martes, 14 de diciembre de 2010

La guerrilla argentina en los '70

Héroes y antihéroes del realismo sucio

Este año, desde perspectivas muy diversas, una serie de libros retomó el relato sobre el accionar guerrillero y su conflictiva relación con el último Perón. Aquí, la diferencia con textos anteriores, una lista de títulos y las opiniones del historiador Luis Alberto Romero y de dos periodistas, autores de investigaciones recientes.

Por MARCOS MAYER

LIDERES MONTONEROS. Mario Firmenich y Roberto Quieto, días antes del regreso de Perón y la Masacre de Ezeiza.

En tiempos menos comprometidos, Horacio González, hoy director de la Biblioteca Nacional, dedicó un libro ejemplar al análisis del fenómeno Página/12.

La realidad satírica se publicó en 1992, cuando el diario que dirigía Jorge Lanata estaba en pleno apogeo y generaba una adhesión casi masiva del progresismo argentino. Cada capítulo de los doce que componen el texto es una hipótesis y la séptima lleva por título El narrador omnisciente. Allí se analiza la posición en que se piensa el periodista al relatar la realidad y se dice, entre otras cosas, respecto de las aspiraciones del periodismo crítico, lo siguiente: “Expresa el más viejo reclamo democrático: saber qué se habla en las tinieblas donde se decide el destino de las personas comunes.” Los ejemplos a los que recurre González y a los que postula como contrapuestos son los de Horacio Verbitsky (acababa de publicarse su exitosísimo Robo para la corona ) y Joaquín Morales Solá. El tiempo del fulgor de Página/12 coincide con el de mayor esplendor y repercusión del libro periodístico, un género que con caídas y ascensos se viene manteniendo desde comienzos del período democrático con la aparición de Malvinas, la trama secreta, escrito por Oscar Raúl Cardoso, Ricardo Kirschbaum y Eduardo Van der Kooy, y publicado por primera vez en septiembre de 1983. En ese caso, las tinieblas a develar serían –y el título elegido es más que revelador en este sentido– los oscuros años de la dictadura y los entretelones de la guerra.

Siempre hay algo por revelar en un libro periodístico, que es casi por definición una suma de oscuridades sobre las que echar luz. Esa es su promesa, la que reflejan las contratapas que garantizan: “El autor renueva su decisión de contar la verdad acerca de los hechos más dramáticos de nuestra historia” (Operación Primicia); “Valiosísimo aporte para la comprensión de una época conflictiva” (Firmenich).

Las utopías del mercado siempre tienen algo qué decir. Al fin y al cabo, son la expresión de un deseo legítimo, promover la reunión del producto con su demanda. Pero, en definitiva, más allá de las revelaciones que se ofrecen, el modelo que se repite es el de la investigación, los pasos que llevan de la oscuridad a la puesta bajo el foco de la opinión pública, lo que no se sabe que se transforma en dato compartido por todos. Si este es el objetivo, puede pensarse que el estilo de escritura elegido por cada uno de los autores para revelar las escenas ocultas, marca su forma de ver las cosas.

Horacio González habla de folletín y de grotesco en el caso de Verbitsky, algo que tiene que ver con el estilo del periodista que abunda en la concatenación de episodios y personajes, muchas veces hasta lo farragoso y una mirada entre burlona y descalificadora de la escena que se relata. Se podría decir que en este estilo descalifica a aquellos de quienes se ocupa a través del escarnio del sarcasmo y la demolición surgida de la suma incontrastable de pruebas, episodios y conexiones entre los hechos narrados. La mirada, de todos modos, es siempre exterior a los hechos.

En ese sentido, la comparación con el gran modelo de la investigación periodística que sigue siendo Operación Masacre de Rodolfo Walsh, puede aportar algunas pautas e incluso algunas preguntas. La diferencia, que tiene que ver con los tiempos, a la vez que con los estilos, es que Walsh se involucra directamente en la historia que cuenta, ya desde el inicio en primera persona. Es como el detective de la serie negra, corre riesgos, es parte de la narración, comparte el destino de las víctimas, es narrador, personaje y testigo. Ese lugar de la primera persona se ha reservado hoy a los prólogos; el mandato periodístico exige separar sujetos de objetos. Lo dicen claramente los autores de la biografía de Firmenich: “Este libro no toma la agenda de los enemigos de Firmenich ni tampoco la de sus admiradores.” El uso de la primera persona en la narración pone en entredicho el género –“otras cosas que hago para ganarme la vida y que llamo periodismo, pero que no es periodismo”, escribe Walsh en el prólogo de Operación Masacre. En Walsh, la ficción es la vía regia de acceso a los hechos prohibidos y lo que construye el relato. Hoy es un recurso cuando falta la documentación. La reconstrucción de la escena del crimen, una hipótesis.

Lo clásico

Durante 2010, ha aparecido una serie de libros que relata lo ocurrido en las vísperas del golpe y que hace especial hincapié en el accionar guerrillero y en su conflictiva y muchas veces sangrienta relación con el último Perón. Desde muy diferentes perspectivas, con mayor o menor distancia de lo narrado, proyectando casi siempre ese pasado a los conflictos del presente, la lista es amplia e incluye algunas reediciones, como la voluminosa biografía de Rodolfo Galimberti, de Roberto Caballero y Marcelo Larraquy, quienes escriben este texto que reproduce la contratapa: “Sin más intenciones que la de escribir nuestro primer libro, engendramos un clásico de la investigación periodística, quizás el primero del siglo XXI, que tomó por sorpresa a muchos, incluso a nosotros mismos”. También es una sorpresa esa autoadjudicación de texto inaugural a la biografía de quien fue la cara más visible de la JP en los 70.

Es difícil adscribir a esta afirmación, en general los clásicos se sedimentan en tiempos más prolongados. Pero en el texto agregado que incorporan los autores a esta edición, publicada a diez años de la primera, aparecen algunos elementos que permiten ver la evolución de la mirada periodística sobre ese conglomerado de política y violencia que es el retrato consolidado hoy de lo que se llama los 70 y que en realidad de extiende desde 1968 hasta las vísperas del golpe de 1976. Allí se propone, y en ese mismo sentido van también los dos libros que dedicó Ceferino Reato a las dos mayores operaciones de Montoneros en democracia: el asesinato de Rucci y poco más de un año después el copamiento del Regimiento 29 ubicado en la provincia de Formosa, romper con dos visiones del período a las que se considera hegemónicas: el de los victimarios, el relato militar, por un lado y la defensa del accionar guerrillero, por el otro. Sostenida con más énfasis en Caballero y Larraquy, la hipótesis es que este nuevo modo de contar los setenta obedece a un recambio generacional dentro del oficio. Los nuevos relatores de la época no estarían contaminados por las diversas épicas que acarrean inevitablemente las historias que los antecedieron.

Pero el género, la forma escrituraria que eligen sigue siendo deudora de textos como los de Verbitsky. La escena rescatada de la oscuridad no es ya la del poder contemporáneo a la escritura sino la de la guerrilla, sus concepciones y operativos. La propia dinámica del gesto de la revelación marca el estilo de estos libros y a muchos otros, como la biografía de Firmenich, escrita a dos manos por Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Algo que podríamos catalogar como realismo sucio, una forma de narrar que se corresponde con el seguimiento de los antihéroes de los 70. No hay concesiones, las miserias no se esconden sino que se exhiben, una fuerte apuesta a la narratividad y la consistente mezcla del dato menor con el relevante. La biografía del jefe montonero se abre con un diploma recibido en el club de Leones de Ramos Mejía por una composición titulada “La paz es posible”. Se rompe incluso aquí lo que parecía una marca de estilo de las biografías periodísticas, la elección de un momento que se supone concentra y explica al personaje y que lanza líneas hacia el pasado y el futuro.

Operación Primicia, de Ceferino Reato, se atiene al orden cronológico, tal vez impulsado por la consigna que establece su autor en el prólogo: “Un libro periodístico debe concentrarse en los hechos, tal como fueron, y explicar sus causas y consecuencias.” Para los héroes, se reserva otro estilo, la elegía. Es a esta forma a la que apelan Hugo Montero e Ignacio Portela en Rodolfo Walsh. Los años montoneros, editado por Sudestada. El tiempo verbal elegido para el relato es casi siempre el presente, un presente histórico. “Raimundo no se banca los rodeos, Rodolfo lo sabe. Con Raimundo, la cosa es blanco y negro, nada de largos argumentos para justificar indecisiones, nada de vueltas.” Así se cuenta la reunión del escritor con el sindicalista Raimundo Ongaro. Como si la escena ocurriera una y otra vez. La dimensión del heroísmo tiene algo que ver con la posibilidad de reiterarse en lo simbólico. No es una elección casual, porque introduce un tono especial, entre épico y analítico, en el relato que tiene que ver con el lugar de héroe, en este caso adjudicado por partida doble a Walsh, como militante y como intelectual.

La manera de contar que elige Juan B. Yofre al abordar la relación de Perón con la guerrilla es la picaresca y la búsqueda de permanente complicidad con el lector. En las páginas de El escarmiento. La ofensiva de Perón contra Cámpora y los Montoneros. 1973-1974, abundan expresiones del estilo de “usted va a ser partícipe de algunos de los documentos que Perón leía y que le sirvieron para diseñar sus discursos. También sabrá de sus confesiones íntimas y sus padecimientos.” A la hora de las apuestas, Yofre no repara en gastos. Ofrece a sus lectores un poderosísimo zoom que los acerca a las escenas más inaccesibles, a la cocina política nada menos que de Perón.

Y su intento ha sido recompensado, su libro es el más exitoso de esta camada 2010 de revisiones de los 70, vendiendo 70.000 ejemplares desde su edición en julio de este año, exactamente el doble del texto de Reato.

¿Será eso lo que se espera no sólo de un libro periodístico sino del ejercicio del periodismo en general? ¿La ilusión de la falta total de distancia entre las escenas públicas y las escenas privadas del poder? El suceso de El escarmiento habla de un estado del periodismo actual, o al menos de las expectativas que genera. Sus anteriores libros no habían tenido tanta repercusión de ventas.

Otros textos eligen el camino de la reparación y del homenaje. En la introducción a su La guerrilla invisible, dedicado a la historia de las FAL, Ariel Hendler escribe: “Hechos desconocidos u olvidados, que jamás alcanzaron el honor de ser incluidos en el relato de aquello que suele llamarse, con dudosa precisión, ‘los años setenta’ ”. Sus trescientas cincuenta páginas demuestran, con la contundencia de los datos, que no fue todo Montoneros y ERP en la guerrilla argentina.

El tren de la victoria, escrito por Cristina Zuker trabaja en registros diferentes a la media. Tal vez no sea casual que haya sido editado por un sello de los pequeños, Del Nuevo Extremo, pese a llevar un prólogo de Horacio Verbitsky. Involucrada de manera personal en este desentrañamiento doloroso de la llamada Contraofensiva lanzada por los Montoneros en plena dictadura, siguiendo el hilo de las historias de su propia familia, la autora trata de entrar en un territorio que hoy todavía parece inexplorado: el de las motivaciones de quienes creyeron que era posible dar una lucha por el poder estando los militares sólidamente instalados en el gobierno.

Cuando todo es presente

Hermanados o levemente distanciados por el estilo, lo que puede decirse que son estos libros de historia, al menos si aceptamos que es la historia el saber que se ocupa de los hechos del pasado. Sin embargo, en su abrumadora mayoría están escritos por periodistas (con la única excepción en las ediciones de este año de 73/76. El gobierno peronista contra las “provincias montoneras” de Alicia Servetto, profesora en la Universidad Nacional de Córdoba, sobre el que se volverá más adelante). O sea, quienes se ocupan, por profesión, de los hechos del presente. ¿Forma parte del presente ese pasado contado por periodistas? Podría decirse que hay una voluntad por parte de estos textos de situarse en este horizonte. Claramente, Operación Primicia, de Ceferino Reato.

En su epílogo, titulado “Angeles y Demonios”, se dice respecto del estilo de los Montoneros –“arrogancia y militarismo”– que “esta imagen no es la que prefieren muchos ex militantes y ex guerrilleros ni la que enarbolan los Kirchner, a quienes les gusta mostrarse como los herederos de aquella ‘juventud maravillosa’”. A partir de allí empiezan a cuestionarse aspectos de la política de derechos humanos del gobierno. No se trata de discutir o no estos planteos sino de preguntarse por la pertinencia de su inclusión en un libro que relata un episodio ocurrido hace bastante más de tres décadas. No se trata de uno de esos libros que suele reseñarse, con lo cual se hace interesante atender a lo que escribió Miguel Russo en el periódico El Argentino bajo un título que no da lugar a dudas: “Operando se conoce gente” que adjudica a este libro y al de Yofre la única intención de desacreditar al gobierno nacional.

De alguna manera, el relato del pasado queda tramado en lo que parece ser el principal, sino el único debate cultural de la Argentina de estos tiempos: la relación entre los medios y la política. Por ahora, esa discusión se resuelve sólo en una especie de blanqueo cuya consigna parece ser que cada periodista debe explicitar una toma de posición y que el viejo anhelo de objetividad se ha revelado de una vez y para siempre como una impostura.

Por ahora, periodismo y academia están incomunicados. La amplia bibliografía del libro de Servetto no incluye ningún libro periodístico sobre el período, ni siquiera como fuente primaria. Como si hubiera que empezar de cero. La cuestión no es tan secundaria como parece. Aunque los hechos sean los mismos, la mirada e incluso la ética de periodista e historiador difieren. El estudioso del pasado está sometido a una tensión entre los valores del ayer y aquellos que rigen el hoy. Esa distancia insalvable lo pone ante ese lugar en el cual, como escribió el italiano Carlo Guinzburg, “nuestro conocimiento del pasado es inevitablemente incierto, discontinuo, lagunoso, basado sobre una masa de ruinas y fragmentos”. La cita pertenece a El hilo y las huellas , un libro que no sólo debieran leer los historiadores. Si esto efectivamente es así, no sólo sirve para justificar esta ola continua de obras sobre los setenta dado que no hay más chances que sumar ruinas y fragmentos de un pasado que no termina de dibujarse, sino también para problematizar la manera en que debe contárselos.

El horizonte del periodismo, es, por el contrario, el del presente y sus valores. No hay una comprensión-aceptación de la insalvable diferencia entre aquello que se relata y el universo ético-cognoscitivo del narrador. De allí que los setenta siguen siendo un espacio habitado por héroes y antihéroes que no son juzgados como tales en función de su tiempo sino de los valores del presente. En esa ambivalencia, los muertos llevan las de ganar. Los antihéroes del realismo sucio –Firmenich, Galimberti, los sobrevivientes del ataque al cuartel de Formosa que, de acuerdo con Reato, cobran injustamente sus indemnizaciones como víctimas del Terrorismo de Estado– pagan con la condena moral el haber sobrevivido. La demonización de Firmenich, el jefe que no ha muerto, que aún deambula por un mundo que no lo acepta, es una prueba en este sentido. El indulto de Menem lo ha privado incluso del lugar de condenado. Los caídos ya tienen un panteón asegurado lo cual, sin ser tan insidioso, es también una forma de la injusticia. Algo de eso cuestiona el libro de Cristina Zuker.

Como una nota al margen de este sistema de valoraciones, se puede señalar el trato diferencial a dos figuras de idéntico peso intelectual y similar trayectoria política como son Rodolfo Walsh y Juan Gelman. El primero está entronizado como paradigma del intelectual comprometido; el autor de Gotán es alguien respetado, pero ante todo en su trabajo como poeta. Como si escindiera su costado militante –bastante intenso por cierto–, o se lo acotara a la lucha que ha emprendido por recuperar a su nieta secuestrada por militares uruguayos.

Estos libros, queriéndolo o no, terminan, como efecto de escritura o de lectura, instalados en esos tiempos que constituyen todavía el núcleo contaminante de la Argentina: la dictadura, que es lo que pareciera no permitir miradas menos atadas a las posiciones e intereses del presente, como las que podría ofrecer un estudio histórico. Es que fue el momento en que se robaron identidades, se esfumaron personas para que no dejaran rastros, se exhibieron infamias, se concretaron negocios que nunca hubieran sido posibles en otras circunstancias, se transfiguraron palabras dignas y se traficó con valores que hoy resultan sagrados. Aquella época que en una de sus conferencias, en el Sur, Jon Lee Anderson, calificó sin muchos eufemismos: “La política se definía por la forma de organización de la violencia”.

Los libros periodísticos se limitan a documentar, a sumar papeles o en algunos casos a traspapelarlos, pero no se preguntan por la forma de transmitir la distancia y la cercanía de la violencia y del horror. Todavía pareciera que estamos en una etapa testimonial, como si los setenta fueran un pozo cuyo fondo aparece lejano. Las historias que nos vienen contando aún esperan ser escritas.

Lo que falta en estos libros

Por LUIS ALBERTO ROMERO - Director de la colección Pasado Presente

De los muchos estudios publicados sobre las organizaciones armadas de los años 70, la mayoría son libros periodísticos o historias militantes. Siempre útiles, tienen sin embargo limitaciones: unos aportan mucha información, pero no siempre bien controlada; otros suelen estar sesgados por su propósito reivindicatorio. Pero gradualmente, los historiadores van haciendo sus aportes al campo, cuya calidad va mejorando. Creo que, además de esa necesaria cuota de profesionalidad, sería provechoso un cambio de enfoque. Hasta ahora los autores se han concentrado en las organizaciones armadas, reducidos grupos militarizados, con una lógica de funcionamiento peculiar, que modela la subjetividad de los militantes allí encerrados. Tema interesante pero limitado. Es hora de agregar otra dimensión: la sociedad en la que esas organizaciones surgieron y actuaron.

En los años 70 la Argentina, fuertemente movilizada y politizada, vivió una suerte de primavera de los pueblos. Con el impulso a la participación surgieron organizaciones y asociaciones, cada una con propósitos específicos, que se politizaron rápida y profundamente. Hubo muchos proyectos para cambiar el mundo, cercano y lejano. Diversas propuestas procuraron darles forma política, entre ellas las de los guerrilleros. Creo que hace falta pensar, problematizar e investigar los lazos entre este asociacionismo politizado y las organizaciones armadas.

El caso más apasionante es el de JP/Montoneros. Entre 1972 y 1974 una gran variedad de grupos gremiales, barriales, profesionales, estudiantiles y políticos se enrolaron en Montoneros y aceptaron su dirección. El arco incluyó desde los obreros de la JTP o los estudiantes de la JUP hasta los villeros peronistas, los artistas o los abogados. En esos agitados años, fueron visibles en infinidad de conflictos y también en las calles, movilizados y encuadrados. Poco sabemos de sus relaciones con el núcleo político militar. Sin duda fueron variadas, complejas y contradictorias. Las mismas preguntas son válidas, mutatis mutandis , para el otro bando. Es un gran tema. Allí se encuentra una de las claves para entender una sociedad que, en esos años, generó lo que luego llamará sus demonios. Una explicación de este vasto proceso que vaya más allá de la crónica, requiere articular procesos sociales, políticos, ideológicos y culturales, de corto y largo plazo. Abordarlo requiere una gran solvencia. Es tarea para historiadores profesionales. Ojalá la emprendan.

Los setenta como tema periodístico

Por DANIEL GUTMAN

Tal vez los años 70 sean un terreno demasiado cercano y demasiado riesgoso para los historiadores, por la controversia que aún generan. Son enormemente atractivos, en cambio, para los periodistas que estamos a la búsqueda de buenas historias para investigar y para escribir. Resulta sorprendente que, a pesar de todo lo que ya se ha publicado, en los 70 todavía sea posible descubrir costados y episodios escasamente relatados, que contienen mucho de lo que tiene que tener una historia para que interese leerla e interese escribirla: personas en situaciones límite, violencia, actitudes heroicas y conductas de poca o ninguna humanidad, grandes sueños y dolorosas realidades.

Y si los historiadores están mejor preparados para analizar los fenómenos históricos, los periodistas resultamos más aptos para construir narraciones atractivas que expliquen menos pero cuenten más y dejen más espacios abiertos a la participación de quien lee. En el camino, muchos libros periodísticos han hecho en los últimos tiempos valiosos aportes historiográficos.

La desmesura criminal de la represión ilegal fue de tal magnitud que durante unos cuantos años fue complicado indagar en muchas acciones de las organizaciones guerrilleras, que no las dejan bien paradas. Tal vez el temor a la acusación de favorecer la teoría de los dos demonios conspiró contra un relato más real. Hoy ese velo se ha corrido y, entre los ex miembros de organizaciones guerrilleras hay más predisposición a hablar y a contar los hechos como sucedieron –con una visión no tan ideologizada– de la que por lo menos yo esperaba cuando empecé a trabajar en mi libro. Esto contribuye a que puedan escribirse historias que no sólo son más fieles a la realidad sino también más atractivas, porque muestran a hombres y mujeres de carne y hueso, con sus grandezas y sus miserias.

El contraste entre la radicalización y el voluntarismo de una parte significativa de la juventud setentista y el escepticismo frente a la política que caracteriza a la generación que integro, que ha pasado la mayor parte de su vida en democracia, es otro punto que también atrae. Es indispensable poner en contexto los hechos de aquella época. Pero al mismo tiempo resulta valioso no perder la mirada actual, que tiene menos prejuicios y completa el escenario. Resulta enriquecedor el relato de un narrador que se mueve en esa ambigüedad, que sólo podemos aportar quienes no tenemos una experiencia personal de los 70.

Contar con un lenguaje equitativo

Por ARIEL HENDLER

Investigar la historia reciente, trabajar con testimonios de ex militantes de la lucha armada de los años 60 y 70, nos hace entrar en contacto con hechos que sus protagonistas preferirían no revelar, o hacerlo pero ocultando su participación en ellos. Y no siempre se trata de epsodios luctuosos o sangrientos. Alguien que hoy lleva una vida pública, que tiene alumnos o pacientes, puede elegir no dar a conocer un pequeño “delito contra la propiedad”, aunque éste haya tenido en su momento –y conserve hoy– un hondo significado político. Tiene también el derecho a preservarse de las posibles consecuencias legales de esta confesión tardía; más aún si el hecho no es tan inocuo.

Por lo tanto, es inevitable que nuestra historia (las FAL, en mi caso) escamotee algún dato, relevante o no. Ahora bien, ¿esto significa traicionar el compromiso con la verdad? ¿Nos hace contar una verdad a medias, a la medida de los biografiados, su biografía “autorizada”? Entiendo que no. Se trata, más bien, de un acuerdo de confidencialidad con el entrevistado. Esta persona que se sentó horas a contarnos su vida no lo hizo para que su testimonio se le vuelva en contra al tomar estado público. Si nos confió secretos es para ayudar a alumbrar parte de la historia que le tocó vivir, a condición de guardarse ciertos detalles sin que ello afecte la comprensión profunda de los hechos. Porque todo es historia, pero los actores aún están vivos.

Por eso, no hay duda de que el primer compromiso ético es cuidar a la fuente, al protagonista.Pero entonces surge otra duda inevitable: ¿puede considerarse “periodísticamente correcto” guardar todas estas consideraciones metodológicas con los ex militantes de la lucha armada, nuestros biografiados, e ignorarlas con el enemigo? Entiendo que no, que no es correcto hacerlo. Esto no tiene que ver sólo con la ideología del autor, sino más bién con sus ideas sobre las normas básicas del trabajo periodístico o historiográfico. Por eso, creí necesario encontrar una forma de equidad entre ambos casos; no en el juicio político (eso es imposible), pero sí en el tratamiento de los hechos y los testimonios.

La decisión fue limpiar el texto de toda adjetivación descalificatoria a priori: “genocida”, “torturador”, “represor”, y otros términos de uso corriente que prejuzgan sobre un personaje antes de exponer los hechos que podrían condenarlo. Tal vez, así el relato del pasado reciente gane en riqueza de argumentativa y credibilidad.

Inventario: la guerrilla en nuevos títulos

Operación Primicia, de Ceferino Reato (Editorial Sudamericana).

El tren de la victoria, de Cristina Zuker (Del Nuevo Extremo).

Firmenich, de Felipe Celesia y Pablo Waisberg (Aguilar).

El escarmiento, de Juan Bautista Yofre (Sudamericana).

73/76, de Alicia Servetto (Editorial Siglo XXI).

Rodolfo Walsh, los años montoneros, de Hugo Montero e Ignacio Portela (Editorial Sudestada).

La guerrilla invisible, de Ariel Hendler (Vergara).

Galimberti, de Marcelo Larraquy y Roberto Caballero (Aguilar).

Sangre en el monte, de Daniel Gutman (Editorial Sudamericana).

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