domingo, 18 de agosto de 2024

 


Los Vagabundos del Dharma


Editor: Editorial Anagrama


ISBN 978-84-339-2360-8 / 240 pág



"La biblia metafísica de los hippies"

"Después de leerlo tan solo dan ganas de agarrar una mochila y echarse a andar hacia las montañas, de descubrir caminos nuevos y de llegar a las cimas más altas"

    Una novela clásica sobre algunos de los primeros budistas en occidente. Mucho antes que los Beatles visitaran al Maharishi, mucho antes que Osho llegara a California, Kerouac, impulsado por su amigo el poeta budista Gary Snyder, descubre el budismo y los pasos que da ascendiendo una montaña son constantes metáforas hacia el encuentro del Dharma, la esencia de la enseñanza budista. Era un camino espiritual desconocido en Occidente, una puerta que abrió a un conocimiento que hoy vemos mercantilizado en los gimnasios de Yoga y las visitas del Dalai Lama.

    El libro es esencialmente autobiográfico. El protagonista Ray Smith (Jack Kerouac) conoce Japhy Ryder (Gary Snyder) quien va a irse a un monasterio budista de Japón durante una temporada. El libro transcurre durante poco tiempo antes de su viaje.

    Hacen excursiones a montañas, dicen refranes y dichos budistas, practican la meditación... y todo ello con una prosa magistral como si hubiese tratado de hacer un libro tan hermoso como un dicho zen, con unas descripciones vívidas y ricas, hablando de los campos que van cruzando, de los paisajes donde pasan una multitud de personajes con una gran espiritualidad poco convencional. Culmina en el gran clímax cuando el personaje de Jack Kerouac se va a trabajar de guardia forestal durante tres meses él solo en lo alto de una montaña, como él mismo dice, viendo desde la ventana solo las montañas y la Luna.

    Es el punto de partida de una nueva forma de vivir, más cercana a la naturaleza, que concibe la vida como un viaje impredecible que enajena de la cómoda seguridad burguesa que tan pocas respuestas otorgaba a los jóvenes de la patria del consumo. Kerouac y sus amigos son pre hippies y en este libro se lee como vivían los beatnicks, entre fiestas interminables en las que hacían lecturas de poesía, improvisadas como el jazz, en las que se embriagaban con vino y algo de marihuana, y se desnudaban para bailar en rondas alrededor de fogatas. Pero no todo era fiesta, los pre hippies eran más arriesgados que los hippies. Kerouac, como un monje errante del extremo oriente, casi un mendigo, busca la vida como si fuese un puente, sin construir una casa sobre ella.

martes, 27 de junio de 2023

6 escritoras que rompieron los esquemas del patriarcado

 

6 escritoras que rompieron los esquemas del patriarcado en la literatura de todos los tiempos


En el Día Internacional de la Mujer, aquí se repasa una serie de historias sobre la lucha por la igualdad de género que emprendieron autoras alrededor del mundo, a lo largo de varios siglos


Arriba: Christine de Pizan, Virginia Woolf y Mary Shelley / Abajo: Clarice Lispector, Safo y Jane Austen

La historia es una sucesión de episodios, todos encadenados —ninguno se entiende sin la relación con el pasado—, sobre todo en lo que respecta a la lucha de las mujeres por la igualdad de género. Es una batalla que no tiene un origen detectable, un momento específico, un punto de partida; tampoco un final. En la literatura, por ejemplo, en el arte de la palabra escrita, ¿cuáles fueron las escritoras que lograron inclinar la balanza, que rompieron los esquemas?

Que hoy exista en las vidrieras de las librerías una presencia enorme de escritoras tiene que ver con una historia larga de reivindicaciones, de mujeres que lucharon por hacerse valer (no sólo) en el terreno de la literatura, que buscaron traspasar las páginas para alumbrar zonas que la historia oficial venía ocultando desde siempre. Por eso esta pequeña lista, en el Día Internacional de la Mujer: 5 escritoras inolvidables.

Christine de Pizan

“Fue en el siglo XIV cuando por primera vez una mujer pudo ganarse la vida escribiendo. Esa mujer, Christine de Pizan, se convirtió en la primera escritora profesional de la historia gracias a su tenacidad y fuerza de voluntad. No sólo eso, Christine pasó a la historia como una gran defensora de los derechos de las mujeres en la sociedad”, escribe Sandra Ferrer Valero. Nació en Venecia en 1364 y murió en el Monasterio de Poissy alrededor de 1430.

Hija de un físico, astrólogo de la corte y canciller de la república de Venecia, tuvo acceso privilegiado, no sólo a Carlos V de Francia, sino a su gigantesca biblioteca. Tenía quince años cuando se casó con Étienne du Castel, pero al poco tiempo las muertes cayeron todas juntas como un dominó: primero el rey Carlos V, luego su esposo, finalmente su padre. Quedó con una herencia mínima, tres hijos, su madre y una sobrina. Ahí empieza la literatura.


Tres ilustraciones donde aparece Christine de Pizan (Biblioteca Británica / Wikipedia)

Hacía años que venía escribiendo pero fue a partir de ese momento que sus poemas, canciones y baladas comenzaron a ser bien recibidas. La popularidad la acercó al apoyo de muchos nobles medievales. Escribió para la delfina francesa Margarita de Borgoña el Libro de las tres virtudes. Sus poemas narrativos son los más conocidos como “Solita estoy y solita quiero estar”. Su trabajo estaba repleto de elementos autobiográficos. Muchos transmitían la tristeza de su prematura viudez.

Después de 1399, los derechos de las mujeres fue un tema recurrente en su escritura. Por ese entonces fundó La Querelle de la Rose, una agrupación femenina que abría el debate sobre el acceso de las mujeres al conocimiento. También le discutió mucho a un gran poeta de su época: varias de las obras en prosa de Christine de Pizan defendían a las mujeres que calumniaba Jean de Meung.

En 1404 Felipe el Atrevido le encargó la biografía de su hermano, el rey Carlos V. Para entonces ya había publicado Las epístolas de Otea a Héctor —una colección de 90 cuentos alegóricos— y el poema largo Libro de la mutación de la fortuna. Los historiadores dicen que entre 1393 y 1412 compuso unas 300 baladas y muchos poemas de breve extensión. También hizo enormes aportes al feminismo, semillas esparcidas silenciosamente sobre la tierra seca de la Edad Media.

Quizás dos libros simbolicen su obra. Uno es de 1405, su autobiografía, La visión de Christine. En ese entonces ya había apilado varias críticas; fue una respuesta a sus detractores. Otro es La ciudad de las damas, del mismo año: una colección de historias de heroínas del pasado, una suerte de revisión histórica en clave feminista. En 1418 se fue a vivir a un convento, donde escribió la Canción en honor de Juana de Arco, a quien celebra y reivindica. Murió a los 65 años.

Safo

Sobre la vida de Safo de Mitilene —o de Lesbos— solo hay conjeturas. Se cree que nació entre el 650 a. C. y el 610 a. C. y murió en Léucade en el año 580 a. C. Su obra es el centro de su biografía; lo demás son especulaciones hechas a partir de sus versos. Los comentaristas griegos la incluyeron en la lista de Los Nueve Poetas Líricos y, desde entonces, su nombre trascendió las fronteras de su mundo. Para Platón, fue “la décima Musa”.


Safo de Lesbos

Siguiendo las conjeturas, Safo nació en Ereso, en la isla de Lesbos. Su padre fue Escamandrónimo; su madre, Cleis. Se casó con un rico comerciante de Andros y al poco tiempo quedó viuda. Tuvo una hija que llamó igual que su madre Cleis. En la isla que fundó La casa de las musas, un espacio exclusivo para mujeres donde se dedicó a la docencia de las artes que también funcionó como punto de encuentro, en el sentido más amplio de la palabra.

Poesía, música, pintura, bordado, danza y también la construcción de una conversación, de un sentido vedado en la época —y en tantas otras— sobre la sensibilidad. Ella leía sus poemas y la interpretación rodaba por el lugar. Se cree que mantenía relaciones con algunas de sus discípulas. El término lesbianismo —en español, para referirse a la homosexualidad femenina— proviene del nombre de la isla de Lesbos, la patria de Safo.

“La poesía de Safo —escribió Bárbara Pistoia en un artículo titulada “Safo, la poeta íntima” para la serie Fe&Minismo— es de una mujer con deseos vivos, con noción de su carne y de su sangre, sabiendo las trampas que trae consigo la banalización del goce, el anhelo de control, pero, sobre todo, de una mujer que reconoce la fuerza de su vulnerabilidad, la sabiduría que habita en la sensación, con toda la violencia que implica la sensación, tan errante como infalible”.

“Eros —¡aquí va otra vez!— afloja mis miembros / me lanza a un remolino, / dulce-amargo, imposible de resistir, criatura sigilosa”, se lee en uno de sus poemas. La canadiense Anne Carson —según la crítica literaria, la poeta viva más importante de las letras anglosajonas—, que editó y compiló un libro con parte de la obra de Safo, dijo que ella “fue la primera en llamar a Eros ‘dulce-amargo’. Nadie que haya estado enamorado se lo discute”.


Safo, por Soma Orlai Petrich (alrededor de 1860 / Wikipedia)

Virginia Woolf

Si de influencias hablamos, la sombra de Virginia Woolf —nacida bajo el nombre de Adeline Virginia Stephen en Londres el 25 de enero de 1882— sigue más presente que nunca. Es una de las escritoras más importantes y potentes de la historia. Murió de forma trágica: el 28 de marzo de 1941 se puso su abrigo, llenó sus bolsillos con piedras y se lanzó al río Ouse cerca de su hogar, donde se ahogó. Su cuerpo fue encontrado casi un mes después.

Vanguardista y osada, Woolf renovó la novela moderna y fomentó y anticipó conceptos del feminismo. Su obra es amplia y enorme: ensayos, cuentos, correspondencias, novelas. En 1925, cuando Woolf tenía 43 años, publica La señora Dalloway, una novela donde detalla un día en la vida de Clarissa Dalloway en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial. Quizás su libro más conocido pero hay más, muchos más.

Por ejemplo Orlando: una biografía, de 1928, una obra en parte biográfica, basada en la vida de una de sus amantes: Vita Sackville-West. Es el libro que, en vida de la autora, cosechó mayor éxito. Fue traducida al español por Jorge Luis Borges. Hay temas tabúes para su tiempo como la homosexualidad, la sexualidad femenina, el papel de la mujer en la literatura en particular y en la sociedad en general. Es también un preciso y notable registro de época.


Virginia Woolf

La novela más experimental de Woolf lleva el título de Las olas y se publicó en 1931. Está formada por seis soliloquios, uno por cada personaje: Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny y Louis. Hay, además, un séptimo persona, Percival, que nunca habla por sí misma. Aquí la autora explora el papel de la “ética de la educación masculina”. En una encuesta de 2015 realizada por la BBC, Las olas se consagró como como la decimosexta “novela británica más grande jamás escrita”.

Uno de sus últimos libros, Tres guineas, se publicó en 1938. No es de ficción, sino que aquí se observa la parte más ensayística, más intelectual de Virginia Woolf. Su objetivo inicial fue hacer una “novela ensayo”: quería atar los cabos sueltos de su célebre Una habitación propia (o “Un cuarto propio”) y crear un libro que narre historias y luego exponga sus puntos de vista sobre la guerra y las mujeres en ambos tipos de escritura. Pero el plan no resultó.

Decidió separarla en dos partes. La de ficción fue la exitosa Los años y la de no ficción fue Tres guineas. En respuesta a una carta en la que se le pedía su opinión sobre cómo evitar la guerra, la autora realizó un profundo análisis de la discriminación a la mujer. El ensayo responde tres preguntas: ¿cómo se debe prevenir la guerra de forma pacifista?; ¿por qué el gobierno no apoya la educación de las mujeres?; y ¿por qué no se permite a las mujeres participar en un trabajo profesional?

Mary Shelley

Suele considerarse a la ciencia ficción como un género de predominancia masculina, pero para muchos críticos, académicos y estudiosos Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley es la primera novela de ciencia ficción moderna y el libro que logra inaugurar el género. Publicada originalmente el 1 de enero de 1818 y enmarcada en la tradición de la novela gótica, es una de las historias más influyentes de los últimos siglos.

Frankenstein habla de temas como la moral científica, la creación y destrucción de vida y el atrevimiento de la humanidad en su relación con Dios. Es sin duda un texto muy atrevido para su época, vanguardista en muchos aspectos, con una capacidad imaginaria pocas vistas hasta entonces. “La figura del monstruo —escribe Flavia Pittella— toma la dimensión de aquel otro al que no miramos, el oprimido, el oscuro. El gótico en su máxima expresión”.


Mary Shelley, por Richard Rothwell, exhibido en la Royal Academy en 1840 (Wikipedia)

Mary Wollstonecraft Godwin nació en Londres el 30 de agosto de 1797 y murió en la misma ciudad el 1 de febrero de 1851. Escribió novelas, relatos, obras de teatro, ensayos, libros infantiles, crónicas de viaje y biografías. También editó y promocionó las obras de su esposo, el poeta y filósofo romántico Percy Bysshe Shelley. El filósofo político William Godwin fue su padre; la filósofa Mary Wollstonecraft —autora del famoso libro La Vindicación de los Derechos de la Mujer—, su madre.

Pese a haber escrito libros como El último hombre o Mathilda, hasta la década de 1970 su nombre de no se extendía más allá de ser la autora de Frankenstein y esposa de Percy Bysshe Shelley. Las relecturas críticas del feminismo le dieron el lugar que merecía. Y si bien muchos autores le achacan posturas conservadoras y burguesas, lo cierto es que Mary Shelley es una figura clave para repensar la historia de las autoras que que rompieron los esquemas.

Jane Austen

“Jane Austen vivió aislada del mundo literario: no conoció a ninguno de los autores contemporáneos ni por carta ni por trato personal. Pocos de sus lectores conocían su nombre, y ciertamente ninguno conocía más de ella que eso. Dudo que fuera posible mencionar a cualquier otro autor notable que viviera en una oscuridad tan completa. No puedo pensar de ninguno que viviera como ella, sino en muchos con los que contrastarla en ese respecto”.

Estas palabras, escritas en el libro de 1869 Memorias de Jane Austen por Edward Austen-Leigh, su sobrino, dan cuenta de la potencia de su literatura. Nació en Steventon, 16 de diciembre de 1775, en una familia de la burguesía agraria. En ese contexto sitúa todas sus obras. Las relecturas feministas de los últimos años consideran que Austen hizo una novelización del pensamiento de Mary Wollstonecraft sobre la educación de la mujer.

Escribió Tamara Tenenbaum en el artículo ″20 escritoras que tenemos que seguir leyendo”: “Aunque sus novelas fueron leídas durante su vida, difícilmente Jane Austen podría haber imaginado el éxito que tendrían doscientos años después de muerte. Multitudes de fanáticas corren al cine cada vez que se estrena una nueva adaptación de Orgullo y prejuicio, Emma, o cualquiera de sus demás novelas; tanto, que las propias fans de Jane Austen han sido homenajeadas en el séptimo arte”.


Retrato de Jane Auste por su hermana Cassandra Austen

“Las convenciones sobre el amor han cambiado, pero su ironía, su sensibilidad y su maestría narrativa siguen vigentes”, concluye su breve comentario. Efectivamente, hay algo transversal, universal, que hace un arco en el tiempo y llega a este presente con una frescura demasiado singular. Sobre esto, Pittella escribió que “200 años no es nada. Jane sigue entre nosotros y su secreto mejor guardado está escondido en las páginas de sus novelas”.

Clarice Lispector

La última autora de esta lista murió en 1977, el 9 de diciembre en Río de Janeiro, a los 56 años, cáncer de ovario: Clarice Lispector. Nació en un pueblo de Ucrania, en la entonces Unión Soviética, creció en Brasil y si bien recorrió el mundo su destino siempre fue sudamericano. Fenómeno literario y extraliterario como pocos. Cautivó con escritura, con su figura de autora, con sus personajes, sus escenas, con su postura huidiza de los encasillamientos. Influenció a varias generaciones de escritores.

Tenía catorce cuando se mudó a Río con su padre y una de sus dos hermanas. La literatura fue su forma de conocer la nueva tierra, pero también de mirar al mudno desde ahí. Leyó cientos de autores nacionales y extranjeros mientras estudiaba en la Facultad de Derecho de la Universidad Federal de Río de Janeiro (entonces denominada Universidad de Brasil). A los veintiún años publicó Cerca del corazón salvaje, premio Graça Aranha a la mejor novela publicada en 1943.

Se casó con el diplomático Maury Gurgel Valente y viajó por el mundo. Volvió a Brasil en 1959 con su hijo Paulo, separándose de su esposo. Se dedicó al periodismo y siguió escribiendo ficción. En 1963 publicó su obra maestra: La pasión según G. H., la historia de una mujer independiente, escultora amateur con buenos contactos que un día, sola, en el ático encuentra una cucaracha y a partir de entonces se replantea toda su vida.


Clarice Lispector

Una madrugada de 1966 se despertó en el medio del fuego. Se había quedado dormida con un cigarrillo encendido en la cama. Pudo rescatar algunas cosas escritas. Su mano derecha sufrió quemaduras enormes. Casi la pierde. “Pasé tres días en el infierno, donde, según dicen, va la gente mala después de la muerte. No me considero una mala persona. Lo experimenté en vida”, dice en Clarice: una vida que se cuenta, la biografía escrita por Nádia Battella Gotlib.

Desde entonces su vida cambió. Las cicatrices y marcas en su cuerpo le causaron fuertes depresiones. Como dominaba varios idiomas —portugués, inglés, francés, español, hebreo, yiddish, ruso— realizó numerosas traducciones. Joven, con una gran carrera por delante, con una larga lista de libros que podría haber escrito, Clarice Lispector murió a pocos meses de publicar La hora de la estrella y un día antes de cumplir 57 años.

Los que la leyeron, pero sobre todo los que la conocieron dicen que es inolvidable. “Era una especie de feminista, pero había escrito una columna de consejos de belleza y tenía el clóset lleno de vestidos de diseñador, entonces no era una feminista querida por las feministas”, escribió Lorrie Moore. Ese desencaje, esa forma de huir del modelo ideal, esas fintas inesperadas colocaron a esta popular escritora en el pedestal de la literatura.

 

Ya que se celebró el Bloomsday,

¿por qué no celebrar un 

Dalloway Day?

El día dedicado al personaje central del “Ulises” de Joyce, ocurrido la semana pasada, reavivó el debate: la protagonista de la famosa novela de Virginia Woolf, “La Sra. Dalloway”, también debería tener su jornada especial

 

Bloomsday 2023: presentación del documental 100 años de Ulises

Con motivo del centenario en 2022 de la publicación de Ulises de James Joyce, la televisión pública irlandesa RTÉ realizó el documental 100 años de Ulises que se estrena en la Biblioteca Nacional para celebrar el Bloomsday. Organiza la Embajada de Irlanda en Argentina.

Enlace: 


    El documental ideado por el historiador Frank Callanan y dirigido por Ruán Magan se propone llevar a los espectadores en un viaje esclarecedor al corazón de una de las novelas más inspiradoras e influyentes. Cuenta con entrevistas a escritores y estudiosos como Eimear McBride, Paul Muldoon, John McCourt y Margaret O Callaghan, ilustrativas películas y fotografías de archivo, nuevas obras de arte de Jess Tobin, Brian Lalor y Holly Pereira y una partitura original de Natasa Paulberg.

    La fecha elegida para el estreno en Argentina es el 16 de junio, día en que se celebra alrededor del mundo el Bloomsday, en honor a Leopold Bloom, protagonista de la novela de James Joyce, debido a que el 16 de junio de 1904 es el día en el que se desarrolla la mencionada novela.

El pensamiento económico del Che Guevara

En su colección de textos sobre pensadores y pensadoras de América Latina, la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento, publica Ernesto Guevara: el pragmatismo de lo imposible de Germán Pinazo. Aquí se hace foco en el pensamiento económico del Che, y lo retrata no como un utopista sino como un pragmático que sin embargo considera que la alternativa al capitalismo no solo debe ser económica, sino ideológica y moral. 

PorLuis Klejzer - Radar Libros

25/6/2023

“El socialismo sin la moral comunista no me interesa”, decía el Che y destaca Germán Pinazo en Ernesto Guevara: El pragmatismo de lo imposible, que repasa las ideas con las que el comandante intervino en el gran debate económico de 1963 y 1964. Guevara, dice Pinazo, quiso construir una alternativa al capitalismo que fuera económica, pero también ideológica y moral. En el inicio de la revolución ocupó una serie de cargos que le dieron la experiencia con la que abordar un conjunto de discusiones donde puso en acto las habilidades de lector y de escritor que había ganado de pequeño, cuando debía quedarse en reposo debido al asma, y que revelaría después en los relatos de sus viajes, aventuras y luchas en la Sierra Maestra, en el Congo y en Bolivia contenidos en sus conocidos Diarios.

El debate se desarrolla en torno a tres ejes fundamentales: la ley del valor en la transición al socialismo, el llamado Sistema Presupuestario de Financiamiento y los estímulos morales en la construcción del socialismo. Comienza en junio de 1963 con un texto del comandante Alberto Mora en la revista Comercio Exterior, que criticaba el pensamiento económico del Che afirmando que la ley del valor existe siempre cuando hay recursos limitados y necesidades crecientes, que no hay contradicción entre ley del valor y planificación, sino que el valor debe aparecer en la planificación como criterio para regular necesidades y recursos, y que la ley del valor opera, incluso, en el conjunto de empresas que pasan a ser del Estado, que no deben ser consideradas, como piensan “algunos compañeros”, como una sola empresa. Guevara responde a través de una publicación en la revista Nuestra Industria, donde plantea que el valor no es una relación entre necesidades y recursos, sino un quantum de trabajo abstracto, y que si bien en Cuba las empresas estatales no son aún una sola gran empresa, esto no quiere decir que los intercambios entre las mismas sean necesariamente mercantiles.

Allí lanza otra idea fundamental: la desmercantilización de las relaciones de producción y de las relaciones sociales en general. Los debates que daba Guevara -insiste Pinazo- eran de una sustancia ético-política: buscaban construir una nueva hegemonía basada en una reforma intelectual y moral. Con ese fin, el Che se mete, en el debate económico sobre la economía, con las cuestiones de la ideología y de la conciencia: sin esta última, dice, no puede haber comunismo. Así, Guevara critica no solo la ley del valor utilizada en el Sistema de Cálculo Económico sino también la falta de construcción de una conciencia distinta de la sociedad. No se puede pensar una sociedad distinta sobre la base del individualismo, dice, e introduce sus conceptos sobre la ventaja de los incentivos morales sobre los estímulos materiales: “no solo luchamos contra la pobreza, también luchamos contra la alienación”. Para Pinazo, este es el nudo del pensamiento de Guevara, que, lejos de ser utópico, “es profundamente pragmático, en el sentido de que no se puede construir una nueva sociedad si no se revolucionan las motivaciones que tienen los miembros para trabajar y relacionarse”.

Finalmente, Pinazo propone un salto en el tiempo para analizar la actualidad del debate propuesto por Guevara en el contexto de la caída de la Unión Soviética. Niega que la desaparición de la URSS haya sido el resultado de una crisis económica terminal, descarta la idea de que la planificación económica es inaplicable y la atribuye a un sentido común que pretende que el capitalismo es el único proyecto civilizatorio posible. Afirma que la Unión Soviética no colapsó por una incapacidad económica y propone agrupar sus problemas en dos tipos: los coyunturales, derivados del reordenamiento comercial de los 70 y los 80, y los estructurales, asociados a la cuestión de los “incentivos”. A mediados de los 80, Mijail Gorbachov impulsa un conjunto de reformas que promovieron la aparición de empresas privadas, dieron mayor autonomía a los directivos de las empresas públicas y a las comunidades locales y permitieron que los miembros de la nomenklatura se convirtieran en gerentes de las empresas primero y en sus propietarios después. Pinazo nos recuerda entonces, con el Che, que no puede haber proyecto alternativo al capitalismo sin una disputa sobre el problema de los incentivos individuales.

En conclusión, el politólogo, economista y actual vicerrector de la UNGS nos propone en este nuevo título de la colección “Pensadores y pensadoras de América Latina” un recorrido por la breve pero intensa trayectoria de gestión (y de pensamiento sobre la gestión) económica del Che en Cuba que suma a los planteos del revolucionario argentino sobre la lucha ideológica en la construcción de un proyecto alternativo al capitalismo sus propuestas de incentivos morales y de educación de las masas mediante el ejemplo. Lejos de ser el pensamiento de un utopista, sugiere, la de Guevara es la teoría de un pragmático de lo imposible.

Cultura Infobae

jueves, 24 de mayo de 2018

A los 85 años, murió el escritor estadounidense Philip Roth


24 de mayo de 2018

A los 85 años, murió el escritor estadounidense Philip Roth
La genial inmersión de lo literario en la realidad
Autor de Pastoral americana, La lección de anatomía y El mal de Portnoy, entre muchos otros títulos, fue uno de los grandes de la literatura del siglo XX. Uno de esos escritores que hacían que la ficción pudiera abarcarlo todo.


En 2012, Roth anunció para asombro de muchos que ya no tenía nada más que escribir.
En 2012, Roth anunció para asombro de muchos que ya no tenía nada más que escribir. 

Goodbye, Philip, el último novelista vivo de una luminosa generación de escritores estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX. La literatura se lo permitió todo: la impúdica e hilarante diatriba de su personaje Alexander Portnoy con su psicoanalista o el grito de un neurótico desesperado: “¡No dispare, soy un escritor serio”, de Nathan Zuckerman, un novelista que podría ser la cruza perfecta entre Peter Pan y Franz Kafka, un judío culto, angustiado y cómico a su pesar, una suerte de alter ego elevado a la enésima potencia porque parece más “real” que sus demiurgos, tan encantador como polémico, que apareció en novelas como las que integran la Trilogía americana –Pastoral americana (1997), Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000)– y también en La visita al maestro (1979), Zuckerman desencadenado (1981) y La lección de anatomía (1982). Lo que no le dio la literatura –o más bien la mezquindad de “voces autorizadas” que serán tragadas por el olvido– fue el Premio Nobel de Literatura. Quizá haya sido mejor así. Ahora está en muy buena compañía junto a “los sin Nobel”  como Jorge Luis Borges, James Joyce, Kafka y Virginia Woolf, entre otros. Ha muerto Philip Roth, el martes por la noche en Manhattan, a los 85 años, a causa de una insuficiencia cardíaca.
Philip Milton Roth había nacido el 19 de marzo de 1933 en Newark (Nueva Jersey), la mayor de las ciudades al otro lado del río Hudson que muchos años después, en la década del 60, sería uno de los escenarios de la confrontación racial. Era el segundo hijo de Herman y Bess Roth, una familia judío-estadounidense que había emigrado de la región ucrano-polaca de Galitzia. Después de la educación secundaria, Roth fue a la Universidad de Bucknell, donde comenzó un doctorado en Filosofía que nunca terminó. Cambió de rumbo y se fue a la Universidad de Chicago, donde alcanzó una maestría en literatura inglesa y comenzó a enseñar escritura creativa. En Chicago conoció a Saul Bellow (1915-2005), a quien admiró con devoción y de quien fue amigo –“a diferencia de aquellos como nosotros que arribamos al mundo aullando, ciegos y desnudos, Mr. Roth aparece de entrada con uñas, pelo, dientes, hablando coherentemente y escribiendo como un virtuoso”, afirmó Bellow– y a Margaret Martinson, quien se convertiría en su primera esposa, una mujer a la que se la definió –cultura de machos alfa mediante– como inestable y colérica, que no controlaba sus emociones, bebía mucho y era una mentirosa compulsiva. Lo cierto es que fue una relación destructiva en la que hubo un intento de suicidio de ella y necesidad de psicoanalizarse por parte de él para superar los traumas que le dejó ese matrimonio que se extendió entre 1959 y 1963, años que coinciden con la publicación de la novela corta y los cinco relatos de Goodbye, Columbus (1959) –con el que ganó el prestigioso National Book Award en 1960– y su primera novela Deudas y dolores (1962). Esta experiencia inicial dejó una marca indeleble que fue capitalizada a través de varios personajes femeninos del escritor como Maureen Tarnopol en Mi vida como hombre (1974) y Mary Jane Reed en El mal de Portnoy (1969). 
Nadie como Roth para tensar las fronteras entre la realidad y la ficción. Las tensiones estallarían para desplegar un halo de polémica que siempre acompañaría al escritor. El tratamiento sarcástico de la sexualidad de Alexander Portnoy, un masturbador compulsivo obsesionado con su madre, puso en pie de guerra a un grupo de rabinos que lo acusaron de antisemita. Las feministas lo criticaron por ser un flagrante misógino. Hacer “la gran Roth” sería amotinarse para continuar demostrando en el campo de batalla de la escritura –una lucha a brazo partido que abandonó en 2012, cuando anunció para asombro de muchos que ya no tenía nada más que escribir– que “la literatura no es un concurso de belleza en el plano moral”. El escritor estadounidense fue “feo, sucio, malo e irreverente”. El New Yorker calificó a El mal de Portnoy como “uno de los libros más sucios jamás publicados”. Empujó tan lejos el elemento cómico y escribió ese monólogo en un tono tan subversivo y “confesional” –acaso influido por la lectura de J. D. Salinger– que causó un profundo escándalo en la sociedad norteamericana. Casi de la noche a la mañana, el escritor se convirtió en alguien famoso a quien los lectores increpaban por la calle, confundiendo escritor con personaje: “¡Eh, Portnoy, déjatela en paz!”. Después le ocurriría lo mismo con Nathan Zuckerman.
Claudia Roth Pierpont, periodista y biógrafa del escritor, autora de Roth desencadenado, ha leído todos los libros de Roth, dos veces por lo menos cada uno, y cuenta que no entiende por qué lo califican de misógino. “Es cierto que contienen descripciones sexuales masculinas muy honestas, pero en ellos también encuentras grandes personajes femeninos”, opina la biógrafa, que se considera feminista. “Las novelas de Roth están llenas de personajes femeninos que son terribles y divertidos, pero también de personajes masculinos que son igualmente terribles y divertidos. A veces pienso que esa acusación proviene más del mundo en el que vivimos que de los libros. Me recuerda a las acusaciones que recibieron sus primeros trabajos por parte de la comunidad judía, que por aquel entonces estaba muy nerviosa y no aceptaba las bromas porque en aquel momento se encontraba en una posición demasiado vulnerable. Eran los 50 y los 60, la guerra y algunas experiencias terribles quedaban demasiado cerca y la sensación general era que la ropa sucia se lava en casa. Con las críticas de las mujeres creo que pasará algo parecido. Sus personajes femeninos no son santas, pero es que Roth no sería un buen escritor si sus personajes fueran unos santos”. 
Harold Bloom –que aseguró que el chorro de creatividad de Roth es “casi shakespeareano”– lo incluyó en una suerte de Olimpo de la literatura estadounidense junto a Don DeLillo, Thomas Pynchon y Cormac McCarthy, tres narradores que ya han superado los 80 años. “En términos de diseño total y de inventiva y de originalidad, creo que Philip es lo que está más cerca de lo mejor”, subrayó Bloom. Más allá de esta especie de unción canónica, el héroe de Newark construyó su apabullante obra con la convicción de que desde el territorio omnipresente de la ficción podría abarcarlo todo: la gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, el macartismo, la hipocresía moral, la paranoia colectiva, los ideales americanos y la traición, el fanatismo político, la identidad personal, la familia y el sexo. Aunque quizá sea una empresa inútil intentar capturar el estilo literario de Roth, seguramente se podría establecer una especie de núcleo duro de coincidencias en torno a una cuestión: la inmersión de lo literario en la realidad, que encarna en Nathan Zuckerman, ese alter ego que en un juego de metaficción es creado por otro alter ego, Peter Tarnopol de Mi vida como hombre. Lo más significativo es que Zuckerman no es el foco narrativo unívoco donde se refugió Roth, sino que devino una suerte de catalizador polivalente a través del cual otros exponen sus historias. Lo eligen a él para que sea el narrador. Rodrigo Fresán propone una certera interpretación cuando reseña la reedición de Zuckerman encadenado: “De ahí que no sea arriesgado afirmar que Roth se encuentra a sí mismo recién cuando encuentra a Zuckerman. Y que estas primeras entregas funcionan como una educación sentimental y cerebral no sólo de un personaje, sino, también, de la persona que mueve sus hilos a menudo confundiendo vida y obra en pos de lo que el mismo Roth definió como ‘la creación de espejos del yo’”. No viene mal recordar que la importancia de Zuckerman excede incluso las páginas que escribió el estadounidense. Hay un breve cameo intertextual de Zuckerman en El suelo bajo sus pies, novela del británico Salman Rushdie. En esos “espejos del yo” se reflejan, como en un loop visual inconcluso, un Zuckerman que es Roth y un Roth que es Zuckerman. En Engaño (1990), probablemente una novela “menor” si la compara con otras, hecha en base a diálogos, un escritor llamado Philip que escribe un libro de un tal Zuckerman y tiene un relación con una dama inglesa con la que mantiene los diálogos, hay quizá una “declaración de principios” literaria: “El capricho es lo que hay en el fondo de la naturaleza de un escritor, exploraciones, fijaciones, aislamiento, malignidad, fetichismo, austeridad, frivolidad, perplejidad, infantilismo, etcétera. La nariz en la costura de la prenda interior… ésa es la naturaleza de la vida del escritor”.
Roth hundió la nariz en la costura de la prenda interior del sueño americano para pulverizarlo, como lo hizo en la excepcional Pastoral americana, y ganó el Premio Pulitzer en 1998. El “Sueco” Seymour Levov, el protagonista de la novela, es el paradigma del triunfador, un excelente atleta que se casó con una Miss New Jersey 1949, con quien tuvo una hija, Merry, una joven tartamuda que en 1968 se une a un grupo político opuesto a la intervención norteamericana en Vietnam. ¿Qué sucedió para que Merry cometiera tres asesinatos? La pregunta martiriza al Sueco: “¿Odiar a Estados Unidos? ¿Por qué? Él vivía en Estados Unidos como vivía dentro de su piel. Todos los placeres de sus años jóvenes fueron placeres norteamericanos, su éxito y su felicidad fueron norteamericanos, y no tenía necesidad de seguir manteniendo la boca cerrada sólo para reducir el odio de su hija ignorante. Qué solitario se sentiría sin sus sentimientos norteamericanos”. Roth incurrió en la insoportable corrección política, en La mancha humana, una de las peores epidemias de principios de este siglo, para narrar cómo se resquebraja la reputación de Coleman Silk, un profesor maduro y culto que pregunta si dos de los estudiantes que suelen faltar se han desvanecido como “humo negro”. La expresión poco afortunada es convertida en un ataque racista por uno de los estudiantes y desata un calvario sobre Coleman que lo hunde en la destrucción. Roth hundió su nariz en el duelo intolerable que implica ser testigo de la agonía y la muerte de su padre en Patrimonio (1991). Roth hundió su nariz en las regiones más oscuras de las experiencias humanas, como en La conjura contra América (2004), donde explora lo que hubiera pasado con una familia de origen  judío como los Roth si en las elecciones de Estados Unidos un candidato republicano filonazi, antisemita y aislacionista, como el popular aviador Charles A. Lindbergh, le hubiese arrebatado la victoria a Franklin D. Roosevelt en 1940.
   Cómo no acordar con Eduardo Lago cuando advierte que “de Philip Roth se podría afirmar lo que dijo Borges a propósito de Quevedo: ‘No es un escritor, es una literatura’”. Una literatura que segregó más de treinta libros y se despidió con Némesis (2010), la última novela que publicó, que transcurre durante la epidemia de polio que asoló a Estados Unidos en 1941. En 2011 ganaría el Man Booker International por el conjunto de su obra y en 2012 obtendría el entonces llamado Príncipe de Asturias de las Letras –hoy rebautizado Princesa de Asturias–, el mismo año en que anunció que dejaría de escribir. No pudo asistir a la ceremonia en Oviedo por una operación en la columna vertebral. Pero envió unas palabras de agradecimiento. “Soy un escritor estadounidense. La historia de los Estados Unidos, las vidas estadounidenses, la sociedad estadounidense, los lugares estadounidenses, los dilemas estadounidenses –la confusión, las expectativas, el desconcierto y la angustia estadounidenses– constituyen mi temática, como lo fueron para mis predecesores estadounidenses durante más de dos siglos. ¿Qué pueden significar mis historias estadounidenses para los lectores españoles? ¿Cómo puede mi retrato de la vida de los estadounidenses en novelas mías como Pastoral americana, Me casé con un comunista o La mancha humana competir con la representación estereotipada, excesivamente simplificada de los Estados Unidos que nubla la percepción de mi país en casi todas partes? ¿Puede una obra de ficción estadounidense –escrita por mí o por cualquiera de mis más que dotados contemporáneos– penetrar en una mitología de los Estados Unidos que está arraigada, en tantos ámbitos, en una acérrima animadversión política? –se preguntaba Roth–. Me imagino que la concesión de este premio –así como su concesión varios años atrás a mi amigo estadounidense Paul Auster– sugiere una esperanzadora respuesta afirmativa. Sí, una obra de ficción estadounidense seria es, efectivamente, capaz de atravesar la ignorancia, la mentira y la superstición sin sentido que generalmente se combinan para mantener a raya la enorme densidad de la verdadera realidad estadounidense. ‘¡Mira’, puedo decirme ahora, ‘hay algún lugar donde he conseguido hacerme comprender!’ Y si ese fuera el caso, nada me haría más feliz”.
   Roth era el último de los gigantes de las letras americanas del siglo pasado –junto a Bellow y John Updike (1932-2009)–, una figura central de la narrativa judía-estadounidense al lado del propio Bellow, Bernard Malamud (1914-1986) y Norman Mailer (1923-2007). En 2012 anunció una decisión que había madurado dos años antes: tomó conciencia de que había dado lo mejor de sí y que no volvería a escribir. “Ya no poseía la vitalidad mental, ni la energía verbal o la forma física necesarias para construir y mantener un largo ataque creativo de cualquier duración sobre una estructura tan compleja y exigente como una novela”. Entonces eligió una frase para pegar en su computadora: “La lucha con la escritura ha terminado”.  En enero de este año se publicó la última entrevista que le hizo Charles McGrath en The New York Times. Todavía no había cumplido 85 años. “Dentro de unos meses dejaré la vejez para entrar en la vejez profunda y adentrarme cada día un poco más en el temible Valle de las Sombras. Me asombra encontrarme todavía aquí al final de cada día. Cuando me acuesto por la noche, sonrío y pienso: ‘He vivido un día más’. Y vuelve a ser asombroso despertarme ocho horas después y ver que ha llegado la mañana del día siguiente y sigo estando aquí. ‘He sobrevivido otra noche’, y la idea vuelve a hacerme sonreír”, comentaba el escritor que arremetió contra el presidente Donald Trump. Nadie podría haber previsto la “catástrofe” que vive su país, “la commedia dell’arte de un bufón presumido”. Ni siquiera Charles Lindbergh de La conjura contra América es comparable con el actual presidente. “Trump es un fraude masivo, la suma malvada de sus deficiencias, vacío de todo, salvo de la ideología hueca de un megalómano –argumentaba Roth–. Qué naíf fui al creer en 1960 que era un estadounidense que vivía en tiempos ridículos”.