jueves, 16 de febrero de 2012

Spinetta/la pesquisa espinaca


Por David Wapner















1. El chiste de lúcuma










El 12 de mayo de 1990, alrededor de las 20 horas, caminábamos con Rafael Bini por una calle de Santiago de Chile, Recoleta. Habíamos llegado un par de horas antes, en micro desde Mendoza, en el mítico viaje de los poetas “del 90” invitados al primer encuentro chileno-argentino de poesía en democracia. Rafael y yo, los más viejos del grupo, desclasados de los años ochenta y parte de lo setenta, movidos por el hambre, cruzamos Recoleta y nos sentamos en un puesto de comida rápida que había en una esquina. Pedimos completos y, mirando la carta de helados para el postre, descubrimos helado de lúcuma. Lúcuma, la fruta hermética y spineteana, estaba allí, en forma. Compramos uno cada uno, y nos dimos la vuelta al albergue universitario, sorbiéndolos, con esperanza de que se derritiesen, para poder cantar el chiste que teníamos preparado, “helado de lúcuma, chorreando en mí”. Esa idea era más fuerte que el gusto del helado, que olvidé, y nunca volví a probar.





2. El decreto invisible





Catorce años y medio antes, abril de 1976, estábamos en los antiguos estudios de Canal 7, en el edificio más feo de Buenos Aires, el Alas. Era una prueba para nuestra banda León Dormido, y nos habían llamado luego de varios meses de espera. Queríamos tocar en el programa de Leo Rivas, “El gran musical”, pero el productor, de apellido Leguizamón nos bochó. Decía que nuestra música instrumental ya la hacían otros grupos, pero que, de todos modos, no era el mejor momento. Luego de que yo le lanzara un “pero, ¿tocamos o no tocamos?” su monólogo derivó en Invisible. Aseguró, para darnos ejemplo, que el productor del trío Spinetta-Machi-Pomo había recibido una orden militar de disolver el grupo. Nunca pude confirmar esa afirmación, pero en ese momento me lo creí, no había muchas razones para dudar.





Menos de un año más tarde, vimos debutar a la Banda Spinetta en el velódromo municipal. Compartió cartel con Litto Nebbia pero, por sobre todo, con el octeto eléctrónico de Astor Piazzolla, con Tommy Gubitch en la guitarra eléctrica, el mismo había integrado Invisible para ·El jardín de los presentes. El velódromo estaba lleno, la organización repartía unas alfombritas de papel para no ensuciarse la ropa al sentarnos. Había asepsia en el aire, se pretendía lo mismo del césped y las gradas de cemento. Y así sonó aquel Spinetta pos-Invisible, diluido en un jazz-rock que parecía prestado.





3. El desperfecto de la luz





El Coliseo al mango y las luces de sala encendidas durante todo el concierto. No me convenzo de que haya sido así, pero eso es lo que recuerdo: Elmo tema instrumental que Invisible le dedica, “Tema de Elmo Lesto”. A plena luz, todos vivando la ocurrencia. Y a plena luz “Perdonado” y “Durazno sangrando”, que da nombre al álbum que aquella noche de 1974 se presenta.





No recuerdo qué chistes hizo Spinetta en aquel concierto, pero hubo uno que comentamos a la salida: uno de esos chistes herméticos que solía lanzar el Flaco y que no siempre entendíamos pero lo mismo festejábamos. El verdadero festejo era estar allí, contemporáneos, escuchando aquellos estrenos, cada canción nueva, una mejor que la otra. Letras cada vez menos obscuras, menos telarañas que permitían ver luz. Era el mejor momento, no se repitió un trío así. Lo de las luces encendidas, no fue, supongo, una metáfora. Algún desperfecto técnico, me imagino.





4. El pescado crudo




En 1972, en tercer año del secundario, discutíamos un grupo de “iniciados” sobre las grabaciones de rock nacional. La calidad era mala, pero peor que nada se grababa la batería. No se podía, por deficiencias de equipamiento, o por falta de una estrategia para hacerlo bien. Cuando salió Pescado 2, la discusión se calentó. Era el Álbum Blanco argentino, grabado en una Apex de dos canales. A mi me gustaba ese sonido, pero estaba en minoría: a la mayoría le parecía malo. “La canciones estaban buenas, pero no se entienden las letras, y si a eso le sumás la forma de cantar de Spinetta…” Estaban los anti-spinetta, que acordaban con su forma de cantar, de pronunciar, de acentuar, o se enervaban con sus imágenes herméticas, versos en clave. En el estribillo de “Nena boba”, Spinetta canta:




Yo ya no quiero
perderme en abismos



(¡seis!)




Al fin y al cabo con las
bobas siempre pasa lo mismo




Ese “¡seis!” no figura, no aparece en el libro con las letras manuscritas y dibujos que se incluía en el álbum, pero Spinetta lo grita en el hiato, antes de concluir que “al fin al cabo con las bobas…” Una vez le pedí a Billy Bond, por Facebook, que me definiera “seis”, ¿qué era “seis” en la jerga del rock?:



fuera !!! mal, cagada, inadecuado, medio término, no, equivocado”,



respondió el Bondo (corto y pego tal cual, para no alterar la entonación).




“Spinettalandia”, “Desatormentándonos”, pero, sobre todo, “Pescado 2”, son la mejor oportunidad para acercare a un Spinetta crudo, con crenchas, en camiseta. No sólo por su música y lirismo, sino por el sonido low-fi que destila el álbum doble (y blanco) de Pescado Rabioso. La forma deficiente en que fue grabado y cortado el vinilo, contribuyen a ese milagro. No escuché la versión remasterizada, si es que la hay. A lo mejor sí, pero no interesa escucharla.





5. El misterio de Espinaca




A comienzos de la década de los 80 aparecieron en paredes de Buenos Aires y alrededores unas pintadas que rezaban “Espinaca”. No las firmaba nadie, eran ubicuas, a veces escritas en cursiva, con pintura verde. Lucio Griffoi creía que eran consignas en clave, que podrían aludir a Spinetta. Spinetta no era un personaje clandestino, ¿cuál sería el sentido de tal encriptamiento? ¿Qué nos decían los graffittis verdes? No lo resolvimos. Por aquellos días de nuestro descubrimiento, Lucio y yo nos dedicábamos a recorrer calles para coleccionar in mente las pintadas espinaca que se pudiera. Después de Malvinas, desaparecieron del todo. Eso sucedía en forma simultánea a la profesionalización por decreto militar del rock nacional, que entre los meses de abril y junio de 1982 en que se extendió la guerra, fue tomado por asalto por las grandes discográficas y productores-pulpo como Daniel Grinbank. El rock argentino moría, de este modo, tal cual lo había anticipado Spinetta en su manifiesto de 1973, cuando la salida de Artaud;
“Más vale que los rockeros, cualesquiera sean sus tendencias (…) jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad.”[1]








[1] Luis Alberto Spinetta, Manifiesto rock: Música dura. La suicidada por la sociedad (1973); el texto completo puede encontrarse en internet, en páginas como, por ejemplo http://www.jardindegente.com.ar/index.php?nota=declaraciones_015

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