La novela secreta de los beats
En 1944, William Burroughs y Jack Kerouac, por entonces aspirantes a escritores, se vieron envueltos en la estela de un asesinato que escandalizó Nueva York. El episodio inspiró una narración a cuatro manos que permaneció inédita hasta ahora. Además de un fragmento de la obra, ofrecemos la crónica de su gestación y del nacimiento de la contracultura

Amigos y escritores. Hal Chase, Jack Kerouac, Allen Ginsberg y William Burroughs cerca de la Universidad de Columbia, en una foto de 1944 o 1945
Foto: Allen Ginsberg/ Corbis
Kerouac y el espejo de los otros
Por Héctor M. Guyot
De la Redacción de LA NACION
El espíritu gregario de Jack Kerouac fue determinante para que ese puñado de escritores que hace más de medio siglo sentaron las bases de la contracultura hoy sea recordado como un grupo que devino generación. Los unía la sensación de que el mundo crujía bajo sus pies, es cierto, pero los separaban sensibilidades muy distintas. Fue Kerouac, con su extraordinaria capacidad de empatía, quien a lo largo de aquellos años mantuvo, sin proponérselo, el espíritu de cuerpo. Todos podían reflejarse en él, y de algún modo, sucesivamente, él se buscó en el resto de los integrantes de la tribu. Quizá por la prematura muerte de su hermano mayor, Gerard, a quien le dedicó una conmovedora novela que rescata las pequeñas y a veces dolorosas epifanías de la infancia, Kerouac siempre necesitó un ladero en sus correrías y en su aventura literaria. Al principio, en los años cuarenta, en la ebullición del encuentro, se deslumbró con la verba whitmaniana de Ginsberg, con quien solía trenzarse en larguísimas y trasnochadas conversaciones, y con las lecturas y el halo fáustico de Burroughs. Pero pronto pasaría de la sofisticación del autor de Junkie a concentrar su entusiasmo en la energía dionisíaca de Neal Cassady, un ex convicto con ambiciones literarias que luego, con sus larguísimas cartas, le inspiraría el estilo de En el camino. Su siguiente héroe ya pertenecería a la Costa Oeste. La amistad –la identificación– de Kerouac con el poeta Gary Snyder, si se quiere uno de los primeros ecologistas, estudioso además de la cultura japonesa, se correspondió con su inmersión en el budismo y las religiones orientales. Por supuesto, todos ellos quedaron retratados, con nombres en clave, en sus novelas. Pero además de aportarle material narrativo, representaron para el escritor el espejo donde éste reconocía –para después desplegar– aspectos muchas veces contradictorios de su compleja personalidad. La obra temprana escrita a cuatro manos que se acaba de exhumar no fue la única colaboración entre Kerouac y Burroughs. Aunque en esa otra oportunidad, en rigor, fue Kerouac quien llegó en auxilio de Burroughs cuando éste, en una habitación de Tánger, se ahogaba en la maraña de papeles donde había escrito la que sería su obra más reconocida. Kerouac no sólo mecanografió esos textos revulsivos y fantasmales sino que además les encontró el título con el que llegarían a la imprenta: El almuerzo desnudo. Lo que se dice un buen amigo.
La misma prosa electrizada
Por Pablo Gianera
De la Redacción de LA NACION
El encuentro literario entre Jack Kerouac y William Burroughs en 1944 fue el principio de un engañoso y aparente desencuentro. Cuando escribieron juntos, ninguno de los dos había publicado nada: The Town and the City, de Kerouac, apareció en 1950, y Junkie, de Burroughs, en 1953. Tiempo después de haber escrito un libro juntos, escribieron dos libros que podrían leerse como el mismo libro: en un sentido, Los subterráneos es el reverso heterosexual de Queer, escrita en los años cincuenta pero publicada tres décadas más tarde. Los horizontes divergían. Burroughs habría querido ser Samuel Beckett; Kerouac, Thomas Wolfe o Marcel Proust. Semejantes afinidades electivas delimitaron los perímetros de su imaginación. En El trabajo , libro de conversaciones con Daniel Odier, Burroughs se había declarado en contra de la confusión entre la literatura y el periodismo o la antropología: "Una novela no debería descargar sobre el lector una cantidad de observaciones puramente fácticas". El venablo estaba dirigido antes al Truman Capote de A sangre fría que a las profusas peripecias del amigo beat. Claro que los dos crearon mitologías: uno inventó una mitología del mundo, de los desplazamientos por el mundo con actitud falsamente vitalista; el otro imaginó una mitología de pesadilla para el paisaje del inframundo. Ambos creyeron inventar procedimientos de signo contrario: la prosa espontánea y el cut-up se oponen del mismo modo en que lo hacen la adición expansiva y la sustracción sentenciosa, literalmente, el recorte. Pero sería un error derivar de aquí que Kerouac era una especie de humanista que creía en la transparencia y en la inmediatez y Burroughs un cínico que confiaba en la lejanía. Hay una zona, la zona del adelgazamiento anecdótico y el espesor de la lengua, en la que Nova Express se encuentra con Visiones de Cody o Doctor Sax (cuyo personaje fáustico fue modelado sobre la silueta del autor de El almuerzo desnudo ). En una entrevista incluida en su reciente Lata peinada, el argentino Ricardo Zelarayán hablaba de escritores a los que no se les podía cambiar una palabra porque todo el texto era como un circuito eléctrico y hacerlo implicaba interrumpir ese circuito. "Kerouac tiene esa corriente eléctrica", agregaba. Le faltó decir que esa prosa electrizada es también la de Burroughs. Los dos sabían que solamente los refractarios filamentos de metal hacen posible la incandescencia.
Y los hipopótamos fueron hervidos en sus tanques
El desayuno antes del crimen
Este fragmento de la novela descubierta es el preludio de la tragedia que se va a desencadenar sobre un grupo de amigos
Por Jack Kerouac y William Burroughs
Salí de lo de Dennison a las seis y me encaminé a casa, en Washington Square. La calle estaba helada y brumosa, y el sol estaba detrás de los muelles del East River. Caminé hacia el este por la calle Bleecker después de entrar en Riker a ver si encontraba a Phillip y Al. Cuando llegué a Washington Square, estaba tan adormilado que ni podía caminar en línea recta. Subí al departamento de Janie, en el tercer piso, arrojé la ropa sobre una silla y empujé a Janie para hacerme lugar en la cama. El gato corría de un lado a otro sobre la cama jugando con las sábanas. Cuando me desperté el domingo a la tarde, estaba bastante tibio y la orquesta filarmónica sonaba por la radio de la habitación del frente. Me incorporé y espié para ver a Janie sentada en el diván, cubierta tan sólo por una toalla arrollada en la cabeza para secarse el cabello después de una ducha.
Phillip estaba sentado en el suelo, cubierto apenas con una toalla y con un cigarrillo en la boca, escuchando la música, que era la primera sinfonía de Brahms.
-Eh -le dije-, tirame un cigarrillo.
Janie se acercó y me dijo "buenos días" como una niña sarcástica y me dio un cigarrillo.
-Jesús, qué calor -dije.
Y Annie dijo:
-Levántate y toma una ducha, pedazo de desgraciado.
-¿Qué pasa?
-No te hagas el estúpido. Anoche fumaste marihuana.
-De todas maneras, no era buena -dije, y fui al baño. El sol de junio inundaba la habitación y cuando abrí el agua fría fue como sumergirme en una sombreada laguna, allá en Pensilvania, una tarde de verano.
Después, me senté en la habitación del frente con una toalla y un vaso de naranjada fría, y le pregunté a Phillip dónde había ido la noche anterior con Ramsay Allen. Me dijo que después de irse de lo de Dennison se habían encaminado hacia el Empire State Building.
-¿Y por qué fueron al Empire State Building? -pregunté.
-Estábamos pensando en tirarnos desde allí. No me acuerdo bien.
-Así que pensaban tirarse, ¿no?
Charlamos un rato sobre la Nueva Visión, que en ese momento Phillip trataba de entender, y después, cuando terminé mi naranjada, me levanté y fui al dormitorio a ponerme los pantalones. Dije que tenía hambre.
Janie y Phillip empezaron a vestirse, y yo fui al nicho que llamábamos la biblioteca y revolví las cosas sobre el escritorio. De una manera lenta, estaba casi listo para volver a embarcarme. Acomodé unas cosas en el escritorio y volví a la habitación del frente, y ellos ya estaban listos. Bajamos la escalera y salimos a la calle.
-¿Cuándo vuelves a embarcarte, Mike? -preguntó Phillip.
-Bueno -dije-, en un par de semanas, supongo.
-Qué mierda eres -dijo Janie.
-Bueno -dijo Phillip mientras cruzábamos la plaza-, yo mismo he estado pensando en embarcarme. Como saben, tengo mis papeles de marino en regla, pero nunca me embarqué. ¿Qué tendría que hacer para que me tomaran en un barco?
Se lo expliqué brevemente.
Phillip asintió, satisfecho.
-Voy a hacerlo -dijo-. ¿Hay alguna posibilidad de que nos asignen el mismo barco?
-Bueno, sí -le dije-. ¿Lo decidiste repentinamente? ¿Y que dirá tu tío?
-Estará encantado. Le alegrará ver en mí una actitud patriótica y todo eso. Y le alegrará librarse de mí por un tiempo.
Expresé mi satisfacción ante la idea. Le dije a Phil que siempre era mejor embarcarse con un amigo por las dudas de que hubiera problemas con los otros miembros de la tripulación. Le dije que a veces el lobo solitario era el que la ligaba peor, especialmente si no le gustaba mucho hablar con los demás. Ese tipo de marinero, le dije, inadvertidamente despertaba las sospechas de los otros marineros.
Fuimos al Frying Pan, en la calle Octava. A Janie todavía le quedaba algo de dinero de su último cheque del fondo fiduciario. Era de Denver, Colorado, pero hacía más de un año que no volvía a su casa. Su padre, un anciano viudo y rico, vivía en un hotel de lujo, y ocasionalmente le enviaba cartas donde le contaba lo bien que lo estaba pasando.
Janie y yo pedimos huevos fritos con tocino, pero Phillip pidió huevos hervidos durante tres minutos y medio. Había una camarera nueva detrás del mostrador, que le lanzó una mirada hostil. A mucha gente le molestaba la apariencia exótica de Phillip y lo miraba con suspicacia, como si creyeran que era un drogón o un maricón.
-No quiero que Allen sepa que voy a embarcarme -estaba diciendo Phillip-. La idea fundamental es sacármelo de encima. Si se entera, es capaz de jorobarlo todo.
Me reí.
-No conoces a Allen -dijo Phillip, muy en serio-. Es capaz de cualquier cosa. Hace demasiado tiempo que lo conozco.
Dije:
-Si quieres librarte del tipo, dile que te deje en paz y se mantenga lejos.
-No serviría de nada. No se mantendría lejos.
Bebimos nuestro jugo de tomate en silencio.
-No entiendo tu lógica, Phil -le dije-. Me parece que no te molesta que ande todo el tiempo encima de ti, siempre que no se te tire un lance. Y a veces puede resultar cómodo tenerlo cerca.
-Se está poniendo incómodo -dijo Phil.
-¿Qué pasaría si se enterara de que vas a embarcarte?
-Cualquier cantidad de cosas.
-¿Qué podría hacer si se enterara después, cuando ya te hubieras embarcado?
-Probablemente estaría esperándome en el puerto de llegada, con una boina y abriendo almejas en la playa con cinco o seis muchachos árabes a sus pies.
Me reí.
-Ésa sí que es buena -dije.
-No querrás que ese marica se meta en tus cosas -le estaba diciendo Janie a Phillip.
-Pero eso de la playa es buenísimo -dije.
Llegaron nuestros huevos, pero los de Phillip estaban completamente crudos. Llamó otra vez a la camarera y le dijo:
-Estos huevos están crudos. -Ilustró su afirmación hundiendo la cuchara en un huevo y sacándola con una larga estela de clara cruda.
La camarera dijo:
-Dijo huevos apenas hervidos, ¿no es cierto? No podemos cambiarle las cosas cuarenta veces.
Phillip empujó sus huevos sobre el mostrador.
-Dos huevos hervidos cuatro minutos -dijo-. Tal vez eso simplifique el asunto. -Después se volvió hacia mí y empezó a hablar sobre la Nueva Visión. La camarera se llevó los huevos de un manotazo y fue hasta la ranura por la que pasaban los platos desde la cocina. "Dos hervidos cuatro minutos."
Cuando volvió con los huevos, estaban bien. La camarera puso el plato con violencia delante de Phil. Él se puso a comerlos tranquilamente.
-Muy bien -dije cuando terminé mi desayuno-. Mañana vas a Broadway, como te expliqué, para alistarte. Te garantizo que podemos conseguir un barco esta misma semana. Estaremos en mar abierto antes de que Allen se entere.
-Bien -dijo Phillip-. Quiero salir de aquí lo antes posible.
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