viernes, 17 de septiembre de 2010

T.S. Elliot/Mujica Láinez

Un montón de imágenes rotas


"Abril es el mes más cruel" ha pasado a formar parte del inventario de citas anónimas de las que echamos mano; eso lo vuelve, al menos en parte, un clásico. Faretta analiza ese verso de T.S. Eliot, su sentido y hondura, su potencia como poema y símbolo de resurrección.

Por: Angel Faretta










ANGEL FARETTA. Escritor, crítico y teórico del cine. Autor, entre otros, de "Espíritu de simetría".


April is the cruellest month..., "Abril es el mes más cruel". Este es uno de los comienzos más famosos de la poesía moderna. En rigor, no es el verso completo, ya que Eliot luego suma la palabra breeding ­"criando"­ para dar con el pentámetro yámbico. Cinco acentos agudos luego de otros tantos átonos, obsesión nacional del inglés poético, aunque muchos ingleses confiesan que no pueden distinguirlo salvo que se percuta de tal manera que suene algo innatural para el oído contemporáneo. Como lo hacen actores de esa lengua al interpretar a Shakespeare.

"Abril es el mes más cruel" ha pasado a formar parte del acervo citatorio anónimo, lo cual lo vuelve, al menos en parte, un clásico. Tanto que a esta expresión se la cree una de las tantas citas diseminadas a lo largo de La tierra baldía y no una expresión original. Sucede lo mismo con el Otras voces, otros ámbitos de Truman Capote que siempre se ha creído otra cita. Cierto que el rooms original se vuelve todavía más "literario" o connotativo cuando el traductor Floreal Mazía lo vierte al castellano como "ámbitos" y no "lugares".

"Abril es el mes más cruel" no es una cita. Si bien Eliot suma el breeding para lograr el pentámetro, esta palabra puede dar la clave tanto de este hermético comienzo como, luego de que se encabalga con Lilacs out of the dead land ­"lilas surgidas de la tierra muerta"­ del verso siguiente; se abre el significado de buena parte del poema. De su correlato objetivo, como señalaría el propio autor en un célebre ensayo, aunque escrito con anterioridad al poema. En rigor, la expresión "correlato objetivo" fue tomada de la fenomenología de Husserl.

¿Por qué la crueldad de ese abril? Porque es la primavera, al menos en el hemisferio norte. ¿Pero es cruel la primavera? Es o era imagen tradicional saber que todos los elementos anteriores a la Revelación fueron preanuncios ­"poesía universal" según Vico­ de lo que se volvería transparente con la Encarnación. Así los números y los colores, sus combinaciones y analogías, y los diferentes modos de manifestación natural o de esa otra naturaleza creada por el hombre. Abril es cruel en tanto que primavera, porque ese volver todo a f lorecer ­a verdear podría decirse­ menta tanto la promesa de un renacer como también todo "lo verde" por inmaduro. A lo que todavía no está en sazón como el auténtico fruto maduro, que se deja en la rama y no se arranca "verde". A todo aquello que nace en forma inerte. Como mero numeral biológico.

Esta ambigua condena poética a la primavera se repite en la argentina Silvina Ocampo, cuando en el inicio de uno de sus poemas dice "la primavera inmunda". Esta duplicidad con respecto a lo primaveral es condición hondante de todo auténtico símbolo. Su perfecta convergencia de opuestos. Así lo blanco es lo puro, virgen e inmaculado. Pero también lo frío, la parálisis, la nada, como en "la mente en blanco" y "la página en blanco". Como muy bien lo empleara ­doblemente­ Herman Melville en Moby Dick.

Pero en The Waste Land es el mes de abril el que aparece como sinónimo de primavera, y no mayo ni las partes de marzo y junio que corresponden a esa estación. Es que abril toma su nombre de Afrodita, la Venus latina, bajo cuyo numen se fundó Roma el 21 de ese cuarto mes. Exactamente al comienzo del signo de Tauro, cuyo planeta regente es Venus.

Por eso Roma ­en un espejo­ es Amor. Claro que Roma es la capital no sólo de este amor venéreo sino también del otro amor producto de una Resurrección primaveral. De allí el nombre sacerdotal de Roma, que era Flor, y las fiestas de abril, las Floralia.

Así como esta ciudad es tanto la capital imperial por excelencia como la de ese otro poder que "no es de este mundo". Dos fuerzas, dos amores, dos primaveras, dos centros de poder.

A la duplicidad de la primavera, que es doble signo de esperanza e inmadurez a un tiempo, se da esta otra forma de lo dúplice de Roma-Amor. Tanto del venéreo pasional como del otro Amor que serena a aquél, pero que también lo contiene y lo lleva en sus entrañas. De allí estas lilas (azucenas, lirios, lises) que está "criando la tierra muerta" como flores de resurrección pero y también como flores "reales" e imperiales.

Pero en abril sucede otra resurrección y otra primavera florida. La Pascua de Resurrección que conduce a Roma y vuelve a llevar, especularmente, a reflejarse en otro amor. Pero si esa cíclica renovación se vuelve inerte y sólo calendariamente repetida, si la Pascua se vuelve una mera estación y un estacionar inerte ­como el de las cosechas, los frutos y las bestias­ esa Resurrección definitiva de otro amor se queda exclusivamente en el amor venéreo de una Roma en su fase "anterior". Que se reflejará en el verdear primaveral de esas lilas que resurgen de la tierra muerta. Esta repetida renovatio primaveral será un amor verde e inmaduro.

Ese círculo en el cual se recae cíclicamente ­"las multitudes dando vueltas en círculo ("walking round in a ring")­ es aquel del estoicismo inútil de un asentir pasivo a un repetido retornar cíclico. Al decir de San Agustín: "Sólo la cruz de Cristo nos saca del laberinto circular de los estoicos". Porque si de esa primavera que es Pascua ­o sea pasaje­ y que es Amor no resucitamos siquiera en parte, sólo queda "A heap of broken images", un "montón de imágenes rotas". Imágenes rotas que son "These fragments I have shored against my ruins", los "fragmentos con que he apuntalado mi ruina". Para esta ruina es indiferente que los restos y fragmentos sean las figuras del tarot o las diversas citas en alemán, latín y hasta sánscrito, puesto que estos fragmentos se vuelven nueva Babel ­"Unreal City"­ sin el centro del que han fugado.

Llegamos al "cruellest", "lo más cruel" referido al mes de abril. La lengua inglesa no es tan germánica como se piensa, sino que en buena parte es latina, vía el normando. "Cruel" es tanto lo crudo en la cocción y en lo carnal como es el análogo del verde en lo inmaduro vegetal, pero también cruel deviene en cruento. Es decir sangriento (de cruor), pura sangre, cuyo color es el rojo. Esa sangre se derrama simbólicamente todos los abriles y en el tiempo sólo se derramó una vez. Pero en ambos modos ­en el símbolo y en el tiempo­ se puede resucitar. Pero si en algún abril no se resucita, se queda en lo verdecrudo-cruento-inmaduro-irredento y entonces abril ­vuelve a ser­ es el mes más cruel.






El pintor de la decadencia


Manuel Mujica Lainez fue el escritor que retrató el esplendor y las miserias de la alta burguesía. En este perfil íntimo a cien años de su nacimiento, Eduardo Paz Leston recuerda la vida de un conversador brillante y la obra de un autor genial.


Por: Eduardo Paz Leston






Manuel Mujica Láinez (Buenos Aires, 11 de septiembre de 1910 - "El Paraíso" en Cruz Chica, Córdoba, 21 de abril de 1984)



Levántese y dele el asiento al señor", me dijo mi madre al oído. Yo estaba tomando sol al borde una pileta de natación en la quinta de una amiga de ella. Cuando abrí los ojos vi un hombre de unos treinta y tantos años –treinta y tantos de entonces, diciembre de 1945–, con traje, chaleco y corbata que me atravesaba con la mirada. Quedé aterrado. Era Manucho.

No volví a verlo hasta 1955, pero los amigos de mis padres estaban pendientes de lo que Manucho decía y publicaba. Recuerdo los comentarios escandalizados sobre Aquí vivieron (1949). No se habrían escandalizado si el autor hubiera sido francés, pero alguien que ellos conocían... Dos años después tuve que dar, en diciembre, examen de físico-química. Imposible estudiar algo tan aburrido. Preferí la lectura de Aquí vivieron; no lo podía soltar. Me pareció que estaba dentro de una película, las que eran "inconvenientes para menores de dieciocho años." Me aplazaron. Tuve que rendir examen en marzo. Con la publicación de Misteriosa Buenos Aires (1951) empecé a leer los libros de Mujica Lainez a medida que aparecían. Este segundo libro de cuentos también me fascinó. Recreaba las intrigas y los rituales de la Colonia como si los estuviera viendo, sin el apoyo de una iconografía previa. Todo lo que veíamos a través de sus ojos había salido de su imaginación.

La saga porteña

Los personajes de Los ídolos (1953) guardaban la distancia necesaria para que compartiéramos el punto de vista del autor, que los envolvía en una atmósfera que les daba un carácter mítico, como ocurre con la fatídica tía Duma. La tía Duma, Marco Antonio Brandini, Lucio San Silvestre hablaban muy poco, preservando así el prestigio de sus nombres musicales. En realidad, más que personajes eran figuras, estampas de un pasado difícil de concebir para un muchacho que vivía durante los años del peronismo.

Para los lectores atentos La casa (1953) fue la consagración del autor. La historia de la familia del senador contada por la casa no idealizaba a sus habitantes. Las lágrimas contenidas no evitan una descripción implacable que abarca desde el presuntuoso esplendor hasta la decadencia y la miseria. Esa casa existió, quedaba enfrente del edificio del Jockey Club, incendiado en 1953.

Después de la Revolución Libertadora agregó otra novela a la "saga porteña", como la llamó su editor, a pesar de estar poblada de antihéroes. Como tenía antenas muy finas, Mujica Lainez sabía muy bien que el mundo de su juventud, el de los bailes espléndidos, había terminado. Al liberarse la ley de alquileres, las dueñas de terrenos fabulosos ocupados por grandes tiendas situadas en el centro de la ciudad, empezaron a venderlos, después les llegó el turno a las grandes casas, que pasaron a llamarse "palacios" cuando dejaron de existir. Con estas ventas que dieron a sus dueñas una pasajera sensación de prosperidad, pronto borrada por la inflación, desaparecía un estilo de vida regido por la estética. Fue desplazado por el afán de enriquecerse a toda costa, que trajo la ruina definitiva de muchas familias de clase alta que se apresuraron a colocar su dinero en las financieras.

Intimidad del personaje

De ser amigo de su hija Ana pasé a ser amigo de Manucho. Lo frecuenté desde 1955 hasta su mudanza a las sierras de Córdoba. Lo veía muchas veces en su casa donde festejaba sus cumpleaños rodeado de amigos y parientes. No recuerdo exactamente cuándo murió su suegro a quien no conocí. Pero como yo vivía cerca aproveché para hacer una visita a la familia. No sólo era amigo de Ana sino de uno de sus primos. Cuando el portero me abrió la puerta, me dijo que "no recibían." Se lo conté a Manucho y me contestó: "Sólo a los mayordomos y a usted se les ocurre hacer una visita de pésame el día del entierro." Me reí pero no le dije que esa era la primera vez que lo hacía.

Generalmente lo encontraba en la galería Bonino. Mujica Lainez era el crítico de arte más solicitado de Buenos Aires. Se puede decir sin exageración que creó el interés por la pintura argentina entre personas que no la habían descubierto y que luego serían coleccionistas. Lo vi en otras galerías que exhibían obras de pintores jóvenes no figurativos –era la moda– a los que les hacía preguntas muy precisas como un reportero. Cuando uno después leía la nota, el pintor resultaba más interesante de lo previsto. Mujica Lainez ponía su imaginación en sus críticas, que solían ser breves porque le daban poco espacio en el diario para el cual escribía.

La galería Bonino era lo que se entiende por un microcosmos. Uno podía encontrarse con pintores, escritores, mecenas, coleccionistas. Entre los pintores, el más amigo de Manucho era Héctor Basaldúa, "le brave Hector", como lo llamaba. Solíamos almorzar en casa de las tías de Manucho, tres hermanas solteras que bajo distintos disfraces aparecían en sus novelas. Eran muy peculiares: Pepita, la mayor, se desvivía por la Asociación Santa Filomena. Era seria, distinguida, callada. Había sido dama de honor de la infanta Isabel ("La chata") cuando ésta vino para el Centenario. En sus ratos libres trazaba las genealogías de las casas reales. Ana María, la segunda, parecía un personaje de Las mujeres sabias de Molière. Era delicadamente sonriente, cordial y muy aficionada a la literatura francesa. Marta era la tercera, muy distinta de las demás, gorda, campechana, de voz ronca, autora de radionovelas que se transmitían en varios países hispanoamericanos. También era traductora; la última vez que la vi estaba traduciendo un libro de Feuerbach.

Manucho era el rey de esos almuerzos divertidísimos donde se juntaban sus amigos y las amigas de las tías, señoritas venidas a menos como ellas pero mucho más orgullosas. Había entre los dos grupos una hostilidad no declarada. Recuerdo una conversación entre una de las tías y una amiga de ellas llamada "La Niñita". En esos días había muerto una señora célebre por su belleza y la tía Marta comentó que la difunta se había conservado joven porque todas las noches se vendaba de la cabeza a los pies. Una momia viviente. Las reacciones de los comensales del inmenso comedor variaron entre la admiración y la hilaridad, o las dos cosas en orden sucesivo. La casa de las tías quedaba en Córdoba al 2700; se las alquilaba Bernardo Kordon a un precio moderado.

Otra casa donde Manucho era tratado como invitado de honor era la de Susana Aguirre, la pintora de los barrios de Buenos Aires. La mesa era más chica; cabríamos seis personas. Pero antes de pasar al comedor tomábamos unos riquísimos cócteles que nos ponían a todos de buen humor, y aunque Manucho estuviera más ácido que de costumbre no importaba. De ahí salían las frases que luego repetiríamos. Tal vez no fue en casa de Susana, pero recuerdo que una vez me preguntó: "¿Dónde se ha metido? Usted está hasta en la sopa o desaparece." Y levantando las cejas y haciendo un ademán, agregó: "¿En qué mundos, en qué submundos andará usted?" Le contesté con una sonrisa de complicidad.

El otro Manucho

Pero la fama, la fama esperada que daban los semanarios, llegó con la novela Bomarzo (1962). Cuando fui a la presentación, en la galería Pizarro, para que firmara mi ejemplar, me preguntó qué me había parecido. "Me encerré durante tres días hasta que la terminé. Se parece a Dumas". "Es lo mejor que podés decirme", me contestó. A partir de entonces un nuevo Manucho, el Manucho mediático, comenzó a devorar a Mujica Lainez, que cayó en las redes del personaje social creado por él para defenderse y para atraer a los ignaros. Muchos de los que decían ser sus amigos no lo habían leído.

Los últimos años que pasó en Buenos Aires en su hospitalaria casa de la calle O'Higgins, donde Anita, su mujer, resolvía todos los problemas de orden práctico, Manucho se sintió desplazado por otros escritores y por la invasión de la política en que se implicaron varios hijos de amigos suyos que se unieron a grupos guerrilleros. En su decisión de emigrar a Córdoba seguramente influyeron la tiranía de su "alter ego" y la indiferencia de los lectores. Una vez que se instaló en la inmensa casa de Cruz Chica, trajo a sus tías a vivir junto con él, su mujer y su madre, la misteriosa Lucía Lainez de Mujica Farías.

En Cruz Chica

En el aislamiento de la sierra cordobesa –interrumpido por algunos viajes a Buenos Aires– Mujica Lainez empezó a resurgir, a salir del infernal laberinto barroco en que se había encerrado. Primero fue Cecil (1972), un intento de autobiografía oblicua, luego dos novelas, Sergio (1976) y Los cisnes (1977), que contienen capítulos memorables, seguidas por El gran teatro (1979), de trama artificiosa pero hábilmente construida, un entretenimiento de primer orden como señalé en una reseña publicada en el suplemento cultural donde yo trabajaba, y ya se sabe, trabajar en un semanario, en un suplemento es una incitación a la impertinencia. Se la mandé junto con la entrevista previa a la nota. No me lo perdonó, o mejor dicho me perdonó cuando fui a saludarlo para el último cumpleaños que festejó en Buenos Aires. Lamentablemente no lo felicité por El escarabajo (1982).

Cuando me enteré de su muerte, en 1984, no me sorprendió. A pesar de ser muy disciplinado, no se cuidaba, tenía alta tensión, seguía tomando cócteles y había fumado en exceso. En Buenos Aires se levantaba temprano, escribía a la mañana, tomaba el tren y almorzaba en casa de amigos, luego visitaba exposiciones y comía en algún restaurante, algunas veces conmigo y otros amigos, Jorge Cruz, Guillermo Whitelow, Alejandra Pizarnik y, en una ocasión, con Pepe Bianco con quien se había reconciliado. Por más cansados que estuviéramos, Manucho nos despabilaba a todos. Además de haber sido un escritor admirable, fue el conversador más brillante de su época.

Mujica Lainez Básico
Buenos Aires, 1910-1984.
Escritor

Escribió más de veinte libros (novelas, cuentos, biografías, poemas, crónicas de viaje y ensayos): "Misteriosa Buenos Aires", "Los ídolos", "La casa", "Invitados en el paraíso", "Bomarzo", "El unicornio", "El viaje de los siete demonios", "El brazalete" y "El escarabajo". Varias novelas y cuentos suyos fueron llevados al cine y a la televisión, y el compositor Alberto Ginastera realizó una ópera, hoy legendaria, basada en la novela "Bomarzo". "Manucho" Mujica Lainez obtuvo múltiples premios por su obra literaria, entre ellos el Premio Nacional de Literatura, en 1963, y La Legión de Honor del Gobierno de Francia en 1982. Sus libros fueron traducidos a más de quince idiomas.

El primer artista pop argentino
Daniel Molina
Fue nuestro primer artista pop. Nació en el año del Centenario y en el día en que se conmemoraba la muerte de Sarmiento: el 11 de septiembre de 1910. Lo llamaron Manuel Bernabé Mujica Lainez, pero todos lo conocemos como Manucho. Fue un dandy aplicado que tenía el don de la ubicuidad: estaba siempre en todos los lugares en los que hay que estar para ver y ser visto. A pesar de una vida social tan apabullante, encontró tiempo para escribir unos 30 libros, dar varias veces la vuelta al mundo y publicar cientos y cientos de artículos sobre literatura y arte. Durante tres décadas fue brillante cronista del diario La Nación. Dio fiestas memorables aquí y en su mítica casa cordobesa, que salían en las tapas de las revistas y no se perdió una función del Gran Abono de ópera en el Colón. Le gustaba cultivar una imagen frívola. Coqueteaba con la ambigüedad sexual: una rara ambigüedad, ya que no engañaba a nadie, ni siquiera a las abuelas que trataban de mostrarse escandalizadas por sus alusiones muy directas en una época en la que no se podía ni siquiera mencionar la homosexualidad.
Ficha
Manuel Mujica Lainez - Bajo la lupa - 1910-2010

Inaugura: 11 de septiembre.
Lugar: Museo Larreta, Juramento 2291. tel: 4784-4040.
Horario: Lunes a viernes de 12 a 19. Sábados, domingos y feriados de 10 a 20.

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