escultura:

Laocoonte oprimido por las serpientes,

Ugolino y los hijos hambrientos.

Evocaba también el seco nordeste, palmeras,

pobres matorrales

Era enorme, aun para esa tierra de grandezas

excepcionales.

Un día, un huracán furibundo lo arrancó de cuajo.

El cactus cayó a lo ancho de la calle,

Rompió las cercas de las casas,

Impidió el tránsito de tranvías, automóviles, carros,

Arrancó los cables eléctricos y durante

veinticuatro horas privó a la ciudad de

iluminación y energía:

Era bello, áspero, intratable.


Arte de amar



Si quieres sentir la felicidad de amar, olvídate

de tu alma.

El alma arruina el amor.

Sólo en Dios ella puede saciarse.

No en otra alma.

Sólo en Dios -o fuera del mundo.

Las almas son incomunicables.

Deja que tu cuerpo se entienda con otro cuerpo.

Porque los cuerpos se entienden, pero las almas

no.


Los nombres



Dos veces se muere:

Primero en la carne, después en el nombre.

La carne desaparece, el nombre persiste pero

Perdiendo su casto contenido

-Tantos gestos, palabras, silencios-

Hasta que un día sentimos,

Con un golpe de asombro (¿o de remordimiento?)

Que el nombre querido ya no suena como los

otros.


Santita nunca fue para mí el diminutivo de Santa.

Ni Santa fue nunca para mí la mujer sin pecado.

Santita era dos ojos miopes, cuatro incisivos

claros a flor de boca.

Era la intuición rápida, el miedo a todo, un cierto

modo de decir "Válgame Dios".


Adelaida no fue para mí Adelaida solamente,

Sino también cabellera de Berenice, Innominada,

Casiopea.

Adelaida, hoy apenas sustantivo propio femenino.



Los epitafios también se borran, lo sé.

Pero más lentamente que las reminiscencias

De la carne, menos inviolable que las piedras de

las tumbas.


El bicho



Vi ayer un bicho

En la inmundicia del patio

Buscando comida entre los desperdicios.


Cuando encontraba algo,

No examinaba ni olía:

Tragaba con voracidad.


El bicho no era un perro,

No era un gato,

No era una rata.


El bicho,

Dios mío, era un hombre.


Jacqeline



Jacqeline murió siendo niña.

Jacqeline muerta era más linda que los ángeles.

¡Los ángeles!... Bien sé que no los hay en parte alguna.

Lo que hay son mujeres extraordinariamente

bellas que mueren siendo niñas.


Hubo un tiempo en que miré tus retratos de

niña como miro ahora la pequeña imagen

de Jacqeline muerta.

¡Eras tan bonita!

Eras tan bonita que merecerías haber muerto a la

edad de Jacqeline,


-Pura como Jacqeline.


Visita nocturna



Golpearon a mi puerta,

Fui a abrir, no vi a nadie.

¿Sería el alma de la muerta?


No vi a nadie, pero alguien

Entró en el cuarto vacío

Y el cuarto de pronto cambió,

Me eché en la cama y cerca

De la cama alguien se sentó.


¿Sería la sombra de la muerta?

¿Qué muerta? ¿La inocencia? ¿La infancia?

¿Lo que concebido, abortó

O lo que fue y es hoy sólo distancia?


¡Bendita la que volvió!

Tres veces bendita la muerta.

Quienquiera que sea, la muerta

Que golpeó a mi puerta.


Preparación para la muerte


La vida es un milagro.

Cada flor,

Con su forma, su color, su aroma,

Cada flor es un milagro.

Cada pájaro,

Con su plumaje, su vuelo, su canto,

Cada pájaro es un milagro.

El espacio, infinito,

El espacio es un milagro.

El tiempo infinito,

El tiempo es un milagro.

La memoria es un milagro.

La conciencia es un milagro.

Todo es milagro.

Todo, menos la muerte.

-Bendita la muerte, que es el fin de todos los milagros.




TRANSICIÓN. La vida de Manuel Bandeira acompañó el paso de Brasil imperial al país moderno y republicano Foto: Archivo

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